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Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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sábado, 30 de agosto de 2014

Nos dejamos seducir por el amor de Jesús y con decisión cargamos con la cruz para seguirle

Nos dejamos seducir por el amor de Jesús y con decisión cargamos con la cruz para seguirle

Jer. 20, 7-9; Sal. 62; Rom. 12, 1-2; Mt. 16, 21-27
Hay un versículo del evangelio del pasado domingo que casi nos pudo haber pasado desapercibido y con el que quiero iniciar esta reflexión. Podíamos decir que aquella recomendación que les había Jesús a los apóstoles después de la confesión de fe de Pedro la podemos entender mejor con lo que hoy hemos escuchado, que por otra parte es continuación lineal del texto del evangelio del pasado domingo.
‘Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que El era el Mesías’. ¿Por qué esa recomendación precisamente después de la confesión de fe de Pedro ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’? Podría parecernos que no tenía sentido esa prohibición, si Jesús venía precisamente como Mesías y era lo que venía a realizar y así había de darse a conocer.
Había que entender bien lo que significaba ser el Mesías y lo entendemos ahora viendo la reacción de Pedro a las palabras que pronuncia Jesús hoy. ‘Empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día’.  Jesús está anunciando su Pascua.
Era ese el sentido de Cristo Mesías que les costaba entender. Pedro, como los otros discípulos, no estaba de acuerdo con Jesús, porque un Mesías no debía sufrir, según lo que siempre se había enseñado en las tradiciones judías; eso desmontaba su visión mesiánica. Para ellos el Mesías era un caudillo triunfador que iba a liberar a Israel del sometimiento a los pueblos extranjeros. Se iba a restaurar el Reino de David, con todos aquellos esplendores, aunque eso significara mil batallas y guerras para expulsar al extranjero invasor y todo eso acaudillado por el Mesías. Era el concepto, la idea que tenían muchos en Israel.
‘No lo permita Dios. Eso no puede pasarte’, y se puso Pedro a increpar a Jesús porque no podía aceptar lo que Jesús les estaba anunciando, porque aquello sonaba a derrota y no a victoria. Pedro pensaba a la manera de los hombres. Ya se lo dirá Jesús. A Pedro le costaba entender los caminos de Dios. Por eso Pedro está comportándose como un tentador para Jesús.
‘Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar’, le dice Jesús a Pedro. Es como en las tentaciones del monte de la cuarentena. También allí el diablo tentaba a Jesús para que hiciera cosas extraordinarias, se presentara apoteósico delante de la gente para que causara admiración y la gente lo siguiera; estaba dispuesto Satanás a darle todos los reinos del mundo, si lo adoraba. Es la tentación repetida que va soportando Jesús como vemos a lo largo del evangelio; tanto que incluso cuando llegue el momento de comenzar la pasión llegará a pedirle al Padre que no suceda todo aquello que estaba anunciado. ‘Que pase de mi este cáliz’, pedirá en Getsemaní.
‘Quítate de mi vista Satanás, que me haces tropezar’, le dice ahora a Pedro porque está siguiendo las pautas del tentador. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y a El solo servirás’, había dicho Jesús en el monte de la cuarentena. Por encima estará siempre lo que es la voluntad del Padre. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’.
La idea de Pedro es la de un mesianismo fácil, nacionalista, tradicional, religiosamente cómodo. No había aún aprendido a pesar como Dios. Cuando se había dejado conducir por el Espíritu del Padre allá en su corazón había hecho aquella hermosa confesión de fe, como recordamos. Pero ahora aparece el Pedro muy humano que se deja influir por lo que otros dicen, piensan o desean. Será la lucha no solo de Pedro sino de los discípulos siempre que estarán apeteciendo primeros puestos o recompensas. ‘A nosotros que lo hemos dejado todo ¿qué nos va a tocar?’ se preguntarán en más de una ocasión.
Por eso Jesús tendrá que repetirles una y otra vez el estilo y el sentido del verdadero discípulo que sigue a Jesús. Se sigue a Jesús no para imponerle sus caminos a Jesús, sino para seguir el camino de Jesús. También el discípulo tendrá que entender lo del camino de la cruz, el camino de la entrega, el camino de perder para sí mismo para poder ganar la vida que vale para siempre. Tendrá que aprender el discípulo que no valen las ganancias fáciles o que consigan tener todas las cosas si no tienen la más importante.
El que quiera venirse conmigo, el que quiera ser mi discípulo, ha de seguir mis mismos pasos, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? ¿o qué podrá dar para recobrarla?
Cargar con su cruz, la propia, la que cada uno tiene en la vida. No es que busquemos la cruz por la cruz, el dolor por el dolor, o el sufrimiento por el sufrimiento. Jesús nos quiere felices; para nosotros ha trazado el camino de las bienaventuranzas que es querer llamarnos dichosos y felices. Ese camino de las bienaventuranzas que nos hablará de ser pobres y desprendidos, como nos hablará de pureza de corazón; que nos hablará de sentir dolor y sufrimiento con el sufrimiento de los demás en la búsqueda de la justicia y nos hablará de una vida comprometida totalmente en la búsqueda de la paz y del bien; como nos hablará de que no seremos comprendidos o incluso podemos ser vituperados o perseguidos. Pero en todo eso nos vamos a sentir felices y dichosos en la plenitud del Reino de los cielos.
No buscamos amarguras, pues, sino que queremos vivir como Jesús, queremos vivir en el amor. Y el que ama, se da, se entrega hasta el final. Y eso es costoso. No es un camino de rosas porque cuando amamos tenemos que saber negarnos a nosotros mismos para comenzar a pensar más en aquellos que amamos, cuando queremos emprender el camino de las bienaventuranzas ya sabemos a lo que nos comprometemos. Tenemos que aprender a decirnos no para hacer saltar los cercos que nos crean el egoísmo, la ambición, el orgullo y tantas pasiones. Y ahí tenemos la cruz.
Pero lo hacemos por amor. Tomamos la cruz por amor y con total libertad. Como subió Jesús de manera libre hasta Jerusalén aunque sabía que iba a costarle pasión, cruz, muerte, pero sabía que era el camino de la vida. Y no le fue fácil a Jesús porque la tentación estaba siempre presente, el tentador estaba al acecho, como estuvo en el monte de la cuarentena o como se vale ahora de Pedro para ser también una tentación para Jesús.
Es el camino que nosotros emprendemos, que sabemos que no nos será fácil porque también el tentador estará al acecho para hacernos tropezar. Cuántos escollos vamos a encontrar en nuestro propio corazón que tendremos que aprender a superar. Es cargar con la cruz, con mi cruz, pero que será el camino que nos llevará a la vida.
¿Cómo podremos llegar a emprender un camino así que sabemos que nos puede ser costoso y doloroso? Recordemos lo que decía el profeta en la primera lectura. ‘Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir…’ Es la seducción del amor. ¡Cómo tenemos que caldear nuestro corazón en el amor de Dios! Dejarnos seducir por el amor de Dios para vivir en su mismo amor. El profeta reconoce sin embargo que era el hazmerreír de todos y todos se reían de él. La Palabra del Señor que había recibido algunas veces le quemaba en su interior, pero era más fuerte el amor del Señor del que se sentía totalmente cogido, atrapado.

