Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

Amigos que entran a esta Casa de Paz. Gracias por estar aqui. Clikea en seguir y unete a nosotros

viernes, 27 de enero de 2012


La victoria jubilosa de Jesús sobre el mal que también nosotros hemos de comunicar a los demás

Deut. 18, 15-20; Sal. 94; 1Cor. 7, 32-35; Mc. 1, 21-28
Jesús había comenzado a recorrer Galilea anunciando la Buena Noticia de que llegaba el Reino de Dios. Los primeros discípulos habían comenzado a seguirle y a la invitación de que todo había de cambiar y era necesario creer en Jesús y en la Buena Nueva que anunciaba algunos ya habían comenzado a dejarlo todo para seguirle. Recordamos el pasado domingo a Simón Pedro y Andrés, a Santiago y a Juan que habían dejado redes y barcas para hacerse seguidores de Jesús y pescadores de hombres.
Llega el sábado y la oportunidad está en la asamblea de la Sinagoga donde se escucha y comenta la Palabra de Dios antes de la oración en común. Y allí está Jesús. Y su manera de hablar es nueva. Lo hacía con una autoridad nueva y distinta; no era un maestro de la ley más que repitiera cosas aprendidas sino que lo hacía con autoridad. ‘Se quedaron asombrados de su doctrina porque no enseñaba como los escribas sino con autoridad’, comentaban los oyentes.
¿Cómo no iba a hacerlo así si allí estaba la verdadera Palabra de Dios que se había encarnado, que había plantado su tienda entre nosotros? No eran sólo palabras lo que Jesús ofrecía. Allí había vida y con su Palabra sus vidas se llenaban de luz. Los corazones se sentían enardecidos ante aquella palabra llena de vida y todo se comenzaba a ver con un nuevo resplandor. Era un gozo poder escucharle, y estar con El, y hacer nacer la esperanza en el corazón con su Palabra.
Pero la autoridad de Jesús no solo se iba a manifestar en las palabras que pronunciara sino en la vida nueva que ofrecía. Una vida que no era sólo promesas y anuncios de algo nuevo, sino que lo nuevo se estaba comenzando ya a realizar allí. Anunciaba el Reino de Dios, y reinando Dios el mal tenía que desaparecer del corazón de los hombres, y allí se comenzaría a manifestar esa transformación, para que sólo Dios reinara entre los hombres haciendo desaparecer el mal.
‘Estaba precisamente en la Sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo…’ Alguien dominado por el maligno a quien había que liberar del mal. ‘Se puso a gritar’, dice el evangelista. Aquel hombre poseído por el maligno reconocía que quien estaba allí ante él era quien viniera a destruir y a vencer el mal. ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres, el Santo de Dios’.
Se va a manifestar la victoria de Jesús. El maligno se resiste, pero Jesús es el vencedor. Para eso habría de morir en una cruz y resucitado se presentaría como el Señor de la Victoria, el vencedor del mal y de la muerte para siempre. Allí se iba a manifestar esa victoria de Jesús. Allí se iba a manifestar la gloria del Señor liberando a aquel hombre de todo mal.
‘¡Cállate y sal de él!’, le increpa Jesús. ‘Y el espíritu inmundo lo retorció y dando un grito muy fuerte salió de él’. Todos se asombran. Jesús actúa con una autoridad nunca vista. ‘Este enseñar con autoridad es nuevo’, exclama la gente. Allí está la Palabra victoriosa de Jesús.  ‘Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea’. Ya escucharemos en los próximos domingos como pronto van a venir de todas partes hasta Jesús buscando vida y salvación.
Ya seguiremos en las próximas semanas todo ese camino, todo ese recorrido de Jesús. Hoy también nosotros venimos hasta El, porque queremos escucharle y porque queremos seguirle también. Como aquella gente que se reunía en la sinagoga de Cafarnaún aquel sábado, día sagrado para los judíos, nosotros venimos en el día del Señor, en el día en que cada semana de manera especial e intensa celebramos su victoria sobre la muerte y el pecado.
Es el domingo, el día del Señor, el día que recordamos y celebramos la resurrección del Señor. Es lo que aquí venimos a anunciar y a celebrar. ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos su resurrección’, gritaremos con todo el ardor de nuestra fe confesándole victorioso. Y una vez más diremos ‘¡ven, señor Jesús!’ Que venga el Señor, que llegue a nuestra vida y así nos sintamos iluminados por su luz, transformados por su gracia salvadora, resucitados a una vida nueva.
Aquí estamos como familia reunida en el nombre del Señor para celebrar su victoria en su muerte y resurrección. Escuchamos su Palabra y nos alimentamos también del Pan único y partido de la Eucaristía. Aquí estamos ‘celebrando el memorial del Señor resucitado, mientras esperamos el domingo sin ocaso’, como decimos en uno de los prefacios, ‘en el que la humanidad entera entrará en tu descanso’. Es lo que celebramos de manera especial cada domingo, en el día del Señor. Es lo que proclamamos con nuestra fe alabando por siempre la misericordia del Señor que nos manifiesta así su autoridad siendo vencedor para siempre de la muerte y del pecado.
Jesús actúa con autoridad también en nosotros dándonos su gracia, haciéndonos partícipes de su victoria. Mucho mal se he metido en nuestro corazón cuando hemos dejado entrar el pecado en nosotros, pero sabemos y confesamos en verdad quien es Jesús, el Santo de Dios que nos santifica; el Santo de Dios que nos redime y nos arranca del mal; el Santo de Dios que nos transforma con su gracia para que liberados de toda atadura de pecado vivamos ya santamente. Y por todo ello queremos dar gracias a Dios y cantar para siempre su alabanza.
El evangelio dice que su fama se extendió enseguida por toda la comarca, porque corría la noticia de boca en boca y todos se admiraban de las maravillas del Señor. ¿Nos faltará a nosotros hacer algo así? Es la Buena Noticia que nosotros también hemos de trasmitir. Toda esa salvación del Señor que sentimos en nuestra vida tenemos que saber llevarla a los demás, anunciarla a nuestros hermanos para que ellos descubran también lo que es la misericordia del Señor.
Hemos de confesar que muchas veces nos falta esa alegría y ese entusiasmo nacido de una fe profundamente vivida. Es necesario que contagiemos a los demás de esa alegría de la fe, de esa alegría del encuentro con el Señor resucitado que nos hace partícipes de su victoria sobre el mal, que nos llena con su salvación.
Esa proclamación solemne de nuestra fe que hacemos aquí en medio de la Eucaristía no se puede quedar reducida a proclamarla solo en medio de estas cuatro paredes, sino que tiene que ser una proclamación pública en que a todos alcance y a todos llegue el grito jubiloso de nuestra fe. 

