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Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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miércoles, 31 de octubre de 2012


Contemplamos la constelación de todos los santos que en el cielo glorifican al Señor

Apoc. 7, 2-4.9-14; Sal. 23; 1Jn. 3, 1-3; Mt. 5, 1-12
Hay personas a las que les gusta subir en la noche a las altas montañas - en nuestro caso, por ejemplo irse a Izaña o Las Cañadas del Teide, nuestras más hermosas montañas - para contemplar en una noche despejada y sin luna, y sin los reflejos de las luces artificiales de nuestras ciudades, las estrellas, las constelaciones, y toda la maravilla del firmamento que podemos contemplar con nuestros ojos.
Es una gozada de espectáculo que nos ofrece la naturaleza. Es una experiencia bella y rica en sensaciones y parece como que el espíritu se eleva para irse tras las estrellas y más allá incluso. Sí, hay que irse a esas alturas donde las luces artificiales de nuestras ciudades no nos impidan ver ese cielo estrellado, porque esas luces como que nos encandilan y nos impedirán contemplar en toda su pulcritud la belleza del firmamento.
Pues bien, creo que la fiesta que celebramos hoy es algo así como irnos a lo alto para ver las estrellas y es que al contemplar a todos los santos que hoy celebramos es como ver esas estrellas luminosas o tintineantes que nos atraen y nos hacen mirar también a lo alto, elevando nuestro espíritu y diciéndonos que en verdad es posible trascender nuestra existencia terrena y tenemos capacidad de ver y poder alcanzar también esa vida de eternidad. Contemplamos, sí y aprovechemos la riqueza de la imagen, el cielo estrellado de la gloria del Señor en todos los santos que cantan la gloria del Señor.
Hemos de cuidar, si, que luces caducas y artificiales pudieran distraernos o impedirnos encontrarnos con la verdadera luz de nuestra vida. Igual que decíamos que las luces artificiales de la tierra podían impedirnos contemplar la belleza de las estrellas del firmamento porque podían encandilarnos, así no podemos dejarnos seducir por esos luces caducas sino que contemplando ese firmamento maravilloso de las estrellas de todos los santos podamos aspirar con seguridad y sin miedo a una santidad semejante a la suya que para nosotros es ejemplo y estímulo de la verdadera santidad.
Celebrar la fiesta de todos los santos es contemplar, sí, esas estrellas, que no nos ofrecen su luz propia, aunque las estemos llamando estrellas, sino que nos estarán reflejando la luz del verdadero y único Sol de nuestra existencia, porque nos harán elevarnos hacia Dios. Nos están señalando un camino que nos eleva y que nos trasciende; nos estarán señalando el camino que nos impulsa hacia lo alto, hacia la verdadera santidad, siendo para nosotros ejemplo y estímulo de ese nuestro caminar.
El Apocalipsis nos habla de muchedumbres innumerables que nadie puede contar y nos está señalando que si así ahora en el cielo pueden cantar la gloria de Dios es ‘porque lavaron y blanquearon sus vestiduras en la sangre del Cordero’, porque un día en su vida supieron decir Sí a Dios y al amor y su vida desde entonces se transformó, se transfiguró por la fuerza del Espíritu - ya para siempre serán los hijos de Dios - para seguir el camino que Jesús nos señala en los evangelios y nos describe tan bien en las Bienaventuranzas.
Ahora cantan ya eternamente en el cielo la alabanza y la gloria del Señor. ‘Hoy nos concedes celebrar la gloria de tu ciudad santa, la Jerusalén celeste que es nuestra madre, donde eternamente te alaba la asamblea festiva de todos los santos, nuestros hermanos’, como decimos en el prefacio.
‘¿Quiénes son y de dónde han venido?’ se pregunta la visión del Apocalipsis. Son, sí ‘la asamblea festiva de todos los santos, nuestros hermanos’; porque son nuestros hermanos, hombres y mujeres como nosotros que nos han precedido en el camino de la vida y que también con sus luchas y con sus debilidades como nosotros, sin embargo se mantuvieron fieles, caminaron ese camino de fidelidad a Dios y al amor, dejando transformar su vida por la gracia del Señor, como ya antes decíamos.
Porque en la fe supieron decir siempre ‘sí’ a Dios y se dejaron iluminar y conducir por su Palabra sintieron que Dios era su única y verdadera riqueza porque, no en los bienes terrenos sino en Dios en donde iban a alcanzar la verdadera plenitud. Desde Dios para siempre iban a encontrar el sentido y el valor para su existencia y ya ninguna luz artificial y humana podría encandilarles para separarles de ese camino de las bienaventuranzas que habían emprendido.
El Papa cuando nos convocaba con la Porta Fidei a este año de la fe nos decía: ‘Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación’.
Pues bien, hoy en esta solemnidad contemplamos a los santos, los que se dejaron conducir por la fe que les llevaba a Jesús y en Jesús encontraban todo el sentido y valor para su vida. Son para nosotros ejemplo y estímulo. En sus vidas queremos leer las Bienaventuranzas de Jesús. A ellos los llamamos hoy bienaventurados, los llamamos dichos, felices porque vivieron ese camino del evangelio y hoy viven la plenitud del Reino de Dios.
‘De ellos es el Reino de los cielos’ porque supieron ser pobres y puros de corazón, misericordiosos y amantes de la paz, sintieron fuertemente en su corazón el hambre por la justicia y la verdad y se hicieron en verdad solidarios con todos los que sufrían o carecían de todo, no importándoles incomprensiones ni persecuciones. Ellos participando ya en plenitud del Reino de Dios pueden contemplar a Dios cara a cara, tal cual es, como nos decía san Juan.
‘En ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad’, porque cuando contemplamos y celebramos a los santos vemos el ejemplo de su vida para nosotros; con el testimonio de su fidelidad y amor nos están recordando el camino de Jesús, el camino del evangelio que nosotros también hemos de recorrer; en ellos nos sentimos estimulados pero a través de ellos, por su intercesión, alcanzamos esa gracia del Señor que necesitamos.
No es un socorro mágico para que nos resuelva nuestros problemas o necesidades materiales lo que le pedimos a los santos. Es su intercesión para alcanzarnos esa gracia del Señor que a nosotros también cada día nos haga más santos - que ‘realicemos nuestra santidad por la participación en la plenitud del amor de Dios’, como decimos en una de las oraciones de la Misa -, para que un día podamos sentarnos también en la mesa del banquete del Reino de los cielos.

