Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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viernes, 31 de enero de 2014



La Presentación de Jesús con olores de ofrenda y purificación, de Epifanía y de Pascua

Mal. 3, 1-4; Sal. 23; Hebreos, 2, 14-18; Lc. 2, 22-40
‘Cuando llegó el tiempo de la Purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén,  para presentarlo al Señor, de acuerdo con la Ley del Señor’. La fiesta de este día tiene sabor de ofrenda y de purificación, tiene los olores aún de la Epifanía pero también preanuncian la Pascua. Son muchos los matices que tiene esta celebración, a los que unimos por una parte la celebración de la Vida Consagrada y para nosotros los canarios una resonancia muy mariana, pues con esa procesión de las Candelas con que comienza la celebración nos recuerda a nuestra Patrona la Virgen de Candelaria, aunque en muchos lugares más se celebra a la Virgen bajo esta advocación.
‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’, es el grito del Hijo al entrar en el mundo que hoy vemos, podíamos decir, de forma plástica en esta ofrenda que de todo primogénito varón se había de hacer al Señor. Ahí está Jesús en brazos de María que es llevado al templo para el rito de esta Ofrenda ritual, pero que es mucho más. Es la ofrenda de quien viene para ser nuestro Salvador y Redentor; es el inicio de la ofrenda que un día será cruenta en la cruz pero en cuya sangre nosotros seríamos purificados de nuestros pecados para hacernos nacer a una vida nueva de gracia y de santidad.
Por eso decimos que va a significar mucho más. Se va a convertir aquel momento en una nueva epifanía, en una manifestación de quien aquel niño ahora presentado al Señor, porque si allá en el Jordán resonó la voz del Padre desde el cielo señalándolo como el Hijo amado y preferido, ahora inspirados por el Espíritu llegan unos ancianos, Simeón y Ana, que vienen profetizando y anunciando a todos que en aquel niño habían de contemplar ‘a quien es presentado ante todos los pueblos como el Salvador, luz  para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel’. Ana ‘daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’.
Se cumplían las promesas. No solo el anciano Simeón podía descansar en paz porque sus ojos habían visto al Salvador, sino que todos podrían reconocerle así mismo como el Salvador que venía a realizar la anunciada liberación y salvación. Nosotros así también queremos reconocerle y de la misma manera que aquellos ancianos también queremos cantar nuestra alabanza y nuestra acción de gracias al Señor. Con nuestras lámparas - candelas - encendidas en nuestras manos hoy  nos hemos acercado al Señor en el comienzo de nuestra celebración. Así queremos proclamar quien es en verdad la luz de nuestra vida y cómo deseamos estar siempre iluminados por su luz para que podamos llegar un día a alcanzar con el alma limpia la luz eterna, como hemos pedido en la oración inicial.
Pero decíamos también que había olor de preanuncio de Pascua, porque las palabras con las que al anciano Simeón habla a María lo señalan como bandera discutida para muchos, pero una espada de dolor traspasaría un día el corazón de María transido de amor. Es, en cierto modo, un anuncio de pasión y de dolor, que es anuncio de pascua, porque es anuncio del paso de Dios en medio del dolor de la pasión y de la muerte para realizar nuestra redención.
Es muy importante la celebración de este día. Y no podemos menos que recordar en este día a todos los que han consagrado sus vidas al Señor en la vida religiosa o en los diferentes carismas de la vida consagrada para quienes tiene un especial significado esta celebración. Para ellos es un motivo de renovación de su consagración al Señor, recordando esa ofrenda de amor que han hecho de sus vidas cuando cada uno según su propio carisma se  han consagrado a Dios en el servicio de la Iglesia y en bien de los hermanos.
Un motivo también para todos de dar gracias a Dios y en la cercanía y conocimiento que podamos tener de religiosos o religiosas en sus diferentes congregaciones y contemplando su dedicación y su sacrificio elevar por ellos, en una actitud de acción de gracias, nuestra oración al Señor al tiempo que pedir por el aumento y despertar de las vocaciones a la vida consagrada que son una riqueza grande para la Iglesia.
María aparece continuamente en medio de nuestra celebración de hoy estando muy presente en la escena del Evangelio. Era la purificación de María, según lo prescribía la ley de Moisés. Pero en brazos de María y José entra Jesús en el templo para que se realizase la ofrenda que de todo primogénito varón había de hacerse al Señor. Y María escucha las palabras proféticas del anciano Simeón anunciando lo que va a ser pasión y va a ser Pascua donde María habría de ocupar también un lugar muy especial junto a la cruz de Jesús. ‘Y a ti una espada te traspasará el alma’, le dice el anciano, con lo que está de alguna manera señalando el lugar tan importante que María va a desempeñar al lado de la pasión de su Hijo, pero el lugar que María va a ocupar junto a todos los que desde entonces van a ser sus hijos, el lugar de María en la Iglesia.
María va a ser camino que nos señale a Jesús, nos conduzca hasta Jesús, nos presente a Jesús. Ahora en la infancia de Jesús siempre lo veremos en brazos de su madre. Pero en el momento cumbre de la redención, aunque a ella una espada de dolor le traspase el alma, la veremos también al lado de Jesús, participando en esa ofrenda suprema de su Hijo, cuando ella con su dolor está haciendo también ofrenda de amor.
Cuanto nos enseña esa presencia de María junto a Jesús y también siempre  a nuestro lado. Ella en nuestra tierra canaria también fue y sigue siendo camino que nos lleva hasta Jesús. Su bendita imagen aparecida en las costas de Chimisay en los albores de la conquista de estas islas prepararon el camino para que nuestros antepasados conocieran en aquel niño que la Imagen de la Chaxiraxi llevaba en sus brazos al Dios que es nuestro Señor y Salvador.
Así fue importante en aquellos momentos la presencia de la imagen bendita de María, a quien llamamos de Candelaria,  por la candela, la luz que lleva en sus manos. Así sigue siendo importante esa imagen de María de Candelaria a quien tanta devoción profesamos todos, porque de una forma incluso plástica nos está enseñando cual es la verdadera luz que hemos de buscar para nuestras vidas donde vamos a encontrar la salvación.
María de Candelaria, con la lámpara de luz en una mano, pero con Jesús también en sus brazos ha sido siempre para nosotros un camino certero que nos lleva a alcanzar la salvación. María también nos enseña, cuando hasta ella vamos con nuestros problemas y nuestros dolores, con nuestros sufrimientos del alma o con el sufrimiento físico también de nuestras enfermedades o limitaciones, a hacer en nuestro dolor una ofrenda de amor, como ella supo hacerlo al pie de la cruz de Jesús.
Traspasada el alma también por nuestros dolores y sufrimientos, por nuestras carencias y muchas veces desesperanzas, con María a nuestro lado, de ella aprendemos a hacer esa ofrenda de amor de nuestra vida, en ella encontramos como de nuevo renacen nuestras esperanzas y nos sentimos con fuerza para seguir luchando por hacer ese mundo nuestro en el que vivimos mejor.
Pidámosle a María que se mantenga siempre encendida en nuestras manos y en nuestro corazón esa luz de la fe y de la esperanza que recibimos en nuestro bautismo; que nos alcance del Señor, ella que es Madre intercesora como lo saben hacer siempre las madres, la gracia de mantener siempre muy viva la llama de nuestro amor. Que no nos falte nunca la luz de la vida, la luz de Jesús; que vivamos siempre iluminados por su salvación.

