Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

Amigos que entran a esta Casa de Paz. Gracias por estar aqui. Clikea en seguir y unete a nosotros

viernes, 30 de septiembre de 2011

¿Qué más podría hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?



Is. 5, 1-7;

Sal. 79;

Filp. 4, 6-9;

Mt. 21, 33-43

‘Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: Escuchad otra parábola…’ Hemos de reconocer que esta parábola que hoy Jesús nos propone nos resulta dura en su contenido. Es, podríamos decir, un camino de infidelidad y de muerte. Tiene incluso una resonancia pascual en el hijo que empujaron fuera de la viña y mataron.

Pero aún así tiene el hermoso trasfondo del amor que aquel propietario tenía a su viña y por la que tanto había hecho. Por eso la liturgia de la Iglesia nos la propone al mismo tiempo que en la primera lectura nos ha ofrecido el canto de amor del amigo a su viña que bien entendemos que es el canto de amor que Dios hace por su pueblo, el canto de amor de Dios por el hombre su criatura preferida.

‘Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavo un lagar… ¿qué más podría hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?... la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá, su plantel preferido…’

La viña del Señor de los ejércitos somos nosotros el pueblo del Señor… su plantel preferido, los que somos los elegidos y amados del Señor. Nos lo tenemos que repetir. No nos podemos cansar de meditarlo, de rumiarlo en nuestro corazón. Lo hemos hecho muchas veces, hemos reflexionado mucho sobre el amor que Dios nos tiene, pero no siempre es lo suficiente.

Decíamos antes que era dura la parábola y que es un camino de infidelidad y de muerte. Es el camino de nuestras infidelidades, el camino de nuestras respuestas negativas; el camino tantas veces recorrido de nuestro olvido de Dios; el camino que queremos recorrer a nuestra manera porque en nuestro orgullo o autosuficiente no soportamos que nos señalen lo que tenemos que hacer; el camino lleno de debilidades, de abandonos, de cansancios, de rutinas que tantas veces hacemos y vivimos.

Pero como tantas veces hemos contemplado también está la llamada incansable que Dios una y otra vez nos hace; está el amor paciente de Dios que siempre espera que cambiemos y demos una buena respuesta. Aquel propietario envió una y otra vez a sus servidores a percibir los frutos de aquella herencia que había confiado a aquellos labradores.

Cuando hacemos una lectura de la parábola viendo en ella reflejada toda la historia del pueblo de Israel recordamos a los profetas y a tantos hombres de Dios que el Señor fue suscitando en la historia de su pueblo que les recordaban la Alianza y les invitaban una y otra vez a renovarla en fidelidad en sus corazones. Profetas rechazados, profetas no escuchados, profetas los que hacían oídos sordos en su infidelidad y su pecado. Por eso esas palabras duras del final de la parábola ‘hará morir de mala muerte a esps malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos’ tenían que resonar fuertes en aquellos a los que Jesús directamente estaba dirigiendo la parábola.

Allí estaba aquel hijo rechazado, maltratado, arrojado fuera de la viña y que al final mataron. Hay un anuncio pascual porque Jesús está haciendo un anuncio de lo que iba a ser su muerte. Rechazado por los principales del pueblo moriría fuera de la ciudad en el horrible tormento de la cruz. Era la piedra rechazada pero convertida en piedra angular.

Cita Jesús el texto de la Escritura: ‘No lo habéis leido en la Escritura? La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente’. No quisieron contar con Jesús pero Jesús es la piedra angular de la historia y del hombre. Jesús se convierte desde lo alto de la cruz en su muerte redentora en el eje y el centro de toda la humanidad. Es la piedra angular, es el centro y el fundamento del hombre y de la historia; es el sentido último de nuestra vida y de toda nuestra existencia.

Por eso la lectura que nosotros tenemos que hacer de la parábola no es sólo fijándonos en lo que Jesús quería decirle a su pueblo, sino en lo que Jesús quiere decirnos a nosotros. Ya dijimos, somos esa viña del Señor, ese plantel preferido del Señor. Queremos dar frutos. Queremos responder a tanta llamada de amor, a pesar también de nuestras debilidades y flaquezas. Queremos que en verdad sea la piedra angular de nuestra vida porque El es nuestra Salvación y lo es todo para nosotros.

Pero sí esta parábola puede ser una llamada de atención, un despertarnos de las modorras en las que podemos caer a veces. Una invitación a reconocer cuanto ha hecho y sigue haciendo el Señor por nosotros. ‘¿Qué más podría hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?’ nos pregunta también a nosotros y cada uno miremos nuestra historia personal así como la historia de nuestro pueblo, de nuestra Iglesia, de nuestra comunidad y lo que también nosotros podríamos y tendríamos que hacer.