sábado, 27 de octubre de 2012

Departamento de Comunicación Obispado de Tenerife: DIÁCONO A IMAGEN DEL QUE VINO A SERVIR

Departamento de Comunicación Obispado de Tenerife: DIÁCONO A IMAGEN DEL QUE VINO A SERVIR: Elisuán Delgado ha sido ordenado diácono, en una celebración presidida por el Obispo, Bernardo Álvarez. La Sede Catedralicia acogió es...

Al momento recobró la vista y lo seguía por el camino

Jer. 31, 7-9; Sal. 125; Hb. 5, 1-6; Mc. 10, 46-52
¿Cuál es la luz que realmente nosotros buscamos para nuestros ojos? O lo que en cierto modo es lo mismo preguntarnos, ¿cuál es la ceguera que nosotros tenemos? Comienzo haciéndome estas preguntas ante el episodio que nos narra hoy el evangelio. Muchas más podrían ser las preguntas que siguiéramos haciéndonos.
El evangelio nos habla de un ciego que está allí al borde del camino pidiendo limosna en las afueras de Jericó cuando pasa Jesús camino de Jerusalén. La imagen del ciego al borde del camino nos está hablando de su pobreza, una pobreza a la que quizá le haya llevado su ceguera. Suplica a los que pasan desde su necesidad; le falta la luz de sus ojos y su vida se ve envuelta en mil problemas que le llevan a esa situación de muchas carencias en su vida.
Muchos ciegos al borde del camino nos encontramos en el evangelio, pero ¿no habrá muchos ciegos al borde del camino de la vida por donde nosotros transitamos? Será la carencia de luz para sus ojos ciegos - y ya podemos comprender lo duro que es ir en la vida con esa carencia física - pero pueden ser otras las oscuridades que puedan anular la vida y llenarla de muchas limitaciones cuando nos vemos envueltos por los problemas de cada día o cuando hayamos perdido la ilusión y la esperanza. Cuando se llega a una situación así parece que se camina dando tumbos y sin un rumbo verdadero.
Bartimeo - así se llamaba el ciego de Jericó, el hijo de Timeo - se enteró que quien pasaba era Jesús y se puso a gritar. ‘Hijo de David, ten compasión de mi’. Un grito muy profundo por su gran sentido. Sin embargo, aquellos gritos molestaban a algunos de los que también iban de camino. Sigo haciéndome preguntas, ¿por qué? ¿molestaba la ceguera y la pobreza de aquel hombre porque quizá estaba reflejando sus propias pobrezas y cegueras? Algunas veces no nos gusta mirarnos en el espejo, no nos gusta vernos retratados porque tendríamos que reconocer nuestra propia situación.
Pero Jesús no pasa de largo. Jesús se detiene. Jesús pide que lo llamen y lo traigan. Aunque algunas veces nosotros nos llenemos de dudas, Jesús si está atento a nuestro grito y a nuestras necesidades. A los que antes les molestaban aquellos gritos ahora les toca, mal a su pesar, que conducir a aquel ciego hasta Jesús. ‘Animo, levántate, que te llama’, le dicen. Con lo fácil que es tender una mano para levantar en el ánimo y la esperanza a quien encontramos al borde del camino… Algunas veces nos resistimos y no queremos arrancarnos de nuestra comodidad o nuestra rutina. Necesitamos quizá un toque de atención para salir de nuestras cegueras y cerrazones y comenzar a tener otras ilusiones en la vida que nos conduzcan a una mayor plenitud.
‘Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús’. Sabía que algo nuevo y bueno le iba a suceder. No necesitaba ya de aquel manto signo de su pobreza y necesidad. Para poder dar el salto que le acercase a Jesús tendría que liberarse de muchas cosas, quitar todos los impedimentos. Muchas veces nos cuesta, pero él estaba decidido a lo nuevo que aparecía en su vida. Ninguna oscuridad le iba a atar de aquí en adelante.
‘¿Qué quieres que haga por ti?... Maestro, que pueda ver…’ ¿No estaba él al borde del camino para pedir limosna desde necesidad y pobreza? Pero no le pide limosna, ninguna cosa material a Jesús. ‘Que pueda ver’. Lo que necesita es la luz y la luz ya la está encontrando antes incluso que Jesús le diga que ya está curado. La fe ha obrado el milagro en su corazón.
