Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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viernes, 28 de junio de 2013

Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén y con Jesús nosotros queremos caminar

1Reyes, 19, 16.19-21; Sal. 15; Gál. 5, 1.13-18; Lc. 9, 51-62
‘Cuando se iba cumpliendo el tiempo… Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén’. Hay momentos que son decisivos en los que hay que tomar una determinación y no se puede uno andar con excusas para quedarse atrás o dejar las decisiones para otros momentos. Jesús sabía lo que significaba su subida a Jerusalén. Más adelante le veremos anunciar lo que va a suceder e incluso en momentos los discípulos se extrañarán de su determinación de manera que iba delante de ellos como si fuera con prisa.
Nos enseña mucho este pasaje del evangelio. El mensaje lo tenemos en esa determinación de Jesús pero en lo que luego va sucediendo o le va pidiendo a quienes se acercan a El porque quieren seguirlo. No podemos andar ni con medias tintas ni tampoco dejándonos arrastrar por los malos momentos que nos pueden hacer reaccionar de malos modos. Es lo que veremos que va sucediendo y que será para nosotros como una hermosa parábola, o un hermoso mensaje para muchos momentos y determinaciones que hemos de tomar en la vida.
Digo reaccionar de malos modos porque fácilmente nos puede suceder cuando nos llevan la contraria o se enfrentan a nuestras decisiones. Hemos de saber sobreponernos en los momentos difíciles en los que podamos encontrar oposición desde algún ángulo o faceta de la vida. No tendríamos que perder la paz en el corazón para dejarnos arrastrar por posturas o gestos violentos. Como les sucedió en ese primer momento a los discípulos.
‘Envió mensajeros por delante, dice el evangelista. De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no los recibieron, porque se dirigía a Jerusalén’. Vuelven a aparecer las consabidas desconfianzas, reticencias y enfrentamientos entre judíos y samaritanos, como hemos visto en otra ocasión. Y la reacción de los discípulos fue la violencia, los malos modos que decíamos.
Santiago y Juan - los hijos del trueno como los llamaría Jesús - ya estaban dispuestos a castigos divinos. ‘¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?’ Muy subidos andaban ellos en los pedestales de los poderes que les había dado Jesús cuando los envió a predicar. Pero ésa no es la manera de actuar de Jesús ni de quien se dice discípulo de Jesús y quiere seguirle. ‘El se volvió y los regañó’.
Jesús va delante en su subida a Jerusalén enseñándonos el camino. Ya entendemos que no era el camino geográfico que todos conocerían bien porque muchas veces habían hecho. Es el camino del seguimiento de Jesús. Y si no podemos responder con violencia a los contratiempos que tengamos que sufrir en la vida también hemos de aprender también que siguiendo a Jesús no buscamos ni apoyos humanos ni que se nos resuelvan milagrosamente aquellas situaciones difíciles o problemas con que nos encontremos. Seguimos a Jesús porque lo amamos y queremos seguir sus huellas empapándonos de su vida, aunque ello signifique que las comodidades no van a estar de nuestro lado. Será necesario un desprendimiento y una austeridad en la vida que nos hará encontrar el verdadero valor de lo que hacemos al seguir a Jesús.
‘Te seguiré adonde vayas’, le dice uno que se ofrece por sí mismo para seguir a Jesús. ‘Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza’, fue la respuesta de Jesús. No sabemos si aquel voluntario al final siguió o no siguió a Jesús, pero ahí nos ha dejado ver Jesús cual ha de ser nuestra actitud profunda. Porque estemos con Jesús no significa que tengamos de antemano todos los problemas resueltos. Eso nos creemos algunas veces cuando decimos que el Señor no nos escucha o que a tanto bueno como nosotros hacemos no encontramos luego una compensación de suerte o de beneficio en la vida ordinaria. ¿Por qué buscamos a Jesús y queremos seguirle? ¿Simplemente para tener suerte en la vida?
Jesús cuando ha tomado esa determinación de subir a Jerusalén aún no esta enseñando más. Nada la detiene en el camino. No deja las cosas para mejores momentos. Nuestras dudas e indecisiones nos hacen andar muchas veces así. Encontramos disculpas siempre para dejar las cosas para otro momento. Ya habrá tiempo, pensamos muchas veces.
Ahora es Jesús el que invita a alguien a seguirle, pero éste quiere dejar arregladas todas las cosas antes de seguir a Jesús. ‘Déjame primero ir a enterrar a mi padre’. A lo que Jesús radicalmente le dirá: ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios’. Será doloroso en ocasiones arrancarse de donde estamos o de lo que estamos haciendo, pero si el Señor nos habla en el corazón y nos llama con prontitud hemos de seguirle. Lo contrario sería quedarnos en situación de muerte y nosotros estamos llamados a la vida y a sembrar vida.
El que ha emprendido el camino tiene su mirada puesta en la meta y en lo que tiene por delante. No nos vale estarnos parando para mirar atrás a ver lo que hemos dejado. Si emprendemos una tarea es en esa tarea en lo que tenemos que empeñarnos. No nos valen añoranzas de lo que hicimos en otra ocasión o el pensar que tenemos que hacer como hacíamos antes. Ni nos vale estar contando todo lo que hicimos en otra ocasión. Es un camino de vida y el vivir ese seguimiento de Jesús nos renueva.
‘Otro le dijo: Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia… El que echa mano en el arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios’. Nos encontramos muchas veces con actitudes y posturas de añoranza en esta tarea del cristiano en medio del mundo y de la Iglesia. Las mismas dificultades que vamos encontrando en el momento presente nos hacen estar echando esa mirada atrás pero tenemos que saber responder en el ahora y el hoy de nuestra vida y tarea a ese reto que se nos plantea del anuncio del Reino. Los problemas son los de hoy, no los de ayer, y las respuestas tenemos que darlas hoy porque el mensaje del Evangelio es Buena Noticia en cada momento en que se proclama.
Es una tarea y una respuesta que no damos por nosotros mismos, cualquiera que sea la situación. Es dejar al Espíritu divino que actúe en nuestra vida y a través de nosotros vaya actuando con su gracia en nuestro mundo. Por eso siempre en nuestro seguimiento de Jesús vamos invocando el Espíritu divino en todo momento para que nos dé la fuerza de su gracia, para que nos ilumine y fortalezca en cada momento.

