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Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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viernes, 22 de febrero de 2013


Subamos al Tabor del encuentro con Dios y escuchemos la voz del Señor

Gen. 15, 5-12.17-18; Sal. 26; Filp. 3, 17-4,1; Lc. 9, 28-36
Si en el primer domingo de cuaresma se nos invitaba a no temer el desierto, a emprender el camino que podía ser camino duro de desierto, de silencio, de soledad, ahora se nos invita a mirar a lo alto, a subir a lo alto de la montaña, que es el Tabor pero que es anuncio también de la montaña de pascua, de Calvario pero que es anticipo y camino final de resurrección.
Dios, que un día le había pedido a Abrahán salir de su tierra, ahora le pide salir fuera y mirar al cielo. ‘Mira al cielo, le dice, cuenta si puedes las estrellas’. Pero en el evangelio vemos a ‘Jesús que cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña para orar’. Por su parte en este mismo sentido terminará diciéndonos el apóstol Pablo ‘nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos a un Salvador: el Señor Jesucristo’.
Es necesario mirar a lo alto, subir a lo alto para poder contemplar el rostro de Dios. En el Antiguo Testamento será imagen repetida - Horeb, Sinaí… - la subida a lo alto de un monte para encontrarse con el Señor. Y ya no se trata de la subida física a una montaña con todo su esfuerzo, puesto que es una imagen, sino de esa otra subida, de esa otra ascensión interior que hemos de hacer desprendiéndonos de muchos impedimentos y ataduras para que en verdad nos abramos a Dios. Moisés tuvo que descalzarse en el Horeb porque se encontraba en la presencia del Señor.
‘Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos’, nos narra sencilla y escuetamente el evangelista para hablarnos de la gloria de Dios que se manifiesta en Jesús transfigurado. Posteriormente nos dirá que una nube los envolvió y ‘una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle’.
Se manifiesta la gloria del Señor. Lo que ahora se contempla y se escucha en el Tabor resuena como en un eco de lo ya escuchado junto al Jordán cuando el bautismo de Jesús. Se nos manifiesta también ahora a nosotros la gloria del Señor cuando contemplamos esta teofanía de lo alto de la montaña, pero hemos de saber tener bien abiertos los oídos y los ojos del corazón para nosotros poder empaparnos de esta gloria del Señor.
Este camino que vamos haciendo en la Cuaresma y que nos conduce a la Pascua ha de ser también para nosotros una ascensión a la montaña alta como aquellos discípulos con Jesús. Tendremos que aprender a hacer esa ascensión y no tener miedo de lo que allí nos podamos encontrar. En ese esfuerzo de superación y de crecimiento que hemos de ir haciendo desde lo más hondo de nuestro corazón podríamos sentirnos en algún momento aturdidos o confundidos como les sucedía a Pedro y a los otros dos apóstoles, que primero ‘se caían de sueño’ y luego casi ‘no sabían lo que se decían’, llegando incluso a asustarse al entrar en la nube.
Nos dice el evangelista que en el momento en que Cristo se iba transfigurando ‘aparecieron dos hombres que conversaban con El que eran Moisés y Elías y hablaban de su muerte que se iba a consumar en Jerusalén’. Por eso decíamos antes que la subida al Tabor es también anuncio de Pascua, es anuncio de Calvario. Moisés y Elías son imagen de la ley y los profetas, o lo que es lo mismo son imagen de la Escritura Santa que guió al pueblo de Dios y que ahora nos está recordando a nosotros cómo hemos de dejarnos iluminar en el camino de nuestra vida por la Escritura Santa, por la Palabra de Dios que nos irá ayudando a dar esos pasos que nos llevan a la Pascua.
Frente a los temores o confusiones que nos pueden ir apareciendo en el camino de la vida siempre la Palabra del Señor es luz que nos ilumina; cuando tenemos luz en los oscuros caminos de la vida desaparecen los temores y nos sentimos seguros, por eso este resplandor que brilla hoy con la transfiguración de Jesús nos alienta y  nos anima a seguir con decisión nuestro camino hasta la Pascua, realizando toda esa transformación, esa transfiguración que necesitamos hacer en nosotros para resplandecer con la luz de la resurrección. Esa es la tarea profunda que hemos de ir realizando en este camino de la Cuaresma.
En el prefacio vamos a proclamar dando gracias al Señor que ‘después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo, el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección’.
‘Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber’, nos dice el texto sagrado. Por la fe un día se había dejado conducir por Dios y se había puesto en camino dejando atrás su casa y su parentela; ahora cree, a pesar de que es viejo y no tiene descendencia, lo que el Señor le dice que su descendencia será tan numerosa como las estrellas del cielo. Y aunque haya momentos duros cuando Dios le pida el sacrificio de su hijo o ante el misterio de Dios que se le manifiesta en momentos sienta un cierto temor, Abrahán es el hombre de la fe, el hombre que pone toda su confianza en Dios, que acepta su Palabra y en cierto modo cierra los ojos para dejarse conducir por el Señor. Abrahán es el hombre de la fidelidad permanente ejemplo para nosotros también de fidelidad. ‘Por la fe Abrahán obedeció a Dios’ y es el que supo tener siempre esperanza contra toda esperanza, como nos diría san Pablo de él.
Es el peldaño importante que nosotros hemos de saber subir en este camino de ascensión precisamente en este año de la fe que estamos recorriendo. Nuestra fe tiene que salir fortalecida en este camino y en los momentos que vivimos que no son siempre fáciles. Como nos dice el Papa en su mensaje para esta Cuaresma ‘La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios’.
Subamos, pues, al monte del encuentro con Dios y escuchemos la voz del Señor que nos habla en el corazón para que aprendamos a seguir con toda fidelidad el camino de Jesús. ‘La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado... la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud’.
Como recordábamos al principio con el evangelio Jesús subió con aquellos discípulos a la montaña alta para orar. Tabor es el lugar de la oración, el lugar donde se manifiesta de forma admirable esa misteriosa presencia y experiencia de Dios. Hemos de saber encontrar ese Tabor para nuestra vida, ese momento en la altura de la oración para hacer ese silencio que nos haga sentir la presencia y la paz de Dios en nuestro corazón, que nos haga escuchar a Dios para encender más y más nuestra fe, fortalecer nuestra esperanza y caldear nuestro corazón en el amor.
Que nos sintamos tan a gusto como para decir con Pedro, aunque no sabía bien lo que se decía, lo bueno que es estar en el Tabor, en ese encuentro con el Señor, pero sabiendo que hemos de bajar porque hemos de llevar esa fe y ese amor a nuestros hermanos los hombres, hemos de sembrar esperanza frente a tanta desesperanza desde el anuncio de la vida y de la resurrección que ya no haremos solo con palabras sino con el testimonio vivo de nuestra vida.
Nuestra oración, nuestra Eucaristía, la escucha de cada día de la Palabra del Señor, como la celebración de todos los sacramentos tienen que ser en verdad un Tabor para nosotros por esa experiencia viva de encuentro con el Señor. Y siempre de ese Tabor también nosotros hemos de salir transfigurados.

