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Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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viernes, 30 de marzo de 2012


Con amor generoso, con disponibilidad, con fe nos disponemos a celebrar la Pascua

Mc. 11, 1-10; Is. 50, 4-7; Sal. 21; Flp. 2, 6-11; Mc. 14, 1-15, 17
Casi al principio del relato de la pasión hemos escuchado a los discípulos preguntar a Jesús: ‘¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la Pascua?’
Puede ser la pregunta que también nos hagamos en este primer día de la semana de Pasión, en este domingo de Ramos en la Pasión del Señor, cuando nos estamos en el pórtico de esta semana que culmina en la Pascua del Señor. Más que dónde hemos de preparar la Pascua, quizá tendríamos que preguntarnos cómo tenemos que preparar la Pascua; cuáles han de ser las disposiciones que hemos de tener en nuestro corazón y nuestra vida para vivir esta semana de pasión y de celebración del misterio pascual de Cristo.
Ya hemos comenzado hoy conmemorando la entrada de Jesús en Jerusalén con nuestros hosannas y nuestros cánticos de aclamación, pero al mismo tiempo la liturgia ya nos ha ofrecido la lectura de la pasión. Es domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Las dos cosas tenemos que saber aunarlas en nuestra celebración y en nuestra vivencia. Cantamos el ‘hosanna al Hijo de David’; bendecimos al viene en el nombre del Señor, pero al mismo tiempo contemplamos su pasión.
Eso es la fundamental que hemos de hacer: contemplar, quedarnos como extasiados ante el misterio de la pasión y muerte del Señor. No es momento de muchas palabras ni muchas reflexiones sino de impregnarnos de todo el misterio de Dios que contemplamos en la pasión de Jesús.
Contemplar la pasión de Jesús es contemplar la pasión de amor de Dios por el hombre, por nosotros. Contemplado la pasión nos damos cuenta hasta donde llega ese amor de Dios que así nos ha entregado a su Hijo. Así nos salva. Así nos redime. Así nos hace hombre nuevo en el amor.
Van apareciendo personajes en torno a la pasión de Jesús que pueden ser un ejemplo y aliciente para nosotros en ese irnos encendiendo, caldeando nuestro corazón en el amor. Pudieran parecernos personajes secundarios en el relato de la pasión, pero sus actitudes, su generosidad y disponibilidad, su fe valientemente proclamada son hermosa lección para nuestra vida. Disposiciones que nos ayudarán también en este momento para la vivencia de todo el triduo pascual.
Cuando le preguntan a Jesús donde quiere que preparen la pascua, como hemos comenzado recordando y reflexionando, nos encontramos a alguien con una entera disponibilidad para Jesús. No sabemos siquiera su nombre aunque los comentaristas nos puedan hablar de parientes más o menos cercanos de Jesús, pero aquel hombre generosamente ofrece a Jesús ‘la sala grande del piso de arriba, arreglada con divanes’. Será allí donde se prepare y se celebre la cena pascual y será en adelante lugar de encuentro de los discípulos en la pasión y después de la pasión, y más tarde para la espera de Pentecostés y probablemente para todo el inicio de la comunidad cristiana de Jerusalén. Destacamos, pues, la generosidad y la disponibilidad. 
Antes habíamos contemplado el derroche de amor de María de Betania en casa de Simón, el leproso. ‘Llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús’. Ya escuchamos los comentarios interesados de Judas, pero también la réplica de Jesús. ‘Se ha adelantado a embalsamar el cuerpo para la sepultura’. Igual que el perfume intenso del nardo inunda y envuelve totalmente el ambiente allí donde es derramado, es el perfume del amor del que tenemos que dejarnos inundar y envolver para poder celebrar con toda hondura el misterio de la pasión y muerte de Jesús. Una hermosa predisposición, la del amor, para entrar en esta semana de pasión que nos lleva a la vida y a la resurrección.
Podríamos destacar muchas cosas en esta contemplación de la pasión y sus personajes. Dando como un salto – no podemos entrar en demasiados detalles – caminamos al lado de Jesús por la calle de la Amargura camino del calvario. El evangelio de Marcos es muy parco en esta referencia, pero creo que puede ser suficiente. ‘Lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz’. Hoy nosotros pensamos ¡qué dicha la de Simón de Cirene el llevar la cruz de Jesús! Sin embargo dice, ‘lo forzaron’. Pero seguro que aquel cargar la cruz junto a Jesús no fue algo que le dejara insensible. Si el evangelista nos dice con detalle que era el padre de Alejandro y de Rufo, es porque probablemente serían cristianos conocidos en aquella comunidad de Jerusalén. Algo tendría que ver el haber llevado Simón de Cirene la cruz de Jesús camino del calvario.
¿Lo consideraríamos para nosotros una dicha el llevar la cruz de Jesús? Recordemos que El nos había puesto como condición para seguirle, el negarnos a nosotros mismos y llevar la cruz en pos de El. Que esa sea ahora nuestra postura, nuestro deseo, nuestro compromiso. Que aprendamos a llevar la cruz, a cargar con nuestra cruz de cada día.
Que haya en nuestro corazón también la disposición a querer ayudar a los demás a llevar su cruz. Miramos mucho en ocasiones nuestra propia cruz y hasta nos quejamos que es pesada, pero no somos capaces de mirar la cruz de los que están a nuestro lado y que quizá necesitan una mano que les ayude, les levante un poco el peso de esa cruz. ¿Seremos capaces de hacerlo cuando ahora nos disponemos a entrar en esta semana de pasión que nos lleva a la cruz, al calvario, pero para culminar en vida y resurrección?
Finalmente nos fijamos en el centurión y su proclamación de fe. ‘El centurión, que estaba enfrente, al ver como había expirado, dijo: Realmente este hombre era Hijo de Dios’. había seguido paso a paso la condena y pasión de Jesús hasta su ejecución en el calvario. Lo había contemplado en su silencio y en la serenidad de su vida, como ‘cordero llevado al matadero’, que había anunciado el profeta. No es fácil encontrar luz en el dolor y en el sufrimiento, pero el centurión había descubierto la luz. En la muerte de Jesús había contemplado la profundidad de su vida y esto le llevaba ahora a la confesión de fe más hermosa. ‘Realmente este hombre es Hijo de Dios’.
Es a lo que tiene que llevarnos también la contemplación de la pasión y muerte de Jesús que estamos haciendo. En ese sufrimiento, en esa muerte tenemos que descubrir la profundidad de la vida de Jesús que tiene que llevarnos a la luz, porque nos llevará a descubrir el amor. Sólo quien ama con un amor como el de Jesús, que es el amor de Dios, podrá llegar a esa entrega, a esa donación tan generosa de si mismo. Por eso descubrimos a Dios; por eso confesamos nuestra fe en Jesús proclamándolo desde lo más hondo de nosotros mismos, es el Hijo de Dios que nos está regalando su amor, nos está regalando su vida, nos está regalando la salvación.
¿Nos llevará eso también a descubrir el sentido de nuestro dolor? ¿Seremos capaces nosotros de hacer también una ofrenda de nuestra vida como lo hizo Jesús? aprendamos de las lecciones de la pasión para que lleguemos a participar de la gloriosa resurrección.

