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Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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sábado, 29 de marzo de 2014

Como el ciego de nacimiento hemos de encontrarnos con Jesús que es nuestra luz


Como el ciego de nacimiento hemos de encontrarnos con Jesús que es nuestra luz


1Sam.16, 1.6-7.10-13; Sal.  22; Ef. 5, 8-14; Jn. 9, 1-41

El ciego de nacimiento no sabía lo que era la luz, hasta que se encontró un día con el Sol. Empezó a ver y empezó a creer. Es el acontecimiento que nos narra hoy el evangelio con hermoso significado. 

En la ceguera todo es oscuridad. No se conoce la luz, no se sabe lo que es la luz.  Todo permanece en tinieblas. Descubrir la luz tiene que ser algo maravilloso; se distinguen los colores, lo que percibíamos por los otros sentidos ahora se vuelve realidad ante nuestros ojos, podemos contemplar una sonrisa que solo podíamos intuir, descubrir lo que se puede ver tras unos ojos luminosos, las cosas pueden tener otro sentido. Es triste esa oscuridad en la ceguera de los ojos, pero hay otras oscuridades más terribles. Tenemos muchas tinieblas, muchas clases de tinieblas que quieren ahogar la luz.

‘La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron’, había dicho Juan en el principio de su evangelio. Pero la luz un día ha de brillar. ‘Levántate, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz’, escuchábamos que citaba san Pablo en la carta a los Efesios. Cristo es nuestra luz; la luz que viene a arrancarnos de las tinieblas. El episodio del Evangelio de hoy viene a hacernos ese anuncio y a traernos la esperanza de la luz que en Cristo vamos a encontrar.

Cristo viene al encuentro del hombre para traernos su luz. El evangelio nos dice que ‘al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento’. El episodio se sitúa en Jerusalén. El paso de Jesús será siempre un paso salvador. El paso de Jesús es pascua de luz para todo hombre. El paso de Jesús nos enseña también a mirar y ver. Es Jesús el que toma la iniciativa de venir a nuestro encuentro aunque digamos que nosotros lo buscamos y hacemos no sé cuantas cosas.

Allí estaba aquel hombre, ciego de nacimiento, en el que Jesús se quiere fijar de manera especial. Cuántos se tropezarían con él en su deambular por las calles de Jerusalén. Seguramente allí estaba tendiendo su mano pidiendo limosna - era lo habitual - y moviendo a compasión desde su ceguera.

Pero Jesús se detiene. La pregunta surge en los discípulos aflorando lo que quizá era una forma de pensar de muchos - también en nosotros aparece esa forma de pensar - imaginando culpabilidades y castigos por pecados, como se miraba la enfermedad o los males que pudieran suceder a las personas. Afloran cegueras en la manera de pensar que también nos afectan a nosotros porque quizá también cuando nos aparece el sufrimiento en la vida también estamos pensando en qué pecado hemos hecho para merecer tal castigo. Pero Jesús viene a darnos otro sentido. Jesús quiere abrirnos los ojos a través de esos acontecimientos para que aprendamos a descubrir las obras de Dios y las obras de Dios son siempre de amor para traernos paz a los corazones.

Allí está un hombre que sufre, un pobre que pide limosna, que se encuentra envuelto en las tinieblas de la ceguera y de su pobreza. Cuántas veces pasamos al lado de tantos sufrimientos y seguimos nuestro camino sin detenernos y quizá seamos nosotros los ciegos y los pobres; Jesús ahora nos está ayudando a salir de nuestras cegueras y oscuridades para que aprendamos a mirar de manera distinta y para que pongamos nuestra parte en que se descubran las obras de Dios.

Jesús realiza el signo que nos puede parecer incomprensible. Sobre aquellos ojos ciegos Jesús va a poner barro. Parece que en lugar de abrir los ojos lo que hace es mancharlos más con el barro. ¿Será para que sintiera la necesidad de lavarse? ¿Necesitaremos reconocer la oscuridad que hay en nuestros ojos, o mejor, la suciedad que hay en nuestra vida? Jesús le envía a lavarse a la piscina de Siloé.

Tiene su significado, porque el significado de tal nombre es ‘el enviado’. Era la piscina del Mesías. O mejor, la piscina es Cristo; más aún, Cristo es esa agua que no solo calma nuestra sed, como veíamos el domingo pasado en el episodio de la samaritana, sino que además nos purifica, da una nueva luz a nuestra vida. Y el hombre se encontró con la luz, aunque todavía no supiera bien quién era esa luz, como vemos por todo lo que sucederá a continuación.