¿Vivimos nosotros un amor así? ¿Así nos sentimos seducidos por el amor de Dios, como dos enamorados que se sienten seducidos el uno del otro por el amor que se tienen? Cultivemos ese amor de Dios en nuestra vida. Que en verdad tengamos ansias de Dios, sed del Dios vivo, como hemos repetido en el salmo.

viernes, 22 de agosto de 2014

Confesamos nuestra fe en Jesús en plena comunión de Iglesia como no entendemos la Iglesia sin la confesión de fe en Jesús

Confesamos nuestra fe en Jesús en plena comunión de Iglesia como no entendemos la Iglesia sin la confesión de fe en Jesús

1s. 22, 19-23; Sal. 137; Rm. 11, 33-36; Mt. 16, 13-20
La verdadera confesión de fe en Jesús ha de tener siempre una referencia a la Iglesia, porque es en ella donde podemos hacer esa confesión de fe en Jesús con mayor plenitud y autenticidad; de la misma manera que nunca podremos entender el sentido de la Iglesia sin la referencia a la fe en Jesús, porque si no es desde esa fe no podremos entender nunca el sentido de la Iglesia.
Fijémonos en el evangelio que hemos proclamado; es tras la confesión de fe de Pedro en Jesús cuando Cristo anuncia la constitución de la Iglesia; podríamos decir que de la confesión de fe de Pedro en Jesús nace la  Iglesia, se instituye la Iglesia. Y será ahí en la Iglesia donde está la garantía de nuestra fe.
Vayamos por partes. Jesús está casi en los límites de Palestina con los discípulos en unos momentos de mayor tranquilidad y reposo, pues ahora las multitudes no andan tras Jesús llevándole enfermos o queriendo escucharle. Ya sabemos por otros momentos cómo a Jesús le gustaba llevarse a solas al grupo de los Doce o aquellos más cercanos a El a lugares tranquilos y apartados, aunque no siempre lo consigue. Serán momentos de mayor intimidad, de diálogo más tranquilo entre Jesús y sus discípulos más cercanos, de encuentros más profundos con Jesús.
En este clima surge la pregunta de Jesús, casi como una encuesta, para ver lo que las gentes piensan de El. ‘¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?’ Allí están las respuestas de aquellos que aún no han llegado a una fe verdadera, aunque aprecian que en Jesús hay algo especial. ¿Será un profeta que ha surgido entre ellos? ¿será Juan Bautista a quien Herodes había decapitado que ha vuelto? ¿será Elías a quien esperaban su vuelta después de ser arrebatado al cielo en un carro de fuego como anunciaban los profetas? ¿será alguien como los grandes profetas antiguos, Jeremías o Isaías? Así se van desgranando las respuestas.
Pero Jesús quiere saber más, qué es lo que piensan ellos que con El han estado y están más cerca. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Y allí está Pedro que se adelanta como siempre. Allí están los impulsos del amor que siente por Jesús o habrá quizá algo más hondo en su corazón que ya no lo sabe por sí mismo. ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’. Pero eso Pedro no lo ha podido aprender por sí mismo. Ha sido el Padre del cielo el que ha sembrado ese conocimiento en su corazón. Porque son palabras salidas del corazón. No es una respuesta meramente intelectual. ‘¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo’. Es la alabanza de Jesús a la confesión de Pedro pero haciendo dirigir la mirada hacia quien ha sembrado esa sabiduría en el corazón.
Pero inmediatamente viene la promesa de Jesús, la institución de la Iglesia donde vamos en adelante a profesar esa fe verdadera. Pedro ha sido capaz de hacer esa hermosa confesión de fe porque se dejó conducir por el Espíritu divino, el Padre que se lo revelaba en su corazón. Y en esa fe de Pedro vamos para siempre a fundamentar nuestra fe. ‘Tú eres Pedro’, el que has hecho esta confesión de fe, ‘tú eres la piedra sobre la que edificaré mi Iglesia’, en torno a ti, como fundamento porque por esa fe estás unido a mi, todos se van sentir unidos para siempre confesando esa misma fe, todos los que confiesen esa fe van a sentirse Iglesia; y tendrán la garantía de que ‘el poder del infierno no la derrotará’. Y tú, Pedro, que eres piedra, piedra fundamental vas a tener ‘las llaves del Reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo’. Está claro lo que es la voluntad de Jesús y su revelación.
