Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

Amigos que entran a esta Casa de Paz. Gracias por estar aqui. Clikea en seguir y unete a nosotros

sábado, 20 de septiembre de 2014

La generosidad de Dios en su amor hacia nosotros es sorprendente pero nos pide respuesta generosa en nuestro compromiso

La generosidad de Dios en su amor hacia nosotros es sorprendente pero nos pide respuesta generosa en nuestro compromiso

Is. 55, 6-9; Sal. 144; Filp. 1, 20-24.27; Mt. 20, 1-6
La generosidad del amor del Señor para con nosotros siempre nos resulta tremendamente sorprendente. Nuestras categorías humanas, los criterios por los que muchas veces nos regimos los hombres muchas veces los encorsetamos de tal manera que no nos podemos salir de la regla, y aunque decimos que queremos ser humanos los unos con los otros en todas nuestras relaciones algunas veces andamos excesivamente atados a unas medidas que nos imponemos y tenemos el peligro de hacernos intransigentes y hasta inhumanos. Por eso nos sorprenderá siempre la generosidad del amor del Señor.
Pero, ¿hasta dónde llega nuestro amor y nuestra generosidad? Desde esa tentación de mirarnos a nosotros mismos que todos tenemos fácilmente ponemos límites y reglas diciéndonos que en esto sí podemos ser generosos, pero en aquello otro quizá no es necesario llegar a tanto y cosas así que algunas veces hasta nos imponemos decimos guiados por la justicia.
Pero ya sabemos generosidad del amor del Señor supera esos limites o esas reglas que nosotros nos imponemos. Ya nos decía el profeta en la primera lectura desde la Palabra que el Señor quería dirigirnos, ‘mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos’, y nos había señalado que aunque fuéramos malvados y pecadores, si nos volvemos al Señor y vamos a su encuentro arrepentidos siempre vamos a encontrar la piedad y la misericordia del Señor, porque como decíamos en el salmo ‘el Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, el Señor es bueno con todos,  cariñoso con todas sus criaturas’.
Los caminos del Señor son excelsos e infinita es siempre su misericordia. Ojalá nosotros aprendiéramos a actuar así en nuestra relación con los demás. Y lo que tenemos que saber hacer es que nuestros planes, nuestros caminos, los criterios de nuestra vida estén de verdad en consonancia con lo que nos enseña en el evangelio.
El evangelio que hoy hemos escuchado nos sorprende. Son muchas las cosas que el Señor quiere decirnos con esta parábola. Recordamos, el propietario que sale en diversas horas del día a la plaza para buscar jornaleros para su viña. Desde el principio había quedado en pagarles un denario a cada uno por su trabajo; pero eso había sido con los primeros que había contratado, luego les dirá que les pagará lo debido.
Será al final de la jornada cuando comience a retribuir el trabajo que han realizado aquellos jornaleros cuando a todos da un denario; comenzó por los de la última hora y ya los primeros pensaban que a ellos les daría más. Reclaman pero el propietario les dice que les da lo justo, porque es en lo que habían quedado. Es entonces cuando habla de la generosidad de su corazón con la que quiere actuar con todos. Les sorprende con la generosidad con la quiere pagar a todos sea la hora que fuera a la que hubieran llegado a trabajar.
Nos está hablando de la generosidad del corazon del Señor que desborda nuestros criterios y nuestras maneras de actuar. ¿Merecemos por mucho que hayamos hecho la generosidad del amor del Señor que siempre nos ama, aunque seamos débiles, aunque quizá no rindamos todo lo que tendríamos que rendir, aunque muchas veces vayamos dando tropiezos por la vida?