Aquel hombre está ya lleno de luz, pero seguirán apareciendo oscuridades y cegueras. No todos quieren aceptar que aquel hombre ha recuperado la luz de sus ojos, se ha encontrado con la luz. Comienza, por así decirlo, la lucha entre la luz y las tinieblas, o las tinieblas queriendo rechazar la luz.

Será la gente desconcertada a la que le cuesta reconocer que el ciego de nacimiento ha recobrado la luz de sus ojos; serán los fariseos con su fanatismo que no querrán reconocer la obra de Dios que se ha realizado en aquel hombre; será la cobardía de los padres que temen reconocer el milagro que Jesús ha obrado en su hijo, por temor a ser expulsados de la sinagoga; será la desconfianza y las descalificaciones que se quieren hacer de Jesús para que la gente no crea en El.

Muchas cegueras que nos pueden aparecer también tantas veces en nuestra vida con nuestras dudas, nuestras cobardías, nuestros desconciertos, nuestras desconfianzas y hasta envidias hacia los que hacen cosas buenas; son las sombras de dudas que queremos sembrar en la vida de los demás porque nos cuesta aceptarlos; son las críticas y murmuraciones, juicios inmisericordes y condenas con las que dañamos a los demás y nuestro corazón se llena de negruras. ¿No necesitaremos ir también nosotros a lavarnos a Siloé? Necesitamos, hemos de reconocerlo, ir al encuentro de Jesús para que nos llene de su luz, para que arranque para siempre esas negruras y tinieblas que dejamos meter de muchas maneras en nuestro corazón.

Mientras, hemos seguido contemplando el proceso de aquel ciego de nacimiento que encontró la luz. En principio era ‘ese hombre que se llama Jesús que hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase…’ No sabía más de Jesús. Pero la luz que brillaba en su corazón fue acercándole al misterio de Dios para reconocer que tenía que ser un profeta, que era un hombre de Dios y finalmente llegar a confesar su fe en Jesús.

No le fue fácil el recorrido de la fe. Las tinieblas luchaban contra la luz y tuvo dificultades y hasta al final se vio perseguido por el testimonio que estaba dando. ‘Lo llenaron de improperios…’ a causa de su testimonio. Finalmente ‘lo expulsaron de la sinagoga’, pero  él seguía dando testimonio. Era un testigo; lo que había visto, no lo podía callar; se había encontrado con la luz. ¿No nos hace pensar todo esto en nosotros? ¿Llegamos hasta el final dando testimonio de nuestra fe en Jesús?

‘Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre?... ¿Y quién es, Señor, para que crea en El?... Lo estas viendo: el que está hablando contigo, ése es… Creo, Señor. Y se postró ante El’. Es la confesión de fe. No sabía qué era la luz, donde estaba la luz, pero se encontró con el Sol y empezó a ver y a creer.

Jesús viene hoy también a nuestro encuentro. Es el paso de Dios por nuestra vida que nos arranca de cegueras y oscuridades. Cuando llegue la noche de Pascua nos veremos envueltos totalmente por su luz. Son los signos que van a resplandecer en esa noche llena de luz. Para ese momento vamos haciendo ahora nuestro camino cuaresmal.

Queremos ver a Jesús; que aprendamos a distinguir su presencia sin confusiones ni dudas. Queremos ver como Jesús para que nuestros ojos se iluminen y nuestra mirada esté siempre llena de bondad y de misericordia como era la mirada de Jesús; ya no ha de ser una mirada a nuestra manera sino a la manera de Dios, a la manera de Jesús. Queremos ver a Jesús para aprender a ser luz como Jesús; El nos ha llamado a ser luz del mundo, y ahora somos luz en el Señor y como hijos de la luz hemos de aprender a caminar, como nos enseñaba san Pablo. Nuestras palabras, nuestras obras, nuestra vida tienen que ser siempre transparencia de Jesús, tienen que estar siempre llenas de luz.

