Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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viernes, 31 de agosto de 2012


La sabiduría y la inteligencia de un corazón lleno de autenticidad y verdad
Deut. 4, 1-2.6.8; Sal. 14; Sant. 1, 17-18.21-22.27; Mc. 7, 1-8.14-15.21-23

‘Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos’. Hermosa exhortación que nos hace el apóstol Santiago en su carta. La Palabra que es capaz de salvarnos; la Palabra que sido plantada en nosotros que para dar fruto hemos de llevarla a la práctica de nuestra vida. 

Cuántas veces, hemos de reconocer, ni bien la escuchamos. Oímos cómo se proclama en nuestra celebración pero se queda en palabras que vuelan alrededor de nuestros oídos pero no penetra dentro de nosotros, no la escuchamos. No dará fruto en nuestra vida, como la semilla sembrada al borde del camino, entre pedruscos o en medio de zarzales. Y sin embargo ahí tenemos nuestra sabiduría y nuestra inteligencia. ‘Así viviréis… nos decía el Deuteronomio, ponedlos por obra porque son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia’, que causarán admiración a todos los pueblos.

Pero la ley del Señor, la Palabra del Señor ha de ser algo que hemos de llevar en el corazón. Lo tenemos que expresar con toda nuestra vida y se reflejará en las obras externas que hagamos, en nuestros comportamientos y en nuestras actitudes, pero tiene que nacer desde lo más hondo de nosotros mismos. 
Escuchamos en el evangelio cómo vienen algunos a Jesús muy preocupados porque los discípulos de Jesús no realizan algunos actos rituales a los que los fariseos les daban una gran importancia. ‘Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén… y le preguntaron a Jesús: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?’ 

El evangelista que está escribiendo el evangelio para cristianos que no provenían del judaísmo explica con detalle las tradiciones de los judíos que los fariseos cumplían con tanta rigidez sobre las purificaciones rituales que habían de hacer antes de las comidas y en otros momentos. Ya lo hemos escuchado en la proclamación del evangelio y en distintos momentos lo hemos comentado. Claro que tendremos que preguntarnos si no nos queda algo de eso a nosotros aún.

Esto dará pie a Jesús por una parte para denunciar la hipocresía de los fariseos pero para hacernos reflexionar a todos sobre donde hemos de buscar la auténtica santidad: en la rectitud y pureza del corazón para no quedarnos en ritualidades vacías y en superficialidad, sólo en palabras o cosas externas. 

Cuando hay vacío interior todo se vuelve falsedad e hipocresía, buscamos la apariencia  lo que nos pueda halagar, no importándonos el daño que podamos hacer a los demás. Recuerda lo dicho por el profeta: ‘este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mi; el culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos’. 

Todo tiene que arrancar de un corazón puro y sin malicia, un corazón libre de malas intenciones y un corazón con la profundidad del amor, que será entonces un corazón verdaderamente santo. ‘Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro, lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre’. Podemos llevar las manos muy limpias pero nuestro corazón estar lleno de maldad; podemos contentarnos con cumplir exteriormente con toda fidelidad pero allá en nuestro corazón estar pensando cómo podemos fastidiar a éste o al otro porque quizá no me cae bien o porque no ha sido todo lo bueno conmigo. 

Muchas situaciones semejantes podemos recordar donde quizá queremos aparecer como buenos y cumplidores pero el corazón estar vacío. Tenemos también la tentación de quedarnos en bonitas palabras pero que luego no se reflejan realmente en las actitudes de nuestra vida. Cuántas veces nos sucede.

Podemos hablar mucho de justicia, de paz, de solidaridad, de que queremos que nuestro mundo sea mejor, que tenemos que ser hermanos pero luego eso no se refleja en nuestros comportamientos porque en el día a día nos tratamos mal, nos somos capaces de aceptarnos y perdonarnos, siguen habiendo brotes de violencia o de egoísmo insolidario pensando primero en mi mismo que en los demás. Incongruencias y vacíos que aparecen muchas veces en la vida. Qué fácil es hablar tantas veces diciendo cosas hermosas y qué poco es lo que hacemos.

Es en el corazón donde están las malas intenciones, la malicia y la envidia, el orgullo y la ambición, la malquerencia y la mentira, los deseos de venganza que algunas veces queremos disfrazar de justicia y lo que puede hacer daño al hombre, a nosotros mismos y a los demás. Y eso sí que nos llena de pecado; eso sí que hace daño a los demás, eso sí que nos lleva a actuar mal y a ser injustos con los otros. Nos cubrimos con la máscara de la apariencia mientras el corazón está lleno de podredumbre y pecado.

Purifiquemos nuestro corazón de toda esa maldad y llenémoslo de lo que verdaderamente puede conducirnos a la mayor plenitud; pongamos buenos deseos y pongamos el amor que nos conduce a plenitud; despertemos en nosotros deseos y aspiraciones a cosas nobles y grandes pero alejemos de nosotros todo tipo de orgullo y de soberbia; démosle profundidad espiritual centrando de verdad nuestro corazón en Dios; empapémoslo de los valores del evangelio y busquemos primero que nada el Reino de Dios y su justicia y entonces caminaremos por los mejores caminos de dicha y de felicidad al estilo de las bienaventuranzas que nos proclamó Jesús. Comprenderemos entonces donde está nuestra verdadera sabiduría e inteligencia, como nos decía el Deuteronomio.