Jesús tomó la decisión de subir a Jerusalén y con Jesús nosotros queremos caminar sin búsquedas interesadas, con generosidad de corazón, con decisión y sin retrasar nuestra respuesta dejándonos iluminar por su Espíritu con la novedad del Evangelio, la buena noticia que nosotros queremos hoy trasmitir. Que no nos falte nunca la fuerza del Espíritu.

viernes, 21 de junio de 2013

Una profesión de fe en Jesús como Salvador que nos convierte en discípulos

Zac. 12, 10-11; 13, 1; Sal. 62; Gál. 3, 26-29; Lc. 9, 18-24
‘Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos…’ comenzaba el relato del Evangelio que hoy se nos proclama. San Lucas hace esta especial mención a la oración de Jesús cuando surgen las preguntas a los discípulos que culminarán con una profesión de fe en Jesús, pero también en un definirnos claramente quién es Jesús y cuál es su misión, además de terminar por señalarnos cuál ha de ser el camino del discípulo que sigue a Jesús.
También nosotros estamos en oración porque eso es y tiene que ser realmente nuestra celebración. Y mientras estamos aquí reunidos en oración, con nuestra alabanza y nuestra bendición al Señor, queremos también proclamar de forma clara nuestra confesión de fe; así lo hacemos siempre cada domingo tras la escucha de la Palabra de Dios; pero también queremos dejarnos iluminar por la luz de esta Palabra que se nos ha proclamado y con la fuerza y asistencia del Espíritu para llegar a ese conocimiento cada vez más intenso de Jesús, pero también ha de provocar este encuentro nuestra respuesta, lo que ha de ser nuestro seguimiento del camino de Jesús.
Como ya de alguna manera hemos reflejado en esta introducción a nuestra reflexión en este único episodio del evangelio hay como tres momentos que nos harán progresar en la comprensión del mensaje que se nos quiere trasmitir. Un primer momento es esa doble pregunta de Jesús: ‘¿Quién dice la gente que soy yo?... y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Una doble pregunta que nos trasmiten los tres evangelistas sinópticos, mientras que el evangelio de Jesús es como una continua respuesta donde Jesús diciéndonos ‘Yo soy…’ nos va mostrando la más profunda intimidad de su ser.
Ahora es lo que la gente va percibiendo de Jesús y lo que de forma más concreta aquellos que han estado siempre a su lado han llegado a descubrir. Son respuestas semejantes a lo que muchos hoy seguirían diciendo de Jesús desde su lejanía o cercanía al ámbito de la fe. ¿Un personaje importante en la historia? ¿un profeta o un hombre de Dios? ¿un soñador de un mundo nuevo y distinto que habría que conseguir desde algún tipo de revolución? ‘Juan Bautista, Elías o uno de los antiguos profetas’, respondieron los discípulos.
Pero tenemos que ver cuál es nuestra verdadera respuesta. Podríamos contestar con el entusiasmo de la fe de Pedro, o también quizá persistirían ciertas dudas y confusiones, porque algunas veces también en el ámbito de los que nos llamamos creyentes hacemos nuestras mezcolanzas donde no sé si dejaremos bien parada nuestra fe en Jesús. Quisiéramos es cierto responder como Pedro diciendo que es el Mesías de Dios, el Ungido con la fuerza del Espíritu, el Hijo de Dios que tenía que venir.
A una fe certera y firme tendría que conducirnos esta Palabra de Dios que se nos ha revelado. De ahí ese segundo momento de este episodio, como decíamos antes. Y es que ante la respuesta de Pedro y lo que todos habían comentado ‘Jesús les prohíbe terminantemente decírselo a nadie’. El tenía que explicarles su sentido. Por eso añade: ‘el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Realmente estas palabras tenían que haber sido impactantes para los discípulos. De la misma manera que cuando en nuestra oración abrimos de verdad nuestro corazón a Dios nos vamos a encontrar con el Señor que se nos revela o nos pide actitudes nuevas y comprometidas.
Aquel Mesías de Dios, el Ungido del Señor, que habían ido descubriendo en la cercanía con Jesús, o recordando quizá lo que de sí mismo había dicho, por ejemplo, allá en la sinagoga de Nazaret al comienzo de su actividad apostólica - ‘el Espíritu del Señor está sobre mi y me ha ungido y me ha enviado…’ - nos está diciendo también que es el Siervo de Yahvé que había cantado el profeta Isaías, como varón de dolores, atormentado y lleno de sufrimiento.
Es un anuncio de su pasión lo que Jesús está haciendo; un anuncio de su Pascua en la que ya no comerían el cordero pascual como signo del paso del Señor en la liberación de Egipto, sino que ahora sería la verdadera Pascua donde Cristo mismo sería el Cordero inmolado que se ofrecía en sacrificio de salvación para nosotros.
Pero esa revelación que Jesús está haciendo de sí mismo entrañaría algo más, algo en referencia a aquellos que quisieran ser sus discípulos, a aquellos que quisieran seguirle. Y es que seguir a Jesús significa seguir sus mismos pasos, pisar por sus mismas huellas, vivir en su mismo amor y entrega. Y éste es el tercer momento de ese episodio.
‘Y dirigiéndose a todos - no solo a los apóstoles más cercanos -, les dijo: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará’.
Negarse a sí mismo, decir no a su egoísmo; salirse de sí, de su encierro egoísta donde se busca solo lo que sea bueno para sí; romper ese círculo que me envuelve, me aísla, me hace desentenderme de los demás porque solo pienso en mi mismo; negarse a sí mismo para pensar primero en el otro, en el bien que puedo hacer en beneficio de los demás, en la riqueza de vida que tengo que compartir; negarse a sí mismo para estar siempre en disposición de servir, de ayudar aunque no terminen de agradecerlo.
Cargar con su cruz cada día, la de mis dolores y sufrimientos; la cruz de las cosas que me cuesta sacrificio hacer pero que las hago con alegría; lo que pueda significar cruz para mi en la aceptación de los otros con su manera de ser para convivir y buscar siempre la paz, para ser siempre comprensivo y nunca juzgar ni condenar; entregarme para hacer el bien aunque eso signifique perder para mí; no importarme perder y ser el último con tal de ver sonreír al otro y que se sienta feliz.
Creemos en Jesús como nuestro Salvador; creemos en Jesús que lleno del Espíritu de Dios viene a mi y me trae la salvación; creemos en Jesús que por nosotros se entregó en la entrega más suprema y en el amor más sublime dando su vida por nosotros en la cruz; creemos en Jesús y queremos seguirle, y ser sus discípulos; creemos en Jesús y ya no nos importa olvidarnos de nosotros mismos y tomar la cruz, porque entregándonos así, porque amando con un amor como el de Jesús estaremos ganando la vida, estaremos alcanzando la bienaventuranza, para nosotros será el Reino de los cielos.
‘Estaba Jesús orando solo, en presencia de sus discípulos…’ Estamos nosotros también en oración y sentimos su Palabra salvadora sobre nosotros y también queremos hacer nuestra confesión de fe sabiendo a lo que nos comprometemos como discípulos que queremos seguirle y vivir su misma vida. Es una Palabra nueva que nos ha interpelado y nos ha comprometido, como siempre es la Palabra de Jesús.