viernes, 21 de marzo de 2014

Sedientos en busca del agua viva que solo podemos encontrar en plenitud en Jesus



Sedientos en busca del agua viva que solo podemos encontrar en plenitud en Jesús

Ex. 17, 3-7; Sal. 94; Rom. 5, 1-2.5-8; Jn. 4, 5-42
Es duro y costoso el camino hacia la libertad; es duro y costoso alcanzar una vida en plenitud cuando tantas sombras de muerte nos atan y cuando tantas limitaciones, no tanto físicas sino en el alma, nos impiden caminar como desearíamos hacia la vida.
Lo podemos llamar sed de libertad que nos reseca la garganta de la vida y nos produce amargor en el corazón cuando no sabemos encontrar el agua que nos sacie plenamente. Tenemos sed porque buscamos la felicidad y no sabemos encontrar la fuente que nos dé la felicidad verdadera. Tenemos sed porque nos vemos envueltos en pasiones que nos ciegan o tenemos sed porque andamos demasiado a ras de tierra recortando las alas de nuestra alma que nos harían volar hacia mundos nuevos llenos de trascendencia. Mucha es la sed que tenemos en el corazón porque en el fondo hay un ansia de plenitud y de espiritualidad, pero el materialismo de la vida nos ciega pensando que vamos a alcanzar la felicidad en cosas efímeras que se disiparán como humo que se lleva el viento. Pero toda esa sed que llevamos dentro nos hace entrar en crisis, hacernos preguntas, dejarnos desasosegados y con dudas en el alma.
Hoy el evangelio y toda la palabra de Dios que escuchamos en este tercer domingo de Cuaresma nos habla de sedientos y de fuentes de agua, invitándonos a buscar la fuente de agua viva que nos sacie de verdad y llene de plenitud. Los hechos concretos que se nos narran, tanto el pueblo sediento mientras camina por el desierto rumbo a la tierra prometida, como el encuentro de la samaritana y Jesús en el pozo de Jacob, son imagen de toda esa sed que llevamos en el alma y que nos hablan donde está la verdadera fuente de agua viva que no podremos encontrar sino en Jesús.
‘El pueblo, torturado por la sed, murmuraba contra Moisés. ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?’ Es la presentación que se nos hace en la primera lectura de aquel pueblo sediento que camina por el desierto. Una imagen de gran significado, hemos de reconocer, porque la sed de aquel pueblo produce una crisis profunda en su propia fe y en el sentido de su peregrinar. ‘¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?’ se preguntan.
Por su parte, en el evangelio es Jesús el que pide de beber a la samaritana que ha venido al pozo a sacar agua. ‘Dame de beber’, le dice Jesús. Pero será Jesús el que terminará por ofrecer un agua viva a la mujer que ha venido al pozo por agua. El diálogo que se provoca es profundo y muy rico.
La mujer con su cántaro viene al pozo a buscar agua; Jesús no tiene con qué sacar agua de aquel pozo y sin embargo ofrece un agua viva a aquella mujer de manera que ‘el que beba del agua que yo le dará no volverá a tener sed’. Es necesario conocer el don de Dios; es necesario reconocer quien es Jesús; es necesario abrir nuestra sed verdadera, la sed profunda que podamos tener en el corazón, ante Jesús para poder entender del agua que El nos quiere ofrecer.
La mujer le pedirá: ‘Dame de esa agua; así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla’. La mujer está comenzando a reconocer la sed que lleva en su corazón. Que no solo es la rutina de ir todos los días al pozo para buscar el agua. Es otra la sed que ha atormentado a aquella mujer a lo largo de su vida. Ha sido un ir de acá para allá buscando donde saciar sus ansias de felicidad pero no la ha terminado de encontrar. ‘Tienes razón,  no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido’, le dice Jesús.