No será entonces un corazón vacío y superficial el que haga sentir sus latidos dentro de nosotros, sino que será en verdad el motor que anime y dé profundidad a todo aquello que vamos realizando; llenos así de Dios sentiremos la fuerza de su gracia para hacer siempre el bien, para buscar siempre lo bueno y lo justo, para caminar en la verdad y en la autenticidad, para ir construyendo día a día el Reino de Dios, y para hacer que entonces siempre busquemos por encima de todo la gloria del Señor.

Purificación y autenticidad de vida que hemos de reflejar cada uno de nosotros los que nos decimos seguidores de Jesús a nivel individual y personal y también en nuestros grupos e instituciones cristianas y apostólicas, también como Iglesia de Jesús. Reconozcamos que no siempre damos el ejemplo necesario y conveniente en este sentido, porque somos débiles y pecadores, y la Iglesia está formada y compuesta por miembros que somos pecadores. 

Autenticidad y verdad que hará más creíble el evangelio a los ojos del mundo que nos rodea, porque el mundo, nuestra sociedad necesita testigos y testigos auténticos. Vamos a anunciar la Palabra de Dios, pero hemos de proclamarla desde la autenticidad de nuestra vida.

viernes, 24 de agosto de 2012


Aunque débiles y llenos de dudas, confesamos que Tú tienes para nosotros palabras de vida eterna

Josué, 24, 1-2.15-18; Sal. 33; Ef. 5, 21-32; Jn. 6, 60-69
Una doble reacción a las palabras de Jesús. No nos ha de extrañar. Jesús está puesto signo de contradicción. Ya lo había anunciado proféticamente el anciano Simeón; ante Jesús unos caerán y otros se levantarán. Es una actitud repetida a lo largo del evangelio.
‘Este modo de hablar es duro’, dirán algunos. Jesús sabía que lo criticaban; ya mientras iba anunciando el pan de vida muchos se iban manifestando en contra y le discutían a Jesús sus palabras porque no le entendían. Ahora sucederá que ‘desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con El’.
Pero no todos se van. Perplejos están también los más cercanos a Jesús. En muchas ocasiones también los del grupo de los Doce no entendían las palabras de Jesús, se hacían sus consideraciones tratando de encontrar explicación en el caso de los anuncios de pasión y muerte, o cuando llegaban a casa la pedían que les explicara, como sucedía con las parábolas. Ahora podrá más el amor que sienten por Jesús y estarán dispuestos a seguir con Jesús como Pedro proclamará y ahora comentaremos.
Sigo preguntándome si realmente entendían o no lo que Jesús les estaba hablando. Al hilo de lo que Jesús iba diciendo allí en la sinagoga de Cafarnaún hemos ido reflexionando ya lo que significaba comer a Jesús, comer su carne y beber su sangre para poder tener vida. Aunque en principio parecía que su repugnancia a aceptar las palabras de Jesús iba por aquello de la antropofagia, lo de comer carne humana y lo de beber sangre que ya en sí tenía sus especiales connotaciones para aquellos pueblos semitas, sin embargo de lo que se trataba era de un seguimiento total y radical de Jesús. ¿Estarían dispuestos a eso? ¿Comerían a la carne de Cristo en ese sentido?
Como hemos reflexionado lo de comer a Cristo era esa aceptación de Jesús en su totalidad, aceptación de Jesús en su mensaje de vida y de salvación que nos ofrecía y todo lo que significaba el Reino de Dios que Jesús anunciaba y venía a constituir. No era sólo cuestión de aceptar o no alguna idea o pensamiento, o alguna norma que nos pudiera imponer, sino que es la exigencia de seguir a Jesús en su totalidad, realizando de verdad esa vuelta total de la vida, conversión, para hacer que desde entonces girara para siempre en torno a Jesús.
Muchas cosas que transformar en la vida, muchas cosas que cambiar y muchas cosas de las que arrancarse para vivir una vida ya para siempre en el estilo de Jesús, en el estilo nuevo del Reino de Dios instaurado con el evangelio. Es algo que también tenemos que pensar para nosotros porque también entramos muchas veces en rutinas, nos acostumbramos a cosas que puede suceder que las hagamos sin sentido y al final podemos seguir siendo el hombre viejo que no se ha renovado con la gracia en el estilo y espíritu del Evangelio.
Necesitamos nosotros también una mirada sincera desde lo que es la realidad de nuestra vida con el evangelio para confrontarla seriamente con la vida de Jesús. Ya hemos reflexionado en estos días que nuestro vivir tenía que ser un vivir nuevo, porque no sería ya nuestra vida sino la vida de Cristo. Y confesemos y reconozcamos que no siempre nuestro vivir es el vivir de Cristo, en una palabra, que no somos cristianos con toda nuestra vida, con todas nuestras actitudes, con toda nuestra manera de pensar, con todo nuestro actuar.
Aquella gente no quiso seguir con Jesús. Como nos decía el evangelista y ya hemos recordado ‘desde entonces ya muchos de los discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con Jesús’. Como decíamos, no es la primera vez que sucede; recordemos al joven rico que no fue valiente para vivir generosamente aquel desprendimiento que Jesús le pedía.
Sucedía entonces y sigue sucediendo, porque también muchas veces sentimos el dolor de gente que estaba como muy a gusto en la Iglesia parecía viviendo su vida cristiana y de un momento a otro se echaron también atrás y abandonaron todo, en ocasiones, abandonando totalmente la fe. ¿No se sintieron con fuerzas para seguir con Jesús y su seguimiento? ¿Se vieron envueltos por las dudas, por los problemas, por situaciones que no supieron resolver desde la luz de la fe y con gracia del Señor? Desgraciadamente suceden cosas así.
Tenemos nosotros también el peligro y la tentación de enfriarnos espiritualmente e ir abandonando muchas cosas. Por eso es necesario insistir tanto en que vivamos nuestra fe como un encuentro vivo y personal con el Señor; que es necesario que vayamos madurando de verdad nuestra fe con una buena formación cristiana para ir profundizando más y más en todo el conocimiento del misterio de Cristo y de Dios; que vayamos enriqueciéndonos espiritualmente desde la escucha y la meditación de la Palabra de Dios y una oración cada vez más intensa. Tenemos que cuidar nuestra fe, nuestra unión con el Señor, nuestra vida cristiana.
Dice el evangelio que ‘Jesús les preguntó a los apóstoles: ¿También vosotros queréis marcharos? A lo que Simón Pedro contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros sabemos y creemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios’. Allí, por supuesto, estaba la fe de Pedro y de los demás apóstoles, pero allí estaba el amor. No podemos negar cuánto querían a Jesús los apóstoles que siempre estaban con Jesús, porque un día lo habían dejado todo para seguirle.
Probablemente también tuvieran dudas en su corazón y podrían estar calibrando hasta donde serían capaces de seguir siendo fieles, pero amaban a Jesús y con El querían estar. Para ellos Jesús tenía palabras de vida eterna. Claro que querían seguir estando con El, querían seguirle y a pesar de sus debilidades, estaban dispuestos a darlo todo por Jesús.
Ya Jesús había dicho que ‘sus palabras son espíritu y vida’ y ahora Pedro le dirá que sí, que creen en El, que para ellos las palabras de Jesús son palabras de vida eterna, que creen de verdad que Jesús es el enviado de Dios y que quieren unirse a El, comerle también para tener vida para siempre.
Nosotros también podemos sentirnos débiles porque ya somos conscientes de cuantas veces caemos a causa de esa debilidad; también nos surgen dudas y en ocasiones puede haber cosas que nos cueste entender o nos cueste llevar a la vida. Pero queremos poner también nuestra fe como Pedro para confesar que Jesús lo es todo para nosotros y que queremos seguirle y vivirle; como Pedro queremos también confesar nuestro amor, que aunque seamos débiles, le amamos y queremos amarle con todo nuestro corazón y con toda nuestra vida.
‘¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna’. Creemos en ti. ‘Lejos de nosotros abandonarte’, como decían los judíos a la entrada de la tierra prometida. Si ellos reconocían que el Señor los había sacado de Egipto y los había conducido por el desierto hasta aquella tierra, cuánto no tendremos que reconocer nosotros de las maravillas que Dios ha obrado en nuestra vida.
Queremos vivir tu vida. Queremos comerte porque queremos llenarnos de ti. Queremos comerte porque queremos hacer de tu vida nuestra vida. Queremos comerte porque sabemos que quien te come tiene vida eterna y Tú nos resucitarás en el último día. Queremos comerte con todas las consecuencias para nuestra vida.

