Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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viernes, 25 de mayo de 2012


Que el fuego del Espíritu incendie nuestro mundo de su amor

Hechos, 2, 1-11; Sal. 103; 1Cor. 12, 3-7.12-13; Jn. 20, 19-23
Seguían los discípulos reunidos en el Cenáculo. Aquel primer día de la semana cuando la Pascua aún no había llegado para ellos a su plenitud, ‘estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos’. Había llegado Jesús, había soplado sobre ellos para darles su Espíritu. ‘Y ellos se llenaron de alegría al ver a Jesús’.
Ahora Jesús había ascendido al cielo y les había pedido que permanecieran en Jerusalén. ‘No os alejéis de Jerusalén, les había dicho antes de la Ascensión; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre de la que yo os he hablado… dentro de pocos días seréis bautizados con Espíritu Santo’. Allí en el cenáculo se habían quedado y ahora llegaba la plenitud de la Pascua. Era el paso definitivo del Señor, el Espíritu Santo descendía sobre ellos. Las puertas ya no podían quedar cerradas nunca más.
‘Se llenaron de Espíritu Santo’ y ya no había dificultad para que todos pudieran entender la Buena Noticia. Ni puertas cerradas, ni obstáculos de lenguas extranjeras porque todos entendían. ‘Cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua’, exclamaban aquellos que estaban en Jerusalén procecentes de tantos lugares y lenguas distintas.
‘Para llevar a plenitud el misterio pascual enviaste hoy al Espíritu Santo sobre los que habías adoptado como hijos por su participación en Cristo’, proclamaremos hoy en nuestra acción de gracias. Es lo que hoy estamos celebrando, la Pascua del Espíritu. Es también el paso de Dios por nuestra vida. Y llenos del Espíritu participamos ya plenamente del misterio de Cristo; llenos del Espíritu quedamos inundados de vida divina para ser hijos de Dios.
A los discípulos Jesús les había anunciado que en pocos días serían bautizados con Espíritu Santo. En el agua y el Espíritu fuimos nosotros bautizados, como le decía Jesús a Nicodemo, para renacer a una vida nueva, para poder no sólo contemplar y entender sino vivir en plenitud el Reino de Dios; bautizados en el agua y en el Espíritu comenzamos a ser hijos de Dios. En el Sacramento de la Confirmación recibimos ese don del Espíritu en plenitud para ser esos testigos de Cristo y de su evangelio en medio de nuestro mundo.
Inundados del Espíritu ya podemos proclamar para siempre y a los cuatro vientos que Jesús es el Señor. Y cuando llegamos a reconocer que Jesús es el Señor ya nuestro actuar es distinto porque nuevos valores y virtudes comienzan a resplandecer en nuestra vida y porque en Cristo nos sentiremos para siempre liberados de todas las ataduras que nos esclavizan cuando convertimos las cosas o los deseos, las pasiones o las materialidades de la vida en dueños y señores de nuestra vida. Con la fuerza del Espíritu nos sentimos liberados con la libertad de los que nos sabemos hijos de Dios.
Por eso cuando nos sentimos llenos de los dones del Espíritu nuestra vida comienza a florecer con los nuevos y hermosos frutos del amor, de la paz, de la generosidad, de la bondad, de la justicia, de la comprensión, de la misericordia, del respeto, del perdón. Floreciendo los frutos del Espíritu en nuestra vida nos queremos más y nos sentimos más hermanos; floreciendo en nosotros los frutos del Espíritu sentiremos una responsabilidad nueva de cara a nuestra vida y a nuestro mundo y comenzaremos a trabajar con más ahinco por la justicia, por la verdad, por la paz, por hacer un mundo mejor y más justo; floreciendo en nuestro corazón los frutos del Espíritu nos llenaremos de la ternura divina, de la misericordia y de la compasión para saber estar al lado del que sufre, para consolar y limpiar sus lágrimas, para compartir y ayudarle a caminar con nueva dignidad.