Y aquí podemos pensar en que somos trabajadores de esa viña del pueblo de Dios que el Señor ha puesto en nuestras manos. En esa Iglesia a la que pertenecemos, en esa comunidad en la que vivimos y alimentamos nuestra vida cristiana, ahí donde hacemos nuestra vida y convivimos diariamente tenemos una tarea que realizar, un testimonio que dar, una manera distinta de hacer las cosas en nombre de nuestra fe y de nuestro amor cristiano. En nuestra diócesis se nos está llamando a ser verdaderos discípulos pero también misioneros de nuestra fe en medio de nuestros hermanos y no podemos cerrar los ojos ni los oídos para desentendernos de esa tarea.

No podemos cruzarnos de brazos cuando tanto hay que hacer en nuestro mundo. No podemos encerrar el tesoro de la fe sólo para nosotros cuando el mundo que nos rodea necesita tanto de esa luz de la fe. No podemos desentendernos de los problemas de los demás cuando tanto sufrimiento hay a nuestro alrededor y es necesaria tanta solidaridad para mejorar la situación de todos pero también para hacer un mundo más humano y más fraterno.

Por eso esas palabras finales también son un toque de atención para nuestra vida. ‘Os digo que se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos’. Esa viña del Señor que es nuestro mundo necesita de nuestro amor, de nuestra solidaridad, de la luz de nuestra fe para que todos puedan vislumbrar que son amados del Señor.

viernes, 23 de septiembre de 2011

A pesar de nuestras incongruencias el Señor sigue confiando en nosotros


Ez. 18, 25-28;

Sal. 24;

Filp. 2, 1-11;

Mt. 21, 28-32

¿A cuál de estos dos hijos nos podremos parecer nosotros? Tenemos el peligro de andar en la vida muchas veces con incongruencias como las que nos refleja la parábola. Uno dijo sí al padre, pero no fue; mientras que el que dijo no, se arrepintió y fue a lo mandado por el padre.

Decimos, decimos, pero luego lo que hacemos va por otro lado; prometemos tantas cosas que luego no cumplimos… Sin embargo en la parábola también hay un mensaje de esperanza y de ánimo. Dios nos espera, confía en nosotros, nos sigue amando a pesar de las cosas negativas que podamos hacer y nuestro corazón puede cambiar. Es lo que espera el Señor de nosotros siempre.

El camino de nuestra fe y de nuestra vida cristiana se ve muchas veces lleno de piedras, por decirlo así, que nos hacen tropezar. En nuestra fe queremos dar respuesta al Señor, a su amor, a las llamadas que continuamente nos va haciendo y queremos vivir una vida de entrega y de amor, pero nos encontramos con dificultades y tentaciones que nos hacen tambalearnos.

Muchas veces no sabemos dar la respuesta adecuada, porque aunque de pronto nos entusiasmemos por lo bueno, luego somos inconstantes y olvidamos lo prometido, o nos vienen otras tentaciones que nos arrastran y nos alejan del camino que nos habíamos trazado en nuestro seguimiento del Señor.

Un día escuchamos con gran fervor la Palabra del Señor que nos llamaba o nos invitaba a un camino bueno, algo sucede a nuestro lado que es como un aldabonazo a nuestra vida, el testimonio bueno de personas entregadas a nuestro lado nos estimulan, pero como decíamos nos cansamos, somos inconstantes, hay cosas que nos distraen de ese camino bueno y aquellos propósitos se olvidan o se quedan en un segundo plano. Incongruencias de nuestra vida en que nos dejamos arrastrar fácilmente por cansancios o cantos de sirena que nos llaman la atención y nos distraen de aquello a lo que con tanto entusiasmo nos habíamos comprometido.

Podíamos recordar hechos del evangelio en que algunos se entusiasmaban por Jesús, pero pronto veían la dificultad, o las exigencias de entrega eran mayores de lo que ellos se planteaban y se alejaban pesarozos quizá del camino que quizá hubieran emprendido. Recordemos el joven rico, o recordemos aquellos que querían seguir a Jesús pero éste les decía que el Hijo del Hombre no tenía donde reclinar la cabeza, o que no se podía volver la vista atrás cuando se ponía la mano en el arado.

Algunas veces nuestra actitud puede ser negativa desde el principio. Desde la cerrazón del corazón, quizá desde una vida desordenada y llena de pecado del que nos cuesta arrancarnos, desde el orgullo que se nos mete en el corazón, o quizá también por el ambiente materilista, pagano o descristianizado que nos rodea, cerramos nuestros oídos, los oídos del alma a la llamada del Señor, y vivimos una vida al margen de Dios, casi en un ateismo práctico. A cuántos les sucede así.