Es también la búsqueda espiritual que ha habido en el corazón de aquella mujer en la que aún queda la esperanza de que cuando llegue el Mesías todas sus dudas se disiparán para saber cómo y donde hay que adorar a Dios. ‘Veo que eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, pero vosotros decís que el sitio donde hay que dar culto está en Jerusalén’. Afloran las dudas de orden religioso y espiritual. Sigue aflorando la sed de aquella mujer que ya se está olvidando del agua de aquel pozo, porque comienza a vislumbrar donde hay un manantial ‘de agua que salta hasta la vida eterna’.
¿Cuál es nuestra sed? ¿Qué hay dentro de nosotros que nos inquieta? ¿O quizá estamos tan aturdidos que nos cegamos para ni siquiera darnos cuenta de que tenemos sed? Creo que sería muy conveniente que tomáramos conciencia de cuál es nuestra sed, o cuáles son los deseos más profundos que hay en nuestro corazón. ¿A qué aspiramos que llene de verdad nuestra persona, nuestro yo, nuestro espíritu? Porque todo esto que estamos contemplando en la Escritura tiene que ser para nosotros una imagen de lo que es nuestra realidad pero también de lo que tendríamos que buscar.
Jesús llamará en otra parte del evangelio dichosos a los que tienen hambre y sed de justicia prometiéndoles que serán saciados. Hambre y sed de justicia, de un mundo mejor; hambre y sed de inconformismo porque no estamos contentos en lo que somos o en lo que tenemos frente a rutinas y cansancios; hambre y sed de una mayor fraternidad entre todos los hombres, de más paz frente a tantas violencias y egoísmos; hambre y sed de amor para que haya una mayor solidaridad; hambre y sed de plenitud y de trascendencia;  hambre y sed de Dios, en fin de cuentas. ¿Será esa nuestra hambre y nuestra sed?
Mucha gente a nuestro alrededor tiene sed porque muchas pueden ser las carencias que tienen en su vida, los sufrimientos o limitaciones que puedan padecer incluso en su cuerpo, pero no queremos quedarnos en las carencias materiales o lo físico, aunque sabemos que tenemos la obligación en justicia de poner remedio a ese mundo injusto en el que vivimos y curar tanto sufrimiento; muchos tienen sed de que rescatemos los valores verdaderos que nos dignifican y nos pueden hacer verdaderamente grandes; muchos tienen sed de algo espiritual que llene sus vidas y les haga mirar con una mirada más amplia, pero no tendríamos que dejar que fueran a beber en fuentes venenosas que los engañan con falsas o raquíticas espiritualidades  y tenemos que anunciarles con valentía a Jesús en quien está, quien es la fuente de la verdadera vida.
Hay una cosa que deberíamos tener clara. Hemos de buscar esa fuente de agua viva que sacie nuestra fe y sabemos que la tenemos en Jesús y por eso hasta Jesús tenemos que ir para llenarnos de su vida y de su luz. Pero esa agua viva que encontramos no nos la podemos quedar para nosotros. Tenemos que anunciarla, compartirla, llevar a los demás esa agua viva del Evangelio o llevar a los demás a un encuentro vivo y profundo con Cristo para que sacien plenamente su sed.
Recordemos el pasaje del evangelio, donde vemos que aquella mujer samaritana, se  dejará su cántaro junto al brocal del pozo - ¿para qué le iba a servir ya si había encontrado el agua que le calmaba para siempre la sed? - y se fue a anunciar a sus convecinos cuanto le había sucedido,  con quién se había encontrado, invitándoles a ir hasta el encuentro con Jesús. Todos terminarán confesando su fe en Jesús y no solo porque aquella mujer les había contado lo que a ella le había sucedido, sino porque todos habían experimentado que Jesús era el que calmaba totalmente aquella sed que llevaban en el corazón. ‘Nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que El es de verdad el Salvador del mundo’.
¿Seremos capaces nosotros también de ir a anunciar a los demás lo que hemos encontrado en Jesús? ¿Seremos capaces de compartir esa agua viva del Evangelio y de la gracia con cuantos están a nuestro lado?