viernes, 17 de agosto de 2012


Comulgar a Cristo para entrar en comunión total con su vida
Prov. 9, 1-6; Sal. 33; Ef. 5, 15-20; Jn. 6, 51-58

‘He preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa… venid a comer de mi pan y beber de mi vino… y viviréis’. Es la invitación de la Sabiduría de Dios que hemos escuchado en la primera lectura. Una invitación a la Sabiduría  - ‘los inexpertos que vengan aquí, quiero hablar a los faltos de juicio’ - que encontraremos en la plenitud de Cristo.

Seguimos escuchando en el evangelio el llamado discurso del pan de vida de la Sinagoga de Cafarnaún. Seguimos escuchando a Jesús que nos invita a ir hasta El y comerle porque sólo así tendremos vida y vida para siempre. El es la vida del mundo. ‘Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre’.

A los judíos de Cafarnaún les cuesta entender. ‘Discutían entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’ Pero tenemos que reflexionar nosotros bien y con mucha hondura para entender lo que Jesús quiere darnos, lo que Jesús nos está ofreciendo. Jesús es claro y tajante en sus palabras: ‘Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros’. No nos podemos tomar a la ligera las palabras de Jesús, no podemos comer y vivir la Eucaristía sin darle toda la hondura y repercusiones que ha de tener en nuestra vida.

¿Qué significa comer su carne y beber su sangre? ¿Cuál es esa vida que nos ofrece y que obtendremos cuando le comamos a El? Es algo grandioso lo que Cristo nos está ofreciendo. Es un milagro y una locura de amor. Un milagro y una locura de amor de Dios que tiene que transformar toda nuestra vida, toda nuestra manera de vivir y actuar. Tanto nos ama que así  nos quiere unidos a El; tanto nos ama que quiere ofrecernos su vida para que tengamos su vida para siempre; tanto nos ama que no puede permitir que haya más muerte en nosotros. Por eso nos lo repite una y otra vez para que nos convenzamos de verdad.