Las puertas también se nos abren y ya no habrá barreras que nos impidan acercarnos a los demás con el anuncio de lo que llevamos dentro. La presencia del Espíritu vencerá todas nuestras cobardías y con valentía nos hemos de convertir en misioneros de la Buena Nueva del Evangelio. Allí salió Pedro y los demás apóstoles a la calle para proclamar ante la multitud que expectante se había reunido porque había escuchado unos signos o señales extrañas, que aquel Jesús a quien habían crucificado – hacía poco más de cincuenta días – Dios lo había constituido Mesías y Señor, había resucitado de entre los muertos y era el único nombre en quien podríamos encontrar la salvación.
Aunque nos pudiera parecer un mundo adverso el que nos rodea – ¿no era adverso aquel pueblo que había llevado a Jesús hasta la cruz? – sin embargo también puede estar expectante a nuestro alrededor ante el anuncio que les podamos hacer, o ante las señales que podamos dar con nuestra vida de esa fe que decimos que tenemos en Jesús y en su evangelio. Hemos de tener palabras valientes para hacer ese anuncio de Jesús, de su salvación, de su evangelio, del Dios Padre que nos ama; pero hemos de saber dar señales con nuestra vida de esa fe que profesamos.
Los apóstoles, llenos del Espíritu, eran capaces de hablar a aquel pueblo expectante, aunque las lenguas pudieran parecer extrañas, y todos los entendían. Nosotros podemos hablar con el lenguaje de nuestra vida llena de amor y de compromiso serio por la verdad, la justicia y la paz, y todos podrán entender el mensaje. Muchas veces pudiera parecer que no nos escuchan o no nos entienden porque quizá falten en nuestra vida las obras del amor que confirmen la palabra que tratamos de anunciar.
Ante los problemas y los sufrimientos de nuestros hermanos ya no nos podemos quedar insensibles o indiferentes y con los brazos cruzados; ante la situación difícil que pasa nuestro mundo en sus carencias materiales o en las carencias de valores del espíritu que también son muchas, nosotros tenemos que comprometernos de un modo nuevo porque hemos de saber sembrar esperanza y despertar la ilusión en todos para luchar por hacer un mundo nuevo y mejor que entre todos podemos lograr.
¡Cuánto podemos hacer! ¡Cuánto tenemos que hacer! Cristo en nuestras manos ha puesto el testigo para que no nos desentendamos de nuestro mundo, sino que vayamos a él llevando una buena nueva de salvación. Tenemos que ser esos testigos del mundo nuevo que nosotros llamamos Reino de Dios, el Reino de Dios que Cristo vino a instituir y por el que nosotros hemos de trabajar.
El Espiritu está en nosotros y con nosotros. El Espíritu está de nuestra parte para que tengamos la fuerza y la valentía de dar ese testimonio que el mundo necesita y nos pide. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor. No pongamos resistencia a la acción del Espíritu en nosotros. El Señor quiere derramar sus dones sobre nosotros con la fuerza de su Espíritu y tendrán que comenzar a florecer esos nuevos frutos del Espíritu en nuestra vida.
Ven, Espíritu Santo, le pedimos una vez más, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. El Espíritu del Señor ya ha venido inundando nuestros corazones, que ese fuego del amor incendie nuestro mundo de la vida nueva del Espíritu.