viernes, 20 de enero de 2012


Se ha cumplido el plazo… el momento es apremiante…

Jonás, 3, 1-5.10;
 Sal. 24;
 1Cor. 7, 29-31;
 Mc. 1, 14-20
Hay cosas, que nos dicen, que se cumplen en un plazo determinado y cuando se va acercando ese momento hemos de prepararnos para ello; ya sea, por ejemplo, un pago que tengamos que hacer, hipotecas, créditos… ya sea una palabra dada de algo que nos comprometidos a hacer, ya sea un acontecimiento anunciado que tiene una fecha muy concreta y para la que hemos de tener todas las cosas bien dispuestas. Cuando se nos cumpla el plazo no nos queda más remedio que pagar lo acordado, cumplir con lo comprometido o disponernos a lo que está por suceder. Así en muchas cosas en la vida.
Hoy la Palabra de Dios que hemos escuchado nos habla de plazos cumplidos, de momentos apremiantes o de cosas que han de suceder en un tiempo ya previamente determinado. Y para ello hemos de estar bien dispuestos.
Comencemos por la primera lectura. El profeta Jonás fue enviado a la ciudad de Nínive a invitar a la conversión. ‘Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predica el mensaje que te digo… y comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día pregonando: ¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!’ Se les dio un plazo para la conversión. ‘Dentro de cuarenta días…’ Un plazo para la conversión, para el cambio de vida o la destrucción de la ciudad.
En el Evangelio se nos relata cuando comienza Jesús a predicar por Galilea la Buena Noticia del Reino después de que habían arrestado a Juan y nos habla ya de un plazo cumplido. ‘Se ha cumplido el plazo, está cerca del Reino de Dios; convertios y creed en el Evangelio’. Ha llegado ya el momento, se ha cumplido el plazo, viene a decirnos Jesús.
Desde el mismo momento que Adán desobedeció y pecó Dios anuncia un evangelio de salvación. Se le suele llamar protoevangelio a esa página del Génesis. Toda la historia de la salvación en la historia del pueblo de Israel es desde entonces una repetición de ese anuncio de salvación. Los profetas habían ido preparando al pueblo de Dios para que se mantuviera en esa esperanza. Dios enviaría un Salvador. El Bautista lo anunciaba como ya inminente porque decía ‘en medio de vosotros está el que no conocéis’ e invitaba a la conversión porque llegaba ya el Reino de Dios.
Es significativo que el evangelista comience diciéndonos que ‘cuando arrestaron a Juan Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios’.  Efectivamente ya el Bautista cumplió su misión y comienza un tiempo nuevo. Ya no es el tiempo del anuncio y la preparación. Ahora llega Jesús y comienza a hacerse presente el Reino de Dios.
Jesús nos dice ahora que ‘se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios’. Hay que creer en esa Buena Noticia. Hay que disponerse ya a acoger el Reinado de Dios. Desde que entró el pecado en el mundo el Reino de la muerte lo cubría todo con sus sombras. Pero llegaba la luz, y estaba ya allí en medio. Se ha cumplido el plazo de que la luz brille en medio de las tinieblas y amanezca la salvación. Podríamos recordar también esa página hermosa del comienzo del evangelio de Juan que nos habla de la luz que viene a disipar las tinieblas aunque se resisten.
Allí está la Buena Nueva, allí está el Evangelio, allí está Jesús con su salvación. Con Jesús comienza el Reinado de Dios porque la muerte y el pecado iban a ser vencidos. ‘Llega la victoria de nuestro Dios’. Hay que convertirse, y convertirse es creer en esa Buena Noticia. Dios en verdad será nuestro único Rey.