Comer a Cristo es entrar en una hondura grande y casi inimaginable por la mente humana. Porque tampoco se trata de un rito más. Tenemos que tener cuidado de ritualizar demasiado las cosas. Es todo un misterio. Lo expresamos en el Sacramento, que ya en sí la palabra sacramento significa misterio. Porque cuando comemos a Cristo es como si estuviéramos metiendo a Cristo dentro de nosotros. No es un meterlo en el orden de lo físico, aunque físicamente tengamos que comer también el pan de la Eucaristía, sino algo más profundo. Es entrar en comunión con Cristo, una nueva y profunda comunión, por eso el comer la Eucaristía lo llamamos comulgar. Esa comunión va a significar que nos hacemos uno con Cristo. 

Y es que aceptamos a Cristo de tal manera que ya no vamos a vivir nuestra vida sino la de Cristo. Y comulgar a Cristo es comulgar con su evangelio, con el Reino de Dios, con el plan y estilo de vida de amor que nos enseña. Es asumir totalmente todo lo que nos dice Cristo de manera que nuestro pensamiento, nuestro obrar, nuestro vivir será ya el de Cristo. San Pablo llegaría a decir que ya no vive él sino que es Cristo el que vive en él. Nuestro vivir ya será para siempre Cristo y nadie ni nada más. Y esto, claro tiene muchas consecuencias que no sé si siempre somos capaces de calibrar bien, de llegarlas a vivir en plenitud. 

Hay gente que dice, por ejemplo, ‘yo no comulgo con ruedas de molino’, para expresar que no aceptan así como así lo que el otro le dice que es o que tiene que hacer. Cojamos el sentido de la expresión. No comulgamos nosotros, es cierto, con ruedas de molino, pero sí vamos a comulgar a Cristo, de manera que ya no será mi vivir sino para siempre el vivir de Cristo. 

Y ¿cómo era la vida de Cristo? Bien lo sabemos, fue una vida de amor, de entrega y de entrega sin límites. No podemos olvidar que cuando celebramos la Eucaristía estamos celebrando todo el misterio pascual de Cristo, de su pasión, muerte y resurrección, que es celebrar todo el misterio de la entrega de su amor. ¿Seremos nosotros capaces de vivir un amor así como el de Cristo? 

Recorramos las páginas del evangelio y veamos su enseñanza pero también lo que era su actuar, lo que era su vida. Y nos va diciendo que es así como nosotros hemos de actuar. ‘Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo’ les dice a los discípulos en la última cena después de lavarles los pies. ‘Que os lavéis los pies los unos a los otros’, nos dice. 

En otra ocasión nos dirá que ‘el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida’, cuando andaban discutiendo por los primeros puestos; pues será eso también el estilo de lo que nosotros tenemos que hacer, servir, hacernos los últimos. 

En la cruz le contemplamos en la suprema entrega para nuestra salvación pero comenzará perdonando y disculpando incluso a aquellos que le están crucificando - ‘perdónalos porque no saben lo que hacen’ -; ¿no nos estará dando ejemplo de cómo ha de ser nuestro generoso perdón a los demás siendo capaces incluso de disculparlos, en lugar de estar contando cuantas veces tendré que perdonar al hermano?

Sería una incongruencia que comiéramos a Cristo en la Eucaristía sin entrar en verdadera comunión con El. Y no estaríamos entrando en verdadera comunión con Cristo a pesar de que comulgáramos si no estamos queriendo vivir una vida a la manera de Cristo, amando como Cristo ama, entregándonos al servicio como Cristo lo hizo, perdonando como El lo hizo y no enseña a serlo, viviendo en auténtica solidaridad con los demás desde el amor, trabajando seriamente por la justicia y el bien de todos.

Tenemos que comer a Cristo para tener vida, y ya estamos viendo lo que significa comulgar a Cristo, entrar en comunión con El para vivir su misma vida, que es vivir sus mismas actitudes, sus mismas posturas, su mismo actuar. Por eso decíamos que comer a Cristo es algo serio. Cuando comulguemos a Cristo así, porque le estemos dando ese sí total de nuestra vida en lo que nos va pidiendo en el Evangelio, estaremos entrando en verdadera comunión con El y estaremos entonces llenándonos de su misma vida. 

Pero, claro, cuando nosotros comemos a Cristo en la Eucaristía estamos entrando una comunión intima y profunda con El que al mismo tiempo se convierte en alimento y fuerza para nosotros poder llegar a esa comunión de amor. Nos habla de comer y de pan de vida. Le comemos para que sea, sí, nuestra fuerza y nuestro alimento. Por eso le hemos escuchado decir hoy ‘el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él’. Habitamos en Cristo, unidos a Cristo como el sarmiento a la vida, para que la vida divina de la gracia mane hacia nuestra vida llenándonos de su fuerza, llenándonos de su vida.

Mucho tenemos que reflexionar, meditar, profundizar en la comprensión de este maravilloso misterio de amor que es la Eucaristía para que cada día la vivamos con mayor intensidad y en verdad así nos llenemos de Cristo. Démosle gracias a Dios por tanto amor, y porque nos pone en camino de amor y de comunión con El cuando le comemos en la Eucaristía.

miércoles, 15 de agosto de 2012


La Asunción de la Virgen un canto de alabanza a Dios que hemos de hacer a imitación de María
Apoc. 11, 19; 12, 1.3-6.10; Sal. 44; 1Cor. 15, 20-27; Lc. 1, 39-56

La fiesta de la Asunción de María es un canto de alabanza a Dios por la salvacion que ha realizado en María, primicia del don ofrecido a toda la humanidad. Decimos que la Asunción de María es su glorificación al ser llevada al cielo en cuerpo y alma, como  ‘figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada’, como decimos en el prefacio de esta fiesta. 

