Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

Amigos que entran a esta Casa de Paz. Gracias por estar aqui. Clikea en seguir y unete a nosotros

martes, 31 de diciembre de 2013

El servicio es el alma de esa fraternidad que edifica la paz

Num. 6, 22-27; Sal. 66; Gál. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21
Vamos  a decirlo así, se agolpan muchas cosas y muchos temas en este día primero del año y casi  no sabe uno por donde comenzar. Hoy todo el mundo se felicita y se desea buenas cosas para el año nuevo que comienza, siempre con los deseos y esperanzas de que el año que comienza sea mejor que el que nos acaba de dejar. Buenos deseos, no está mal, aunque pensándolo bien creo que tendría que ser otra cosa, algo mucho más hondo.
Pero seguimos celebrando la Navidad y aunque nos parezca ya en cierto modo lejana, a ocho días vista, la fecha del nacimiento del Señor, nosotros decimos que tenemos que estar como en el primer día porque la Navidad en su solemnidad y en su vivencia se prolonga en su octava que es como seguir celebrando con la misma intensidad lo que vivíamos en el primer día. Así tan importante considerábamos aquel primer día que no querríamos que se acabase.
Pero hay algo más, pues, hoy se nos invita a celebrar una Jornada de oración por la paz del mundo. ¡Qué mejor deseo para ese primer día del año!, pero quizá se queda ahogada esta jornada en medio de las fiestas y celebraciones de fin y principio de año y serán quizá otras cosas a las que les prestemos más atención.
Y sin poderla arrancar del marco de la Navidad nos aparece la figura de María. Bueno,  ha estado presente desde el primer momento, ya incluso en la preparación de la Navidad, pero hoy la liturgia nos la quiere resaltar de una manera especial cuando queremos proclamar en este día su maternidad divina. María, la madre de Jesús, es la Madre de Dios, que también se convierte en Madre de la Iglesia y nuestra madre. Siempre va a aparecer junto al Niño la presencia de María. Nos dice el evangelio que cuando ‘los pastores fueron corriendo a Belén encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre’.
Maria a quien contemplamos en silencio, observándolo todo, guardándolo en su corazón, como nos dice el evangelista, como hacen siempre las madres nos ayudará a que nos centremos bien en lo que hoy hemos de celebrar y en lo que hemos de seguir viviendo con toda intensidad.
No es un revoltijo de cosas o temas lo que hoy queremos celebrar. Todo es importante  y tiene su lugar y todo lo podemos centrar, lo tenemos que centrar en el mensaje de Jesús; y es que, si estamos celebrando el misterio de la Encarnación de Dios que se hace hombre para ser Emmanuel, para ser Dios con nosotros y estar con nosotros para  ser nuestra salvación, ninguno de esos aspectos humanos que entran dentro de nuestras aspiraciones o nuestros sueños o inquietudes en la vida de cada día, son ajenas a esa salvación que Jesús viene a ofrecernos.
Esos buenos deseos que nos tenemos los unos a los otros en días como estos en que todo el mundo se felicitaba y se desea los mejores parabienes, muchas veces pueden tener detrás  un pozo de desesperanza y hasta de amargura porque sentimos que las cosas en la vida no nos marchan bien, porque los problemas que vive nuestra sociedad son muy graves y producen muchos sufrimientos en el corazón de los hombres.
Es ahí donde tenemos que hacer brillar fuerte la luz de la Navidad, donde tenemos que dejarnos iluminar por esa luz que nos trae Jesús cuando viene con su salvación para transformar el corazón del hombre y hacer que todos nos sintamos comprometidos a hacer un mundo mejor. No es una luz fría o vacía y superficial la que nos trae Jesús y con la que quiere iluminarnos. Es una luz que nos llena de vida y da sentido profundo a la vida del hombre.
Porque Jesús con su luz y con su presencia viene a sanar el corazón del hombre, herido por tantas cosas cuando dejamos meter en él nuestros egoísmos y ambiciones, nuestros orgullos o todo aquello que por su maldad nos destruye mutuamente. No quiere el Señor que vivamos así, no quiere que perdamos la paz o se la hagamos perder a los demás, no quiere que vivamos en esos aislamientos y divisiones que nos hemos creado en nuestras relaciones que terminan haciéndonos insolidarios y egoístas.
Cuando nosotros ahora en la Navidad decimos que nos estamos dejando iluminar por esa luz de Jesús - cuánto hemos hablado de luz en estos días y cuantas luces hemos querido ir  encendiendo - es porque queremos que iluminados por Jesús nos sintamos curados y sanados de todo ese mal, queremos sentir en verdad esa salvación en nuestra vida que nos va a transformar totalmente en hombres nuevos que hagamos de verdad un mundo nuevo. Entonces hay una nueva esperanza en nuestro corazón.
Entonces nuestros buenos deseos y felicitaciones son algo más que palabras porque van a ser un compromiso serio por nuestra parte de querer hacer felices a los demás; entonces arrancaremos de nosotros ese pozo de desilusión y amargura porque tenemos la esperanza cierta de que podemos hacer un mundo mejor y en ellos nos vamos a sentir seriamente comprometidos. No es algo para vivir de una forma superficial. Surge, entonces, esa oración por la paz que en nosotros se convierte además en compromiso.
‘En este mi primer Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, nos dice el Papa Francisco, quisiera desear a todos, a las personas y a los pueblos, una vida llena de alegría y de esperanza. El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer’.
Así comienza el mensaje que el Papa Francisco nos ha dirigido con motivo de esta Jornada insistiendo a lo largo del mensaje en cómo hemos de saber crear una auténtica fraternidad entre todos los hombres con fundamento importante para lograr esa paz. ‘Anhelo indeleble de fraternidad… hermanos a los que acoger y querer’, nos dice. ‘Es fácil comprender que la fraternidad es fundamento y camino para la paz’ nos sintetiza en otro momento.
‘Los cristianos creemos que en la Iglesia somos miembros los unos de los otros, que todos nos necesitamos unos a otros, porque a cada uno de nosotros se nos ha dado una gracia según la medida del don de Cristo, para la utilidad común (cf. Ef 4,7.25; 1 Co 12,7). Cristo ha venido al mundo para traernos la gracia divina, es decir, la posibilidad de participar en su vida. Esto lleva consigo tejer un entramado de relaciones fraternas, basadas en la reciprocidad, en el perdón, en el don total de sí, según la amplitud y la profundidad del amor de Dios, ofrecido a la humanidad por Aquel que, crucificado y resucitado, atrae a todos a sí…’
‘Ésta es la buena noticia que reclama de cada uno de nosotros un paso adelante, un ejercicio perenne de empatía, de escucha del sufrimiento y de la esperanza del otro, también del más alejado de mí, poniéndonos en marcha por el camino exigente de aquel amor que se entrega y se gasta gratuitamente por el bien de cada hermano y hermana… El servicio es el alma de esa fraternidad que edifica la paz’.
No podemos extendernos en estos momentos a comentar más ampliamente el mensaje del Papa para esta Jornada, pero sí que se despierte en nosotros esa inquietud por la paz. Recordemos la Bienaventuranza de Jesús ‘dichosos los que trabajan por la paz porque ellos se llamarán hijos de Dios’. Trabajamos por la paz sintiendo la inquietud y el dolor en el alma por la heridas de la paz, por tantos sufrimientos que se engendran en el corazón de los hombres cuando falta la paz, cuando se impone la guerra y la violencia, cuando perdemos la paz del corazón, cuando no vivimos aquella fraternidad de la que nos habla el Papa en su mensaje.
El nacimiento de Jesús ha sido un anuncio de paz para los hombres, porque Dios nos ama. Quienes creemos en Jesús y ahora hemos celebrado su nacimiento tenemos que seguir haciendo ese anuncio de paz, tenemos que ir llevando esa paz a cuantos están a nuestro lado para poner nuestro granito de arena para hacer que nuestro mundo viva en paz, porque en verdad vivamos, como nos decía el Papa, ese espíritu de la fraternidad.
Que María, la Madre del Señor, la Madre de Dios como hoy la invocamos en la mayor de sus prerrogativas y la Reina de la paz nos alcance ese don de parte del Señor.

