Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

Amigos que entran a esta Casa de Paz. Gracias por estar aqui. Clikea en seguir y unete a nosotros

viernes, 27 de abril de 2012


Conozco a mis ovejas y doy la vida por ellas

Hechos, 4, 8-12; Sal. 117; 1Jn. 3, 1-2; Jn. 10, 11-18
En la vida nuestra de cada día cuando suceden acontecimientos importantes, o sucede algo que nos impresiona mucho o nos llama la atención de manera especial, eso motivará para que de ese suceso se esté hablando continuamente en todos los lugares donde nos relacionamos o frecuentamos. Será un suceso especial, un acontecimiento deportivo, alguna noticia de algo importante que de alguna manera influye en la vida de la sociedad… pero se convierte en la comidilla, como decimos, en todas nuestras conversaciones y no nos cansamos de repetir y comentar una y otra vez.
Pero ¿sucede así en el ámbito de nuestra fe y de nuestra vida cristiana? Desgraciadamente en nuestro entorno cuando se habla de religión, de la iglesia o de cosas así más bien muchas veces es para denigrar o subrayar hasta la saciedad aspectos negativos de cosas que puedan suceder. No sé si siempre los cristianos valoramos debidamente todo lo que atañe a nuestra fe y a lo que es la vida de la Iglesia. ¿Qué relevancia le damos en la vida a nuestra fe y a los hechos fundamentales de nuestra salvación? Sin embargo, si nos fijamos bien, en la liturgia nos damos cuenta de que después de haber celebrado la Pascua parece como si no se quisiera acabar de celebrar y una y otra vez la Iglesia sí que quiere que repitamos, rumiemos con toda intensidad todo el misterio de nuestra salvación que hemos celebrado.
Por eso no sólo hemos estado unas semanas reviviendo intensamente todo lo que rodeó a la resurrección del Señor – en verdad está ahí todo el centro y meollo de nuestra fe y de nuestra salvación – sino que seguimos prolongando esa reflexión en todo el tiempo de pascua reviviendo, recordando, meditando intensamente todas las palabras y los hechos de la vida de Jesús. Es lo que nos va proponiendo la liturgia de la Iglesia en los diferentes domingos de Pascua y así tenemos hoy estos hermosos textos que nos hablan de Jesús como Buen Pastor.
No tendríamos que cansarnos de repetir una y otra vez todo este acontecimiento de la Pascua, igual que en la vida ante otros acontecimientos, como decíamos antes, repetimos y comentamos una y otra vez las cosas que van sucediendo. Cuando seguimos contemplando y meditando toda la entrega de Jesús en la Pascua surge hoy esta presentación de Jesús como Buen Pastor. Una imagen con hondo y rico significado que nos viene a definir muy bien a quien se entregó hasta dar su vida por nosotros. ‘Yo soy el Buen Pastor’, nos dice Jesús.
Fijémonos en diferentes aspectos en los que Jesús se nos manifiesta como buen Pastor. Primero nos dice ‘el buen pastor da la vida por las ovejas’ en contraposición a quien no es el dueño de las ovejas sino solamente un asalariado. Jesús es el Buen Pastor que ama a sus ovejas, son suyas, las conoce y las defiende hasta con la vida si fuera necesario. ¿Qué hizo Jesús? ¿Qué ha hecho por nosotros para liberarnos del maligno? Dar su vida por nosotros para que pudiéramos tener vida. Sí que le importamos nosotros a Jesús. Nos ama.
Es otro aspecto que podríamos subrayar. ‘Yo soy el buen Pastor que conozco a las mías y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por mis ovejas’, nos dice. Donde haya muchas ovejas y muchos pastores cada pastor conoce y distingue sus propias ovejas. De la misma manera las ovejas sólo seguirán al pastor que conocen.
Mucho nos quiere decir Jesús con esto. Conocer es algo más que distinguir una oveja de otra. Con la palabra conocer se quiere decir algo mas hondo; se está hablando de amar. El buen pastor ama a sus ovejas y cuando amamos llegamos a un conocimiento mucho más profundo que lo que nos puedan ofrecer los ojos de la cara. Hay otra comunicación, otra comunión, la del amor. Y claro cuando amamos, por aquel a quien amamos estamos dispuestos a hacer lo que fuera necesario. Por eso Jesús dirá que nos conoce, nosotros le conocemos, y El da la vida por sus ovejas. Es la consecuencia del amor. Es lo que hace Jesús por nosotros. Así nos conoce, así nos ama.