Como decíamos al principio desde ahora nuestra confesión de fe verdadera en Cristo ya no la podemos hacer sin la Iglesia. Así lo quiso Cristo; así constituyó a Simón en Pedro, en piedra de esa Iglesia. Tenemos la garantía de la asistencia del Espíritu, como estuvo con Pedro en aquella confesión de fe, así estará también con nosotros si nos sentimos unidos a esa Iglesia. Porque ya nuestra fe no es lo que a nosotros nos parezca, como decían los discípulos al principio recogiendo lo que opinaban las gentes. Es lo que nos ha revelado el Señor lo que vamos a confesar en nuestra fe. Así ponemos totalmente nuestra fe en El.
Y como decíamos, no podemos entender el sentido de la Iglesia sin esa  confesión de fe en Jesús. Sin la fe la Iglesia no tiene sentido, porque no es una organización más, porque no es un ente de poder como pueda haber otros poderes en este mundo; no podemos confundir a la Iglesia con esas entidades de tipo político, social o cultural. La Iglesia es otra cosa que no podemos entender sino desde la fe.
A cuántos le oímos hablar de la Iglesia y no la ven sino bajo esos prismas humanos, esas categorías de nuestro mundo; y claro, no podrán entender lo que es la Iglesia, lo que hace la Iglesia, lo que constituye el ser de la Iglesia. De ahí esos prejuicios que se tienen contra todo el hacer de la Iglesia, y que la quieran ver como una organización de poder más en medio del mundo.
Y esto primero que nada hemos de tenerlo bien claro nosotros, los cristianos, miembros de la Iglesia. Formamos esa comunidad de fe y amor que tiene que hacernos sentir en comunión verdadera de Iglesia. Pero esa comunión, ese sentirnos familia porque somos y nos sentimos hermanos, no nace de unos lazos afectivos, no es por la carne o por la sangre, ni de otros condicionantes o intereses humanos, sino que es desde esa misma fe que tenemos en Jesús y que ahí en la Iglesia profesamos, confesamos, alimentamos y al mismo tiempo nos sentimos impulsados a trasmitirla, a darla a conocer a los demás.
Es la comunión de Iglesia que vivimos y que nos hace sentirnos en verdadera comunión con el Papa, porque es Pedro a quien Cristo constituyó piedra sobre la que se edificaba la Iglesia. No es una organización que busque el poder o que quiere tener en su mano los hilos del mundo; nos une la misma fe que confesamos en Jesús pero desde esa fe sabemos también que tenemos una misión que realizar en ese mundo, no desde el poder sino desde el servicio y desde el amor.
Claro que queremos un mundo mejor y deseamos que los dirigentes de nuestro mundo hagan lo posible porque eso sea realidad; y nosotros desde esa fe y desde ese amor nos sentimos comprometidos y ponemos nuestro granito de arena porque sabemos que solo desde un amor como el que nos enseña Jesús a vivir es como podremos lograr esa paz y ese bien para toda la humanidad.
Fijémonos que desde que falta el amor, aparecen las guerras y la violencia y se destruye la paz y estamos destruyendo nuestro mundo. Ponemos al servicio de ese mundo mejor nuestra manera de entender y de hacer las cosas, y al mismo tiempo rezamos para que quienes tienen en su mano lograr esa paz y bien para todos no cejen en su empeño y en su compromiso. Por eso la palabra de la Iglesia ha de ser siempre una palabra valiente y profética, aunque muchas veces no guste o sea malinterpretada.
Es importante que nos reafirmemos bien en nuestra fe. Tenemos la garantía que nos ha dado Jesús de que si la vivimos en la comunión de la Iglesia no nos faltará esa fuerza del Espíritu para vivirla y confesarla. Tengamos bien claro lo que significa nuestro ser Iglesia y vivamos con orgullo esa comunión de hermanos que nos une de manera especial desde esa fe y desde ese amor. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que nos lo revela todo allá en lo hondo de nuestro corazón.