Es la grandeza del amor de Dios. ¿No nos ama el Señor aunque nosotros seamos pecadores? Ya nos decía san Juan en sus cartas que el amor de Dios consiste no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero. Y san Pablo nos dice que Dios nos salva gratuitamente por su bondad y su amor gracias a la redención de Jesucristo. Y nos dirá que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros, y ahí se manifiesta la grandeza del amor de Dios. Así  nos sorprende el amor de Dios.
Nuestra respuesta tiene que ser la fe y el amor. ¿Cómo no vamos a creer en quien tanto nos ama? ¿Cómo no vamos a poner toda nuestra fe y nuestra confianza en El cuando así se ha dado por nosotros? Una fe que se va a manifestar en las obras de nuestro amor, porque sintiéndonos así amados de Dios no podemos menos que amar de la misma manera.
La parábola del evangelio, como venimos comentando y como hemos escuchado en su proclamación, nos habla de ese propietario que va saliendo a distintas horas a buscar jornaleros para su viña. Es la llamada que el Señor va haciendo a nuestra vida. Una llamada a que nos convirtamos de corazón a El y una llamada a que entremos a formar parte de su Reino, pero trabajando por el Reino de Dios. Muchas cosas podemos considerar desde esa llamada que nos hace el Señor.
La primera llamada, por así decirlo, es a que pongamos toda nuestra fe en El, seguirle. Es lo que vamos escuchando continuamente a lo largo del Evangelio. Y poner nuestra fe en El y seguirle nos exige esa conversión del corazón, porque es darle la vuelta a nuestra vida para vivir no según nuestros criterios o caminos sino según el plan del Señor. Es aceptar el evangelio, esa buena nueva de salvación que tiene para nosotros. Fue su primer anuncio. Y muchas cosas tenemos que transformar en el corazón.
Y en esa llamada a trabajar en la viña podemos ver lo que nos va pidiendo el Señor en cada hora de nuestra vida para la construcción del Reino de Dios. ‘¿Cómo es que estáis ociosos, sin trabajar todo el día?’ les pregunta a aquellos que se encuentra en la plaza sin hacer nada. ¿Nos podrá preguntar el Señor eso a nosotros también? 
¿Dónde está el compromiso de nuestra fe? ¿En qué se manifiesta? ¿Andaremos también cruzados de brazos pensando que son otros los que tienen que realizar la tarea? Grande es la tarea que un cristiano tiene que realizar en su mundo desde el compromiso de su fe. El testimonio que tenemos que dar en nuestra vida no lo podemos ocultar, pero además es en tantas cosas en las que podemos comprometernos. Ahí tenemos delante de nosotros todas las tareas pastorales que se realizan en nuestras parroquias y donde tenemos, como se suele decir, que arrimar el hombro; manifestar nuestro compromiso dedicando nuestro tiempo, ofreciendo nuestra colaboración, asumiendo tareas.
Muchas son las cosas que tenemos que hacer trabajando así en la viña del Señor. Sabemos que la recompensa del Señor no nos faltará como nos faltará nunca su amor en donde encontramos la fuerza y la gracia para realizar ese compromiso y esa tarea que asumamos. Muchas veces los cristianos le piden una serie de servicios a las parroquias para que nos atiendan en esto o en aquello otro, pero no pensamos que todo lo que es la vida de una parroquia solo se puede realizar con la colaboración de todos. Pedimos pero no somos capaces de ofrecernos para realizar alguna tarea. Exigimos quizá pero nosotros no somos capaces de comprometernos. Y me pregunto ¿y entonces quien es el que lo hará?
No olvidemos, por otra parte, que trabajar por la viña del Señor, por el Reino de Dios se realiza también a través de esos pequeños gestos de amor, de cercanía, de generosidad que cada día podemos y tenemos que realizar con quienes están a nuestro lado. Ese testimonio de las pequeñas cosas hechas con amor es anuncio y es testimonio y también pueden atraer a los demás a que vengan por los caminos del Evangelio y sabemos que la recompensa del Señor será siempre grande, porque ni algo tan sencillo como un vaso de agua dado en su nombre se quedará sin recompensa. 