Nos conoce Jesús y nosotros hemos de conocerle a El, y escucharle, y seguirle, y amarle. Tendría que ser nuestra respuesta. ‘Yo conozco a las mías y las mías me conocen’, nos ha dicho. El nos ama y nosotros hemos de amarle y de la misma manera estar dispuestos a todo por El. La consecuencia del amor verdadero, como decíamos. Es el camino que hemos emprendido cuando nos decimos que tenemos fe en El, queremos ser sus discípulos y seguirle. Es la respuesta que, aunque nos cuesta a causa de nuestra debilidad, queremos ir dando cada día cuando queremos ser fieles, cuando queremos mantener nuestra fe, cuando ponemos todo nuestro empeño por vivir nuestra vida cristiana.
Pero no estamos solos; El nos ayuda, porque como buen Pastor siempre está dispuesto a ofrecernos los mejores pastos, siempre está ofreciéndonos y regalándonos su gracia que se nos reparte en la Palabra que escuchamos, en los sacramentos que celebramos y recibimos y en todo ese caudal de gracia que continuamente de mil maneras nos está dando en cada momento de nuestra vida. No es solo la gracia santificante que recibimos en los sacramentos, sino todas esas gracias actuales que en cada momento nos ofrece el Señor a cada situación de nuestra vida.
¡Cuánto nos ama el Señor! ¡Cómo tendría que ser también por nuestra parte ese cultivo y cuidado de la amistad de Dios que vemos enriquecido en nuestra oración al Señor! El cristiano tendría que ser de verdad un hombre de oración, de oración intensa, para vivir esa comunicación y comunión con Dios. ¿Cómo podríamos mantener esa unión con el Señor si no oramos intensamente? Quien se siente amado por el Señor hasta ser su hijo, como nos dice la carta de Juan hoy, siente que Dios habita en su corazón y tendría que surgir de forma espontánea casi esa comunicación viva con Dios en la oración. Necesitamos de la oración como del agua y la comida para vivir, como del aire para respirar. Nos daría para más extensas reflexiones.
Una palabra final para la Jornada que celebramos en este domingo del Buen Pastor. Es la Jornada de oración por las vocaciones, sobre todo a la vida sacerdotal y a la vida religiosa y que se celebra este año con el lema ‘las vocaciones, don de la caridad de Dios’. El Señor ha querido hacer partícipes de su función de pastor a aquellos que llama con una vocación especial dentro de la Iglesia. Son los sacerdotes y son los religiosos y religiosas que han consagrado su vida al Señor en la vida religiosa. Hoy es una especial jornada de oración para que el Señor llame a muchos y sean muchos los que respondan a esa llamada de amor del Señor y haya abundantes sacerdotes y también hombres y mujeres que se consagren al Señor en la vida religiosa para bien de la Iglesia y para la gloria del Señor.
Entresacamos algunos párrafos del mensaje del Papa. ‘Es importante que en la Iglesia se creen las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos “sí”, como generosas respuestas a la llamada del amor de Dios… Será tarea de la pastoral de las vocaciones ofrecer puntos de orientación para un fructífero recorrido. Elemento central será el amor a la Palabra de Dios, cultivando una familiaridad creciente con la Sagrada Escritura y una oración personal y comunitaria atenta y constante, para ser capaces de sentir la llamada divina en medio de tantas voces que llenan la vida diaria. Pero sobre todo que la Eucaristía sea el “centro vital” de todo camino vocacional: es aquí donde el amor de Dios va unido al sacrificio de Cristo, expresión perfecta del amor, y es aquí donde aprendemos siempre de nuevo a vivir la «gran medida» del amor de Dios. Palabra, oración y Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la belleza de una vida totalmente gastada por el Reino’.
Y nos habla también de la importancia de las familias en el surgimiento de las vocaciones. Tal dinámica, que responde a las instancias del mandamiento nuevo de Jesús, puede hallar elocuente y singular atención en las familias cristianas, cuyo amor es expresión del amor mismo de Cristo que ha dado a su Iglesia (cf. Ef 5, 32). En las familias, «comunidad de vida y de amor», las nuevas generaciones pueden hacer una admirable experiencia de este amor oblativo. Ellas, efectivamente, no solo son el lugar privilegiado de la formación humana y cristiana, sino que pueden llegar a ser «el primer y mejor seminario de la vocación a la vida de consagración al Reino de Dios», haciendo descubrir, precisamente dentro de la familia, la belleza e importancia del sacerdocio y de la vida consagrada.
Oremos por las vocaciones. Sintamos esa inquietud de la Iglesia en nuestro corazón.