sábado, 16 de agosto de 2014

Tenemos que aprender a escuchar los gritos de quienes nos piden que nos detengamos junto a ellos en el camino de la vida

Tenemos que aprender a escuchar los gritos de quienes nos piden que nos detengamos junto a ellos en el camino de la vida

Is. 56, 1.6-7; Sal. 66; Rm. 11, 13-15.29-32; Mt. 15, 21-28
El evangelio de este domingo de entrada nos puede parecer paradójico pues nos costará entender algunas cosas que en él contemplamos; sin embargo, tras una pausada reflexión, y más allá incluso de ese mensaje de la universalidad de la salvación de Jesús que vemos que de aquí se desprende, podemos encontrarnos un variado y hermoso mensaje para muchas actitudes y posturas que podemos tomar en muchas ocasiones en la vida.  
Nos damos cuenta que Jesús está fuera de la propiamente llamada tierra judía; Tiro y Sidón quedan ya en tierra de los gentiles fuera incluso del  territorio propiamente de Palestina - prácticamente casi lo que hoy sería ya en el Líbano -; los judíos eran reacios a entrar en contacto con los gentiles, con los paganos, a los que trataban con cierto desprecio hasta en sus expresiones, incluso los más piadosos rehusarían entrar en sus casas porque eso se consideraba como una impureza; en varias ocasiones vemos en el evangelio situaciones así, como cuando acusan a Jesús ante Pilato pero los fariseos y los sacerdotes no entran en el Pretorio para no incurrir en impureza ya que estaban en la víspera de la Pascua.
El comportamiento primero que vemos en Jesús con esta cananea entra dentro de estos parámetros de las relaciones entre judíos y gentiles incluso en esas expresiones que nos pueden parecer tan duras; sin embargo hemos visto en otros momentos del evangelio que Jesús tendrá encuentros con gentiles, como el caso del Centurión Cornelio al que se ofrece ir incluso a su casa para curar a su hijo que se está muriendo; en este caso será el centurión el que no se considerará digno de que Jesús entre en su casa, pero tiene fe en que Jesús sólo de palabra puede curar a su criado.
¿Qué querrá enseñarnos Jesús en este episodio de la mujer cananea? Aquella mujer, al enterarse de que Jesús está allí - seguro que a ella habían llegado noticia de las obras milagrosas que Jesús hacía - acude gritando tras Jesús pidiendo la curación de su hija. ‘Ten compasión de  mi, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo’. Una súplica con un reconocimiento incluso de cariz mesiánico al llamarlo Hijo de David.
Una insistencia de aquella mujer y parece que Jesús se hace oídos sordos. ¿Querrá Jesús provocar la reacción de sus discípulos para que aprendieran a escuchar los gritos, el lamento de quien estaba sufriendo? ¿querrá Jesús enseñarles cuáles han de ser los verdaderos motivos para escuchar aquel lamento? ¿nos querrá enseñar también algo a nosotros?
Como Jesús no respondía nada a los gritos de la mujer, ‘los discípulos se acercaron a decirle: Atiéndela que viene detrás gritando’. ¿Algo así quizá, atiéndela para que no nos moleste más con sus gritos? ¿Había verdadera compasión o querían quitársela de encima?
Creo que tendría que hacernos pensar esto. En la vida tantas veces, o vamos como sordos porque vamos tan ensimismados en nuestras cosas o en nuestras preocupaciones, o nos hacemos oídos sordos porque no queremos escuchar, porque no queremos enterarnos del sufrimiento que hay a nuestro alrededor. Por cuántos sitios, o por delante de cuántas personas pasamos en tantas ocasiones y no queremos mirar ni escuchar el clamor de los que sufren. Miramos para otro lado. Nos hacemos duros e insensibles y queremos pensar quizá que esas cosas no nos tocan a nosotros resolverlas.
Repito que esto tendría que hacernos pensar. Porque cosas así, situaciones así nos las encontramos en cualquier esquina, en la plaza, en el transporte, en el mercado, a la puerta de la Iglesia y cerramos los ojos y pasamos de largo. Pero es que quizá en nuestro interior estamos pensando también muchas cosas, culpabilizando a los propios que tienen el sufrimiento o la necesidad porque no han sabido, porque no han aprovechado las oportunidades, porque esto es consecuencia del momento en que vivimos y ya otros tendrían que dar solución, etc. etc. etc… Quizá al final, medio forzados, damos una limosna, unas monedas que rebuscamos perdidas en el fondo de nuestros bolsillos, para que se callen y no nos den la lata, o para  acallar así nuestra conciencia que no sé si acallará de verdad.