Pero la llamada del Señor es constante. Dios nos busca y nos llama. Y un día aquel que vivía alejado de Dios, quizá sin fe o con una fe muy pobre, sintió en el corazón la llamada a algo distinto, la invitación a la conversión, un impulso que nosotros llamamos gracia que le hacía volverse a Dios. Cuántas historias así se podrían contar de conversiones al Señor. Tantos que hoy llamamos santos el comienzo de su camino de santidad fue por una gracia así especial del Señor que encontró un eco en su corazón y cambiaron totalmente su vida.

Siempre hablamos de san Agustín que vivió una juventud alejada de Dios, a pesar de las lágrimas y súplicas de su santa Madre, y un día escuchó en su corazón la llamada del Señor. San Ignacio de Loyola dedicado a las armas y las guerras en su vida militar, pero que restableciéndose de sus heridas le gustaba leer y cuando no encontraba los libros de caballerías que eran su afición se encontró con unas vidas de santos, que movieron su corazón para convertirse al Señor.

Y así tantos y tantos, no sólo de personas a las que se les haya reconocido su santidad y proclamado santos, sino tantas personas anónimas que un día oyeron esa llamada del Señor que llegaba a ellos por distintos caminos y comenzaron una vida distinta, una vida de fe y de santidad. Un joven que cambió su vida de la noche a la mañana y sintió en su corazón la vocación a la vida sacerdotal o religiosa; alguna persona quizá no tan joven que vivía al margen de la Iglesia, pero que un día por el testimonio de alguien sintió el impulso de entregarse para servir a los demás de una forma comprometida.

Al principio decíamos que en la parábola encontrábamos un mensaje de esperanza y de ánimo. Es el saber que Dios siempre nos espera, sigue contando con nosotros a pesar de nuestras inconstancias y debilidades. El Señor con su gracia nos llama de mil maneras y nos invita una y otra vez a que vayamos a El, porque siempre en El vamos a encontrar amor, gracia, perdón, paz.

A pesar de nuestras respuestas negativas, o del abandono de lo prometido que tantas veces hacemos el Señor sigue amándonos y lo que espera es nuestra vuelta. La mirada del Señor no es recriminatoria sino siempre es una mirada que nos llena de paz y de confianza, porque es una mirada de amor. ¿No miró con amor a Pedro que lo había negado, a pesar de que Jesús le había anunciado lo que le iba a pasar y de las protestas primeras de Pedro de que El siempre estaría dispuesto hasta a morir por El? La mirada de amor de Jesús tras el momento de la negación fue una mirada para el arrepentimiento y bien lloró Pedro su pecado.

Pero Jesús seguía confiando en el amor de Pedro, por eso se lo hace repetir y prometer hasta tres veces allá junto al mar de Galilea. ‘¿Me amas, Pedro? ¿me amas más que estos?’ Es la pregunta que nos sigue haciendo Jesús a nosotros porque sigue confiando en nosotros, que como aquel hijo que primero había dicho no, luego nos arrepintamos y vayamos a hacer cuánto nos pide el Señor.

Cada vez que nos reunimos para la celebración de la Eucaristía la liturgia de la Iglesia nos recuerda nuestra condición de pecadores, pero de pecadores que sabemos acudir con humildad y con amor al Señor para pedirle perdón. Iniciamos la Eucaristía reconociendonos pecadores, confesando nuestro pecado, pero confesando la confianza grande que tenemos en la misericordia del Señor.

‘Señor, ten piedad’, le decimos y no solo en estas aclamaciones del principio, sino que a través de la celebración en distintos momentos lo vamos a repetir. ‘Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, en piedad de nosotros… atiende nuestra súplica…’ Venimos a celebrar al que se entregó por nosotros, derramó su Sangre para el perdón de los pecados. Y confiamos que a pesar de que somos pecadores, no somos dignos de acercarnos a El para comerle en la Eucaristía, una sola palabra suya puede salvarnos, puede sanarnos.

Vayamos con confianza hasta el Señor, dispongamonos a enmendar de verdad nuestra vida y a hacer cuanto nos pide el Señor y tengamos en nosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Cuánto tenemos que hacer y cuánto podemos hacer dejándonos conducir por el Señor, a pesar de nuestra debilidad; copiando en nosotros esos sentimientos de Jesús. Y el mundo necesita este mensaje de paz, de perdón, de amor. Es el mensaje importante que tenemos que saber llevar a los demás frente a tanto resentimiento, a tanto odio, a tanta malquerencia que muchas veces contemplamos a nuestro alrededor donde la gente no se sabe perdonar y no se sabe, en consecuencia, encontrar la paz.

