Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

Amigos que entran a esta Casa de Paz. Gracias por estar aqui. Clikea en seguir y unete a nosotros

viernes, 31 de octubre de 2014

Reunidos con toda la Iglesia veneramos la memoria de todos los santos y cantamos la alabanza del Señor

Reunidos con toda la Iglesia veneramos la memoria de todos los santos y cantamos la alabanza del Señor

Apoc. 7, 2-4.9-14; Sal. 23; Mt. 5, 1-12
‘Reunidos en comunión con toda la Iglesia veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor; la de su esposo san José; la de los santos apóstoles y mártires… y la de todos los santos; por sus méritos y oraciones concédenos en todo tu protección’.
Es la conmemoración que se hace en la primera plegaria eucarística - de manera semejante en el resto de plegarias eucarísticas - cada vez que la Iglesia se reúne para celebrar la Eucaristía. ‘Reunidos en comunión con toda la Iglesia…’ decimos. Así tenemos que sentirnos siempre. Hoy en esta Solemnidad la Iglesia lo hace de manera especial cuando queremos celebrar a todos los santos; a ellos queremos sentirnos unidos en comunión con toda la Iglesia, la Iglesia que aún peregrina en este mundo, con la Iglesia triunfante y gloriosa con la que deseamos un día poder merecer ‘compartir la vida eterna y cantar las alabanzas del Señor’, como expresamos también en otra de las plegarias.
Y cuando celebramos a todos los santos como hoy lo hacemos, lo mismo que cuando hacemos memoria y celebramos ya en particular a cada uno a lo largo del año litúrgico, queremos contar con su ejemplo y con su intercesión. ‘Por sus méritos y oraciones concédenos en todo tu protección’, pedimos.
Una fiesta muy hermosa la que hoy celebramos que nos llena de alegría, de optimismo y de esperanza a los cristianos que aun caminamos en este valle de lágrimas. De la alegría, porque celebramos el triunfo y la gloria de esa multitud innumerable de personas que ya gozan de Dios y, al mismo tiempo, desde Dios siguen en contacto con nosotros como intercesores y como estímulo de vida, como hemos expresado. Ellos son el mejor fruto de la Pascua de Cristo, y quieren vernos a nosotros también asociados a su triunfo.
Del optimismo, porque nosotros lo mismo que ellos, siendo fieles al Espíritu Santo y haciendo el mismo camino del Evangelio, podemos llegar a la meta, a nuestra plenitud en Dios y gozar eternamente de su gloria y de su paz.
De esperanza, porque ellos fueron hombres y mujeres como nosotros que, viviendo su vida ordinaria al ritmo de la voluntad de Dios, en circunstancias a veces mucho tan difíciles o más que las nuestras, pudieron alcanzar la misma santidad a la que todos estamos llamados.
Nos alegramos, pues, en esta fiesta, pero su celebración es un estímulo grande para nuestra vida. Nos ha de hacer reflexionar mucho la contemplación de esa multitud innumerable que canta la gloria del Señor, como nos describe el libro del Apocalipsis. Nos recuerda que nosotros hemos de formar parte de ese cortejo del Cordero porque somos también los redimidos del Señor. Es nuestra grandeza y nuestra gloria porque con la sangre del Cordero hemos sido redimidos y rescatados, hemos sido purificados - hemos lavado y blanqueado nuestras vestiduras, nuestra vida, en la sangre del Cordero - y nos hemos convertido en hijos.
Grande es nuestra dignidad y nuestra gloria por pura gracia, por la gran benevolencia del Señor que ha sido el que nos ha llamado hijos cuando por la fuerza del Espíritu divino desde nuestro Bautismo hemos participado de la vida divina y comenzado a ser hijos de Dios. Y estamos llamados a que un día podamos verle cara a cara porque ‘seremos semejantes a El y lo veremos tal cual es’. ¿No es esto motivo para la alegría, para el optimismo y para la esperanza?
Contemplar hoy la gloria de todos los santos, además de llenarnos de esperanza en ese deseo de un día participar también de su gloria, nos hace sentirnos impulsados con su ejemplo a vivir nosotros esa santidad en nuestra vida. ‘Todo el que tiene esperanza en El se purifica a si mismo, como El es puro’, nos decía la carta de san Juan. Queremos ser santos, queremos purificarnos, queremos emprender ese camino de la santidad desde ese ejemplo y modelo que son para nosotros todos los santos que hoy celebramos. Sabemos que podemos ser santos porque otros hermanos nuestros, con nuestras mismas debilidades y flaquezas, lograron hacer ese camino de santidad.
¿Qué es lo que ellos hicieron? Seguir un camino de fidelidad. Empaparse del espíritu del Evangelio de Jesús para así vivir la vida de Jesús y merecer la bienaventuranza, como hoy escuchamos en el evangelio. Vivieron la gratuidad del amor de Dios en sus vidas y sus vidas se vieron transformadas por la fuerza del amor haciendo realidad el Reino de Dios en sus vidas y más presente en consecuencia en el mundo que les rodeaba.
El profeta había anunciado que los pobres, los hambrientos, los que estaban llenos de sufrimientos, los oprimidos eran los destinatarios de la salvación. Recordemos lo anunciado en la sinagoga de Nazaret. Serán ellos los que van a experimentar en sus vidas mejor que nadie lo que es esa gratuidad del amor de Dios. ‘De ellos es el Reino de los cielos, escuchamos hoy en las bienaventuranzas, ellos serán consolados, quedarán saciados, alcanzarán misericordia, verán a Dios, se llamarán hijos de Dios’. Por eso, nos dirá Jesús que serán ‘dichosos los pobres, y los que sufren, y los hambrientos, y los que tienen un corazón limpio de maldades pero lleno de misericordia, los que trabajan por la justicia y por la paz, aunque no sean comprendidos o sean despreciados o perseguidos’.
Ese ha de ser nuestro camino. No nos sirven las autosuficiencias o el creernos ya poseedores de todo porque con ello creemos que seríamos felices. No nos vale encerrarnos en nosotros mismos o  en nuestras cosas olvidándonos o prescindiendo de los demás. La salvación no la alcanzamos por nosotros mismos por muchas cosas que tengamos o creamos saber. Desde la gratuidad del amor de Dios hemos de aprender a actuar de la misma manera para vaciarnos de nuestro yo siendo capaces de olvidarnos de nosotros mismos para dar cabida en nuestro corazón a los demás, sintiendo en nosotros el dolor de los que sufren, el hambre de los hambrientos, los deseos de paz y de justicia de todos los hombres de buena voluntad.
El que está lleno de si mismo y de aquello que piensa que son sus riquezas, no tendrá lugar en su corazón para dar cabida a los demás. El que no ha sabido experimentar en su vida lo que es la misericordia y el amor de Dios no sabrá lo que es tener misericordia con los otros para amarlos con un amor generoso. El que no ha sabido poner a Dios en el centro de su corazón no tendrá ojos para mirar con una mirada distinta de amor a los que le rodean, como el que no sabe abrir su corazón desinteresada y generosamente a los demás tampoco será capaz de abrirlo a Dios, para que sea en verdad el único Señor de su vida y viva en consecuencia el Reino de Dios.
Cuando emprendemos ese camino sentiremos en el corazón la dicha y la felicidad más grande, aunque nos cueste arrancarnos de nosotros mismos y tengamos que llorar quizá lágrimas amargas en el corazón al hacer nuestro el sufrimiento de los demás, pero que se convertirán al final en lágrimas de amor, de dicha y de felicidad.
Y todo eso, nos dice el Señor, que un día lo podremos vivir en plenitud en la gloria del cielo. Hoy lo contemplamos en todos los santos que estamos celebrando y que nos sirven de estímulo y ejemplo. Hoy les pedimos a todos los santos que sean intercesores nuestros para alcanzarnos del Señor esa gracia que nos haga gustar ese amor gratuito de Dios y nos llene de la fuerza de su Espíritu para vivir con toda intensidad la Buena Nueva del Evangelio de Jesús.