Preparémonos ahora en estos momentos de silencio para hacer con toda hondura y profundidad nuestra profesión de fe. Preparémonos dejándonos iluminar por su Espíritu para ver dónde y cómo tenemos que ir a hacer esa profesión de fe, en qué aspectos y en qué momentos de nuestra vida, mostrándonos como verdadero discípulo que se niega a si mismo, que carga con su cruz y que está dispuesto al servicio y al sacrificio dando claro testimonio con nuestra vida y nuestro amor de esa fe que con nuestras palabras ahora profesamos.

sábado, 15 de junio de 2013

La mirada de Jesús y nuestras miradas

2Sam. 12, 7-10.13; Sal. 31; Gál. 2, 16.19-21; Lc. 7, 36-8, 3
La mirada de Jesús y nuestras miradas. Vemos una diferencia grande entre la mirada de Jesús y la mirada de aquel fariseo que lo había invitado a comer, como la mirada de los ot
ros convidados después de todo lo sucedido. ¿Y nuestra mirada a cuál se parecerá más?
Es el primer pensamiento en la reflexión que me hago en torno a este evangelio que hoy se nos ha proclamado. Tal como comienza el relato no parece ser sino otra comida en la que han invitado a Jesús, como sucede en otras ocasiones. Pero ya en otras ocasiones ha sido motivo para que Jesús nos dejara hermosos mensajes. Recordemos cuando los invitados se daban de codazos por conseguir los mejores puestos en torno a la mesa y cómo nos dice Jesús que ese no ha de ser nuestro estilo, ni el de estarnos peleando por puestos principales, ni el de simplemente invitar a los amigos y a quienes pudieran correspondernos invitándonos a su vez a nosotros.
Hoy las cosas van a ir por otro camino. Una vez que estaban recostados en torno a la mesa, según costumbre y estilo de la época, ‘una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba Jesús comiendo en casa del fariseo vino con un frasco de perfume y colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume’.
Allí está Simón, el fariseo que lo había invitado, nervioso y observando cuanto sucedía. No se atreve a decir nada pero su mirada lo dice todo. No se atreve a decir nada pero allá está pensando en su interior. ¡Cómo se atreve esta pecadora! ¡Cómo lo permite Jesús si es una pecadora! ‘Si éste fuera profeta… - ¿están aflorando sus dudas? ¿serán sus sospechas maliciosas? ¿serán los juicios ya condenatorios de antemano? - si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora’.
No lo olvidemos era un fariseo y según sus puritanas ideas aquella mujer pecadora está contaminando con su impureza todo cuanto toque; no olvidemos cuantas purificaciones se hacían cuando llegaban de la plaza, aunque ahora ni agua había ofrecido a Jesús. Allí estaba brotando por sus ojos la malicia de su corazón que no es capaz de ver algo más hondo en cuanto estaba sucediendo.
Pero la mirada de Jesús era distinta porque estaba viendo lo que realmente había en el corazón de aquella mujer. Quien nos estaba enseñando que Dios es compasivo y misericordioso y nos pedía que fuésemos nosotros compasivos como compasivo y misericordioso es Dios, estaba mostrándonos ahora ese rostro misericordioso de Dios.
Jesús que conoce cuanto sucede en nuestro corazón, conociendo cuanto estaba pasando por el corazón y el pensamiento de quien lo había invitado a comer le propone una breve parábola. La hemos escuchado. ‘Un prestamista que tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y otro cincuenta. Y como  no tenían con qué pagar los perdonó a los dos. ¿cuál de los dos lo amará más?’ La respuesta salió lógica de la boca del fariseo. ‘Supongo que aquel a quien le perdonó más’.