domingo, 29 de diciembre de 2013

FELIZ NAVIDAD Y AÑO NUEVO

Hoy doy gracias al Señor por sus palabras de aliento, oración y colaboración que me han prodigado . Su apoyo me ayuda a seguir mas fortalecida. En esta comunidad hay muchas personas que agradecen por el apoyo que les brindamos. Somos ovejas de Jesús, nuestro Unico Pastor. A EL LE HONRAMOS, BENDECIMOS, ADORAMOS, GLORIFICAMOS POR TODOS LOS QUE NO LO HACEN. Hermanos ustedes son sal y luz en el mundo. Que la luz interior que hay en cada uno de ustedes sea cada vez mas grande. La potencia de esa luz interior crece cuando nos acercamos a LA LUZ QUE ES CRISTO, en los sacramentos, la oración, las obras de misericordia y amor a los hermanos. En este nuevo año les deseo de todo corazón sean bendecidos por DIOS y engrandecidos en gracia. AGRADEMOS AL SEÑOR SIEMPRE Y EN TODO LUGAR. ADELANTE HERMANOS EVANGELICEMOS ALLI DONDE A CADA UNO LE TOCA SER TESTIGO DE LA LUZ DE DIOS.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Que la ternura sea el aire de nuestra casa como lo sería en el hogar de Nazaret

Eclo. 2, 6. 12-15; Col. 3, 12-21; Mt. 2, 13-15.19-23
Navidad no se entiende sin familia. Y ya no es solo que nuestras fiestas de navidad son fiestas entrañablemente familiares, ocasión para que las familias se encuentren, convivan, coman juntos todos los miembros de la familia, padres, hijos, hermanos, aunque para muchos en eso se queda toda la celebración de la navidad.
Decimos que Navidad no se entiende sin familia porque cuando estamos celebrando el misterio de la Navidad, de la Encarnación de Dios para hacerse hombre, quiso hacerlo en el seno de una familia, en el seno de un hogar. Escogió aquel hogar de Nazaret, aquella familia de José y María para allí nacer y hacerse presente Dios hecho hombre. Espejo en el que mirarnos y ejemplo de donde aprender también para la vivencia de nuestra realidad familiar.
Pero es que además al invocar al misterio de Dios estamos hablando también de ese misterio de comunión, como en familia podríamos comparar, de las tres divinas personas en el Misterio de la Santísima Trinidad. Por eso nuestra fe cristiana la hemos de vivir también en comunión y amor, y decimos que los que formamos la comunidad cristiana somos como una familia; a la Iglesia la llamamos también la familia de los hijos de Dios.
De ahí surge que en este primer domingo después de la celebración de la Navidad volvamos nuestros ojos hacia aquel hogar de Nazaret y celebramos en consecuencia la fiesta de la sagrada familia de Jesús, José y María. Así nos lo presenta la liturgia de la Iglesia con toda sabiduría.
Hoy el evangelio precisamente nos presenta la imagen de esa sagrada familia con problemas semejantes a los que tantas familias viven hoy día. Nos habla el evangelio de unos desplazados, no solo porque antes se han tenido que venir desde Nazaret a Belén donde nace Jesús en cumplimiento de las Escrituras, sino que ahora les veremos, como tantas emigrantes que por muchos motivos  tienen que dejar sus tierras, camino de Egipto para liberarse de una persecución con las precariedades que les acompañarán en tierra extranjera; y luego a la vuelta yendo desde Judea a Nazaret de nuevo buscando donde establecerse de forma definitiva. ¿No refleja eso lo que le sucede a tantas familias que con tantas precariedades viven su realidad que incluso muchos tienen que dejar su tierra de origen para buscar mejor vida en otros lugares? Cuántos problemas de este tipo seguramente conoceremos cercanos a nosotros.
Celebramos esta fiesta, pues, de la Sagrada Familia conscientes de la importancia de la familia como célula fundamental de nuestra sociedad, pero siendo conscientes también de las dificultades y problemas de todo tipo que afectan a esta realidad de la familia, lo que nos tendría que llevar a una honda reflexión sobre todo ello. Muchas cosas podríamos decir y reflexionar. Hoy queremos sentir el dolor de tantas familias con muchos problemas en la precariedad y pobreza con que tienen que vivir por la situación actual, pero pensamos también en tantas familias rotas, divididas, desestructuradas con la cantidad de problemas sociales que se derivan para padres e hijos y hermanos.
Ese cambio acelerado que se va produciendo en nuestra sociedad algunas veces nos hace perder valores que son importantes, fundamentales tendríamos que decir, que vividos en la familia ayudarían de verdad a sus miembros en ese crecimiento humano y espiritual del que la familia tendría que ser un hermoso caldo de cultivo.
Son cosas que nos pueden parecer enormemente sencillas, pero que nos ayudan a dar esa profundidad a la vida y que nos van a ayudar de verdad a crecer como personas. Alguien ha dicho que ‘la familia es la que vive en la ternura. La ternura es como el aire de la casa’. Efectivamente algo muy sencillo como es sentirse aceptado, querido, valorado porque sencillamente nos queremos, nos manifestamos con esa ternura del cariño.
Si así nos tratamos nos sentiremos en una mayor unión, en esa comunión, comunidad de vida y de amor que tiene que ser una familia. En esa aceptación, en esa ternura que nos hace valorarnos de verdad, creceremos más y más como personas, porque irán surgiendo todas esas posibilidades que vamos teniendo en la vida. Ese amor y esa ternura nos hacen creativos, porque nos hará ir buscando siempre lo mejor de nosotros mismos para ofrecerlo a los demás. En una familia así no habrá rutinas ni surgirán cansancios, porque el amor hará que todo lo que vayamos viviendo en todo momento tenga el sabor de lo nuevo.
Eso nos dará  fuerza para superar dificultades, para ser capaces de hacer sacrificios en bien de los demás, nos hará prevenidos contra el consumismo que tantas veces nos acecha para valorar en todo lo momento lo que de verdad necesitamos y alejarnos de lo superfluo; eso facilitará la convivencia que algunas veces se  nos puede hacer difícil, nos dará alegría y nos hará vivir la vida también son sentido del humor para alegrar la vida de los demás.
Viviendo cosas así tan sencillas, nos hará ser abiertos para los demás, para entrar en relación con los otros y para ser sensibles también a las necesidades de los demás; seremos capaces de superar la tentación de encerrarnos en nosotros mismos y hará también que nuestro hogar sea siempre como un corazón abierto para cuantos se acerquen a él; la familia que pretende encerrarse en sí misma tiene el peligro de destruirse porque está restándole unas cualidades y valores importantes para un amor verdadero, que siempre nos hará estar abiertos a los demás.
Y abiertos, sobre todo a Dios, para ponerlo en el centro de nuestro hogar, como el verdadero motor de todo eso que queremos vivir. A El le daremos gracias por todo ese don de la vida que ha sembrado en nosotros y esa capacidad para el amor, y a El le pediremos su fuerza y su gracia para que en verdad siempre caminemos por esos buenos caminos.
Todo esto lo estamos diciendo de la familia, pero son valores humanos que hemos de vivir en cualquier comunidad, valores humanos que tenemos que cultivar muy bien en todo lo que sea relación y convivencia con los que están a nuestro lado.
Es lo que con otras palabras muy concretas nos decía san Pablo en la carta a los Colosenses. Aunque escuchamos este texto de la Palabra en el ámbito de esta fiesta de la Sagrada Familia, hemos de saber que cuando Pablo le escribía todo eso que hemos escuchado a los cristianos de Colosas, estaba refiriéndose a lo que había de ser y había de vivirse en aquella comunidad. A la comunidad y a la familia, por supuesto, podemos aplicarlo porque son valores humanos muy fundamentales y necesarios en una y en otra, para ese crecimiento como persona y ese crecimiento de nuestra vida familiar.
Se nos habla de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia, de comprensión y de perdón como una vestidura de nuestra vida que hemos de ceñir con el amor y la paz. Y se nos habla de cómo ha de estar presente la Palabra de Dios siempre en nuestra vida, en el centro de nuestro hogar, sabiendo dar gracias a Dios, sabiendo invocarlo en todo momento para tenerlo presente y hacer que con toda nuestra vida demos siempre gloria al Señor.