Estamos prácticamente comenzando a leer el evangelio de Marcos y éste es el primer anuncio que escuchamos. Pero, como siempre decimos, la Palabra de Dios no la podemos escuchar simplemente como un hecho pasado, sino que es la Palabra que Dios hoy nos dirige a nosotros. No es Palabra de un ayer, sino de un hoy. Hoy la escuchamos, hoy llega a nosotros. Podríamos recordar aquello de Jesús en la Sinagoga de Nazaret que nos narra san Lucas también en el comienzo de la actividad pública de Jesús. Cuando lee el sábado en la Sinagoga aquel pasaje de Isaías recordamos que el comentario de Jesús fue decir: ‘hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’. 
Hoy se cumple el plazo para nosotros; hoy llega la Palabra del Señor a nuestra vida; hoy os llega la Buena Noticia de que el Reino de Dios llega a nosotros, se hace presente en nuestra vida. Y hemos de sentir, como nos decía san Pablo en su carta, ‘el momento es apremiante’. Así tenemos que tomarnos en serio la Palabra de Dios que se  nos anuncia. Hemos de dar una respuesta. Una respuesta de fe y de conversión. Creemos en el Señor que llega a nuestra vida; nos convertimos a El, porque ya queremos alejarnos para siempre del reino de la muerte para entrar en el reino de la vida, en el Reino de Dios.
Queremos ya ponernos en camino para seguir de todas todas a Jesús. Con prontitud. Con generosidad y radicalidad. Arrancándonos de nuestras redes de muerte. Para caminar a su luz. Para que El sea en verdad para siempre el centro de nuestra vida, el único Señor de nuestra vida. Tenemos que creer desde lo más hondo del corazón esa palabra de salvación que pronuncia para nosotros, ese anuncio de vida que nos hace. Y si le creemos, cambiaremos nuestra vida, dejaremos atrás muchas redes, muchas cosas que nos han atado hasta ahora para seguir para siempre su único camino, caminar a su paso, vivir su vida.
El Evangelio nos dice que Jesús ‘pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores…’ Allí están en sus tareas. Quien había anunciado que se cumplía el plazo y llegaba el Reino de Dios ahora invita a seguirle, a estar con El, a vivir ese momento nuevo del Reino de Dios. ‘Venid conmigo, sois pescadores de estos mares, de estos lagos, pero yo os haré pescadores de otros mares, os haré pescadores de hombres…’
Y Simón Pedro y Andrés creen en la Buena Noticia; lo mismo luego Santiago y Juan que estaban también con sus redes y con su barca, con su padre y con los jornaleros también creen, y cambian, y lo dejan todo. ‘Y se marcharon con El’. Es la señal de la conversión. Creen y cambian de vida. Conversión no es sólo penitencia; es mucho más, es el cambio radical, es el comenzar a vivir algo distinto. Creen en el anuncio que está haciendo Jesús y quieren vivir en su Reino, en el Reino de Dios. Es la Buena Noticia, el Evangelio en el que comienzan a creer y quieren vivir. Por eso, se van con El.
Es la llamada y la invitación que hoy nosotros escuchamos. ‘Se ha cumplido el plazo… el momento es apremiante…’ La tiene que comenzar a iluminar y de nosotros depende. El Señor nos la está poniendo en nuestras manos. El mundo necesita esa luz en medio de tantas sombras y oscuridades que nos envuelven y nosotros tenemos la luz en nuestras manos.
El Señor nos invita a ir con El, como a aquellos primeros discípulos. Y esa llamada no es de ayer ni de mañana, sino que es ahora cuando el Señor nos llama y nos invita a creer en la Buena Noticia para hacer presente el Reino de Dios en nuestro mundo. ¿Qué pasa con nuestra fe? ¿Se nos habrá adormecido? ¿La habremos ocultado? ‘El momento es apremiante’. ¡Cuánto tenemos que hacer! ¡Cuánto podemos hacer!
‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’, sembradores de luz, mensajeros de esperanza, constructores de un mundo de amor.