sábado, 15 de marzo de 2014



Transfigurarnos para hacer resplandecer de nuevo la luz que iluminó nuestra vida el día del Bautismo

Gen. 12, 1-4; Sal. 32; 2Tim. 1, 8-10; Mt. 17, 1-9
Es el domingo de la Transfiguración - tradicionalmente siempre el segundo domingo de Cuaresma - con todas sus connotaciones de resplandores y de oscuridades que son vencidas; se nos habla de subida a una montaña alta, pero se nos habla también de salir de su tierra y de ponerse en camino; finalmente hay que descender lo que previamente se había ascendido porque es necesario seguir caminando las llanuras del camino de la vida, no siempre tan tranquilo y sí muchas veces accidentado.
Entre resplandores de transfiguración se manifiesta la gloria de Dios. Todo son resplandores de luz y de gloria. ‘Se transfiguró Jesús y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador… una nube luminosa los cubrió con su sombra’, terminará diciéndonos.
Jesús, si atendemos al marco del evangelio donde se nos narra este episodio, viene anunciando la pasión y la cruz de su Pascua, y como nos expresa la liturgia de este día ‘después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección’. Esto último no lo podemos olvidar nunca. De ahí el sentido que tiene la cuaresma que vivimos como preparación para la pascua. Hemos de llegar a la resurrección. Pero hemos de hacer un camino, hacer una ascensión.
Se nos hacen oscuros los caminos de la vida en muchas ocasiones, los problemas de cada día, las limitaciones y enfermedades, los roces que vamos teniendo con los que caminan a nuestro lado, el peso de la tentación que nos arrastra con frecuencia hacia abajo, las dudas e incertidumbres que nos van apareciendo en el alma nos conducen por ese camino de pasión que muchas veces se nos hace difícil de comprender, como les resultaba a los apóstoles cuando Jesús les anunciaba su pasión; pero es lo que no tenemos nunca que olvidar que el resplandor del Tabor nos está anunciando los resplandores de la resurrección; el Tabor es un faro de luz que nos señala a donde vamos, nos señala la vida nueva que estamos llamados a vivir. Ese anuncio tiene que ser para nosotros un gran estímulo.
Es necesario aprender a ponerse en camino, como lo hiciera Abrahán cuando Dios le pide que salga de su tierra y se ponga en camino a la tierra que le va a dar; Abraham se fía de la promesa, se deja guiar por esa Palabra que Dios le revela en su corazón para que sus descendientes un día puedan posesionarse de la tierra que el Señor les dio. Ponerse en camino atravesando un desierto que le lleve a la tierra de una promesa no podía ser fácil para Abraham; pero se fió, se dejó conducir, iría adonde Dios le llevara o desde donde Dios le llamaba.
De la misma manera que es necesario ponerse en camino para ascender a la montaña. La subida a una montaña alta siempre será costosa, no solo por la dificultad del camino sino también por todas las cosas que tenemos que saber dejar atrás, porque en lugar de ayudar serían ‘impedimenta’ - - como así se llamaba a los pertrechos que llevaban los soldados en las batallas - y los pertrechos innecesarios harían dificultosa la ascensión. En la altura van a ver la gloria del Resucitado, como cuando subimos a una montaña y nos quedamos extasiados contemplando bellezas que no habíamos imaginado o descubriendo planteamientos que nos llevarían a hacer las cosas por otros derroteros. Lo que allí iban a contemplar superaría todo deseo y les haría comprender en plenitud todos los anuncios de Jesús y la pasión y la cruz ya no sería escándalo para los discípulos.
La experiencia del Tabor fue determinante para mantener la fe de los discípulos en lo que iba a seguir en la vida de Jesús. Allí estaba la voz del cielo que lo señalaba: ‘Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle’. Lo que ya iban vislumbrando los discípulos en la vida de Jesús y que un día le llevaría a Pedro a confesar que Jesús era el Mesías, el Hijo del Dios vivo, ahora venia a ser confirmado desde el cielo. Aunque siempre esa teofanía de Dios, esa manifestación de la gloria del Señor nos llevaría a anonadarnos, a sentirnos pequeños o a sentirnos pecadores.  ‘Apártate de mí, que soy un hombre pecador’, había confesado Pedro cuando la pesca milagrosa, porque reconocía que aquello solo podía suceder con el poder de Dios. De la misma manera ahora, cayeron de bruces, al escuchar la voz, llenos de temor. Estaban ante la presencia de la gloria de Dios y qué pequeños se sentían.