Es el evangelio de paz, de amor, de compasión y de perdón que tenemos que llevar a nuestro mundo, si también nosotros somos capaces de mostrarnos con entrañas compasivas para los que están a nuestro lado. ¡Qué ejemplo de humildad nos da el Señor, como nos refleja la carta a los Filipeses! Es la humildad, el amor, la compasión, la misericordia con que nosotros hemos de presentarnos también a los demás.

domingo, 18 de septiembre de 2011

sábado, 17 de septiembre de 2011

Busquemos ser humildes de corazon. Dios da su misericordia a los humildes

Letanías de la Humildad

-Jesús manso y humilde de Corazón, ...Óyeme.

-Del deseo de ser estimado
*,...Líbrame Jesús (se repite)
-Del deseo de ser alabado,
-Del deseo de ser honrado,
-Del deseo de ser aplaudido,
-Del deseo de ser preferido a otros,
-Del deseo de ser consultado,
-Del deseo de ser aceptado,
-Del temor de ser humillado,
-Del temor de ser despreciado,
-Del temor de ser reprendido,
-Del temor de ser calumniado,
-Del temor de ser olvidado,
-Del temor de ser puesto en ridículo,
-Del temor de ser injuriado,
-Del temor de ser juzgado con malicia,

-Que otros sean más estimados que yo,...Jesús dame la gracia de desearlo (se repite)
-Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse,
-Que otros sean alabados y de mí no se haga caso,
-Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil,
-Que otros sean preferidos a mí en todo,
-Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda,

del Cardenal Merry del Val

viernes, 16 de septiembre de 2011

Salió a contratar jornaleros para su viña



Is. 55, 6-9;

Sal. 144;

Filp. 1, 20.24-27;