sábado, 24 de marzo de 2012

Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre


Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre

Jer. 31, 31-34;
 Sal. 50;
 Hebreos, 5, 7-9;
 Jn. 12, 20-33
Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jerusalén estaba llena de peregrinos, judíos venidos de todas partes, también gentiles simpatizantes o prosélitos. Unos gentiles han oído hablar de Jesús y quieren saber más de él. Entre los discípulos cercanos a Jesús hay dos que llevan nombres griegos, Felipe y Andrés; pueden resultar más asequibles para ellos y que les sirvan como de intermediarios y faciliten el acercamiento a Jesús. ‘Acercándose a Felipe el de Betsaida, le rogaban: Señor, queremos ver a Jesús.  Felipe fue a decírselo a Andrés y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús’.
‘Queremos ver a Jesús’. Ver para el griego o el semita es algo más que mirar con los ojos; es conocer. Quieren conocer a Jesús. Puede ser también nuestra súplica ahora cuando nos acercamos a la Pascua. En todo tiempo es bueno ese deseo. Ahora, en este recorrido que llevamos haciendo cercano ya a los cuarenta días puede ser especialmente oportuno. Queremos ver a Jesús, queremos conocer más íntima y profundamente a Jesús.
Pudiera parecer algo que nos hacemos formalmente, casi como un rito que repetimos, pero vamos a intentar que sea un deseo profundo. Nos decimos que ya lo conocemos, y tenemos el peligro de hacernos la pregunta casi como un mero formulismo. Vamos a tratar de dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que es el que nos guía y así profundicemos más y más en la Palabra que se nos ha proclamado hoy. Sólo por la acción del Espíritu en nosotros es como podemos decir Jesús es el Señor.
La respuesta de Jesús pudiera parecer que no responde al interrogante y a la búsqueda que están haciendo aquellos gentiles. Pero va a ser una respuesta que nos ayude a profundizar en el conocimiento del misterio de Cristo.
‘Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre’. A través del evangelio de Juan vemos cuán importante es la llegada de la hora. Ya casi desde el principio, cuando María suplica en las Bodas de Caná, Jesús dirá que no ha llegado su hora. Cuando van intentando prender a Jesús – se nos relata en distintos momentos del evangelio -, se les va de las manos a quienes lo intentan porque no ha llegado aún la hora. Ahora ya nos habla de que ‘ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre’. Cuando va a comenzar la pasión, en la última cena, nos dirá el evangelista que ‘sabiendo Jesús que había llegado su Hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo’.
‘Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre’, porque ha llegado la hora de la pasión, de la entrega, del amor supremo. Es su gloria, su pasión, su muerte, aunque nos pudiera parecer un contrasentido. Y nos hablará Jesús en esta ocasión del grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto, como cuando nos ha hablado de que no hay mayor amor que el de quien da la vida por el que ama. ‘Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto’.
Es la entrega de Jesús hasta la muerte. Es el anuncio de la pasión y de la muerte. Sabe que su vivir es morir, que es entregarse para dar vida. Pero ahora el evangelista Juan nos va a adelantar lo que los otros evangelistas nos narrarán de la angustia de Getsemaní. Parece como calcado uno y otro momento. ‘Ahora mi alma está agitada y ¿qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre’. Como dirá en Getsemaní, ‘no se haga mi voluntad sino la tuya’.
Como nos hacía reflexionar la carta a los Hebreos ‘Cristo en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado… y aprendió, sufriendo a obedecer…’ Así había emprendido libremente y por amor el camino de la subida a Jerusalén, que seria el camino de subida al Calvario y a la Cruz.
‘Queremos ver a Jesús, queremos conocer a Jesús…’ Estamos pregustando ya todo el misterio de la Pascua, de la entrega, del amor sin límites. Estamos metiéndonos dentro del misterio de Jesús. Estamos nosotros queriendo entrar en ese misterio de la pascua, que es caminar por esos mismos caminos de amor y de entrega. Porque no vamos a mirar desde fuera el misterio pascual de Cristo, sino que vamos a hacer pascua en nuestra vida. Queremos aprender también a sembrar ese grano de trigo, a ser ese grano de trigo que se siembra, en la entrega y el amor hasta el final como es el amor y la entrega de Jesús. ¿Querremos nosotros también hacer esa misma subida que hizo Jesús, vivir esa misma entrega y ese mismo amor?
Ya Jesús nos está diciendo qué tenemos que hacer. ‘El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna’. Por eso nos dirá tajantemente ‘el que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí estará también mi servidor; a quien me sirve, el Padre lo premiará’. Ya nos había dicho en otro momento que seguirle a El es tomar la cruz de cada día. Seguir a Jesús es amar con un amor como el de Jesús. Seguir a Jesús es olvidarnos de nosotros mismos porque quien ama de verdad no piensa en sí mismo sino siempre en los demás; seguir a Jesús es darse y entregarse por ese amor.
El profeta había anunciado un tiempo nuevo de una alianza nuevo en que la ley del Señor estaría inscrita en lo más hondo de nuestros corazones. ‘Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo… todos me conocerán desde el más pequeño al grande cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados’. Es la nueva alianza sellada en la sangre de Cristo, alianza nueva y eterna.
Nos cuesta ser ese grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. También sentimos en nosotros ese interrogante, esa duda y esa angustia por la pasión y por la muerte que hemos de vivir. Son muchos los apegos de nuestro corazón, muchas las cosas a las que tenemos que morir.
Pero mirando a Jesús, queriendo seguir a Jesús lo entendemos y pedimos la fuerza del Espíritu para ser ese grano de trigo que se entierra y muere, para vivir un amor y una entrega así como la de Jesús. Tenemos que aprender a morir. Tenemos que aprender a hacer pascua en nosotros. Es Pascua, será Pascua, porque es el paso de Dios por nuestra vida para aprender a morir y aprender a vivir esa vida nueva que en Jesús podemos alcanzar.
Morir es destruir las raíces del pecado que hay en nuestro corazón, enterrando el egoísmo y muriendo a tantos orgullos que se nos meten dentro; es arrancar de nosotros todo tipo de violencia para vivir para siempre en la mansedumbre y ser sembrador de semillas de paz allá por donde vayamos; es aprender a hacernos los últimos siendo siempre servidores de todos; es llenar el corazón de comprensión para perdonar sin ninguna reserva, para amar con la ternura más grande, para desparramar generosamente amor entre los que nos rodean.
Hacer la Pascua de Cristo en nosotros es sonreír en la adversidad y en los problemas porque nos sentimos seguros en el Señor que es nuestra fortaleza; es desterrar el pesimismo y los mantos negros que oscurecen nuestra vida en la tristeza, en la envidia y en los resentimientos; es destruir el pecado y todo lo que nos llene de muerte para poder vivir la vida de Dios para siempre.
Que haya Pascua de verdad en nuestra vida. Caminemos con entusiasmo y esperanza hacia la Pascua de Cristo y demos todos esos pasos necesarios en nuestra vida para que lleguemos a cantar con alegría el ‘aleluya’ de la resurrección.