Hacemos ahora el camino de la Iglesia peregrina, alimentados con la gracia y la presencia del Señor que se nos da y nos llena de vida en la mesa de los Sacramentos con la esperanza de que un día podamos participar con todos los ángeles y los santos en la mesa del banquete del Reino de los cielos, enjugadas ya las lágrimas de nuestros ojos en la contemplación de la gloria de Dios, cantando eternamente las alabanzas del Señor.

viernes, 24 de octubre de 2014

El amor de Dios nos llena de humanidad con unas actitudes nuevas y una mirada distinta a los que caminan junto a nosotros en la vida

El amor de Dios nos llena de humanidad con unas actitudes nuevas y una mirada distinta a los que caminan junto a nosotros en la vida

Ex. 22,21-27; 1Ts. 1, 5-10; Mt. 22, 34-40
Se suceden los distintos grupos entre los judíos para hacerle preguntas a Jesús; los fariseos, los herodianos, los saduceos unos tras otros no sabiendo como coger a Jesús en sus palabras para poder acusarlo vienen con preguntas capciosas y llenas de trampa, aunque aparentemente ingenuas y archisabidas. Hoy vienen poco menos que a examinar a Jesús a ver si se sabe los mandamientos, porque lo que le preguntan era algo que todo judío conocía muy bien y repetía muchas veces al día como una oración. Con esas palabras del Deuteronomio y del Levítico les responde Jesús.
Pero creo que a nosotros nos viene bien porque nos ayudará a que reflexionemos y sepamos encontrar lo que verdaderamente es fundamental, pero no solo como palabras aprendidas de memoria, sino encontrando la forma de plasmarlo plenamente en nuestra vida. La pregunta hoy de los fariseos por el mandamiento principal y con la respuesta de Jesús del amor a Dios sobre todas las cosas y el amor al prójimo como a nosotros mismos nos hace centrarnos de verdad en lo que viene a significar ese amor a Dios y en lo que se ha de traducir en nuestra vida cristiana.
Ser cristiano es vivir el amor que Dios nos ha regalado en la vida, las actitudes y valores, el camino nuevo que Jesús ha recorrido. Partimos de ahí, de ese amor que Dios nos ha regalado y con el que nosotros hemos de amar también. Y es que me atrevería a decir que el amor de Dios nos llena de humanidad. El amor de Dios,  y es el amor que El nos tiene y el amor con que nosotros hemos de responder, nos tiene que hacer más humanos, porque va a mejorar nuestra manera de vivir, nuestras actitudes, nuestra relación con los demás.  Cómo ha de ser ese amor en lo que podríamos llamar su doble dimensión, pero que podríamos decir que es única, lo aprendemos de Jesús.
Sería un error pensar que el amor de Dios nos espiritualiza tanto que nos hace olvidar a los demás. De ninguna manera podemos pensar eso, cuando además al preguntarle a Jesús por el primer mandamiento responde hablándonos del amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser, y a continuación sigue diciéndonos que el segundo es semejante y el segundo es amar al prójimo como a uno mismo. No se puede separar uno del otro porque no podría haber amor verdadero a Dios.
El amor que Jesús nos está enseñando, podríamos decir, que entraña una experiencia nueva. Alguien ha escrito que ‘Amar tiene que ver con poner la vida al lado de Jesús, centrarla en él para ser, vivir y pensar la vida, en los demás y las cosas como él las ve y las piensa. Amar es sentir el amor de Dios y el amor por los hombres, viviendo en continuo agradecimiento por la vida, por lo bueno, lo grande y bello que nos rodea; es ponernos al lado del defensor de la vida y la dignidad de sus hijos (nuestros hermanos); es tener y optar por una actitud, aprendida de Jesús, de sensibilidad por el dolor y sufrimiento que causamos, una actitud de ponernos al servicio de la humanización de nuestro entorno; es regirnos por mirar lo que es más humano y no por las ganancias; es aparcar nuestras actitudes intolerantes ante los demás’.