Os confieso que esta reflexión que me estoy haciendo, me la estoy diciendo a mí el primero, porque posturas así fácilmente aparecen en mi corazón y muchas veces cuesta mirar con verdadero y desinteresado amor a cuantos sufren a nuestro lado. Es difícil muchas veces, cuesta, despertar esta sensibilidad en el corazón. No siempre actuamos desde el verdadero amor. Tenemos duro el corazón.
Un paso más adelante que vemos en el evangelio es que Jesús se puso a dialogar con aquella mujer. Un diálogo en principio duro, en ese encuentro entre un judío y un gentil, pero que va a provocar que se abra el corazón de aquella mujer en la que van a aparecer hermosos valores, como es su fe por encima de todo, pero también una humildad profunda para reconocer su vida y su situación. Al final Jesús terminará respondiendo a la petición de aquella mujer, pero sobre todo alabando la fe de la cananea, ‘¡Mujer, qué grande es tu fe!’, que nos hace recordar también la alabanza de Jesús al otro pagano que había acudido también a El para pedirle la curación de su criado. ‘No he visto en Israel nadie con tanta fe’, que diría entonces. ‘Que se cumpla lo que has pedido’, le dice.
Un aspecto humano que tendríamos que destacar y subrayar y es el hecho de Jesús pararse a dialogar con aquella mujer. Decíamos antes que no oímos los gritos de los que sufren o nos hacemos sordos, pero tenemos que decir también que muchas veces, aún oyéndolos, pasamos de largo sin sabernos detener. Detenernos para escuchar; detenernos para decir una palabra de aliento; detenernos para manifestar que nos interesa y nos preocupa el problema de aquella persona; detenernos… frente a tantas prisas y carreras como vamos por la vida; hay tantas maneras de detenernos en la vida al lado de quien tiene un problema y que sufre. Ahí tenemos otra hermosa enseñanza de este evangelio.
Volvemos al principio de nuestra reflexión y al mensaje que siempre desprendemos el primero de este evangelio. Aquella mujer no era judía, era cananea, una pagana, pero para ella llegó también la salvación; más aún en ella descubrimos también una fe grande, una humildad profunda en su corazón, una confianza absoluta en la salvación que iba a alcanzar aunque ella considerase también que no era digna. La salvación que Dios nos ofrece en Jesús es para todos, tiene ese carácter universal y a nadie podemos excluir.
Por una parte que sepamos descubrir siempre las cosas buenas que tienen los demás, aunque quizá no sean como nosotros o no piensen como nosotros; es ese diálogo que tenemos que saber hacer con el mundo de hoy, del que muchas veces no hacemos sino quejarnos porque todo lo vemos mal, pero no sabemos descubrir también cuantos valores afloran en las personas y en el mundo que nos rodea, aunque no sean creyentes o no vivan todos los valores del evangelio. Es necesario que aprendamos a descubrir lo bueno de los demás, las semillas de lo bueno que también hay en nuestro mundo y que son muchas.
Y por otra parte también tenemos que ir a otras tierras, y ya no es simplemente ir a tierras lejanas, las que llamábamos tierras de misión, sino ese mundo que nos rodea que tan lejano está de Dios y de la Iglesia, porque allí también tenemos que hacer el anuncio de la salvación; la salvación de Jesús es para todos, y también esos de nuestro entorno a los que un día se les enfrió la fe o la abandonaron o quizá nunca la tuvieron han de recibir ese mensaje de salvación. Cuánto tenemos que hacer en este sentido.
A cuántas cosas nos compromete el Evangelio si con corazón abierto nos abrimos al Espíritu del Señor y a su Palabra.

jueves, 14 de agosto de 2014

Celebrar la Asunción y glorificación de María nos compromete a darle un sentido pascual a nuestra vida

Celebrar la Asunción y glorificación de María nos compromete a darle un sentido pascual a nuestra vida