viernes, 16 de marzo de 2012


Por el gran amor con que nos amó

2Cron. 36, 14-16.19-23; Sal. 136; Ef. 2, 4-10; Jn. 3, 14-21
No sé si alguna vez han tenido la experiencia de alguien que os dice con dolorosa amargura y soledad ‘a mi nadie me quiere’, o ‘no merezco que nadie me quiera’. Es dura y amarga la experiencia de sentirse así, y aunque nos parezca mentira hay muchos más de los que pensamos en nuestro entorno que se sienten con esa amargura y soledad en el corazón. Una experiencia compartida así no nos puede dejar insensibles y ante situaciones así no nos podemos quedar tan tranquilos y algo tendríamos que hacer para ayudar a personas que se sientan así.
De todas formas pienso que quien ha puesto su fe en Jesús, un cristiano, de ninguna manera puede sentirse así. Esa visión negativa de sí mismo no cabe dentro de la fe que tenemos en Jesús. Hoy precisamente lo que nos dice el Señor en su Palabra que hemos proclamado en este cuarto domingo de cuaresma el mensaje es totalmente distinto, porque todo nos habla del amor que el Señor nos tiene, un amor fiel e incondicional que siempre nos está ofreciendo el Señor.
Vayamos por partes en los diferentes textos. La experiencia de fidelidad a Dios por parte del pueblo judío no era precisamente positiva. Pero aún así no falta la fidelidad del Señor a su Alianza y el envío que hace continuamente de profetas y de quienes anuncien y traigan tiempos de liberación y de paz.
‘Todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades y mancharon la casa del Señor… les envió avisos por medio de los mensajeros… pero se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas…’ Pasarán luego años de cautiverio llevados lejos del templo y de su nación, pero veremos cómo al final suscitará un rey, Ciro, Rey de Persia, al que incluso los profetas llamarán Ungido del Señor, que les dará la libertad y les permitirá volver a su tierra y reconstruir el templo y la ciudad de Jerusalén. Es una muestra más del amor del Señor por su pueblo, aunque no lo merecieran a causa de su infidelidad y pecado. Se sentirán amados del Señor.
San Pablo nos hablará de la riqueza del amor y de la misericordia del Señor. ‘Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo – por pura gracia estáis salvados – nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con El’. Otro texto, pues, que nos habla del amor que Dios nos tiene. Nos tenemos que sentir amados de Dios, aunque no lo merezcamos, porque El nos regala su amor. ‘Por pura gracia estáis salvados…’ nos dice.
En el evangelio, en la conclusión de ese diálogo entre Jesús y Nicodemo, se nos llegará a expresar la sublimidad de ese amor que Dios nos tiene y que nos manifiesta en Jesús. ‘Por el gran amor con que nos amó’, nos decía san Pablo. Ahora en el evangelio se nos dice que ‘tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en El, sino que tengan vida eterna’. Así de inmenso y sublime es el amor que Dios nos tiene. No quiere la muerte sino la vida; no viene a condenarnos sino a salvarnos; viene para que nos arranquemos de las tinieblas y vivamos para siempre en la luz de la salvación. Así nos sentimos amados de Dios.
Levantamos nuestra mirada a lo alto, levantamos nuestra mirada a la Cruz para contemplar a Cristo, el que está colgado del madero, porque ahí, en Cristo, encontramos la vida, la salvación, el amor eterno de Dios que quiere para nosotros vida eterna. ‘Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en El tenga vida eterna’, nos ha dicho  hoy el evangelio.
En este camino hacia la Pascua que vamos haciendo en esta Cuaresma la Palabra del Señor que hoy se nos ha proclamado y con la que estamos reflexionando es un rayo de luz que nos llena de esperanza y nos estimula fuertemente en este camino. Sentirnos queridos y amados es la experiencia más reconfortante que podemos tener. Por eso nos sentimos impulsados a seguir haciendo con intensidad este camino porque queremos llegar hasta la Pascua, porque queremos que se realice ese ‘paso de Dios’ por nuestra vida que nos regala amor, que nos trae la salvación, que nos hace hombre nuevo.
