Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

Amigos que entran a esta Casa de Paz. Gracias por estar aqui. Clikea en seguir y unete a nosotros

sábado, 25 de febrero de 2012


Cuaresma un camino que nos ayuda a vivir en plenitud el misterio de Cristo

Gen. 9, 8-15; Sal. 24; 1Pd. 3, 18-22; Mc. 1, 12-15
‘Avanzar en el misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud’. Lo hemos pedido en la oración inicial de esta celebración. Es, por así decirlo y por hacerlo en el primer domingo de Cuaresma, la primera petición que hacemos en este camino que queremos sea luminoso y nos lleve hasta la Pascua. ¿Cómo no va a ser luminoso si queremos penetrarnos del misterio de Cristo para que sea nuestra vida en plenitud?
Claro que esa sería la tarea de todo cristiano y en todo momento. Conocer a Cristo y vivirlo no es cuestión sólo de momentos especiales. Los momentos especiales nos ayudan porque nos intensifican esa vivencia, pero esa vivencia ha de ser algo de cada día. No siempre es fácil. Nos sentimos abrumados por las carreras locas de la vida. Muchas cosas nos distraen. En ocasiones se nos baja la intensidad de nuestra fe. Las tentaciones nos arrastran y si nos dejamos llevar por ellas errando el camino terminaremos lejos de nuestra meta.
Ahí está nuestra debilidad, pero ahí también la grandeza de la que nos ha dotado el Señor. Aunque seamos débiles con la gracia del Señor podemos superar todos esos obstáculos y caminar por el camino recto. No estamos solos en esa lucha. El Señor es nuestra fuerza para nuestra superación. Va delante de nosotros no sólo señalándonos el camino sino siendo El mismo el camino. Nos descubre la verdad que dará plenitud a nuestra vida. Por eso es necesario conocerlo a El - ‘avanzar en el misterio de Cristo’ que decíamos -, porque conocerle es vivirle, vivir su misma vida.
La primera lectura nos ha hablado del Diluvio Universal pero sobre todo de la Alianza que al final Dios realiza con Noé prometiendo una salvación definitiva. El arco iris en el cielo será siempre una señal de un final de ese mal que todo lo destruye y nos trae muerte. Noé, porque se fió de Dios, pudo vencer sobre aquellas aguas torrenciales que tanta muerte trajeron. Noé también es signo de esa victoria que nosotros podemos lograr haciendo además que esas aguas sean purificadoras y renovadoras, aguas que llenan de vida, como lo son las aguas del Bautismo. Por eso hemos escuchado a Pedro decir que ‘aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva’.
Bueno es que, al recordar al diluvio como un signo de nuestro bautismo, lo recordemos ya en este mismo comienzo de la Cuaresma. Todo el camino cuaresmal nos lo irá recordando, ya que la misma Cuaresma en su origen era la intensificación de la catequesis de los catecúmenos que se preparaban para el Bautismo en la noche de Pascua. Nosotros queremos ir haciendo un camino semejante al de aquellos catecúmenos dejándonos conducir por la liturgia, por la Palabra de Dios, porque en la noche de la Resurrección del Señor queremos renovar nuestra condición de bautizados, nuestras promesas bautismales, también como un símbolo de ese nacer de nuevo que queremos vivir en nuestra Pascua.
El evangelio como es tradicional en este primer paso de la Cuaresma nos ofrece el breve texto de Marcos que nos habla de las tentaciones de Jesús. No nos las describe como los otros sinópticos sino que lo hace de forma más escueta. ‘El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Ser quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás, vivía entre alimañas y los ángeles le servían’. Las tentaciones de Jesús que los otros evangelistas nos las describen con mayor detalle hablándonos de tres tentaciones, como tantas veces hemos meditado, yo no las reduciría solamente a este momento de los cuarenta días de ayuno en el desierto.
Le siguen multitudes entusiasmadas que pronto le abandonan cuando se les hace dura y difícil la doctrina que enseña y las exigencias que manifiesta de lo que es su seguimiento. Se oponen a Jesús los principales de Israel y quienes tendrían que tener un mayor conocimiento de lo anunciado por las Escrituras están entre sus principales opositores. Sus mismos discípulos más cercanos no terminan de entender el sentido de lo que les enseña y siguen con sus preferencias por lugares de honor y primeros puestos. Para quien viene a ofrecernos gratuitamente la salvación y la palabra de vida ese rechazo, o esa incomprensión podrían ser también motivos de dudas e interrogantes interiores. 