Apc. 11, 19; 12, 1.3-6.10; Sal. 44; 1Cor. 15, 20-27; Lc. 1, 39-56
Es ésta una fiesta de la Virgen en la que uno quisiera hacerse poeta para encontrar las más bellas palabras de alabanza a la Madre de Dios y ser cantor que entone los mejores cánticos en la glorificación de María en su gloriosa Asunción a los cielos. Es una fiesta muy entrañable para el pueblo cristiano que alaba a María en su Asunción al cielo, pero que lo expresa en las más diversas advocaciones con las que la celebra a lo largo y ancho de nuestros pueblos.
Es algo así esta fiesta que celebramos como la culminación de un camino en su glorificación junto a Dios en el cielo, pero que se prolonga a lo largo de los siglos en la protección maternal que María ejerce sobre nosotros sus hijos de todos los tiempos.
Un camino iniciado un día con un Sí que en su amor y humildad quería expresar la disponibilidad total de su corazón para Dios sin quizá ella misma vislumbrar el alcance y repercusión que para si misma, pero para toda la humanidad iba a tener. El Sí de María a la embajada angélica estaba mostrando la generosidad grande de su corazón que se abría a Dios porque quería ser toda para Dios y allí, como una humilde esclava, ella estaba en esa disponibilidad para lo que Dios quisiera de ella.
María, que se sentía pobre y pequeña, era grande porque ya Dios se había adueñado de su corazón porque en ella y por ella el Señor quería realizar cosas grandes de manera que iba a ser cauce de la salvación que Dios nos ofreciera porque su generosidad y disponibilidad haría posible que el Hijo de Dios en ella se encarnase por obra del Espíritu Santo para ser para nosotros el Emmanuel, el Dios con nosotros, nuestro Salvador y nuestra vida.
Ella era la llena de gracia, la que en ella Dios quería habitar y habitaba de manera especial, la poseída por el Espíritu Santo que la cubriría con su sombra para que el Hijo que de ella naciera fuera el Hijo del Altísimo. ¡Cómo no iba María a cantar al Señor desbandándose de gozo su corazón cuando ella se sentía tan agraciada del Señor! Se sentía humilde y pequeña pero reconocía la obra de Dios en su corazón pero que también a través de ella iba a ser camino de una humanidad nueva y renovada. María se había convertido en camino para hacernos llegar el Reino de Dios porque nos traería a Jesús; se sentía instrumento de Dios y no se cansaba de cantar a Dios y de dar gracias reconociendo las maravillas del Señor.
Fue el camino de María, un camino de Sí y de amor, de humildad y de servicio, de apertura a Dios pero también de ojos atentos siempre para mirar con una mirada nueva a los demás; un camino el de María en el que ella iba a ser referencia de comunión en los discípulos reunidos en el cenáculo y de estímulo y ejemplo para la oración que entonces hacían en la espera del Espíritu prometido que ella ya llevaba en su corazón desde la anunciación del ángel en Nazaret. Y es que en María se estaban dando las señales de ese Reino nuevo de Dios, María vivía las señales del Reino de Dios, porque ella había convertido con su Si a Dios en el único Señor de su vida.
Hoy, concluido el camino de su vida terrenal, la vemos subir gloriosa a la gloria de los cielos como primicia de la creación entera que por su Hijo había sido redimida. Si ella fue preservada en virtud de los méritos de su Hijo del pecado original y por ello la proclamamos Inmaculada, limpia de toda culpa y de todo pecado desde el primer instante de su Concepción, ahora también la contemplamos, elevada en cuerpo y alma a los cielos, coronada de gloria y esplendor participando de la gloria del cielo. No quiso Dios, como expresamos en el prefacio, ‘que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo, el Señor’.
Pero decimos de María que es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella caminó delante de nosotros y para nosotros es ejemplo; por eso cuando hoy celebramos su glorificación tenemos que mirar su camino y aprender de ella para hacerlo nosotros también. Camino del Reino de Dios que María vivió y camino del Reino de Dios que nosotros hemos de vivir también.