sábado, 16 de febrero de 2013


Encrucijadas en las que tenemos siempre un norte, Jesús

Deut. 26, 4-10; Sal. 90; Rom. 10, 8-13; Lc. 4, 1-13
‘Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo’. Así ha comenzado el texto del evangelio en este primer domingo de Cuaresma. El pasado miércoles con la imposición de la ceniza comenzamos nuestro camino de ascensión cuaresmal que nos conduce a la Pascua; nos prepara para su celebración, pero nos prepara, hemos de decir, para vivir la pascua. Es tradicional en nuestra liturgia que siempre en este primer domingo de Cuaresma contemplemos y meditemos las tentaciones de Jesús en el desierto.
Confieso que al escuchar este evangelio me quedé rumiando en mi interior este hecho de Jesús conducido por el desierto. Cuántas cosas nos evoca el desierto. Recordaba un relato leído recientemente que hablaba de unas personas perdidas en un desierto. Pensamos en un lugar inhóspito, duro y difícil; sentirse en medio del desierto te hace escuchar el silencio, un silencio que te envuelve pero un silencio que quizá comiences también a sentir por dentro sembrando quizá muchas inquietudes; caminar por un lugar desierto sin mayores puntos de referencia te hace sentir la soledad, el abandono quizá en las muchas carencias que vamos a tener mientras lo recorremos, el sentirte como perdido y desorientado, lo que puede provocar una cierta angustia en el alma.
El silencio y la soledad que sientes en un lugar desierto, la búsqueda intensa que pueda realizar queriendo encontrar caminos o salidas quizá te hacen pensar, reflexionar en ti mismo como en una búsqueda de respuestas a los muchos interrogantes que puedan surgir, pero puede ser también un momento de prueba que te haga descubrir lo que es verdaderamente importante en tu vida, en lo que haces o has hecho o en lo que vas a hacer de ahora en adelante. Quizá después de un desierto las cosas se verán de otra manera.
¿Necesitamos quizá ir al desierto para que nos planteemos las cosas, la vida misma, con mayor seriedad o con un nuevo sentido? Alguna vez quizá nos vendría bien una experiencia así, porque si somos capaces de superar la prueba saldríamos más fortalecidos y probablemente habiendo descubierto lo que es verdaderamente importante en la vida, con una nueva visión.
¿Sería algo así ese caminar de Jesús por el desierto a donde había sido conducido por el Espíritu, pero donde fue tentado por el diablo? El evangelista nos habla de tres tentaciones provocadas quizá por esas carencias por una parte de que ‘todo aquel tiempo estuvo sin comer y al final sintió hambre’, o porque dentro del espíritu de Jesús estaba surgiendo toda aquella misión mesiánica que tendría que realizar.
¿Sería con el milagro fácil de convertir las piedras en pan como habría de presentarse Jesús como Mesías del pueblo de Israel? ¿Sería la apoteosis de una caída desde el pináculo del templo con los ángeles tomándolo entre sus manos para que su pie no tropezara en ninguna piedra como el pueblo lo reconocería como Mesías Salvador? En el Reino de Dios que iba a proclamar todos habrían de reconocer que Dios era el único Señor del hombre y de la historia ¿cómo recuperar ese mundo que estaba bajo el poder del maligno? ¿a qué tendría que someterse Jesús? ¿afrontaría la pasión y la muerte o se sometería a las fuerzas del maligno? Habrá también otros momentos en el evangelio donde vemos a Jesús sufrir esa turbación y esa prueba.
De alguna manera así nos presenta el evangelista las tentaciones a las que el diablo sometió a Jesús, las cosas que pudieron pasar por su mente y por su corazón en aquel momento en que iba a comenzar a anunciar el Reino de Dios y que tanto le iba a costar.
Son preguntas, son interrogantes que se plantean también en el interior del hombre cuando quiere encontrar un sentido y un valor para su vida. Son preguntas e interrogantes que sentimos muchas veces en esa soledad interior, en ese silencio que sentimos por dentro cuando nos parece encontrarnos desorientados y sin saber que rumbo tomar.
