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Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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sábado, 7 de abril de 2012


¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’

Juan 20, 1-9
‘¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’
Así bellamente proclaman los versos de la secuencia la resurrección del Señor en esta mañana luminosa de la Pascua. ‘¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’
El evangelio que hemos escuchado nos lo ha relatado. Las mujeres habían ido al sepulcro a embalsamar el cuerpo de Jesús, nos narraban los otros evangelistas. Juan nos habla de María Magdalena que cuando encuentra ‘quitada la losa del sepulcro echa a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien Jesús tanto quería… Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos donde lo  han puesto…’ Es su primera impresión. Es lo primero que comunicará a los apóstoles que corren también al sepulcro.
Ya hemos escuchado. Cuando ven las vendas en el suelo, el sudario doblado aparte creen, pero no que se hayan llevado el cuerpo de Jesús, sino que la palabra de Jesús en verdad se ha cumplido. Era verdad, ha resucitado el Señor. Leemos el evangelio no en un solo texto, sino que en el conjunto de los evangelistas corroboramos todos los datos. Y tenemos que decir con los versos de la secuencia, en labios de María Magdalena, que más tarde tendrá la experiencia del encuentro con el Señor resucitado ‘¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’
Es lo que desde anoche, cuando en la Vigilia Pascual celebramos la resurrección del Señor, nos hemos venido repitiendo y nos ha llenado de alegría. Ha crecido  nuestra fe, se ha consolidado la esperanza, nos hemos puesto en el nuevo camino del amor.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Es lo que ha sido fundamento de nuestra fe y lo que generación tras generación desde aquellos primeros testigos de la resurrección la Iglesia ha continuado proclamando.
Es lo que da sentido último y profundo a toda nuestra vida. Es lo que sustenta toda nuestra fe y todo nuestro actuar cristiano. Es lo que nos ha hecho testigos de la luz y de la vida; es lo que en verdad nos compromete a ser testigos de Cristo con nuestro amor y con todo  nuestro compromiso cristiano.
Es lo que dio fuerza a los mártires que fueron capaces de dar su vida por la fe en Jesús. Es lo que ha dado y sigue dando empuje a tantos cristianos que como  misioneros se han lanzado por el mundo en el anuncio del evangelio.
Es lo que da fuerza y coraje para luchar por un mundo nuevo y mejor transformado desde el amor. ¡Cuántos cristianos, anónimos muchas veces, van dando testimonio de la resurrección del Señor con su palabra, con su trabajo, con su compromiso!
Es lo que nos da sentido para no perder nunca la esperanza y la alegría de vivir aunque la vida pueda llenarse de nubarrones por los problemas y dificultades que nos aparezcan o el dolor y el sufrimiento nos envuelvan. ¡Qué ejemplo más hermoso hemos tenido en nuestro recordado don Felipe – obispo emérito de Tenerife - en su enfermedad y que el Señor precisamente en la tarde del Viernes Santo ha querido llevarse a participar ya de la pascua eterna del cielo!
Es la gracia que sustenta el trabajo de tantos cristianos comprometidos por los demás y que generosamente comparten lo que son y lo que tienen porque no soportan el sufrimiento de tantos en sus carencias y necesidades en momentos difíciles. Compromisos con los pobres, con los enfermos, con los ancianos, con los discapacitados, con los enfermos de SIDA, con los esclavizados en el mundo de la droga, con los últimos del mundo y de la sociedad…
Es lo que nos convierte en levadura buena que quiere hacer fermentar la masa de nuestro mundo para que vayan brotando cada vez más las flores y los frutos del amor, suscitando almas generosas y desprendidas para hacer el bien y ser capaces de sacrificarse por los otros.
Es la fuerza de Cristo resucitado que inunda nuestras vidas y quiere rebosar sobre nuestro mundo para hacerlo mejor. Y cuando estamos celebrando el triunfo de Cristo en su resurrección tenemos que hacer ese cántico también a tantos comprometidos desde su fe para anunciar con su vida la Buena Nueva de Jesús en este mundo concreto en que vivimos.
Y es que los cristianos ni nos encerramos en nosotros mismos, ni sólo nos contentamos en cantar nuestra alegría. No somos seres utópicos que nos contentemos con soñar, sino que sabemos arremangarnos para trabajar por hacer un mundo mejor, por sembrar la semilla de la fe y del amor en medio del mundo.