Ya hablábamos al principio de lo duro que es el no sentirse querido por nadie, la soledad y hasta amargura que se siente en el alma. Un camino cierto de felicidad es el amar y el sentirse amado. Por eso el mensaje que nos ofrece la Palabra de Dios hoy nos llena de tanta alegría y esperanza. Nos sentimos amados de Dios. ¡Y de qué manera! Dios nos ha entregado a su propio Hijo y en El se nos está manifestando todo lo que es el amor de Dios. Un amor que nos llama, que nos busca, que nos regala, que nos perdona, que nos da vida.
Queremos sentirnos amados así; tenemos la certeza de que así Dios nos ama y eso nos reconforta; queremos vivir en la luz, para realizar las obras de la luz. Muchas veces, es cierto, hemos preferido las tinieblas, porque nos hemos dejado arrastrar por el pecado. ¿No conocíamos todo lo que era el amor de Dios? ¿Lo habíamos olvidado o se nos había ofuscado nuestra mente para vivir en el error y en las tinieblas?
Queremos pedirle al Señor que nos dé la fuerza de su Espíritu para mantenernos firmes en nuestra fe, para seguir creciendo más y más en ese conocimiento de Jesús, ese conocimiento del misterio de Cristo, para mantenernos en fidelidad en este camino de amor que Jesús nos traza delante de nuestra vida. ‘Que el pueblo cristiano se apresure con fe viva y entrega generosa a celebrar las próximas fiestas pascuales’, hemos pedido en la oración de la liturgia. En eso queremos empeñarnos de verdad.
Desde la experiencia con que partíamos en nuestra reflexión de tantos que sufren por no sentirse amados creo que habría de haber un compromiso por nuestra parte. No podemos permitir que nadie sufra por falta de amor; nosotros hemos de ser sembradores de amor allá por donde vayamos porque así haremos más felices a los que nos rodean; repartamos amor, comprensión, cercanía, cariño a cuantos nos vamos tropezando por los caminos de la vida.
Es fácil regalar una sonrisa a alguien, tener un gesto amable con quien nos vamos encontrando, ofrecer una palabra de amistad, de cercanía, de interés generoso por quien está a nuestro lado; cuántas cosas podemos hacer. Y por supuesto hacerles ver a través de nuestro amor, a través de los gestos de nuestra vida que se sienten amados de Dios. Es un mensaje de evangelio bien hermoso que podemos llevar a los demás.
Finalmente una palabra para esta Jornada que estamos celebrando en la Iglesia en España, el Día del Seminario. ‘Pasión por el evangelio’ es el lema que se  nos ofrece este año ‘en una clara referencia a la vocación sacerdotal entendida como una energía interior, un movimiento del corazón, una realidad arraigada en los más profundo del alma’, como nos dice nuestro obispo en su mensaje.
‘También, con la celebración Día del Seminario, tomamos conciencia de la importancia y necesidad de los sacerdotes en la vida de la Iglesia. Ellos son ministros de Cristo. Él mismo los ha elegido y consagrado para que, en su nombre, prediquen el Evangelio, celebren los sacramentos y guíen a los fieles hacia la madurez cristiana’, nos sigue diciendo.
No podemos entrar en todos los detalles de su mensaje, pero resaltamos cómo ‘La oración confiada por las vocaciones se hace imprescindible. ¿Queremos sacerdotes? Tenemos que pedírselos al Señor. Sólo Él puede seducir el corazón de los jóvenes… Pero, junto con la oración debemos ayudar a los jóvenes a escuchar a Dios. Tenemos que abrir su mente y su corazón a la posibilidad de que Dios cuente con ellos y les llame. Tenemos que ser "voz de Dios" para ellos, proponiéndoles abiertamente la llamada al sacerdocio’.
Termina  diciéndonos el obispo que ‘al celebrar un año más el Día del Seminario les invito a todos a promover las vocaciones al sacerdocio y a prestar un mayor a apoyo a la formación de los futuros sacerdotes. Junto con la oración, la colaboración económica es necesaria para que el Seminario pueda realizar su cometido’.

