Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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sábado, 24 de noviembre de 2012


Mi reino no es de este mundo… mi reino no es de aquí

Dan. 7, 13-14; Sal. 92; Apoc. 1, 5-8; Jn. 18, 33-37
‘¿Eres tú el rey de los judíos?... ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?’ Es el diálogo que se inicia entre Pilatos y Jesús. Creo que esto nos ayudaría y nos haría reflexionar mucho cuando hoy, en el último domingo del año litúrgico, estamos celebrando esta Solemnidad de Jesús, Rey del Universo.
Ser rey de los judíos no tenía el mismo significado en lo que pudiera pensar Pilatos, lo que soñaban los judíos que fuera el sentido del Mesías y cómo realmente Jesús se presentaba como rey. Claro que Pilatos, representante en Palestina del emperador romano, pudiera tener sus prejuicios y sus miedos en que alguien se presentara como Rey de Israel; es por eso por lo que los judíos aprovechan para llevar a Jesús ante el pretorio con esta acusación. Pero por otra parte sabemos bien del sentido triunfalista que tenían ellos del Mesías que esperaban.
Sin embargo, hemos de reconocer que a nosotros también nos pudiera pasar de manera semejante, porque muchas veces podemos presentar a Jesús como Rey de una manera triunfalista y a la manera de lo que son los reyes de este mundo, y no cómo Jesús es realmente, el Rey y Señor de nuestra vida. ¿Nos habremos creado una imagen distorsionada de Jesús como Mesías y como Rey de Israel?
‘Mi reino no es de este mundo… mi reino no es de aquí’, proclama Jesús. Sí, su reino no es de este mundo, a la manera de los reinos de este mundo. Su reino no es un reino de ejércitos ni un reino que se imponga por la fuerza. Es de otra manera. Pilato ahora no lo comprenderá cuando Jesús le dice ‘tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y he venido al mundo; para ser testigo de la verdad’. Y la verdad de Jesús nos hace libres; la verdad de Jesús nos lleva a la plenitud; la verdad de Jesús pasará por los caminos del amor y del servicio. Eso no lo entenderán los poderosos. A nosotros en realidad, aunque lo sepamos, nos cuesta entenderlo muchas veces.
Es cierto que en todo el evangelio Jesús nos hace otra cosa que hablarnos del Reino de Dios, pero nos dirá que lo poseerán los pobres, los sencillos, los humildes, los que buscan la verdad y el bien, incluso los que son perseguidos por su causa. Recordemos una vez más el mensaje de las bienaventuranzas. Por eso nos dice que su reino no es de aquí, porque la plenitud no la alcanzaremos nunca en esta vida ni en este mundo, porque la plenitud solo podremos obtenerla en Dios, en la plenitud de vida junto a Dios en el cielo.
Cuando los discípulos encandilados por los poderes de este mundo y soñando con el Mesías triunfador comiencen a suspirar por primeros puestos o lugares de honor, les dirá que entre ellos no puede suceder de ninguna manera como con los poderosos de este mundo. ‘Entre vosotros no será así’, les dice. Poseerán el Reino y ocuparán primeros lugares en él, los que se hacen los últimos, los esclavos y servidores de todos. El, que es el Señor, se puso a los pies de los apóstoles para lavárselos con un simple y vulgar sirviente, y nos enseñó que así tendríamos que hacer nosotros. Esto es una constante en su enseñanza.
Hoy nosotros estamos celebrando a Jesucristo, como nuestro Rey y como nuestro Señor. En verdad que Jesús lo es. El nos ha rescatado derramando su sangre por nosotros para que tengamos vida. El abajándose hasta someterse a una muerte de Cruz a nosotros nos ha levantado con El para llenarnos de su vida y al hacernos partícipes de su vida divina, nos ha hecho hijos de Dios.
Y si podemos proclamar en verdad que Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre, sentimos cómo a nosotros nos ha redimido, nos ha comprado, como dice san Pedro, no a precio de oro ni de plata, sino al precio de su Sangre derramada para el perdón de nuestros pecados. ‘Aquel que nos ama, nos decía el libro del Apocalipsis, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre’.
‘A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos’. Sí, queremos cantar la gloria del Señor, queremos reconocer la maravilla que ha realizado en nosotros y queremos darle gracias y cantar eternamente la alabanza del Señor. Hoy, para los que creemos en Jesús y le proclamamos como nuestro Rey y Señor, es un día grande, una gran solemnidad y con toda la Iglesia nos alegramos, y con la liturgia queremos cantar la mejor alabanza al Señor. ‘Quienes nos gloriamos de obedecer los mandatos de Cristo, Rey del Universo, pedimos que podamos vivir eternamente con El en el cielo’, como diremos en una de las oraciones de la liturgia.
Pero, ¿sabéis cuál es el mejor cántico de alabanza? ¿Cómo es que en verdad podamos nosotros reconocer que Jesús es el Señor y el Rey del universo? ¿Cómo podemos pertenecer a su Reino?
Proclamaremos en verdad que Jesús es el Señor y Rey del universo cuando nos impregnemos de todos esos valores que Jesús nos enseña en el evangelio. No tendrían que caber ya en nosotros nunca más ni las actitudes violentas y dominadoras que nos alejarían de su Reino de paz, ni la prepotencia ni el orgullo pueden ser acompañantes de nuestra vida cuando queremos pertenecer a su reino de amor y de justicia.
Será por los caminos de la humildad y de la sencillez, por los caminos del servicio y de la solidaridad, por los caminos del amor que nos llevarán a aceptarnos y respetarnos mutuamente, a buscar siempre por encima de todo el bien del otro y a poner de nuestra parte todo lo necesario para vivir unidos y en comunión con los demás, cuando estemos viviendo y realizando en nuestra vida y en nuestro mundo ese Reinado de Dios.
Cuando sepamos perdonarnos y aceptarnos humildemente como somos, cuando nos respetemos y nos comprendamos sinceramente, cuando aprendamos a olvidarnos de nosotros mismos siendo humildes y no importarnos ser los últimos y valorando primero que nada todo lo bueno que hay en los demás, cuando vivamos con autenticidad y sinceridad nuestras relaciones con los demás alejando de nosotros todas las caretas de la falsedad y de la hipocresía, entonces estaremos ya viviendo en el Reino de Dios y estaremos proclamando con nuestras vida que Jesús es el único Señor de nuestra existencia.
La proclamación que queremos hacer en este día de que Jesús es el Rey del Universo y nuestro único Señor no la hacemos solamente con palabras, sino que lo estaremos proclamando desde la autenticidad de nuestras obras y desde nuestro compromiso real de amor.
‘Tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria por siempre’, proclamaremos hoy con toda intensidad con la liturgia. Pero no serán solo palabras, sino que será con toda nuestra vida como lo vamos a hacer. Lo haremos con fuerza, porque con fuerza queremos hacer de nuestra vida y de nuestra tierra el Reino de Dios; lo haremos con fe porque confesamos radicalmente que Jesús es nuestro único Señor; pero lo haremos con esperanza porque deseamos alcanzar, y tenemos la certeza de que lo podremos alcanzar, la plenitud del cielo, la plenitud del Reino eterno de Dios, compartir la vida eterna y poder cantar eternamente las alabanzas del Señor.