Y ahora Jesús se vuelve hacia aquella mujer. Aquella mujer que solo llora en silencio. No le escuchamos ninguna palabra. Aquella mujer que no había buscado puestos especiales, sino se había puesto en el lugar de los sirvientes, postrada detrás a los pies de Jesús, y realizando aquello que quizá a través de sus sirvientes Simón le tenía que haber ofrecido a Jesús en el nombre de la hospitalidad. No lo había hecho Simón; lo estaba haciendo aquella mujer a quien el fariseo consideraba indigna, pero que en la enseñanza de Jesús sería la primera, porque había aprendido a ponerse en el ultimo lugar, a ocupar el lugar de los que sirven.
Allí estaba Jesús, el Maestro y el Señor; el que viene a levantar y a redimir le está devolviendo la dignidad a aquella mujer; el que sabe valorar cuanto amor hay en el corazón de aquella mujer que aunque muy pecadora, sin embargo había sido capaz de amar mucho.  ‘Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor’.  ¡Qué hermosa la mirada de Jesús! ¡Qué grande es el corazón de Cristo! ‘Tus pecados están perdonados’, le dice a aquella mujer.
Pero todavía hay por allí algunos que siguen con la mirada de la desconfianza, de la incredulidad, del juicio y la condena que no entienden de misericordia y de perdón.  ‘Los demás convidados comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta perdona pecados?’ La cerrazón de sus corazones les impide abrir los ojos para descubrir el amor, para descubrir el rostro misericordioso de Dios que allí se está manifestando.
Y como nos preguntábamos ya desde el principio ¿cuál es nuestra mirada? Seguro que ahora diremos que nuestra mirada tiene que ser como la de Jesús. Ojalá aprendamos la lección y aprendamos a mirar con una mirada como la de Jesús, porque tenemos que reconocer que no ha sido así muchas veces en nuestra vida. Seamos sinceros ¿cómo miramos habitualmente a los demás?
Con cuánta desconfianza miramos tantas veces a los que nos rodean; cuántas veces aparece esa desconfianza o hasta esa sospecha ante quien pueda aparecer de manera inesperada en nuestra vida; cuántas veces seguimos marcando con el sambenito de la duda y de la culpa a quien en un momento quizá tuvo un tropiezo en su vida e hizo quizá lo que no era bueno, y nosotros seguimos desconfiando y pensando que sigue siendo igual; cuánto  nos cuesta dar una oportunidad al caído para levantarse y redimirse. Quizá hasta tenemos miedo de tocar con nuestra mano a aquel pobre a quien vamos a dar una limosna o no me quiero mezclar con aquellos que tienen tan mala apariencia.
Qué fácil nos es acusar y condenar con nuestro juicio y con nuestra crítica a cualquiera que se cruce en nuestra vida porque quizá nos cae mal o no nos es tan simpático o tiene mala presencia. Muchas veces tomamos posturas distantes ante los que nos parece que no son de los nuestros o tienen otra manera de pensar y con ellos no queremos hacer migas. Cómo nos cuesta perdonar a quien nos haya podido molestar en un momento determinado y cómo se guardan los rencores y los resentimientos. Cómo seguimos pensando que aquella persona no puede cambiar y no le damos una oportunidad ni le tendemos la mano para ayudarla a levantarse.
Jesús no le preguntó a la mujer ni le echó en cara por qué había caído en aquella situación de pecado. La mirada de Jesús fue una mirada llena de amor, una mirada que era como una mano tendida para levantarse, para darle como un plus de confianza, para hacerle sentir que su vida podía ser distinta, para que comenzara una nueva vida, para que comenzara a valorarse dentro de sí misma. La mirada de Jesús era una mirada de amor y de paz que inundaría de ese amor y de esa paz el corazón de aquella mujer.
Es la mirada que tenemos nosotros que aprender a tener para dar confianza, para despertar esperanza, para llenar de paz los corazones, para que en verdad se sientan perdonados y transformados, para que puedan valorarse a sí mismos creyendo que pueden comenzar una vida nueva; somos nosotros los que ahora tenemos que ir mostrando con nuestro amor, con nuestra comprensión, con nuestro corazón lleno de misericordia y amor el corazón misericordioso de Dios.