Mt. 20, 1-16




‘Un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña… id también vosotros a mi viña…’ repetirá una y otra vez en las diferentes horas del día en que sale a la plaza a buscar jornaleros. ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’, dirá a los últimos al final del día.
En una primera lectura y reflexión estamos viendo la responsabilidad que se nos confía en el trabajo que cada día hemos de realizar. Una viña a la que son llamados distintos jornaleros. Un mundo que Dios ha puesto en nuestras manos y en el que tenemos que realizar nuestro trabajo, desarrollar nuestras capacidades; sacar el fruto de esa tierra, de esa vida que se nos ha confiado cada uno según sus capacidades, cualidades y valores, en las distintas horas del día, en los distintos momentos de nuestra vida.
Es el camino y la historia de la humanidad con sus avances, con su ciencia desarrollada, con la huella buena que cada uno de los hombres a través de la historia va dejando en la vida, en el mundo, en la sociedad. Somos herederos del trabajo de los que nos han precedido y es la herencia buena que tenemos que dejar a las generaciones que nos siguen. Es la historia de la ciencia, del pensamiento, de tantos y tantos avances que el hombre con su inteligencia y con su esfuerzo ha ido realizando en aquella viña que el Señor puso en nuestras manos, en esa creación que Dios inició y nos ha confiado. Es la mirada creyente que hemos de tener sobre la historia.
Es un sin sentido no desarrollar esos valores, estar ociosos mano sobre mano, cuando tanto bueno podemos hacer en la vida. ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’ No podemos encerrar nuestros valores, los talentos que Dios nos ha dado, como habremos reflexionado en más de una ocasión. Es la responsabilidad con que tenemos que tomarnos la vida, el trabajo, ese lugar que ocupamos también en la sociedad a la que hemos de contribuir a mejorar.
Y en los momentos difíciles y de crisis que vivimos actualmente en la sociedad creo que todos hemos de pensar en nuestra responsabilidad; no podemos pensar que todo está en las manos de otros ni esperar que otros nos solucionen los problemas, sino que cada uno ha de poner su granito de arena, aunque nos pudiera parecer insignificante, para mejorar la situación de la sociedad.
Claro que puede sonar dura y dolorosa la respuesta que muchos pueden dar como aquellos que estaban en la plaza a última hora ‘nadie nos ha contratado, nadie nos ha llamado a trabajar’, y puede ser un grito angustioso a aquellos que tienen en su mano - por su situación, por su poder, por el lugar de responsabilidad que ocupan en la sociedad - el hacer todo lo que sea posible para que haya trabajo para todos. Que el Señor mueva los corazones, tenemos que pedir.
Con mirada creyente también en esa viña a la que se nos invita a trabajar podemos ver el campo de la Iglesia con la responsabilidad que con ella tenemos todos sus miembros. O es ese campo del mundo en el que hemos de sembrar la semilla de la Buena Nueva, del Evangelio; algo de lo que tampoco podemos desentendernos. En esas llamadas a distintas horas podemos ver las llamadas que el Señor nos va haciendo a trabajar en su viña que es la Iglesia, podemos ver los diferentes carismas y vocaciones que el Señor despierta en nosotros para nuestra contribución a la extensión del Reino de Dios. Nos daría este tema también para hermosas reflexiones y preguntas que tendríamos que hacernos en nuestro interior.
Pero hay algo en la parábola que desconcierta a muchos, como a aquellos mismos jornaleros que habían sido llamados a trabajar en la viña. ‘Cuando oscureció el dueño de la viña dijo al capataz: llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los jornaleros y recibieron un denario cada uno’. Ya escuchamos el desconcierto y las protestas. A todos nos pagas por igual. No pretende la parábola hablarnos de justicia distributiva donde en nuestras medidas humanas unos merecerán más que otros. Aunque tenemos que reconocer que en justicia les ha pagado lo que habían quedado. ‘Amigo no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete’.
Algo más querrá decirnos el Señor. Desde nuestras miras y medidas humanas siempre ha costado comprender bien esta parte de la parábola. Y es que las miras y medidas de Dios nos exceden en generosidad a lo que nosotros podemos pensar o desear. El denario que nos ofrece Dios por la responsabilidad con que hayamos vivido nuestra vida va mucho más allá de esas ganancias materiales o de esas medidas económicas.
Y a lo que nosotros pongamos de bueno en la vida, por pequeño e insignificante que nos parezca, el premio del Señor va siempre muy lleno de generosidad. Disfrutar de ese denario de Dios es algo más hermoso que una ganancia material, porque será disfrutar en plenitud de Dios mismo, que es el verdadero premio a nuestra vida. En la trascendencia que nos da nuestra fe ¿no hablamos de vida eterna? Es lo que el Señor nos ofrece que tiene mucha mayor plenitud que todos los goces humanos y terrenos que aquí podamos vivir. Ya escuchábamos al profeta que de parte de Dios nos decía ‘mis planes no son vuestros planes… como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes’.
Por eso desde la generosidad que vemos en Dios hemos de aprender nosotros a hacer las cosas no por ganancias humanas sino con generosidad también en nuestro corazón. No podemos ser interesados en lo bueno que hacemos porque vayamos a ganar, o queramos ganar unos puntos, unos méritos. Sintamos la satisfacción de lo bueno que hacemos, aunque no seamos correspondidos, pero con gozo en nuestro espíritu al menos por todo eso bueno que dejamos en herencia para los que vienen detrás de nosotros.
En nuestras relaciones humanas a veces somos demasiados interesados y andamos como a la compraventa; si me das, te doy; si me ayudas, te ayudo… y podemos perder el sentido de la gratuidad, de la gratuidad con que nosotros hacemos lo bueno, porque el regalo que nos hace el Señor en nuestro corazón será siempre más hermoso; es gracia, decimos.
Hemos, por otra parte, de ser agradecidos por lo que recibimos, que no es simplemente por nuestro merecimiento sino por la generosidad de quien nos lo da, nos ayuda o nos hace algo bueno. Y así con el Señor también. ¡Cuánto recibimos de Dios cada día!
En muchas cosas nos hace reflexionar la parábola que nos ha propuesto Jesús. Dejemos que por fuerza del Espiritu se mueva nuestro corazón y así vayamos descubriendo los planes y los caminos del Señor.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Experiencia de amor y perdón que da capacidad para perdonar



Ecls. 27, 33-28, 9;

Sal. 102;

Rom. 14, 7-9;

Mt. 18, 21-25

La autenticidad y la sinceridad con que hagamos las cosas hará que lo que vamos haciendo vaya dejando huella positiva en nuestra vida y vayan teniendo repercusiones en lo que vivimos o hacemos. No nos vale hacer las cosas de una manera formal, simplemente porque hay que hacerlo como si de un rito ajeno a nuestra vida se tratara. Y creo que hay peligro que en muchas cosas, incluso importantes, que hacemos o vivimos algunas veces nos puede faltar esa autenticidad.

A esto que voy diciendo uno este pensamiento. Quien ha experimentado de una forma intensa y honda en su vida el sentirse amado y perdonado será el que luego podrá tener también buen corazón para los demás y mostrarse de la misma manera misericordioso como para saber perdonar con generosidad. Claro que podré experimentar en el fondo del alma ese amor y ese perdón cuando con sinceridad yo me he sentido pecador, he sentido la miseria del pecado en mi vida y he sabido acudir a quien me ama y puede perdonarme.