A lo largo del evangelio veremos otros momentos difíciles que son como tentaciones también para Jesús. Recordemos que incluso a Pedro lo llama Satanás que lo está tentando con la idea de que el Hijo de Hombre no podía padecer toda aquella pasión que Jesús estaba anunciando.
Su angustia en Getsemaní queriendo que el Padre le libre de aquella pasión que iba a sufrir es una forma de tentación que Jesús sabrá vencer pidiendo que no se haga su voluntad sino la voluntad del Padre del cielo. Su soledad en la cruz con el grito desgarrador del comienzo del salmo ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ concluirá con el ponerse confiadamente en las manos del Padre consumando así la obra de su Redención.
Pero a Jesús lo contemplamos vencedor sobre el pecado y sobre la muerte. A Jesús lo contemplamos resucitado como el Señor de la vida y que nos da vida y nos llena de vida. Si nosotros seguimos, a pesar de nuestra debilidad, los pasos de Jesús estamos llamados a esa vida, a esa plenitud que en Cristo podemos alcanzar. Por eso cuando lo contemplamos tentado por el maligno miramos nuestras debilidades y tentaciones y vemos que cómo con Cristo nosotros también podemos vencer. No tenemos por qué caer bajo el yugo de la muerte y el pecado. Con Cristo resucitado nosotros nos sentimos levantados para ser vencedores también.
Es el camino que ahora en la Cuaresma hacemos, avanzando en el misterio de Cristo como decíamos en la oración y hemos recordado ahora, para ir aprendiendo a lograr esa victoria, para irnos fortaleciendo en El para ser también nosotros victoriosos sobre la tentación a la muerte y al pecado y para llenarnos de la vida en plenitud de Cristo para siempre.
Y ¿qué vamos a hacer? Seguir sus mismos pasos. Caminar su mismo camino. Vivir su mismo amor. Llenarnos cada vez más de su vida y de su gracia.
¿Cómo lo vamos a hacer? Para avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo necesitaremos cada día más y más dejarnos impregnar por su Palabra. Que su Palabra penetre hondo en nosotros; que la meditemos y la rumiemos continuamente; que tengamos verdaderos deseos de conocer más intensamente el evangelio. Eso nos exigirá proponernos no sólo por una parte participar en la celebración de cada día para escuchar la Palabra con atención y devoción, con mucha fe y con mucho amor, sino también encontrar momentos a lo largo del día para leer y meditar el evangelio, la Biblia.
Caminar su mismo camino nos exigirá una vida de esfuerzo y deseos de superación para seguir sus pasos de santidad. Tenemos nuestras tentaciones, nuestras limitaciones y nuestras debilidades, nuestra manera de ser y nuestras rutinas que nos debilitan y nos enfrían espiritualmente. Tenemos que superarnos, intentar cada día ser mejores, examinar nuestra vida, nuestras cosas, nuestra manera de ser para ver cómo podemos ser mejores. Si damos un pasito cada día con constancia, sin cansancios, con entusiasmo y esperanza iremos logrando avanzar en ese camino de santidad.
Vivir su mismo amor significa que cada día en nuestras actitudes, en nuestras posturas, en nuestro trato con los demás, en nuestras conversaciones, en nuestra convivencia vayamos creciendo en el amor, en el respeto, en la solidaridad, en el sentirnos hermanos, en el buscar siempre lo bueno, en el evitar todo lo que pueda hacer daño u ofender, en una palabra, en querernos cada día más. Y todo eso con el amor de Cristo, como nos ama Cristo.
Finalmente llenarnos más de su vida y de su gracia significa crecer espiritualmente, intensificar nuestra oración, querer aprovechar todo ese río de gracia que son nuestras celebraciones, ya sean las litúrgicas como la Eucaristía, como otros momentos que tengamos de oración o de adoración. Significa querer llenarnos de la gracia de Dios en los sacramentos comulgando en la celebración de la Eucaristía y acercándonos al Sacramento de la Penitencia para renovar nuestra vida, para restaurar esa gracia de Dios que hemos perdido por nuestro pecado y que en el perdón del Señor vamos a ver renovada en nuestra vida. No huyamos de los sacramentos sino con fe nos acercamos a ellos sabiendo el caudal de gracia de Dios que son para nosotros.
Avancemos en el conocimiento del misterio de Dios para que podamos vivirlo en plenitud. Si vamos dando todos estos pasos en este camino cuaresmal nos llenaremos de la luz de Cristo en su resurrección y todo saldremos renovados en una nueva vida en plenitud que el Señor quiere darnos en su amor.