sábado, 10 de marzo de 2012


Restaure el Señor con su misericordia el templo vivo de Dios que somos

Ex. 20, 1-17; Sal. 18; 1Cor. 1, 22-25; Jn. 2, 13-25
Un hecho inusual e impactante el que contemplamos en el evangelio hoy que puede tener un hermoso significado y mensaje en este camino cuaresmal que estamos haciendo. ‘Quitad esto de aquí – dice a los vendedores de toda clase de animales y a los cambistas – no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre’. Ante la forma, en cierto modo violenta de Jesús sus discípulos recordarán lo trasmitido por la Escritura: ‘El celo de tu casa me devora’.
Los sacrificios que cada día se ofrecían en el templo y los peregrinos venidos de todas partes había motivado todo aquel mercado en torno al templo desvirtuando en cierto modo su sentido. Era necesario hacer una restauración – y empleo esta palabra ‘restauración’, porque de eso nos habla también hoy la liturgia como luego veremos – para que el culto fuera en espíritu y verdad como nos enseñaría Jesús en otro lugar del evangelio. Recordamos el diálogo de Jesús con la Samaritana. Pero, ¿será sólo la restauración de aquel templo material o será de algo más hondo de lo que nos quiera hablar Jesús?
Hoy vemos en nuestro entorno cómo se restaura un edificio, una imagen, una pintura, un espacio, porque está excesivamente deteriorado y quizá ya no se pueda utilizar para lo que fue hecho o construido. Se restaura para devolverle su belleza original, pueda usarse debidamente, se le eliminen aquellos añadidos que con el paso del tiempo se le hayan hecho o le hayan llevado a ese deterioro.
Pero no vamos a hablar aquí de esas restauraciones materiales, sino que nos puede servir de ejemplo para esa transformación profunda que tenemos que ir haciendo en nuestra vida, en nuestra relación con el Señor, en nuestro trato y convivencia con los demás, o en esa dignidad que en virtud de nuestro bautismo todos tenemos que nos hace hijos de Dios y nos hace también templos vivos de Dios.
Cuando los judíos reaccionaron ante lo que Jesús estaba haciendo al expulsar a los vendedores del templo le preguntaron con qué autoridad estaba haciendo aquello. ‘¿Qué signos nos muestras para actuar así?’, le preguntaron. Y ya hemos escuchado la respuesta de Jesús. ‘Destruid este templo, y en tres días lo levantaré’. Pero no entendieron; quisieron hacer una interpretación literal de sus palabras y recordaban cuántos años había costado la reconstrucción de aquel templo, tarea en cierto modo inacabada en la época de Jesús. Sería precisamente una de las acusaciones que harían contra Jesús ante el Sanedrín. 
Los discípulos más tarde, tras la resurrección del Señor, entenderían bien sus palabras. ‘El hablaba del templo de su cuerpo’, nos dice el evangelista. ‘Cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús’. Se puede convertir, pues, este hecho y estas palabras de Jesús en un anuncio de su pascua, de su muerte y resurrección.
Jesús es el verdadero templo de Dios y es en Cristo, con Cristo y por Cristo cómo podemos darle la mayor gloria al Padre del cielo. Así en el momento cumbre de la Eucaristía por Cristo, con Cristo y en Cristo queremos darle todo honor y toda gloria, uniéndonos de verdad a Jesús con toda nuestra vida, ofreciendo el Sacrificio de la Nueva Alianza en la Sangre de Cristo, pero poniendo también toda nuestra vida en esa oblación que Cristo hará que sea en verdad agradable a Dios. Al celebrar el memorial de la pasión salvadora de Jesús, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, ofrecemos en la acción de gracias de la Eucaristía el sacrificio vivo y santo, como decimos en la plegaria eucarística.