Hoy contemplamos a la Sagrada Familia de Nazaret y la hemos contemplado también en el evangelio en esas dificultades de la vida,  semejantes a las dificultades con que cada día nosotros podemos encontrarnos. Que El Señor nos ilumine. Que el Señor nos regale su gracia. Que siempre amor en nuestros corazones, para que también en esa apertura de la que hablábamos hace un momento estemos siempre abiertos a las necesidades y problemas de los demás para que allí pongamos el bálsamo de nuestro amor y de nuestra solidaridad. 

martes, 24 de diciembre de 2013

Hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad

‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Así nos describe san Juan con profundidad teológica el misterio que hoy estamos celebrando en la Natividad del Señor. Misterio de profundidad infinita, misterio de Dios ante el cual tendríamos que asombrarnos más y más, cuanto más lo meditemos y lo celebremos.
No podemos acostumbrarnos al Misterio de Dios; ante El siempre tenemos que postrarnos en adoración y sentirnos tan pequeños y pecadores como se sentía Isaías cuando en una visión vislumbró la gloria del Señor. Es tiempo de reconocimiento y de adoración; es tiempo de postrarnos ante Dios que aunque le veamos tan cercano es verdaderamente Dios que ha querido hacerse Emmanuel, hacerse Dios con nosotros.
Misterio ante el que tenemos que poner a juego toda nuestra fe. No es algo que nosotros hayamos descubierto por nosotros mismos, sino que el mismo Dios nos ha revelado. Misterio ante el que hemos de sentirnos humildes y pequeños, porque ¿quiénes somos nosotros para Dios así nos haya amado tanto que haya querido tomar nuestra carne, nuestra naturaleza humana para sin dejar de ser Dios hacerse hombre como nosotros?
Anonadados nos sentimos ante tal amor pero sentimos al mismo tiempo cómo El nos levanta porque ha venido a hacer este maravilloso intercambio de amor pues cuando el Hijo de Dios se ha revestido de nuestra naturaleza humana haciéndose hombre como nosotros,  nos confiere a nosotros dignidad eterna, nos levanta y nos hace hijos partícipes de su vida ya para siempre.
Hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de  verdad’. En la noche de Belén cuando en la humildad y pobreza de un establo se estaba realizando tan admirable misterio en el Hijo de Dios se hacía hombre y nacía de María, los ángeles del cielo no pudieron quedarse quietos y armaron un gran revuelo celestial. Allá corrieron los ángeles a anunciarlo, porque tan grande misterio no podía quedarse oculto a los ojos de los hombres.
La quietud y el silencio de la noche de Belén se llenó de resplandores y de cánticos. Allí estaban unos pastores al raso cuidando sus rebaños y a ellos, los pobres y los humildes como iba a ser siempre la manera de presentarse el Hijo de Dios, se dirigieron los ángeles para anunciarles la Buena Nueva. ‘Os traigo una buena noticia que no se puede acallar, una gran alegría para todo el pueblo de la que todos tienen que participar: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’. Y les dan las señales de cómo han de encontrarlo: ‘Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’.
De pesebres y de pobreza podían entender los pastores acostumbrados como estaban a una vida pobre. Pero, ¿cómo había de entenderse eso de que el Salvador, el Mesías, el Señor se iba a encontrar hecho niño recién nacido recostado en un pesebre? Corren de todas maneras los pastores en búsqueda de las señales. Encontraran todo como les había anunciado el ángel.
Pero la noche se había revestido de resplandores; la gloria del Señor se estaba manifestando; legiones de ángeles entonaron un cántico a la gloria del Señor; los cánticos de los ángeles retumbaban entre las colinas y los campos de Belén, aunque solo los pobres y los sencillos podrían escucharlos, porque Dios solo se revela a los que son pequeños, humildes y sencillos.
Hoy ha brillado una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor, repetimos una y otra vez en las diversas antífonas de la liturgia de esta fiesta. Ha nacido Dios hecho hombre; la luz de Dios nos envuelve para siempre. Y llenos de la luz de Dios nos llenamos de alegría; todo son cánticos y fiesta en este día.
Pero no perdamos el sentido de esa alegría, de esos cánticos, de esa fiesta. No es una fiesta cualquiera; no es simplemente que nos reunamos para comer juntos y todos tengamos parabienes los unos para con los otros. Es bueno que nos deseemos felicidad los unos a los otros, que nos reunamos y hasta que intercambiemos regalos. Pero no olvidemos cual es el gran regalo que hoy estamos festejando, el regalo que nos hace Dios cuando nos da a su Hijo que se hace hombre para ser nuestra luz y nuestra vida.
Jesús es nuestra salvación y nuestra esperanza. Es quien nos arranca de la esclavitud del mal y del pecado para que vivamos una vida nueva en que hagamos posible que en verdad nos hagamos felices los unos a los otros. No es nuestra alegría, es la alegría de Dios que llega a nosotros y nos hace vivir de una manera nueva y distinta.
No olvidemos el verdadero sentido de la navidad; no quitemos a Jesús de nuestra navidad, de nuestra fiesta y nuestra alegría. Muchos ya no dicen feliz navidad, porque parece que la palabra que hace referencia al nacimiento de Jesús les molestara o les hiciera daño y solo dicen felices fiestas. Nosotros tenemos que decir que es la navidad, el nacimiento de Jesús, verdadero Dios que se ha hecho hombre, lo que nos hace verdaderamente felices.
Y esto tenemos que decirlo, proclamarlo, porque es proclamar nuestra fe y nuestra esperanza. Esto es proclamar que nosotros creemos de verdad que en Jesús encuentra el hombre, encuentra el mundo la salvación.
Celebramos al que nació para salvarnos, para llenarnos de vida, para hacernos de verdad felices; celebramos al que nació para liberarnos del mal más profundo que nos esclaviza y nos llena de muerte y para eso quiere darnos nueva vida, quiere enseñarnos como hemos de vivir para que todos seamos verdaderamente libres y felices; celebramos al que nació para hablarnos del Padre, para descubrirnos el misterio de Dios, de ese Dios que nos ama, que lo podemos sentir tan cercano junto a nosotros porque es Dios con nosotros, ese Dios que nos ama porque es nuestro Padre y está siempre regalando con su amor y su misericordia; celebramos al que vino a compartir nuestra vida, nuestras lágrimas y nuestros sufrimientos, pero que quiere levantarnos, quiere darle un sentido nuevo a todo lo que vivamos incluso nuestras limitaciones y sufrimientos, quiere vencer todo lo que sea muerte y dolor para hacernos vivir una vida llena de felicidad.
Celebramos al que vino a nosotros porque nos amaba y quiere enseñarnos lo que es el amor verdadero que es algo más que palabras, y para eso le veremos entregarse  en la más profunda y total entrega de amor. ¿Cómo no llenarnos de alegría con la presencia de Jesús en medio nuestro? ¿cómo no hacer fiesta en su nacimiento?

Contagiemos al mundo de esa alegría profunda y verdadera que nosotros encontramos en Jesús. Llenémonos de esa luz de Dios y contagiemos de luz, de la luz de Cristo, a nuestro mundo. Celebremos con verdadero sentido la navidad del Señor. Pero no la celebremos solo un día sino prolonguemos cada día ese gozo de la fe que tenemos en Jesús porque siempre tenemos que ser esos anunciadores de esa Buena Nueva. Que el mundo, que todos lleguen a conocer de verdad que nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor.