El camino de María, decíamos, fue el camino de un Sí a Dios en disponibilidad total de su corazón para Dios. Es el Sí de la obediencia de la fe por el que nos fiamos de Dios y en El y en sus manos queremos poner para siempre nuestra vida; es ese Sí de la fe que día a día ha de ir transformando nuestra vida porque queremos también dejarnos llenar e inundar de Dios aprendiendo a orar a Dios como lo hizo María; es el Sí de la fe en la Palabra de Dios que queremos plantar en nuestro corazón para que sea el único norte de nuestra vida, la única luz que nos ilumine en todo momento para comprender el misterio de Dios, pero para descubrir los caminos del amor y del servicio que también nosotros hemos de vivir.
Es el Sí de la fe que nos hace en todo momento dejarnos conducir por el Espíritu de Dios que nos irá inspirando toda obra buena que hemos de realizar, pero también será ese camino de compromiso por los demás y por hacer ese mundo nuevo que en el estilo del Reino de Dios hemos de construir. Como María, no nos podemos cruzar de brazos ante el sufrimiento y las necesidades de los demás o ante la injusticia que domina nuestro mundo. Es lo que ella canta en el Magnificat, donde bendice a Dios porque todo se siente transformado; por eso con María aprendemos a vivir el Reino de Dios, a comprometernos por el Reino de Dios que Jesús anunciaría e instauraría con su Pascua; con María aprendemos a hacer que Dios sea el único Rey y Señor de nuestra vida.
Es el Sí de la fe que nos irá dando sentido a cuanto vivimos y nuestras alegrías serán más profundas pero también a nuestras penas y sufrimientos le vamos a encontrar un sentido y un valor porque hemos aprendido con María, que estuvo al pie de la Cruz de Jesús, a ponernos a su lado con nuestro dolor y sufrimiento para convertirlo también en una ofrenda de amor que se puede hacer corredentor al estar unidos al sacrificio de la Pascua de Cristo. María nos enseña, pues, a darle ese sentido pascual a toda nuestra vida.
Es lo que hoy estamos celebrando en su glorificación y asunción en cuerpo y alma a los cielos, porque es también lo que aprendemos de María y a lo que nos sentimos estimulados desde el ejemplo de María. Que lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo, pedimos en las oraciones de esta fiesta; que nuestros corazones vivan abrasados en el amor en el amor de Dios para que podamos incendiar al mundo de amor, contagiándolo del fuego del Evangelio, en esa civilización nueva del amor que hemos de saber construir.
Y no podemos terminar sin hacer mención en esta solemnidad de la Asunción de María a nuestra advocación tan entrañable de María con la que la invocamos como Virgen de Candelaria en este día en que también celebramos su fiesta. María de Candelaria, la portadora de la candela, de la Luz, porque ella fue la primera que trajo la luz de Jesús en su bendita imagen a nuestra tierra, antes incluso que llegara el anuncio del evangelio por los misioneros. María de Candelaria fue una adelantada del Evangelio en su bendita imagen para anunciarnos que ella era la Madre de Dios, era la Madre de la luz y que nos traería a Jesús.
Que en esa devoción tan entrañable que sentimos todos los canarios por María de Candelaria de ella aprendamos en verdad todos esos valores del Evangelio; de ella escuchemos siempre que tenemos que ir a Jesús; de ella aprendamos a plantar la Palabra de Dios en nuestro corazón llevando siempre con nosotros el evangelio de Jesús para impregnarnos de él. Que María nos alcance la gracia de una sincera conversión al Señor que se traduzca luego en esa vida comprometida seriamente por  hacer de nuestra tierra un lugar donde en verdad vivamos y sintamos la presencia de Dios y su salvación trabajando todos por hacer un mundo mejor.