Está claro que estamos hablando del perdón, tanto el que recibimos de Dios como del que generosamente hemos de saber dar a los demás. Llegar a pedir perdón a Dios por nuestros pecados, podríamos decir, que más o menos lo hacemos, pero ya sabemos cuanto nos cuesta el perdonar a los demás, a cualquiera que nos haya podido ofender de alguna manera. Es un hueso que solemos tener atravesado en nuestra garganta, es un nudo muchas veces difícil de desatar que llevamos en el corazón.

¿No es esa la pregunta que le hace Pedro a Jesús? Y por la forma como algunas veces nosotros actuamos nos pudiera parecer que Pedro se pasa de generoso cuando le dice a Jesús si ha de perdonar hasta siete veces, porque muchas veces nosotros a la primera ya nos cerramos a otorgar el perdón. Cuántos resentimientos y resquemores guardados en el corazón; cuántas amistades rotas que ya parece que no se volverán a recomponer nunca; cuántas palabras o saludos negados para siempre por esta causa; cuántos odios que nos queman y nos hacen daño por dentro.

Pero si nos pudiera parece que Pedro es generoso llegando hasta siete en las veces que se ha de perdonar, la respuesta de Jesús para muchos les puede parecer imposible. ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta sententa veces siete’. Porque eso ya lo entendemos como que tenemos que perdonar siempre.

Y Jesús nos propone la parábola que bien conocemos. El criado a quien su amo perdonó su deuda a pesar de ser inmensa, simplemente por la generosidad de su corazón; pero dicho criado que no supo perdonar a su compañero que le debía pero que era algo insulso comparado con lo que a él se le había perdonado.

Pudiera parecernos que esto se contradice con algo de lo que anteriormente hemos dicho, porque a él le habían perdonado pero no supo perdonar. Pero es en lo que precisamente se le quiere hacer recapacitar. ‘Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?’

Es en lo que nosotros tenemos que reflexionar y a lo que antes hacía mención. La experiencia de sentirnos amados y perdonados. No es la formalidad simple de que se nos perdone, sino es fundamentalmente la experiencia del amor, la experiencia de sentirnos amados. Y ese perdón que el Señor me ofrece es la consecuencia lógica de su amor. Y quien se siente amado del Señor y vive ese amor en lo profundo de sus entrañas necesariamente tendrá que sentirse impulsado al amor, impulsado en consecuencia al perdón.

Por eso hablábamos también de la autenticidad y la sinceridad con que hacemos o vivimos las cosas. Es la autenticidad y la sinceridad con que tenemos que acercarnos al Señor, la autenticidad y sinceridad con que hemos de vivir, por ejemplo, los sacramentos. No los podemos convertir nunca en un ritualismo que realizamos, en una formalidad sin más.

Vemos con autenticidad nuestra vida y la miseria de nuestro pecado y contemplando lo que es el amor que el Señor nos tiene es cómo nos acercamos verdaderamente arrepentidos a pedir perdón al Señor; verdaderamente arrepentidos y poniendo toda nuestra capacidad de amor. ‘Porque amó mucho se le perdonan sus muchos pecados’, le decía Jesús al fariseo cuando la mujer pecadora se acercó llorando a Jesús como un signo de su arrepentimiento. Es lo que nosotros hemos de hacer.

Esto que reflexionamos tendría que hacernos revisar con sinceridad – y vuelvo a emplear la palabra – cómo celebramos nosotros el sacramento de la Penitencia para que le demos autenticidad, para que haya un encuentro auténtico y vivo con el Señor y con su amor, y así experimentemos ese perdón generoso que el Señor nos concede.

Y por otra parte cuando vamos viviendo esto asi tan intensamente es cuando surgirá esa generosidad de nuestro corazón para ofrecer el perdón al hermano que me haya ofendido. Qué importante el mandamiento del amor que tiene que regir y marcar nuestra vida. Si hubiera ese amor auténtico a la manera de Jesús desde la experiencia de sentirnos nosotros amados del Señor, nuestras relaciones, nuestro trato con los que nos rodean sería distinto. Habría de verdad amor y misericordia en nuestro corazón, seríamos realmente comprensivos y sabríamos aceptarnos y acogernos mutuamente, sabríamos perdonarnos siempre porque también nosotros queremos sentirnos perdonados.

Esto es una experiencia cristiana que hemos de vivir con intensidad, porque ya sabemos que muchas veces en el mundo que nos rodea esto no es fácil de vivir. Esa experiencia del perdón y del sentirnos perdonados creo que es un aspecto muy importante en esta civilización del amor que hemos de ir sembrando a nuestro alrededor. Tenemos que vencer el odio a fuerza de amor.