sábado, 13 de septiembre de 2014

La prueba más grande de que le importamos a Dios es la Cruz de Cristo

La prueba más grande de que le importamos a Dios es la Cruz de Cristo

Num. 21,4-9; Sal. 77; Fil. 2, 6-11; Jn. 3, 13-17
La prueba más grande de que a Dios si le importa el hombre, sí le importa la humanidad es la cruz de Cristo que estamos contemplando. De ninguna manera podemos decir que no le importemos a Dios. Como nos dirá Jesús en el evangelio la mayor prueba de amor es dar su vida por el amado. Aquí estamos contemplando esa prueba suprema del amor de Dios. Ahora estamos contemplando cómo Dios nos entrega a su Hijo por el amor que nos tiene, lo que viene a significar la afirmación con la que iniciábamos esta reflexión. Sí le importamos a Dios.
Hoy estamos celebrando esta fiesta grande de la Exaltación de la Santa Cruz y bien sabemos que cuando miramos a la Cruz no nos quedamos en la materialidad de un instrumento de suplicio sino que contemplamos a quien en ella por nosotros se entregó. Exaltamos la Cruz y la veneramos no porque deseemos el sufrimiento por el sufrimiento, la muerte en el suplicio de la cruz por querer buscar la muerte, sino por todo lo que significa para nuestra Salvación cuando Cristo en ella se entregó por nosotros.
Es la prueba del amor; por eso como en un estandarte la levantamos en lo alto porque nuestra mirada a través de la cruz quiere llegar hasta el amor de Dios. El verdadero estandarte de nuestra vida, el verdadero santo y seña de nuestra vida es el amor que lo significamos, es cierto, en la cruz pero contemplando el amor de Dios y aprendiendo de su amor para nuestro amor. Ya lo hemos escuchado en el evangelio ‘lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en El tenga vida eterna’.
Hace mención a lo que escuchamos en el libro de los Números del Antiguo Testamento. El pueblo caminaba por el desierto; el camino era duro, porque todo eran dificultades; parecía que en lugar de avanzar hacia la tierra prometida lo que hacían era retroceder; el pueblo murmura contra Moisés y contra su Dios; piensan quizá que ya no le importan a Dios que los ha abandonado su suerte en el desierto; son invadidos por una plaga de serpientes venenosas del desierto, y ahora es cuando claman pidiendo socorro a su Dios. Moisés levanta en un estandarte una serpiente de bronce, quienes la miran son curados de las mordeduras de las serpientes. Aquella mirada hacia lo alto de aquel estandarte era una señal de cómo querían invocar a Dios arrepentidos de su pecado, y son liberados de aquel mal.
Ahora en el evangelio se nos recuerda aquel episodio, pero quien va a estar levantado en alto, como en un estandarte no es una serpiente de bronce, sino que en lo alto de la Cruz estará Jesús. Dios no se ha olvidado de su pueblo ni lo ha abandonado a su suerte, aunque lo mereciéramos por nuestro pecado; Dios sigue amando a su pueblo, nos sigue amando. Nos envía a su Hijo. Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo, como tantas veces hemos escuchado en el evangelio y lo hemos meditado. No nos podemos sentir desamparados de Dios porque sí le importamos a Dios, que para nosotros tiene vida y salvación. Pero es necesario levantar nuestra mirada a lo alto, levantar nuestro corazón a Dios con fe, para poder alcanzar la vida eterna. ‘Para que no perezca ninguno de los que creen en El sino que tengan vida eterna’.
Quienes no han puesto esa fe y esa esperanza en el Señor necesariamente tienen que vivir una vida triste aunque traten de acallar sus tristezas de mil maneras con fiestas y alegrías externas.  Cuántos sucedáneos de la verdadera alegría nos vamos encontrando en la vida de tantos y cuidado no nos pase a nosotros. Sin el sentido de la fe es como quien se siente desamparado y solo, como si  no importara a nadie. Son experiencias humanas que muchas veces podemos encontrarnos a nuestro alrededor si vamos con una mirada abierta y atenta.
Qué triste es escuchar a alguien que te dice, ‘yo no le importo a nadie, porque a mi nadie me quiere ni nadie hace nada por mi’; son personas que quizá por haber pasado por situaciones familiares difíciles en las que quizá las habrá faltado el cariño de un hogar, de una familia, o personas que tienen fracasos en la vida y se ven solos y abandonados, no saben a quien acudir porque piensan que no interesan a nadie. Muchas personas así se van encontrando en la vida; muchas veces he escuchado frases así.