viernes, 24 de enero de 2014



Jesús sigue siendo hoy Evangelio que llena de luz nuestro mundo

Is. 8, 23-9, 3; Sal. 26; 1Cor. 1, 10-13.17; Mt. 4, 12-23
Prácticamente iniciamos la lectura del evangelio de san Mateo que va a ser el evangelio que se proclame en este ciclo con el inicio de la actividad pública de Jesús en Galilea. Y nos viene hoy a expresar el impacto que significó para aquellas gentes la predicación y la presencia de Jesús, de manera que el evangelista recuerda anuncios proféticos de Isaías y nos habla de tierras de tinieblas y de luz que amanece para ellos llenándolos de gran alegría, como había dicho el profeta.
Grande tuvo que ser el impacto que produjo la palabra y la acción de Jesús. ¿Qué significa el que el evangelista, como hiciera el profeta, quiera comparar la situación por la que pasaba aquel pueblo con esa imagen de tinieblas y de sombras de muerte? Una primera cosa que tendríamos que constatar era la situación de pobreza en que vivían; aunque estaban asentados en la fértil Galilea eran unos simples pastores de ganados y gente que realizaba una agricultura, podríamos llamar, de subsistencia; junto al lago eran pescadores, pero no podemos pensar, como desde las imágenes de nuestra vida moderna podríamos imaginar, ni en grandes barcas para realizar la pesca ni en riquezas que pudiera producir un pequeño lago allá en medio del valle del Jordán.
Signo  también de su pobreza y sufrimiento era la cantidad de personas enfermas de las que nos hablará el evangelio que le traían a Jesús para que los curara, paralíticos, ciegos, leprosos y otras muchas limitaciones y sufrimientos. Grandes tenían que ser los tormentos que anidaran en sus corazones que les podrían hacer perder el sentido y entrar en un estado casi de locura. Un mundo, sí, de oscuridad en medio de sus muchos sufrimientos y donde la esperanza de algo mejor quizá podría ser muy corta y limitada. Y no hay peor oscuridad que cuando estamos abatidos en medio de muchos sufrimientos y tenemos poca esperanza de que las cosas puedan cambiar y mejorar.
Aunque eran un pueblo creyente capaz de descifrar el actuar de Dios en sus vidas y en su historia, vivían en la esperanza de un futuro Mesías libertador tan anunciado por los profetas pero que no terminaban de ver llegar, viviendo además una situación difícil para un pueblo que amaba la libertad pero que se veía oprimido por la dominación extranjera.  La esperanza de la llegada de ese Mesías libertador les sostenía pero aún así se veían envueltos en medio de muchas tinieblas.
La aparición de Jesús, aquel profeta venido de Nazaret, que anunciaba tiempos nuevos, porque anunciaba un reino nuevo comenzó a despertar con fuerza sus esperanzas y los signos que le veían realizar tratando de ayudar y liberar de sus sufrimientos a los enfermos y a cuantos se veían atormentados en su espíritu eran como un rayo de luz que iluminaba sus vidas y sus corazones. Por eso el evangelista nos recuerda lo anunciado por los profetas.
‘Convertios, les decía Jesús, porque está cerca el Reino de los cielos, el Reino de Dios’. Convertios, las cosas pueden cambiar; convertios, si comenzamos a cambiar desde dentro de nuestros corazones poniendo mayor ilusión y esperanza todo puede comenzar a ser nuevo; convertios, hay que arrojar lejos de nosotros todo lo que sea tiniebla y muerte, porque la luz puede comenzar a brillar en los corazones y en la vida; convertios, podemos darle la vuelta a la vida y no dejar que las tinieblas de nuestras desesperanzas nos invadan, las tinieblas de nuestros egoísmos nos encierren en nosotros mismos, las tinieblas de la violencia y de la maldad anulen los deseos de paz que pueden surgir en el corazón; convertios, porque de verdad comienza un mundo nuevo.
Y hubo gente que comenzó a creer en aquel profeta que había surgido en medio de ellos, y venían a escucharle, y le traían los enfermos y todos los que sufrían se acercaban hasta El porque encontraban una nueva paz para sus vidas que les hacía brillar el corazón con una nueva alegría. Y hubo gente que a su invitación comenzó a irse con El. Por allí andaba Simón Pedro y su hermano Andrés en sus quehaceres y su barca y cuando pasó Jesús y les invitó a una nueva y distinta pesca se fueron con él; y más allá estarían Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo que ante la palabra y la invitación de Jesús también lo dejaron todo para irse con El.