Una buena noticia de luz y de alegría: nace Dios

Is. 9, 1-3.5-6; Sal. 95; Tito, 2, 11-14; Lc. 2, 1-14
‘Oh Dios que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera…’ Así comenzaba la oración de la liturgia de esta noche santa. Todo brilla lleno del esplendor de la luz de Cristo. En medio de la oscuridad de la noche, que nos habla de muchas oscuridades, el ángel del Señor se presentó a unos pastores que estaban en los alrededores de Belén guardando sus rebaños para anunciarles una Buena Nueva ‘y la gloria del Señor los envolvió con su claridad’.
‘No temáis, les dice anunciando la paz, os traigo una buena noticia - es un evangelio lo que anuncia -, una gran alegría para todo el pueblo, - siempre el evangelio es una buena noticia que llena de alegría y si no fuera así no sería verdadero evangelio -  hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador: en Mesías, el Señor…’
La noche de Belén se transformó; las tinieblas se disipan, los sufrimientos y las penas se mitigan, las tristezas se transforman en alegría, porque las promesas se cumplen. Por eso con todo sentido podíamos escuchar al profeta para recordar sus anuncios. ‘El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande… una luz les brilló…’ todos se llenan de alegría como los segadores se gozan al recoger sus cosechas, les dice el profeta. ‘Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado’.
Es la alegría grande que nosotros en esta noche también vivimos. Todo es fiesta y alegría en esta noche santa en que celebramos el nacimiento del Señor. Nos sentimos iluminados, arrancados de las tinieblas, nos ha llegado el Salvador, Dios está con nosotros porque tenemos al hijo nacido de la virgen, tenemos al Emmanuel anunciado por los profetas. Pero tiene que ser una alegría que vivamos desde lo más hondo de nosotros mismos porque nos sentimos de verdad iluminados y arrancados de las tinieblas. Por fuera manifestaremos también esa alegría con nuestros cantos y nuestras mutuas felicitaciones, pero tiene que ser algo que sintamos en lo más hondo de nosotros mismos.
Somos conscientes de cuantas tinieblas envuelven nuestra vida y nuestro mundo. Cuántas tristezas y oscuridades, cuánto sufrimiento y cuantas soledades nos envuelven. Contemplamos excesivas violencias y egoísmos en nuestro entorno; sentimos el dolor de tanta gente se encuentra como desorientada y sin rumbo en la vida porque no tiene fe ni esperanza; nos desgarra el alma la mentira y la falsedad en que se hunden tantos llenando de vanidad y de hipocresía la vida; nos hacen saltar lagrimas del alma la insolidaridad de tantos, o el desencanto y desilusión que viven los que no tienen esperanza y llenan su vida de pesimismo y de depresiones; tantas tinieblas de dudas y de increencia, de desconfianza de todo y de todos, tinieblas de orgullos, envidias y lujuria con las que dejan envolver su vida. Son muchas las tinieblas y las oscuridades que también nos pueden tentar a nosotros.
Pero esta noche es una noche de esperanza, de luz, de vida, de amor. Sabemos que esas tinieblas pueden ser vencidas.  Ha nacido la luz, ha nacido Cristo, luz verdadera que viene a iluminar nuestro mundo; y aunque las tinieblas se resisten y no quieren aceptar esa luz, nosotros tenemos un mensaje que trasmitir, una luz con la que iluminar, porque nosotros queremos dejarnos iluminar esa luz llenando nuestra vida de paz, de amor, de vida y con ella queremos contagiar a los demás.
Los ángeles anunciaron a los pastores que estaban en las oscuridades de la noche en los campos de Belén para que fueran al encuentro de la luz, porque en la ciudad de David les había nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Ellos se dejaron envolver por aquella claridad y buscaron la luz verdadera y llegaron hasta Belén, llegaron hasta Jesús llenos de esperanza y de alegría.
A nosotros se nos ha hecho también ese anuncio de Luz en esta noche, pero nosotros ahora tenemos que ser como aquellos ángeles que resplandecientes de la luz de Dios llevemos ese anuncio a nuestro mundo. Las tinieblas no tienen la última palabra aunque se resistan a la luz. Ese mundo tan lleno de tinieblas se puede transformar. Hay una esperanza, es posible el amor, es posible la paz, es posible salirnos de nosotros mismos para vivir un nuevo sentido de solidaridad; es posible despojarnos de todas esas tinieblas; es posible transformar nuestro mundo.
Para eso ha nacido Jesús. Es la salvación que nos trae. Es la salvación que nosotros hemos de vivir dejándonos iluminar por su luz. Es la Buen Noticia que nosotros también tenemos que anunciar  a nuestro mundo.  Es navidad. Es el tiempo nuevo del amor y de la paz. Pero tiempo del amor, de la paz, de la fraternidad, de la solidaridad, de la justicia, de la verdad, pero no de un día sino para siempre que para eso ha venido Jesús.
‘Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres,  enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos’, enseñándonos a renunciar a las tinieblas para vivir para siempre en la luz. Es lo que esta noche celebramos. Es lo que esta noche queremos vivir. No lo celebramos como algo pasado, sino como algo presente y vivo ahora en nuestra vida. Celebramos el nacimiento de Jesús sintiendo que Dios llega ahora a nuestra vida y nos pone en camino de luz, en camino de vida nueva, en camino de amor. Lo celebramos porque lo vivimos. Lo celebramos porque también nos sentimos capacitados para hacer ese anuncio.
Los ángeles fueron los primeros portadores del evangelio del nacimiento de Jesús. Ahora somos nosotros los portadores de ese Evangelio, de esa Buena Noticia que nuestro mundo necesita escuchar. Tienen que desaparecer las desesperanzas y las tinieblas que oprimen tantos corazones porque hay un camino que podemos recorrer, un camino de una vida nueva con el que podemos en verdad transformar nuestro mundo. El nacimiento de Jesús que estamos celebrando nos pone en camino de ello.

Que sea en verdad feliz navidad porque nos llenemos todos de su luz.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Vayamos con alegría y esperanza al encuentro de Jesús nuestro Salvador

Is. 7,10.14; Sal. 23; Rom. 1, 1-7; Mt. 1, 18-24
Cuando se atisba ya en el horizonte el resplandor de un nuevo amanecer en la cercanía de la Navidad aparecen en el evangelio las figuras de José y de María que nos ayudan a caminar al encuentro de esa luz, de esa paz y de esa alegría en el nacimiento del Señor.
Somos conscientes de que muchos resplandores superficiales pueden encandilarnos y confundirnos y también las oscuridades de la vida y de los problemas pueden hacer que nos parezca más negro nuestro futuro que algunas veces se nos presenta tan incierto por los problemas y las crisis que nos envuelven en la vida de cada día; pero tenemos cierta una esperanza con la que queremos caminar, una fe grande que queremos proclamar y un nuevo sentido de vida que desde Jesús sabemos que podemos dar a cuanto nos sucede.
Nada nos puede hacer perder la alegría de esa esperanza, nada nos tiene que perturbar para quitarnos la paz cuando ponemos toda nuestra confianza en el Señor. Es por ahí por  donde hemos de caminar hacia la navidad para no quedarnos en superficialidades que son el canto de un día pero que no nos dan verdadera profundidad y sentido a nuestra vida. Con Jesús podemos alcanzar una paz permanente y una alegría profunda porque en El queremos poner toda nuestra esperanza y nuestra confianza. Cuando nos disponemos a celebrar la Navidad es que queremos proclamar con toda nuestra vida que Jesús en verdad es nuestra Salvación. Esa confesión de fe tiene que estar llena de profundidad para no quedarnos en cosas externas y superficiales que no son la verdadera navidad.
Fijémonos en lo que vemos en la Palabra de Dios hoy. Hay un contraste fuerte entre la figura de Acaz que nos aparece en la primera lectura y José en el Evangelio. Históricamente el momento que nos refleja la primera lectura era un momento difícil para el pueblo de Israel y el Señor por el profeta quiere anunciar al rey cómo puede obtener la paz; pero Acaz, aunque es un hombre religioso, ha puesto su confianza no en Dios sino en las alianzas que pueda hacer entre los hombres con sus ejércitos e intereses políticos. El profeta le ofrece una señal que Acaz no termina de aceptar, pero allí queda la señal que luego para nosotros va a tener un profundo sentido mesiánico: ‘Una virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá  por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros’.
Por su parte José pasa también por un momento de crisis y de dudas. ‘María estaba desposada con José  y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo’. A José le cuesta entender, pero hemos de reconocer que, además de ser un hombre de una fe grande que pone toda su confianza en Dios, era un hombre totalmente enamorado; está  por medio el amor y no quiere hacer daño, por eso no quiere dar publicidad sino que quede todo en el secreto; quiere quedarse en segundo plano, pero Dios tiene otros planes para él.
Sabe José hacer silencio en su corazón para escuchar a Dios. Cómo tenemos que aprender a hacerlo porque algunas veces nos vemos aturdidos o por los problemas que nos van apareciendo en la vida con toda su gravedad y otras veces son ruidos superficiales los que nos ensordecen y no nos permiten percibir la voz de Dios. Cuántas cosas que nos pueden distraer. Es una imagen de ese silencio interior lo que se nos dice que en sueños se le apareció el ángel del Señor. No es una ilusión ensoñadora, sino un silencio del corazón que se abre a Dios.
‘No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por  nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de los pecados’, le dice el ángel. Allí se le está revelando el misterio de Dios. El hijo que María lleva en sus entrañas es el Emmanuel, Dios con nosotros, como ya había anunciado el profeta y habíamos escuchado nosotros en la primera lectura de Isaías; se llamará Jesús porque es nuestra luz y nuestra Salvación. Y José dijo sí - ‘hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer’ - y entró en el plan de Dios. Entendió su misión, la misión que Dios le confiaba realizando su oficio de padre; el poner el nombre eso quiere expresar. 
Cuánto nos enseña para nuestra vida de cada día. Nos vemos envueltos en dudas y problemas que muchas veces nos afectan profundamente. Cada uno tenemos nuestros problemas y en cada corazón van surgiendo muchas veces muchos interrogantes ante situaciones que no vemos claras. Cuantos sufrimientos vemos también a nuestro alrededor en personas que vemos caminar agobiados por los problemas y parece que no tienen esperanza. Cuantos también se encierran en sí mismos porque quizá las situaciones por las que pasan les hacen verlo todo negro.
A algunas personas no les gusta oír hablar, por ejemplo, de Navidad, quizá agobiados por esos problemas o quizá porque se han creado una falsa ilusión e imagen de lo que es la navidad y cuando pasan por estrecheces o quizá se ven solos porque les faltan sus familiares más allegados con quienes en otra ocasión celebraron la navidad, ahora nos dicen que la navidad se acabó para ellos y no hay quien los saque de sus negruras y desesperanzas. ¿No pudiera suceder mucho de todo esto porque quizá hemos perdido la fe en lo que es la verdadera navidad? ¿No será  que quizá queremos hacer una navidad sin Jesús, por muchos belenes que hagamos y muchas figuritas que tengamos del niño Jesús?
Tenemos que descubrir su verdadero sentido para que podamos celebrar la navidad de forma auténtica. Y el verdadero sentido está en lo que le dice el ángel a José. Ese niño que va a nacer, ¿quién es? ‘Le pondrás  por nombre Jesús’, le decía el ángel a José, ‘porque el salvará a su pueblo de sus pecados’. Ese niño cuyo nacimiento vamos a celebrar es Jesús que es nuestro Salvador; es Jesús que es el Emmanuel, que es Dios con nosotros; es Jesús, el Hijo del Altísimo, el Hijo de Dios, que nos viene a manifestar, y de qué manera, el amor infinito de Dios por el hombre al que le ofrece su salvación.
Ahí en medio de esos problemas u oscuridades en que podamos vivir, envueltos en ese mal que atenaza nuestro mundo, nosotros vamos a celebrar que Jesús es nuestro Salvador, es la auténtica Luz que nos ilumina y da sentido a toda nuestra vida y a nuestro mundo. Tenemos que estar convencidos de esto para que podamos hacer una auténtica y verdadera navidad. Es el anuncio que nosotros, los creyentes, también tenemos que hacer a nuestro mundo, porque el mundo, todos los hombres necesitamos esa luz y esa salvación. ¿Será eso lo que en verdad celebramos y vivimos en la forma como solemos hacer navidad? ¿Esperamos y deseamos la salvación que Jesús viene a ofrecernos?
Tenemos que aprender de José y de María a quienes hoy contemplamos en el Evangelio; cómo se abrieron a Dios, hicieron silencio en su corazón para poder escuchar la voz de Dios. Necesitamos en medio de toda la barahúnda de ruidos que nos aturden estos días en que el mundo nos anuncia a su manera la navidad - cuánto consumismo, cuanta superficialidad en tantas cosas - detenernos un poco para escuchar a Dios, para prepararnos de verdad para recibir a Jesús como la verdadera esperanza de salvación para nosotros y para nuestro mundo.
Dejémonos iluminar por la Palabra del Señor. Lo necesitamos y lo necesita nuestro mundo. Es también el testimonio que nosotros los creyentes hemos de dar al mundo, el anuncio que tenemos que hacer. Vivamos esa cercanía de Dios que viene a nosotros en esa situación concreta, con nuestras oscuridades y problemas, con nuestros sufrimientos y nuestros deseos de un mundo mejor, y acojamos la salvación que el Señor nos ofrece. Preparémonos para una auténtica navidad.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Demos señales de que viene el Señor nuestro único Salvador y la alegría de nuestra vida