viernes, 13 de enero de 2012


Maestro, ¿dónde vives? Queremos conocerte y estar contigo

1Samuel, 3, 3-10.19;
 Sal. 39;
 1Cor. 6, 13-15.17-20; 
Jn. 1, 35-42
En alguna ocasión nos habrá sucedido algo así. Hemos conocido a alguien, quizá ocasionalmente o por algún otro motivo, con quien charlamos con confianza y nos sentimos a gusto y al final algo así como que le preguntamos donde vive porque quizá deseamos volver a encontrarnos y ahondar en nuestra amistad. Conocer donde vive, conocer su casa es algo más que situar un lugar geográfico, es como entrar en la intimidad de la persona. También nos sucede que cuando tenemos experiencias gratas así enseguida las comunicamos a los que están cercanos a nosotros porque nos parece que eso no nos lo podemos guardar dentro.
Algo así, aunque tal como nos lo cuenta el evangelio no sea en ese mismo orden de tiempo, es lo que le sucedió a aquellos dos discípulos de Juan que cuando el Bautista señala a Jesús que pasaba ante ellos como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo se van tras El y le preguntan donde viven. En el fondo era manifestar ese deseo de estar con El para conocerle más hondamente como así sucedería. ‘Venid y lo veréis’, fue la respuesta y la invitación de Jesús.
Ya escuchamos, y lo hemos meditado muchas veces, que ese encuentro fue algo vital para aquellos dos discípulos que ya inmediatamente no sólo ellos quisieran estar con Jesús sino que comunicarán esa buena noticia con entusiasmo a los demás. ‘Hemos encontrado al Mesías… a aquel de quien escribió Moisés y los profetas’. Fue una experiencia muy fuerte la que vivieron en aquel encuentro personal con Jesús. Experiencias y encuentros que marcan una vida para siempre.
‘Venid y lo veréis’, nos dice también a nosotros Jesús. El estar aquí escuchando su Palabra y disponiéndonos a celebrar la Eucaristía es ya un comienzo a dar respuesta a esa invitación de Jesús. Así tendríamos nosotros que sentirnos a gusto con Jesús. Con ese mismo entusiasmo tendríamos que desear estar siempre con El. También nosotros hemos de decir ‘Maestro, ¿dónde vives?’, queremos conocerte, queremos estar contigo.
Jesús viene a nuestro encuentro, nos va saliendo al paso en nuestra vida, en tantas circunstancias distintas, en tantos momentos, como a aquellos primeros discípulos y nos invita a ir con El; también nos llama como al pequeño Samuel, ya sea en las sombras de la noche, en medio de la barahúnda de los aconteceres de la vida, o allá en el silencio de nuestro corazón. A aquellos primeros discípulos fue primero el Bautista quien les ayudó a conocer la voz de Jesús o señalarle el camino para ir hasta El, o ellos mismos fueron luego mediaciones para los demás para que también se acercaran a Jesús.
El pequeño Samuel no conocía la voz del Señor, ‘pues aun no le había sido revelada la Palabra del Señor’, y así en principio estaba lleno de confusiones, pero sin embargo supo ir con presteza hasta el sacerdote Elí, pensando que era quien le llamaba. El sacerdote le ayudará a discernir la voz de Dios, y si con prontitud había acudido a él diciendo, ‘vengo porque me has llamado’, luego aprenderá a decir ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’.