Dudamos si escogemos entre un camino fácil en el que encontremos satisfacciones prontas y meramente sensibles, un camino en búsqueda de aplausos haciendo simplemente lo que a los demás les agrada, un camino de búsqueda de triunfos - siempre sentimos ansias de poder o de riquezas en nuestro interior - a base de lo que sea aunque fuera vendiendo nuestra alma al diablo como se suele decir, o si seremos capaces de escoger el camino de la rectitud y de la responsabilidad, el camino que nos lleve a encontrar un sentido hondo de la vida aunque ello entrañe sacrificio, entrega, olvidarnos quizá de nosotros mismos siendo capaces de hacernos los últimos, porque lo que queremos es el bien de la persona, de toda persona y hacer un mundo mejor y mas justo. Una encrucijada en la que nos encontramos tantas veces.
En las respuestas que Jesús fue dando a cada una de aquellas tentaciones encontramos también la manera de cómo nosotros hemos de responder a todo eso que se nos pueda plantear tantas veces en nuestro interior. No es por el camino de grandezas humanas o vanidades, no es por un camino de poder donde siempre quedemos por encima del otro por donde vamos a encontrar la verdadera respuesta. No podemos perder el rumbo de nuestra vida y la Palabra de Dios tiene que ser nuestra luz y nuestro alimento de cada día. Sabemos bien cuál es el camino y si seguimos a Jesús para nosotros no habrá desorientación.
Fuertes pueden ser las pruebas, las tentaciones, los momentos malos por los que podamos pasar en la vida, pero sabemos donde está nuestra fortaleza y la gracia que nunca nos faltará para vencer la tentación. Cada día le pedimos al Señor que nos libre del mal y no nos deje caer en la tentación. Nunca nos podemos sentir solos porque la presencia de Dios nos acompaña, pero el Señor además ha puesto a nuestro lado a los hermanos, los demás hombres y mujeres, con los que tenemos que saber vivir en comunión de hermanos y amándonos siempre y nunca desentendiéndonos de los demás.
Miramos el evangelio y sabemos cual es el camino que hemos de tomar. Con Jesús a nuestro lado nunca nos sentiremos desorientados y sin saber qué camino tomar. Miramos el evangelio y nunca nos sentiremos a oscuras porque su luz nos estará siempre iluminando haciendo que encontremos un sentido y un valor a todo lo que vivamos, aunque sean momentos duros de sacrificio, de sufrimiento y dolor quizá. ‘El Señor está siempre junto a nosotros en la tribulación’, que decíamos en el salmo. Miramos el Evangelio y nos sentiremos fortalecidos en nuestra fe cuando vemos a Jesús que va caminando delante de nosotros enseñándonos a tomar su cruz para seguirle, pero sabiendo que en esa cruz que es el sacrificio, que es la entrega, que es el amor y el darnos por los demás está nuestra verdadera victoria.
Ahora estamos emprendiendo este camino cuaresmal que nos conduce a la Pascua y no tememos ir al desierto, al silencio, a la oración. No temamos ir al desierto ni el hacer silencio en nuestro interior. No tengamos miedo a la prueba y a los interrogantes que se nos planteen dentro de nosotros. En ese desierto y en ese silencio dejémonos, como Jesús, conducir por el Espíritu.
En ese silencio de nuestra oración vayamos iluminando todas esas situaciones de nuestra vida desde la fe, vayamos rumiando y reflexionando todas esas cosas que nos suceden o que se nos plantean sabiendo que de este desierto, de este camino que nos pudiera parecer duro en el sacrificio que vayamos haciendo, vamos a salir fortalecidos en la fe y en el amor y resplandecientes de luz en la noche de la pascua, porque nos sentiremos con vida nueva, nos sentiremos resucitados y vencedores con Cristo resucitado.
Emprendamos con decisión el camino de la Pascua como Jesús emprendió el camino de subida a Jerusalén.