Is. 35, 1-6.10; Sal. 145; Sant. 5, 7-10; Mt. 11, 2-11
¿Quiénes son los que más se alegran al recibir una buena noticia? Pues aquellos para quienes esa buena noticia significa un anuncio de algo bueno para sus vidas; el preso que está en la cárcel y al que se le anuncia la libertad se alegrará mucho más que el que está libre y quizá esa noticia ni le signifique nada para su vida; el enfermo que siente que tiene una enfermedad irremediable pero lo anuncian que se puede curar, que pronto va a recobrar la salud en esa esperanza de una pronta salud se llenará su corazón de alegría; el pobre al que se le anuncia que se le acaban todos sus males y la escasez de medios para su vida se llenará de honda alegría con esa noticia.
Hablamos nosotros desde nuestra fe en Jesús de Evangelio, de Buena Noticia, pero, ¿viviremos en una alegría así? ¡Qué triste sería que tanto hablar de Evangelio, pero ya no sea Buena Noticia para nosotros que nos llene de alegría! Y esa da muchas veces la impresión viendo nuestra vida, viendo la vida de la mayoría de los cristianos que decimos que tenemos fe en Jesús pero en quienes no brilla precisamente esa alegría de la fe. Tendría que hacernos pensar.
‘Juan estaba en la cárcel’, nos dice el evangelista, y le llegan noticias de Jesús, de las obras que hacía. El había anunciado su venida - era la voz que clamaba en el desierto para preparar los caminos del Señor - y había querido preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor, lleno como estaba del Espíritu divino que lo hacía profeta y más que profeta, como nos dirá hoy Jesús de él. Pero quizá había insistido en algunas cosas desde su espíritu del Antiguo Testamento y ahora lo que escuchaba de Jesús podría quizá parecerle un tanto extraño. Envía a sus discípulos a preguntarle a Jesús. ‘¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?’
¿Cuál es la respuesta de Jesús? ¿Qué es lo que Jesús hace? Dar cumplimiento a lo que habían anunciado los profetas y que tenía que ser motivo de una alegría grande. ‘A los pobres se les anuncia una Buena Noticia’. A aquellos, como decía el profeta, de manos débiles y de rodillas vacilantes, a aquellos que se sienten acobardados por tantos problemas como tienen en la vida y que parece que andan como ciegos sin saber qué hacer o hacia donde dirigirse, a aquellos que andan desorientados porque quizá no pueden escuchar una palabra que les oriente o que les levante el ánimo, se les anuncia una salvación, verán la gloria del Señor, viene para ellos el Señor con su salvación.
El profeta había anunciado: ‘Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decir a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis, mirad a vuestro Dios que viene en persona, resarcirá y os salvará; por eso se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará… alegría perpetua, gozo y alegría… pena y aflicción se alejarán’.
Se está realizando en Jesús. El lo había anunciado recordando al profeta Isaías en la Sinagoga de Nazaret, que a los pobres se les anunciaría una Buena Noticia. Pero también había dicho en el monte de las bienaventuranzas que serian felices los pobres, los que sufrían y lloraban, los que tenían una inquietud en su corazón de bien y de justicia que era como hambre y sed profunda, los que iban a padecer por su nombre… porque todo iba a cambiar, porque llegaba el Reino de Dios y El sería el único Señor de nuestra vida.
Por eso ahora ante la pregunta que le hacía Juan a través de sus enviados les había respondido: Decid a Juan que sí, que en mi se está cumpliendo lo que anunciaron los profetas, que vengo a traer una Buena Noticia de alegría para todos, ‘id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio’; decidle a Juan que todos se llenan de alegría como si surgiera una nueva primavera,  porque ‘el desierto y el yermo se regocijarán’ como si se llenaran de flores para hacer un hermoso jardín; ‘se alegrarán el páramo y la estepa, florecerán como olorosa flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría; tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión’.
Es la Buena Noticia, el Evangelio de Jesús. Es la Buena Noticia, el Evangelio que es Jesús. No son cosas que se hacen sino que es Jesús que viene y El es esa Buena Noticia para nosotros porque con El presente en nuestra vida todo se tiene que transformar. Nos sentimos con Jesús divinizados, nuestra vida es distinta ya para siempre; con Jesús recuperamos nuestra dignidad y nuestra grandeza; con la presencia de Jesús sentimos que nos levantamos para caminar con una nueva dignidad; con Jesús a nuestro lado hay una nueva esperanza en nuestra vida y comienza a rebrotar una alegría nueva en nuestro corazón.
Viene el Señor, viene en persona con su salvación para arrancarnos de nuestras tristezas y cobardías y llenarnos de una nueva alegría,  para caldear nuestro corazón con un nuevo estilo de amor donde todos comenzaremos a amarnos de verdad; viene el Señor con su salvación y, sí, comenzamos a amarnos más y a sentirnos más solidarios los unos con los otros; viene el Señor y aprenderemos a acercarnos de una manera nueva a los que sufren a nuestro lado tendiendo con amor nuestra mano o poniendo nuestro hombro para que sirva de apoyo a los que se sienten débiles; viene el Señor con su salvación y sabremos trasmitir paz y fortaleza a los corazones desgarrados y que se sienten acobardados quizá por tantos sufrimientos; viene el Señor con su salvación y en verdad tenemos que comenzar a hacer un mundo nuevo.
Y es que la pregunta que le vinieron a hacer a Jesús de parte de Juan, puede transformarse en pregunta que el mundo nos pueda estar haciendo a nosotros  los cristianos. ¿En verdad creéis que Jesús es la verdadera luz y salvación para nuestro mundo? ¿Tenemos los cristianos algo que decir a nuestro mundo en el nombre de Jesús? Nuestra respuesta no puede ser de otra manera que de la forma que la dio Jesús. Mirad, ved, comunicad lo que estáis viendo en la vida de los cristianos. ¿Se verán esas señales en nosotros de que en verdad creemos en Jesús como nuestro Salvador?
En la medida en que vayamos haciendo esas obras de Jesús estaremos dando verdadera respuesta. Son las obras de nuestro amor, de nuestra solidaridad, de nuestra cercanía al que sufre, de nuestra verdadera comunión con todos las que tienen que hablar por nosotros. Es esa sonrisa e ilusión que vayamos sembrando en tantos corazones desgarrados, es esa paz que tratamos de trasmitir con nuestra propia paz y que queremos construir frente a un mundo de violencia la que tiene que hablar.
Son las señales que en tantas cosas cada uno de nosotros tiene que dar. Son las señales que está dando la Iglesia en tantas obras que realiza, en tanta solidaridad que despierta, en tanta paz que quiere ir construyendo en nuestro mundo. Tenemos que reconocer la obra de la Iglesia en tantas obras de misericordia que a través de tantos atendiendo a los pobres, a los enfermos, a los ancianos, a los que están más abandonados y marginados de nuestro mundo que se siguen realizando.
¿Quiénes son los que se quedan hasta el final tras esas  grandes catástrofes que se suceden a lo largo y ancho de nuestro mundo? Allí veremos a los misioneros, a los religiosos y religiosas, a los voluntarios cristianos comprometidos que se quedan cuando ya nadie se acuerda de aquellas calamidades. Tenemos que recocerlo; tenemos que hacer que se sepa para que se vean los signos de Jesús que se siguen realizando en nuestro mundo, y el mundo pueda creer.

