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Adri

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sábado, 16 de agosto de 2014

Tenemos que aprender a escuchar los gritos de quienes nos piden que nos detengamos junto a ellos en el camino de la vida

Tenemos que aprender a escuchar los gritos de quienes nos piden que nos detengamos junto a ellos en el camino de la vida

Is. 56, 1.6-7; Sal. 66; Rm. 11, 13-15.29-32; Mt. 15, 21-28
El evangelio de este domingo de entrada nos puede parecer paradójico pues nos costará entender algunas cosas que en él contemplamos; sin embargo, tras una pausada reflexión, y más allá incluso de ese mensaje de la universalidad de la salvación de Jesús que vemos que de aquí se desprende, podemos encontrarnos un variado y hermoso mensaje para muchas actitudes y posturas que podemos tomar en muchas ocasiones en la vida.  
Nos damos cuenta que Jesús está fuera de la propiamente llamada tierra judía; Tiro y Sidón quedan ya en tierra de los gentiles fuera incluso del  territorio propiamente de Palestina - prácticamente casi lo que hoy sería ya en el Líbano -; los judíos eran reacios a entrar en contacto con los gentiles, con los paganos, a los que trataban con cierto desprecio hasta en sus expresiones, incluso los más piadosos rehusarían entrar en sus casas porque eso se consideraba como una impureza; en varias ocasiones vemos en el evangelio situaciones así, como cuando acusan a Jesús ante Pilato pero los fariseos y los sacerdotes no entran en el Pretorio para no incurrir en impureza ya que estaban en la víspera de la Pascua.
El comportamiento primero que vemos en Jesús con esta cananea entra dentro de estos parámetros de las relaciones entre judíos y gentiles incluso en esas expresiones que nos pueden parecer tan duras; sin embargo hemos visto en otros momentos del evangelio que Jesús tendrá encuentros con gentiles, como el caso del Centurión Cornelio al que se ofrece ir incluso a su casa para curar a su hijo que se está muriendo; en este caso será el centurión el que no se considerará digno de que Jesús entre en su casa, pero tiene fe en que Jesús sólo de palabra puede curar a su criado.
¿Qué querrá enseñarnos Jesús en este episodio de la mujer cananea? Aquella mujer, al enterarse de que Jesús está allí - seguro que a ella habían llegado noticia de las obras milagrosas que Jesús hacía - acude gritando tras Jesús pidiendo la curación de su hija. ‘Ten compasión de  mi, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo’. Una súplica con un reconocimiento incluso de cariz mesiánico al llamarlo Hijo de David.
Una insistencia de aquella mujer y parece que Jesús se hace oídos sordos. ¿Querrá Jesús provocar la reacción de sus discípulos para que aprendieran a escuchar los gritos, el lamento de quien estaba sufriendo? ¿querrá Jesús enseñarles cuáles han de ser los verdaderos motivos para escuchar aquel lamento? ¿nos querrá enseñar también algo a nosotros?
Como Jesús no respondía nada a los gritos de la mujer, ‘los discípulos se acercaron a decirle: Atiéndela que viene detrás gritando’. ¿Algo así quizá, atiéndela para que no nos moleste más con sus gritos? ¿Había verdadera compasión o querían quitársela de encima?
Creo que tendría que hacernos pensar esto. En la vida tantas veces, o vamos como sordos porque vamos tan ensimismados en nuestras cosas o en nuestras preocupaciones, o nos hacemos oídos sordos porque no queremos escuchar, porque no queremos enterarnos del sufrimiento que hay a nuestro alrededor. Por cuántos sitios, o por delante de cuántas personas pasamos en tantas ocasiones y no queremos mirar ni escuchar el clamor de los que sufren. Miramos para otro lado. Nos hacemos duros e insensibles y queremos pensar quizá que esas cosas no nos tocan a nosotros resolverlas.