Esto les valdría para superar egoísmos y ambiciones que siempre aparecían y reaparecían en sus corazones. Antes, cuando estaban contemplando maravillados el cuadro de la transfiguración con la aparición también de Moisés y Elías conversando con Jesús, les parecía tan divino lo que contemplaban que querían quedarse allí para siempre. ‘¡Señor, qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres chozas; una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’. Si se quedaban allí extasiados ya no tendrían que preocuparse de las cosas terrenas y de los agobios de cada día. Es una tentación fácil que podemos tener. Allí estaban también los que querían primeros puestos en la gloria de Jesús, Santiago y Juan. En medio de todo aparecen esas ambiciones y deseos terrenos y mundanos.
Pero la voz del Padre que se escuchaba en medio de la nube venía a señalar otras cosas. Aquel Jesús que veían allí transfigurado, que era realmente el Hijo de Dios que venía para traernos la salvación, también venía a anunciarnos la Palabra que nos señalara como hacer y como vivir en ese Reino de Dios en el que no nos podemos quedar en éxtasis celestiales ni en pasividades humanas sin compromiso. A ese Jesús había que escucharlo porque era la Palabra viva de Dios. A ese Jesús, Hijo verdadero de Dios, había que escucharle porque nos enseñaría los verdaderos caminos del amor que echarían abajo todas nuestras comodidades, pasividades y ambiciones para enseñarnos a vivir en una vida nueva de transfiguración en el amor.
Como decíamos la experiencia del Tabor fue determinante. Habían contemplado la gloria de Dios y eran ellos los que tenían ahora que transfigurarse, transformar su corazón. Había ahora que bajar de la montaña con un resplandor nuevo; no podían hablar de lo que allí había sucedido hasta que ‘el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos’, pero lo sucedido les podría ayudar a entender todo lo que Jesús les anunciaba. Tendrían que llegar a la Pascua y aunque iba a ser algo costoso y doloroso pero estaba presente la luz de la resurrección ya en sus corazones desde aquel resplandor del Tabor que había sido como un anticipo que fortaleciera su fe y su camino.
Pero todo esto que contemplamos y meditamos tiene que ayudarnos también en este camino pascual que queremos recorrer. Un camino y una ascensión a la que nos está invitando hoy el Señor. Esa ascensión permanente que hemos de ir realizando en nuestra vida que nos lleve a llenarnos de la luz de Dios que también nos transfigure. En nuestra alma, desde nuestro bautismo, ha quedado prendida esa luz, que muchas veces quizá enturbiamos con nuestros pecados. Cuaresma ha de significar para nosotros esa purificación, ese quitar todos esas cosas que nos impiden seguir con decisión el camino de Jesús, esa transformación de nuestro corazón llenándolo del resplandor del Tabor y de la resurrección.
También nosotros escuchamos en lo más hondo de nosotros esa voz del cielo que nos señala a Jesús y nos invita a escucharle y a seguirle. Y escucharle y seguirle significa ponernos en camino de superación y de crecimiento, salir de nuestras pasividades y de nuestra vida cómoda, ir arrancando de nosotros esas ambiciones que nos ciegan el corazón y nos impiden reconocer a Jesús allí donde El quiere manifestársenos.
Porque Cristo transfigurado está también en el hermano que está a nuestro lado, en el pobre y en el enfermo, en el que nos pueda parecer una piltrafa humana por las muchas miserias que pueda haber en su vida y en ese que sufre de tantas maneras a nuestro lado. Ahí está Jesús, ese mismo Jesús que vemos transfigurado en lo alto del Tabor, pero que lo vemos recorrer el camino de la pasión, del dolor y de la muerte en el sufrimiento de los hombres nuestros hermanos. Pero tenemos la esperanza de la vida, de la resurrección.
Que bajemos del Tabor, que salgamos hoy de este nuestro encuentro con el Señor con los ojos abiertos de una manera distinta  para ir descubriendo a Jesús que nos va saliendo al paso en ese día a día de la vida en los hermanos que sufren a nuestro lado. Que el Espíritu nos ilumine y nos trasforme el corazón. Esa transfiguración se ha de realizar también en nosotros, porque no haríamos otra cosa que volver a hacer brillar el resplandor de luz y de gracia que lleno nuestra vida en el día del Bautismo.

