Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

Amigos que entran a esta Casa de Paz. Gracias por estar aqui. Clikea en seguir y unete a nosotros

sábado, 18 de octubre de 2014

Porque nos sentimos amados de Dios no podemos perder la alegría de la fe que además hemos de compartir con los demás

Porque nos sentimos amados de Dios no podemos perder la alegría de la fe que además hemos de compartir con los demás

Is. 45, 1.4-6; Sal. 95; 1Tes. 1, 1-5; Mt. 22, 15-21
Quizá podríamos comenzar nuestra reflexión en torno a la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado con el lema de esta Jornada del Domund que estamos celebrando: ‘Renace la alegría’. Es una invitación, como lo es esta jornada misionera, a compartir la alegría del evangelio, la alegría de nuestra fe con todos.
No podemos perder esa alegría porque eso podría significar que se está debilitando nuestra fe. ¿De dónde arranca esa alegría? ¿Es que puede haber algo más hermoso y que pueda hacer nacer mejor alegría en nuestro corazón que sentirnos hijos de Dios, sentirnos amados de Dios? De ahí tenemos que partir. Ese es el gran anuncio del Evangelio; esa es la gran Buena Noticia de nuestra vida que tiene que llenarnos de la alegría más grande que nadie nos puede quitar y que nos obligará a anunciarla a los demás.
Nos lo recuerda la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado en las distintas lecturas. San Pablo, por ejemplo, habla de la fe, del entusiasmo de la fe que viven los tesalonicenses a los que dirige su carta; una fe que se manifiesta en el amor que se tienen y en la esperanza que los mantiene firmes a pesar de las dificultades o problemas que pueden ir apareciendo en la vida. Se sienten amados y elegidos de Dios y eso hace que su vida sea distinta.
Pero ya en la primera lectura se nos hace una proclamación muy clara de lo que es nuestra fe. Como verdaderos creyentes reconocemos un solo Dios y Señor de nuestra vida y como venido de su mano y de su amor cuanto nos sucede. Son manifestaciones de ese amor de Dios que reconocemos con nuestra fe. El profeta está haciendo una lectura de su historia, de la historia del pueblo de Israel. El texto del profeta Isaías que escuchamos es un texto de después del exilio de Babilonia. Y están viendo en la actuación de Ciro que ha dado la libertad a su pueblo un actuar de Dios.
Ciro es un rey pagano que no conoce a Dios y sin embargo se le llama el Ungido; es el elegido y llamado por Dios, aunque no lo conozca, para dar la libertad al pueblo de Dios. ‘Te llamé por tu nombre, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay otro Dios. Te pongo la insignia, aunque no me conozcas, para que sepan que no hay otro Dios fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro’.
Ahí tenemos una proclamación de fe en el Señor en quien tenemos que reconocer como nuestro único Dios. Es el Dios que nos ha elegido y nos ha amado con amor eterno, desde toda la eternidad, a pesar de que en nuestra indignidad muchas veces no lo conozcamos o no lo reconozcamos. En ese amor eterno de Dios nos ha enviado a Jesús, su Hijo, para manifestarnos ese amor, para obtener para nosotros la redención y el perdón de nuestros pecados, para regalarnos su Espíritu de amor que nos hace hijos, nos convierte en hijos amados de Dios. Pero podríamos decir que el texto viene a ser una invitación para que lo reconozcamos, reconozcamos su amor y así se llene de alegría nuestro corazón.
 El evangelio también viene a ser en el fondo una invitación a reafirmar nuestra fe. Vienen hasta Jesús a ponerlo a prueba, a comprometerlo con una pregunta. Por allí andan los fariseos que se valen de unos herodianos, que no eran partidarios de pagar los tributos al dominador romano. Vienen con preguntas donde no se están manifestando con toda sinceridad, porque aunque alaban la veracidad de Jesús - ‘sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie ni te fijes en la apariencias’, bonitas palabras que ocultan la trampa que quieren tender - le preguntan si es o no lícito pagar el impuesto del César.