viernes, 16 de noviembre de 2012


Entonces se salvará tu pueblo…

Dn. 12, 1-3; Sal. 15; Hb. 10, 11-14.18; Mc. 13, 24-32
El profeta Daniel habla de tiempos difíciles y en el evangelio se nos habla de cataclismos cósmicos. Pero al mismo tiempo el profeta hace anuncios de salvación y de resurrección - ‘entonces se salvará tu pueblo’ - y en el evangelio se nos dice que ‘entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad’. Lo que podría parecer en principio anuncio de males y de muerte, sin embargo se convierte en un anuncio que nos llena de esperanza porque nos habla de salvación y de vida.
¿Son anuncios del tiempo final? ¿Es el final de los tiempos en que esta vida terrena se acaba? Es un género apocalíptico el que emplea el profeta Daniel y también el sentido de las palabras de Jesús. Se nos puede hacer indescifrable y de difícil comprensión pero, aunque a veces el concepto que tenemos del Apocalipsis es que nos habla de cataclismos, de destrucción y de muerte, sin embargo su verdadero sentido es un anuncio de esperanza como un rayo de luz para quienes se ven envueltos en momentos difíciles y que podrían parecer estar llenos de negrura.
Cuando Jesús pronunciaba estas palabras que hemos de ver en su contexto, no sólo anunciaba el tiempo final, sino que estaba hablando también del camino de destrucción al que estaba avocado el templo y la ciudad de Jerusalén, hechos que podrían haber sucedido ya cuando el evangelista nos traslada este relato. Por eso sus palabras tienen ese trasfondo de esperanza porque nos hablan de una salvación final con la venida del Hijo del Hombre en gran poder y majestad. Y es que en Cristo todo un día va a alcanzar su plenitud total.
Es por eso que también nosotros cuando escuchamos hoy estas palabras, como Palabra que Dios nos dice hoy en el contexto también de la vida que vivimos, vemos reflejados, es cierto, los momentos difíciles por los que pueda estar pasando nuestra sociedad y nuestra vida, pero como siempre la Palabra del Señor es una palabra que quiere suscitar en nosotros esperanza porque siempre es camino de vida. Y vaya si necesitamos tener esperanza que nos anime a luchar y hacer en verdad un mundo mejor.
Jesús propone una breve parábola haciendo que se fijen en la higuera que cuando en medio del crudo invierno sin embargo sus ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, es un anuncio de principio de primavera y de verano de frutos cercanos.
En la turbulencia en que vivimos hoy en nuestra sociedad y nuestro mundo afectado por tantas crisis que parece que pueden hacer tambalear los cimientos de nuestra sociedad, hemos de saber descubrir esas ramas que se ponen tiernas y esas yemas que parecen querer brotar. Siempre reflexionamos que la situación por la que pasamos no es sólo una crisis económica, aunque esta pueda ser muy dura y muy real también, sino que detrás, quizá por la forma como hemos ido construyendo nuestra sociedad, hay una crisis de valores muy importante.
La gente está inquieta pero uno puede atisbar los deseos de que las cosas cambien, de que no podemos fundamentar nuestra vida sobre los antivalores sobre los que hasta ahora hemos ido construyendo en parte nuestra vida, y se ven surgir brotes, quizá algunas veces forzados, de deseos de mayor justicia, de solidaridad, de capacidad de sacrificio para buscar algo hondo y bueno, de inquietud en el corazón para hacer que las cosas sean mejor, de unión y de encuentro para entrar en un diálogo donde se busque una mejor manera de hacer las cosas. Creo que hemos de saber hacer también una lectura positiva en cuanto nos sucede.