Celebrar la Eucaristía, hacer esta ofrenda que queremos hacer de nuestra vida a Dios nos exige y nos motiva para que seamos santos. Nos exige ser santo porque queremos ofrecerle algo bueno y agradable a Dios y entonces hemos de querer vivir una vida santa. Nos exige y nos motiva, porque así queremos tener esos buenos deseos y propósitos en nosotros. Pero al mismo tiempo, en la Eucaristía, en esta misma ofrenda que queremos hacer al Señor, nos santificamos porque nos llenamos de su gracia; gracia que nos purifica, que nos fortalece, que nos ayuda a que vivamos santamente en esa dignidad grande de hijos de Dios, de la que nos hacemos partícipes por nuestra unión con Cristo.
Nos recuerda también todo esto que nosotros, por nuestra unión con Cristo, hemos sido consagrados en nuestro bautismo para ser templos del Espíritu, morada de Dios que habita en nosotros. De ahí entonces, podemos repetir, esa dignidad y esa santidad en la que hemos de vivir. Hemos de ser ese templo santo para el Señor. Templo santo que necesitamos restaurar, purificar porque tantas veces manchamos con el pecado.
Nos preocupamos muchas veces de cuidar la dignidad, la belleza, la limpieza y el ornato de nuestros templos, pero quizá pensamos menos en la dignidad y la belleza de nuestro espíritu, de nuestro corazón; la pureza y santidad de ese templo de Dios que somos nosotros. Es esa pureza y esa santidad la que nos pide el Señor. Es a lo que nos está llamando hoy de manera especial cuando escuchamos en el evangelio la expulsión de los vendedores del templo.
De cuántas cosas tendría que purificarnos el Señor; en cuánto necesitamos restaurar esa santidad de nuestra vida que afeemos tantas veces con nuestro pecado; cómo necesitamos en verdad transformar muchas cosas en nuestro corazón para que en todo y siempre podamos dar gloria al Señor. Recordemos lo que decíamos antes a manera de ejemplo de las restauraciones que hacemos de edificios o de objetos de arte. Aquí en nuestra vida hay algo mucho más valioso que cualquier objeto artístico porque está la grandeza y la dignidad de un hijo de Dios, que como tal ha de comportarse y vivir en su relación con el Señor.
Y eso que decimos de nosotros mismos, tenemos que pensarlo también de los demás. Por eso con cuánto respeto y amor tenemos que tratar a los hermanos. Ellos son también templo vivo del Señor que hemos de respetar, tratar bien y con dignidad. Todo esto tendría que llevarnos a pensar mucho en los demás y en cómo hemos de tratarlos, respetarlos, amarlos. No pisoteemos nunca, de ninguna manera, la dignidad de otra persona. Pensemos que también es un hijo de Dios, un templo del Señor. Muchas consecuencias tendríamos que sacar de aquí.
‘Restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de nuestras culpas’, pedíamos en la oración litúrgica de este domingo. Es lo que queremos ir haciendo en este camino de renovación de nuestra cuaresma; queremos llegar a la pascua habiendo renovado bien nuestra vida; en muchas cosas tenemos que ir muriendo para que en verdad renazcamos a una vida nueva, para que haya verdadera pascua en nosotros.
Por eso, en este tiempo, revisamos muchas cosas, reflexionamos dejándonos iluminar por la Palabra de Dios – palabras de vida eterna, como decíamos en el salmo -, queremos llenarnos de esa Sabiduría de Dios que encontramos en Cristo crucificado, como nos decía san Pablo, oramos insistentemente al Señor para que nos dé su luz y su gracia, para que alcancemos el don de la conversión y recibamos la gracia del perdón. Dejemos que el Señor nos purifique, nos santifique con su gracia para que seamos ese templo agradable al Señor haciéndole la ofrenda hermosa de nuestra vida siempre buscando la gloria del Señor.

lunes, 5 de marzo de 2012

Carta del más allá:Testimonio impresionante de un alma condenada, acerca de lo que la llevó al Infierno

Imprimatur del original alemán: Brief aus dem Jenseits - Treves, 9-11-1953.N.4/53