Si ellos vienen con sagacidad Jesús conoce mejor que nadie los corazones de los hombres y saben que quieren tenderle un trampa; de ahí la respuesta de Jesús utilizando la efigie reflejada en la moneda. ¿Es la imagen del César? Luego aquella moneda pertenecerá al César. Por eso les responde: ‘Pues pagadle al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios’.
Por encima de las trampas que quieren tenderle Jesús nos está diciendo en qué lugar tenemos que poner a Dios en nuestra vida. El es nuestro único Señor y siempre ha de estar por encima de todo y en el centro de todo. Cuando le preguntaban una y otra vez también con las mismas torcidas intenciones cuál era el mandamiento principal, Jesús siempre les responderá con el texto del Deuteronomio ‘el Señor, tu Dios, es el único Señor; a El amará con todo tu ser, con toda tu mente, con todo corazón’; como decimos en los mandamientos ‘amarás a Dios sobre todas las cosas’.
Brevemente recordar aquí que en el fondo, como consecuencia, nos estará diciendo Jesús que nuestras obligaciones y nuestro compromiso con el mundo en que vivimos, con la sociedad en la que hacemos nuestra vida no lo podemos descuidar, sino todo lo contrario también desde nuestra fe hemos de sentir ese compromiso por contribuir a hacer que nuestro mundo sea mejor; un compromiso que está en la colaboración que también con los impuestos realizamos, pero que además tendríamos que ver hasta donde más tendría que llegar ese compromiso para con nuestra participación activa trabajar en bien de nuestra sociedad. No nos podemos desentender así porque si del mundo en que vivimos. También desde nuestra fe nos tenemos que sentir obligados y comprometidos a participar. Por ahí tendríamos que traducir también lo de ‘dad al Cesar lo que es del Cesar’.
Pero conectemos con el pensamiento con que iniciamos nuestra reflexión, la alegría de nuestra fe. Es la alegría llena de esperanza con que hemos de vivir todo esto que venimos reflexionando, porque no se nos puede quedar en una teoría, por así decirlo, que tengamos en la cabeza. Este pensamiento del amor de Dios tiene que llegarnos al corazón. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría’, nos decía el Papa en la encíclica del gozo del evangelio y nos vuelve a recordar ahora en el mensaje para esta Jornada del Domund. 
Tenemos que hacer renacer esa alegría en nosotros si se ha mermado o acaso la hemos perdido. No tiene sentido un cristiano que no viva con alegría; la fe que lleva en su corazón y que impregna toda su vida le tiene que hacer explosionar de alegría, que tiene que manifestarse de muchas maneras en su vida. Primero ya no caben esas caras de circunstancias donde vamos por la vida con rostros serios y adustos. Esa fe que llevamos en el corazón nos da paz, y esa paz se tiene que expresar en nuestros rostros, en nuestra sonrisa, en ese entusiasmo con que vivimos nuestra fe y toda nuestra vida. No cabe que sea de otra manera.
Este año se nos ha propuesto como lema para esta jornada misionera del Domund, porque es esa alegría de la fe la que queremos llevar a los demás, la que queremos compartir con todos, la que queremos anunciar a los que no tienen fe, la que se ha de convertir en evangelio, en Buena Nueva de salvación que trasmitamos a los demás. Como nos dice el Papa Francisco, ‘¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!
Así nos decía en su mensaje: El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada (Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 2). Por lo tanto, la humanidad tiene una gran necesidad de alcanzar la salvación que nos ha traído Cristo. Los discípulos son aquellos que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio. Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización’.