viernes, 17 de febrero de 2012


Viendo Jesús la fe que tenían

Is. 43, 18-19.21-22.24-25;
 Sal. 40;
 2Cor. 1, 18-22;
 Mc. 2, 1-12
No siempre, cuando nos proponemos conseguir algo al encontrarnos con problemas o dificultad para obtenerlo, mantenemos con constancia nuestra voluntad de conseguirlo sino que en muchas ocasiones tenemos la tentación de sentirnos defraudados y abandonamos pronto nuestra lucha o nuestro esfuerzo.
Pero aunque esa sea una experiencia que no pocas veces tenemos o sufrimos, sin embargo también somos conscientes de cuántos ante la dificultad se crecen, el ingenio se aviva y sobre todo cuando actuamos movidos por el amor somos creativos para resolver dichas dificultades. Este segundo sentido, podríamos decir, que manifiesta nuestra madurez y deseos de estar en contínuo crecimiento como personas. Habrá que descubrir quizá también que no será de forma individualista y nosotros solo como hemos de actuar.
Algo de eso encontramos en el evangelio de hoy y espero que nos valga como arranque de nuestra reflexión. Jesús estaba de nuevo en Cafarnaún y estaba en una casa, probablemente la casa de Simón y Andrés que se había convertido en punto de encuentro y de arranque de toda la actividad de Jesús por Galilea, o podría estar también en casa de alguien que pudiera haber invitado a Jesús. El hecho es que la gente, al enterarse de la presencia de Jesús, se agolpaba a la puerta y no quedaba sitio para nadie más ni para poder entrar.
Llegan unos hombres portando en una camilla a un paralítico con el deseo de que Jesús le imponga las manos y lo cure. No pueden entrar, Aquí se aviva el ingenio y no darán marcha atrás a pesar de la dificultad. ‘Levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico’. Asombroso el ingenio y la fuerza de voluntad. Asombrosa la fe de aquellos hombres. El evangelista va a resaltarlo. ‘Jesús viendo la fe que tenían…’ dirá, y parece que se dispone a hacer el milagro.
Pero serán otras y distintas las palabras que Jesús pronuncie. Todos esperan que le mande levantarse, tomar la camilla para que pueda marcharse a casa. Pero en su lugar Jesús dirá: ‘Hombre, tus pecados quedan perdonados’. ¿Era eso lo que realmente buscaban cuando acudían a Jesús? ¿Qué era lo que realmente Jesús quería ofrecerles, quería y quiere ofrecernos hoy?
Todos se asombran, pero más aún se van a escandalizar los escribas que están allí sentados observándolo todo. ¿Venían realmente por la fe que despertaba Jesús en su entorno o vendrían como jueces para analizar lo que aquel profeta nuevo que ha surgido por Galilea está haciendo? Allí están pensando para sus adentros. ‘¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?’
¿Quién era realmente aquel que aparecía como un nuevo profeta por las aldeas y pueblos de Galilea, allí a la orilla del lago y en Cafarnaún? ¿Podía realmente arrogarse ese poder divino de perdonar los pecados? Habría que descubrir realmente quien era Jesús. Habrá que tener otras actitudes y otros sentimientos en el corazón para poder llegar a vislumbrar su misterio.
Pero ¿quién es el que realmente puede tener poder para devolver la salud, para hacer que aquellos miembros entumecidos puedan restablecerse y volver a su movimiento natural? ¿Era poder de los hombres o el poder dar vida era algo que superaba también todo poder humano?
Jesús conoce bien el corazón de los hombres y en su sabiduría divina e infinita puede saber bien cuáles son nuestros sentimientos o nuestros pensamientos por muy ocultos que estén. ‘Se dio cuenta de lo que pensaban, nos dice el evangelista. ¿Por qué pensáis así? ¿Por qué pensais eso que estáis pensando? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico, tus pecados quedan perdonados, o decirle, levántate, coge la camilla y vete a tu casa?’