Una luz ha llegado de verdad a su vida en el encuentro con Jesús. Sus ojos se han abierto y qué bellas vería todas las cosas porque esa es la primera sensación que tienen los que han recobrado la luz de sus ojos, pero es otra belleza la que puede contemplar. ‘Al momento recobró la vista y lo seguía por el camino’, dice el evangelista. Conoció a Jesús, se despertó la fe en su corazón y ya desde entonces era discípulo que seguía a Jesús por el camino. Pudo contemplar la belleza de la fe, la belleza de una vida iluminada por la fe donde todo adquiere ahora un nuevo sentido.
A partir de este momento seguro que a muchos otros se les abrieron también los ojos del alma para descubrir quizá cuáles eran sus cegueras. En el proceso de este ciego otros muchos lo iban acompañando, porque, ciegos al principio quizá sin darse cuenta de su ceguera, a la Palabra de Jesús pronto cambian y los que antes se oponían porque les molestaban los gritos de Bartimeo comienzan a abrir los ojos cuando comienzan a prestar el servicio de ayudar al ciego a llegar hasta Jesús. La fe y el amor nos hacen abrir los ojos de verdad.
Nos puede a nosotros también hacer mirar nuestras cegueras porque la fe se nos haya debilitado, hayamos perdido por alguna razón la ilusión o la esperanza en la vida, o se nos haya enfriado la intensidad de nuestro amor. Son muchas las cegueras que nos hacen insensibles a la luz verdadera porque nos cerramos, nos encerramos en nosotros mismos y nos cuesta ver la luz que puede hacer distinta nuestra vida.
Los problemas, la inestabilidad en que vivimos la vida quizá en estos momentos agravada por la crisis que pasa toda nuestra sociedad que no es sólo la económica, las limitaciones a que nos vemos sometidos cuando no podemos actuar con verdadera libertad, o las enfermedades, los sufrimientos o las debilidades que nos van apareciendo con el paso de los años. Esas cosas a veces nos encierran para no ver salidas, para perder la ilusión por la vida y la esperanza de poder hacer que las cosas sean mejores, oscurecen nuestra vida.
Son cegueras en las que nos sumergimos o nos hacen sumergirnos los demás. Porque una cosa terrible es cuando nosotros no sólo no trasmitimos ilusión y esperanza a los demás sino que incluso se las tratamos de quitar. ¿Seremos como aquellos que querían hacer callar los gritos del ciego de Jericó? ¿Nos estaremos dando cuenta, entonces, de cuáles son también nuestras cegueras?
Eso no tendría que pasarnos a los que creemos en Jesús y queremos seguirle. Sabemos que Jesús es nuestra luz y con El a nuestro lado nunca tendríamos que quedarnos ciegos. La fe que tenemos en El es esa luz que siempre nos ilumina. En esa fe que tenemos en Jesús nuestra vida tendría que estar siempre llena de alegría.
‘El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres’, repetíamos en el salmo, después de escuchar ese ilusionante anuncio de Jeremías invitándonos a la alegría. ‘Gritad de alegría… regocijaos… el Señor ha salvado a su pueblo… os congregaré de los confines de la tierra, entre ellos ciegos y cojos… una gran multitud retorna… los guiaré entre consuelos…’
Creo que después de esta reflexión que nos hacemos hemos de caer en la cuenta de una misión que tenemos en medio del mundo que nos rodea. Llenos de luz tenemos que anunciar la luz; llenos de esperanza en nuestro corazón estamos llamados a dar esperanza, a sembrar ilusión y optimismo en cuantos están a nuestro lado hundidos y desesperanzados. No podemos ser profetas de calamidades sino mensajeros de esperanza que ayuden a levantarse los corazones de tantos que sufren a nuestro lado. Como aquella gente que cambió y luego ayudaba dando ánimos al ciego para que fuese hasta Jesús que lo esperaba. Tenemos que hacer eso con nuestro mundo.
‘Señor, que pueda ver’, le pedimos nosotros también a Jesús. 