Es la gloria de María, pero es cantar la gloria del Señor. Es glorificar al Señor y cantar la mejor alabanza a Dios reconociendo las maravillas que el Señor realizó en María, pero que son maravillas que el Señor realizó a favor de todos nosotros. Todo lo que Dios realizó en María fue siempre para nuestra salvación, para que así se manifestara la gloria del Señor para todos los hombres.

Sentimos deseos de cantar a María, y no es para menos porque cantamos a la Madre, la Madre de Dios pero que es también nuestra madre. Y un hijo siempre se siente gozoso y de la mejor manera hasta orgulloso con el más sano de los orgullos, cuando se le piropea y se alaba a la madre. Viendo la gloria de María así exaltada y llevada al cielo, nos gozamos con la madre, nos gozamos con María y con ella nos sentimos nosotros también impulsados a lo alto, a lo grande, a la gloria del cielo. Es por eso por lo que se convierte esta fiesta en una gran fiesta de esperanza para todos sus hijos, para todos  nosotros, para toda la Iglesia que peregrina aún en este valle de lágrimas.

Pero en cierto modo queremos tomar prestadas las propias palabras de María en su cántico del Magnificat para reconocer las maravillas del Señor en nosotros y también con María cantar la mejor alabanza al Señor. Todo en esta fiesta de la Asunción de María a ello nos está invitando cuando así la vemos glorificada. No hay forma más hermosa de hacerlo que tomar las propias palabras de María, el propio cántico de María. 

Queremos, sí, proclamar la grandeza del Señor reconociendo las maravillas de Dios. Que se nos abran los ojos de la fe que muchas veces estamos tan cegados que no somos capaces de ver la obra de Dios. Cómo tenemos que aprender de María, de la fe de María. Ella supo rumiar con fe allá en lo hondo de su corazón cuanto le sucedía para aprender a descubrir y a gustar toda esa presencia de Dios en su vida. 

Se sentía pequeña y la última, considerándose a sí misma la esclava del Señor dispuesta siempre a lo que Dios quisiera, pero supo ver que Dios estaba realizando maravillas en ella. Era la mujer creyente que sabía leer el actuar de Dios en su vida. Por eso mereció también la alabanza de su prima Isabel: ‘Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’, lo que nos recuerda las palabras de Jesús: ‘Dichosos los que crean…’ como le dijo a Tomás. Sí, dichosa María por su fe. Dichosos nosotros si vivimos una fe como la fe María.

Como mujer profundamente creyente María palpaba, sentía, vivía todo el amor de Dios que en ella se derrochaba, - la llena de gracia, como la llama el ángel -, pero sabía que si Dios estaba realizando tales maravillas no era para ella sola sino que allí se estaba manifestando la salvación de Dios que llegaba para todos los hombres. ‘Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación’, llegaría a proclamar porque se sabía cauce de esa salvación, de esa misericordia de Dios para todos los hombres. 

Madre de la misericordia, madre y reina, la llamamos tantas veces, porque sentía en sí ese amor misericordioso del Señor que se fijaba en su pequeñez para hacer obras grandes en ella y por ella para todos los hombres. Iba a ser la madre del Salvador, la madre del Redentor, la madre de quien era la manifestación más grande del amor de Dios para nosotros. ‘Tanto amó Dios al mundo…’, como tantas veces hemos reflexionado, y en Jesús se manifestaba ese amor, y Jesús nos llegaba a través del misterio de María. Reconocía las maravillas del Señor y se seguía sintiendo la pequeña, la humilde esclava del Señor.

Reconocemos nosotros las maravillas del Señor y con el mismo espíritu de fe de María queremos seguir haciendo nuestro camino de creyentes. Nuestra vida también tiene que convertirse en un cántico de alabanza al Señor como fue la vida de María, pero ha de ser también un testimonio, un signo, que como María invite e incite a los demás a alabar al Señor en el reconocimiento de sus maravillas. 

Si María se manifestó, como antes decíamos, como madre de misericordia que manifestaba y nos hacia reconocer la misericordia del Señor, así nosotros por nuestro amor, por la humildad y sencillez de nuestra vida, por nuestras entrañas de misericordia para cuandos sufren, por la generosidad de nuestro corazón, por nuestro sincero y generoso compartir con los hermanos en sus carencias y necesidades hemos de ser también ese signo, en medio del mundo, del amor y misericordia del Señor. 

‘Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes’, cantamos con María; ‘a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos’, que decía María en su cántico de alabanza al Señor. Palabras podíamos decir casi revolucionarias porque implicaban un cambio y una transformación radical en la manera de actuar que a nosotros nos comprometen también. Es la semilla del evangelio que transforma totalmente nuestra vida y de la que hemos de ser signos con nuestra nueva forma de actuar para esa transformación de nuestro mundo desde los valores del Reino de Dios. 

Si nos paramos a pensar y a reflexionar seriamente en todo este cántico de María que nosotros queremos hacer nuestro nos damos cuenta de que no pueden ser palabras que repitamos sin más, sin una repercusión seria en nuestra vida. Y es que nuestra fe, nuestra devoción a María, esta fiesta que hoy nosotros estamos queriendo celebrar en honor de María en su Asunción al cielo nos compromete seriamente en toda nuestra vida. Porque en María estamos contemplando a quien radicalmente quería vivir según el sentido y estilo nuevo del evangelio. Nuestra devoción a María, la fiesta que en su honor celebramos nos obliga a parecernos a ella, porque es la mejor alabanza, los mejores piropos que en su honor podemos decir en nuestra celebración. 