No cabe duda. Allí está el Señor de la vida y el que viene a darnos vida. Allí está el Señor que nos sana y el Señor que nos salva y nos redimirá con su muerte dándonos con generosidad su perdón. ‘Para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados, contigo hablo – le dice al paralítico – levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’. Ahora si que todos reconocen quién es Jesús. ‘Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos visto una cosa igual’.
Muchas lecciones no da este texto del evangelio que nos tienen que llevar a confesar nuestra fe en Jesús y dan también gloria al Señor. Es el Señor que viene a nosotros y que como nos anunciaba el profeta viene a realizar todo nuevo. Tenemos que mirar hacia adelante, hacia donde nos lleva el Señor. No podemos quedarnos mirando atrás, mirando una y otra vez nuestra invalidez y nuestro pecado. Porque el Señor viene a levantarnos, a ponernos en camino de vida nueva, a realizar en nosotros un hombre nuevo.
Nos levanta el Señor y nos sentimos amados y perdonados. Nos levanta el Señor y nos viene a enseñar una nueva forma de caminar, de pensar, de actuar. Lejos de nosotros lo viejo, la invalidez de juicios malévolos, de encerronas en nosotros mismos e insolidaridades. No podemos quedarnos regodeándonos en lo mal que estamos o lo malos que somos, sino que tenemos que mirar adelante hacia donde nos quiere llevar el Señor. En momentos difíciles o de dificultades el Espíritu del Señor viene a llenarnos de vida por dentro y avivados con esa vida nueva tenemos que encontrar esos caminos nuevos que nos lleven a un mundo distinto y mejor.
Hay un detalle que no podemos dejar pasar desapercibido en este hecho que nos narra el evangelio. Se nos dice que ‘Jesús viendo la fe que tenían…’ comenzó a actuar. Era la fe de aquellos hombres que confiaban totalmente en que Jesús iba a curar a aquel paralítico, pero ante la dificultad no se quedaron cruzados de brazos ni desistieron. Encontraron la fórmula y aquel hombre llegó a los pies de Jesús. Busquemos la la fórmula o la forma, pero no nos quedemos con los brazos cruzados.
Comencemos por la solidaridad como aquellos hombres que entre todos cargaron al enfermo hasta llegar a la casa de Jesús. Nos hace falta más solidaridad, para no andar tan solos en la vida, tan solitarios y tan cada uno por su lado. No podemos ser solitarios sino solidarios, que aprendamos a caminar juntos, a tendernos la mano, a poner cada uno sus posibilidade, su granito de arena como se suele decir, y entre todos podremos hacer que las cosas cambien, que nuestro mundo sea mejor. No estemos esperando a que el otro haga, o el otro comience, sino comencemos juntos, tomemos la iniciativa del amor que nunca nos dejará insensibles ni dormidos.
Nos vale en el camino de nuestra fe personal; nos vale en el camino que como Iglesia hemos de ir haciendo donde nunca ni podremos sentirnos solos ni podremos ir cada uno por su lado; nos vale en el camino de tantas necesidades en el orden social que con los ojos del amor desubrimos a nuestro alrededor, y a donde en parte nos han llevado esos caminos de egoismo e insolidarios que tantas veces hemos caminado.
‘Levántate, toma la camilla…’ nos dice el Señor. levántate y toma la camilla, pero únete a los otros para llevarla, porque una camilla no la lleva nunca uno sólo sino que siempre tenemos que ayudarnos mutuamente a llevarla. No quieras llevarla tu solo, ni te desentiendas del otro que está intentando llevarla. Jesús nos está señalando una forma nueva de llevar la camilla, de enfrentarnos a los males de este mundo, de trabajar por hacer un mundo nuevo y mejor. Aprendamos esos caminos y esas formas de solidaridad y de amor. Su Espíritu estará con nosotros para recorrerlos.