Parecía, sí, que el sol comenzaba a brillar de una forma distinta en Galilea y aquel pueblo que había perdido las esperanzas en medio de su pobreza y de su sufrimiento comenzaba a mirar las cosas como con una nueva luz y se iban con Jesús. Lo que había  anunciado el profeta. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en sombras de muerte, una luz les brilló’. Y crecía la alegría porque renacía la esperanza en aquella palabra nueva que escuchaban; y se llenaban de gozo porque sus sufrimientos eran sanados y una nueva salud llena de paz iba inundando sus vidas. ‘Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo’.
Hasta aquí lo que nos relata el evangelio. Pero tiene que ser Evangelio para nuestra vida. Por eso, quizá tendríamos que preguntarnos si en verdad Jesús significa todo eso para nosotros, si lo sentimos como esa luz que nos llena de una vida nueva y distinta. Hemos dicho en el salmo ‘el Señor es mi luz y mi salvación’, pero ¿lo hemos dicho de verdad? Quizá tendríamos que reconocer también cuales son las tinieblas en las que nosotros nos vemos envueltos con nuestros problemas, nuestros sufrimientos, nuestras desilusiones y faltas de esperanza que algunas veces se nos meten en el corazón.
También para nosotros, para el mundo en el que vivimos, no son tiempos fáciles y hay mucha gente que sufre en nuestro entorno, mucha gente que ha perdido la fe o la esperanza  en lo humano y en lo religioso, mucha gente que también puede vivir encerrada en si misma y muy llena de tinieblas. También nos puede suceder a nosotros que, o bien nos suceden cosas así, o nos dejamos envolver por el ambiente que nos rodea y caemos en esa espiral de tinieblas y de muerte.
Necesitamos escuchar de verdad a Jesús, encontrarnos con El, dejar que su Palabra llegue a nuestro corazón, saber encontrar en El esa luz que quiere ofrecernos, poner en El toda nuestra fe y nuestra esperanza, comenzar a llenarnos de su amor para vivir esa vida nueva que El nos ofrece y que también nosotros hemos de saber llevar a los demás. Jesús es Evangelio, Buena Noticia también para nosotros hoy.
Jesús nos está pidiendo lo mismo que le pedía a la gente de Galilea de entonces. Su palabra también nos está diciendo: ‘Convertios, porque está cerca el Reino de los cielos, el Reino de Dios’. Convertirnos, cambiar nuestro corazón y nuestras razones de desesperanza para comenzar a confiar más en el Señor; convertirnos, para llenarnos de luz, de esa luz que mana de Jesús y nos llena de paz el corazón frente a tanta turbulencia en que nos podamos encontrar por nuestros problemas o sufrimientos; convertirnos, porque sí creemos que podemos hacer que nuestro mundo sea mejor, que podemos hacer un mundo nuevo al que llamamos Reino de Dios, si vamos sembrando las buenas semillas del amor, de la compresión, de la capacidad de perdonarnos y amarnos de verdad, de saber aceptarnos y tendernos la mano para caminar juntos un camino de solidaridad y de armonía; convertirnos, para arrancar de nosotros toda la negrura del egoísmo, el odio, la envidia, la desconfianza; convertirnos, para poner de verdad a Jesús en el centro de nuestra vida y su evangelio sea en verdad la luz que ilumine nuestro camino.
Jesús también está pasando a nuestro lado, como pasó junto a Simón Pedro y su hermano Andrés,  como  pasó junto a los hermanos Zebedeos y nos está invitando a seguirle, a ponernos manos a la obra porque todo eso tenemos que llevarlo a los demás; son muchos los sufrimientos que tenemos que sanar, son muchas las esperanzas que tenemos que suscitar, mucho el amor que tenemos que sembrar, mucha la paz que tenemos que cultivar para hacer ese mundo nuevo y mejor. Como a aquellos primeros discípulos a nosotros nos quiere también en esa pesca nueva - ‘venid conmigo y os haré pescadores de hombres’, nos dice -, ¿qué le vamos a responder? ¿seremos capaces de levantarnos de nuestras rutinas de cada día que nos llenan de cansancios para emprender esa tarea de la construcción del Reino de Dios?