Que en María encontremos esa fuerza y ese coraje para vivir todas las consecuencias de nuestra fe. La devoción a María no es una dormidera que nos adormece en una vida insulsa y ramplona, en una vida poco comprometida. Que María  nos ayude a despertar esa fe en nosotros en toda su viveza y compromiso. El mundo en que vivimos necesita unos testigos que señalen caminos nuevos, unos signos que le lleven a reconocer la presencia del Señor. Tenemos que ser esos signos y esos testigos. María nos enseña y nos ayuda. 

María es la madre que va delante y nos enseña el camino para seguir con toda fidelidad el evangelio de Jesús. Siempre nos estará señalando que vayamos hasta Jesús, que lo escuchemos, que plantemos la semilla de su palabra en nuestro corazón y nos dejemos transformar por su gracia para que así podamos también transformar nuestro mundo desde los valores y principios del evangelio. 

Nosotros, canarios, en este día queremos mirar a María en esa advocación tan querida de Candelaria. Ella va delante de nosotros con su luz que no es otra que la luz de Cristo. Nos señala caminos, los caminos del Reino de Dios. Ella nos señala siempre que vayamos a esa luz y nos dejemos iluminar por Jesús, que el evangelio sea siempre el motor de nuestra vida. Delante de los ojos tenemos siempre a María, a quien amamos profundamente. Que ella nos proteja, eleve nuestro espíritu, nos impulse a vivir profundamente nuestra fe en Jesús con todas sus consecuencias.

viernes, 10 de agosto de 2012


El Pan bajado del cielo nos hace vivir y nos llena de esperanza
1Rey. 19, 4-8; Sal. 33; Ef. 4, 30-5, 2; Jn. 6, 41-51

Todos deseamos vivir, tener vida. Amamos la vida y realmente no querríamos perderla, aunque algunas veces sólo pensemos en la materialidad de este mundo en el que vivimos sin darle demasiada trascendencia. Desearíamos poder disfrutarla de la mejor manera posible.

Sin embargo hay ocasiones en que, nos pasa a nosotros mismos o podemos verlo en gente que nos rodea, no desearíamos vivir. Los problemas, los sufrimientos, una grave enfermedad, la debilidad en la que nos vemos envueltos por los años, el sentirnos impotentes ante situaciones difíciles, las incomprensiones de los que nos rodean, los momentos duros por los que tenemos que pasar en ocasiones nos hace desear que todo se acabara y parece como que perdemos toda esperanza. 

Pero ¿realmente tenemos motivos para perder así la esperanza? ¿Habrá algo o alguien que la pueda despertar en el corazón y nos de fuerzas y ánimo para seguir luchando por la vida, por las cosas buenas? ¿Dónde y cómo podemos encontrar ese sentido de vivir?

Creo que la Palabra que hemos recibido hoy de parte de Dios en nuestra celebración nos ayuda y nos puede iluminar. Queremos ser hombres y mujeres de fe; al menos nos decimos creyentes y cristianos y si así lo sentimos desde lo hondo del corazón es porque sabemos que en el Señor podemos encontrar respuesta a esa inquietud de nuestro espíritu y a esas ansias de vida que llevamos en nosotros y que tenemos que reconocer que ha sido El quien la ha puesto en nosotros.

El profeta Elías estaba pasando por un momento difícil en su misión y en su vida que le hacía que en cierto modo retemblaran los cimientos más hondos de su vida. Se siente acosado en su misión y perseguido. Huye al desierto deseando morir. Es lo que nos narra la primera lectura de este domingo. ‘Caminó por el desierto… y al final se sentó bajo una retama y se deseó la muerte…’

Pero Dios va a ir poniendo señales en su vida de su presencia junto a El para que no decayera en sus fuerzas. Va a experimentar que Dios está allí a su lado para alimentarlo y alentarlo en su camino hasta el monte de Dios. ‘Levántate y come…. Y vio a su cabecera un pan cocido sobre unas piedras y un jarro de agua... comió y bebió…’ Y así por dos veces se le manifestó el ángel del Señor y prosiguió su camino.

Imagen de lo que Jesús quiere ofrecernos. No es un pan cualquiera el pan bajado del cielo del que nos habla Jesús y que es El mismo. Viene Jesús a nosotros para ser nuestro alimento, nuestra comida, nuestra fuerza, nuestro vivir. Aunque la gente de Cafarnaún no entiende, o le cuesta entender que Jesús diga ‘Yo soy el pan bajado del cielo y el que coma de este pan vivirá para siempre’, es en Jesús donde vamos a encontrar esa verdadera vida y una vida para siempre. Sus ojos y su pensamiento se quedan en aquel Jesús, el hijo de María, el hijo del carpintero de Nazaret. Pero allí hay algo más, y decimos algo porque nos es difícil encontrar la palabra adecuada, porque está quien en verdad nos va a dar la vida en plenitud, la mayor plenitud que podamos encontrar para nuestra vida.