viernes, 19 de octubre de 2012


Dispuestos a hacer como Jesús y beber el cáliz de ser el último y servidor de todos

Is. 53, 10-11; Sal. 32; Hb. 4, 14-16; Mc. 10, 35-45
Hay ocasiones en que, aunque nos hayan explicado bien las cosas, sin embargo se nos ha metido una idea en la cabeza que no podemos quitar y parece que todo lo que hacemos es un buscar o conseguir aquello que habíamos imaginado o deseado. Somos algo así como de ideas fijas que siempre nos están rondando en la cabeza y no queremos detenernos hasta que lo hayamos conseguido.
Algo así les pasaba a los discípulos de Jesús; se habían hecho una idea del Mesías que, aunque Jesús tratara de explicarles una y otra vez lo que iba a suceder, en el fondo seguían con sus sueños y aspiraciones. Jesús les había anunciado en diversas ocasiones lo que iba a ser su pasión, lo que le iba a suceder cuando subieran a Jerusalén, pero no les cabía en la cabeza. En diversos momentos lo hemos escuchado, incluso cómo Pedro trataba de quitarle esa idea de la cabeza a Jesús.
Aunque en versículos inmediatos, lo que cronológicamente pudiera haber sucedido también poco antes, ahora dos de los discípulos, dos del grupo de los Doce que Jesús había escogido para hacerlos apóstoles, se atreven a acercarse a Jesús para manifestarle lo que son sus sueños y aspiraciones. La idea de triunfo estaba muy presente en sus aspiraciones; el hecho de que mucha gente siguiera entusiasmada a Jesús les hacía tener sus sueños, y además ellos un día lo habían dejado todo para seguirle, para estar con El; justo sería aspirar a primeros puestos en su Reino, sin haber entendido bien lo que era el Reino de Dios anunciado por Jesús.
‘Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir… ¿qué queréis que haga por vosotros?... Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda’. ¿A qué gloria se estaban refiriendo? ¿Sería la gloria inmediata del Mesías liberador que aguardaban para darle la libertad al pueblo de Israel y establecer un reino nuevo? ¿Sería la gloria futura en una referencia de trascendencia hasta el cielo? Podría ser de una manera o de otra pero en nuestros sueños muchas veces, demasiadas veces nos quedamos de tejas para abajo en lo más inmediato.
‘No sabéis lo que pedís’, es la primera respuesta de Jesús. ¿Aún seguís soñando? ¿No habéis terminado de ver lo que sido mi camino y mi vida y no habéis escuchado los anuncios que he hecho de lo que va a ser mi pascua? Estáis conmigo, os he llamado incluso de manera especial para constituiros apóstoles, habéis sido testigos muy directos de lo que yo he ido haciendo y anunciando, estáis conmigo y habéis visto bien lo que es mi camino, mi vida, ¿Queréis estar conmigo? ¿Queréis seguir mi camino? ¿Seréis capaces de hacerlo? ‘¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?’
Seguir a Jesús para estar con El en su reino no es algo que podamos tomarnos a la ligera. Seguir a Jesús tiene sus exigencias, porque seguir a Jesús es querer vivir su misma vida. Y vivir su vida es ponernos en la misma actitud de amor con que El vivía y se entregó. Vivir su vida no es buscar grandezas ni primeros puestos. ‘El pasó haciendo el bien’, diría más tarde Pedro. Y el pasar haciendo el bien fue una vida de entrega, de amor, de servicio, de humildad.
Es la actitud permanente de Jesús, el Hijo de Dios que el Padre nos había entregado para manifestarnos así lo que era el amor que nos tenía. Lo vemos entre los pobres y sencillos; lo vemos al lado de los que sufren y de los que necesitan salud, vida, paz; lo vemos acercándose a los pequeños, a los niños, a los que nada tenían.