Es  la Buena Noticia del Evangelio que tenemos que anunciar, que nos llena de alegría y que quiere llenar de alegría nueva y de esperanza a nuestro mundo. Viene el Señor, que es nuestro Salvador, el verdadero Salvador de nuestra vida y de nuestro mundo.

viernes, 6 de diciembre de 2013

de la mano de la Inmaculada sentiremos que Dios está con nosotros

De mano de María Inmaculada sentiremos que Dios está con nosotros

Gén. 3, 9-15.20; Sal. 97; Rm. 15, 4-9; Lc. 1, 26-38
 En medio de nuestro camino del Adviento nos aparece hoy la figura de María. Volveremos a encontrarnos con ella en el cuarto domingo de Adviento, pero en este segundo domingo al coincidir con la fiesta de la Inmaculada se nos ha permitido centrarnos también en María nuestra  celebración.
María es ese faro de esperanza que nos ilumina y que nos orienta para que vayamos hasta Jesús. Ella es la madre que hizo posible el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre porque en sus entrañas se encarnó pero es también la madre que nos enseña a creer y a confiar, a poner nuestra esperanza en Dios y a dejar entrar a Dios en nuestra vida, como ella lo hizo, para dejarnos conducir por sus caminos. Como madre de Dios y madre nuestra nos enseña donde está Dios y cómo hemos de abrir nuestro corazón a Dios para que lo llene de su gracia y de su santidad.
‘¿Dónde estás?’ es la llamada Dios al hombre buscándole allá en aquel jardin del paraíso terrenal donde lo había colocado. El hombre se había escondido con temor al ver la desnudez de su vida a causa del pecado. ‘¿Dónde estás?’ es una búsqueda de amor más que un reproche como siempre hace un padre en la búsqueda de su hijo al que siempre amará aunque se haya apartado de él. El hombre no quiso escuchar la voz de Dios sino la voz del tentador que le ofrecía ser como Dios. En el diálogo que sigue aparecerá palpable la insolidaridad que se apodera fácil del corazón del hombre donde, aunque se sienta la culpa, sin embargo siempre se tratará de echar la culpa al otro. Es el mal, el vacío del desamor que se apodera del corazón del hombre y nos conducirá por caminos de mentira y de muerte.
‘¿Dónde estás?’ es la búsqueda continua de Dios a través de toda la historia de la salvación porque es el Señor el que siempre vendrá al encuentro del hombre por eso en este texto del Génesis - que llamamos por eso Protoevangelio - terminaremos escuchando un anuncio de salvación. Dios no abandona a la humanidad  a su suerte; Dios le ofrece salvación y liberación. Porque Dios querrá siempre la vida para el hombre y en su amor nos ofrecerá a su propio Hijo para que derrote ese mal y llene ese vacío del corazón del hombre con un nuevo sentido del amor. En Jesús comenzará una nueva era para la humanidad.
En contraste en el Evangelio la pregunta no es ‘¿dónde estás?’ sino más bien será la afirmación del ángel diciendole a María que en ella está Dios. ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo… has encontrado gracia ante Dios’. María es la mujer que sí supo escuchar la voz de Dios abriendo su corazón al Misterio aunque en principio en su humildad se sintiera sobrecogida por el anuncio del ángel. ‘María se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel’, que dice el evangelista. Aunque era grande lo que se le anunciaba y podría parecer que trastocara todos sus planes humanos allí ella estaba dispuesta a dejarse conducir por Dios, a dejarse hacer por Dios. Sus preguntas son totalmente humanas porque en ellas se trasluce su humildad pero también la búsqueda de la mejor forma de cumplir la voluntad de Dios para su vida.
Y Dios se complace en María, y el Poderoso hará obras grandes en ella, y por María, porque hizo posible la Encarnación de Dios en sus entrañas, llegará para siempre, por todas las generaciones, la misericordia de Dios para con el hombre. ‘Has encontrado gracia ante Dios’, le dice el ángel. ¿Cómo no la vamos a ver toda pura e inmaculada, como hoy la proclamamos  en esta fiesta si así estaba ella llena de Dios, inundada por el Espiritu Santo? ‘El Espiritu Santo vendrá sobre ti y la fueza del Altísimo te cubrirá con su sombra’, le anuncia el ángel del Señor.
Dios le pregunta al hombre ¿dónde estás?, pero al mismo tiempo nos está diciendo dónde y cómo le podemos encontrar a El. Ahí tenemos un camino, hacer como María, la mujer humilde pero con disponibilidad total que abre su corazón a Dios. Porque esa apertura del corazón de María a Dios hará posible un maravilloso misterio de amor de Dios para con nosotros.
En las entrañas de María se encarnará para hacerse hombre, pero es que ya para siempre Dios será el Emmanuel, el Dios con nosotros; ‘concebirás y darás a luz un  hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará el Hijo del Altisimo… por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. Y en Jesús, el Hijo de María que es el Hijo de Dios, ya tenemos para siempre la puerta de Dios abierta para nosotros, para encontrarnos con Dios, para ir a Dios, para mejor escuchar a Dios, para llegar a vivir a Dios, porque así Dios querrá habitar en nosotros. ‘Mi Padre y yo vendremos a El y haremos morada en él’, que nos dirá luego Jesús en el evangelio.
‘¿Dónde estás?’, era la pregunta de Dios buscando al hombre y ¿dónde estamos? puede ser la pregunta que nos hagamos nosotros. Si por una parte está esa búsqueda de Dios al hombre, tiene que estar también por nuestra parte nuestra apertura ante el misterio de Dios que se nos revela, que se nos manifiesta. 
María nos está enseñando a abrir nuestro corazón a Dios. En su humildad, en su disponibilidad, en la generosidad de la que ella había llenado su corazón nos está enseñando esas actitudes fundamentales que nosotros hemos de tener. ¿Dónde estamos, cuál es el camino que nosotros estamos haciendo para abrirnos al misterio de Dios, para acoger a Dios que viene a nuestra vida? Es lo que tenemos que pensar, es lo que tenemos que humildemente plantearnos.
María al final reconocería que Dios la hizo grande, que Dios realizó en ella cosas grandes, pero siempre se llamó a sí misma la humilde esclava del Señor dispuesta a que ella se cumpliera su Palabra, lo que era su voluntad. La actitud de la soberbia y del orgullo, como la de Adán que quería ser como Dios, es algo que tenemos que hacer desaparecer de nuestro corazón porque siempre hemos de saber reconocer que Dios es nuestro único Señor.
Tenemos que liberarnos de todo aquello que nos impide vivir del todo abiertos a Dios; arrancar apegos que nos hacen tener vacío el corazón y sueños de grandeza que tantas veces nos hacen insolidarios con los demás y llenos de mentira e hipocresía, como se manifestó ya al principio en la misma ruptura entre Adán y Eva que no reconocían su culpa y mutuamente se acusaban.
Ya expresábamos al principio que en este camino de Adviento María es un faro de esperanza que ilumina nuestra vida y nos señala trayectorias que nos lleven a Dios. Contemplar a María Inmaculada en esta fiesta que celebramos en medio del Adviento nos ayuda mucho en ese camino de preparación para la venida y la llegada del Señor a nuestra vida que celebramos en Navidad. María nos está enseñando a estar atentos al misterio de Dios, a su Palabra y a su presencia; con su pureza y su santidad es también un espejo donde mirarnos para aprender a ir reflejando en nosotros todas sus virtudes, toda su santidad,  toda la apertura de su corazón a Dios.