¿Cambiará nuestra mirada, la forma de acercarnos y de amar a los demás?

sábado, 8 de junio de 2013

El Emmanuel nos sale al encuentro en medio de un mundo de dolor

1Reyes, 17, 17-24; Sal. 29; Gál. 1, 11-19; Lc. 7, 11-17
Jesús es el Emmanuel anunciado por los profetas; Dios con nosotros que camina en medio de nosotros, que ha tomado nuestra misma vida y está a nuestro lado haciendo nuestro mismo camino. Cuando meditamos el misterio de la Encarnación de Dios muchas veces tenemos el peligro o la tentación de quedarnos en el hecho de la Navidad, y porque le vemos nacer niño en Belén en medio de aquella pobreza al pensar en el Dios encarnado fácilmente nos quedamos con esa imagen de Dios hecho niño en el portal de Belén.
Hemos de saberle ver en todas las situaciones de su vida, tal como nos lo narra el evangelio, pero verlo también en todas las situaciones de la vida por las que nosotros pasamos y donde tenemos que contemplarle también como el Emmanuel, el Dios que está con nosotros, a nuestro lado en cualquiera de esas situaciones que vivimos. Una lectura atenta del Evangelio nos hace ver y comprender cómo Jesús está en verdad en medio de los hombres, acercándose al hombre, cualquiera que sea la situación que vivamos. En todo momento El se acerca a nosotros como luz, como vida, como salvación, llenándonos de su gracia salvadora.
Es lo que hoy contemplamos en el evangelio. Jesús caminando de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, pasando de una a otra por todas las situaciones y circunstancias humanas. ‘Jesús de camino llega a una ciudad llamada Naim’ y ahí se va a encontrar con una situación bien dolorosa y donde se nos va a manifestar la vida que nos ofrece y todo su amor. Lo acompañaban los discípulos y mucho gentío, nos dice el evangelista. Se encuentra ‘cuando se acercaba a la entrada de la ciudad que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda; y un gentío considerable de la ciudad lo acompañaba’.
El impacto del encuentro de los que venían con Jesús con aquel cortejo y aquella multitud silenciosa que acompañaba al difunto que iban a enterrar y a su madre tenía que ser fuerte. Allí estaba el dolor y el sufrimiento que siempre se produce ante la muerte de alguien, en este caso joven; dolor y sufrimiento aumentado si cabe en aquella madre que ha perdido a su hijo único y se va a quedar sola y desamparada.
La situación de las viudas no era fácil en Israel en aquellos tiempos; veremos siempre que cuando se trata de socorrer a alguien que pasa necesidad se hablará de huérfanos y viudas. En este caso doblemente, podríamos decir, porque aquella madre viuda no tenía más hijo que el que había fallecido. Grande sería la soledad y el desamparo que la esperaba. Por eso podemos imaginar sin mucha equivocación el silencio impactante que envolvía a los que iban en aquel cortejo.
Y allí está Jesús. Jesús que nos sale al encuentro en la vida allí donde estamos con nuestros sufrimientos o  nuestra muerte. Sólo se oye el llanto doloroso de aquella madre a la que Jesús le dirá: ‘No llores’. Y Jesús que se acerca al ataúd haciendo detenerse a los que lo llevaban. ‘¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!... y el muerto se incorporó y comenzó a hablar, entregándoselo Jesús a su madre’.
Ahora el silencio se rompe y como a coro todos ‘sobrecogidos daban gloria a Dios diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo’. Aquella gente sencilla sabe descubrir las obras maravillosas del Señor. ‘Dios ha visitado a su pueblo’, es el grito ahora y el clamor. Nos recuerda las bendiciones de Zacarías en el nacimiento de su hijo. ‘Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y ha redimido a su pueblo… por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto’. Es Dios que se está haciendo presente allí. Lo reconocen en Jesús y en sus obras, aunque más tarde otros quieran negarlo. Pero allí están los pequeños y los sencillos que son los que saben descubrir las obras de Dios, que son a los que Dios quiere revelarse.