sábado, 9 de febrero de 2013


Nos llama el Señor para hacer una pesca mejor

Is. 6, 1-8; Sal. 137; 1Cor. 15, 1-11; Lc. 5, 1-11
‘¿A quién mandaré? ¿quién irá por mí? Aquí estoy, mándame’. Es la experiencia y la respuesta del profeta. Isaías contempla la gloria del Señor, tiene una visión de la gloria del cielo y se siente pequeño, humilde, anonadado, pecador, pero al mismo tiempo siente que la gloria del Señor le envuelve y le purifica. Es el ángel del Señor que viene a él y con un ascua de fuego divino purifica sus labios. Ahora cuando se ha vaciado totalmente de sí mismo se ofrece en disponibilidad total. ‘Aquí estoy, mándame’, es su respuesta y su disposición.
Este texto del profeta es como una figura de lo que le ha de suceder a Pedro, como escuchamos en el evangelio de hoy. Jesús enseña a la gente que se agolpa a su alrededor desde la barca de Pedro. Tras la proclamación de la Palabra - ‘desde barca, sentado, enseñaba a la gente’ - le pide a Pedro: ‘Rema mar adentro, y echad las redes para pescar’.
¿Cómo se siente Pedro ante la petición de Jesús? Fueron los primeros pasos de desprendimiento, de vaciamiento de sí mismo que Pedro va a ir dando. Ha estado toda la noche bregando y había sido una tarea infructuosa. Hay días que parece que las cosas no salen. Esa había sido aquella noche. No había peces. Lo sabía bien él que conocía el lago, porque era su herramienta o su lugar de trabajo. Ahora viene Jesús, que no es pescador, y le está pidiendo que eche de nuevo las redes.
Muchas cosas podrían pasar por la mente de Pedro, como nos sucede a nosotros cuando se nos pide una nueva tarea, un nuevo compromiso, o un paso adelante que hemos de dar en nuestra vida. Nosotros que nos conocemos, decimos, y que nos creemos saber hasta donde podemos llegar. ¿Quién me puede pedir más? ¿Quién me puede pedir que me comprometa en algo nuevo y distinto?
Pedro había escuchado a Jesús; en aquella ocasión cuando su barca le sirve de púlpito a Jesús para hablar a la gente que se agolpaba en la playa o en otras ocasiones en la sinagoga o en otros momentos en que se había ido manifestando aquel nuevo profeta que había venido anunciando la llegada del Reino y pedía la conversión del corazón. ¿Tendría Pedro ya la suficiente confianza en Jesús para darle un sí a lo que Jesús le pedía? ¿Habría ido realizando esa conversión del corazón para creer y aceptar la Palabra de Jesús?
Seguro que Jesús ya le había tocado el corazón porque su respuesta está pronta, aunque sin rehuir la realidad. ‘Maestro, nos hemos pasado la  noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes’. Porque tú lo dices, yo por mi mismo  no estoy seguro; porque me fío de ti; no sé a donde me irás a llevar o lo demás que me vas a pedir. ‘Pero, por tu palabra, echaré las redes’.
Y sucedió el milagro. Se manifiesta la gloria del Señor. Donde no  había peces, ahora se revientan las redes. Hay que llamar a los compañeros de otras barcas para que vengan a echar una mano. ‘Hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red… llenaron las dos barcas que casi se hundían’.
Ahora sí está Pedro anonadado, se siente empequeñecido. Están sucediendo cosas admirables. Allí está la gloria del Señor. Aquel profeta de Nazaret no es un simple profeta, es algo más que un Maestro. Así lo había llamado, Maestro, cuando echó las redes en su nombre. Ahora reconocerá algo más y se siente indigno de estar en su presencia. Como Isaías cuando contemplaba la gloria de Dios en su visión del templo celestial decía: ‘¡Ay de mi, estoy perdido! Yo un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos’. Ahora Pedro se postrará ante Jesús: ‘Apártate de mí, Señor, que soy un pecador’. Es el Señor y él es un hombre pecador.