sábado, 18 de enero de 2014



Es el Cordero de Dios, Hijo amado del Padre, que quita el pecado del mundo

Is. 49, 3.5-6; Sal. 39; 1Cor. 1, 1-3; Jn. 1, 29-34
Me atrevo a comenzar diciendo que siempre el Evangelio es Epifanía, porque siempre nos trasmite la Buena Nueva de Dios, siempre nos está manifestando quien es Jesús y nos ayudará siempre a hacer una profunda confesión de fe en Jesús. Aunque litúrgicamente terminamos el pasado domingo con la celebración del Bautismo de Jesús la celebración de la Epifanía y de la Navidad, hoy ya en el tiempo Ordinario se nos prolonga esa manifestación de quién es Jesús y seguimos sintiendo esa Epifanía salvadora del Señor para nuestra vida.
Podemos decir que se nos prolonga de alguna manera lo celebrado el pasado domingo porque en el Evangelio precisamente Juan Bautista está haciéndonos referencia a lo que él vivió y experimentó en el momento del Bautismo de Jesús en el Jordán. De alguna manera es el relato que el evangelista Juan nos hace de ese episodio del misterio de Cristo que los sinópticos nos lo describen más detalladamente.
Hoy escuchamos que ‘al ver a Jesús que venía hacia él, exclamó: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’. Más tarde empleará esa misma expresión para señalárselo a dos de sus discípulos que se irán con Jesús.
¿Qué podían entender los que estaban escuchando al Bautista con estas palabras? El Cordero tiene una gran resonancia bíblica y pascual para todo judío. La primera evocación podría llevarles a su liberación de Egipto y la noche de la primera pascua. Allí entonces se sacrificó un cordero con cuya sangre iban a ser marcadas las puertas de los judíos que les liberaría del paso del ángel exterminador. Pero sería el cordero, ya para siempre llamado cordero pascual, que cada año en la celebración de la pascua judía habría de sacrificarse y comerse recordando y celebrando aquella liberación de la esclavitud de Egipto.
El cordero era también uno de los animales que cada día se sacrificaba en las ofrendas del templo, como es la imagen con la que se compara al siervo de Yahvé que nos describe el profeta Isaías que ‘cargó con nuestros crímenes y pecados y no abría la boca, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca’, como se nos proclama en las lecturas del Viernes Santo.
Ahora Juan, quizá tomando la imagen de ese sentido bíblico y pascual, señala a Jesús como ‘el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’. Es también un anuncio profético de pascua; es una manifestación de quién es Jesús que como Mesías de Dios, como el Ungido por la fuerza del Espíritu, en la imagen de la paloma que bajó sobre El, era el Hijo amado y preferido de Dios, cuya obediencia iba a llegar hasta el final, hasta el sacrificio de sí mismo para ser nuestra salvación. La Pascua siempre presente en la vida de Jesús, no en vano Jesús es ese paso permanente de Dios junto a nosotros para llenarnos de la salvación.
Así nos lo señala el Bautista. En pocos renglones, en apenas seis versículos nos hace una manifestación muy completa de quien es Jesús y cual es su misión. Ha comenzado llamándolo el Cordero de Dios, y ya vemos su significado; luego nos ha dicho que es el que está Ungido por el Espíritu, que es lo mismo que decirnos que es el Mesías de Dios esperado, que El nos había anunciado y cuya misión  - la suya - era  la de preparar los caminos para su llegada; pero nos señalará también entonces que será quien nos va a bautizar en el Espíritu, en un nuevo Bautismo, que como más tarde Jesús explicaría a Nicodemo significa comenzar a vivir una nueva vida; finalmente da testimonio Juan de que es el Hijo de Dios, porque así lo había señalado la voz desde el cielo, como el Hijo amado y preferido. ¿No podemos decir entonces con toda razón que estamos viviendo una nueva Epifanía?
