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Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

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sábado, 26 de abril de 2014

Cristo resucitado en medio de nosottros despierta nuestra fe...


Cristo resucitado en medio de nosotros despierta nuestra fe para que nosotros contagiemos de esa fe a nuestro mundo

Hechos, 2, 42-47; Sal. 117; 1Pd. 1.3-9; Jn. 20, 19-31
La pregunta podríamos hacérnosla de diversas formas aunque en el fondo viene a ser lo mismo. ¿Qué nos ofrece el Evangelio? ¿para qué leemos nosotros el Evangelio? ¿qué es lo que vamos a buscar cuando nos acercamos a las páginas de la Biblia? ¿unas bonitas y aleccionadoras historias?
Sin mermar en lo más mínimo incluso su belleza literaria, sin embargo no nos podemos quedar en esto cuando nosotros acudimos a las páginas de la Biblia. No son simplemente bonitas historias lo que nos quiere trasmitir. Tenemos que reconocer que para nosotros es la Gran Noticia, la más grandiosa noticia que podamos escuchar. Una Buena Nueva a la que no nos podemos acostumbrar, porque caeríamos en una absurda y maléfica rutina, y que entonces le haría perder su más valioso sentido.
Una grandiosa noticia, por supuesto, que sólo desde la fe podremos descubrir y una grandiosa noticia que a la fe siempre nos tiene que conducir. Una grandiosa noticia que para nosotros es vida y nos llena de vida. Una grandiosa noticia que siempre tiene que producir en nosotros un impacto grande que nos llene de admiración y provoque en nosotros siempre cantos de alabanza al Señor.
Fijémonos en cómo termina hoy el texto del Evangelio, que viene a ser también el final del Evangelio de san Juan. ‘Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de sus discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre’.
¿Dónde está el centro, el meollo de esa Buena Noticia? Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, Cristo resucitado es la gran noticia que nos convoca, que nos llama y nos invita, que transforma nuestra vida, que nos llena de esperanza, que nos pone en camino, que nos llena de salvación y que nos hará que siempre tengamos que ser mensajeros de esa salvación para los demás, para el mundo que nos rodea. Lo hemos venido repitiendo estos días. Cristo es nuestra salvación y la salvación de nuestro mundo. Es la buena noticia que recibimos y la Buena Nueva que hemos de saber trasmitir.
En esta octava de Pascua el Evangelio nos habla de resurrección. Cristo resucitado que se manifiesta a los discípulos encerrados en el Cenáculo. Y decimos encerrados, porque ya el evangelista se ha encargado de decirnos claramente que están con las puertas cerradas por miedo a los judíos. ‘El día primero de la semana… entró Jesús y se puso en medio, y les dijo: Paz a vosotros’. Es el saludo de Cristo resucitado. Que no son sólo sus palabras, que es su presencia la que los llena de paz y en consecuencia de alegría. ‘Se llenaron de alegría al ver al Señor’.
¿Lo esperaban? ¿habían creído las noticias que habían traído las mujeres en la mañana que habían ido al sepulcro y lo habían encontrado vacío hablando de apariciones de ángeles? Allí está Jesús. No se lo terminan de creer. Como nos sucede a nosotros en tantas ocasiones que la fe se ha puesto a prueba o se ha debilitado. ‘Les enseñó las manos y el costado’. Podrían palpar si querían. En el relato de los otros evangelistas decía que creían ver un fantasma. San Lucas nos dirá que comió con ellos.
Pero la presencia de Jesús es mucho más. ‘Exhaló su aliento sobre ellos’ y les dio su Espíritu.  Ya para siempre podrían seguir sintiendo y viviendo su presencia. Presencia que les llenaba de paz y de gracia; presencia del Espíritu que haría presente para siempre lo que era la misericordia del Señor; había derramado su sangre para el perdón de los pecados; ese perdón y esa misericordia de Dios a través de ellos tendría que seguir haciéndose presente en medio del mundo.
Esa había de ser la Buena Noticia que se ha de seguir llevando al mundo. Por eso Jesús los envía. ‘Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo’. Y enviados por Jesús todos han de tener noticia de la salvación, todos podrán acceder a ese perdón y a esa gracia que El nos ha ganado derramando su sangre, dando su vida por nosotros.  Es  la tarea de la Iglesia; es la tarea de cuantos creen en Jesús. Y la Iglesia ha de mostrarse como madre de misericordia, porque para siempre ha de hacer presente esa misericordia y ese perdón de Dios para todos los hombres. Y es de lo que todos nosotros tenemos que ser signos para los demás, para nuestro mundo, llenando nuestras entrañas de esa misericordia divina, para que aprendamos también a querernos y aceptarnos, a perdonarnos y ayudarnos, a caminar como hermanos que se quieren y actuar siempre con verdadera misericordia en el corazón hacia los demás. Así seremos signos de esa presencia misericordiosa de Dios en medio del mundo.
Siguiendo el relato del evangelio pudiera parecernos que aparece una sombra porque Tomás duda, no quiere creer y pide pruebas. ‘Tomás, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús’. Los discípulos le trasmiten la noticia, ‘hemos visto al Señor’, pero él pide pruebas: ‘si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no creo’.
Jesús, por así decirlo, acepta el reto de Tomás, porque ‘a los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos, y llegó Jesús, estando también cerradas las puertas, y se puso en medio’, saludándolos también con el saludo de paz. ‘Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente’. Pero Tomás terminó confesando su fe en Jesús: ‘¡Señor mío y Dios mío!’
Las dudas de Tomás nos sirvieron para disipar nuestras dudas; la confesión de fe de Tomás nos enseña a confesar nosotros también la fe reconociendo en verdad a Jesús como nuestro Señor y como nuestro Dios. Las reticencias de Tomás nos enseñan a nosotros a dejarnos conducir, a creer en los testigos de la fe, a descubrir también cuántos a nuestro lado confiesan valientemente su fe aunque les sea duro.
El entusiasmo con que el resto de los discípulos trataban de convencer a Tomás animan nuestros entusiasmos, nos hace también a nosotros valientes y decididos para mostrarnos en verdad como testigos del amor y de la misericordia frente al mundo que nos rodea. Siendo verdaderos testigos será cómo podemos convencer al mundo. No podemos conformarnos con los que somos sino que tenemos que tenemos que tener el arrojo y la valentía de ir a mostrar al mundo esa Buena Noticia de la misericordia, de la paz, del amor a través de nuestras obras, de nuestras actitudes, de nuestros comportamientos, también de nuestras palabras.
Así crecerá en nosotros la fe, pero así despertaremos la fe en cuantos nos rodean. Hoy tenemos que ser nosotros evangelio de misericordia y de amor a través de nuestra vida para que el mundo llegue a conocer a Jesús y el mundo crea y el  mundo pueda alcanzar la salvación. Recordemos el testimonio que se nos ofrece de las primeras comunidades cristianas. Las obras de la misericordia y del amor con que nos manifestamos han de ser sacramento de Dios para cuantos nos rodean. Los signos de amor y de comunión que nosotros demos en nuestras comunidades serán señales para nuestro mundo de la salvación de Dios.
Quienes nos hemos visto inundados de esa misericordia de Dios cuando el Señor nos ha visitado y nos ha regalado su perdón a nuestros muchos pecados no podemos menos que trasmitir ese evangelio, esa buena noticia del amor de Dios a los demás para que lleguen también a alcanzar esa salvación de Dios. No nos vale que nos quedemos con las puertas cerradas y llenos de miedo en el corazón cuando Cristo ha llegado a nuestra vida con su paz. Esas puertas y esas barreras tienen que saltar para que todos puedan conocer la salvación de Dios. Jesús tiene que ponerse también en medio del mundo para llenarlo de paz, pero eso va a depender de nosotros, que con nuestra vida lo hagamos presente.