El amor que recibimos de Dios se hace amor a los demás. El amor de Dios mismo, sus mismos sentimientos se reflejan en nosotros. Como fue la vida de Jesús. Por eso nos ponemos a su lado para aprender a amar con un amor como el suyo, para aprender a amar con su mismo amor. Manifiesta su misericordia y su compasión, por eso acoge a los débiles, a los pecadores, está al lado de los que sufren, hace suyo el sufrimiento de los demás. Lo fue toda su vida; lo vemos de una forma sublime en la cruz, donde está cargando con todos nuestros sufrimientos y dolores, con todas nuestras angustias y vacíos. Y eso lo hace el amor. Por eso decíamos antes que es como una única dimensión.
Y esto es muy serio y muy comprometido, porque no son sentimientos pasajeros, compasión de un día. Es envolver toda nuestra vida en ese amor de Dios que se va a traducir, como ya hemos dicho, en un sentido de vida distinto, en unas actitudes profundas que nos van a llenar de una inquietud desde lo más hondo de nosotros de manera que ya no podemos ser insensibles ante lo que le pase a los demás. Vamos a sufrir en nuestra carne lo que son los sufrimientos de aquellos a los que amamos, los sufrimientos de todos nuestros hermanos. Decimos ponernos en su lugar, pero con un amor como el de Jesús todavía es mucho más. No pasaba Jesús al lado de los que sufrían simplemente diciendo palabras bonitas, sino que su presencia daba vida, llenaba de vida, transformaba la vida de cuantos se acercaban a El. Para eso terminó dando su vida.
Y ahora todo eso lo tenemos que ir manifestando en el día a día de nuestra vida, allí donde estamos, con las personas con las que convivimos todos los días pero también con todos aquellos con los que nos vamos encontrando en los caminos de la vida. Muchas veces tenemos el peligro de ir caminando con zombis que no vemos, no oímos, no nos queremos enterar de lo que pasa a nuestro lado, lo que está pasando quizá delante de los ojos.
Caminamos insensibles, quizá absortos en nuestros pensamientos, y ahí a nuestro lado en la acera de la calle hay alguien que sufre y no somos capaces de mirarle a los ojos, quizá para que no nos haga daño su mirada, para que no despierte nuestra sensibilidad. Esa no era la manera de caminar de Jesús porque fue capaz de darse cuenta de aquel inválido que estaba allá en un rincón sin que nadie hiciera por él, o por el ciego que estaba a la vera del camino o en la calle de Jerusalén pidiendo limosna.
Así tendría que dolernos en el alma esa familia que está ahí cercana a nuestra casa y lo está pasando mal y quizá no puede alimentar debidamente a sus niños; o dolernos aquel enfermo o aquel anciano que está solo y que nadie escucha; o ese inmigrante que con un cartelito está tratando de llamar nuestra atención y nosotros quizá queremos pasar de largo, tratando de justificarnos con nuestras sospechas y desconfianzas. Tenemos que confesar que muchas veces nos hacemos insensibles y no queremos complicarnos la vida, pero decimos que amamos a Dios sobre todas las cosas. ¿Es de verdad que lo amamos y podemos tener actitudes o posturas así?
Amamos a Dios y tenemos que amarlo de verdad sobre todas las cosas, pero ese amor nos humaniza, nos tiene que hacer surgir actitudes nuevas hacia los demás, nos hace tener una mirada distinta, nos hace caminar de una manera solidaria sintiendo como propio lo de los demás. Algunas veces nos cuesta; quizá querríamos en ocasiones refugiarnos en un mero cumplimiento; pero nos damos cuenta de que cuando amamos a Dios aprendemos a amar con el amor de Dios, nos hemos puesto al lado de Jesús y estamos queriendo amar con su mismo amor.
El Espíritu de Dios que es espíritu de amor está con nosotros, se ha derramado en nuestros corazones. Dejémonos conducir por El.


sábado, 18 de octubre de 2014

Porque nos sentimos amados de Dios no podemos perder la alegría de la fe que además hemos de compartir con los demás

Porque nos sentimos amados de Dios no podemos perder la alegría de la fe que además hemos de compartir con los demás