Su nacimiento fue pobre entre los pobres de manera que ni había sitio para El en la posada y el primer anuncio de su nacimiento se hizo a los pobres de Belén, a los pastores que estaban al raso cuidando sus rebaños. La mayor parte de su vida la pasó oculto en Nazaret un pequeño pueblo que ni era bien considerado por los pueblos limítrofes y entre los humildes y trabajadores de manera que mereciera ser llamado ‘el hijo del carpintero’.
Cuando le vemos caminar por las aldeas y pueblos de Palestina, ya fuera en Galilea, Samaría o Judea, será entre los pobres y los sencillos, como los pescadores del mar de Galilea, o entre los que no eran bien considerados por los que se creían poderosos porque comería con los publicanos, los pecadores, las prostitutas que a El se acercaban, aunque los letrados y fariseos por eso mismo lo rechazaran.
Ahora sube a Jerusalén donde ha anunciado que va a ser entregado en manos de los gentiles y donde va a beber el cáliz de la pasión y de la muerte. ¿Será ese el cáliz que ellos estarán dispuestos a beber?
La respuesta fue rápida y rotunda. ‘Podemos’, responden. Por Jesús están dispuestos a todo, aunque haya cosas que aún no terminen de entender. Beberán el cáliz y merecerán entrar en su gloria, pero lo de puestos a la derecha o la izquierda eso serán otras cosas, se necesitará algo más. Es cosa del Padre del cielo, pero que se conseguirá si seguimos en verdad las pautas que Jesús nos propone para nuestro camino por la tierra.
Los otros diez andan por allí alborotados. ‘Se indignaron contra Santiago y Juan’.  Parece como si andaran divididos. El grupo de los doce con el que Jesús tanto había trabajado para hacerlos vivir en una especial comunión parecía que pudiera romperse. Pero ese no puede ser el estilo de los discípulos de Jesús en que por causa de nuestras ambiciones andemos con nuestras reticencias y envidias que nos pueden llevar por malos caminos.
Cuánto tenemos que seguir escuchando desde la sinceridad del corazón estas palabras y enseñanzas de Jesús, porque aun seguimos nosotros - también en la iglesia de Jesús, tenemos que reconocer con pena - con nuestras aspiraciones a hacer carrera o con nuestros malos deseos que nos hacen echarnos el traspié los unos a los otros en la vida.
Y Jesús los llama, y pacientemente vuelve a repetirles la lección. El estilo de los que seguimos a Jesús no puede ser nunca el del dominio, la manipulación o la opresión sobre nadie. ‘Vosotros nada de eso; el que quiera ser grande, sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero que sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos’.
No podemos hacer otra cosa que lo que hizo Jesús. ‘Pasó haciendo el bien’. Ya lo hemos recordado. Ya contemplamos sus actitudes, su manera de ser y de hacer las cosas. Es el modelo, es el camino, es la verdad, la única verdad de nuestra vida. Servir, hacerse el último, ser capaz de gastarse por los demás olvidándose de si mismo. Estar entre los humildes y pequeños para siempre pequeño y servidor. No nos importe pasar desapercibidos si hacemos el bien aunque no nos lo reconozcan.
‘Aprended de mí’, nos dirá Jesús en otra ocasión y seamos capaces de llenar nuestro corazón de mansedumbre, de amor, de entrega, de humildad, de ser capaces de pasar desapercibidos y no importa también que ignorados; llenemos nuestro corazón de comprensión, de capacidad para perdonar siempre porque siempre para nosotros lo primero sea el amor.
Aunque muchas veces se nos pueda meter en la cabeza la tentación de la ambición y los deseos de grandeza, nosotros queremos seguir a Jesús y hacer como El. No podemos hacer otra cosa que lo que hizo Jesús y estaremos también dispuestos a beber el mismo cáliz que bebió El.