Caminemos de mano de María y también sentiremos que Dios está con nosotros.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Porque viene, se le espera, El nos tiene anunciada su venida

Is. 2, 1-5; Sal. 121; Rm. 13, 11-14; Mt. 24, 37-44
Llega el tiempo del Adviento y van surgiendo, como rebotando, una serie de palabras con las que queremos expresar lo que son los sentimientos que brotan en nosotros ante la llegada del Adviento o que nos señalan una serie de actitudes que consideramos importante vivir en este tiempo.  
Hablamos de adviento y hablamos de la venida del Señor; hablamos de adviento y enseguida surgen el pensamiento de la esperanza o de la vigilancia, como  nos recuerda la noche con sus sueños y tinieblas de la que hay que despertar parece que se  nos abriera un camino que nos condujera a la luz; va sintiéndose como aparecen unos sentimientos de alegría por algo que está por llegar y nos sentimos en la necesidad de preparar algo o de prepararnos nosotros ante un acontecimiento grande que se acerca a nuestra vida y de alguna manera va a influir en nosotros, en nuestros sentimientos o en nuestras actitudes.
Pero ¿qué es el Adviento?, nos seguimos preguntando en el fondo; ¿qué es lo que tenemos que hacer o preparar?, parece que son preguntas que se nos hacen o nos hacemos a nosotros mismos.
La palabra en si misma, Adviento, sí que nos está hablando de una venida y de una venida para la que hemos de estar preparados. En sentido cristiano estamos hablando de la venida del Señor, porque por una parte nos disponemos a celebrar su primera venida en la carne cuando se hizo Enmanuel para ser Dios con nosotros que nos traía la salvación; pero nos sigue hablando de una venida del Señor que ya no es solo celebración y memorial de algo pasado, sino que nos hace pensar en el futuro y en su segunda venida al final de los tiempos.
Pero media el tiempo presente en el que también hemos de saber descubrir una venida, la venida del Señor que llega a nuestra vida y para lo que hemos de estar atentos para no perdernos su presencia y su gracia salvadora en el  hoy de nuestra vida. La liturgia con que celebramos nuestra fe está empapada de estos tres aspectos, llamémoslos así, de su venida.
Porque viene, se le espera, pero además El nos tiene anunciada su venida. Es por eso por lo que realmente, sí, llamamos a este momento tiempo de esperanza. Esperamos al Señor como lo anunciaban y esperaban los profetas del Antiguo Testamento y como lo esperaba el pueblo creyente de Israel deseosos de la llegada de su Mesías; esperamos la venida del Señor porque nos prometió una venida con gran poder y gloria al final de los tiempos donde el Hijo del Hombre llegará como juez que nos juzgue en el último día; esperamos la venida del Señor cada día y en cada momento porque El nos prometió su presencia para siempre con nosotros hasta el final de los tiempos y muchas veces se nos nublan los ojos del alma y no sabemos descubrir su presencia ni llenarnos de su gracia salvadora.
Pero nuestra esperanza no es una esperanza pasiva; es una esperanza que nos hace estar atentos y vigilantes, como el vigía o el centinela que espera la llegada del amanecer de un nuevo día pero durante la noche está vigilante para que en medio de aquellas tinieblas no haya ninguna sorpresa que nos pudiera poner en peligro.
Pero la esperanza verdadera nunca se vive desde el agobio ni la angustia; la esperanza verdadera no solo nos hace abrir bien los ojos para que no haya ningun peligro que nos dañe, sino para estar muy atento a las señales que van anunciandonos la llegada de lo que esperamos; la esperanza verdadera nos hace vivir con un sentido nuevo todo aquello que nos va pasando en la espera del sumo bien que estamos esperando y deseando; la esperanza verdadera va ya pregustando las mieles de la alegría que un día podrá vivir en plenitud, aunque ahora el camino se haga tortuoso o esté lleno de sufrimientos y dificultades; la verdadera esperanza no nos deja adormecernos en rutinas y desganas, ni nos permite dejarnos sucumbir en medio de los esfuerzos y responsabilidades que cada día hemos de vivir.
La verdadera esperanza nos hace fuertes y maduros, nos da ánimos para la lucha y para la superación en valores y virtudes cada día, nos impulsa al crecimiento de nuestra verdadera personalidad humana pero levanta también nuestro espíritu haciendonos mirar hacia lo alto para poner grandes metas e ideales en la vida. La verdadera esperanza nos hace cada día más humanos y más divinos al mismo tiempo, porque caminando con los pies a ras de tierra en lo que es la vida de cada día, nos hace levantar el espíritu dándole alas de trascendencia a lo que hacemos o por lo que luchamos acercándonos más a Dios.
Sin embargo somos conscientes de que muchas veces nuestra esperanza se nos puede debilitar por muchos motivos y razones. Nos podemos sentir turbados por los agobios que nos producen los problemas que nos envuelven en lo inmediato de cada día o podemos sentir la tentación de tirar la toalla en nuestro camino de superación porque quizá nos sintamos débiles o incapaces; podemos cegarnos en el deseo de las cosas cercanas e inmediatas que deseamos obtener pronto y podemos olvidar la grandeza de aquellas otras cosas por las que merece mantener el esfuerzo y la lucha porque ponen altas metas e ideales en nuestra vida.
Todo esto puede hacer que nos encontremos en medio de un mundo donde muchas veces se ha perdido la esperanza; las crisis y los problemas pueden cegarnos el alma y hacernos olvidar lo que es verdaderamente grande y nos haría grandes; el materialismo que todo lo invade o el deseo del placer fácil nos pueden hacer que nos arrastremos demasiado a ras de tierra dejándonos llevar por la pasión inmediata y se pierda toda ilusión por algo más grande y mejor.
Pero en medio de ese mundo estamos nosotros celebrando el Adviento. Y no olvidamos que viene el Señor y su venida viene a avivar nuestra esperanza haciendola rebrotar con los más hermosos y puros deseos. En medio de ese mundo queremos mantener nuestra esperanza porque sabemos que viene a nuestra vida el que con su salvación va a hacer surgir un mundo nuevo empezando por transformar nuestro corazón.
Aunque sean muchas las cosas que nos quieran adormecer o hacer perder la esperanza nosotros queremos escuchar el grito que nos despierta y nos da fuerza para salir de esas sombras de tinieblas en que el mundo con sus pasiones quiere envolvernos. Sí, queremos estar atentos y vigilantes porque no sabemos a que hora vendrá nuestro Señor. Atentos y vigilantes porque queremos estar bien preparados y pertrechados con las armas de la luz y con el escudo protector de la Palabra de Dios y revestidos con el vestido de la gracia del Señor.
‘Daos cuenta del momento en que vivís, nos decía el apóstol san Pablo; ya es hora de despertarnos del sueño porque nuestra salvación está cerca… conduzcámonos como en pleno día… vestíos del Señor Jesucristo’. Que nada nos confunda ni nos distraiga de un verdadero Adviento. Habrán otras luces que brillarán queriéndonos encandilar y confundir; aunque brillen muchas luces externas sin embargo el mundo sigue envuelto en las tinieblas de la noche y muchas veces rechaza la luz verdadera.
De cuántas cosas nos habla el mundo para decirnos que eso es navidad. Busquemos la verdadera navidad, la que llega a nosotros con la venida del Señor a nuestra vida y nos hará vivir la verdadera salvación del Señor. Que no son comidas ni golosinas, ni regalos superficiales ni encuentros muchos de ellos llenos de falsedad e hipocresía. No nos dejemos engatusar ni confundir. Dejemonos, sí, transformar por la presencia y la gracia del Señor para hacer que nosotros seamos mejores y nuestro mundo sea mejor y esté más lleno de justicia y de paz, para hacer que en verdad todos lleguen a reconocer que Dios es el único Señor de nuestra vida y que el Evangelio de Jesús tendrá que ser el verdadero motor de nuestro mundo para hacer un mundo mejor que realmente sea el Reino de Dios.