Es la actitud humilde y confiada que hemos de tener ante el Señor que llega a nuestra vida. Nuestra respuesta debería ser pronta y valiente, generosa, como apreciamos hoy en los llamados en la Palabra del Señor que se nos  ha proclamado. Una respuesta decidida, con arrojo, sin temores. Algunas veces nos parece temer ante lo que el Señor nos pida, o quiera de nosotros. Y es cierto que su llamada nos compromete. Pero, como decíamos al principio, sentimos el gozo de estar con El y seguirle, de querer conocer su vida, conocerle a El más y más. Y cuando es así no caben temores ni miedos.
La llamada e invitación del Señor es algo muy personal a cada uno, que cada uno ha de sentir en un tú a tú en su corazón. Por eso no temamos dejarnos sorprender por el Señor. Ya sabemos que los encuentros vivos con el Señor dejan huella en nosotros, no nos dejan insensibles, pero el Señor respeta siempre la libertad de nuestra respuesta. Alegrémonos de esa inquietud que pueda surgir dentro de nosotros y que haya verdadera apertura de nuestro corazón, disponibilidad para el Señor.
La prontitud de Samuel que corrió hasta el sacerdote siempre en actitud de servicio, la en cierto modo curiosidad y buenos deseos de aquellos primeros discípulos que se van preguntando donde vive, la generosidad de los amigos que se quieren y que saben ofrecer y comunicar lo mejor al amigo, la humildad para dejarnos conducir por quienes pueden ayudarnos a mejor encontrarle, la inquietud por ofrecerle al Señor la mejor respuesta en el día a día de nuestra vida, el entusiasmo también para dar a conocer a los demás lo que nosotros vamos encontrando y que es un gozo para nuestra vida… son las señales de nuestra disponibilidad y de la buena respuesta que queremos ir dando.
Lo que nos está pidiendo el Señor es seguirle. Ser el discípulo que sigue al Maestro en el día a día de nuestra vida. No es necesario que hablemos en este momento de nuestra reflexión de vocaciones específicas de seguimiento a Jesús en una vocación determinada de servicio dentro de la Iglesia como pueda ser la vocación al sacerdocio, a la vida religiosa o a la vida misionera, o en una misión concreta en medio de nuestra sociedad y nuestro mundo.
Podríamos hablar de ello también, pero pensemos primero que nada en ese nuestro ser cristiano, en ese vivir nuestra fe y nuestro amor y todo lo que atañe a nuestra vida cristiana, en lo que es esa respuesta de santidad que hemos de vivir en cada momento, ahí donde estamos y donde vivimos, en las responsabilidades de cada día. Es lo primero a lo que el Señor nos invita y nos llama. Es la primera respuesta que nosotros hemos de dar. Y ese será el primer y gran testimonio que hemos de dar en medio de nuestro mundo.
Pienso que un buen compromiso por nuestra parte, como respuesta a la Palabra de Dios que estamos escuchando, en este comienzo del tiempo Ordinario que nos media hasta la Cuaresma después de las celebraciones que hemos vivido de la Navidad y de la Epifanía, podría ir en el sentido de avivar esos deseos en nuestro corazón, de querer conocer más y más a Jesús como se nos va manifestando en el evangelio. Que sea nuestra petición, nuestro deseo, esa pregunta de aquellos dos primeros discípulos a Jesús: ‘Maestro, ¿dónde vives?’ Queremos conocerte y estar contigo, queremos llegar a vivir más y más tu vida cada día.

viernes, 6 de enero de 2012


El bautismo de Jesús en el Jordán nos manifiesta su identidad más profunda: es el Hijo de Dios