viernes, 12 de octubre de 2012


Vivamos con libertad interior despojándonos de todo lo que nos ata

Sab. 7, 7-11, Sal.89; Hb. 4, 12-13; Mc. 10, 17-30
‘Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mi la sabiduría…’ Buena y básica actitud que hemos de tener de entrada para acoger la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado. No son simplemente las reflexiones que por nosotros nos hagamos sino que tenemos que escuchar lo que el Señor nos va sugiriendo en el corazón. Es la sabiduría de Dios que en Jesús nosotros recibimos. ‘Todo el oro a su lado es un poco de arena…’ Así tenemos que buscarla, desearla, pedirla. Pidamos, en verdad, que el Espíritu de Dios nos ilumine y nos conceda el don de sabiduría para saborear, para entender la Palabra del Señor, esa ‘palabra viva y eficaz’, como se nos dice en la carta a los Hebreos.
‘Cuando salió Jesús al camino, se le acercó uno corriendo y se postró ante él…’ nos dice hoy el evangelio. Jesús en camino, en su subida a Jerusalén. Jesús que nos está siempre poniendo en camino. Nos invita a seguirle, a seguir sus caminos, a seguirle a El que es el camino. Hoy es uno que viene a preguntarle qué ha de hacer. Es bien significativo el tema del camino. Porque además la invitación de Jesús es a seguirle, a ponernos en camino con El.
Hacemos camino, podemos ir por la llanura y quizá no nos exigirá demasiado esfuerzo; pero siempre en el camino habrá momentos en que hemos de subir, el camino no es lo regular que nos gustaría, lo que nos exigirá mayor esfuerzo; pero si queremos subir a lo alto de la montaña en la medida en que avancemos el mismo camino nos exigirá más, más esfuerzo por una parte, y si queremos llegar a la alta montaña también tendremos la exigencia de irnos desprendiendo de pesos muertos; no podemos llevar sino lo necesario para poder alcanzar la alta montaña y tendremos que desprendernos de muchas cosas que serían como una rémora que nos retrasaría o nos impediría alcanzar la meta a que aspiramos o que nos hemos propuesto. Es superarnos a nosotros mismos y buscar la manera de caminar con mayor libertad de impedimentos.
Creo que puede ser una buena imagen para lo que significa el seguimiento de Jesús y además por ahí puede ir la enseñanza, el mensaje que nos ofrece hoy la palabra de Dios. Queremos seguir a Jesús. Es cierto que a todos no nos exige lo mismo o nos llama a las mismas cosas. Podemos pensar en los diferentes carismas, en las diferentes funciones dentro del pueblo de Dios.
Hoy contemplamos a joven que seguía ya un camino bueno, de rectitud, de cumplimiento de los mandamientos, de actitudes y posturas religiosas, podríamos decir, en su vida. Ha ido haciendo el camino de la llanura y ha tratado de ser fiel. Se ha esforzado en cumplir los mandamientos. A la pregunta ‘Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?’ Jesús le dice que cumpla los mandamientos. ‘Todo eso lo he cumplido desde pequeño’, le responde a Jesús que se le queda ‘mirando con cariño’ que dice el evangelista.
Pero escuchando a Jesús se siente llamado a más. Es lo que Jesús le propone. No es ya sólo seguir el camino de la llanura, sino se trata de subir más alto. Como se propone en el lema de las olimpiadas a los atletas, más alto, más fuerte, más lejos. Ahora es seguir a Jesús con mayor radicalidad. Y para subir a la montaña habrá que desprenderse de cosas que nos pesan. ‘Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres - así tendrás un tesoro en el cielo - y luego sígueme’.