No lo olvidemos, somos misioneros, tenemos que ser misioneros de la alegría de nuestra fe. Pensamos en lugares lejanos, el tercer mundo, pero pensamos también esos lugares cercanos a nosotros donde se ha perdido la alegría de la fe. El mundo nos necesita, necesita el mensaje del Evangelio. Y no olvidemos que hemos de empezar por los que están a nuestro lado para compartir con ellos también esa alegría que llevamos en el corazón.

Porque nos sentimos amados de Dios no podemos perder la alegría de la fe que además hemos de compartir con los demás

Porque nos sentimos amados de Dios no podemos perder la alegría de la fe que además hemos de compartir con los demás

Is. 45, 1.4-6; Sal. 95; 1Tes. 1, 1-5; Mt. 22, 15-21
Quizá podríamos comenzar nuestra reflexión en torno a la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado con el lema de esta Jornada del Domund que estamos celebrando: ‘Renace la alegría’. Es una invitación, como lo es esta jornada misionera, a compartir la alegría del evangelio, la alegría de nuestra fe con todos.
No podemos perder esa alegría porque eso podría significar que se está debilitando nuestra fe. ¿De dónde arranca esa alegría? ¿Es que puede haber algo más hermoso y que pueda hacer nacer mejor alegría en nuestro corazón que sentirnos hijos de Dios, sentirnos amados de Dios? De ahí tenemos que partir. Ese es el gran anuncio del Evangelio; esa es la gran Buena Noticia de nuestra vida que tiene que llenarnos de la alegría más grande que nadie nos puede quitar y que nos obligará a anunciarla a los demás.
Nos lo recuerda la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado en las distintas lecturas. San Pablo, por ejemplo, habla de la fe, del entusiasmo de la fe que viven los tesalonicenses a los que dirige su carta; una fe que se manifiesta en el amor que se tienen y en la esperanza que los mantiene firmes a pesar de las dificultades o problemas que pueden ir apareciendo en la vida. Se sienten amados y elegidos de Dios y eso hace que su vida sea distinta.
Pero ya en la primera lectura se nos hace una proclamación muy clara de lo que es nuestra fe. Como verdaderos creyentes reconocemos un solo Dios y Señor de nuestra vida y como venido de su mano y de su amor cuanto nos sucede. Son manifestaciones de ese amor de Dios que reconocemos con nuestra fe. El profeta está haciendo una lectura de su historia, de la historia del pueblo de Israel. El texto del profeta Isaías que escuchamos es un texto de después del exilio de Babilonia. Y están viendo en la actuación de Ciro que ha dado la libertad a su pueblo un actuar de Dios.
Ciro es un rey pagano que no conoce a Dios y sin embargo se le llama el Ungido; es el elegido y llamado por Dios, aunque no lo conozca, para dar la libertad al pueblo de Dios. ‘Te llamé por tu nombre, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay otro Dios. Te pongo la insignia, aunque no me conozcas, para que sepan que no hay otro Dios fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro’.
Ahí tenemos una proclamación de fe en el Señor en quien tenemos que reconocer como nuestro único Dios. Es el Dios que nos ha elegido y nos ha amado con amor eterno, desde toda la eternidad, a pesar de que en nuestra indignidad muchas veces no lo conozcamos o no lo reconozcamos. En ese amor eterno de Dios nos ha enviado a Jesús, su Hijo, para manifestarnos ese amor, para obtener para nosotros la redención y el perdón de nuestros pecados, para regalarnos su Espíritu de amor que nos hace hijos, nos convierte en hijos amados de Dios. Pero podríamos decir que el texto viene a ser una invitación para que lo reconozcamos, reconozcamos su amor y así se llene de alegría nuestro corazón.
 El evangelio también viene a ser en el fondo una invitación a reafirmar nuestra fe. Vienen hasta Jesús a ponerlo a prueba, a comprometerlo con una pregunta. Por allí andan los fariseos que se valen de unos herodianos, que no eran partidarios de pagar los tributos al dominador romano. Vienen con preguntas donde no se están manifestando con toda sinceridad, porque aunque alaban la veracidad de Jesús - ‘sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie ni te fijes en la apariencias’, bonitas palabras que ocultan la trampa que quieren tender - le preguntan si es o no lícito pagar el impuesto del César.