Jesús viene de Dios, porque es Dios mismo hecho hombre, y es quien podrá revelarnos plenamente todo el misterio de Dios que es revelarnos también el misterio del hombre, el sentido del hombre. ‘Yo para esto he venido, para ser testigo de la verdad’, nos dirá en otra ocasión; testigo de la verdad de Dios, de la verdad de la vida humana, de la verdad del amor y de la paz, de la verdad de la auténtica alegría y felicidad, de la verdad del más profundo sentido del hombre. 

Tenemos que ir hasta Jesús y creer en El. Tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu de Dios que nos conduce a Jesús para que creamos en El. ‘Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí… cree en mí… y os lo aseguro el que cree tiene vida eterna’. Así lo hemos escuchado hoy en el evangelio. Creemos en Jesús y nos llenamos de vida eterna. Creemos en Jesús y estamos ya llamado a la resurrección. ‘Yo lo resucitaré en el último día’, nos dice.

Decíamos antes que muchas veces en la vida nos encontramos desanimados por muchas cosas; desanimado es el que le falta ánimo, espíritu, el que le falta vida. Por eso, como le sucedió al profeta Elías que nos sirve de ejemplo también para nuestras situaciones, parece como si ya no quisiéramos vivir. Pero ahí está Jesús que viene a nosotros, que se hace presente en nuestra vida, que quiere ser nuestro alimento y nuestra fuerza, que quiere llenarnos de vida si en verdad ponemos toda nuestra fe en El. 

Por eso venimos a la Eucaristía con esos deseos de Dios. No como un rito más que hacemos, sino para experimentar esa presencia y esa fuerza de Dios en nuestra vida. Y de la Eucaristía tenemos que salir entonces revitalizados, llenos de esperanza, con nueva vida y nueva fuerza para seguir haciendo nuestro camino como Elías, porque ya sentimos que Dios está con nosotros para siempre. 

En el texto de Elías, aunque no lo hemos leído hoy, a continuación en el monte del Horeb, tiene una profunda experiencia de la presencia de Dios de manera que su vida quedará para siempre iluminada con la presencia de Dios. Fue como su Tabor, una Transfiguración como la que escuchamos de Jesús en el Evangelio hace unos días, para bajar de la montaña hecho un hombre nuevo y fuerte para seguir con su misión. Así tendría que ser para nosotros siempre nuestra Eucaristía, un Tabor donde nos sintamos transfigurados por la presencia y la gracia de Dios. 

Cuando comemos a Cristo en la Eucaristía no estamos comiendo simplemente pan, sino que estamos comiendo a Cristo para que se haga vida nuestra, vida en nosotros. Nos sentimos iluminados, transformados por su gracia, por su presencia y así tenemos que ver la vida ya con unos ojos nuevos, con un nuevo sentido, el sentido y el vivir de Cristo.

San Pablo nos decía que lejos de nosotros toda amargura y todo lo que nos lleve a la muerte. Es que ya estamos llenos de dicha, de esperanza, de luz, de vida. ‘Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo… sed imitadores de Dios… y vivid en el amor’. Es así como tiene que ser siempre ya la vida después de haber celebrado la Eucaristía.

No tenemos motivos nunca para perder la esperanza cuando hemos puesto nuestra fe en Jesús. El despierta nuestro corazón y nos da fuerzas y ánimo para vivir, para seguir la lucha de cada día, para tener esperanza y para llenarnos de alegría aunque humanamente tengamos que pasar por momentos duros y difíciles, muchas sean las incomprensiones o los sufrimientos de todo tipo. Para eso El se ha hecho alimento, es el pan de vida que no da vida, es el pan bajado del cielo que quien lo coma vivirá para siempre.

viernes, 3 de agosto de 2012


Señor, danos de ese pan de vida y que nos da vida
Ex. 16, 2-4.12-15; Sal. 77; Ef. 4, 17.20-24; Jn. 6. 24-35

‘Señor, danos siempre de este pan’, le piden a Jesús. ¿Qué pan le están pidiendo? También podíamos preguntarnos, ¿qué pan le estamos pidiendo nosotros a Jesús cuando en este domingo venimos a nuestra celebración?

¿Le estarían pidiendo pan, como aquel que comieron allá en el descampado, que les saciara el hambre de sus estómagos vacíos? Podíamos estar pidiendo ese pan, y ya no sólo para nosotros, sino pensando en nuestro mundo, en los millones que mueren de hambre cada día en tantos lugares del mundo, o de los que están pasando necesidad a nuestro lado por la situación difícil que estamos viviendo. No está mal que pidamos también ese pan.

Quizá aquellos judíos de la sinagoga de Cafarnaún no sabían bien ni qué pan estaban pidiendo, porque no terminaban de comprender el pan que Jesús les estaba ofreciendo. Ya Jesús cuando llegan hasta El les hace plantearse por qué realmente le están buscando. ‘Maestro, ¿cuándo has venido hasta aquí?’ le preguntan al encontrarlo. No estaba allá en el descampado; sus discípulos tampoco estaban y se habían venido a Cafarnaún buscándole. ‘Os aseguro, les dice Jesús, me buscáis no porque visteis signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros… trabajad no por el alimento que perece, sino por el que perdura para la vida eterna’.

Una vez más, en su pedagogía divina, Jesús comienza a inquietarlos, a hacer que se pregunten desde dentro. ¿Por qué le buscaban? ¿Por qué buscaban pan o qué pan es el que buscaban? Buscar pan es buscar, sí, ese alimento para nuestro cuerpo; pero buscar pan puede significar algo más. Es lo que Jesús quiere hacerles, hacernos pensar. Es buscar vida o buscar lo que dé sentido a nuestra vida. Hay, tienen que haber, unos ‘por qué’ en nuestro interior que nos hacen buscar, luchar, esforzarnos, buscar caminos, trabajar, sin importarnos sacrificios incluso, que dan un sentido a nuestro vivir. 