Es lo mismo que cuenta san Pablo en la carta a los Corintios. Les está recordando el credo de la fe que les ha anunciado y que ellos confiesan. Cuando les recuerda las apariciones de Cristo resucitado dirá que ‘por último, se me apareció también a mi, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara, porque soy el menor de los apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios’. Pero también con él quiso contar el Señor.
‘El asombro se había apoderado de Pedro y de los que estaban con él… y lo mismo le pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón’, nos dice el evangelista. Pero allí está la palabra de Jesús que siempre es palabra de ánimo, de paz, de vida, de amor. Allí está la palabra de Jesús que quiere contar con Pedro y con aquel pequeño grupo de pescadores, porque los quiere para una pesca mejor. ‘No temas, desde ahora serás pescador de hombres’. No serán ya las aguas de aquel lago, sino serán las aguas más profundas del mar del mundo, porque donde un día han de ir a hacer la pesca, a hacer el anuncio del Evangelio.
Fue necesaria esa actitud de humildad, de vaciamiento de sí, de desprendimiento total y de generosa disponibilidad para sentir que el misterio de Dios les llegaba y les inundaba. Fueron necesarias esas actitudes para poder escuchar la invitación del Señor. ‘¿A quien mandaré? ¿quién irá por mi?... Aquí estoy, mándame’, que decía el profeta. ‘Serás pescador de hombres’, que le dice ahora a Pedro.
‘No temas…’ la misión te puede parecer grande, pero yo estoy contigo. Muchas veces nos lo repite Jesús en el Evangelio. ‘No temas, basta que tengas fe’, dirá un día a Jairo. ‘No temáis, soy yo’, les dirá en medio del mar embravecido cuando atraviesan el lago. ‘No temáis, mirad mis manos y mis pies, soy yo’, les dirá en la tarde de la resurrección y les dará su Espíritu para que vayan anunciando el perdón de los pecados, llevando la salvación hasta los últimos confines de la tierra.
‘En tu nombre, por tu palabra…’ había sido la actitud de Pedro vaciándose de si mismo. Y Jesús les enviará de dos en dos por los caminos del mundo pero no han de preocuparse de llevar dinero en la bolsa ni una túnica de repuesto. Han de ir así, hemos de ir así, no confiando en nuestros saberes o en nuestros poderes, sino confiados de la Palabra del Señor que nos da su Espíritu que estará siempre con nosotros, que pondrá palabras en nuestros labios y fuego en nuestro corazón.
Pero hemos de dejarnos hacer, dejarnos guiar, dejarnos conducir sin hacer resistencia al Espíritu y se realizarán las maravillas del Señor resultando una pesca abundante. Quizá aun no nos hemos desprendido de todo lo que debíamos desprendernos, no confiamos mucho en la Providencia de Dios y pudiera ser por eso que no vemos los frutos que el Señor quiere.
Cuando Pedro solo confiaba en si mismo, avezado pescador del mar de Galilea, se pasaba las noches bregando sin coger nada; cuando lo hizo por la Palabra de Jesús, la redada fue grande. Algo tenemos que aprender. Demasiado confiamos en poderes humanos, en sabidurías humanas, en tácticas humanas también en la Iglesia a través de todos los siglos. Tendremos que aprender de nuevo a ser esa Iglesia pobre que pone toda su confianza sólo en el poder del Señor. El Espíritu nos irá guiando.
Ojalá aprendamos a sentir admiración por las obras de Dios. Que nos llenemos de asombro. Que no nos acostumbremos a las cosas de Dios y seamos capaces de postrarnos humildemente ante el Misterio de Dios que se nos revela. Pero escuchemos también esa palabra de Jesús ‘no temas’, porque sintamos siempre la paz de sentirnos seguros con El.