Creo que podemos ver semillas esperanzadoras en todas esas cosas. Y ahí los que tenemos fe en Jesús y en los valores del evangelio tenemos mucho que decir y mucho que hacer. Porque la esperanza no nos puede faltar en el corazón. Y en Jesús y desde Jesús sabemos que sí podemos hacer un mundo nuevo y mejor. Tenemos en nuestras manos las reglas de juego, podríamos decir, si nos dejamos conducir por esos valores que nos enseña Jesús en el Evangelio. Tenemos la esperanza de la salvación que en Jesús podemos encontrar.
Sabemos que nuestra patria definitiva no está aquí en la tierra ni en lo que aquí podamos vivir, pero sí sabemos también que Dios ha puesto este mundo en nuestras manos para que lo construyamos haciendo de él el Reino de Dios, a pesar de nuestras limitaciones e incluso nuestros fallos humanos. El anuncio del evangelio que estamos obligados a hacer, porque es la misión que a nosotros nos ha confiado, tiene que ir moviendo y transformando los corazones para que logremos lo más hermoso que podamos humanamente conseguir si logramos una mayor armonía entre todos, si logramos que haya verdadera paz en los corazones y en los pueblos, si conseguimos que nos amemos más porque seamos en verdad más hermanos, si hacemos lo posible porque los que están a nuestro lado sean cada vez más felices. Eso es ir sembrando el Reino de Dios que un día podremos llegar a vivir en plenitud.
Y creo que esa es nuestra tarea cada uno en la parcela que le toca vivir y de la que ha de sentirse responsable. Allí donde estamos, donde hacemos nuestra vida, con aquellos con los que convivimos todos los días, en la familia o con los amigos, en nuestro lugar de trabajo o donde descansamos tenemos que ir sembrando esas semillas de amor, de paz, de armonía, de verdad para que cuando broten los corazones se transformen y vayamos haciendo poco a poco un mundo nuevo y mejor.
También en nuestra Iglesia y desde nuestro ser Iglesia tenemos que ir realizando esa transformación de nuestro mundo. En este domingo precisamente estamos celebrando el Día de la Iglesia Diocesana con este lema: ‘La Iglesia contribuye a crear una sociedad mejor’. Efectivamente como creyentes, como miembros de la Iglesia, como seguidores de Jesús no somos ajenos al mundo en el que vivimos. Y desde la Iglesia, con nuestra fe, nos sentimos comprometidos a hacer ese mundo mejor. En la medida en que vivamos con mayor autenticidad nuestra fe más nos sentiremos comprometidos con nuestro mundo, con nuestra sociedad.
La fe no nos aleja de nuestro mundo, como algunos pretenden hacer creer cuando quieren hacer un mundo ateo y sin Dios, sino que, todo lo contrario, nos compromete más con él porque sentimos que Dios lo ha puesto en nuestras manos y tenemos que hacerlo mejor cada día. Y tenemos con nosotros la fuerza del amor que es quien en verdad puede transformar nuestro mundo. Y no hay amor más grande que el que Dios nos tiene y el que ha sembrado en nuestros corazones.
Como nos dice nuestro Obispo en su mensaje para este día La Iglesia se preocupa (y se ocupa) de las necesidades espirituales y materiales de sus hijos y, también, de quienes no están vinculados a ella y que aceptan su servicio. Esto, ni más ni menos, es lo que hace la Iglesia: preocuparse y ocuparse de las necesidades espirituales y materiales de las personas. Por eso, podemos afirmar que directa e indirectamente, con su acción espiritual y socio-caritativa, la Iglesia contribuye a crear una sociedad mejor’. Hemos de saber ver y descubrir la ingente tarea que la Iglesia realiza en este sentido a través de toda su labor pastoral que educa y forma las conciencias, que despierta inquietudes y suscita gente comprometida para luchar por un mundo mejor.
Que no nos falte la esperanza; que los tiempos difíciles no nos obnubilen nuestra mente ni paralicen nuestro corazón. El Señor viene con su salvación. Es una seguridad y una certeza grande que tenemos desde nuestra fe cuando hemos experimentado su amor en nosotros.