La luz de Cristo resucitado que hoy ilumina nuestras vidas es fuerza y es gracia que nos pone en camino, que implica toda nuestra vida, que nos hace ser mejores nosotros superando tentaciones y egoísmos, que nos convierte en fermento de nuestro mundo, que nos hace ir sembrando las semillas de los valores del evangelio en el amplio campo que nos rodea.
La luz y la fuerza de Cristo resucitado no nos hace quedarnos con los brazos cruzados sino que nos compromete hondamente para ser siempre y en todo lugar esos testigos entusiastas y convencidos de nuestra fe, de que Cristo verdaderamente ha resucitado.
Hoy estamos celebrando con gozo grande el día de la Resurrección del Señor. Es la Pascua. Hemos venido queriendo abrir nuestro corazón a lo largo de toda la cuaresma para este momento pascual, para acoger de verdad a Dios que llega a nuestra vida en la muere y resurrección de Jesús para inundarnos de su vida y de su salvación, de su gracia y de su amor. Todos esos pasos que hemos ido dando, que en ocasiones habrán podido ser costosos en esa tarea de superación, nos traen a que ahora vivamos esta alegría de la pascua, a que ahora podamos cantar con tanto entusiasmo que Cristo resucitó, a que repitamos una y otra vez sin cansarnos el aleluya de la resurrección.
‘Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da tus fieles parte en tu victoria santa’, proclamamos con la secuencia. Estamos celebrando, sí, la victoria de Cristo resucitado, pero que es celebrar también nuestra victoria en El en la medida que nos unimos a El, en la medida en que participamos plenamente de su muerte y resurrección, en la medida en que queremos vivir en su amor y por su amor. Hemos de resucitar con Cristo. Hemos de dejarnos transformar por la luz de Cristo resucitado para vivir la vida nueva de la gracia.
Vivamos el gozo de la resurrección del Señor. Que por el entusiasmo de nuestra alegría y nuestra fe todos puedan conocer de verdad que Cristo verdaderamente ha resucitado. Feliz pascua de resurrección. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’

Que las trompetas anuncien la salvación ¡Cristo ha resucitado!

Marcos. 16, 1-7
‘Exulten por fin los coros de los ángeles… que las trompetas anuncien la salvación… goce toda la tierra inundada de tanta claridad… alégrese toda la iglesia revestida de luz tan brillante por la victoria de rey tan poderoso…’
Así hemos comenzado hoy nuestra liturgia en esta vigilia gloriosa de la resurrección del Señor proclamando el pregón de Pascua. Un pregón que tiene que resonar muy fuerte para que llegue a todos los rincones porque todos han de conocer que Cristo ha resucitado y El es nuestra luz y nuestra vida, en El hemos encontrado nuestra salvación y nuestra gloria.
Llenos de alegría, inundados de luz cantamos a Cristo resucitado. Hemos ido escuchando la Palabra de Dios que nos trasmitía la historia de la salvación preparándonos para este momento. La luz de Cristo resucitado brilla con todo resplandor iluminando no sólo este templo, sino inundando de luz y de alegría nuestros corazones que queremos contagiar a todos. Por eso hemos comenzado con ese rito del fuego nuevo y de la luz, porque es la luz nueva de Cristo resucitado la que ilumina nuestra vida.
Es el anuncio gozoso que resuena en esta noche en toda la Iglesia. ¡Cristo ha resucitado! ¡resucitó el Señor! Es nuestro grito y nuestro canto. Es la alegría más honda que queremos trasmitir a toda la tierra.
Como nos contaba el evangelio las piadosas mujeres iban al sepulcro pensando en embalsar el cuerpo muerto de Jesús y preocupadas por quién les ayudaría a correr la piedra grande que cerraba la entrada del sepulcro. Pero la piedra estaba corrida y eso que era muy grande, como comenta el evangelista. Pero el sepulcro estaba vacío.
Allí no estaba el cuerpo de Jesús. ‘Vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco y se asustaron’. No era para menos. Buscaban el cuerpo muerto de Jesús y lo que se encuentran es aquel joven. ‘No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús, el Nazareno, el crucificado No está aquí. ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron’.