Introducción al texto original
Dios se comunica con los hombres de muchas maneras. Las Sagradas Escrituras se refieren a muchas comunicaciones divinas hechas a través de visiones y aún de sueños. Los sueños, no siempre son sólo sueños.
La "carta del más allá" que se transcribe seguidamente se refiere a la condenación eterna de una joven. A primera vista parece una historia novelada. Pero considerando las circunstancias se llega a la conclusión de que no deja de tener su fondo histórico, a partir de su sentido moral y su alcance trascendental.
El original de esta carta fue encontrado entre los papeles de una religiosa fallecida, amiga de la joven condenada. Allí cuenta la monja los acontecimientos de la vida de su compañera como si fueran hechos conocidos y verificados, así como su condenación eterna comunicada en un sueño. La Curia diocesana de Treves (Alemania) autorizó su publicación como lectura sumamente instructiva.
La "carta del más allá" apareció por primera vez en un libro de revelaciones y profecías, junto con otras narraciones. Fue el Rvdo. Padre Bernhardin Krempel C.P., doctor en teología, quien la publicó por separado y le confirió mayor autoridad al encargarse de probar, en las notas, la absoluta concordancia de la misma con la doctrina católica.
Entre los manuscritos dejados en su convento por una religiosa, que en el mundo se llamó Clara, se encontró el siguiente testimonio:

¿Amigo hoy te acordaste de rezar?



La oracion nos dulcifica, nos colma de gracia, nos suaviza el alma, nos dignifica como seres humanos

Acercate a la oracion veras como tu vida se transforma en luz
Mantengamos la luz de la oracion encendida
la oracion es Amor
y Sumo bien

Seamos santos Dios nos quiere santos
santidad y amor

Adriana

Amigo animate a acercarte a la reconciliacion contigo mismo y con Dios.


El sacramento de la confesión a través del sacerdote nos limpia el alma. Nosotros somos luces. Si nuestra alma hace tiempo que no se confiesa esta en oscuridad. La reconciliación nos trae luz.
Si nosotros no cuidamos de nuestra alma nadie lo hará por nosotros.
Animo.
Amigo lo mejor que te puede pasarte es curarte el alma de viejas heridas, rencores, dolores, celos, envidias, avaricias, distancias, roturas, animate vamos, cuenta todo esto a un sacerdote de Cristo y sentirás que te has sacado cientos de años de encima,


Hoy puede ser el día que el Señor nos llame a su encuentro.
No desperdiciemos el tiempo sin mirar nuestra alma.
Reconciliemonos con el Altísimo antes que sea tarde. Aun hoy podemos hacerlo

Un abrazo y rezare por ti para que te animes

Adriana


Busquemos espacios de silencio en nuestro dia cotidiano


Amigos de la paz los invito a buscar espacios de silencio , ratos diarios de silencio sagrado. para animarnos a escuchar el corazón.
Apartemos los ruidos que nos dispersan y escuchemos al corazón


¿Quien se une a la propuesta del silencio?

sábado, 3 de marzo de 2012


Ascendamos al Tabor que tras la subida del calvario nos encontraremos el resplandor de la resurrección