Si los filósofos quieren definir al ser humano como homo patiens, el ser que sufre, que tiene la capacidad del sufrimiento, ahora podemos descubrir el rostro del Dios compasivo, del Dios que sufriendo con nosotros nos manifiesta su amor acercándose a nuestra vida y a nuestro mundo en esa situación de dolor y sufrimiento que podamos padecer. Compasivo que es ‘padecer con’; el Señor es compasivo con nosotros porque nuestro sufrimiento no le es ajeno; ante nuestro sufrimiento El nos manifiesta su ternura y su amor acercándose a nosotros, padeciendo con nosotros, haciendo suyos nuestros sufrimientos, derramando su gracia y su amor sobre nuestra vida.
Ahí le vemos en verdad Emmanuel, Dios con nosotros, sufriendo con nosotros y amándonos y regalándonos la ternura de su amor y de su vida en nuestro propio sufrimiento. El Evangelio de Lucas que estamos siguiendo en este ciclo C nos habla continuamente de esa misericordia y de esa ternura de Jesús con los pobres, los enfermos, los pecadores.
‘No llores’, le dice de entrada a aquella mujer que está envuelta en el dolor y sufrimiento de la muerte de su hijo con todo lo que ello significaba para su vida y lo que podría ser su futuro. Y nos dice el evangelista que Jesús sintió lástima, se conmovió, se le revolvieron sus entrañas, podríamos decir, y se manifestó en verdad compasivo de aquella mujer. Allí estaba a su lado Jesús con sus entrañas conmovidas, como cuando le vemos sufrir ante la tumba de Lázaro, su amigo, en que le brotan lágrimas de sus ojos, o como cuando lo vemos sufrir por su ciudad querida, Jerusalén, sabiendo todo lo que la va a destruir, llorando también por ella.
‘Dios ha visitado a su pueblo’. Dios se sigue haciendo presente en medio del sufrimiento de nuestro mundo. Dios no es ajeno al sufrimiento que padecemos los hombres. Recordamos lo que le decía a Moisés, allá en medio de la zarza ardiente, que ha escuchado el clamor de su pueblo y va a enviarle a Libertador para que lo libere. Dios ha escuchado el clamor de la humanidad sufriente y nos envió a su Hijo único porque así tan grande era su amor que nos lo entregaba. Dios sigue escuchando el clamor de su pueblo, de toda la humanidad y en nuestras manos está el hacer presente a Dios en medio de los hombres.
¿No nos estará pidiendo el Señor que a través de nuestra solidaridad y de nuestro amor, a través de nuestro compromiso serio por hacer que nuestro mundo sea más justo y viva en paz se manifieste ese rostro compasivo de Dios para todos los hombres? Tenemos que ser sembradores de paz y de esperanza; tenemos que seguir repartiendo amor entre los que nos rodean; con nuestros gestos de solidaridad al compartir con los demás tenemos que despertar esos sentimientos en cuantos nos rodean; hemos da aprender a poner los verdaderos cimientos de un mundo mejor y más justo que entre todos construyamos.
Mucho sufrimiento hay en nuestro derredor con los problemas que vive la gente de hoy. Tenemos que aprender como Jesús a acercarnos al lado del que sufre; tenemos que buscar la manera de detener esa carrera de muerte en la que viven tantos con la falsedad de sus vidas, con su trato injusto para con los demás, con esa violencia de la que hemos llenado nuestra vida en palabras, en gestos y muchos hechos muy concretos; tenemos que tender la mano como lo hizo Jesús con aquel muchacho que llevaban a enterrar porque con nuestra mano de solidaridad tendida podemos levantar a tantos de su postración y de su sufrimiento. Mostrando con sinceridad nuestro rostro compasivo estaremos mostrando el rostro compasivo y misericordioso de Dios.
Dios sigue siendo el Emmanuel, pero mucho de nosotros depende que el mundo crea y descubra ese rostro compasivo de Dios. Es el mensaje que quiere dejarnos hoy el Señor en su Palabra. ¿Qué respuesta le vamos a dar?