viernes, 20 de abril de 2012


Está en medio de nosotros y nos sentimos enviados a llevar el anuncio del evangelio

Hechos, 3, 13-15.17-19; Sal. 4; 1Jn. 2, 1-5; Lc. 24, 35-48
‘Contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y como lo habían reconocido al partir el pan cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: Paz a vosotros’.
Se presenta Jesús en medio de ellos. Estaban desconcertados porque aun no acaban de asimilar todo lo sucedido en esos días. Aquel primer día de la semana había sido muy intenso. Que el sepulcro estaba vacío; que las mujeres contaban visiones de ángeles que les decían que estaba vivo; que Simón contaba que se le había aparecido Jesús; ahora vienen estos que han marchado a Emaús narrando todo lo sucedido; y de repente, allí está Jesús en medio. Son muchas las emociones; ‘llenos de miedo por la sorpresa, creen ver un fantasma’.
Pero allí está Jesús en medio. ‘¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies, palpadme… y dicho esto les mostró las manos y los pies…’ Allí está Jesús resucitado. Viene a despertar la fe y la esperanza. Que se disipen los nubarrones, que desaparezcan las dudas, no hay lugar para las tinieblas.
Allí está El para hacerles comprender. Les explica las escrituras. Ya lo había hecho con los discípulos del camino de Emaús. Les abrió la inteligencia para que comprendieran. Necesitaban la firmeza de un sí, una afirmación clara, una proclamación sin ningún tipo de dudas. Como tendrán que hacerlo de ahora en adelante. Como lo vemos haciendo ya a Pedro en la primera lectura. Allí está Jesús en medio.
‘Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’. Allí está Jesús en medio y han de ser testigos de ello. En todas partes. A todos los pueblos. Será el anuncio de salvación que han de hacer. Todo lo que ha sucedido ha sido conforme al plan de Dios. Los hombres en su maldad han actuado llevando a Jesús hasta la cruz, pero detrás de todo eso estaba el plan de Dios. Era el amor de Dios que llegaba a nosotros y nos traía la salvación.
Les costó mucho comprender. Estaban asustados y tenían miedo. No acababan de creer. Estaban atónitos. Sus mentes estaban cerradas. Aunque le ven comer; le han ofrecido pan y un trozo de pez asado. Aunque pueden palparlo. Aunque Jesús se los explica todo. Un día Jesús les enviará el Espíritu Santo y podrán salir a hacer el anuncio, como ya escuchamos a Pedro en la primera lectura.
Allí está Jesús en medio; aquí está Jesús en medio. Hemos de confesarlo. Aquí estamos reunidos en su nombre y aquí está Jesús en medio de nosotros. Nos lo había dicho: cuando estuviéramos reunidos en su nombre, El estaría en medio de nosotros. También a nosotros nos trae la paz; sobre nosotros derrama su gracia; a nosotros también nos explica las Escrituras; nos regala y nos infunde su Espíritu para que le conozcamos, le confesemos, le podamos vivir con toda intensidad dentro de nosotros mismos.
Aquí está con nosotros y camina a nuestro lado, como con aquellos discípulos que marchaban a Emaús; está en medio de nosotros y para nosotros también parte el pan para que le comamos y vivamos; está en medio de nosotros y viene a avivar nuestra fe muchas veces mortecina; está en medio de nosotros y nos sentimos llenos de esperanza de que es posible una vida nueva, un mundo mejor, un mundo donde todos  nos queramos y nos respetemos, y vivamos en armonía y paz, y nos ayudemos mutuamente a caminar y a hacer las cosas bien.
Está en medio de nosotros y nos hemos llenado de alegría y hemos querido contagiarla en esta pascua queriendo hacer felices a los demás haciéndoles el anuncio de que ha resucitado y nos ha traído la salvación; está en medio de nosotros y nos sentimos más iglesia, más comunidad de hermanos que nos queremos y deseamos de verdad vivir unidos y que nunca más haya divergencias ni enfrentamientos entre nosotros, y que queremos hacer felices los unos a los otros.
Sí, Jesús está en medio de nosotros abriendo el entendimiento, aumentando la comunión, renovando la alegría y el perdón, animando la oración. Se hace presente en nuestras celebraciones litúrgicas, cuando escuchamos su Palabra – esa Palabra que nos enardece el corazón – y cuando partimos el pan de la Eucaristía, porque es a El a quien comemos, de quien nos alimentamos, quien nos regala su vida y su gracia.
Se hace presente en medio de nosotros e ilumina nuestra vida y transforma nuestro corazón, nos llena de la fortaleza y la alegría del Espíritu y nos da valentía para ir a anunciarlo a los demás. Los discípulos tras el encuentro con Cristo resucitado se sintieron profundamente transformados, se disiparon sus dudas, se acabaron los miedos y cobardías y las puertas se abrieron para llenos de alegría  salir inmediatamente a llevar la Buena Noticia a los demás.
Es lo que tiene que ser ya nuestra vida. Es a lo que nos sentimos enviados. La luz ya no podemos esconderla. La Buena Noticia hay que comunicarla. Nadie podrá ya prohibirnos que hablemos de Jesús y en su nombre queramos transformar nuestro mundo. Es nuestra tarea y nuestro compromiso. Para eso nos envía su Espíritu. Por eso nos enviará a que vayamos hasta los confines del mundo, comenzando por la Jerusalén de los que están a nuestro lado, anunciando en su nombre la conversión y el perdón de los pecados. Somos ya nosotros también unos testigos, porque Cristo está vivo y presente en medio de nosotros y por la fe ya no tenemos ninguna duda; unos testigos que hemos de hacer el anuncio del nombre de Jesús.
Cuando termina nuestra celebración el sacerdote nos dice: ‘podéis ir en paz’. ¿Qué significa eso? Vamos en paz porque vamos llenos de Dios, llenos de Cristo y de su gracia, porque hemos vivido y celebrado su presencia en medio de nosotros. Pero significa también cómo hemos de llevar esa paz de Cristo a los demás.
Se nos envía a llenar la tierra de luz, a sembrar alegría y esperanza, a proclamar la amnistía y el perdón – el año de gracia del Señor -, a trabajar por la paz, a consolar a los que sufren; se nos envía a llevar la buena noticia del evangelio que nos llena de alegría a los pobres y a los que están tristes; se nos envía a ser testigos de resurrección manifestando con nuestras vida que estamos resucitados, que Cristo nos ha resucitado a nosotros también; se nos envía a asegurar a todos los hombres que Dios nos ama y que la vida verdadera consiste en amar.
Y todo eso lo podemos hacer, porque Cristo está en medio de nosotros.