Tenemos que ser instrumentos de paz, de amor, de perdón en el mundo en el que vivimos. No son cosechas fáciles de cultivar, pero desde nuestra fe en Jesús es algo que tiene que estar muy presente en nuestra vida. San Pablo les decia a los colosenses que habían de ponerse la vestidura de la compasión y misericordia, de la bondad, de la humildad, de la mansedumbre y de la paciencia y todo eso ceñido con el cinturón del amor y de la paz. Que esa sea la vestidura que resplandezca en nuestra vida y así siendo comprensivos, sabremos aceptarnos y sabremos perdonarnos siempre con generosidad de corazón.

El papa les decía a los jovenes en Cuatro Vientos: ‘Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios’.

Cuántas consecuencias se tendrían que sacar de estas palabras. ‘Personas que se saben amadas de Dios… el origen de nuestra existencia un proyecto de amor de Dios… abrir nuestro corazón a ese misterio de amor…’ Y si abrimos nuestro corazón a ese misterio de amor, comenzaremos a amar de verdad a los demás; sabremos, entonces, perdonar siempre con generosidad. Nuestra vida y nuestro mundo sería distinto. Nuestras relaciones serían más humanas porque están llenas de amor.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Amigo ¿ cuanto tiempo hace que no te acercas a recibir la Sagrada Hostia Divina?

Amigo de la paz , si quieres recibir la paz en tu corazón acercate a la Eucaristía en lo posible diaria.
Recibimos a Dios , al Creador del Cielo y de la Tierra, recibimos su CUERPO, SU SANGRE, SU ALMA , SU DIVINIDAD en nuestro cuerpo de barro. ¿Tomaron conciencia de la dimensión de recibirlo.?
A mi particularmente me deja asombrada y perpleja la Magnitud y majestuosidad de CRISTO EN LA SAGRADA HOSTIA.
Animate a recibirlo, acercate, busca a Cristo en la Iglesia mas cercana EL NOS ESPERA PARA DARNOS LA VIDA ETERNA.


santidad y amor
Adriana

Amigo ¿ hoy adoraste a Dios quien te dio la vida gratuitamente.? Acercate a El te espera con amor en su Casa


Amigos dispongamonos docilmente a Adorar a Dios. Aqui algunas sugerencias

viernes, 2 de septiembre de 2011

El que ama no puede permitir que nadie se enfangue con el mal

Ez. 33, 7-9;

Sal. 94;

Rom. 13, 8-10;

Mt. 18, 15-20

‘A nadie debáis nada, más que amor… porque amar es cumplir la ley entera’. Así podemos resumir el fondo del mensaje de este domingo. Todo es cuestión de amor. Y el que ama busca siempre el bien, no puede permitir que nadie se enfangue con el mal; el que ama quiere la comunión y la armonía; y cuando nos amamos de verdad también cuando nos dirigimos a Dios lo hacemos en comunión con los demás; es más, cuando nos amamos de verdad estamos haciendo presente a Dios, sentimos a Cristo en medio nuestro.

Casi no habría que decir nada más. Solamente que esto lo lleváramos de verdad a nuestra vida. Lo sintiéramos como una exigencia grande para nosotros de la que no nos podemos desentender. No podemos cerrar los ojos, ni volvernos para otro lado. Ya el profeta nos advierte con palabras fuertes de nuestra responsabilidad. No podemos endurecer el corazón porque donde hay amor de verdad el corazón se derrite en ternura y misericordia.

Si como hemos escuchado en otro lugar del evangelio ‘Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva’, entonces no podemos sentirnos indiferentes ante la situación del hermano. Nos preocupamos por él, por su bien. Y de ahí surge la corrección fraterna de la que nos habla hoy Jesús en el evangelio. Corrección fraterna no es hacer juicio o buscar la condena sino animar a levantarse porque sabemos donde podemos encontrar la verdadera paz y la alegría más honda. Ayudamos a ver donde puede estar el error o el fallo humano pero ayudamos a encontrar caminos de renovación que nos lleven a vida nueva y más santa.

Corrección fraterna que no podemos hacer sino siempre desde la humildad y desde el amor. Es algo muy delicado y que tenemos que saber hacer bien. Cuando nos acercamos al hermano no lo hacemos desde la prepotencia de nosotros creernos santos y mejores, sino con la humildad del que también se siente pecador y que igualmente acepta ser corregido por el hermano; nos acercamos al que ha errado en su vida para ayudarle a encontrar el buen camino.

Nunca cabe la actitud orgullosa del fariseo que quiere imponer al otro sin mover un dedo de su parte, como nos dice Jesús en otro lugar del evangelio, y del que está siempre pronto para condenar, sino siempre la actitud humilde del que se sabe también pecador y perdonado tantas veces por el Señor.