viernes, 10 de febrero de 2012


Rompamos las barreras que aíslan y marginan como hizo Jesús con el leproso

Si uno se ve aceptado por alguien que le acoge y le recibe cuando en la vida se ha sentido como maldito y condenado a la soledad y al ostracismo porque se ha visto marginado por su situación, por lo que ha sido su vida o por las circunstancias que sea, seguro que para él será como momento de gloria y de felicidad que no cambiaría por todo el oro del mundo.
Pienso que algo así le sucedió a aquel leproso cuando Jesús lo acoge y lo recibe e incluso le toca con su mano, que, aunque venía pidiendo la salud para su enfermedad de lepra, este gesto de Jesús sería para él mucho más grande que la propia curación. Bien sabemos cómo un leproso estaba condenado a vivir alejado de la comunidad y de su familia; hemos escuchado en la primera lectura la ley del Levítico que les dio Moisés y que quería impedir la propagación de la enfermedad por el contagio, aparte del concepto que solía tenerse de mirar la enfermedad como un castigo por el pecado; de ninguna manera un leproso podía acercarse a nadie sano; incluso eran apedreados para que se alejarán por miedo al contagio, muy natural en cierto modo, aunque hoy no lo comprendamos, en las condiciones higiénicas de la época y las medicinas con que contaban.
‘Si quieres, puedes limpiarme’, fue la petición del leproso que se atreve a acercarse a Jesús con el riesgo incluso de que fuera rechazado. Y hemos visto el gesto de Jesús. ‘Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio’. No sólo no lo rechazó, sino que saltando todas las convecciones sociales se atrevió a tocarlo directamente con su mano.
‘Si quieres, puedes limpiarme’, fue el grito y la súplica de aquel leproso. Pero, ¿no será también el grito y la súplica que salga de nuestro corazón? ¿No será, acaso, el grito y la súplica que tantos puedan estar haciendo cuando desde su dolor y soledad, desde sus sufrimientos y tantas penas en su corazón gritan pidiendo ayuda a Dios o a sus semejantes?
¿Por qué decimos que puede ser el grito y la súplica que brote de nuestro corazón? ¿Acaso estamos nosotros leprosos?, nos preguntamos quizá. Para comenzar podríamos pensar en nuestra condición pecadora desde la que acudimos al Señor para que nos limpie, para que nos conceda su gracia y su perdón. No es, por supuesto, que nosotros pensemos en el sufrimiento y la enfermedad como un castigo de nuestros pecados. Hemos de tener una visión distinta. Pero sí podemos considerar esta imagen del leproso como un signo de la fealdad del pecado en nuestra vida y que con la gracia del Señor nos lavaremos y purificaremos, alcanzaremos el perdón del Señor.
Pero podemos pensar algo más. Recogiendo la imagen de la soledad, de la marginación y del aislamiento que veíamos en la situación de los leprosos en la época de Jesús podemos pensar en las actitudes que pudiera haber en nosotros y fueran causa de sufrimiento para los que nos rodean. Cuántos vacíos nos creamos muchas veces en nuestras relaciones con los demás y cuántos vacíos les hacemos a los demás. Cuánto nos cuesta comprendernos y aceptarnos; algo que nos lleva muchas veces a marcar a las personas haciendo distinciones y separaciones con las que de alguna manera marginamos a los otros.
Porque aquella persona es así o de la otra manera; porque un día cometió un error en la vida que ya siempre se lo tendremos presente; porque no nos cae bien o nos es antipático; porque es amigo de éste o de aquel otro y eso  no me convence; porque piensa de esta manera y yo tengo otra manera de pensar… cuántas cosas que nos aíslan o con las que aislamos a los demás de nuestra vida. Cuántas barreras vamos poniendo en nuestras relaciones prohibiendo el paso a algunos a los que no dejamos que lleguen hasta nosotros. Prohibido el paso, prohibido detenerse aquí, prohibido… cuantas limitaciones… como esos carteles que vemos en caminos o en propiedades.