martes, 17 de abril de 2012

Señor danos un corazon contrito y humillado.



Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra tí, contra tí sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.


Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

sábado, 14 de abril de 2012


Para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios

 Hechos, 4, 32-35;  Sal. 117;  1Jn. 5, 1-6;  Jn. 20, 19-31
‘Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre’. Es el final del evangelio de Juan proclamado en esta octava de Pascua de la Resurrección del Señor. Es, podemos decir también, la finalidad del propio evangelio, para que creamos en Jesús y tengamos vida eterna en su nombre.
Nos resume también muy bien lo que estos días hemos venido celebrando y que es también como el modelo de lo que tiene que ser toda celebración cristiana, proclamar nuestra fe en Jesús, nuestro Salvador. Lo hemos celebrando los misterios de su pasión, muerte y resurrección en todas las celebraciones del Triduo pascual que se ha prolongado solemne e intensamente en esta octava de Pascua; lo que celebramos también en cada Eucaristía y en cada sacramento que nos hace partícipes de la vida de Cristo. ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección’, decimos y pedimos una y otra vez que venga el Señor a nuestra vida, ‘Ven, Señor Jesús’, terminamos aclamando.
Como decíamos, seguimos queriendo vivir con toda intensidad la Pascua de resurrección; por eso, este domingo tiene como un sentido especial al ser la octava del primer día, del día de la resurrección del Señor. Quienes hemos participado cada día en esta semana en la celebración de la Eucaristía, fuimos escuchando los diferentes textos que nos ofrecen los evangelio de la manifestaciones de Cristo resucitado a sus discípulos.
En este domingo la liturgia nos ofrece un doble texto, en las dos apariciones de Cristo a los discípulos en el Cenáculo; una en el primer día de la semana, el mismo día de la resurrección del Señor, y el otro texto a los ochos días cuando de nuevo se les manifiesta estando ya todo el grupo de los apóstoles.
El mensaje que se  nos ofrece quiere ayudarnos a reafirmar bien nuestra fe en Jesús y a fortalecernos en ella para que seamos capaces de dar valiente testimonio ante los demás. Está por una parte, tras el estupor del primer momento, la alegría de los discípulos por el encuentro con Cristo resucitado; alegría que se trasforma en anuncio de esa buena noticia a quien no tuvo la experiencia de ese encuentro con el Señor. ‘Tomás no estaba con ellos cuando vino Jesús’, nos comenta el evangelista. ‘Hemos visto al Señor’, le comunican enseguida a Tomás.
Pero está al mismo tiempo la duda de Tomas con su deseo de palpar por si mismo las llagas del Señor en su pasión. ¿Necesitaría él pasar por la pasión para poder llegar a la alegría verdadera de la resurrección del Señor? Un buen pensamiento también para nuestras dudas y exigencias. ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos; si no meto el dedo en el agujero de los claros y no meto la mano en su costado, no lo creo’, será su duda y su exigencia.
Volverá Jesús y Tomás estará allí. Con la presencia de Jesús ya no hará falta meter los dedos en los agujeros ni la mano en el costado. Surgirá pronto la confesión de fe. ‘¡Señor mío y Dios mío!’ Y es que el encuentro vivo con Cristo resucitado ha transformado su vida. Todo ya es distinto para él.
Sucede siempre que tenemos un encuentro con el Señor. No siempre esa experiencia de encuentro será verlo con los ojos o palparlo con las manos. De muchas maneras se nos manifiesta el Señor y podemos encontrarnos con El. Por eso Jesús dirá: ‘Dichosos los que crean sin haber visto’. Creemos nosotros, no porque hayamos visto con los ojos de la cara o palpado con nuestras manos, sino porque nos fiamos de quienes nos han trasmitido esa fe; esa fe que Dios ha plantado en nuestro corazón y que por la fuerza de su Espíritu nos lleva a confesar que Jesús es el Señor.
Confesión de fe que nos llena de alegría y que nos llena de paz. No en vano, ese fue el primer saludo de Jesús resucitado cuando se encuentra con sus discípulos. ‘Paz a vosotros’, les dice y nos dice. Es algo constante en el evangelio. Nunca hemos de temer en los encuentros con el Señor. ‘No temáis’, es también un saludo repetido. Ahora con Jesús nos llega la paz al corazón, a nuestra vida y a través de nosotros en ese anuncio que hagamos de Jesús esa paz ha de llegar también a los demás.
Es la paz que van sembrando los que aman y aman de verdad; es la paz que es fruto del amor; es la paz que siempre tenemos que sembrar los discípulos de Jesús. Es la paz que vivimos en el Reino de Dios, cuando hemos optado seriamente por hacer que Jesús sea el único Señor de nuestra vida. Es la paz tan fundamental, tan esencial entre los valores del Reino que hemos de vivir y trasmitir. Allí donde haya un cristiano, donde esté un seguidor de Jesús siempre tendría que brillar con un brillo especial la paz.
‘Como el Padre me ha enviado, así os envío yo’, nos dice y no da su Espíritu. ‘Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…’ Nos da su Espíritu para que vivamos siempre en esa paz; nos da su Espíritu para que se mantenga viva nuestra fe y podamos proclamarlo siempre y con toda nuestra vida como el Señor; nos da su Espíritu para darnos el perdón, que nos manifiesta su misericordia, que nos llena a nosotros también de misericordia y de compasión, que nos hace ser repartidores de perdón, de compasión, de misericordia con los demás.
Entre los seguidores de Jesús no cabe ya otra cosa que la misericordia, el amor, la compasión, el perdón. No se entiende un seguidor de Jesús que no ame, que no sea misericordioso, que cierre su corazón al perdón. Es amor y esa misericordia, esa compasión y ese perdón ni lo vamos a dar ni a vivir si no es desde la fuerza del Espíritu. No es cosa nuestra. Es la acción del Espíritu divino, del Espíritu de Cristo resucitado en nosotros. La Iglesia siempre será la comunidad de la misericordia porque es el regalo que le ha dado Jesús en la Pascua cuando la ha instituido; los cristianos tendremos que ser siempre los hombres y las mujeres de la misericordia cuando queremos parecernos a Jesús.
A cuánto nos lleva y nos compromete nuestra fe en Cristo resucitado. Pero no tengamos miedo al compromiso sino asumamos generosa y alegremente nuestra fe y las consecuencias de amor que tenemos que vivir. Cristo resucitado está con nosotros y nos regala el don de su Espíritu. Sigamos proclamando con toda nuestra vida, con nuestras palabras y con nuestras obras en el actuar de cada día esa fe que tenemos en Jesús. Que las obras del amor y de la misericordia hablen de nuestra fe.