Is. 42, 1-4.6-7; Sal. 28; Hechos, 10, 34-38; Mc. 1, 7-11
‘Llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán’. Hoy es la fiesta del Bautismo del Señor que viene a ser como el broche de oro de todas las celebraciones en las que nos hemos visto envueltos y que hemos vivido en la Navidad y en la Epifanía del Señor. Culminan todas nuestras celebraciones navideñas y no sólo porque se pone punto y final para iniciar ya mañana el tiempo Ordinario que media hasta que iniciemos la Cuaresma, sino porque la fiesta de este día nos viene a manifestar la identidad profunda de Jesús y su misión.
La liturgia de estos días nos ha venido ayudando a celebrar y a conocer hondamente todo el misterio de Dios manifestado en aquel Niño nacido en Belén. Jesús, el anunciado por los profetas y deseado por todos los pueblos, el que venía a salvar a su pueblo porque nos traería el perdón de los pecados como su mismo nombre indica, pero es que hoy se va a manifestar el Espiritu de Dios sobre El y además desde el cielo vamos a oir la voz de Dios señalándolo como su Hijo amado y predilecto.
Es la maravilla y la revelación profunda que hoy escuchamos allá en la orilla del Jordán. Se había sometido a aquel bautismo de agua del bautista para purificar a los pecadores, porque, aunque en El no había pecado, sobre sí había cargado con los pecados de todos.
El sumergirse en aquel bautismo era un signo del Bautismo que El había de pasar en su pascua, en su pasión, cargando con nuestros pecados para obtenernos el perdón y la salvación. Recordemos cómo les decía a los Zebedeos si ellos podían beber el cáliz que El habia de beber, bautizarse en el bautismo en el que El había de bautizarse, haciendo referencia a su pasión y a su muerte redentora en la cruz.
Pero Juan había anunciado un nuevo bautismo en el Espíritu. ‘Yo os he bautizado con agua, pero El os bautizará con Espíritu Santo’. Allí se iba a manifestar el Espíritu Santo sobre Jesús. ‘Apenas salió del agua vio rasgarse el cielo y al Espíritu Santo bajar sobre El como una paloma’, nos dice el evangelista.
‘El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido…’ había dicho el profeta, como el mismo Jesús recordaría en la Sinagoga de Nazaret. Y allí se estaba manifestando para señalar a quien estaba lleno de Dios porque era el Hijo de Dios. La voz que se iba a oír desde el cielo así lo señalaría. ‘Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto’, era la voz del Padre que lo proclamaba y lo señalaba.
Algo grandioso estaba sucediendo allá en la orilla del Jordán. Era una teofanía, una gran manifestación de la gloria del Señor. Allí estaba todo el misterio de la Santisima Trinidad de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Allí se estaba revelando Dios. Allí podíamos conocer ya para siempre que aquel Jesús que había venido de Nazaret, el hijo de María nacido en Belén, el hijo del carpintero como lo conocían todos era verdaderamente el Hijo de Dios. Es ‘el ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien’, que proclamaría Pedro como nos cuentan los Hechos de los Apóstoles.
Hemos contemplado los resplandores del cielo en las celebraciones de la navidad; hemos contemplado a los ángeles cantando la gloria del Señor y anunciando a los pastores que nos habia nacido un salvador; habíamos contemplado la estrella que había guiado a los Magos hasta Belén para ofrecer oro, incienso y mirra al recién nacido rey de los judíos en brazos de María; hoy lo contemplamos como el verdadero Hijo de Dios, Verbo de Dios, Palabra de Dios que ha plantado su tienda entre nosotros para encarnarse, para tomar nuestra naturaleza humana siendo verdadero hombre pero siendo también verdadero Dios.
Como diremos en el prefacio de la Eucaristía de hoy, dándole gracias al Señor ‘hiciste descender tu voz desde el cielo para que el mundo creyese que tu Palabra habitaba entre nosotros; y por medio del Espíritu, manifestado en forma de paloma, ungiste a tu siervo Jesús, para que los hombres reconociesen en El al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los pobres…’
Claro que ante tanta maravilla que se nos manifiesta no podemos hacer otra cosa que alabar y bendecir al Señor, darle gracias por tanto misterio de amor que nos manifiesta y por tanta grandeza de la que nos hace partícipes cuando así se nos revela y cuando así quiere estar en medio de nosotros.
Pero nos está diciendo algo más. Por la fe que tenemos en Jesús a El nos unimos para hacernos participes de su misma vida, de su gracia salvadora que a nosotros nos eleva. En un nuevo Bautismo nosotros hemos sido bautizados. No es ya el bautismo penitencial de Juan el que nosotros hemos recibido, sino el bautismo en el Espíritu como Jesús. Es el agua que nos santifica y nos llena de vida; es el agua que por la fuerza del Espíritu nos sumerge también en la pasión redentora de Cristo, en su muerte y en su resurrección. Es un nacer de nuevo, um renacer como le dirá a Nicodemo. ‘Quien no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios’. 
‘En el Bautismo de Cristo en el Jordán has realizado signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo’. El misterio del nuevo bautismo que a nosotros también nos hace hijos porque hemos renacido en el agua y el Espíritu a una nueva vida, a la vida de los hijos de Dios.
También nosotros podemos escuchar allá en lo más hondo del corazón esa voz que nos llama hijos. ‘Tú eres mi hijo amado’, nos dice a nosotros Dios; amados y predilectos del Señor. ‘Mirad que amor nos tiene el Padre para llamarnos hijos de Dios, que decía san Juan en sus cartas, pues ¡lo somos!’, que nos gritaba.
Qué gozo más grande podemos sentir en el alma cuando así nos sentimos amados de Dios. Una alegría y un gozo grande en el alma que se desborda. Es el gozo y la alegría de la fe que un cristiano tiene siempre que manifestar. Por eso, somos las personas más alegres del mundo. Tenemos que serlo sin remedio. No caben en nosotros las tristezas y los agobios cuando así nos sentimos amados de Dios. Y esto tenemos que trasmitirlo; tenemos que contagiarlo.
Aquí venimos a la Eucaristía a celebrar nuestra fe, a alimentarnos de la gracia del Señor. Cristo es nuestro alimento, nuestra gracia y nuestra fuerza. A El le comemos en la Eucaristía porque así ha querido ser nuestro alimento. Que ‘alimentados con estos dones santos, como pedimos en una de las oraciones litúrgicas, escuchemos con fe las palabras de tu Hijo para que podamos llamarnos y ser en verdad hijos tuyos’. Lo pedimos, pero es también nuestro compromiso. 