¿No tendremos que decirle al Señor ‘si quieres, puedes limpiarme’? Que nos limpie el Señor de esas actitudes aislantes que hemos puesto en nuestro corazón y en nuestro comportamiento. Que nos haga salir de nosotros mismos y seamos capaces de abrir el corazón a todo hombre, a toda persona que es mi hermano. ¿No es nuestro distintivo el amor? Si amamos de verdad no caben esas limitaciones en nuestra vida, se tienen que caer las barreras.
Pero decíamos también que es el grito y la súplica que tantos desde su dolor y su soledad, desde su sufrimiento y sus penas pueden estarnos haciendo. Vivimos en un mundo en el que se multiplican los medios de comunicación y proliferan las redes sociales en internet a través de las que nos podemos comunicar instantáneamente con personas en cualquier rincón del planeta. Pero me atrevo a decir que vivimos en un mundo donde desgraciadamente se multiplican las soledades y la incomunicación de muchas maneras. Quien vaya con cierta sensibilidad por la vida y atento a estas necesidades de comunicación de los demás se encontrará con mucha gente que está ansiosa de comunicación y de compartir. Son muchas las angustias que de este tipo podemos encontrar muchas veces en personas que están muy cercanas a nosotros o con las que nos cruzamos cada día en la vida y a los que no prestamos la debida atención.
Si quieres… puedes escucharme, nos pueden decir tantos. Si quieres… detente a mi lado y escúchame. Si quieres… y nos tienen la mano y quizá no les prestamos atención porque vamos a prisa o vamos con nuestras cosas. Mucho podríamos hablar en este sentido de todo lo que tendríamos que hacer.
En este domingo en que se unen en cierto modo dos jornadas - la Jornada Mundial del Enfermo del once de febrero y la Campaña contra el Hambre en el mundo de Manos Unidas - que celebramos en la comunidad cristiana, también este grito del leproso puede ser el grito de los enfermos y de los hambrientos de nuestro mundo. ‘Si quieres, puedes limpiarme’, nos gritan ambas campañas.
Jornada, por una parte, del Enfermo que viene a sensibilizar a la comunidad cristiana con este mundo de dolor y sufrimiento donde tenemos que hacer llegar el amor y la presencia de Jesús a través del amor de la comunidad cristiana que los atiende y se preocupa de ellos y a los que quiere hacer también el anuncio del evangelio de Jesús. Cuántos enfermos desde su lecho de dolor nos están diciendo también ‘si quieres…’ puedes acompañarme, ayudarme, estar a mi lado, servirme de paño de lágrimas, curarme… ¡Qué hermosa la labor que nos voluntarios y visitadores de enfermos de la pastoral de la salud realizan en nuestras parroquias y centros hospitalarios asistenciales!
Y Campaña de Manos Unidas contra el Hambre en el mundo que nos quiere hacer abrir los ojos para que contemplemos y nos sensibilicemos con ese mundo de injusticia en el que vivimos donde tantos millones de hombres y mujeres pasan hambre y mueren de hambre. Campaña este año bajo el lema ‘la salud, derecho de todos, actúa’, que quiere concienciarnos sobre las principales enfermedades – enfermedades contagiosas que acaban con la vida de millones de personas: SIDA, malaria, tuberculosis y otras enfermedades infecciosas - que azotan a muchos pueblos y que podrían ser evitadas y para lo que se nos pide un compromiso denunciando tanta enfermedad, tanta miseria y tanto sufrimiento. 
‘Si quieres, puedes limpiarme…’ 