sábado, 19 de mayo de 2012


Ascensión de Jesús camino de nuestra ascensión y compromiso de testimonio

Hechos, 1, 1-11; Sal. 46; Ef. 4, 1-13; Mc. 16, 15-20
‘Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?’ Fue como la recriminación de los ángeles a los apóstoles que se habían quedado plantados, extasiados, sin saber qué hacer o qué decir como cuando surge una despedida repentina y dolorosa de alguien a quien queremos y nos parece que no vamos a ver más.
Aunque nos puedan recriminar en muchas ocasiones de que seguimos mirando mucho al cielo y tendríamos que mirar más a la tierra y a los que están a nuestro lado, sin embargo hoy en nuestra celebración de la fiesta de la Ascención queremos mirar al cielo porque queremos alabar y cantar la gloria del Señor, nos sentimos impulsados a lo alto y a lo grande cuando contemplamos el triunfo y la gloria del Señor, pero de ahí tomamos fuerzas también para el caminar del día a día de nuestra fe y de nuestra vida en esa mirada al suelo, a nuestro mundo donde tenemos que seguir haciendo presente al Señor.
Es una fiesta hermosa la Ascensión del Señor y siempre estuvo como muy enraizada en el pueblo cristiano. Una celebración que se vivía con mucha solemnidad. No es para menos. Es  contemplar cómo Cristo nos abre el camino en esa esperanza del cielo con que vivimos en el deseo de unirnos plenamente al Señor. ‘Ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la ardiente esperanza de seguirlo en su reino… para hacernos compartir su divinidad’, como proclamaremos en el prefacio. Eso nos llena de gozo y es motivo de fiesta grande como siempre ha querido celebrarlo el pueblo cristiano.
Contemplamos a Cristo, el Hijo del Dios eterno que, enviado por el Padre al mundo para nuestra salvación, ahora vuelve al Padre, como El mismo nos repite en el Evangelio. Recordemos, por ejemplo, lo que nos decia el evangelista Juan cuando iba a comenzar la pasión de Jesús. ‘Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo…’ Pasar de este mundo al Padre. En las manos del Padre se había puesto, quien había venido a cumplir la voluntad del Padre, y llega la hora de pasar de este mundo al Padre, la hora de la glorificación. ‘Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre’, como le hemos escuchado estos días en el evangelio. Vuelve al Padre, asciende al cielo, como hoy celebramos, pero no nos deja solos, no nos deja huérfanos.
‘El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse’, le dijeron los ángeles a los apóstoles. Es nuestra esperanza, la esperanza que alienta nuestra vida. ‘Volverá como le habéis visto marcharse’. Y le gritamos con la liturgia ‘¡Ven, Señor Jesús!’; y seguimos caminando por este mundo ‘mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo; y seguimos celebrando el misterio pascual de Cristo ‘mientras esperamos su gloriosa venida y le ofrecemos en nuestra acción de gracias el sacrificio vivo y santo’ de la Eucaristía. Por eso, cuando anunciamos y proclamamos nuestra fe en Cristo muerto y resucitado al mismo tiempo estamos pidiéndole ‘Ven, Señor Jesús!’