Is. 45, 1.4-6; Sal. 95; 1Tes. 1, 1-5; Mt. 22, 15-21
Quizá podríamos comenzar nuestra reflexión en torno a la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado con el lema de esta Jornada del Domund que estamos celebrando: ‘Renace la alegría’. Es una invitación, como lo es esta jornada misionera, a compartir la alegría del evangelio, la alegría de nuestra fe con todos.
No podemos perder esa alegría porque eso podría significar que se está debilitando nuestra fe. ¿De dónde arranca esa alegría? ¿Es que puede haber algo más hermoso y que pueda hacer nacer mejor alegría en nuestro corazón que sentirnos hijos de Dios, sentirnos amados de Dios? De ahí tenemos que partir. Ese es el gran anuncio del Evangelio; esa es la gran Buena Noticia de nuestra vida que tiene que llenarnos de la alegría más grande que nadie nos puede quitar y que nos obligará a anunciarla a los demás.
Nos lo recuerda la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado en las distintas lecturas. San Pablo, por ejemplo, habla de la fe, del entusiasmo de la fe que viven los tesalonicenses a los que dirige su carta; una fe que se manifiesta en el amor que se tienen y en la esperanza que los mantiene firmes a pesar de las dificultades o problemas que pueden ir apareciendo en la vida. Se sienten amados y elegidos de Dios y eso hace que su vida sea distinta.
Pero ya en la primera lectura se nos hace una proclamación muy clara de lo que es nuestra fe. Como verdaderos creyentes reconocemos un solo Dios y Señor de nuestra vida y como venido de su mano y de su amor cuanto nos sucede. Son manifestaciones de ese amor de Dios que reconocemos con nuestra fe. El profeta está haciendo una lectura de su historia, de la historia del pueblo de Israel. El texto del profeta Isaías que escuchamos es un texto de después del exilio de Babilonia. Y están viendo en la actuación de Ciro que ha dado la libertad a su pueblo un actuar de Dios.
Ciro es un rey pagano que no conoce a Dios y sin embargo se le llama el Ungido; es el elegido y llamado por Dios, aunque no lo conozca, para dar la libertad al pueblo de Dios. ‘Te llamé por tu nombre, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay otro Dios. Te pongo la insignia, aunque no me conozcas, para que sepan que no hay otro Dios fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro’.
Ahí tenemos una proclamación de fe en el Señor en quien tenemos que reconocer como nuestro único Dios. Es el Dios que nos ha elegido y nos ha amado con amor eterno, desde toda la eternidad, a pesar de que en nuestra indignidad muchas veces no lo conozcamos o no lo reconozcamos. En ese amor eterno de Dios nos ha enviado a Jesús, su Hijo, para manifestarnos ese amor, para obtener para nosotros la redención y el perdón de nuestros pecados, para regalarnos su Espíritu de amor que nos hace hijos, nos convierte en hijos amados de Dios. Pero podríamos decir que el texto viene a ser una invitación para que lo reconozcamos, reconozcamos su amor y así se llene de alegría nuestro corazón.
 El evangelio también viene a ser en el fondo una invitación a reafirmar nuestra fe. Vienen hasta Jesús a ponerlo a prueba, a comprometerlo con una pregunta. Por allí andan los fariseos que se valen de unos herodianos, que no eran partidarios de pagar los tributos al dominador romano. Vienen con preguntas donde no se están manifestando con toda sinceridad, porque aunque alaban la veracidad de Jesús - ‘sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie ni te fijes en la apariencias’, bonitas palabras que ocultan la trampa que quieren tender - le preguntan si es o no lícito pagar el impuesto del César.
Si ellos vienen con sagacidad Jesús conoce mejor que nadie los corazones de los hombres y saben que quieren tenderle un trampa; de ahí la respuesta de Jesús utilizando la efigie reflejada en la moneda. ¿Es la imagen del César? Luego aquella moneda pertenecerá al César. Por eso les responde: ‘Pues pagadle al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios’.
Por encima de las trampas que quieren tenderle Jesús nos está diciendo en qué lugar tenemos que poner a Dios en nuestra vida. El es nuestro único Señor y siempre ha de estar por encima de todo y en el centro de todo. Cuando le preguntaban una y otra vez también con las mismas torcidas intenciones cuál era el mandamiento principal, Jesús siempre les responderá con el texto del Deuteronomio ‘el Señor, tu Dios, es el único Señor; a El amará con todo tu ser, con toda tu mente, con todo corazón’; como decimos en los mandamientos ‘amarás a Dios sobre todas las cosas’.
Brevemente recordar aquí que en el fondo, como consecuencia, nos estará diciendo Jesús que nuestras obligaciones y nuestro compromiso con el mundo en que vivimos, con la sociedad en la que hacemos nuestra vida no lo podemos descuidar, sino todo lo contrario también desde nuestra fe hemos de sentir ese compromiso por contribuir a hacer que nuestro mundo sea mejor; un compromiso que está en la colaboración que también con los impuestos realizamos, pero que además tendríamos que ver hasta donde más tendría que llegar ese compromiso para con nuestra participación activa trabajar en bien de nuestra sociedad. No nos podemos desentender así porque si del mundo en que vivimos. También desde nuestra fe nos tenemos que sentir obligados y comprometidos a participar. Por ahí tendríamos que traducir también lo de ‘dad al Cesar lo que es del Cesar’.
Pero conectemos con el pensamiento con que iniciamos nuestra reflexión, la alegría de nuestra fe. Es la alegría llena de esperanza con que hemos de vivir todo esto que venimos reflexionando, porque no se nos puede quedar en una teoría, por así decirlo, que tengamos en la cabeza. Este pensamiento del amor de Dios tiene que llegarnos al corazón. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría’, nos decía el Papa en la encíclica del gozo del evangelio y nos vuelve a recordar ahora en el mensaje para esta Jornada del Domund. 
Tenemos que hacer renacer esa alegría en nosotros si se ha mermado o acaso la hemos perdido. No tiene sentido un cristiano que no viva con alegría; la fe que lleva en su corazón y que impregna toda su vida le tiene que hacer explosionar de alegría, que tiene que manifestarse de muchas maneras en su vida. Primero ya no caben esas caras de circunstancias donde vamos por la vida con rostros serios y adustos. Esa fe que llevamos en el corazón nos da paz, y esa paz se tiene que expresar en nuestros rostros, en nuestra sonrisa, en ese entusiasmo con que vivimos nuestra fe y toda nuestra vida. No cabe que sea de otra manera.
Este año se nos ha propuesto como lema para esta jornada misionera del Domund, porque es esa alegría de la fe la que queremos llevar a los demás, la que queremos compartir con todos, la que queremos anunciar a los que no tienen fe, la que se ha de convertir en evangelio, en Buena Nueva de salvación que trasmitamos a los demás. Como nos dice el Papa Francisco, ‘¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!
Así nos decía en su mensaje: El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada (Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 2). Por lo tanto, la humanidad tiene una gran necesidad de alcanzar la salvación que nos ha traído Cristo. Los discípulos son aquellos que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio. Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización’.