Ese paso ya era más difícil. Pero para poder subir a la montaña del seguimiento radical de Jesús no podemos llevar pesos en los bolsillos. Porque como nos dirá en otro momento Jesús allí donde tenemos nuestro tesoro tenemos nuestro corazón. Tenemos que librarnos de ellos porque lo que queremos alcanzar merece la pena. Pero ‘a estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico’. Luego vendrán las consideraciones que nos ofrece Jesús.
‘¡Qué difícil les va a ser entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios’. Cuando llevamos muchas adherencias en torno a nuestra vida, como el camello que con sus jorobas y sus cargas no podría pasar por un lugar estrecho, no podemos alcanzar la alta meta que se nos propone en el Reino de Dios.
Son las riquezas o son los apegos de nuestro corazón; serán las cosas materiales que nos esclavizan, las comodidades que nos retardan en nuestra entrega, los afanes de placer que nos obnubilan y ciegan. Ya entendemos que en la palabra riqueza que nos expresa el evangelio no se refiere solo al dinero o esos bienes materiales que nos deslumbran, sino que ahí entran tantos apegos que tenemos en el corazón.
Por eso son virtudes importantes para el cristiano el desprendimiento, la generosidad, el saber hacerse pobres en ese desapego de las cosas materiales, la capacidad de sacrificio en la búsqueda de lo que verdaderamente es importante, la generosidad del compartir, la austeridad para no buscar las cosas que nos encandilan los ojos o el corazón. 
El que sabe vivir con estos valores vive con mayor libertad y más alegría interior, siente más paz en su corazón y aprende de verdad lo que es amar a los demás, no vive solo con metas ramplonas y efímeras sino que buscará la que dé una mayor plenitud a su vida. El que vive así no se queda de tejas abajo, sino que eleva su espíritu y sabe darle trascendencia a su vida. Es el hombre que vive el espíritu de las bienaventuranzas y el que sabe encontrar la felicidad total.
El evangelio de hoy, las palabras de Jesús son verdaderamente reconfortantes y alentadoras. Hacer ese camino aunque nos cueste nos conduce verdaderamente a una plenitud que solo en Jesús podemos alcanzar. Cuando Jesús les dice y explica todas estas cosas por allá estaban los discípulos pensando qué les tocaría a ellos que habían sido capaces de dejarlo todo para seguir a Jesús.
Es la pregunta o la cuestión que le plantea Pedro. ‘Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido’, como quien dice ‘y a nosotros ¿qué nos va a tocar?’ Una pregunta que puede parecer muy interesada, pero que es muy humana. ‘Os aseguro, les dice Jesús… que quien haya hecho todo esto por mi y por el evangelio, recibirá cien veces más y la vida eterna’. Habrá momentos difíciles, incluso puede haber hasta persecuciones, pero por la plenitud que encontraremos en Cristo merece la pena dejarlo todo para seguirle. Siempre decimos que Dios no se deja ganar en generosidad por nosotros.
Emprendamos el camino aunque sea costoso, hagamos la subida aunque signifique esfuerzo, vivamos esa libertad interior despojándonos de lo que nos ata, pongamos toda nuestra fe y nuestra esperanza en Cristo Jesús.