Volverá el Señor, viene el Señor; se sigue haciendo presente entre  nosotros aunque de una forma nueva. Volverá el Señor, viene el Señor y hemos recibido una misión. Tenemos que ser sus testigos; tenemos que hacerle presente; tenemos que hacer posible por el testimonio de nuestra vida que así como nosotros por la fe lo vemos y lo sentimos, también el mundo crea y pueda llegar a verle y descubrirle. Es la tarea del creyente, la tarea del cristiano cuando damos testimonio con nuestra vida, cuando nos hacemos verdaderos testigos de Jesús.
Y es que en Jesús, por la fe que tenemos en El, nos hacemos una misma cosa con Cristo, formando en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. Por eso, quien nos vea a nosotros necesita ver a Cristo, tiene que ver a Cristo. Nosotros por el testimonio de nuestra vida, de nuestra fe, de nuestro amor hacemos presente a Cristo para el mundo que nos rodea y que no ha llegado a verlo.
¿Cómo lo tenemos que hacer? ¿de qué forma lo van a descubrir los que nos rodean, los que van a ver nuestra vida? San Pablo nos pedía que viviéramos ‘conforme a la vocación a la que hemos sido convocados’. Y nos decía: ‘sed humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzaos en mantener la unidad del Espiritu con el vínculo de la paz’. Virtudes y valores en los que hemos de resplandecer. Ya Jesús cuando pedía la unidad de todos los que creyeran en El, esa unidad era condición necesaria para que el mundo crea. ‘Que sean uno para que el mundo crea’, pedía Jesús.
Con nuestra humildad y con nuestro amor, con nuestra comprensión y con el querernos de verdad los unos a los otros, con nuestro mutuo respeto, con nuestra generosidad y disponibilidad siempre para el amor, para el servicio, para el perdón, con nuestro compromiso sincero por la paz desterrando todo tipo de violencia y enojo, desterrando resentimientos y envidias, estamos dando señales a los que nos vean de que Dios está con nosotros, de que nuestra fe es auténtica, de que lo que le hablamos de Cristo es una verdad que impregna y llena totalmente nuestra vida dándole verdadero sentido y valor. Todas las otras cosas de ninguna manera ayudarán a que puedan ver a Dios.
El evangelio dice que ‘ellos fueron a pregonar el evangelio por todas partes y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban’. Anunciamos a Jesús, proclamamos su nombre como el único en el que encontramos las salvación. Pero tenemos que manifestar esas señales que confirmen la palabra que anunciamos. Y ya sabemos cuáles son las señales en el amor que nosotros hemos de dar. El Señor estará con nosotros dándonos su gracia, dándonos la fuerza de su Espíritu para que se puedan manifestar esas señales del amor que lo hagan presente. El es nuestra fuerza.
Viene, sigue viniendo el Señor hoy a nuestra vida y a nuestro mundo, pero depende de nosotros que el mundo pueda llegar a descubrirlo. Por eso nos decía Jesús que teníamos que ser testigos; para eso nos deja la fuerza de su Espíritu; así se cumplirá aquello que nos dice de que está siempre con nosotros hasta la consumación del mundo.
La ascensión de Jesús nos hace mirar hacia arriba, porque miramos a la meta, porque queremos sentirnos elevados con Cristo por nuestra unión con El, pero al mismo tiempo nos hace caminar en medio de nuestro mundo haciendo presente a Cristo. Es nuestro compromiso; es la forma de celebrar de forma auténtica la Ascensión del Señor.