Todo esto nos lleva a una confesión de fe en toda profundidad. Reconocemos quién es Jesús y estamos dispuestos a escucharle y a seguirle. Si el Bautista así nos lo señala es para que lo reconozcamos con toda nuestra vida como nuestro Señor y Salvador. Esto, repito, nos tiene que llevar a querer conocerle más, con mayor profundidad. Que crezca nuestra fe y crecerá nuestra vida cristiana. Conociendo cada más con mayor profundidad a Jesús más queremos parecernos a El, vivir su vida, vivir de su amor. Y eso se va a traducir en la intensidad de nuestra vida cristiana.
Juan el Bautista nos decía primero que ‘no lo conocía’, pero que se dejó guiar por el Espíritu del Señor y lo reconoció. ‘Aquel que me envió a bautizar con agua’, dice haciendo referencia a su propia vocación y haciendo referencia que de la misma manera que un día sintió en su corazón esa llamada para ser el precursor del Mesías, ahora le había revelado cómo habría de reconocerle. Por eso, tras contar su experiencia de lo sucedido allá en el Jordán en los momentos del Bautismo de Jesús con toda la teofanía que los otros evangelistas describen más detalladamente, ahora nos dirá: ‘Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que es el Hijo de Dios’.
Como hemos venido diciendo toda esta experiencia de Evangelio y de Teofanía nos lleva a conocer más a Jesús, pero ha de llevarnos también, como le sucediera al Bautista, a que también nosotros hemos de dar testimonio de nuestra fe. También nosotros hemos de decir ‘yo lo he visto…’ con los ojos de la fe lo he visto y lo he sentido de verdad en mi corazón, y ahora puedo dar testimonio de lo que ha sido mi vida a partir de que he sentido a Jesús; doy testimonio de que El es el Hijo de Dios y mi Salvador; doy testimonio de que bautizado en el Espíritu ahora me hace participar de una vida nueva y yo también soy hijo de Dios.
Quien ha conocido a Cristo ya no puede callar su fe sino que tiene que proclamarla y testimoniarla. Como decía san Pablo ‘llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios’. O como decía el profeta ‘desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel… te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra’. Y es que esa fe que tenemos en Jesús, ese regalo de Dios que es mi fe, me compromete, no puede dejar quieto, ni ocultar lo que es la mayor riqueza de mi vida. Tenemos que anunciar al que es la luz de las naciones.
Sí, tengo que dar testimonio de mi fe, de la vida nueva que hay en mí; tengo que dar testimonio cómo desde esa fe que tengo en Jesús mi vida se va transformando día a día y desde esa fe en Jesús quiero amar más y quiero vivir con mayor intensidad el compromiso de mi vida cristiana; desde esa fe que tengo en Jesús he aprendido lo que es el amor verdadero y aunque a veces me cuesto quiero ser capaz de desprenderme de mi para compartir más generosamente con los demás; desde esa fe que tengo en  Jesús lo siento siempre a mi lado, lo siento en mi corazón y ya no me siento solo, ya se acaban para siempre los temores en mi vida, y en mi corazón siento una nueva alegría y una nueva esperanza e ilusión; desde esa fe que tengo en Jesús me enfrento a los problemas de una forma diferente, porque siento la fuerza de su Espíritu conmigo y cuando los problemas se pueden convertir en dolor y en sufrimiento sé hacer de ellos también una ofrenda de amor a Dios.
Así queremos expresar y vivir con alegría y entusiasmo desbordante nuestra fe. Muchas veces nos cuesta, porque las tentaciones nos enfrían la intensidad de nuestra fe. Pero  queremos vivirla, queremos proclamarla. Queremos que el Espíritu del Señor venga sobre nosotros y nos llene de fortaleza y de entusiasmo. Que la alegría con que vivimos nuestra fe contagie a los demás. Nuestro compromiso y nuestra alegría tienen que ser siempre evangelizadores de nuestro mundo, que necesita de la luz de la fe.