No lo olvidemos, somos misioneros, tenemos que ser misioneros de la alegría de nuestra fe. Pensamos en lugares lejanos, el tercer mundo, pero pensamos también esos lugares cercanos a nosotros donde se ha perdido la alegría de la fe. El mundo nos necesita, necesita el mensaje del Evangelio. Y no olvidemos que hemos de empezar por los que están a nuestro lado para compartir con ellos también esa alegría que llevamos en el corazón.

Porque nos sentimos amados de Dios no podemos perder la alegría de la fe que además hemos de compartir con los demás

Porque nos sentimos amados de Dios no podemos perder la alegría de la fe que además hemos de compartir con los demás

Is. 45, 1.4-6; Sal. 95; 1Tes. 1, 1-5; Mt. 22, 15-21
Quizá podríamos comenzar nuestra reflexión en torno a la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado con el lema de esta Jornada del Domund que estamos celebrando: ‘Renace la alegría’. Es una invitación, como lo es esta jornada misionera, a compartir la alegría del evangelio, la alegría de nuestra fe con todos.
No podemos perder esa alegría porque eso podría significar que se está debilitando nuestra fe. ¿De dónde arranca esa alegría? ¿Es que puede haber algo más hermoso y que pueda hacer nacer mejor alegría en nuestro corazón que sentirnos hijos de Dios, sentirnos amados de Dios? De ahí tenemos que partir. Ese es el gran anuncio del Evangelio; esa es la gran Buena Noticia de nuestra vida que tiene que llenarnos de la alegría más grande que nadie nos puede quitar y que nos obligará a anunciarla a los demás.
Nos lo recuerda la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado en las distintas lecturas. San Pablo, por ejemplo, habla de la fe, del entusiasmo de la fe que viven los tesalonicenses a los que dirige su carta; una fe que se manifiesta en el amor que se tienen y en la esperanza que los mantiene firmes a pesar de las dificultades o problemas que pueden ir apareciendo en la vida. Se sienten amados y elegidos de Dios y eso hace que su vida sea distinta.
Pero ya en la primera lectura se nos hace una proclamación muy clara de lo que es nuestra fe. Como verdaderos creyentes reconocemos un solo Dios y Señor de nuestra vida y como venido de su mano y de su amor cuanto nos sucede. Son manifestaciones de ese amor de Dios que reconocemos con nuestra fe. El profeta está haciendo una lectura de su historia, de la historia del pueblo de Israel. El texto del profeta Isaías que escuchamos es un texto de después del exilio de Babilonia. Y están viendo en la actuación de Ciro que ha dado la libertad a su pueblo un actuar de Dios.
Ciro es un rey pagano que no conoce a Dios y sin embargo se le llama el Ungido; es el elegido y llamado por Dios, aunque no lo conozca, para dar la libertad al pueblo de Dios. ‘Te llamé por tu nombre, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay otro Dios. Te pongo la insignia, aunque no me conozcas, para que sepan que no hay otro Dios fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro’.
Ahí tenemos una proclamación de fe en el Señor en quien tenemos que reconocer como nuestro único Dios. Es el Dios que nos ha elegido y nos ha amado con amor eterno, desde toda la eternidad, a pesar de que en nuestra indignidad muchas veces no lo conozcamos o no lo reconozcamos. En ese amor eterno de Dios nos ha enviado a Jesús, su Hijo, para manifestarnos ese amor, para obtener para nosotros la redención y el perdón de nuestros pecados, para regalarnos su Espíritu de amor que nos hace hijos, nos convierte en hijos amados de Dios. Pero podríamos decir que el texto viene a ser una invitación para que lo reconozcamos, reconozcamos su amor y así se llene de alegría nuestro corazón.
 El evangelio también viene a ser en el fondo una invitación a reafirmar nuestra fe. Vienen hasta Jesús a ponerlo a prueba, a comprometerlo con una pregunta. Por allí andan los fariseos que se valen de unos herodianos, que no eran partidarios de pagar los tributos al dominador romano. Vienen con preguntas donde no se están manifestando con toda sinceridad, porque aunque alaban la veracidad de Jesús - ‘sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie ni te fijes en la apariencias’, bonitas palabras que ocultan la trampa que quieren tender - le preguntan si es o no lícito pagar el impuesto del César.
Si ellos vienen con sagacidad Jesús conoce mejor que nadie los corazones de los hombres y saben que quieren tenderle un trampa; de ahí la respuesta de Jesús utilizando la efigie reflejada en la moneda. ¿Es la imagen del César? Luego aquella moneda pertenecerá al César. Por eso les responde: ‘Pues pagadle al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios’.
Por encima de las trampas que quieren tenderle Jesús nos está diciendo en qué lugar tenemos que poner a Dios en nuestra vida. El es nuestro único Señor y siempre ha de estar por encima de todo y en el centro de todo. Cuando le preguntaban una y otra vez también con las mismas torcidas intenciones cuál era el mandamiento principal, Jesús siempre les responderá con el texto del Deuteronomio ‘el Señor, tu Dios, es el único Señor; a El amará con todo tu ser, con toda tu mente, con todo corazón’; como decimos en los mandamientos ‘amarás a Dios sobre todas las cosas’.
Brevemente recordar aquí que en el fondo, como consecuencia, nos estará diciendo Jesús que nuestras obligaciones y nuestro compromiso con el mundo en que vivimos, con la sociedad en la que hacemos nuestra vida no lo podemos descuidar, sino todo lo contrario también desde nuestra fe hemos de sentir ese compromiso por contribuir a hacer que nuestro mundo sea mejor; un compromiso que está en la colaboración que también con los impuestos realizamos, pero que además tendríamos que ver hasta donde más tendría que llegar ese compromiso para con nuestra participación activa trabajar en bien de nuestra sociedad. No nos podemos desentender así porque si del mundo en que vivimos. También desde nuestra fe nos tenemos que sentir obligados y comprometidos a participar. Por ahí tendríamos que traducir también lo de ‘dad al Cesar lo que es del Cesar’.
Pero conectemos con el pensamiento con que iniciamos nuestra reflexión, la alegría de nuestra fe. Es la alegría llena de esperanza con que hemos de vivir todo esto que venimos reflexionando, porque no se nos puede quedar en una teoría, por así decirlo, que tengamos en la cabeza. Este pensamiento del amor de Dios tiene que llegarnos al corazón. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría’, nos decía el Papa en la encíclica del gozo del evangelio y nos vuelve a recordar ahora en el mensaje para esta Jornada del Domund. 
Tenemos que hacer renacer esa alegría en nosotros si se ha mermado o acaso la hemos perdido. No tiene sentido un cristiano que no viva con alegría; la fe que lleva en su corazón y que impregna toda su vida le tiene que hacer explosionar de alegría, que tiene que manifestarse de muchas maneras en su vida. Primero ya no caben esas caras de circunstancias donde vamos por la vida con rostros serios y adustos. Esa fe que llevamos en el corazón nos da paz, y esa paz se tiene que expresar en nuestros rostros, en nuestra sonrisa, en ese entusiasmo con que vivimos nuestra fe y toda nuestra vida. No cabe que sea de otra manera.
Este año se nos ha propuesto como lema para esta jornada misionera del Domund, porque es esa alegría de la fe la que queremos llevar a los demás, la que queremos compartir con todos, la que queremos anunciar a los que no tienen fe, la que se ha de convertir en evangelio, en Buena Nueva de salvación que trasmitamos a los demás. Como nos dice el Papa Francisco, ‘¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!
Así nos decía en su mensaje: El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada (Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 2). Por lo tanto, la humanidad tiene una gran necesidad de alcanzar la salvación que nos ha traído Cristo. Los discípulos son aquellos que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio. Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización’.