sábado, 1 de junio de 2013

La fiesta de la Eucaristía un compromiso de amor: dadles vosotros de comer

Gén. 14, 18-20; Sal. 109; 1Cor. 11, 23-26; Lc. 9, 11-17
‘Tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que los repartieran. Comieron todos y se saciaron…’ Es lo que hemos escuchado en el evangelio pero con casi las mismas palabras san Pablo nos trasmitía la tradición que había recibido ‘que procede del Señor’, como nos dice: ‘En la  noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y pronunciando la acción de gracias, lo partió y lo repartió… esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros’. Pero ahora  nos añade: ‘haced esto en memoria mía’.
Es lo que hoy nos congrega de una forma especialmente solemne en este día, pero que nos congrega cada día y de manera especial en el día del Señor. Hoy es la fiesta grande de la Eucaristía, la fiesta en que celebramos y queremos trasmitir a todo el mundo saliéndonos incluso de nuestros templos el Misterio, el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, Sacrificio de la nueva y eterna Alianza.
¿Qué es lo que contemplamos? ¿Qué es lo que celebramos? Un misterio infinito de amor. Cristo que se nos da; Cristo que se nos entrega. ‘En la última cena con los apóstoles, para perpetuar su pasión salvadora, se entregó a sí mismo como Cordero Inmaculado y Eucaristía perfecta’, que vamos a proclamar en el prefacio de nuestra acción de gracias de hoy. Sí, es el Cordero Inmaculado que fue inmolado en sacrificio de amor por nosotros. Cada vez que celebramos la Eucaristía estamos celebrando el sacrificio de Cristo, porque cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz estaremos anunciando su muerte hasta que vuelva.
Sacramento que nos alimenta y nos vivifica, que nos santifica y nos llena de vida. Sacramento de amor que nos congrega para que en el amor vivamos y en el mismo amor nos entreguemos y a su manera. Sacramento que nos hace presente a Cristo para que en El lo reconozcamos; presencia permanente en el sacramento eucarístico que nos enseña a reconocerle también en los hermanos, sacramentos que también se convierten para nosotros de su presencia.
Quiso hacerse pan, hacerse comida porque es el signo más hermoso que nos habla del amor y de la comunión que entre todos los que en él creemos hemos de tener. La multiplicación de los panes, que hemos escuchado en el relato del evangelio, es signo que nos anticipa lo que va a ser para siempre el signo de la Eucaristía. Una comida que nos congrega y nos reúne en torno a Jesús y donde vamos a comer a Cristo y a entrar en profunda comunión con El.
Ya sabemos que reunirnos en torno a una mesa para una comida suscita sentimientos de gozo, de comunicación, de amistad. Se reúnen los que se siente hermanos y amigos para compartir juntos y con alegría una comida. Se reúnen los que quieren sentirse hermanos y amigos quizá en un momento determinado para restablecer y alimentar un amistad, una comunicación y una comunión que pudiera estar perdida o en peligro.
En torno a la mesa nos sentimos alegres, nos comunicamos espontáneamente, entramos en una bonita comunión que estrecha los lazos del amor y de la amistad. Bien sabemos que no es solo lo que comemos, sino lo que compartimos, lo que hablamos y las nuevas e intensas relaciones que mutuamente establecemos. Compartimos y comemos juntos el pan de la amistad mejorando nuestras mutuas relaciones humanas y nuestra calidad de vida y relación. Es una bendición poder compartir juntos esa comida que se convierte siempre en banquete de vida.
Cristo así quiso hacerse Eucaristía, hacerse comida que nos congregue para compartir nuestro amor y nuestra amistad; comida que alimente y haga crecer ese amor y esa nueva relación de profunda comunión. No olvidamos el memorial que hacemos de su entrega y sacrificio de amor, sino que haciendo memoria de esa entrega y amor precisamente vamos a alimentar nuestro amor y nuestra comunión de hermanos. ‘Haced esto en memoria mía’, nos dijo porque en su mismo amor y entrega también nosotros hemos de vivir.