viernes, 10 de enero de 2014

Éste es mi Hijo en quien se manifiestan todas mis predilecciones y todo mi amor

Is. 42, 1-4.6-7; Sal. 28; Hechos, 10, 34-38; Mt. 3, 13-17
En la navidad los ángeles cantaban la gloria de Dios anunciando el nacimiento del Salvador y los pastores corrieron a Belén para ver lo que los ángeles les habían dicho. En la Epifanía una estrella apareció en el cielo dándonos señales de salvación para todos los hombres y vimos venir a los Magos de Oriente para adorar al Niño que encontraron con María, su madre, reconociendo así que su luz llegaba para  todos los hombres. Hoy los cielos se abren sobre el Jordán para que se manifieste la gloria del Señor pero sea la voz del cielo la que se escuche señalando que aquel Jesús que salía de las aguas bautismales del Jordán era el Hijo amado y predilecto del Padre a quien todos habíamos de escuchar.
Se completan las fiestas de la Navidad y la Epifanía llega a su culminación en la teofanía que se manifestó allá en las orillas del Jordán. Allí había acudido Jesús y se había acercado al Bautista como uno más para que lo bautizara. Juan se resiste porque el Espíritu le hace reconocer a quien está ante él; ‘Soy yo el que necesito que Tú me bautices’, le dice. Pero Jesús le replica: ‘Déjalo ahora. Está bien que cumplamos lo que Dios quiere’.
El que al entrar en el mundo exclamaría, como nos dice la carta a los Hebreos, ‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’, ya le vemos de nuevo diciendo que ‘cumplamos lo que Dios quiere’, que lo que tenemos que hacer siempre es la voluntad de Dios. ‘Mi alimento es hacer la voluntad del Padre’, les dirá a los discípulos allá junto al pozo de Jacob; y cuando va a comenzar la Pascua exclamará de igual manera ‘no se haga mi voluntad sino la tuya’. Por algo nos enseñará que cuando oremos siempre proclamemos que lo que queremos es hacer la voluntad de Dios.
¿Cómo no se iba a escuchar la voz el cielo señalándolo como el Hijo amado y preferido del Padre? Es lo que ahora escuchamos en medio de impresionante teofanía, impresionante manifestación de la gloria del Señor. Es como diría más tarde Juan haciendo referencia a este momento aquel sobre quien está viendo bajar al Espíritu en forma de paloma y el que luego va a bautizar en Espíritu Santo y fuego. ‘Yo lo he visto, nos dirá el Bautista, y doy testimonio de que El es el Hijo de Dios’.
Un día el profeta había anunciado, como hoy hemos escuchado en la primera lectura, ‘mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre El he puesto mi Espíritu para que traiga el derecho a las naciones… te he formado y te hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones…’
Hoy escuchamos la voz del cielo: ‘Este es mi Hijo, el amado, el predilecto’, éste es mi Hijo, sí, en quien se manifiestan todas mis predilecciones y todo mi amor; este es mi Hijo, el Hijo que envío como siervo, porque no ha venido para ser servido sino para servir; este es mi Hijo amado, en quien se está manifestando todo mi amor, el que os envío como la mayor prueba de mi amor y os lo entregó y El se entregará hasta el final, hasta amar con el mayor amor porque será capaz de dar su vida por todos y no hay mayor amor que el de quien da la vida por los que ama; este es mi Hijo en quien se va a realizar la Alianza eterna y definitiva en el amor y el que va a ser la luz de las naciones,  la luz para todos para que todos alcancen la salvación.
La liturgia hoy nos dice y nos lo repite una y otra vez  que en el Bautismo de Cristo en el Jordán se nos manifiesta el Hijo amado y predilecto de Dios; se nos manifiesta Dios en nuestra carne, cuando contemplamos a Jesús y cuando lo contemplamos así señalado desde el cielo; pero nos dice también, como expresaremos en el prefacio, que ‘en el bautismo de Cristo en el Jordán has realizado signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo’, pero además ‘hiciste descender tu voz desde el cielo para que el mundo creyese que tu Palabra habitaba entre nosotros; y por medio del Espíritu, manifestado en forma de paloma, ungiste a tu siervo Jesús, para que los hombres reconociesen en El al Mesías, enviado para anunciar la salvación a los pobres’.
Maravillas del Bautismo de Jesús que hoy estamos contemplando y celebrando. Revelación de amor que nos hace conocer y comprender quién es en verdad Jesús, nuestro Mesías Salvador, pero el Hijo amado de Dios, Palabra eterna de Dios que habita ya para siempre entre nosotros. Aquel bautismo penitencial de Juan al que los pecadores se sometían para purificarse preparando la venida del Mesías y que Jesús no necesitaba porque era el Justo y el Santo de Dios, porque Dios así lo quiso - ‘está bien que cumplamos la voluntad del Padre’, que le decía Jesús a Juan - se convirtió  en la gran señal que nos hacía escuchar a Dios, que nos hacía conocer en toda su profundidad a Jesús, pero nos hacía también comprender la nueva dignidad a la que nosotros éramos llamados con la salvación de Jesús.
Sí, se estaba manifestando el misterio del nuevo Bautismo, como decíamos también en el prefacio. En el agua y el Espíritu nosotros habíamos de ser bautizados ‘para ser transformados interiormente a imagen de aquel que hemos conocido semejante a nosotros’, como expresamos en una de las oraciones de la liturgia de hoy. ‘Concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, perseverar siempre en tu benevolencia… para que podamos llamarnos y ser en verdad hijos’, que pedimos también con la liturgia.
Culminación de la Epifanía del Señor que ha de ser también nuestra epifanía. Epifanía del Señor porque culmina hoy toda esa manifestación de quien es Jesús, aquel niño, hijo de María,  nacido en Belén y a quien contemplábamos envuelto en pañales y recostado en un pesebre o en brazos de María; es el Hijo amado de Dios, es la Epifanía de la luz de Dios y de su amor por nosotros para que nunca más tengamos tinieblas  ni estemos sometidos al pecado.
Pero, decíamos, es también nuestra epifanía, porque se nos está manifestando a donde somos nosotros llamados; se  nos está manifestando esa dignidad nueva que a nosotros se nos va a conferir por el agua y el Espíritu en el Bautismo que nosotros recibimos. ‘Dios nos eligió en la persona de Cristo, desde antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables por el amor; El nos destinó en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya - por puro amor, como es siempre el amor de Dios - a ser sus hijos’.

Por eso hoy al celebrar el Bautismo del Señor recordamos nuestro propio bautismo, recordamos nuestra dignidad, la dignidad de los hijos por pura gracia del Señor. Un motivo grande para dar gracias al Señor; un motivo para la alabanza y la bendición al Señor. Una llamada a nuestra vida para que vivamos conforme a esa dignidad; una llamada a la santidad de nuestra vida en la que hemos de crecer más y más. Somos también los ungidos por el Espíritu del Señor y así, como otros Cristos, hemos de ser santos e irreprochables en el amor. Que todo sea siempre para la alabanza del Señor.

domingo, 5 de enero de 2014

Con la estrella de Belén un nuevo resplandor de vida y salvación amanecía para todos los hombres