viernes, 11 de mayo de 2012


Una cascada de amor que brota del amor del Padre y por Jesús nos introduce en una dinámica de amor

Hechos, 10, 25-26.34-35.44-48; Sal. 97; 1Jn. 4, 7-10; Jn. 15, 9-17
Como se suele decir no se comienza a construir la casa por el tejado. Una expresión que empleamos cuando queremos hacer una cosa pero no lo ponemos los debidos fundamentos o cuando queremos llegar al final sin haber realizado antes todos los presupuestos previos que nos ayuden bien a sacar todas las consencuencias.
Cuando se trata de nuestra vida cristiana tenemos que ir bien fundamentados para poder alcanzar a vivir con profundidad esa nuestra identidad cristiana. Cuando decimos que lo fundamental que hemos de expresar en nuestra vida cristiana es el amor para poder llegar a vivir un amor auténticamente cristiano con todas sus consecuencias tenemos que aprender bien antes, haber experimentado bien en nuestra vida todo lo que es el verdadero amor que Dios nos tiene. Porque no es amar sin más y a cualquier medida, haciendo yo mis distinciones o poniendo mis límites a mi antojo. El amor cristiano tiene una medida que es el amor que Dios nos tiene.
Fijémonos bien en lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio. Todos sacamos la consecuencia desde una primera lectura que el mandamiento que Jesús nos ha dejado es el de amar. Pero, ¿cómo ha de ser ese amor? ¿cuál es la medida de ese amor? Fijémonos en las palabras de Jesús: ‘Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado’. Fijémonos: ‘como yo os he amado’, nos dice.
Pero para llegar Jesús a decirnos esas palabras fijémonos en lo que nos dice antes. Claro que no es sólo cuestión de fijarnos en lo que nos dice, sino en lo que hace, en cómo nos ama. Pero ya que estamos comentando sus palabras que se nos han proclamado hoy en el evangelio, fijémonos en todo lo anterior. En una imagen con la que lo he querido expresar en otro momento, es como una cascada de amor que parte del amor del Padre a su Hijo y del amor que el Hijo de tiene al Padre, pero que luego se desparrama sobre nosotros introduciéndonos en la dinámica de su mismo amor.
‘Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor’, nos dice. Parte del amor del Padre a su Hijo, del amor infinito que dimana de las mismas entrañas de Dios envolviendo todo el misterio de la Trinidad. Si llegamos a ese misterio de unión y comunión entre las tres divinas personas es por el amor. Y Jesús quiere introducirnos a nosotros en esa dinámica de amor; como es el amor de Dios, como es el amor de Jesús, así tiene que ser también nuestro amor. ‘Permaneced en mi amor’, que nos dice. ‘Lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor’. Nos está diciendo cómo permanece en el amor del Padre.
Ahí está el fundamento, la razón de ser de todo lo que es nuestra vida cristiana, lo que ha de ser nuestro amor cristiano. Son los cimientos para no comenzar nuestra vida cristiana por el tejado, como decíamos al principio. En ese mismo sentido nos ha dicho san Juan en su carta que ‘el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero y nos envió a su Hijo único… en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió a su Hijo único al mundo, para que vivamos por medio de El’.
Es por eso por lo que nos dirá Jesús que la medida del amor no es la que nosotros pongamos, sino la que nos pone El. Amar como El nos ama, con ese amor divino. No es fácil. Nos exige mucho. Quizá prefiramos poner las medidas nosotros porque como nos cuesta tanto aceptarnos mutuamente, como tenemos los ojos tan velados que muchas veces no vemos sino sombras, y claro no ponemos a tope nuestro amor a la manera del amor de Dios. Pero es necesario que aprendamos a amar con un amor como el de Jesús. Es el camino de la verdadera vida, del auténtico y verdadero amor, es el camino que nos llevará a conocer a Dios.