sábado, 7 de abril de 2012


¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’

Juan 20, 1-9
‘¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’
Así bellamente proclaman los versos de la secuencia la resurrección del Señor en esta mañana luminosa de la Pascua. ‘¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’
El evangelio que hemos escuchado nos lo ha relatado. Las mujeres habían ido al sepulcro a embalsamar el cuerpo de Jesús, nos narraban los otros evangelistas. Juan nos habla de María Magdalena que cuando encuentra ‘quitada la losa del sepulcro echa a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien Jesús tanto quería… Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos donde lo  han puesto…’ Es su primera impresión. Es lo primero que comunicará a los apóstoles que corren también al sepulcro.
Ya hemos escuchado. Cuando ven las vendas en el suelo, el sudario doblado aparte creen, pero no que se hayan llevado el cuerpo de Jesús, sino que la palabra de Jesús en verdad se ha cumplido. Era verdad, ha resucitado el Señor. Leemos el evangelio no en un solo texto, sino que en el conjunto de los evangelistas corroboramos todos los datos. Y tenemos que decir con los versos de la secuencia, en labios de María Magdalena, que más tarde tendrá la experiencia del encuentro con el Señor resucitado ‘¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’
Es lo que desde anoche, cuando en la Vigilia Pascual celebramos la resurrección del Señor, nos hemos venido repitiendo y nos ha llenado de alegría. Ha crecido  nuestra fe, se ha consolidado la esperanza, nos hemos puesto en el nuevo camino del amor.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Es lo que ha sido fundamento de nuestra fe y lo que generación tras generación desde aquellos primeros testigos de la resurrección la Iglesia ha continuado proclamando.
Es lo que da sentido último y profundo a toda nuestra vida. Es lo que sustenta toda nuestra fe y todo nuestro actuar cristiano. Es lo que nos ha hecho testigos de la luz y de la vida; es lo que en verdad nos compromete a ser testigos de Cristo con nuestro amor y con todo  nuestro compromiso cristiano.
Es lo que dio fuerza a los mártires que fueron capaces de dar su vida por la fe en Jesús. Es lo que ha dado y sigue dando empuje a tantos cristianos que como  misioneros se han lanzado por el mundo en el anuncio del evangelio.
Es lo que da fuerza y coraje para luchar por un mundo nuevo y mejor transformado desde el amor. ¡Cuántos cristianos, anónimos muchas veces, van dando testimonio de la resurrección del Señor con su palabra, con su trabajo, con su compromiso!
Es lo que nos da sentido para no perder nunca la esperanza y la alegría de vivir aunque la vida pueda llenarse de nubarrones por los problemas y dificultades que nos aparezcan o el dolor y el sufrimiento nos envuelvan. ¡Qué ejemplo más hermoso hemos tenido en nuestro recordado don Felipe – obispo emérito de Tenerife - en su enfermedad y que el Señor precisamente en la tarde del Viernes Santo ha querido llevarse a participar ya de la pascua eterna del cielo!
Es la gracia que sustenta el trabajo de tantos cristianos comprometidos por los demás y que generosamente comparten lo que son y lo que tienen porque no soportan el sufrimiento de tantos en sus carencias y necesidades en momentos difíciles. Compromisos con los pobres, con los enfermos, con los ancianos, con los discapacitados, con los enfermos de SIDA, con los esclavizados en el mundo de la droga, con los últimos del mundo y de la sociedad…
Es lo que nos convierte en levadura buena que quiere hacer fermentar la masa de nuestro mundo para que vayan brotando cada vez más las flores y los frutos del amor, suscitando almas generosas y desprendidas para hacer el bien y ser capaces de sacrificarse por los otros.
Es la fuerza de Cristo resucitado que inunda nuestras vidas y quiere rebosar sobre nuestro mundo para hacerlo mejor. Y cuando estamos celebrando el triunfo de Cristo en su resurrección tenemos que hacer ese cántico también a tantos comprometidos desde su fe para anunciar con su vida la Buena Nueva de Jesús en este mundo concreto en que vivimos.
Y es que los cristianos ni nos encerramos en nosotros mismos, ni sólo nos contentamos en cantar nuestra alegría. No somos seres utópicos que nos contentemos con soñar, sino que sabemos arremangarnos para trabajar por hacer un mundo mejor, por sembrar la semilla de la fe y del amor en medio del mundo.
La luz de Cristo resucitado que hoy ilumina nuestras vidas es fuerza y es gracia que nos pone en camino, que implica toda nuestra vida, que nos hace ser mejores nosotros superando tentaciones y egoísmos, que nos convierte en fermento de nuestro mundo, que nos hace ir sembrando las semillas de los valores del evangelio en el amplio campo que nos rodea.
La luz y la fuerza de Cristo resucitado no nos hace quedarnos con los brazos cruzados sino que nos compromete hondamente para ser siempre y en todo lugar esos testigos entusiastas y convencidos de nuestra fe, de que Cristo verdaderamente ha resucitado.
Hoy estamos celebrando con gozo grande el día de la Resurrección del Señor. Es la Pascua. Hemos venido queriendo abrir nuestro corazón a lo largo de toda la cuaresma para este momento pascual, para acoger de verdad a Dios que llega a nuestra vida en la muere y resurrección de Jesús para inundarnos de su vida y de su salvación, de su gracia y de su amor. Todos esos pasos que hemos ido dando, que en ocasiones habrán podido ser costosos en esa tarea de superación, nos traen a que ahora vivamos esta alegría de la pascua, a que ahora podamos cantar con tanto entusiasmo que Cristo resucitó, a que repitamos una y otra vez sin cansarnos el aleluya de la resurrección.
‘Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da tus fieles parte en tu victoria santa’, proclamamos con la secuencia. Estamos celebrando, sí, la victoria de Cristo resucitado, pero que es celebrar también nuestra victoria en El en la medida que nos unimos a El, en la medida en que participamos plenamente de su muerte y resurrección, en la medida en que queremos vivir en su amor y por su amor. Hemos de resucitar con Cristo. Hemos de dejarnos transformar por la luz de Cristo resucitado para vivir la vida nueva de la gracia.
Vivamos el gozo de la resurrección del Señor. Que por el entusiasmo de nuestra alegría y nuestra fe todos puedan conocer de verdad que Cristo verdaderamente ha resucitado. Feliz pascua de resurrección. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’

Que las trompetas anuncien la salvación ¡Cristo ha resucitado!