Como decíamos al comenzar nuestra reflexión, todo es cuestión de amor. Es nuestra seña de identidad, nuestro distintivo. Y el amor siempre es comprensivo. Todo nace de un corazón compasivo y misericordioso, que ya Jesús nos dice que seamos así como compasivo es nuestro Padre del cielo. ¿Cómo no nos vamos, entonces, a derretir de amor? Pero además, ¿no tendríamos que hacer como Jesús que es el buen pastor que siempre va a buscar la oveja descarriada y perdida? A Jesús tenemos que parecernos.

Ya sé que media por otra parte nuestro corazón orgulloso y lleno de amor propio, autocomplaciente y que siempre buscamos o nos creemos tener razones para jsutificarnos. Costará en muchas ocasiones acercanos a los demás porque aparecen esos ramalazos de orgullo, de autosuficiencia, de justificaciones y muchas cosas más que harán que cueste aceptar el que alguien pueda decirnos algo o hacernos una corrección. Siento que es una lástima que como humanos nos comportemos con actitudes así y nos encerremos en los castillos de nuestro endiosamiento. De ahí, en consecuencia, la delicadeza, humildad y amor con que hemos de actuar siempre.

Jesús nos está señalando las actitudes fundamentales que tendría que haber entre los que se dicen sus discípulos, sus seguidores y van a formar parte de la comunidad de los creyentes. La forma de expresarnos Mateo estas palabras de Jesús pueden estar reflejándonos situaciones difíciles que ya pudieran estar dándose en aquellas primeras comunidades cristianas y con el evangelio, que era algo así como la catequesis para aquellas comunidades, trataba de corregir y enseñar con palabras de Jesús cuáles habían de ser esas actitudes fundamentales.

Es en el ámbito de nuestras comunidades cristianas donde primero hemos de poner en práctica esta enseñanza de Jesús. Se supone que en una verdadera comunidad cristiana vivimos esa comunión en el amor en el sentido y estilo de Jesús. Por eso nos señala el evangelio entre los pasos que se han de dar el contar con la comunidad que ha de buscar el bien, le arrepentimiento y la corrección de cada uno de sus miembros. Es lo que entre nosotros cristianos tenemos que aprender a hacer y a vivir, esa comunión de amor que nos ayuda a aceptarnos y a comprendernos, a amarnos y a ayudarnos mutuamente a vivir ese amor al estilo de Jesús.

Nos habla Jesús de atar y desatar. Está en nuestra manos. ‘Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo’. Una primera interpretación que hacemos siempre de estas palabras es la referencia al perdón de los pecados, poder del perdón de los pecados que Dios ha puesto en manos de la Iglesia. Estas misma palabras las dirá Jesús a Pedro cuando la confía ser esa piedra sobre la que se fundametará la Iglesia. Pero podemos hacer una referencia o interpretación a todo lo que con nuestro amor podemos hacer siempre a favor de los demás. Atemos con lazos de amor nuestras relaciones, nuestro trato; desatemos todo aquello que nos pueda esclavizar desde nuestros orgullos, nuesros egoísmos o nuestras ambiciones.

Y es que además, como nos enseña el evangelio, con nuestro amor tenemos que hacer presente a Jesús. Porque allí donde ponemos amor verdadero estamos haciendo presente a Jesús. ¡Qué hermoso lo que nos dice! ‘Porque donde dos o tres estám reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’. Hagamos presente a Jesús en medio de nuestro mundo con nuestro amor, con nuestra comunión. Y es que el testimonio de amor, de comprensión, de misericordia, de compasión que nosotros demos ante los demás estará convirtiéndose en anuncio de Jesús, en anuncio de evangelio.

Y esta unión y comunión de hermanos nos sirve además para engradecer nuestra oración, para hacerla más auténtica y más viva, porque nos asegurará que cuando rezamos unidos, cuando oramos en comunión los unos con los otros tenemos la garantía de la presencia y de la intercesión de Jesús. ‘Si dos o más se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre’, nos dice Jesús. Y ya nos dice en otro lugar que ‘cualquier cosa que pidáis en mi nombre, os lo concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo’.

¡Qué importante y valiosa la oración comunitaria! ¡Qué importante que sepamos darle de verdad este sentido de comunión a nuestras celebraciones litúrgicas en las que nunca cada uno debe ir por su lado! ¡Cuántas consecuencias tendríamos que sacar de todo esto para nuestras celebraciones, para nuestro sentido de iglesia y de comunidad que tendríamos que vivir con toda profundidad!

‘A nadie debáis nada, más que amor’, nos decía san Pablo. ‘El que ama a su prójimo no le hace daño – es más siempre buscará su bien – por eso amar es cumplir la ley entera’.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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