La Eucaristía celebra el amor y alimenta el amor. Celebra primero que nada el amor de Cristo que por nosotros se entregó, pero necesariamente al mismo tiempo estamos celebrando ese amor que nosotros en el nombre de Jesús queremos vivir; pero además cuando Cristo se hace alimento está significándonos la gracia que nos regala al darnos su Cuerpo como alimento para que así fortalezcamos nuestro amor y lleguemos a vivir en esa necesaria y profunda comunión entre nosotros para siempre. Nunca podrá haber una Eucaristía sin amor y que no nos conduzca a más amor. La Eucaristía siempre tendrá que terminar en compromiso de amor.
Por eso hoy queremos escuchar con especial atención esa palabra que Jesús nos ha dicho en el evangelio al contemplar aquella multitud hambrienta a su alrededor. ‘Dadle vosotros de comer’. Nos lo dice a nosotros también. Miramos a nuestro alrededor y contemplamos, sí, una multitud hambrienta; quizá primero que nada nos fijamos en la situación dura y difícil que puedan estar pasando tantos hoy en nuestra sociedad. No podemos cerrar nuestro corazón ni de ninguna manera insensibilizarnos ante la situación difícil que pasan tantos en su necesidad. Cuando hoy celebramos esta fiesta del amor que es la Eucaristía sentimos ese compromiso del amor.
No podemos decir que somos pobres y que poca cosa quizá nosotros tenemos o podemos hacer. San Basilio de Cesarea, un santo padre de la Iglesia antigua en el siglo IV decía: ‘Sólo sabes decir: no tengo nada que dar, soy pobre. En verdad, eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna’.
Cuando Jesús nos dice hoy en esta fiesta de la Eucaristía al mirar la multitud que  nos rodea ‘dadle vosotros de comer’, quizá quiere que nos fijemos en esos pobres de amor a los que tenemos que alimentar, en los que tenemos que despertar al amor; y no son solo los que no se sienten queridos o son abandonados, sino aquellos que no saben amar porque han llenado su corazón de egoísmo y cerrazón; aquellos que se han cerrado al amor verdadero porque solo saben amarse a sí mismo y se vuelven insolidarios, fríos, insensibles, injustos con los hermanos, porque esa insensibilidad es también una forma de injusticia. Es una gran pobreza que también tenemos que ayudar a curar, alimentándolos de amor.
Quienes estamos celebrando hoy esta fiesta grande de la Eucaristía y queriendo así proclamar a voz en grito, podríamos decir, nuestra fe en Jesús lo tenemos que expresar con nuestro amor, auténtico y verdadero. Si de cada Eucaristía siempre hemos de salir amándonos más, cuando hoy queremos darle especial intensidad a esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo mucho más comprometidos con el amor hemos de salir de nuestra celebración.
Y ese compromiso de amor ha de manifestarse en una comunión más intensa que vivamos entre nosotros los que cada día convivimos, ya sean nuestras familias, el círculo de nuestros amigos, los compañeros de trabajo o allí donde habitualmente compartimos nuestra vida. Más comunión que es querernos más, que es ser siempre comprensivos los unos con los otros en los achaques de cada día y saber perdonarnos en todo momento. Más comunión que es sentirnos verdaderamente solidarios los unos con los otros compartiendo nuestras alegrías pero también sabiendo acompañarnos en nuestras penas y sufrimientos poniendo una especial empatía con los que sufren a nuestro lado.
Y por supuesto ese compromiso de amor con el que hemos de salir de nuestra celebración por justicia y amor nos ha de hacer que nos sintamos solidarios de manera efectiva con los que pasan necesidad o padecen especiales sufrimientos. Cuánto tenemos que aprender a compartir y cuanto hemos de aprender a consolar para mitigar sufrimientos.

Y en ese compromiso de amor de nuestra Eucaristía hoy, como nos pide Cáritas, hemos de aprender a vivir más sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir. Vive con sencillez y la convivencia nos hará más felices. Aprendamos del amor de Jesús y alimentemos nuestro amor en Jesús que para eso se nos da como alimento en la Eucaristía.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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