Es duro. Pero esa experiencia humana se transforma para muchos en una triste experiencia espiritual cuando les falta la fe, cuando les falta el sentido de trascendencia a su vida, cuando no han vivido ni conocido lo que son los verdaderos valores espirituales y solo viven a ras de tierra en el día a día de su vida viendo pasar los acontecimientos que para ellos no parecen tener sentido. Cómo necesitan en su vida ser iluminados por la luz de la fe; cómo tendrían que aprender a mirar a lo alto, y descubrir en la cruz y desde la cruz de sus vidas que no están solos porque hay siempre un amor que no nos faltará, que es el amor de Dios, que tenemos que aprender a descubrir.
Es la mirada que nosotros los creyentes queremos levantar en este día para contemplar la cruz de Cristo, donde contemplamos el amor que Dios nos tiene, donde llegamos a descubrir que sí le importamos a Dios. Grande tiene que ser el valor de nuestra existencia cuando Dios nos entrega así a su Hijo amado y predilecto.
Ese amor de Dios que se nos manifiesta en la Cruz es un amor muy especial, porque es un amor a pesar de que en nosotros no haya amor sino pecado; es un amor que nos llena de vida y nos resucita; es un amor que nos perdona y nos redime; es un amor que hace nacer en nosotros una nueva vida y un nuevo sentido del vivir y del amar. Es el amor que se nos manifiesta en la cruz de Cristo, pero se está haciendo presente también en la cruz de cada día de nuestra vida, porque Cristo ha asumido en su Cruz nuestras cruces, nuestros dolores y nuestros sufrimientos, nuestras angustias y también las desesperanzas que muchas veces nos tientan; con su Cruz Cristo irá transformando nuestras cruces para hacer que de las espinas de nuestro desamor y nuestro pecado, por la fuerza de la gracia, comiencen a florecer las flores y los frutos de un amor nuevo, de una vida nueva de resurrección.
La Cruz de Cristo nos engrandece, porque por la entrega de Cristo en la Cruz nos ha llegado la redención y el perdón; ha llegado a nosotros la vida nueva de la gracia que nos hace sentirnos amados y valorados de manera que ya nunca podemos decir que no importamos a nadie, porque sí le importamos a Dios; pero por la Cruz de Cristo entramos en el camino de una vida nueva, de un estilo nuevo de vivir desde un amor semejante al amor que Cristo nos tiene.
Ahora comenzaremos a mirar la cruz de una manera distinta; ahora comenzaremos a darle un sentido nuevo a la cruz de nuestros sufrimientos y problemas; viendo el amor que Dios nos tiene aprenderemos a poner amor en esa cruz de cada día haciendo de ella una ofrenda de amor; pero es además que ahora comenzaremos a fijarnos de una manera nueva en la cruz de los demás, y en nombre de ese amor aprenderemos a acercarnos a ellos de una forma distinta. Tenemos que repartir amor; tenemos que hacer comprender que el amor es el que nos salva y el amor de Dios no nos faltará nunca; tenemos que comenzar a ser nosotros signos de ese amor de Dios por la manera que nos acerquemos a los otros y los acompañemos para ayudarles a descubrir esa luz del amor de Dios.
Y es que esa Cruz de Cristo que nos ha engrandecido con la salvación que de ella mana, nos compromete; no podemos ya vivir de la misma manera; ya nuestra mirada hacia Dios tiene que ser una mirada agradecida por el amor; pero otras y nuevas tienen que ser las actitudes que tengamos hacia los demás; en ellos estamos viendo a otro Cristo a quien amar, porque ya sabemos que no podemos decir que amamos a Cristo si no amamos a los demás y sobre todo a los que con mas intensidad cargan con su cruz en la pobreza y en el dolor, en la desesperanza y en las oscuridades de sus vidas. Los amamos como amamos a Cristo; los amamos amando a Cristo en ellos; los amamos con el amor de Cristo; los amamos para hacerles llegar la luz de Cristo.
Celebramos hoy la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Miramos a lo alto de la Cruz y nos encontramos con Cristo; es el que se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, una muerte de Cruz. Pero es el Señor, Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.