viernes, 9 de noviembre de 2012


Pongamos la luz del amor en el corazón para transformar nuestro mundo

1Reyes, 17. 10-16; Sal. 145; Hebreos, 9, 24-28; Mc. 12. 38-44
Un cuadro con dos escenas intensamente contrastadas en claroscuro nos ofrece el pasaje del evangelio. En el centro, tratando de iluminar con la verdadera luz está Jesús. Enfrente, nosotros, para quienes es el mensaje y sepamos descubrir los matices de lo que verdaderamente está lleno de luz y podamos descubrir quizá las tinieblas que aún pudieran quedar en nuestro corazón.
Lo que aparentemente pareciera que fuera luminoso porque contemplamos ostentosos ropajes en un personaje que parece que se desenvuelve con soltura porque busca verse reverenciado por los que le rodean u ocupando lugares principales y de honor pudiera estar más lleno de sombras que lo que nos pareciera menos luminoso - hasta sus ropas de viuda pudieran dar señales de oscuridad - porque más bien se oculta tratando de pasar lo más desapercibida posible y sin que nada de lo que hace llame la atención de cuantos le rodean.
Los que tenían la misión de enseñar porque para eso eran escribas y maestros de la ley se presentan con actitudes contradictorias en la búsqueda de vanidades y apariencias para lograr reconocimientos humanos; más bien su apego a la vanidad y a las cosas materiales harán que sus enseñanzas queden anuladas y sin valor. Mientras que quien quiere pasar desapercibida - nada quiere enseñar quizá porque se siente pequeña - nos está mostrando de manera bien plástica cuánto Jesús nos enseñará en el evangelio; en su generosidad se desposeerá incluso de lo que necesitaría para subsistir y además lo hará calladamente porque, como enseñará Jesús en otro lugar, lo que haga tu mano derecha que no se entere la izquierda.
Ya hemos escuchado el evangelio. Será Jesús el que nos haga descubrir dónde está la verdadera luz y cuáles han de las actitudes auténticas que han de brillar desde lo hondo de nuestro corazón reflejándose en todo lo que hacemos en la vida. Jesús previene contra los escribas porque el afán de las vanidades no es el mejor ejemplo que podamos seguir, ni mucho menos. ‘Les encanta pasearse con rico ropaje y que les hagan reverencias en la plaza y ocupar los lugares de honor en los banquetes, mientras devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos’. Sus vidas están llenas de oscuridades.
Enfrente, sin embargo, una viuda pobre se acercará calladamente al arca de las limosnas para depositar no grandes cantidades como hacían los ricos, sino los dos reales que tenía para subsistir en su necesidad. ‘Os aseguro que esa pobre viuda ha hecho en el arca de las ofrendas más que nadie. Los demás han echado de lo que les sobra, ésta que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’. Aquí está la luz que verdaderamente nos ilumina porque está reflejando en su actitud y en su generosidad lo que es la verdadera luz que nos trae Jesús.
Por su parte la primera lectura nos ha presentado la actitud generosa y desprendida de una mujer que ya casi nada le queda ni para sí ni para su hijo y que sin embargo será capaz de desprenderse de todo porque así se lo señala el profeta, porque así siente en su corazón la voz de Dios que le llama a tal generosidad y da valentía y fuerza para tenerla. Es la viuda de Sarepta de Sidón y es el profeta Elías el que de parte de Dios le promete que si hay generosidad en su corazón ‘la orza de harina no se vaciará,  ni la alcuza de aceite se agotará, hasta el día que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra’, como así le sucederá a aquella mujer.
Nuestra vida también está llena de claroscuros porque aunque en la mayoría de las ocasiones conocemos cuales son los caminos del amor, de la generosidad y del desprendimiento por los que tenemos que transitar, sin embargo nos sentimos frenados por nuestro egoísmo, por nuestras dudas de saber si estamos haciendo bien o no o si merece la pena en verdad ser generoso en la vida cuando contemplamos a nuestro lado a tantos encerrados en su egoísmo, en su vanagloria o en la ceguera con que viven sus vidas.