No lo olvidemos, somos misioneros, tenemos que ser misioneros de la alegría de nuestra fe. Pensamos en lugares lejanos, el tercer mundo, pero pensamos también esos lugares cercanos a nosotros donde se ha perdido la alegría de la fe. El mundo nos necesita, necesita el mensaje del Evangelio. Y no olvidemos que hemos de empezar por los que están a nuestro lado para compartir con ellos también esa alegría que llevamos en el corazón.

sábado, 11 de octubre de 2014

Todos estamos invitados a participar en el banquete de bodas del Reino de Dios llevando el traje de fiesta de las actitudes nuevas del evangelio

Todos estamos invitados a participar en el banquete de bodas del Reino de Dios llevando el traje de fiesta de las actitudes nuevas del evangelio

Is. 25, 6-10; Sal. 22; Filp. 4, 12-14.19-20; Mt. 22, 1-14
Las imágenes con que nos describe la profecía de Isaías los tiempos mesiánicos son bellas y de una gran riqueza en su significado. Los comentaristas hablan de un sentido apocalíptico y escatológico de estos capítulos de Isaías. Cuando se emplea esta expresión apocalíptica no es en el sentido que comúnmente se tiene del Apocalipsis como de catástrofes terroríficas de los últimos tiempos, sino del sentido de revelación - eso significa la palabra Apocalipsis -y de esperanza para esos momentos de la plenitud de los tiempos con la llegada del Mesías y el establecimiento del Reino nuevo.
La imagen del banquete, como nos dice de manjares suculentos y enjundiosos y vinos de solera y generosos, expresa esa dicha nueva que se vivirá cuando aceptemos y vivamos el sentido del Reino nuevo anunciado y proclamado por el Mesías. Serán momentos donde ha de desaparecer todo dolor y todo sufrimiento y serán momentos de dicha y felicidad. ‘Arrancará el velo que cubre todo los pueblos - el velo del luto y del dolor - y aniquilará la muerte para siempre’, nos dice el profeta.
Por eso termina con una invitación a la celebración y a la fiesta por esa salvación que llega; ‘Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara’. Tendríamos que escuchar con los oídos del corazón bien abiertos ese anuncio del profeta que sigue teniendo valor para nosotros hoy y que hoy llega a nosotros como Palabra del Señor.
Son palabras esperanza y anuncio de un sentido nuevo de la vida y de todo. ¿No es el evangelio Buena Nueva, noticia buena que nos anuncia el Reino nuevo de Dios? ¿No nos anuncia Jesús en las bienaventuranzas que seremos felices y dichosos? Es a lo que nos invita el Evangelio. Es el camino que hemos de emprender cuando decimos que creemos en Jesús y queremos seguirle. Es ese mundo nuevo que queremos construir y que si en verdad nos dejáramos conducir por el espíritu del evangelio estaríamos haciendo un mundo nuevo en el que podríamos ser más felices.
Pero, ¿aceptamos nosotros esa invitación y esa llamada que Jesús nos hace en el Evangelio? La parábola que hoy nos propone Jesús en el evangelio está haciéndonos una descripción de la respuesta que damos o que tendríamos que dar. Jesús utiliza en varias ocasiones esta imagen también del banquete para hablarnos del Reino de Dios. Nos habla hoy del rey que prepara la boda de su hijo y cuando lo tiene todo preparado manda a avisar a los convidados que el banquete está preparado para que vengan a la boda. Pero nos dice ‘los convidados no quisieron ir’.
Comienzan las disculpas e insiste el buen rey para que vengan los convidados. ‘Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses y todo está a punto. Venid a la boda’. Pero los convidados no solo no hicieron caso marchándose a sus cosas, sino que maltrataron a los mensajeros. Y ya hemos escuchado la reacción del rey ante tales desacatos.
‘La boda está preparada pero los invitados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis convidadlos a la boda’. Así lo hicieron y ‘la sala del banquete se llenó de comensales’, pues reunieron a todos los que encontraron.
Dos cosas a considerar en este momento de la reflexión para tratar de comprender todo su sentido y el mensaje que nos llega a nosotros a través de esta Palabra que el Señor nos dirige hoy. Por una parte, lo que ya hemos dicho en otra ocasión, esta parábola la dijo Jesús en aquel momento dirigiéndose en especial ‘a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo’. Una primera lectura es esa denuncia que Jesús hace de lo que ha sucedido en la historia de la salvación y la respuesta que en aquellos momentos incluso estaban dando al mensaje de Jesús.