viernes, 1 de febrero de 2013


Te consagré, te nombre profeta… no les tengas miedo, yo estoy contigo

Jer. 1, 4-5.17-19; Sal. 70; 1Cor. 12, 31-13, 13; Lc. 4, 21-30
‘Será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones’, escuchamos ayer profetizar al anciano Simeón cuando Jesús fue presentado en el templo. Jesús, como un signo de contradicción, porque ante Jesús hay que decantarse, hay que hacer opción.
No siempre va a ser comprendido su mensaje. Pronto lo vemos en el evangelio, casi en sus primeras páginas. Es lo que estamos contemplando que sucede en la sinagoga de Nazaret. El texto que hoy hemos escuchado es continuación literal del que escuchamos el pasado domingo. Fue la presentación de Jesús en la sinagoga de Nazaret, donde se había criado. Entonces escuchamos como toda la sinagoga tenía puestos los ojos en El y muchos se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’, escuchamos el comentario y explicación que Jesús hacía del texto de Isaías proclamado. Hoy, nuestro texto, comienza a partir de esas palabras de Jesús, pero ya vemos que dentro de la admiración y hasta orgullo que sentían por sus palabras, pronto comienzan a preguntarse ‘¿no es este el hijo de José, el carpintero?’ Como se  nos dirá en textos paralelos  ‘¿de donde le viene a éste todo esto? ¿Qué es esa sabiduría… y esos milagros?’ Y finalmente, ante las palabras de Jesús, terminarán ‘poniéndose furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo’.
‘Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra’, les dice Jesús. Y les recuerda episodios de los profetas, de Elías y de Eliseo, hechos que tenían allí contenidos en la Escritura Santa, que alimentó uno a una fenicia, y el otro curó a un sirio de la lepra, mientras en Israel había muchos que padecían hambre o sufrían el mal de la lepra.
Jesús no se arredra ante la indiferencia o la oposición que pueda surgir ante sus palabras y ante su mensaje. Sus palabras son claras y firmes porque además grande es el amor que nos está manifestando. Podemos recordar al profeta Jeremías que escuchábamos en la primera lectura. ‘Te consagré, te nombre profeta de las gentes… Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando; no les tengas miedo… te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce… lucharán contra ti pero no te podrán, porque yo estoy contigo…’ Hermosas palabras del profeta que nos manifiestan la firmeza y claridad con que se ha de proclamar la Palabra de Dios. Así se presente Jesús ante sus gentes.
Muchas cosas nos quiere decir Jesús en este texto y con estas menciones que hace. La obra de la salvación que Jesús viene a realizar ni se reduce a un pueblo ni solo a unas gentes determinadas. Ya, desde el principio del evangelio, se va manifestando la universalidad de la salvación que Jesús nos ofrece. Todos están llamados a esa salvación, para todos es la gracia del Señor; por nuestra parte, por parte de todos los hombres, sean de la nación que sean, no queda sino la acogida a ese mensaje de salvación. Su sangre derramada, como decimos en la Eucaristía, es para el perdón de los pecados de todos los hombres y lo que el Señor quiere es que todos los hombres alcancen dicha salvación.
Hay una cosa a destacar. No podemos intentar manipular el mensaje salvador de Jesús. Quizá la gente de su pueblo, en el orgullo que pudieran sentir por la fama que les llegaba de Jesús de cómo era acogido por todas partes y de los milagros que hacía, podían sentirse con derecho, podríamos decir, de que a ellos les tocara la mejor parte. Jesús era uno de ellos, era el hijo del José el carpintero y allí se había criado. Podrían ser beneficiarios especiales de las obras de Jesús, de los milagros de Jesús; pero como se nos dirá en otro lugar allí Jesús no realizó ningún milagro por su falta de fe.