Is. 60, 1-6; Sal. 71; Ef. 3, 2-3. 5-6; Mt. 2, 1-12
Tenemos que volver a repetir lo mismo. Seguimos celebrando Navidad. Hoy es la manifestación de Dios a todos los hombres por medio de una estrella. Por eso llamamos a este día Epifanía, pero que viene a ser lo mismo, porque celebramos al Dios que se hace presente entre nosotros cuando se ha encarnado en el seno de María para ser nuestra Salvación, pero  hoy le añadimos la característica, por decirlo así, de esa manifestación universal de que la salvación es para todos los hombres y para todos los pueblos.
En la noche de navidad los resplandores celestiales llevaban a ras de tierra porque los ángeles vinieron a hacer el anuncio, a dar la Buena Nueva a unos pastores que allá estaban guardando al raso sus rebaños en los alrededores de Belén. El Dios que nacía pobre entre los pobres y había sido recostado entre las pajas de un pesebre tenía como sus preferidos a los pobres y a los humildes, por eso, como decíamos, los resplandores celestiales los contemplábamos a ras de tierra. Así es la cercanía de Dios que se nos manifestaba en el Emmanuel, en Jesús.
Hoy vemos brillar el resplandor de una nueva estrella en lo alto del firmamento, pero allí donde nadie podría adueñarse de ella, porque ese anuncio de salvación era no para unos pocos, ni para quienes con su poder intentaran adueñarse de su luz - ya lo intentaría Herodes -, sino era para todos los hombres sin distinción. No son ahora sólo unos pastores de Judea los que reciben su luz, sino que van a ser unos Magos de Oriente, en consecuencia no pertenecientes al pueblo de Israel, los que se van a dejar iluminar por su luz siguiendo su rastro para encontrar al recién nacido Rey y Salvador.
La luz que despertaba la esperanza va a brillar bien alta, porque un nuevo resplandor de vida y salvación amanecía no solo en Jerusalén sino para todos los hombres. Envueltos en nuestras tinieblas nos costará en muchas ocasiones distinguir esa luz nueva que nos dará nuevo sentido y que a todos los reunirá en torno a Jesús. Hemos de estar atentos y saberla buscar y encontrar.
Muchas veces la podemos tener  muy delante de nuestros ojos pero obnubilados por tantas cosas y tantas desesperanzas a pesar de tener la posibilidad del conocimiento de esa luz, nos podemos seguir quedando a oscuras. Tenemos que despertar y saber mirar a lo alto para distinguir la luz, pero tenemos que saber también acudir a las Escrituras que nos contienen la Palabra de Dios que nos ayudará a interpretar las señales que nos van a llevar certeramente hasta Jesús.
El camino que hicieron los Magos de Oriente, como hoy nos cuenta el evangelio, es muy ejemplar para nuestra vida. Estaban atentos a lo que sucedía y a descubrir las señales del cielo. Fueron capaces de ponerse en camino arrancándose de sus comodidades o de la vida de rutina de cada día. Fueron capaces de unirse a otros que realizaban la misma búsqueda y no quisieron venir cada uno por su camino. Buscaron donde pensaban que podían encontrar pero luego se dejaron guiar para encontrar al recién nacido donde realmente estaba. Pero también acudieron a quienes podían interpretarles las Escrituras para tener cierto el camino del Espíritu que es el que de verdad nos conduce en nuestros corazones. Y así llegaron hasta Belén.
Pero en las sorpresas de los caminos de Dios no se resistieron porque no fuera un palacio donde encontraran al recién nacido Rey, sino que allí, en aquella casa de pobres, porque la estrella así lo señalaba, ‘se encontraron al Niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron’ a pesar de las pobres apariencias. ‘Se llenaron de inmensa alegría’, porque de nuevo la estrella les había conducido, porque ahora se habían encontrado con Jesús.
‘Luego le ofrecieron regalos’. No venían en plan de conquista ni con ostentaciones de poderosos sino que agradecidos diríamos que se dejaron conquistar el corazón. Vieron en el Niño al Rey que buscaban, al Dios que necesitaban y al Redentor que agradecían. Significativos son sus regalos de oro, incienso y mirra.
Luego nos dice el evangelio que los Magos, después de la experiencia que habían vivido, ‘se fueron a tierra por otro camino’. Para ellos no cabían caminos de muerte y la vuelta por casa de Herodes eso podría significar. Ellos eran ya unos hombres nuevos porque la gracia del Señor les había transformado los corazones.

Eran caminos nuevos, eran rutas nuevas las que habían de recorrer, como nosotros cuando  nos encontramos de verdad con Jesús. Son resplandores de esperanza, de vida nueva, de amor los que ahora tienen que brillar en nuestro corazón. Con la certeza de la cercanía de Dios que se nos manifiesta en Jesús tienen que disiparse todas las tinieblas de muerte que pudieran rodearnos. Porque de una cosa estamos ciertos, somos amados del Señor y el nos ofrece siempre su misericordia, su gracia, su perdón. Y la salvación es para todos los hombres. 