Sí, es cierto que a veces pensamos si estamos haciendo el tonto cuando somos generosos y compartimos, cuando somos capaces de hacer el bien incluso a aquellos que nos hayan hecho mal, cuando ponemos valentía en el corazón para perdonar a quien nos haya injuriado o en los momentos difíciles por los que pasamos pensamos que quizá algo tendríamos que guardarnos para nosotros mismos por si acaso algún día pudiéramos vernos en necesidad; y esas dudas nos frenan, nos hacen retraernos en ocasiones y no poner toda la generosidad que nos pide el corazón para compartir y para darnos por los demás, desoyendo lo que el Señor nos está pidiendo allá desde lo más intimo de nosotros mismos. No olvidemos que ‘los pobres son evangelizados y de ellos es el Reino de los cielos, los sufridos serán consolados y los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados’.
Sólo el amor nos salvará porque desde la fe nos estamos queriendo parecer más y más al Dios que nos entregó a su Hijo hasta el extremo de morir por nosotros para darnos la salvación. Es el amor de Dios que transformará nuestro corazón y nos hará alcanzar la verdadera salvación que el Señor nos tiene reservada. Y los que se entregan así con generosidad por los demás tienen asegurada su recompensa en el cielo.
Solo viviendo desde el amor podemos salvar a nuestro mundo que con el egoísmo y la injusticia de tal manera hemos destrozado. Algunas veces podemos pensar que se han de imponer leyes que mejoren la sociedad y el mundo en que vivimos envuelto en tanta maldad, en tanto egoísmo e injusticia, tantas crisis que no son sólo las económicas porque se ha olvidado quizá de los mejores valores que lo pueden transformar desde dentro.
Pero serán nuestros gestos solidarios, la generosidad con que nos acerquemos a los demás para compartir no sólo lo que tenemos sino lo que somos, la humildad en el amor que nos haga entrar en una nueva órbita de relaciones más humanas y fraternales entre los unos y los otros, lo que irán transformando nuestro mundo, lo que lo que lo irá sembrando de nuevas semillas que germinarán en los corazones poniendo ese amor y esa generosidad que tanto necesitan y que producirán los frutos de una revolución del amor para hacer nuestro mundo mejor, más justo, más humano, más auténtico, más fraternal.
La viuda del templo de la que nos habla el evangelio ofreció algo muy pequeño y que pudiera parecer que tenía escaso valor, pero fijémonos como su gesto se ha seguido recordando y aun hoy, veinte siglos después, merece nuestra admiración y alabanza; un gesto pequeño de generosidad y amor y que ha contribuido a generar esa revolución del amor en el corazón de tantos que a lo largo de los siglos se han sentido y se siguen sintiendo motivados desde ese ejemplo y sencillo de aquella viuda.
Es el estímulo que sentimos en nuestro interior al escuchar este texto del evangelio que para nosotros es palabra de Dios, palabra que el Señor nos dice para interpelarnos por dentro. Estamos llamados a realizar esa transformación de nuestro mundo desde esos pequeños gestos que nosotros cada día podemos realizar allí donde estamos y que son semillas que plantamos para ir transformando corazones a nuestro paso y ayudándolos entonces a que también se empapen del espíritu del Evangelio.
No pensemos en cosas grandes y extraordinarias - que si el Señor nos pidiera realizarlas también nos daría su gracia para seguir su impulso - sino en esas pequeñas cosas, pequeños gestos de amor que cada día podemos tener para los que están a nuestro lado. Que no haya oscuridades en nuestra vida sino que todo sea luz porque resplandezcamos por las obras de nuestro amor. Cuando lo hagamos así  nos estaremos llenando de la luz de Dios, de la luz de Cristo resucitado.