Miramos a la Cruz, contemplamos a Cristo y no podemos menos que decir, ‘gracias, Señor, por tanto amor.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Un amor comprensivo y respetuoso, delicado y humilde, que busque el bien y que ayude a corregirse y superarse al hermano

Un amor comprensivo y respetuoso, delicado y humilde, que busque el bien y que ayude a corregirse y superarse al hermano

Ez. 33, 7-9; Sal. 94; Rm. 13, 8-10; Mt. 18, 15-20
 ‘A nadie le debáis nada más que amor…’ nos dice san Pablo hoy. Para pensar. Sí, es necesario detenerse un poco a pensar, a reflexionar, a saborear lo que el Señor quiere trasmitirnos. Cuando nos acercamos a la Palabra de Dios y queremos escucharla de verdad para plantarla en nuestro corazón y en nuestra vida no podemos venir con prisas. Hemos de tratar de serenarnos dentro de nosotros mismos olvidando prisas y agobios para poder saborear bien toda la riqueza que nos ofrece la Palabra de Dios. Además la Palabra del Señor siempre llena de paz nuestro corazón. Demasiado corremos en la vida y así tenemos el peligro de caer fácilmente por la pendiente de las superficialidades.
¿Cuáles son nuestras deudas?, quizá tendríamos que preguntarnos. ¿Qué es lo que realmente nos debemos los unos a los otros? Algunas veces tenemos excesivamente marcada nuestra vida o nuestras mutuas relaciones por demasiadas cosas negativas. Guardamos demasiadas cosas en el corazón que nos hacen daño. Y con ello hacemos daño a los demás y nos hacemos daño a nosotros mismos. Tendríamos que guardar lo bueno, buscar lo bueno, ser capaces de ver siempre lo bueno de los otros, pero ya sabemos cómo somos.
Ahora nos dice el apóstol que  ‘A nadie le debáis nada más que amor…’ ¿Qué significa esa deuda de amor? A continuación nos dice ‘porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley’, para que así comprendamos mejor lo que nos puede llevar a una plenitud de vida.
Todo tenemos que centrarlo en el amor. Es la base de nuestra vida, de nuestras relaciones con los demás, del cumplimiento de nuestras responsabilidades y obligaciones, de todo lo que hagamos. Es en verdad lo que tendría que dar sentido a toda nuestra vida. Amando seremos en verdad felices y haremos felices a los que amamos. Amando de verdad estaremos haciendo un mundo mejor, porque el amor hará desaparecer todas las sombras de los odios y de los egoísmos, de los orgullos y de los recelos, nos haría mirarnos de una manera más luminosa y aprenderíamos de verdad a aceptarnos y a convivir, a caminar juntos y a ser solidarios, a ayudarnos y a hacernos mejores. Como terminaba diciendo el apóstol en el texto de hoy ‘uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera’.
En el salmo fuimos repitiendo haciéndolo oración ‘ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón’. Que sea nuestra súplica de verdad y seamos capaces de abrir bien nuestro corazón y nuestra vida toda al Señor y a su palabra.
Cuántas veces nos sucede que tenemos claro delante de nosotros lo que el Señor nos dice o nos pide, pero nos cuesta escucharlo y entenderlo quizá por aquellas cosas negativas de las que hemos llenado nuestra vida, como decíamos antes. Se nos endurece el corazón. Se hace como una costra impenetrable que no deja que llegue a nosotros esa luz de su gracia. Y en este tema del mandamiento del amor que el Señor nos dejó como su único y principal mandamiento andamos demasiado con los oídos cerrados y cegados. Sabemos cuál es el camino pero no hacemos sino poner pegas y siempre decimos que no amamos como tendríamos que amar por culpa del otro. Cuántas disculpas nos buscamos.