Repito que esto tendría que hacernos pensar. Porque cosas así, situaciones así nos las encontramos en cualquier esquina, en la plaza, en el transporte, en el mercado, a la puerta de la Iglesia y cerramos los ojos y pasamos de largo. Pero es que quizá en nuestro interior estamos pensando también muchas cosas, culpabilizando a los propios que tienen el sufrimiento o la necesidad porque no han sabido, porque no han aprovechado las oportunidades, porque esto es consecuencia del momento en que vivimos y ya otros tendrían que dar solución, etc. etc. etc… Quizá al final, medio forzados, damos una limosna, unas monedas que rebuscamos perdidas en el fondo de nuestros bolsillos, para que se callen y no nos den la lata, o para  acallar así nuestra conciencia que no sé si acallará de verdad.
Os confieso que esta reflexión que me estoy haciendo, me la estoy diciendo a mí el primero, porque posturas así fácilmente aparecen en mi corazón y muchas veces cuesta mirar con verdadero y desinteresado amor a cuantos sufren a nuestro lado. Es difícil muchas veces, cuesta, despertar esta sensibilidad en el corazón. No siempre actuamos desde el verdadero amor. Tenemos duro el corazón.
Un paso más adelante que vemos en el evangelio es que Jesús se puso a dialogar con aquella mujer. Un diálogo en principio duro, en ese encuentro entre un judío y un gentil, pero que va a provocar que se abra el corazón de aquella mujer en la que van a aparecer hermosos valores, como es su fe por encima de todo, pero también una humildad profunda para reconocer su vida y su situación. Al final Jesús terminará respondiendo a la petición de aquella mujer, pero sobre todo alabando la fe de la cananea, ‘¡Mujer, qué grande es tu fe!’, que nos hace recordar también la alabanza de Jesús al otro pagano que había acudido también a El para pedirle la curación de su criado. ‘No he visto en Israel nadie con tanta fe’, que diría entonces. ‘Que se cumpla lo que has pedido’, le dice.
Un aspecto humano que tendríamos que destacar y subrayar y es el hecho de Jesús pararse a dialogar con aquella mujer. Decíamos antes que no oímos los gritos de los que sufren o nos hacemos sordos, pero tenemos que decir también que muchas veces, aún oyéndolos, pasamos de largo sin sabernos detener. Detenernos para escuchar; detenernos para decir una palabra de aliento; detenernos para manifestar que nos interesa y nos preocupa el problema de aquella persona; detenernos… frente a tantas prisas y carreras como vamos por la vida; hay tantas maneras de detenernos en la vida al lado de quien tiene un problema y que sufre. Ahí tenemos otra hermosa enseñanza de este evangelio.
Volvemos al principio de nuestra reflexión y al mensaje que siempre desprendemos el primero de este evangelio. Aquella mujer no era judía, era cananea, una pagana, pero para ella llegó también la salvación; más aún en ella descubrimos también una fe grande, una humildad profunda en su corazón, una confianza absoluta en la salvación que iba a alcanzar aunque ella considerase también que no era digna. La salvación que Dios nos ofrece en Jesús es para todos, tiene ese carácter universal y a nadie podemos excluir.
Por una parte que sepamos descubrir siempre las cosas buenas que tienen los demás, aunque quizá no sean como nosotros o no piensen como nosotros; es ese diálogo que tenemos que saber hacer con el mundo de hoy, del que muchas veces no hacemos sino quejarnos porque todo lo vemos mal, pero no sabemos descubrir también cuantos valores afloran en las personas y en el mundo que nos rodea, aunque no sean creyentes o no vivan todos los valores del evangelio. Es necesario que aprendamos a descubrir lo bueno de los demás, las semillas de lo bueno que también hay en nuestro mundo y que son muchas.
Y por otra parte también tenemos que ir a otras tierras, y ya no es simplemente ir a tierras lejanas, las que llamábamos tierras de misión, sino ese mundo que nos rodea que tan lejano está de Dios y de la Iglesia, porque allí también tenemos que hacer el anuncio de la salvación; la salvación de Jesús es para todos, y también esos de nuestro entorno a los que un día se les enfrió la fe o la abandonaron o quizá nunca la tuvieron han de recibir ese mensaje de salvación. Cuánto tenemos que hacer en este sentido.
A cuántas cosas nos compromete el Evangelio si con corazón abierto nos abrimos al Espíritu del Señor y a su Palabra.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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