viernes, 5 de octubre de 2012


Una buena noticia que hay que proclamar, el evangelio del amor y de la fidelidad

Gén. 2, 18-24; Sal 127; Hb. 2, 9-11; Mc. 10, 2-16
Las cosas se dominan, pero las personas conviven. Es distinta la relación. Las cosas las utilizamos porque las necesitamos, porque nos sirven para algo, pero la relación con las personas es distinta. La relación entre las personas tiene que ser una relación humana, nunca debieran ser utilizadas ni tendrían que valernos para manifestar nuestro dominio. El trato y la relación entre las personas entra en una esfera superior.
‘No está bien que el hombre esté sólo, voy a hacerle alguien como él que le ayude’. No era suficiente toda la obra de la creación que Dios había realizado y había puesto a los pies del hombre. ‘Voy a hacerle alguien como él’. Ni todas las maravillas de la creación, ni todos los animales que Dios había creado eran suficientes para que el hombre encontrara esa compañía. ‘El hombre le puso nombre a todo lo que había creado Dios, pero no encontraba ninguno como él que le ayudase’. Poner nombre significa esa relación de dominio y de posesión. Se le pone nombre a lo que es suyo. Así lo había expresado también el primer relato de la creación.
Cuando contempla a la mujer exclamará: ‘Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’. Es otra la relación. Cuando se habla de compañía se está hablando de esa relación que entre iguales se puede entablar. El texto de la Biblia nos habla sobre todo con imágenes que quieren llevarnos a algo más hondo que la literalidad de la imagen que contemplamos. Así hemos de saber leer y entender el mensaje que se nos quiere trasmitir. Es bien significativo todo esto que estamos comentando y está bien relacionado con el mensaje del evangelio que hoy se nos trasmite.
Habían acudido a Jesús unos fariseos para ponerlo a prueba y le plantean la cuestión del divorcio que Moisés les había permitido. ‘¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?’ Cuestión que sigue candente en la sociedad de hoy. Claro que es el mensaje de Jesús. ‘Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto’, les responde Jesús a la cuestión que le plantean. ‘Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne, de modo que ya no son dos sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre’. Es la respuesta rotunda y clara de Jesús.
Decíamos que la biblia nos habla con imágenes que hemos de saber leer e interpretar. Esa expresión de ser los dos una sola carne, como la anterior en la que Adan decía que ‘ésta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’, vienen a expresarnos la profunda comunión que tiene que haber en la relación de las personas. No es lo físico de la igualdad de unos cuerpos, sino algo más hondo que nos hace entrar en relación mutua. ‘Nos entendemos’, solemos decir, o lo que es lo mismo, puede haber entre nosotros una mutua relación y entendimiento, no desde el interés sino desde la cercanía, el amor y la amistad. Y eso, en todos los niveles de relación entre las personas. Cuando falle esto, no podrá haber relación y comunión sincera.
Relación, entendimiento y comunión que llega a su mayor profundidad cuando se trata del amor matrimonial que es lo que aquí de manera especial se nos quiere decir. Una relación que es de comunión, nunca de dominio, siempre de encuentro, de armonía y de paz. Una comunión que es irrompible, indestruible porque está fundamentada hondamente en el amor. Algo que no podemos tomar a la ligera sino que tiene que nacer de ese conocimiento profunda que solo se puede dar desde el amor.
Sin embargo tenemos los hombres la capacidad de banalizar y hacer superficial y caduco lo que es más hermoso y más profundo. Hemos perdido quizá la capacidad de la entrega hasta el sacrificio que es el que hace brillar con las perlas más preciosas la corona del amor. Es triste cómo se banaliza el amor y hasta se convierte en un juego que le hace perder el encanto de la fidelidad y la constancia hasta el final aunque costara sacrificio y que lo hace nuevo y vivo cada día. Vivimos tantas veces tan encerrados en nosotros mismos que ya no somos capaces de buscar la felicidad del otro sino solamente nuestra propia satisfacción.
Es por eso por lo que pueden sonar disonantes para algunos oídos cuando proclamamos las palabras de Jesús sobre el matrimonio porque quizá otros van con otras músicas distintas y no es disonante nuestra música sino que quizá se haya podido perder el sentido de la belleza y armonia que da un amor fundamentado en la fidelidad total. Son otras las estridencias a las que se han acostumbrado sus oídos y les es difícil percibir la profundidad y belleza del sonido del evangelio. Hemos de saber descubrirlo y tarea nuestra de los cristianos es el darlo a conocer.
Aunque nos duela no nos ha de extrañar que encontremos a nuestro alrededor otras maneras de pensar, otras múscias, sino que más bien esto tiene que hacer que nos afiancemos más en los principio de nuestra fe, en los valores del evangelio. Siempre el evangelio, en todos los tiempos, ha sido una novedad (lo dice la palabra mimsma), una buena noticia, una noticia nueva y distinta que proclamamos ante el mundo que nos rodea aunque no crea.
Y en virtud de nuestra fe gritamos y proclamamos la Buena Noticia, el evangelio del matrimonio, como Cristo nos enseña. Nos puede parecer que la iglesia y los cristianos nadamos a contracorriente cuando proclamamos nuestros principios, pero si no lo hiciéramos así sería a contracorriente del evangelio de Jesús cómo estaríamos nadando nosotros dejándonos llevar por el espíritu del mundo.
La fuente y el modelo de todo nuestro amor la tenemos en Jesús, lo tenemos en Dios. Y el amor de Dios es fiel y permanece para siempre y así ha de ser también nuestro amor. Es tan fiel que sigue confiando siempre en nosotros a pesar de la debilidad de nuestras infidelidades y respuestas negativas. Porque además en esas contracorrientes que nos encontramos en la vida no vamos solos ni con solas nuestras fuerzas, porque sabemos que el Señor está siempre con nosotros y para eso nos da la fuerza de su Espíritu que es Espíritu de amor.
Para nosotros el amor matrimonial se convierte en sacramento, porque no sólo es sacramento de Dios, signo del amor que Dios nos tiene, sino que en el ser sacramento se nos asegura además la presencia de Cristo y de su gracia siempre con nosotros.
Todo esto tiene que ser motivo de gran reflexión para empaparnos del espíritu del evangelio; motivo de mucha oración por las situaciones difíciles que contemplamos en tantos matrimonios y familias a nuestro alrededor y también para pedir al Señor que acompañe con su gracia a los jóvenes que se preparan para el matrimonio para que vayan con la madurez y profundidad necesaria para darle esa estabilidad y fidelidad a su amor. ‘Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida’, que decíamos en el salmo.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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