Por eso nos dirá san Juan que ‘quien no ama permanece en la muerte’. Nos dirá que ‘conocemos que hemos pasado de la muerte a la vida en que amamos a los hermanos’. Y hoy nos dice que ‘el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios’. Muchas veces hemos dicho que queremos conocer a Dios. Mira por donde podemos llegar a conocerle. Es el camino del amor, es el camino de Jesús. Cuando contemplamos a Jesús y contemplamos su amor, lo hemos dicho muchas veces, estamos contemplando a Dios, estamos conociendo a Dios, porque como nos dice hoy ‘Dios es amor’.
¿Seremos capaces de vivir un amor así? Nos dice que ‘nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos’. Es lo que hizo Jesús por nosotros. Nos llama amigos; nos dice que nos revela todo esto para que su alegría esté en nosotros y nuestra alegría sea completa. Y es que cuando amamos y amamos de verdad al final seremos felices con una felicidad que nadie nos podrá quitar.
¿Cómo podremos alcanzar a vivir un amor así? No es sólo tarea nuestra. Es obra del Espíritu. Es el Espíritu de Sabiduría y el Espíritu del amor. El Espíritu que nos da la sabiduria de aprender a saborear el amor que Dios nos tiene y cuando le cogemos el gusto a ese amor ya no querremos amar sino con un amor así. Y es el Espíritu del amor que inunda nuestra vida, que llena y hace arder nuestro corazón, que nos hace ser así partícipes del amor de Dios para amar con ese mismo amor a los demás.
Y será el Espíritu de fortaleza que nos da su gracia, su fuerza para ser capaces de vivir en ese amor. Fue el Espíritu que guió a Jesús para pasar por el mundo haciendo el bien y el Espíritu que El nos regala, como el más hermoso regalo de Pascua para que aprendamos a amar y perdonar, a compatir con generosidad y a saber aceptarnos mutuamente.
Podríamos seguirnos haciendo más consideraciones que nos impulsen a romper todas esas barreras que ponemos tantas veces entre nosotros que nos impiden querernos de verdad. Pidamos que el Señor nos ilumine y nos de su fuerza.
Decir finalmente que estamos en este domingo celebrando la pascua del enfermo y que hemos de tener muy presente en nuestra celebración. Este año con el lema ‘el poder curativo de la fe’. Y es que desde la fe, contemplando y viviendo el amor de Jesús nuestro sufrimiento tiene un valor y un sentido y se convierte en fuente también de santificación.
En el mensaje de los obispos de la correspondiente comisión episcopal, por ejemplo, se nos dice: ‘'Vivir la enfermedad y la muerte no es fácil humanamente. Vivir la fe en ellas, tampoco. Por eso, hablar del poder saludable y terapéutico de la fe, desde la experiencia de la enfermedad con todo su realismo, es recordar que son muchas las personas que, en la enfermedad y en la cercanía de la muerte, encuentran en su relación confiada con Dios, en la oración, en los sacramentos y en la pertenencia a la comunidad cristiana, alivio, consuelo, paz, sosiego, nuevas fuerzas y nuevas razones para seguir adelante.
Cuando la fe se vive de verdad, sana, cura, salva y se convierte en fuente de salud. Pues la fe ayuda a afrontar la enfermedad con realismo, infunde aliento, coraje y paciencia en la lucha por la curación, o para asumirla con paz con todas sus consecuencias. Desde la fe se encuentra el ánimo para emprender la importante tarea de ir recomponiendo la vida y descubrir las nuevas posibilidades de ser útil, de iluminar y llenar de sentido la existencia.
Apoyados en la fe recuperamos la comunicación con los demás, la confianza en el Padre y una nueva capacidad de seguir amando a Dios y a los hermanos aun en medio del dolor. Esta experiencia de fe que comunica serenidad, paz y esperanza, que consuela en la angustia y fortalece en la inseguridad, ayuda a sobreponerse ante la situación irremediable y a asumirla con entereza, poniendo confiadamente la vida en las manos amorosas del Padre y a confiarle nuestro futuro’.
Que María, la mujer creyente y solidaria, que, por la vía de la adhesión inquebrantable a Dios, caminó hacia una privilegiada plenitud, nos acompañe en el camino de la fe y nos ayude a vivir y permanecer en el amor de Dios.