Marcos. 16, 1-7
‘Exulten por fin los coros de los ángeles… que las trompetas anuncien la salvación… goce toda la tierra inundada de tanta claridad… alégrese toda la iglesia revestida de luz tan brillante por la victoria de rey tan poderoso…’
Así hemos comenzado hoy nuestra liturgia en esta vigilia gloriosa de la resurrección del Señor proclamando el pregón de Pascua. Un pregón que tiene que resonar muy fuerte para que llegue a todos los rincones porque todos han de conocer que Cristo ha resucitado y El es nuestra luz y nuestra vida, en El hemos encontrado nuestra salvación y nuestra gloria.
Llenos de alegría, inundados de luz cantamos a Cristo resucitado. Hemos ido escuchando la Palabra de Dios que nos trasmitía la historia de la salvación preparándonos para este momento. La luz de Cristo resucitado brilla con todo resplandor iluminando no sólo este templo, sino inundando de luz y de alegría nuestros corazones que queremos contagiar a todos. Por eso hemos comenzado con ese rito del fuego nuevo y de la luz, porque es la luz nueva de Cristo resucitado la que ilumina nuestra vida.
Es el anuncio gozoso que resuena en esta noche en toda la Iglesia. ¡Cristo ha resucitado! ¡resucitó el Señor! Es nuestro grito y nuestro canto. Es la alegría más honda que queremos trasmitir a toda la tierra.
Como nos contaba el evangelio las piadosas mujeres iban al sepulcro pensando en embalsar el cuerpo muerto de Jesús y preocupadas por quién les ayudaría a correr la piedra grande que cerraba la entrada del sepulcro. Pero la piedra estaba corrida y eso que era muy grande, como comenta el evangelista. Pero el sepulcro estaba vacío.
Allí no estaba el cuerpo de Jesús. ‘Vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco y se asustaron’. No era para menos. Buscaban el cuerpo muerto de Jesús y lo que se encuentran es aquel joven. ‘No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús, el Nazareno, el crucificado No está aquí. ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron’.
Ha resucitado, Es el anuncio que disipa todos sus temores. Las palabras que había anunciado Jesús tenían su pleno cumplimiento. Habia anunciado que iba a ser entregado y que moriría en la cruz, pero que al tercer día resucitaría. ‘El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de los pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar’, había dicho. Ahí está el cumplimiento ¡Ha resucitado! Ya no podemos buscar entre los muertos al que vive. No nos quedamos en la muerte sino que queremos llegar a la vida. Por eso es Pascua, porque es paso de la muerte a la vida, porque es el paso de Dios por nosotros en Cristo Jesús que ha muerto pero que Dios ha resucitado constituyéndolo Señor y Mesías.
Es nuestra alegría. La alegría que esta noche cantamos a todo pulmón. Es el gozo y la alegría que queremos trasmitir. En la tarde del viernes levantábamos los ojos a lo alto y aprendíamos la gran lección del amor que daba sentido y valor a todo sufrimiento y dolor. El amor nunca será vencido. El amor será el triunfador final. Aunque podría haber parecido una derrota el contemplarlo muerto colgado del madero, es la gran victoria del amor que ahora tiene su realización plena. No buscamos sólo al crucificado sino al Señor que vive y vive para siempre; buscamos al Señor que vive y que nos ha llenado de vida; buscamos al Señor que nos amó hasta el extremo y nos está enseñando lo que es la victoria del amor.
Este acontemiento que estamos celebrando es algo que nos está transformando totalmente nuestra vida. Desde ahora todo tiene que ser distinto. Primero ha llegado la redención y la salvación a nuestra alma con la muerte y resurrección de Jesus que ha borrado toda muerte y todo pecado. Nuestra vida tiene que ser distinta porque el pecado y el mal han sido vencidos, la muerte ha sido derrotada por el amor. Nuestra vida tiene que ser distinta porque ahora sí comprendemos bien todo el sentido y el valor del amor. Nuestra vida tiene que ser distinta porque de ahora en adelante va a estar siempre envuelta por el amor.
Desde Cristo resucitado ya no podemos vivir sino para amar; desterrados lejos de nosotros tienen que estar todos nuestros orgullos y nuestros egoismos, todo ese mal que tantas veces ha anidado en nuestro corazón; nuestro vivir ha de ser para amar, para compartir, para lavar los pies, para ser para siempre solidarios con los demás, para ayudar a alejar del corazón de los hombres cualquier sombra de sufrimiento, para vivir en una nueva comunión con los hermanos, para hacer en verdad un mundo nuevo lleno de paz y de justicia.
Nuestra alegría no solo tiene que manifestarse con nuestros cantos sino con las obras de nuestro amor. Tenemos que contagiar a los que nos rodean de la alegría de Cristo resucitado, y contagiar de esa alegría es contagiar de amor; es decir que es posible vivir amándonos, y perdonándonos, y haciéndonos el bien los unos a los otros.
No podemos permitir que las sombras de la muerte sigan inundando nuestro mundo. Las fuerzas del mal siguen con su batalla y son una tentación fuerte y constante para nuestra vida. Pero por muy fuertes que sean las fuerzas del mal no nos desalentamos en nuestra lucha por hacer un mundo mejor porque creemos en el que venció la muerte, el mal, el pecado con su amor cuando dio su vida por nosotros en la cruz; porque creemos en Cristo resucitado y en El tenemos nuestra fuerza y nuestra luz.
Es Cristo resucitado, al que esta noche estamos cantando con tanta alegría, quien nos pone en camino y ese camino en búsqueda del amor, en búsqueda de hacer un mundo mejor ya no se puede detener. Tenemos la fuerza de Cristo resucitado con nosotros que para eso nos da su Espíritu. Será el regalo de pascua que hará a sus discípulos en el Cenáculo para el perdón de los pecados.
El mundo tiene que llenarse de luz. Y nosotros que hemos encendido esta noche nuestra luz en la luz de Cristo resucitado, en la luz del Cirio Pascual estamos obligados a llevarla a los demás, a llevarla a nuestro mundo para disipar toda tiniebla. Esa luz que no podemos esconder debajo del celemín sino que tenemos que ponerla muy alto para que ilumine a todos.
Tenemos que trasmitir esa luz. Tenemos que trasmitir esa alegría. Tenemos que comunicar al mundo que Cristo ha resucitado. Que ese sea nuestro saludo, nuestro anuncio, nuestro deseo, nuestra verdadera felicitación que vayamos trasmitiendo a los demás.
¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado. Resucitemos con El. Hagamos resucitar a nuestro mundo con el amor.