Si ellos vienen con sagacidad Jesús conoce mejor que nadie los corazones de los hombres y saben que quieren tenderle un trampa; de ahí la respuesta de Jesús utilizando la efigie reflejada en la moneda. ¿Es la imagen del César? Luego aquella moneda pertenecerá al César. Por eso les responde: ‘Pues pagadle al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios’.
Por encima de las trampas que quieren tenderle Jesús nos está diciendo en qué lugar tenemos que poner a Dios en nuestra vida. El es nuestro único Señor y siempre ha de estar por encima de todo y en el centro de todo. Cuando le preguntaban una y otra vez también con las mismas torcidas intenciones cuál era el mandamiento principal, Jesús siempre les responderá con el texto del Deuteronomio ‘el Señor, tu Dios, es el único Señor; a El amará con todo tu ser, con toda tu mente, con todo corazón’; como decimos en los mandamientos ‘amarás a Dios sobre todas las cosas’.
Brevemente recordar aquí que en el fondo, como consecuencia, nos estará diciendo Jesús que nuestras obligaciones y nuestro compromiso con el mundo en que vivimos, con la sociedad en la que hacemos nuestra vida no lo podemos descuidar, sino todo lo contrario también desde nuestra fe hemos de sentir ese compromiso por contribuir a hacer que nuestro mundo sea mejor; un compromiso que está en la colaboración que también con los impuestos realizamos, pero que además tendríamos que ver hasta donde más tendría que llegar ese compromiso para con nuestra participación activa trabajar en bien de nuestra sociedad. No nos podemos desentender así porque si del mundo en que vivimos. También desde nuestra fe nos tenemos que sentir obligados y comprometidos a participar. Por ahí tendríamos que traducir también lo de ‘dad al Cesar lo que es del Cesar’.
Pero conectemos con el pensamiento con que iniciamos nuestra reflexión, la alegría de nuestra fe. Es la alegría llena de esperanza con que hemos de vivir todo esto que venimos reflexionando, porque no se nos puede quedar en una teoría, por así decirlo, que tengamos en la cabeza. Este pensamiento del amor de Dios tiene que llegarnos al corazón. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría’, nos decía el Papa en la encíclica del gozo del evangelio y nos vuelve a recordar ahora en el mensaje para esta Jornada del Domund. 
Tenemos que hacer renacer esa alegría en nosotros si se ha mermado o acaso la hemos perdido. No tiene sentido un cristiano que no viva con alegría; la fe que lleva en su corazón y que impregna toda su vida le tiene que hacer explosionar de alegría, que tiene que manifestarse de muchas maneras en su vida. Primero ya no caben esas caras de circunstancias donde vamos por la vida con rostros serios y adustos. Esa fe que llevamos en el corazón nos da paz, y esa paz se tiene que expresar en nuestros rostros, en nuestra sonrisa, en ese entusiasmo con que vivimos nuestra fe y toda nuestra vida. No cabe que sea de otra manera.
Este año se nos ha propuesto como lema para esta jornada misionera del Domund, porque es esa alegría de la fe la que queremos llevar a los demás, la que queremos compartir con todos, la que queremos anunciar a los que no tienen fe, la que se ha de convertir en evangelio, en Buena Nueva de salvación que trasmitamos a los demás. Como nos dice el Papa Francisco, ‘¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!
Así nos decía en su mensaje: El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada (Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 2). Por lo tanto, la humanidad tiene una gran necesidad de alcanzar la salvación que nos ha traído Cristo. Los discípulos son aquellos que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio. Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización’.

No lo olvidemos, somos misioneros, tenemos que ser misioneros de la alegría de nuestra fe. Pensamos en lugares lejanos, el tercer mundo, pero pensamos también esos lugares cercanos a nosotros donde se ha perdido la alegría de la fe. El mundo nos necesita, necesita el mensaje del Evangelio. Y no olvidemos que hemos de empezar por los que están a nuestro lado para compartir con ellos también esa alegría que llevamos en el corazón.

Aqui puedes leer mas mensajes del Movimiento.

Administracion general y adjuntos

Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

Etiquetas