sábado, 3 de noviembre de 2012


Profesión de fe que nos conduce por los caminos del amor

Deut. 6, 2-6; Sal. 17; Hb. 7, 23-28; Mc. 12, 28-34
Una profunda profesión de fe que nos conduce necesariamente a un camino de amor. Es un primer resumen del mensaje que llega a mi corazón y a mi vida desde la Palabra de Dios hoy proclamada.
Confesamos nuestra fe en Dios, nuestro único Señor. Es lo que pedía Moisés a su pueblo. Lo hemos escuchado en la primera lectura. Es la respuesta de Jesús ante la pregunta del escriba. Jesús no quita ni una coma de lo que estaba escrito en la ley. ‘No he venido a abolir la ley y los profetas’, nos dice en el sermón de la montaña. Jesús viene a dar plenitud. Y es lo que ahora repite Jesús.
Un escriba se había acercado a Jesús para preguntarle ‘¿qué mandamiento es el primero de todos?’ Y comienza Jesús recordando la profesión de fe que les había enseñado Moisés y que todo buen judío repetía cada día muchas veces. ‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor’. Es único no es sólo decirnos que hay un solo Dios, sino que es el único porque no hay nadie mayor que El, nadie está por encima de Dios; es el más grande y el más poderoso, el Todopoderoso que creó cielo y tierra. Es por donde comenzamos también nosotros confesando en el Credo.
Pero esta profesión de fe en el único Dios, ¿a qué nos lleva?, ¿a llenarnos de temor ante su grandeza y poderío? Todo lo contrario, esa grandeza del Dios único nos lleva a amarle, nos llevar a una vida de amor.
Podría parecer que al afirmar la grandeza del Dios único y todopoderoso, la criatura ha de sentirse anonadada y llenarse de temor. Sin embargo no es así. Algunos no lo entienden, no terminan de entender lo que es realmente nuestra fe. Piensan quizá que la fe les puede anular, que la fe está en contra de todas las realidades humanas, que la fe nos empequeñece. En esa duda quieren negarlo todo y quieren negar la fe quizá por un orgullo nacido de no haber entendido realmente lo que es tener fe, no haber entendido bien lo que la fe engrandece al hombre.
¡Qué responsabilidad más grande tenemos los creyentes de dar una buena imagen de la fe! ¿Nos faltará descubrir algo aún? Porque como creyentes tendríamos que saber vivir la vida en plenitud; la fe nos responde a los interrogantes más hondos y llena los vacíos de nuestras dudas y como creyentes tendríamos que sentirnos seguros y alegres de nuestra fe. La fe tendría que llenar nuestra vida de optimismo y de alegría de manera que la contagiemos a los demás que quizá tengan que preguntarse por qué ese optimismo y esa alegría con que vivimos los creyentes a pesar de momentos oscuros, dificultades o contratiempos.
Fijémonos cómo siguen las palabras de Jesús, que son las mismas palabras de Moisés. ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Son las palabras que desde Moisés se habían quedado grabadas en la memoria de todo creyente y nunca podrán olvidarse. Pero Jesús añade con palabras también de la Escritura santa. ‘El segundo es éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos’.
Eso es lo más que vale en la vida. No son necesarios los holocaustos y sacrificios. La verdadera ofrenda que ha de hacer el hombre es la del amor. Ya lo venía a confirmar el letrado que merecería que Jesús le dijera que no estaba lejos del Reino de Dios. Un amor que ha nacido de la fe que tenemos en Dios, una fe que ha nacido de Dios para que la respuesta que le demos a Dios es amarle y amarle sobre todas las cosas, porque es el único. Y que cuando le amemos a El necesariamente estemos amando también al prójimo. Entonces podremos entender lo que nos engrandece nuestra fe, porque en el amor nos lleva por caminos de plenitud.