Ha resucitado, Es el anuncio que disipa todos sus temores. Las palabras que había anunciado Jesús tenían su pleno cumplimiento. Habia anunciado que iba a ser entregado y que moriría en la cruz, pero que al tercer día resucitaría. ‘El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de los pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar’, había dicho. Ahí está el cumplimiento ¡Ha resucitado! Ya no podemos buscar entre los muertos al que vive. No nos quedamos en la muerte sino que queremos llegar a la vida. Por eso es Pascua, porque es paso de la muerte a la vida, porque es el paso de Dios por nosotros en Cristo Jesús que ha muerto pero que Dios ha resucitado constituyéndolo Señor y Mesías.
Es nuestra alegría. La alegría que esta noche cantamos a todo pulmón. Es el gozo y la alegría que queremos trasmitir. En la tarde del viernes levantábamos los ojos a lo alto y aprendíamos la gran lección del amor que daba sentido y valor a todo sufrimiento y dolor. El amor nunca será vencido. El amor será el triunfador final. Aunque podría haber parecido una derrota el contemplarlo muerto colgado del madero, es la gran victoria del amor que ahora tiene su realización plena. No buscamos sólo al crucificado sino al Señor que vive y vive para siempre; buscamos al Señor que vive y que nos ha llenado de vida; buscamos al Señor que nos amó hasta el extremo y nos está enseñando lo que es la victoria del amor.
Este acontemiento que estamos celebrando es algo que nos está transformando totalmente nuestra vida. Desde ahora todo tiene que ser distinto. Primero ha llegado la redención y la salvación a nuestra alma con la muerte y resurrección de Jesus que ha borrado toda muerte y todo pecado. Nuestra vida tiene que ser distinta porque el pecado y el mal han sido vencidos, la muerte ha sido derrotada por el amor. Nuestra vida tiene que ser distinta porque ahora sí comprendemos bien todo el sentido y el valor del amor. Nuestra vida tiene que ser distinta porque de ahora en adelante va a estar siempre envuelta por el amor.
Desde Cristo resucitado ya no podemos vivir sino para amar; desterrados lejos de nosotros tienen que estar todos nuestros orgullos y nuestros egoismos, todo ese mal que tantas veces ha anidado en nuestro corazón; nuestro vivir ha de ser para amar, para compartir, para lavar los pies, para ser para siempre solidarios con los demás, para ayudar a alejar del corazón de los hombres cualquier sombra de sufrimiento, para vivir en una nueva comunión con los hermanos, para hacer en verdad un mundo nuevo lleno de paz y de justicia.
Nuestra alegría no solo tiene que manifestarse con nuestros cantos sino con las obras de nuestro amor. Tenemos que contagiar a los que nos rodean de la alegría de Cristo resucitado, y contagiar de esa alegría es contagiar de amor; es decir que es posible vivir amándonos, y perdonándonos, y haciéndonos el bien los unos a los otros.
No podemos permitir que las sombras de la muerte sigan inundando nuestro mundo. Las fuerzas del mal siguen con su batalla y son una tentación fuerte y constante para nuestra vida. Pero por muy fuertes que sean las fuerzas del mal no nos desalentamos en nuestra lucha por hacer un mundo mejor porque creemos en el que venció la muerte, el mal, el pecado con su amor cuando dio su vida por nosotros en la cruz; porque creemos en Cristo resucitado y en El tenemos nuestra fuerza y nuestra luz.
Es Cristo resucitado, al que esta noche estamos cantando con tanta alegría, quien nos pone en camino y ese camino en búsqueda del amor, en búsqueda de hacer un mundo mejor ya no se puede detener. Tenemos la fuerza de Cristo resucitado con nosotros que para eso nos da su Espíritu. Será el regalo de pascua que hará a sus discípulos en el Cenáculo para el perdón de los pecados.
El mundo tiene que llenarse de luz. Y nosotros que hemos encendido esta noche nuestra luz en la luz de Cristo resucitado, en la luz del Cirio Pascual estamos obligados a llevarla a los demás, a llevarla a nuestro mundo para disipar toda tiniebla. Esa luz que no podemos esconder debajo del celemín sino que tenemos que ponerla muy alto para que ilumine a todos.
Tenemos que trasmitir esa luz. Tenemos que trasmitir esa alegría. Tenemos que comunicar al mundo que Cristo ha resucitado. Que ese sea nuestro saludo, nuestro anuncio, nuestro deseo, nuestra verdadera felicitación que vayamos trasmitiendo a los demás.
¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado. Resucitemos con El. Hagamos resucitar a nuestro mundo con el amor.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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