viernes, 3 de febrero de 2012


Jesús traspasa el umbral de nuestra vida con su Palabra salvadora

Job, 7, 1-4.6-7;
 Sal. 146;
 1Cor. 9, 16-19. 22-23;
 Mc. 1, 29-39

Traspasar el umbral de una casa es entrar en la intimidad personal de aquella persona y aquella familia y denota confianza y apertura tanto por aquel que recibe como por parte de quien llega a aquel hogar. Sabemos cómo en ocasiones al que llega se le recibe en la puerta y no se traspasa el umbral de aquel hogar porque quizá no se tenga la confianza mutua necesaria. Con gusto, sin embargo, nos sentimos cuando recibimos a alguien que nos agrada y con gusto se siente también el que es bien recibido. Una vez traspasado ese umbral de la confianza viene la comunicación, la confidencia quizá, surge la amistad o ya se presuponía, se entra en una nueva comunión.
¿Por qué me hago estas consideraciones que incluso podríamos ampliar más en el comienzo de la reflexión de hoy en torno al evangelio? Porque eso es lo que estamos contemplando. Hasta ahora en este principio del evangelio de Marcos hemos visto a Jesús pasando junto al lago invitando a aquellos primeros pescadores a seguirle, o le hemos contemplado en la sinagoga enseñando. Hoy nos dice que ‘al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga fueron a casa de Simón y Andrés. Y la suegra de Simón estaba en cama con fiebre y se lo dijeron…’
Jesús llega a casa de Simón y Andrés. Jesús llega hasta la intimidad de la persona, va a la casa de Simón y Andrés. Jesús llega hasta donde está la vida del hombre y donde está todo lo que es su ser y donde están también sus sufrimientos. ‘La suegra de Simón está enferma y se lo dijeron…’ Jesús que quiere llegar a nuestra vida y a nuestra vida concreta. Jesús que está esperando que le abramos las puertas de nuestra casa, de nuestro yo, de nuestra vida, porque ahí quiere venir con su vida y con su salvación.
La salvación que Jesús nos ofrece no es una teoría ni son bonitas palabras. Jesús quiere llegar a nuestra vida concreta, con lo que somos y como somos, con lo que tenemos y lo que son nuestras alegrías o nuestras penas, nuestros sufrimientos o nuestras ilusiones y esperanzas. Nada es ajeno a la salvación que Jesús viene a ofrecernos. El viene a dar respuesta a esos interrogantes que podamos tener en nuestro interior, viene a dar paz a esas preocupaciones o problemas que tengamos, viene a traer el bálsamo de su salvación a esos sufrimientos que puedan agobiarnos allá en lo más hondo de nosotros mismos, El viene a hacer crecer esas ilusiones y esperanzas.
Le dicen que la suegra de Simón está enferma y ‘Jesús se acercó la tomó de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles’. En nuestro dolor nos sentimos postrados y ya no es sólo el dolor físico de una enfermedad que podamos padecer, sino que hay muchos otros sufrimientos en nuestra vida. O también esa enfermedad, esa carencia, esas discapacidades que tengamos por nuestras limitaciones o por el paso de los años, esa debilidad físiológica que podamos padecer y que se convierte también muchas veces en tormento para nuestro espíritu, interrogantes a los que no sabemos responder. Ahí llega Jesús a nuestra vida.
En la primera lectura hemos escuchado los interrogantes que surgen en el corazón de Job. Todos sabemos de la historia de este hombre que de la noche a la mañana se ve desposeído de todos bienes y posesiones, pero peor aún una grave enfermedad ataca su vida con una llaga dolorosa haciéndole perder casi toda su esperanza en su dolor y sufrimiento. El libro de Job son esas reflexiones que se hacen los que van a consolarle en su sufrimiento – en muchos casos sólo bonitas palabras que a la larga no consuelan – y son los mismos interrogantes que se suscitan en su corazón, que en parte escuchamos en este texto.