Como recordábamos al principio de nuestra reflexión con las palabras de Simeón en la presentación de Jesús en el templo, ‘será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones’. ¿Cuál es la actitud con la que nosotros  nos acercamos a Jesús y a su palabra?
Es necesaria una apertura del corazón, una disponibilidad total desde lo más hondo de nosotros mismos para acoger a Jesús y a su mensaje, una generosidad grande en el sí que le demos a Jesús y a su evangelio; generosidad, disponibilidad, apertura pero para acoger a Jesús no como nosotros nos lo imaginemos o solo en aquellas cosas que nos pudieran parecer mejor para nuestro beneficio sino en la totalidad del Evangelio, sin distingos, sin divisiones, sin elecciones interesadas de parte del mensaje.
Cuántas veces  nos sucede así. Cuántas veces queremos hacer como rebajas en el mensaje cristiano y en la moralidad de nuestra vida. Cuántas veces nos decimos que hay cosas que cambiar, que hay que modernizarse y ponerse con los tiempos. O cuántas veces le ponemos ‘peros’ según quién sea el que nos está trasmitiendo el mensaje. Nuestra respuesta a Jesús y al evangelio tiene que ser siempre radical, con la totalidad de nuestra vida. No nos valen las rebajas cuando se trata de seguir a Jesús.
A la gente de Nazaret les costaba aceptar que aquel que entre ellos se había criado ahora pudiera presentarse ante ellos como maestro que les enseñara. Aunque sentían admiración y hasta orgullo, como antes decíamos, sin embargo sus mentes se cerraban para aceptar el mensaje de vida y de salvación que Jesús les pudiera ofrecer. Como nos puede suceder a veces a nosotros que no tenemos la humildad suficiente para aceptar el mensaje que se nos trasmite.
Olvidamos fácilmente que es el Espíritu del Señor el que está detrás de esa enseñanza, de ese mensaje; que nuestras garantías de verdad no son garantías humanas, sino que es la garantía del Espíritu de Dios que está en su Iglesia, que está en aquellos que en la Iglesia nos trasmiten la Palabra de Dios. La Iglesia, asistida por el Espíritu, se presenta ante nuestros ojos, se ha de presentar ante el mundo como esa Iglesia profética que nos anuncia ese mensaje de vida que en verdad nos conducirá a la mayor plenitud. El mundo necesita de esa Iglesia profética, necesita de esos profetas que nos trasmitan la Palabra de Dios con claridad y con valentía.
Tenemos, pues, que saber reconocer la voz profética de nuestros pastores y dar gracias a Dios porque no faltan profetas en nuestro mundo que levanten esa voz que despierte las conciencias, que abran la mente y los corazones a la trascendencia, que ayuden a descubrir esos valores más altos que eleven nuestra vida en búsqueda de plenitud, que nos ayuden a descubrir a Dios.
Hemos de reconocer y dar gracias a Dios por esos grandes profetas que en los últimos tiempos se han levantado ante nuestros ojos, un Juan XXIII con su visión profética para convocar un concilio, un Pablo VI que supo llevarlo a término y aplicarlo, un Juan Pablo I que cautivo en poco tiempo al mundo con su sonrisa que levantaba esperanza, un Juan Pablo II con esa voz valiente que recorrió el mundo, nuestro Papa actual, una Teresa de Calcuta y tantos y tantos más profetas de nuestro tiempo que haríamos interminable la lista.
Eso nos recuerda también que nosotros hemos de ser profetas, porque estamos también participando de la misión de Cristo, y no nos hemos de acobardar ni esconder porque sabemos que Dios también está con nosotros. 

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Administracion general y adjuntos

Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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