Gén. 22, 1-2.9-13.15-18; Sal. 115; Rm. 8, 31-34; Mc. 9, 2-10
El camino de la Cuaresma lo podemos considerar como una ascensión, una subida. Caminamos en la Cuaresma hacia la Pascua, realizamos nuestras ascensión y subida como Jesús que subía a Jerusalén donde había de realizarse su Pascua salvadora. Realmente así podemos considerar el camino de nuestra vida cristiana. La ascensión, la subida siempre es costosa y exige esfuerzo pero no nos importa cuando sabemos que la meta merece la pena.
Subir a Jerusalén, subir a la montaña, subir hasta la cruz y el calvario tiene sus exigencias, significa un esfuerzo muchas veces costoso y doloroso, pero sabemos que la Pascua siempre culmina en resurrección y en vida, aunque haya antes que entregarla.
La primera lectura nos habla de una subida costosa y dolorosa. Subir a la montaña que le indicaba el Señor le fue costoso y doloroso a Abrahán, como hemos escuchado. ‘Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac… y ofrécemelo en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré’, le pide el Señor a Abrahán. Duro tenía que ser el camino; podemos imaginar fácilmente los sentimientos de su corazón; el sacrificio que iba ofreciendo ya desde el camino era grande. Pero Abrahán se puso en camino para el sacrificio como le había indicado el Señor y como ya había hecho un día cuando salió de su patria y de su tierra a la tierra que el Señor le iba a indicar.
La subida al Tabor también tenía sus exigencias y suponía un esfuerzo. Bien sabemos que cuando queremos subir a lo alto de una montaña tenemos que desprendernos de muchas rémoras y pesos muertos que dificultarían la ascensión. En el entorno de este acontecimiento maravilloso Jesús había hablado de pasión y de muerte, había anunciado la cruz y tambien les había hablado de resurrección, aunque a ellos les costaba entender. De muchas cosas, ideas preconcebidas hay que desprenderse para captar en toda su hondura los anuncios o el mensaje de Jesús.
Ahora Jesús habia invitado a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan, a subir con El a lo alto de la montaña para orar ‘y se transfiguró delante de ellos’. Todo tenía su significado y sentido. Allí sucederían cosas maravillosas y se nos iba a revelar la gloria del Señor. Una gran noticia, una Buena Noticia tenía Dios para nosotros en lo alto de la montaña. Es una teofanía lo que contemplamos. Es una revelación del misterio de Dios. Así se manifiesta tantas veces el amor del Señor.
En lo alto de la montaña ahora todo brillaba con resplandores de cielo. Serán los vestidos de un blanco deslumbrador que nos describe el evangelista; serán las apariciones de ‘Elías y Moisés, conversando con Jesús’, signos de la ley y los profetas ; será la nube que los envuelve o la voz del cielo que señala a Jesús como el Hijo amado del Padre: ‘Este es mi Hijo amado, escuchadlo’. Será luego el silencio y la soledad de lo que sigue sin terminar de comprender por parte de los discíopulos lo que Jesús les sigue anunciando, pues de aquello no podrán hablar hasta después que resucite de entre los muertos, que ellos siguen sin comprender.
Pero allí se ha manifestado la gloria del Señor. Y todo lo que ha sucedido viene a alentar la fe de los apóstoles porque ‘después de anunciar su muerte a los discípulos les mostró en ell monte santo el resplandor de su gloria, para testimoniar de acuerdo con la ley y los profetas que la pasión es el camino de la resurrección’.
En nuestra subida a Jerusalén, nuestra subida a la Pascua que es este camino de Cuaresma que vamos haciendo necesitamos también contemplar el resplandor de la gloria del Señor que nos prefigure y nos anuncie el resplandor de la resurrección. Necesitamos avivar nuestra esperanza. Necesitamos vislumbrar la meta a la que deseamos llegar para sentirnos así alentados en ese camino de superación, de purificación, de crecimiento interior que tiene que ser nuestra cuaresma.
Un camino que, como el de Abrahán, nosotros necesitamos hacer también con una profunda purificación interior. Abrahán supo ofrecer el sacrificio más doloroso desde lo hondo de su corazón de estar dispuesto a sacrificar a su hijo único, como se lo pedía el Señor; y nosotros también hemos de hacer un sacrificio de nuestro yo más hondo; hemos de hacer también una purificación grande de nuestra vida; hemos de aprender a desprendernos también de muchas cosas que nos impiden ascender en ese camino de gracia y de santidad.
La ascensión en nuestra vida es costosa; el deseo de superación y crecimiento que hemos de tener allá en lo más hondo de nosotros mismos muchas veces se puede ver como apagado porque muchas son las tentaciones que nos acechan o que nos atraen; cargar con la cruz de la negación de nosotros mismos no siempre es fácil porque aparece nuestro otgullo o nuestro amor propio que nos cautiva y nos engaña con falsos señuelos de grandezas y reconocimientos humanos; el desprendimiento que daría generosidad al corazón sin embargo produce desgarros en el alma porque son muchos los apegos que tenemos en el corazón.
Cuando brilla ante nuestros ojos el resplandor de la transfiguración su luz nos hará mirar con mirada distinta todas las cosas y también nuestra propia vida. Al resplandor de esa luz descubriremos quizá muchas oscuridades, muchas zonas de sombra y negrura en nuestra vida que necesitaremos analizar, revisar, purificar, iluminar con la nueva luz de la gracia del Señor. Es momento de reflexión, de revisión, de mucha oración para dejar que la Palabra ilumine totalmente nuestra vida y todo pueda comenzar a hacerse nuevo; pueda brotar el hombre nuevo de la gracia y la santidad de Dios.
Tenemos que mirar a cara descubierta la luz que brota del Tabor de la Transfiguración para que tengamos el coraje y la valentía de ponernos a seguir a Jesús con toda radicalidad. La luz de Cristo nunca nos producirá encandilamientos sino que nos atraerá suavemente y con firmeza a seguir con seguridad los caminos del evangelio. Tenemos que dejarnos cautivar por esa luz que es la luz de la vida y de la resurrección. Tenemos que dejarnos iluminar por esa luz para que luego también nosotros podamos iluminar a los demás.
Es Jesús, es el Hijo amado del Padre a quien tenemos que escuchar, y a quien queremos seguir. Estando con Jesús no tememos ya la subida del calvario y de la cruz porque subiendo al Tabor con Jesús hemos aprendido a seguir con más libertad interior los caminos del evangelio y sabemos a ciencia cierta que detrás está siempre la vida y la resurrección. Es en lo que de alguna manera nos vamos entrenando en este camino de la Cuaresma con nuestras penitencias y nuestras austeridades, con nuestra escucha atenta de la Palabra y con la oración que queremos intensificar.  
Sigamos haciendo con todo fervor este camino cuaresmal; que se intensifique nuestra oración y nuestra escucha de la Palabra, porque seguro que el Señor querrá seguir manifestándonos muchas cosas, muchos resplandores de luz. Dejémonos conducir por la fuerza de su Espíritu para que nazca ese hombre nuevo en nosotros con la resurrección del Señor.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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