sábado, 8 de marzo de 2014

Jesús en el desierto al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado



Jesús en  el desierto al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado

Gen. 2, 7-9; 3, 1-7; Sal. 50; Rom. 5, 12-19; Mt. 4, 1-11
Hemos comenzado el camino hacia la Pascua cuando iniciamos el pasado miércoles de ceniza la Cuaresma. Sentíamos la invitación a mirar hacia lo alto porque ya desde un primer momento se nos invitaba a mirar a Cristo y a Cristo crucificado, pero siempre con la certeza de la resurrección. Es el camino que queremos hacer para que en verdad haya pascua en nosotros, para que cuando lleguemos a celebrar la resurrección de Jesús nos sintamos en verdad renacidos, hombre nuevos, hombres pascuales, porque hemos vivido desde lo más profundo el paso salvador de Dios por nuestra vida.
Como diremos hoy en el prefacio de este primer domingo de Cuaresma ‘celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua, podremos pasar un día a la Pascua que no acaba’. Por eso miramos a Cristo, escucharemos su Palabra de vida que nos va renovando día a día y nos irá transformando si nos dejamos conducir por la gracia del Señor, ‘para avanzar en el misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud’. Así pedíamos en la primera oración.
Como  nos decía san Pablo hoy ‘por un  hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron’, haciendo referencia a lo que hemos escuchado en la primera lectura del Génesis que nos hablaba de la creación del hombre, pero también de su pecado. Pero san Pablo continuaba diciéndonos ‘por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte… por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación… la justicia de uno traerá la justificación y la vida’. Clara referencia al Misterio Pascual que nos disponemos a celebrar.
Es tradicional en la liturgia de la Iglesia, y lo contemplamos en los tres ciclos litúrgicos, que en este primer  domingo de Cuaresma siempre escuchemos el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, según los tres evangelistas sinópticos, uno en cada ciclo. Después del Bautismo de Jesús en el Jordán ‘fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo’, nos dice el evangelista. Allí ayunó cuarenta días y cuarenta noches con lo que ‘al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal y al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado’, como decimos también en el prefacio.
En el bautismo en el Jordán se había escuchado la voz del cielo señalando a Jesús: ‘Este es mi Hijo, el amado, el predilecto’. Ahora la tentación viene en el mismo tono, en la misma sintonía. ‘Si eres el Hijo de Dios…’ comienza siempre diciéndole el tentador. Eres el Hijo de Dios y tienes todo el poder de Dios, ¿por qué pasar hambre aquí en el desierto? ‘di que estas piedras se conviertan en panes’.
Eres el Hijo de Dios y así has de manifestarte ante los hombres, porque para eso has venido, podría estarle diciendo el tentador, pues manifiéstate haciendo cosas prodigiosas; ‘le llevó al alero del templo y le dice… tírate abajo, porque está escrito: encargará a sus Ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras’.
Eres el Hijo de Dios que vienes a instaurar el nuevo Reino. ‘Lo llevó a una montaña altísima y mostrándole los reinos del mundo y su gloria’, en poder del maligno por el reino del pecado y de la muerte, ‘y le dijo: todo esto te daré, si te postras y me adoras’.
Ya conocemos las respuestas de Jesús que, por supuesto, tendríamos que escuchar y aprender muy bien porque esas tentaciones reflejan también cuales son nuestras tentaciones. ‘No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios… no tentarás al Señor, tu Dios… al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto’.
Las  respuestas de Jesús en estos momentos son lo que luego a lo largo del evangelio vamos a ir viendo reflejados en toda su enseñanza. Por eso, es ahí, a la Palabra del Señor,  a su evangelio al que tenemos que saber acudir para encontrar esa luz que nos ilumine para saber bien la respuesta que tenemos que dar a lo que nos pide el Señor y la forma cómo nosotros hemos de vencer también la tentación con la que nos acosa continuamente al maligno.
¿No pedimos nosotros muchas veces en nuestra oración el milagro fácil de Dios que nos resuelva todos los problemas sin poner ningún esfuerzo por nuestra parte? Tendríamos que dejarnos conducir más en la vida por la Palabra del Señor que sea en verdad el alimento de nuestra vida de cada día, pero no haciéndole decir a la Palabra de Dios lo que a nosotros nos guste, sino dejándonos interpelar y conducir con toda sinceridad por lo que el Señor nos manifiesta.
No busca tampoco Jesús el éxito fácil a la Buena Nueva de salvación que nos va anunciando, porque ya, por ejemplo, le vemos habitualmente cuando realiza un milagro de alguna curación que les dice que no lo digan a nadie. No es Jesús el curandero taumatúrgico que se aprovecha de sus poderes para obtener fama y por así decirlo beneficios, sino que sus milagros serán siempre por una parte signo de su amor y de su compasión misericordiosa, pero al mismo tiempo signo de la transformación que Jesús quiere ir realizando en el corazón del hombre y de nuestro mundo.
En las reflexiones que nos hemos venido haciendo desde los primeros días de la Cuaresma cuando hablamos de conversión decíamos cómo hemos darle en verdad la vuelta a nuestra vida para que esté orientada siempre hacia Dios, para que Dios sea siempre el centro de nuestra vida. Hoy al rechazar Jesús al maligno que le tentaba le dice que ‘al Señor, tu Dios, adorarás y a El solo darás culto’. Que el Señor sea nuestro único Dios, el único Señor de nuestra vida. Que la gracia del Señor nos ayude a ir arrancando de nuestro corazón esos ídolos,  esos falsos dioses que nos creamos, cuando apegamos nuestro corazón a tantas cosas que consideramos tan importantes en nuestra vida, como si no pudiéramos vivir sin ellas.
Tenemos que comenzar por transformar nuestro corazón, muchas veces endurecido como una piedra. Como anunciaban los profetas que se transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. Aquí sí que tenemos que pedirle al Señor que transforme esas piedras de nuestro corazón en panes, y no lo hacemos por tentación, sino para vencer nuestras tentaciones.
Que se transforme esa piedra fría de mi indiferencia,  esa piedra dura de mis violencias, esa piedra solitaria de mi individualismo, esa piedra grande de mi orgullo, esa piedra gorda de mi codicia, en panes de ternura y amistad, de ofrenda y de generosidad, de pureza y de bondad. Que frente a esas tentaciones que nos endurecen por dentro tantas veces con nuestras pasiones desordenadas seamos capaces de poner el espíritu de servicio, el dinamismo de la caridad, la fe confiada. Que en nuestras luchas y sufrimientos seamos capaces de ver siempre la presencia del Señor y sean algo así como sacramentos de Dios para nuestra vida, y sean en verdad una oportunidad para un mayor crecimiento humano y espiritual.
El Señor nos enseñó a pedir en el Padrenuestro ‘no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal’; y a Pedro y los apóstoles les decía en Getsemaní: ‘vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil’. Que esa sea nuestra oración de verdad para que con la gracia del Señor podamos hacer este camino que estamos iniciando y nos conduzca a la Pascua y al final podamos ser esos hombres nuevos de la Pascua, como decíamos al principio.
Que alimentados del Cuerpo y de la Sangre del Señor, ‘pan del cielo que alimenta nuestra fe, consolida la esperanza y fortalece el amor… tengamos hambre de Cristo, pan vivo y verdadero… y aprendamos a vivir de toda Palabra que sale de la boca del Señor’.

sábado, 1 de marzo de 2014

Nuestra confianza en el Señor que nos llena de paz en medio de nuestras responsabilidades y preocupaciones



Nuestra confianza en el Señor que nos llena de paz en medio de nuestras responsabilidades y preocupaciones