‘Estad preparados porque a la hora que menos pensais llega el Hijo del Hombre’. Que no perdamos la perspectiva de la verdadera esperanza en nuestra vida.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Demos gracias a Dios que nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido

2Sam. 5, 1-3; Sal. 121; Col. 1, 12-20; Lc. 23, 35-43
‘Demos gracias a Dios que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. El nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados’.
He querido comenzar la reflexión en esta fiesta de Cristo Rey del Universo que estamos celebrando con estas palabras de acción de gracias del apóstol san Pablo que hemos escuchado en la carta a los Colosenses. Vaya por delante, como solemos decir, y por encima de todo nuestra acción de gracias por el don de la fe, porque podamos confesar que Jesús es el Señor. Pero sí hemos de preguntarnos también por el sentido de esta fiesta y celebración para que podamos llegarla a vivir con toda profundidad.
Lo menos que se lo podría ocurrir a alguien es que fuera a buscar a un rey en un lugar de suplicio y de tormento; tampoco podría parecer que tuviera sentido el buscar el trono de un rey en un cadalso, en este caso, en una cruz. Los reyes los buscaríamos en otra parte y con otros, por así decirlo, ornamentos. Pero es lo que nos presenta hoy la liturgia de la Iglesia para poner ante nuestros ojos a Cristo Rey. Pero bien sabemos que tiene su sentido. Ya le respondería Jesús a Pilatos que su reino no es como los de este mundo; que si fuera como los reinos de este mundo allá estarían sus ejércitos para defenderlo. Sin embargo proclamamos a Jesucristo Rey.
Del Reino nos estuvo hablando siempre. El primer anuncio que nos hacía cuando comenzó por Galilea era invitarnos a la conversión porque llegaba el Reino de Dios. Las palabras algunas veces nos pueden jugar malas pasadas, porque depende de lo que entendamos por las palabras que decimos. Esperaban un Mesias, un Ungido que ese es el significado de la palabra hebrea si la tradujéramos literalmente, y el Ungido era el Rey. Luego el Mesías habría de ponerse al frente de su pueblo como rey, pero ¿de qué manera? ¿a la manera de los reyes de este mundo?
Cuando los discípulos andan allá poco menos que peleandose los unos con los otros por ver quien era el que había de ser principal, de ocupar el primer puesto, ya les dice Jesús que ellos no pueden actuar a la manera de los poderosos de este mundo. ‘El que quiera ser primero entre vosotros que sea vuestro servidor, que se haga el último y el servidor de todos’, les diría.
¿Cómo aceptaría Jesús que la gente lo considerara a El como rey? Ya recordamos que tras la multiplicación de los panes cuando comenzaron a pensar en proclamarlo rey, se escondió en la montaña porque no era eso lo que El buscaba ni era así su misión. Sin embargo hay otro momento en que sí aceptar que lo aclamen de esa manera.
Cuando san Lucas nos narra la entrada de Jesús en Jerusalen unos días antes de la Pascua, pide que le traigan un borrico que los discípulos ‘lo aparejaron con sus mantos y lo ayudaron a montar; y cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habian visto, diciendo: ¡Bendito el que viene como Rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto, Hosanna…’ Y cuando los fariseos le piden que mande callar a la gente en aquellas aclamaciones, les dirá: ‘Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras’.
‘Bendito el que viene como Rey, en nombre del Señor’. Ahora sí acepta Jesús que le aclamen como Rey cuando llega ya la pascua y la que va a ser pascua eterna y definitiva. Llega el momento de la ofrenda de amor, del servicio y la entrega hasta el final, del amor del que ama hasta dar la vida, de la sangre derramada en rescate y sacrificio para arrancarnos del reino de las tinieblas y llevarnos al Reino de la Luz. Ahora se va a proclamar en verdad que Jesús es nuestro Rey. Y no solo porque se ponga en el estandarte de la ejecución la razón de aquella condena ‘éste es el rey de los judíos’, sino porque en verdad Jesús se nos está mostrando como Rey.
Alrededor de la cruz de Jesús vamos a escuchar muchos gritos y muchas burlas. ‘A otros a salvado, que se salve a sí mismo si El es el Ungido de Dios… si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo… ¿no eres tú el Mesias?’ diría uno de los condenados al mismo suplicio, ‘sálvate a ti mismo y a nosotros contigo’.
Pero allá alguien que está en el mismo dolor y en el mismo suplicio está contemplando todo con unos ojos distintos, porque parece que una luz le ha llegado al alma. El dolor y el sufrimiento pueden hacer que nos rebelemos contra todo, pero puede ser también un camino que nos ayude a encontrar un sentido a lo que parece que no tiene sentido, si abrimos al menos una rendija del alma para que entre la luz. Es lo que sucedió con el otro de los condenados. Su grito será por una parte para recriminar al otro condenado al mismo suplicio que allá se rebelaba contra todo entrando en el juego de las burlas o de la desesperación, pero por otra parte será un grito de confianza y de esperanza, porque por esa rendija del alma de su dolor ha entrado la luz de la fe. ‘Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino’. Hermosa profesión de fe; profunda confesión de esperanza.
Es el que hoy está enseñándonos a que proclamemos con todo sentido a Jesucristo como nuestro Rey. Está descubriendo lo que es el verdadero amor y cuando hay paz de verdad en el alma. Por un camino que quizá nos pudiera parecer imposible, por el camino del mismo suplicio y del mismo dolor y sufrimiento aquel hombre se ha abierto a la fe para reconocer en verdad que Jesús es el Señor. Allí, en la misma Cruz, ha encontrado la Buena Noticia del Evangelio y ha entrado en el camino de la vida y de la salvación. ‘Te lo aseguro, hoy mismo estarás en mi reino, estarás conmigo en el paraiso’. Qué hermoso encontrar así la salvación definitiva.
Estamos concluyendo hoy el Año de la fe al que nos convocó Benedicto XVI y que el Papa Francisco nos ha ayudado a concluir. Y de qué mejor manera que concluirlo con una profesión de nuestra fe reconociendo que Jesús es en verdad el Señor, el único Señor de nuestra vida, nuestro Rey. Pero no pueden ser solo palabras que digamos con nuestros labios, aunque con nuestros labios también hemos de proclamarlas bien en alto para que a muchos puede alcanzar ese rayo de luz que les abra a la fe. Hemos de proclamar nuestra fe con toda nuestra vida.
Hemos venido queriendo ahondar más y más en nuestra fe con las reflexiones que la Iglesia nos ha ofrecido a lo largo del año y con la participación de forma viva en las celebraciones de nuestra fe. Pero quizá aun pudiera faltarnos algun otro fogonazo de luz para que nos despierte de forma viva a vivir nuestra fe con mayor intensidad.
Quiero fijarme en ese hermoso testimonio que nos ofrece el que llamamos el buen ladrón, que desde la misma cruz y el mismo dolor supo o pudo encontrar la luz. Quizá pasamos también nosotros por problemas que nos puedan agobiar sobre todo en las circunstancias sociales en que se vive en hoy, o quizá estamos envueltos en dolores y sufrimientos por enfermedades, achaques o debilidades que nos pueden aparecer en la vida; que desde ahí sepamos ponernos a la altura de la cruz de Cristo y le miremos y nos miremos, como lo hizo aquel hombre del evangelio en el calvario.

Ahí también nosotros podemos encontrar esa Buena Nueva del Evangelio que nos lleve a resucitar o reavivar nuestra fe. Sería un hermoso colofón para este año que hemos recorrido. Que desde ahí, en lo que es nuestra vida, sepamos descubrir a Jesús como nuestro único y verdadero salvador. Es el Señor, el Dios de nuestra salvación. Por eso podemos terminar nuestra reflexión con las mismas palabras de san Pablo con que la iniciamos: ‘Demos gracias a Dios que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. El nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados’

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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