Aquellos anuncios del profeta se estaban cumpliendo con la presencia de Jesús, pues había llegado esa plenitud de los tiempos y el anuncio mesiánico en Jesús se estaba cumpliendo. El banquete del Reino de Dios lo tenían delante en Jesús pero al que no aceptaban y rechazaban. A otros había de anunciarse el Reino de Dios; para otros había de ser ese banquete del Reino de Dios. Ahora todos iban a estar invitados a participar en ese banquete, a todos se llamaba a invitaba a vivir la alegría y la fiesta de la salvación en el Reino de Dios que era, que es para todos.
Es la Palabra que llega a nosotros hoy; esa invitación a vivir el Reino de Dios, a realizar de nuestra vida y de nuestro mundo el cumplimiento y la realización de ese banquete mesiánico anunciado por el profeta que nosotros hemos de vivir. También nosotros somos llamados, estamos invitados. También a nosotros se nos dice: ‘Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación’. La mano del Señor está también sobre nosotros.
Claro que a nosotros también nos puede suceder como aquellos primeros invitados al banquete de boda de la parábola. Que tampoco aceptemos la invitación. Y hemos de reconocerlo; que no lo terminamos de aceptar, no terminamos de aceptar ese sentido del Reino de Dios al que Jesús nos invita en el evangelio y todavía en nosotros no se realiza en plenitud todas las características del Reino de Dios, de ese banquete mesiánico del que nos hablaba el profeta.
No hemos terminado de construir ese mundo nuevo de dicha y de felicidad para todos; aunque el Señor ha querido arrancar de nosotros esos velos de duelo y de muerte sin embargo seguimos con nuestros duelos, seguimos con nuestros apegos a tantas cosas que nos impiden ser felices de verdad en la felicidad del Reino de Dios; no terminamos de comprender y vivir todo el sentido de las bienaventuranzas. Aunque sabemos que aquí siempre lo viviremos de forma imperfecta y limitada como consecuencia de nuestra condición pecadora y solo en la vida eterna podremos vivirlo en plenitud, pero eso no nos quita para que vivamos comprometidos por ir haciendo de nuestro mundo ese reino de Dios.
Hay un detalle que llama la atención en la parábola y es que al rey pasear entre los comensales se encontró con uno que no estaba vestido con el traje de fiesta y fue arrojado fuera. Llama la atención porque hacemos quizá una interpretación literal como si fuera un vestido especial el que tenía que vestir precisamente quien había sido llamado entre los pobres que andaban mendigando por los cruces de los caminos.
No es un vestido físico o material del que aquí se habla. Podemos hablar de las actitudes interiores de nuestro corazón que hemos de tener cuando queremos aceptar el Reino de Dios. Primero que nada de conversión, de renovación de nuestra vida, de purificación. No olvidemos que lo que Jesús nos pide cuando anuncia el Reino es la fe y la conversión. Creer en la Buena Nueva y convertirnos a ese Reino de Dios realizando una verdadera transformación de nuestra vida. No son solamente bonitas palabras o buenos deseos, sino una actitud profunda de cambio para dejarnos transformar totalmente por el amor.
No siempre estamos con traje de fiesta en este sentido cuando venimos, por ejemplo, a nuestra celebración. No es solamente que para poder comer del banquete de la Eucaristía tenemos que hacerlo en gracia de Dios después de haber confesado nuestros pecados, sino que las actitudes y las posturas que tengamos en nuestra relación con los demás han de ser buenas, han de ser las del amor.

¿Cómo queremos participar del Reino de Dios cuando sigue habiendo  en nuestro corazón discriminación o desprecio hacia otros, cuando seguimos manteniendo resentimientos y rencores en el corazón, cuando no somos capaces de ser comprensivos los unos con los otros y perdonarnos y amarnos de verdad, cuando mantenemos actitudes egoístas y no compartimos generosamente? Es el traje de fiesta que nos falta. Y cuando nos falta ese traje de fiesta no estaremos participando de verdad de ese banquete del Reino de Dios, pues con actitudes así ni nosotros somos felices de verdad, ni hacemos felices a los demás.

sábado, 4 de octubre de 2014

La viña que Dios ha puesto en nuestras manos es nuestro mundo que tenemos que transformar desde una civilización del amor

La viña que Dios ha puesto en nuestras manos es nuestro mundo que tenemos que transformar desde una civilización del amor