Is. 49, 14-15; Sal. 61; 1Cor. 4, 1-5; Mt. 6, 24-34
¿Dónde ponemos nuestra confianza? Tenemos que creer, es cierto, en nosotros mismos y por supuesto hemos de valorarnos y valorar todas nuestras capacidades. Cuando hablamos de confianza, por supuesto, tenemos que tener también confianza en los demás, porque de lo contrario tenemos el peligro de llenar de falsedad e hipocresía nuestras relaciones. Vemos también todos los medios que hoy en la vida tenemos en nuestras manos, fruto del progreso que a la larga es progreso también del mismo hombre, al desarrollar su inteligencia y sus capacidades,  y que también nos van a ayudar en ese desarrollo y camino de nuestra vida.
Pero cuando nos hacemos la pregunta del principio es algo más quizá por lo que estamos preguntándonos. Porque por ahí pueden andar lo que son nuestras preocupaciones, aquellas cosas que ansiamos, nuestros sueños, y nos cuesta conseguir. Pero también puede tener aún una mayor trascendencia porque a la larga podemos estarnos preguntando por el sentido de nuestro vivir, aquello en lo que ponemos el sentido y el valor de nuestra existencia. 
Podemos perder de vista la trascendencia que tiene nuestra vida desde el sentido de nuestra fe, y podemos quedarnos en buscar apoyos materiales o meramente terrenos - y aquí podría entrar el dinero, las riquezas o la posesión de las cosas -. De ahí que en esa búsqueda de cosas andemos no preocupados o responsabilizados sino más bien agobiados perdiendo la paz de nuestro espíritu. Y esto sí es lo que tenemos que evitar, para que no nos creemos ataduras.
Hay una palabra que se repite varias veces en el texto del evangelio de hoy y que es algo de lo que quiere Jesús prevenirnos. ‘No estéis agobiados…’,  nos dice de una forma o de otra hasta cinco veces. Y nos pone el ejemplo esas cosas elementales de la vida como puede ser el vestido o el alimento, o los años que podamos vivir  en esta vida.
Y nos habla del Padre del cielo que nos ama y cuida de nosotros, porque si embellece las flores o cuida de los pájaros del cielo, ¿cómo no hará mucho más por  nosotros que somos sus criaturas preferidas y nos ama como a hijos? Es la confianza en la Providencia de Dios que en su infinito amor y sabiduría cuida de nosotros. Es una invitación a la confianza en Dios que nos ama y nos protege.
Por eso, nos dice, no podemos andar como los paganos que no creen en Dios. No nos podemos crear nosotros otros dioses. Por eso comenzaba el evangelio hablándonos de que no podemos servir, adorar a dos señores. ‘Nadie puede estar al servicio de dos amos… no podéis servir a Dios y al dinero’, nos dice tajantemente Jesús.
Ya el prometa Isaías nos decía algo hermoso. No podemos de ninguna manera decir que nos sentimos abandonados de Dios. Fue la experiencia que vivió el pueblo de Dios en aquellos tiempo difíciles de la cautividad lejos de su tierra, pero el profeta les habla de lo grande y hermoso que es el amor de Dios. ‘¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré’, les dice el profeta. Dios nunca nos olvidará; es Padre y es Madre porque es amor y amor infinito y ese amor infinito Dios lo está derrochando continuamente en nuestra vida. Hemos de abrir los ojos de la fe para descubrirlo y para sentirlo. Aunque sean duros y difíciles los momentos por los que estamos pasando, ahí siempre estará el amor de Dios.
Es en Dios en quien tenemos que poner toda nuestra confianza, porque es Dios el que da sentido y valor a todo lo que es nuestra vida. A eso nos está invitando el evangelio. Por eso, el auténtico creyente, el que quiere seguir en verdad el camino de Jesús buscará el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se le dará por añadidura. Es la trascendencia que le damos a nuestra vida buscando lo que verdaderamente vale y es importante.
Podemos tener, es cierto, preocupaciones por esos trabajos y luchas de cada día; eso es responsabilidad, la responsabilidad con que tenemos que vivir nuestra vida, esa vida que Dios ha puesto en nuestras manos en esas tareas, en esas responsabilidades que en la vida asumimos y con las que no solo buscamos nuestra subsistencia sino que trabajamos para hacer entre todos un mundo mejor.
La confianza que ponemos en Dios no nos hace desentendernos de las responsabilidades de la vida de cada día; pero esas tareas, esas preocupaciones que podamos sentir ante lo que tenemos que hacer no nos puede hacer perder nunca la paz, porque es en Dios en quien ponemos toda nuestra confianza; es en Dios en quien encontramos esa fuerza y esa luz para realizar nuestras tareas. Es la paz que en la presencia de Dios ha de llenar siempre nuestro corazón.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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