jueves, 5 de enero de 2012


Estrellas luminosas de amor para iluminar y transformar nuestro mundo

Todo el mundo dice hoy que es el día de los Reyes, pero ¿no será más bien el día del gran Rey? Efectivamente tenemos que decir que a quien realmente hoy celebramos es al que es el Señor y Rey de nuestra vida. Decimos en verdad que es la manifestación del Rey, la Epifanía del Señor. Magos vienen preguntando por ‘el recién nacido rey de los judíos porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’.
El niño nacido en Belén y recostado entre pajas anunciado por los ángeles entre resplandores de gloria a los pastores, ahora se manifiesta como el Rey y Señor para todas las naciones, para todas las gentes, anunciado también por un resplandor del cielo, como señal, por el resplandor de una estrella aparecida en lo alto del firmamento.
En brazos de María finalmente lo van a encontrar los Magos guiados ahora por la Escritura santa que manifiesta que será en Belén de Judá donde han de encontrarlo. ‘Y tú Belén, tierra de Judá,  no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe, que será pastor de mi pueblo Israel’. Y el resplandor de la estrella vuelve a conducirlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Todas estas fiestas y celebraciones de la navidad y epifanía están envueltas en resplandores de luz, porque es la luz del mundo la que ha venido a llenarnos de su luz y de su vida. El nacimiento de Jesús es como un nuevo amanecer que nos llena de una luz nueva disipando todas nuestras tinieblas.
Ya en la noche del nacimiento del Señor la Palabra nos hablaba de la luz que brillaba en las tinieblas. Hoy de nuevo el profeta nos anuncia ese amanecer. ‘Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz, la gloria del Señor amanece para ti… sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora’.
Bella imagen y rica en significado que se nos ofrece hoy en la Palabra del Señor. Necesitamos de los resplandores de ese amanecer, de esa luz que nos saque de tinieblas y de sombras. La fe y la esperanza que ponemos en Jesús así quiere iluminar nuestra vida. Son muchas las oscuridades que tenemos que disipar. Lo hemos venido reflexionando de una forma y otra a lo largo del Adviento avivando nuestra esperanza. Y ahora que llega el Señor tiene que resplandecer nuestra vida a esa luz nueva y viva que nos trae el Señor.
Tenemos al Emmanuel, a Dios con nosotros y con su presencia tenemos que sentirnos transformados. Primero que nada tiene que despertarse nuestra fe, avivarse para que nunca olvidemos esa presencia del Señor y nos sintamos en todo momento fortalecidos con su gracia que tanto lo necesitamos. Decía el evangelio que los magos cuando llegaron hasta donde estaba Jesús se postraron cayendo de rodillas y lo adoraron.
Es lo que tenemos que saber hacer. Reconocer la presencia del Señor, adorar al Señor como el único Dios de nuestra vida. Con nuestra fe lo reconocemos y desde lo más hondo del corazón le ofrecemos lo mejor de nosotros mismos, todo nuestro amor. Hemos de saber dejarnos guiar por las estrellas, las señales que Dios pone a nuestro lado en el camino de la vida para llegar hasta esa profesión de fe y esa adoración.
Algunas veces nos cuesta, porque nos sentimos confundidos por muchas cosas o nos llenamos de dudas. En la vida nos van apareciendo muchas sombras que nos confuden y pudiera parecernos que desaparece la luz que nos guía. Fue el camino que siguieron los Magos de Oriente de los que nos habla el evangelio, pero ellos supieron mantenerse firmes en su búsqueda, aunque hubo momentos en que la estrella parecía desaparecer de su vista, y al final llegaron hasta Jesús.