Is. 5, 1-7; Sal. 79; Filp.4, 6-9; Mt. 21, 33-43
La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido’. Podemos decir que por aquí, con estas palabras, comienza a dársenos la clave de la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado sobre todo al proponernos la imagen de la viña, ya fuera ‘la viña de mi amigo’ a la que el profeta quiere cantar en nombre de su amigo un canto de amor, ya sea la viña arrendada a unos labradores por aquel propietario que tan bien la había preparado.
Está por una parte lo que significa la figura del amigo que tenía una viña que cuidaba con todo mimo esperando sus frutos, o de aquel propietario que había plantado una viña que había preparado cuidadosamente antes de arrendarla para que la trabajasen aquellos labradores. Está por otro lado lo que significa en sí la imagen de la viña tan primorosamente cuidada para que diera los mejores frutos. Pero están también finalmente por otra parte aquellos a los que se había confiado el trabajo de la viña para obtener sus frutos.
El primer mensaje nos está hablando de esa solicitud paciente y amorosa de Dios que  cuida de su viña como aquel propietario, que así nos cuida y nos regala con su gracia. ‘La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas’, que decía el canto de amor del profeta por la viña de su amigo; que son por otra parte todos los cuidados de aquel propietario preparando el terreno, plantando buenas cepas, construyendo un lagar y la casa del guarda, rodeándola de una cepa. Los que hemos estado relacionados con este mundo de la agricultura y en concreto de la viticultura, bien por razones familiares o por vivir en zonas agrícolas conocemos bien lo que son estos trabajos pero también el amor que ponen los agricultores en estos trabajos del campo y podemos entender bien el sentido de la imagen que se nos ofrece.
‘¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no lo haya hecho?’ se preguntaba el canto profético. ¿Qué podía hacer Dios por nosotros que continuamente nos regala con su gracia después que nos ha entregado a Jesús para enriquecernos con su salvación? En canto de amor del profeta por la viña de su amigo se convierte en lamentos y congojas ante la respuesta negativa.
Es lo que nos tiene que hacer pensar y es el segundo aspecto del mensaje. ¿Cuáles son los frutos? ‘¿Por qué esperando que diera uvas dio agrazones?’ Dios siempre está esperando pacientemente nuestra respuesta. El profeta nos está hablando de que después de tanto amor que había puesto por su viña y cómo la había cuidado con esmero, los frutos no fueron buenos.
Pero con la parábola contemplamos al tiempo la paciencia de Dios en la imagen del propietario que envía a sus criados una y otra vez, aunque fueran maltratados esperando poder recoger los frutos de aquella viña que tan cuidadosamente había preparado, enviando incluso hasta su propio hijo. Tendría que hacernos pensar, recapacitar para encontrar el camino por el que demos los frutos que el Señor nos pide cuando nos ofrece tanto amor.
Pero está también ese tercer aspecto al que hacíamos referencia al principio y que se nos refleja más en la parábola del evangelio. Aunque se habla de la viña plantada para obtener unos frutos, se incide más en el desarrollo de la parábola en aquellos a los que se confió la viña para que la trabajasen y se pudieran recoger unos frutos. Ya en la motivación de la parábola el evangelista nos dice que ‘dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo’.
Jesús en la parábola hace poco menos que un resumen de la historia de la salvación del pueblo de Dios. Una referencia clara a aquellos que en medio del pueblo de Dios tenían la misión de ayudar al pueblo a mantenerse en la fidelidad de la Alianza, en la fidelidad al Señor. Pero no fueron fieles, no rindieron los frutos que esperaba el Señor, muchas veces rechazaron también a los hombres de Dios, los profetas, que el Señor les enviaba, como finalmente terminarían rechazando al Hijo de Dios.
 Claro que cuando ahora nosotros escuchamos y meditamos esta Palabra del Señor no nos vamos a quedar en pensar en los otros, sino que tenemos que pensar en nosotros mismos. Esa viña del Señor Dios nos la ha puesto en nuestras manos, porque es nuestra propia vida enriquecida con la gracia, y de qué manera como hemos dicho, desde la que tenemos que ofrecer frutos de santidad y de gracia que no siempre damos como es debido. Pero pensamos también - y lo decimos al hilo de la parábola - en la responsabilidad que todos tenemos de cuidar esa viña del Señor.
¿Qué significa ese cuidar la viña del Señor? No somos ni podemos ser unos seres pasivos en medio de la vida de la Iglesia en donde siempre estemos pensando lo que vamos a recibir; todo lo contrario, esa gracia que Dios ha puesto en nosotros nos obliga a preocuparnos de los demás, a tomarnos en serio con toda responsabilidad lo que es la misión de la Iglesia y entonces nuestra misión en medio de nuestro mundo. Así tenemos que asumir nuestros compromisos dentro de la Iglesia y lo que es la vida de la comunidad cristiana. Es el puesto que cada uno tiene dentro de la Iglesia y es todo lo que nosotros podemos y tenemos que aportar para la vida de la Iglesia, para la propagación de la fe.
Hemos de trabajar esa viña del Señor, que es también la responsabilidad que tenemos y hemos de asumir en todas sus consecuencias para hacer que nuestro mundo sea mejor; un mundo del que hemos de desterrar toda maldad y toda violencia; un mundo que tenemos que hacer más solidario y con más corazón; un mundo en el que hemos de trabajar más por la paz y la armonía en la convivencia de todas las personas alejando discriminaciones, desterrando envidias y orgullos, ambiciones materialistas que nos llevan a esa corrupción en todos los aspectos que vemos en nuestra sociedad y que tanto nos duele.
Dios hizo al hombre y al mundo bueno; recordemos las primeras paginas de la Biblia donde vemos ese mundo hermoso y lleno de felicidad cuando se nos habla del jardín del paraíso, y de lo que es imagen esa viña tan bien preparada de la que se nos habla hoy en los dos textos; pero pronto lo hemos llenado de maldad, de violencia, de recelos y resentimientos, de actitudes egoístas e insolidarias, de robos y de injusticias; es lo que nos refleja la parábola con la actitud de aquellos labradores que querían hacerse con la viña de su amo y en lo que estamos viendo como en un espejo todo lo que sucede en el entorno de nuestro mundo donde parece que no hay un día donde no nos despertemos con una nueva noticia de maldades y de corrupciones.

Tenemos que trabajar la viña del Señor que es nuestro mundo, pero de otra manera, desde otra visión y sentido de lo que ha de ser un mundo mejor. Son los frutos de una civilización del amor que será la que ofrezcamos a nuestro mundo desde ese sentido y esos valores del Evangelio. Es la tarea comprometida que tenemos los cristianos con nuestro mundo, desde la fe que tenemos en Cristo y nos hace cristianos comprometidos. Y ¿cómo nos vamos a comprometernos en ese trabajo en la viña de nuestro mundo si consideramos y vemos cuanto es el amor que el Señor nos tiene y cómo nos cuida con su amor que hasta nos ha entregado a su Hijo para nuestra salvación?

Aqui puedes leer mas mensajes del Movimiento.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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