La vida no se queda reducida al alimento que comamos, sino que hay algo más hondo en nosotros por lo que sufrimos o gozamos, por lo que algunas veces nos podamos sentir frustrados si no lo alcanzamos, o nos puede hacer sentir las personas más felices del mundo cuando lo alcanzamos, que pone ilusión y esperanzas 
en nuestro corazón y nos hace amar de verdad la vida y también lo que nos rodea, los que nos rodean.

Hay una referencia en el diálogo de los judíos con Jesús al maná del que se alimentaron sus padres en el desierto mientras peregrinaban hacia la tierra prometida. De eso nos ha hablado la primera lectura. Aquel maná caído del cielo no era sólo el alimento que alimentaba los cuerpos mientras caminaban por el desierto, sino que en aquel maná encontraban ellos motivos y fuerzas para seguir caminando a pesar de lo duro del camino, aunque muchas veces también sintieron tentaciones de volver atrás. 

Aquel maná les daba fuerzas físicas pero también les daba ánimos en su caminar, porque no se sentían solos, sabían que había una meta a la que llegar, finalmente no se sentían desamparados de Dios, sino todo lo contrario allí estaba la señal de que Dios caminaba con ellos aquel duro camino que les llevaba a la libertad y la riqueza de la tierra prometida que manaba leche y miel.

Buscamos nosotros ese pan, necesitamos nosotros también ese pan. Un pan que nos de vida, valor, sentido, ilusión, esperanza, fuerzas para nuestro caminar. ‘Trabajad por el alimento que perdura para la vida eterna, nos dice Jesús, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a Este lo ha sellado el Padre, Dios’. 

El pan que nos dará Jesús. Sí, buscamos ese pan, buscamos a Jesús. Como hacíamos referencia a lo que significó aquel maná, pan del cielo, en el desierto, en Jesús vamos a encontrar esos motivos y fuerzas para seguir caminando; en Jesús no nos vamos a sentir solos; es Jesús sabemos que tenemos una meta para nuestra vida; en Jesús sabemos que nunca nos sentiremos desamparados, porque El está con nosotros, El camina a nuestro lado, El es ese pan de vida y de vida eterna.

Cuando los judíos le decían cómo había que realizar ese trabajo que Dios quería, Jesús les responde que ‘la obra que Dios quiere es que creáis en el que Dios ha enviado’. Creer en Jesús. Creer en Jesús porque El es ese pan de vida, el verdadero pan del cielo que da vida al mundo. Qué importante esa fe que pongamos en Jesús. Creyendo en El encontraremos ese pan de vida eterna. Por eso terminará diciéndonos Jesús hoy ‘Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed’. 

Hablábamos antes de esos ‘por qué’ que tenemos en nuestro interior que nos hacen buscar, luchar, esforzarnos, buscar caminos, trabajar, sin importarnos sacrificios incluso, que dan un sentido a nuestro vivir. En Jesús está la respuesta. En Jesús encontramos los motivos. En Jesús encontramos esa fuerza interior, esa gracia. En Jesús nos sentimos en camino de nueva vida. En Jesús nos sentimos comprometidos al máximo por ayudar a dar sentido a la vida de cuantos nos rodean. En Jesús tenemos esa luz que nos ilumina de verdad y que iluminará nuestro mundo. En Jesús nos sentimos totalmente implicados en buscar caminos para salir adelante en los momentos difíciles o de prueba.

Por eso, sí, tenemos que buscar a Jesús. Cada día más y con mayor intensidad. Conocerle hondamente. Meterlo en nuestra vida. Hacerlo vida nuestra. Buscamos ese pan que saciará todas nuestras hambres y nuestra sed más profunda. Le pedimos, sabiendo bien lo que le pedimos, que nos dé de ese pan para tener vida para siempre.

Cuando venimos aquí cada semana o cada día a la Eucaristía es eso lo que venimos buscando; venimos buscando a Jesús, esa luz y ese sentido de nuestra vida, esa fuerza y esa gracia, esa presencia y esa vida para nuestro caminar, sabiendo que en Jesús lo vamos a encontrar. El camina a nuestro lado, no nos deja solos ni desamparados. Aquel pan del cielo del maná era una señal, decíamos, de la presencia de Dios que estaba con ellos y caminaba con ellos el duro camino del desierto. En este pan del cielo encontramos a Cristo que quiere hacerse pan para que además le comamos y nos alimentemos de El. Qué misterio y locura de amor.

Cuando comemos del pan de la Eucaristía no olvidemos que estamos comiendo a Cristo, no como un recuerdo, sino teniendo la certeza de su presencia real y verdadera que se hace alimento para nuestro caminar. No es una simple señal que ponemos al lado del camino para recordarnos cosas, sino que es Cristo mismo el que se hace pan, se hace Eucaristía para nosotros para ser esa vida, esa gracia y esa fuerza que necesitamos. En los próximos domingos seguiremos reflexionando sobre todo el sentido del pan de vida que Jesús nos da en la Eucaristía.

‘Señor, danos siempre de ese pan de vida’ y que nos da vida.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
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del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
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del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
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del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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