También los problemas en los que nos vemos envueltos en la vida, la situación que se vive en nuestra sociedad, la carencia de cosas elementales y necesarias que tienen tantos en estos momentos de crisis, el sufrimiento que apreciamos a nuestro alrededor o nuestro propio sufrimiento puede desestabilizarnos.
Muchas sombras envuelven nuestro mundo que hace que muchos vayan como sin rumbo por la vida hace que necesitemos la luz de esa estrella que nos guíe, que nos dé esperanzas, que nos haga soñar en un mundo nuevo más justo, con más paz, más solidario, más humano. Pero, aún en medio de esas turbulencias, nosotros los cristianos sabemos que hay una estrella que nos guía, que hay una luz que nos da sentido y valor.
Nosotros creemos en Jesús. Estamos ahora celebrando su nacimiento y su manifestación al mundo como esa luz de salvación. Con esa fe tenemos que caminar; desde esa fe nos sentimos fuertes, porque sabemos que Dios está con nosotros y con su gracia podemos ir transformando todo ese mundo oscurecido en un mundo lleno de luz; ese mundo oscurecido por el pecado, por la falta de amor, por tantos sufrimientos podemos en el nombre de Jesús transformarlo para hacerlo mejor, para remediar tantas necesidades y para dar esperanza de vida y de salvación a cuantos están sometidos al sufrimiento, al dolor y la desesperación.
Es un anuncio que también nosotros hemos de hacer siendo desde nuestra fe estrella luminosa para nuestro mundo. Y seremos estrella luminosa desde el amor donde nos sentimos cada día más hermanos y desde la solidaridad donde sabemos compartir con los demás, desterrando todo egoísmo y cerrazón.
El amor es camino de salvación y nos abre a la justicia y santidad verdadera. Por eso ahí donde contemplamos tanta sufrimiento tenemos que saber estar con nuestro amor, nuestra ayuda, nuestra solidaridad, nuestro compartir generoso. Cuánto podemos y tenemos que hacer; de cuántas maneras podemos ser estrellas luminosas para los demás. El amor de un corazón generoso nos hará encontrar medios y caminos para realizarlo.
Los Magos cuando llegaron y se postraron ante Jesús y ‘abriendo sus cofres,le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra’, que nos dice el evangelio. Es el signo del compartir. Es el ejemplo a imitar.
Abramos el cofre de nuestro corazón que muchas veces sentimos la tentación del egoísmo y quisiéramos mantenerlo cerrado. Ábrelo generoso y rebusca ahí dentro de tu corazón esos tesoros hermosos que tienes en tu bondad, en tus buenos deseos, en las ganas que tienes de que el mundo sea mejor, y comienza a compartir, comienza a ofrecer, que el Niño Dios está en todos esos que están a tu alrededor llenos de sufrimiento y hambrientos de pan o de paz, de justicia o de verdad. Muchas cosas buenas hay en ti para compartir. Ya sabemos que lo que le hagamos a los demás es como si a Jesús se lo hiciéramos como nos enseñará en el Evangelio.
Que amanezca en verdad la luz del Señor sobre nuestra vida y nuestro mundo. Caminemos todos a luz del Señor, a la luz del amor. Así lo proclamaremos en verdad como Rey y Señor de nuestra vida. Es el día de la Epifanía del Rey.

Aqui puedes leer mas mensajes del Movimiento.

Administracion general y adjuntos

Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

Etiquetas