Algunas veces escuchamos decir ‘yo soy cristiano porque amo a los demás’. Cuidado, no es sólo eso. Es necesario amar a los demás, pero a los demás los podemos amar por distintos motivos o con distintas medidas. Y el cristiano para ese amor a los demás tiene que partir del amor de Dios. Porque creo en Dios, le amo; porque creo en Dios y amo a Dios, le manifestaré ese amor en el amor que le tengo a mis hermanos. Ya para siempre han de ser inseparable ese amor a Dios y ese amor al prójimo. Y las medidas del amor ya comenzarán también a ser distintas como nos enseñará Jesús.
Nunca me vale decir, bueno, como yo amo a Dios y lo amo sobre todas las cosas, ya lo tengo todo porque tengo asegurada mi relación con Dios y ya me desentiendo de mis hermanos, ya me desentiendo del prójimo. Como será insuficiente decir que yo amo a los demás y no necesito amar a Dios. No sería de ninguna manera un amor cristiano. No podríamos llegar entonces a la altura y profundidad que ha de tener desde Cristo el amor del cristiano. Ya para siempre la medida de mi amor será Dios, el Dios en quien creo y que va a motivar todo mi amor y va a darme la medida de ese amor.
No es un simple humanismo, aunque tiene mucho de humanismo; no es simplemente altruismo en el que por una simpatía o empatía con el semejante yo trato de sentir como mío lo que le sucede al prójimo. Ese humanismo que vive el cristiano, ese amor al hombre va a tener un tinte y un color distinto, el que naciendo de nuestra fe se empapa del sentido de Cristo, del sentido cristiano.
El amor cristiano va mucho más allá, porque parte de Dios y luego va a trascender mi vida en Dios. Esto habrá muchos en nuestro entorno que no lo entiendan. Un problema para llegar a entender eso es la debilidad de la fe o la falta de fe. Como decíamos antes, motivados quizá por prejuicios hay quien no quiere creer en Dios, no acepta o rechaza a Dios, o también porque desconocen la verdadera imagen de Dios, porque se lo han hecho a su manera.
Y en esto los creyentes, los que creemos en Jesús y queremos seguirle viviendo en su mismo amor tenemos que dar un testimonio muy nítido desde la autenticidad de nuestra fe y desde la autenticidad de nuestro amor. Algunas veces no llegamos a acompañar con las obras de nuestra vida lo que nuestras palabras dicen creer. Otras veces nos mostramos inseguros en nuestra fe, no somos valientes para proclamarla y defenderla. Y en ocasiones espiritualizamos tanto nuestra fe, que le hacemos perder ese humanismo del amor y se nos puede quedar en ideas, en principios, en doctrinas o teorías y no llegamos a traducirla de verdad en las obras del amor.
¡Qué responsabilidad más grande tenemos cuando no damos ese testimonio claro, diáfano, brillante, entusiasta, alegre, comprometido de nuestra fe y en consecuencia de nuestro amor cristiano! Hacen falta testimonios así en medio de nuestro mundo. cuando ahora están preocupados por la Iglesia con la nueva evangelización de nuestro mundo que se ha enfriado en su fe y en el conocimiento de Jesús ese testimonio valiente y alegre que demos de creyentes atraiga a los que están a nuestro lado de nuevo por los caminos de la fe.
Que como terminaba reconociendo el letrado nosotros también reconozcamos la grandeza de nuestra fe en Dios, nuestro único Señor ‘y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios’.
Ojalá también nos diga a nosotros Jesús: ‘No estás lejos del Reino de Dios’.

Aqui puedes leer mas mensajes del Movimiento.

Administracion general y adjuntos

Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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