sábado, 9 de agosto de 2014

En las turbulencias de la vida tenemos la certeza de que Jesús siempre está tendiéndonos su mano salvadora

1Reyes, 19, 9.11-13; Sal. 84; Rm. 9, 1-5; Mt. 14, 22-33
‘La barca iba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque el viento era contrario’. Así nos describe el evangelista la situación de los discípulos que atravesaban el lago, tantas veces en calma, pero que en muchas ocasiones se transformaba en fuertes tormentas que hacían peligrar las barcas que lo atravesaban. Y Jesús no iba con ellos.
En otra ocasión se levantará también una fuerte tormenta mientras atravesaban el lago, aunque entonces Jesús sí estaba, aunque dormía a popa sobre un almohadón, como si no sintiera o no le importara la tormenta que ponía en peligro sus vidas.
Estas descripciones nos quieren decir mucho más que la situación física de peligro que pasaban los discípulos en aquel momento o quienes se aventurasen en medio de una tormenta a atravesar el lago. Puede describirnos situaciones anímicas por las que podemos pasar en muchas ocasiones en la vida o que podemos contemplar también en otras personas en nuestro entorno. Situaciones que ponen en peligro la paz del espíritu, que pueden poner en peligro también nuestra fe y el sentido de nuestro vivir.
Todos conocemos cosas así que pasan o pueden pasar. Hace pocos días contemplaba a un padre al que se le había muerto un hijo en la flor de la vida como consecuencia de un cáncer que padecía. Sufría en silencio, por lo que primero pude contemplar, pero se adivinaba la tormenta que estaba pasando en su interior; más tarde alguien me comentaba su reacción contra Dios, del que no quería oír hablar, porque decía que tanto que le había pedido pero Dios no lo había escuchado.
O es la situación de personas, que incluso habían vivido e intentaban seguir viviendo una vida religiosa, pero que sintiéndose débiles por el paso de los años, los achaques propios de las enfermedades que van debilitando sus cuerpos, pierden las ganas de luchar, tiran la toalla como se suele decir, y casi se dejan morir. Ya no saben, a pesar de ser personas muy religiosas, ni qué pedir a Dios. Son los que se enfrentan a la muerte de seres queridos, como antes mencionábamos, o se tienen que enfrentar a sus propios sufrimientos y enfermedades.
Son las personas que les abruman los problemas personales o familiares, no encuentran o no saben encontrar solución o salida para esas situaciones, todo se les vuelve negro en su interior, pero se encierran en sí mismas, pierden los deseos de relacionarse con los demás; gritan en su oración a Dios pidiendo ayuda, pero en la oscuridad en que viven sus vidas lo ven todo oscuro y todo lo confunden.
Muchas situaciones y experiencias diversas que podríamos recordar y todos conocemos y ya sabemos que no siempre sabemos reaccionar con un verdadero sentido religioso y cristiano y que en muchas ocasiones hay personas que se dejan influenciar por falsas religiosidades muy lejanas a un verdadero sentido cristiano de la vida. Como nos decía hoy el evangelio, cuando viene Jesús a su encuentro allí en medio del lago, ellos creen ver un fantasma.
El verdadero creyente cristiano sabe que en esas turbulencias de la vida no estamos solos porque podemos tener la certeza de que Cristo viene a nuestro encuentro. Aunque lo veamos todo turbio porque los problemas nos agobien y nos cieguen hemos de estar preparados para tener ojos de ver y saber descubrir la presencia del Señor a nuestro lado. Algunas veces pensamos que la solución está en pedir milagros o acciones extraordinarias de Dios que nos liberen de esos males, y claro cuando no es esa la respuesta de Dios tenemos el peligro de que nuestra fe se nos debilite o la perdamos, como antes comentábamos.
La Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado y no solo el Evangelio nos trata de dar una luz clara sobre todo esto. Es lo que escuchábamos en la primera lectura. Elías en su misión profética lo está pasando mal porque se ve acosado por todas partes y perseguido. Huye al desierto con deseos incluso de morir; en los versículos anteriores a lo que hoy hemos escuchado veríamos cómo Dios le va enviando señales en aquel ángel de Dios que se le manifiesta una y otra vez ofreciéndole pan y agua para que siga el camino; ahora le vemos llegar al monte de Dios, al Horeb.
Allí va a tener una experiencia maravillosa de la presencia de Dios en su vida que no se le va a manifestar precisamente en cosas grandiosas. ‘Sal y ponte en pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!’ Pasó un huracán, pasó un terremoto, vino un fuego, pero ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego estaba el Señor. Se hizo silencio, solo se escuchaba el susurro de la brisa y Elías se sintió envuelto de la presencia del Señor.
Buscamos cosas grandiosas, milagros extraordinarios, queremos encontrar a Dios entre los estrépitos de la vida, pero no lo encontramos. Hagamos silencio en el corazón y como un suave susurro vamos a sentir la presencia de Dios, nos vamos a sentir inundados de verdad por la presencia del Señor. Pero cuánto nos cuesta hacer ese silencio, porque somos nosotros los que quizá con nuestra palabrería incluso en nuestras oraciones, hacemos que nuestros oídos estén sordos, nuestro corazón esté cerrado a esa presencia y a esa Palabra de Dios que nos habla en nuestro interior.
En el mismo sentido nos ayuda el texto del Evangelio. Nos da la seguridad de que muchas pueden ser las turbulencias en las que nos veamos envueltos en la vida, pero siempre el Señor estará tendiéndonos la mano para darnos seguridad, para ser nuestra luz, para darnos esa fuerza que necesitamos, para llenarnos de paz el corazón.
Hay ocasiones en que nos puede parecer muy fuerte la tormenta por la situación anímica que estemos pasando, se nos puede cegar el corazón y todos pueden ser confusiones en nuestro interior. No nos vayamos tras cualquier canto de sirena que se nos acerque, sino en silencio, aunque haya mucho dolor en el corazón, busquemos a Dios, queramos escuchar a Dios en nuestro corazón. Muchos cantos de sirena podemos escuchar camuflados en espiritualidades salidas al final no sabe uno de donde. Muchos fantasmas de soluciones fáciles nos pueden aparecer por aquí o por allá; cuántas seudo religiosidades nos podemos encontrar a nuestro alrededor que lo  que hacen es crearnos dependencias y esclavitudes que nos alejan de Jesús y de su evangelio.

Pidámosle al Señor que por muy mal que lo estemos pasando nunca nos falte paz en nuestro espíritu; pidámosle al Señor que nos llene de su luz para que nuestros ojos se abran de verdad y podamos reconocerle. Nuestra verdadera espiritualidad la encontramos en el Evangelio y el Espíritu del Señor quiere habitar en nuestro corazón. Terminemos reconociendo de verdad que Jesús es nuestro único Señor y Salvador.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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