sábado, 5 de mayo de 2012


Una vid, unos sarmientos, unos frutos… desde nuestra unión con Jesús

Hechos, 9, 26-31; Sal. 21; 1Jn. 3, 18-24; Jn. 15, 1-8
La imagen que nos ofrece el evangelio es bien significativa. Jesús utiliza un lenguaje y unas imágenes que son fáciles de entender para aquel pueblo sencillo que vive entre las faenas del campo en la agricultura o en el cuidado de los animales. Son las imágenes que nos ofrecía el pasado domingo que nos hablaba del pastor y de las ovejas y es la imagen que hoy se nos ofrece: Una vid, unos sarmientos, el necesario cuidado de la vid, unos frutos que todos desean que serán hermosos racimos o rico y virtuoso vino que alegra el corazón del hombre, como se dice incluso en algun salmo.
Jesús nos va ofreciendo pautas de cómo ha de ser nuestra vida cuando queremos seguirle y vivir su vida, la vida cristiana que decimos. Laboriosa y cuidada, bien alimentada en los más generosos abonos y enriquecida y bendecida con la gracia del Señor. Y es que cuando se trata del seguimiento de Jesús es una hermosa tarea la que realizamos, pero nunca solos o aislados, ni con solo nuestras fuerzas.
Nos habla Jesús de unos sarmientos que necesariamente han de estar unidos a la cepa, a la vid, pero nos dice también quien es el labrador o viñador que tiene el cuidado de la vid; nos habla de cómo se ha de purificar, limpiar, podar de los ramajes infrutuosos o que llenarían de vicio la planta, como dicen los agricultores y nos habla también de esa savia que ha de circular por toda la planta para vivificarla y hacerle dar buenos frutos. Son claras y, como decíamos, significativas las imágenes.
Es importante que lleguemos a dar frutos. La tierra de nuestra vida no se puede quedar baldía ni infructuosa. Lo que quiere el Señor es que demos fruto y fruto abundante. Nos lo dice claramente Jesús y nos lo enseña con sus parábolas. La semilla es arrojada a la tierra para que caiga en tierra buena y dé fruto al ciento por uno, en el mejor de los deseos. No se podrán permitir ni pedruzcos ni abrojos; no podemos dejar que se siembre la mala semilla de la cizaña ni que su tierra sea pisoteada. Como no se dejarán ramajes infructuosos por lo que será necesaria la poda para quitar sarmientos inútiles y de risa.
Enviará a su tiempo el viñador quien venga a recoger los frutos, igual que había confiado su viña a unos labradores que la cuidaran. Creo que podemos entender muy bien esas ricas y variadas imágenes que nos ofrece el Señor en las diferentes parábolas para que nos demos cuenta de cómo hemos de cuidar esa viña de nuestra vida que el Señor quiere enriquecer continuamente con su gracia poniendo a nuestro lado tantos que nos puedan ayudar en el crecimiento de nuestra vida cristiana, o regalándonos continuamente la rica savia de su gracia que nos llega a través de los diversos sacramentos.
Creo que somos conscientes del cuidado que hemos de tener de nuestra vida cristiana. No se planta una semilla para dejarla crecer sola o por si misma, sino que el agricultor sabe cuidar esa planta que nace, la abona y la preserva de todo lo malo para que pueda llegar a crecer y dar fruto. Cómo hemos de cuidar esa planta de nuestra fe, de nuestra vida cristiana que ha sido sembrada en nuestro corazón desde el día del bautismo.
Plantados estamos en la Iglesia, para que no crezcamos solos y para que en la Iglesia y a través de la Iglesia llegue a nosotros ese alimento divino de la gracia que nos ayude a crecer espiritualmente y a dar fruto en abundancia.
Ahí tenemos en la Iglesia toda la riqueza de la Palabra de Dios que nos alimenta, que ilumina nuestra vida, que nos calienta con el sol de la gracia divina para que sepamos los caminos que hemos de recorrer.
Ahí tenemos la riqueza inmensa de la gracia que nos llega en los sacramentos; sacramentos que nos purifican y nos alimentan, como el sacramento de la Penitencia o de la Eucaristía, sacramentos que nos hacen presente a Dios con su gracia en las situaciones concretas de nuestra vida.
Y ahí tenemos toda la riqueza de la vida espiritual que hemos de cultivar en la oración, en la escucha de la Palabra y en todos los medios que se nos puedan ofrecer y nos ayuden a ese crecimiento espiritual. A nuestro lado tantos que en el nombre del Señor, el Buen Pastor, nos van a ayudar a encontrar esos caminos, a renovar nuestra vida con la gracia de Dios, nos van a acompañar a la manera del Buen Pastor.
Nos dice Jesús hoy en la alegoría de la vid que ‘como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mi y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada’. Asi tenemos que estar unidos a Jesús. Seguirle no es cosa que hagamos sólo desde nuestro propio voluntarismo sino que será siempre algo que hagamos con la fuerza de la gracia del Señor.
Necesitamos de Jesús; necesitamos de su gracia; necesitamos de los sacramentos; necesitamos de la Palabra del Señor; necesitamos ser personas de oración. Caminamos con los pies en la tierra, pero nuestra mente y nuestro corazón lo tenemos que poner muy alto, porque altas son nuestras metas, porque grande es lo que queremos vivir cuando seguimos a Jesús y queremos vivir su vida, porque el cristiano tiene que ser una persona de una espiritualidad grande, de una espiritualidad profunda. Solo podremos alcanzarlo desde nuestra unión profunda con el Señor; una unión con el Señor que hemos de saber cultivar, cuidar.
Es la tarea en la que hemos de estar empeñados cada día. Nos exige esfuerzo. Es como un entrenamiento que hemos de hacer cada día para sentirnos fuertes en el Señor, porque cuando venga la tentación y la dificultad hemos de saber sentir y aprovechar toda esa gracia que el Señor nos ofrece, nos da. No nos podemos dormir. No nos podemos dejar arrastrar por el materialismo y la sensualidad que nos rodea. Es algo que tenemos que aprender a gustar. El gusto y el sabor de la oración, el gusto y el sabor de nuestra unión con el Señor, el gusto y el sabor de la gracia divina. 
‘No amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras’,  nos decía san Juan en su carta. Son los frutos que tenemos que manifestar cuando estamos bien unidos a la vid, cuando estamos bien unidos a Cristo. ‘Quien guarda sus mandamientos, permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio’. Que nada nos separe de El. que resplandezcamos por un amor verdadero.

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Administracion general y adjuntos

Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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