sábado, 4 de enero de 2014

Hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad

Eclesiástico,  24, 1-2.8-12; Sal. 147; Ef. 1, 3-6.15-18; Jn. 1,1-18
Seguimos celebrando el misterio de la Encarnación y de la Navidad. Verdadero misterio de luz, de vida, de amor porque es así como Dios se nos da y se hace presente en medio nuestro. Seguimos sintiendo agradecidos la emoción de nuestro corazón al contemplar la cercanía de Dios que ha querido hacerse hombre, encarnándose en el seno de María, para ser en verdad Dios con nosotros y manifestarsenos en la ternura de un niño. Sobre todo el evangelio de Lucas que nos da más detalles del nacimiento de Jesús nos hace sentir ese amor hecho ternura de Dios al contemplar al niño acostado en un pesebre.
Con todo lo bello y emotivo que puede ser todo esto sabemos que Navidad no es quedarnos en un niño recién nacido, sino descubrir en El  todo el misterio de Dios que así nos manifiesta su amor para nuestra salvación. Ese niño es el Hijo de Dios, es nuestro Salvador; será para nosotros nuestra vida y nuestra luz; ese niño que contemplamos entre las pajas de un pesebre es el Emmanuel, es Dios con nosotros. No nos quedamos en un Dios niño, sino que queremos contemplar toda la inmensidad del Misterio de Dios que se nos revela y se nos manifiesta para traernos la Salvación.
Hoy hemos escuchado el inicio del Evangelio de san Juan, que ya escuchamos en la misa del día de la Navidad - en la noche escuchamos el nacimiento que nos narra san Lucas en su evangelio -. No es un evangelio tan descriptivo en detalles como los evangelios sinópticos, pero sí en esta primera página nos está hablando igualmente de todo el Misterio de la Navidad, aunque con un lenguaje más teológico y hasta, si queremos decirlo así, más poético.
Si cuando leíamos el evangelio de san Lucas en el relato del nacimiento hablábamos de resplandores celestiales y de luces que brillaban en la noche de Belén, ahora el Evangelio de san Juan nos hablará de la Luz y de la Vida; nos hablará de la Palabra de Dios que en Dios  estaba desde toda la eternidad porque era Dios y que al mismo  tiempo era vida y la vida era la luz de los hombres.
No era una Palabra que se quedaba en el silencio del abismo, por así decirlo, de la inmensidad y de la eternidad de Dios, sino que es Palabra por quien se hizo todo, pero Palabra que quiere acercarse a nosotros pero de una forma profunda y permanente para quedarse para siempre en nosotros y con nosotros, porque quiere plantar su tienda, acampar, en medio nuestro.
Pero esa donación que Dios está haciendo de sí mismo cuando quiere encarnarse para habitar en medio nuestro, no siempre tiene la respuesta adecuada por nuestra parte. Porque las tinieblas quieren empañar la luz, - ‘la luz brilla en la tiniebla, pero la tiniebla no la recibió’ -. Porque viene a los suyos y los suyos no le recibieron.
Pero esa luz brilla con fuerza, porque es la luz de Dios, porque es Dios que es vida y quiere la vida para los hombres; hubo alguien que sí le abrió las puertas de su vida a esa luz y estamos contemplando a María, aunque sin mencionarla hoy el evangelio de Juan; ella fue la que supo decir Sí a Dios, abrió su corazón a Dios, y se convirtió en la primera morada del Emmanuel, del Dios que se encarnaba en sus entrañas para nacer hecho nuestro salvador. Por eso el ángel llamó a María, la llena de gracia, la que encontró gracia ante Dios de tal manera que Dios quiso habitar en ella y el Espíritu Santo la cubrió con su sombra, porque de ella había de nacer el Hijo de Dios,  el Hijo del Altísimo hecho hombre. ‘El Señor está contigo’, que le dice el ángel.
María fue la primera, la primicia para que detrás comenzáramos a desfilar todos aquellos que queremos decirle Sí a Dios, como María. ‘A cuantos la recibieron, dirá el evangelio de Juan, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre’. María dijo Sí y de ella nació el Hijo de Dios; si nosotros decimos sí con nuestra fe seremos nosotros los que vamos a nacer para Dios siendo hijos de Dios, porque el hijo de María, el Emmanuel por su redención nos va a hacer partícipes ya para siempre de la vida de Dios que nos hace hijos de Dios.
San Juan ya casi al final de sus días en sus cartas meditará y reflexionará sobre todo eso y se dirá: ‘Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!’ Esa nueva filiación no es ni en virtud de la carne o de la sangre humana por generación natural, sino que va a ser un don de Dios que recibiremos por el agua y el Espíritu cuando renazcamos de nuevo a esa vida divina en el Bautismo, como le explicará más tarde Jesús a Nicodemo.
‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Seguimos sintiendo la emoción de la navidad, como decíamos al principio. Sentimos la emoción, el gozo grande en el alma, de sentirnos tan amados de Dios que le vemos así tan cercano a nosotros, que planta su tienda entre nosotros, pero porque es tanto su amor que nos hace partícipes de su gloria cuando de tal manera nos está revelando todo el misterio de Dios y haciéndonos partícipes de su vida.
Podemos contemplar la gloria de Dios cuando estamos contemplando a Jesús, ‘gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. De esa gloria y resplandor de la que nosotros nos llenamos hasta transfigurarnos en El cuando, porque creemos en su nombre, nos hacemos partícipes de la vida de Dios. Pero podemos llegar a contemplar y conocer a Dios porque la Palabra que nos revela a Dios está con nosotros y se convierte para nosotros en vida y en luz.
Pero es que ‘a Dios nadie lo ha visto jamás: Dios, Hijo único que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer’, como termina diciéndonos el evangelio de hoy. Porque también nosotros nos hacemos pequeños y humildes, porque aprendemos a dejarnos conducir por el Espíritu del Señor a nosotros se nos revela Dios. Recordemos que fueron unos pobres pastores que estaban al raso cuidando sus rebaños en la fría noche de Belén los que recibieron el anuncio del ángel, contemplaron la gloria del cielo y acudieron a la ciudad de David para contemplar la gloria del Señor como les había anunciado el ángel.
Ya más adelante dará gracias Jesús a lo largo del evangelio porque ‘los misterios de Dios se revelan a los pequeños y a los sencillos y se ocultan a los sabios y entendidos’, porque además ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’. ‘El Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer’.

Con san Pablo tenemos que decir: ‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales’. Sí, bendecimos a Dios que así se nos revela, así se  nos manifiesta, así quiere estar en medio nuestro. Bendecimos a Dios que nos ha elegido y nos ha llamado para revelarnos el misterio de Dios, para hacernos partícipes de su vida, para regalarnos su salvación. No nos podemos cansar de bendecir a Dios. 

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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