‘Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba…’ Son algunas de esas expresiones de desesperanza que también muchas veces de una forma o de otra inundan nuestra vida con el dolor.
Jesús llega a nuestra vida, quiere traspasar el umbral de nuestra vida con una luz que nos dé un sentido y un valor; en El encontramos esa paz que necesitamos allá en lo más hondo del alma; El viene a nuestra vida con su salvación. Contemplamos el evangelio y vemos cómo va tendiendo su mano continuamente para levantarnos, para llenarnos de salud, de vida, de salvación. ‘La población entera se agolpaba a la puerta’, nos dice el evangelista, ‘y  curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios…’
En el evangelio vemos que la presencia de Jesús abre los corazones a la esperanza y a la paz. Cristo viene a hacer desaparecer el mal de nuestros corazones. Si nos fijamos veremos en cuántas ocasiones después de curar o de perdonar a quien acude a El lo despide con la paz: ‘vete en paz’, les dice continuamente. Y hoy hemos visto que cuando a la suegra de Simón se le pasó la fiebre ‘se puso a servirles’. Es bien significativo su sentido.
La fe que ponemos en Jesús nos hace descubrir el amor. Y es en el amor donde vamos a encontrar la luz y el sentido de todo. Creemos en Jesús y creemos en su amor. Creemos en Jesús y le contemplamos dándose continuamente por amor hasta llegar a la entrega suprema de amor que fue la pasión y la cruz. No entenderíamos la pasión y la muerte en cruz si no lo hacemos desde el amor. Es la prueba suprema del amor, como tantas veces hemos recordado: ‘tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único por nosotros’.
No entenderíamos ni le encontraríamos sentido hondo y verdadero a nuestro sufrimiento si no lo hacemos desde el amor, como Jesús. Es la respuesta honda que Jesús da a esos interrogantes que surgen en nuestra vida. No tenemos que hacer otra cosa que mirarle a El, y mirarle en su entrega suprema de la cruz. Por eso entendemos fácilmente que la suegra de Pedro cuando Jesús la levantó de sus fiebres ‘se puso a servirles’.
Jesús viene a nosotros, quiere traspasar ese umbral de las puertas de nuestra vida, y quiere comunicarnos su Palabra, su vida, su salvación. Sintámonos gozosos con que Jesús quiera llegar así hasta nosotros. Dejémosle entrar. El quiere hablarnos al corazón como dos amigos que apaciblemente se sientan a hablar y comentar las cosas de la vida.
Ese detalle de que nos habla el evangelista de que al amanecer Jesús se fue al descampado a orar nos está hablando de esa necesidad que tenemos nosotros de entablar ese diálogo de amor con el Señor que es nuestra oración. Seguro que ahí, en la oración, en ese encuentro íntimo y vivo con el Señor, encontraremos esas respuestas que necesitamos, como esa fuerza para seguir sirviendo y amando, para seguir anunciando su nombre por todas partes, porque lo que hemos visto y oído, lo que hemos sentido y experimentado en el corazón no lo podemos callar sino que tenemos que anunciarlo a los demás.
Por algo hoy nos dice el apóstol ‘¡ay de mí si no anuncio el evangelio!’. Es a lo que nos sentimos comprometidos. Es lo que tenemos que hacer con gusto y con la alegría grande de la fe que vivimos.

Aqui puedes leer mas mensajes del Movimiento.

Administracion general y adjuntos

Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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