viernes, 6 de abril de 2012


Levantamos nuestra mirada hacia la cruz y contemplamos una luz del amor

Is. 52, 13-53,12;
 Sal. 30;
 Hb. 4, 14-16; 5, 7-9;
 Jn. 18, 1-19,42
‘Se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y El, cargando con la cruz, salió al sitio llamado de la Calavera donde lo crucificaron…’ Ahí lo contemplamos en lo alto del Gólgota, en lo alto de la cruz. Hacia lo alto levantamos hoy los ojos porque fue levantado en lo alto para que todo el que crea en El alcance la salvación. ‘Cuando el Hijo del Hombre sea levantado en lo alto atraeré a todos hacia mí’, había dicho.
El mismo lo había anunciado aunque a los discípulos les costaba comprender. Es difícil aceptar la cruz, comprender el sentido del dolor y del sufrimiento. Pedro trataba de quitarle la idea de la cabeza. Fue una tentación más de Jesús que le dirá ‘apártate de mi que me estás tentando como Satanás’. El había subido decidido a Jerusalén sabiendo que el Hijo del Hombre iba a ser entregado y sería clavado en una cruz.
Ahí lo contemplamos, como nos decía el profeta, ‘desfigurado, no parecía hombre… sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado…’ No podría ser otra la figura de quien había sido abofeteado, maltratado, azotado, coronado de espinas, agotado y destrozado en su caminar bajo el peso de la cruz y ahora traspasado de pies y manos cosido al madero.
Quizá convendría preguntarnos en este momento ¿No nos damos la vuelta también cuando en la vida nos vamos encontrando a personas crucificadas en el dolor y el sufrimiento, en sus carencias y en sus penas? Cerramos los ojos o miramos a otro lado cuando nos encontramos a quien nos tiende la mano para pedirnos desde su necesidad; nos duele el sufrimiento de quien se retuerce en el dolor de una enfermedad incurable y preferimos no enterarnos; nos hacemos insensibles tantas veces ante las lágrimas del que se siente solo y apenado; cuántos rodeos vamos dando en la vida. ¿No nos estará pidiendo el crucificado del Calvario que aprendamos a mirar nuestro alrededor sin cerrar los ojos a cuanto sufrimiento nos rodea?
Todo en la vida se nos llena de oscuridad cuando nos vemos envueltos por el dolor y la muerte. Rehuimos esas sombras que parece que nos hacen daño y nos ciegan el corazón. Pero tenemos que mirar a lo alto de frente a frente para que sepamos encontrar la luz. Hoy levantamos nuestra mirada hacia la cruz y contemplamos a quien en ella está clavado para encontrar un sentido y un valor, una luz que nos ilumine. Tras todo ese dolor y sufrimiento de Jesús hay una fuerte luz que tenemos que saber descubrir sin dejar oscurecer el corazón en las tinieblas. Es la luz del amor.
Miramos al que ‘soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores… fue traspasado por nuestras rebeliones y triturado por nuestros crímenes, decía el profeta; nuestro castigo saludable vino sobre él y sus cicatrices nos curaron… voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como cordero llevado al matadero… el Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación…’
No hay amor más grande que el de quien entrega su vida por los que ama. Y es ese amor el que descubrimos en la cruz. Voluntariamente se había entregado, había subido a Jerusalén y subido a la Cruz. Es el amor el que lo guiaba porque sólo buscaba nuestra salvación. Así de inmenso e infinito es su amor porque es amor divino, porque es el amor de Dios que siempre nos busca y nos llama para ofrecernos la vida y la salvación. Es el Cordero que se inmola, verdadero cordero pascual que se sacrifica y nos trae el perdón. Así lo anunciaba el Bautista, ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’.
Esa es la luz fuerte que brilla desde la cruz y que nos da sentido y valor. Es el amor de un Dios que nos redime, que nos levanta, que nos llena de vida, que nos inunda de su luz, que quiere contagiarnos de su amor. Por eso levantamos los ojos a lo alto de la cruz, para ver el amor que nos salva. Y porque creemos en quien de esa manera nos ama encontraremos el amor, encontraremos la vida, encontraremos la salvación.
La noche del jueves, en la cena pascual, había comenzado llena de solemnidad porque se comenzaban a suceder muchas cosas asombrosas. Todo eran pasos que nos iban conduciendo cada vez a algo más hondo y más especial. Era la comida del cordero pascual que celebraba y recordaba una pascua importante para el pueblo, pero pronto poco a poco se iba abriendo el camino a una Pascua más profunda. Dios se hacía presente cada vez con mayor intensidad en todos los signos de amor que se iban realizando, el lavatorio de los pies, la eucaristía, el sacerdocio que dejaba instituido. Todo conducía a este momento grande que hoy estamos viviendo, a este paso de Dios salvador desde la cruz en el amor más grande.
Allí nos dejaba su Cuerpo entregado y su Sangre derramada en el sacrificio de amor de su vida en la Eucaristía. Ahora contemplamos esa entrega hasta el final, esa sangre derramada que será la señal de la Alianza de amor definitiva y eterna de Dios con nosotros. Por ya desde ahora cada vez que comemos aquel Pan y bebemos de aquella copa estaremos proclamando para siempre la muerte de Jesús, la victoria de amor de Cristo definitiva y eterna que nos garantiza para siempre el amor de Dios.
Nos sentimos abrumados y en cierto modo confundidos ante todo lo que sucede y contemplamos. Nos sentimos inmensamente impresionados y hasta sorprendidos a los pies de la cruz de Jesús ante tanto amor. Pero, aún en la pena y dolor por nuestro pecado, nos sentimos gratamente emocionados y con gozo en el alma por tanto amor que nos perdona y nos llena de vida.
Proclamemos nuestra fe, llenémonos de esperanza, cantemos nuestro amor viviendo la vida nueva que brota de la cruz. Al que contemplamos en esta tarde colgado del madero lo sabemos victorioso. Ya es victoria sobre el pecado y la muerte, su muerte en la cruz. Pero al tercer día resucitará y completaremos el ciclo de la Pascua, de ese paso de Dios hoy y ahora por nuestra vida. ‘Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente’.
Contemplemos y oremos; contemplemos y escuchemos allá en lo hondo del corazón; contemplemos y salgamos por el mundo repartiendo amor, mitigando dolor, compartiendo la vida y la esperanza a cuantos crucificados contemplamos a la vera del camino. Anunciémosle a todos con nuestra vida y con nuestro amor que en Jesús encontraremos la paz, la vida, la salvación. Que desde la Cruz de Jesús nuestro mundo se llene de esperanza.