El amor es el color que debe impregnar nuestra vida, todo lo que hagamos. Será el amor lo que nos motive en nuestras relaciones fraternas y nos ayude siempre a buscar el bien de los demás, que no solo es no hacerle daño, sino positivamente buscar lo bueno; es lo bueno que nosotros podemos ofrecerle desde nuestro propio amor lleno de delicadeza, pero lo bueno que queremos que resplandezca también en su vida poniendo siempre delante el respeto y la comprensión. Es a lo que tenemos que ayudarle también en nombre de ese amor que da color y calor a nuestra vida.
Hoy el evangelio nos habla de esa unidad y comunión en el amor que entre todos ha de haber y que se convierte en signo de la presencia del Señor en medio de nosotros; nos da la seguridad de que el Señor está con nosotros si así permanecemos unidos en el amor. ‘Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’, nos dice. Cuando estamos unidos en el amor estamos unidos en el nombre del Señor. Unión que dará fortaleza y profundidad también a nuestra oración, porque en una oración hecha así tenemos la seguridad de que el Padre del cielo nos escuchará.
Y nos habla también, como una consecuencia de ese amor, de la corrección fraterna, algo muy importante porque todos somos pecadores y estamos sujetos a debilidades y fallos, de lo que mutuamente hemos de corregirnos, ayudarnos para superar esas limitaciones de nuestra vida; nos da las pautas por los que hemos de guiarnos cuando queremos ayudar al otro en este sentido.
Siempre guiados por el amor y son suma delicadeza; nunca la corrección se puede convertir en un juicio ni en una condena; siempre tenemos que tener una capacidad muy grande de comprensión y respeto; siempre desde un espíritu de humildad sabiendo y reconociendo que también nosotros somos pecadores; siempre con la fortaleza del Señor que estará con nosotros inspirados por su Espíritu para encontrar la mejor manera.
No es fácil, hemos de reconocer, pero el amor que le tenemos al hermano quiere siempre lo mejor y sabremos encontrar la  mejor forma de hacerlo. No podemos ir nunca a corregir al hermano desde unas posturas de superioridad ni con actitudes soberbias. Es el amor el que tiene que guiarnos, y cuando hay amor de verdad, brillará enseguida la delicadeza y florecerá la humildad.
Es la delicadeza con la que mutuamente hemos de tratarnos siempre para sabernos ayudar a salir de las malas situaciones a las que nos lleven nuestros fallos pero también para ser comprensivos y acogedores con el hermano que falla - también nosotros fallamos -, siendo capaces de ofrecer también siempre un perdón generoso. Y es la delicadeza y el amor de la comunidad para con el hermano que yerra, al que siempre tiene que buscar para ayudar y no para condenar. Cuánto nos hacen falta estas actitudes acogedoras y comprensivas, llenas de amor y de humildad para los hermanos que yerran, porque será siempre la mejor manera de ganarlos para los caminos del bien.
Era el sentido también de lo escuchado al profeta en la primera lectura. Una imagen muy expresiva la que emplea el profeta, el centinela que está en la atalaya vigilante y que ha de dar aviso del peligro. ‘A ti hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta’.
Que el Señor nos llene de su Espíritu de amor que impregne totalmente nuestra vida. Que siempre sea el amor el que inspire y mueva cuanto hacemos. 

Aqui puedes leer mas mensajes del Movimiento.

Administracion general y adjuntos

Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

Etiquetas