miércoles, 4 de abril de 2012


Hacemos Eucaristía y comenzamos a lavarnos los pies los unos a los otros

Éxodo, 12, 1-8.11-14; Sal. 115; 1Cor. 11, 23-26; Jn. 13, 1-15
Todo estaba debidamente preparado. Los discípulos siguiendo las instrucciones de Jesús habían ido a la ciudad y le habían trasmitido el encargo. Allí estaba la sala alta de la casa arreglada con divanes y ahora con todo lo necesario para celebrar la Pascua, el cordero, los panes ácimos, las lechugas amargas, el vino, el agua para las purificaciones, todo tal como prescribía la ley de Moisés.
Pero en el ambiente había algo distinto, una especial solemnidad. ‘Se acerca el momento’, había dicho Jesús y el evangelista ya nos dirá que ‘había llegado la hora’.  Aquella pascua iba a ser distinta porque además Jesús comienza haciendo algo inesperado. Normal era ofrecer agua para lavarse, pero era inusual que el que presidiera la mesa se fajara una toalla para ponerse a lavar los pies de los comensales. Ese oficio le correspondía a otros. Bueno, hasta entonces.
Los apóstoles asombrados no saben qué hacer y Pedro – siempre el impulsivo Pedro el primero en hablar – se resiste. ‘No me lavarás los pies jamás’. Pero si no le lavaba los pies no tendría parte con El, y el amor pudo más: el amor de quien se había puesto a los pies de los discípulos y el amor del discípulo que impulsivo y todo como era sin embargo amaba mucho a Jesús y quería hasta dar su vida por El, aunque ya sabemos.
Había llegado la hora y Dios había de ser glorificado. Había llegado la hora e iba a comenzar a manifestarse todo lo que era su entrega de amor sin límites. Comienzan los signos y las lecciones que se prolongarán en la entrega más absoluta de quien es capaz de dar su vida por aquellos a los que ama. Y así hacía Jesús. Así era su amor. ‘Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo’, nos dirá el evangelista como cronista y testigo de ese amor. El que siendo Dios se había hecho hombre para ser como nosotros, toma además la condición de esclavo, la condición del servidor para lavar los pies, porque quería además lavar el corazón y transformar la vida.
Es el momento de lavar los pies; el primer signo que tiene que indicar una predisposición especial. El que es capaz de los pequeños detalles será capaz de llegar a las cosas grandes. Como Pedro algunas veces nos resistimos a esos pequeños detalles; quizá estaríamos dispuestos a grandes cosas, pero los caminos de Jesús son distintos y hemos de aprender a entenderlos y seguirlos. Sólo se puede lavar los pies al hermano desde el amor y la humildad; no caben en los discípulos de Jesús las actitudes de la prepotencia y el orgullo; sólo amando, que es acercarnos al otro para estar a su altura, para saber estar a su lado es cómo podemos llegar a lavar los pies al hermano.
Tenemos que aprender la lección, comprender bien lo que ha hecho y sigue haciendo Jesús. ‘¿Comprendéis bien lo que he hecho con vosotros? Me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’. Es el mandamiento del amor. Es el distintivo de quien sigue a Jesús que no ha de hacer otra cosa que lo que hace Jesús.
¿Qué ha hecho el Señor con nosotros? ¿Sólo lavarnos los pies? Eso ha sido solo el pórtico de esta noche y de esta cena. Eso, podríamos decir, es el primer minuto de esa hora que ha llegado. Es el pequeño detalle presagio de cosas mayores y más trascendentales. Seguirá dándonos señales de su entrega. Partirá el pan, bendecirá la copa, nos los repartirá. ‘Tomad, comed… Tomad, bebed… es mi Cuerpo entregado por vosotros… es mi Sangre derramada por vosotros, la de la nueva y eterna alianza, por el perdón de los pecados’.  Nos lo ha recordado Pablo tal como ya lo vivían las primeras comunidades cristianas.
Se nos está dando Jesús para que le comamos, para que nos unamos a El, para que vivamos su misma vida, para que tengamos vida para siempre. Lo había anunciado en Cafarnaún y entonces no habían entendido. Nos pregunta ahora ‘¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?’ ¿Comprenderemos de verdad todo lo que está sucediendo? Es una hora muy solemne. Es mucho lo que está haciendo. Lo de lavar los pies es un signo que nosotros, es cierto, tenemos que repetir porque hemos de tener sus mismas actitudes, repetir sus mismos actos, vivir su mismo amor, entregarnos con su misma entrega. Es pasar por el camino de la humildad y de la sencillez que nos lleva al verdadero amor.
Estamos todavía en los signos que nos abren a cosas mayores. Porque comerle a El significará unirnos a El en la unión más íntima y más profunda; comerle a El es ser capaz de hacer como El, vivir una entrega como la suya. Y es que cada vez que comemos de su cuerpo y bebemos de su cáliz estamos anunciando su muerte hasta que vuelva. La cena de la pascua no se queda en hacer la comida del Cordero Pascual. Sigue siendo un pórtico que nos lleva a más. Es su Cuerpo entregado y su Sangre derramada. Y esa entrega se realizó subiendo al madero de la Cruz; y esa sangre se derramó en lo alto del Calvario. Ese Cuerpo entregado y esa Sangre derramada son el signo del amor que es capaz de llegar hasta el extremo. Esa es la hora de la gloria, de la glorificación de Dios.
Es algo grande y maravilloso lo que hoy sucede. Es un misterio de amor lo que estamos contemplando y celebrando. Es el misterio del amor de Dios que se derrama sobre nosotros como el más hermoso perfume y a todos nos envuelve. Nos sentimos envueltos por el amor de Dios y nos sentimos impulsados a amar con un amor semejante.  Nos lo dejó como señal. Quedó para nosotros como un mandamiento imborrable. Es el gran signo permanente de su presencia y de su amor para siempre. Es el Sacramento que adoramos y que nos alimenta, que nos da fuerzas y nos sirve de viático en nuestro caminar. Es la Eucaristía. Es el amor.
‘Haced esto en conmemoración mía’, nos dice. Ya nos había dicho antes ‘haced vosotros lo mismo’. Tenemos que repetirlo. Tenemos que vivirlo continuamente. Y celebramos la Eucaristía y estamos haciendo presente su sacrificio redentor. Y nos alimentamos de la Eucaristía y aprendemos lo que es el amor verdadero. Y nos reunimos en Eucaristía y sentimos para siempre su presencia que nos hace entrar en comunión y querernos como hermanos. Y vivimos la Eucaristía y comenzamos a lavarnos los pies los unos a los otros en el servicio y en la fraternidad evangélica. Es el compromiso de la Eucaristía que celebramos.
Es el Sacrificio y la entrega de Cristo en la cruz. Es el amor de Dios por nosotros y será para siempre el amor de hermanos que nos vamos a tener. Es el Sacramento que hoy Cristo en una locura de amor ha instituido para hacerse comida y alimento de nuestra vida y de nuestro amor, y para ser viático, acompañante, de nuestro camino. Qué maravilla lo que hoy celebramos.
‘Haced esto en conmemoración mía’, les dice a los apóstoles reunidos en torno a El e instituye el Sacerdocio del Nuevo Testamento que nos hace partícipes de su mismo Sacerdocio. Hoy día de la Eucaristía y del amor fraterno es también día del Sacerdocio. Para que podamos tener Eucaristía nos ha dejado a los sacerdotes que participando del sacramento de Cristo nos hacen posible la Eucaristía y presidirán en el amor y en el nombre de Cristo a la comunidad para ofrecernos el alimento de su gracia divina a través de su ministerio sacerdotal.
Algo distinta fue aquella cena pascual. Algo especial estaba allí sucediendo. Algo grandioso estamos nosotros hoy celebrando. Es la cena del Señor. Aquí está el verdadero Cordero Pascual inmolado por nosotros. Ya no es aquella cena en que comían el cordero pascual como recuerdo de una pascua. Ahora para nosotros es pascua porque es el paso del Señor hoy y aquí para nosotros, para nuestra vida, para nuestro mundo.
Es Cristo mismo, verdadero Cordero de Dios, que está en medio nuestro, que quiere llegar a nuestro corazón porque también nosotros tenemos una misión en medio de nuestro mundo. Tenemos que ir a llevar su amor, tenemos que ir a lavar los pies en tantos hermanos que sufren y a los que tenemos que llevar la luz de Jesús. No olvidemos que celebrar la Eucaristía nos compromete a llevar ese amor de Jesús al mundo que nos rodea y tan falto de él está.
El signo que va a realizar el sacerdote repitiendo el gesto de Jesús tiene que reflejar lo que la comunidad, la Iglesia quiere hacer en medio de nuestro mundo. Es el día del amor. Impregnemos nuestro mundo de ese amor. Tenemos tantos motivos para creer en El.

Aqui puedes leer mas mensajes del Movimiento.

Administracion general y adjuntos

Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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