domingo, 20 de abril de 2014

Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado… muriendo destruyó nuestra muerte, resucitando nos dio nueva vida

Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado… muriendo destruyó nuestra muerte, resucitando nos dio nueva vida

Hechos,  10, 34.37-43; Sal 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9
¡Ha resucitado el Señor! verdaderamente ha resucitado, Aleluya. Nos lo repetimos una y otra vez desde que anoche celebrábamos con toda alegría la vigilia pascual en la que cantábamos una y otra vez a Cristo resucitado.
‘Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo’. Rebosantes de gozo pascual el mundo entero desborda de alegría. Nos lo repetimos una y otra vez. Como una nueva primavera rebrota la vida en nosotros con la presencia de Cristo resucitado. Lo sentimos, lo queremos vivir, lo que expresar con nuestros cantos y con nuestra alegría, lo manifestamos con toda nuestra vida. Todo ha de tener el sabor de lo nuevo y de lo vivo cuando cantamos a Cristo resucitado.
Nuestros templos se llenan de flores que no son solo los bellos adornos con que queremos engalanarlos, sino que son nuestros corazones los que sienten ese rebrotar de primavera que todo lo llena de luz y de color que lo expresamos con la alegría nueva de nuestros rostros, pero también con esas actitudes nuevas con que nos acogemos los unos a los otros. Nada puede seguir igual. Todo ha de tener una nueva luz y un nuevo color.
Todo tiene que cambiar cuando sentimos en el alma el gozo grande de la resurrección del Señor. De ninguna manera podemos permitir que persistan sombras de pena o de tristeza en nuestros corazones. Desde Cristo resucitado hasta los sufrimientos o los problemas que podemos tener los asumimos de forma distinta. Anoche nos iluminábamos con la luz de Cristo resucitado, simbolizada en el Cirio Pascual que encendíamos en el fuego nuevo. De allí tomábamos la luz que además queríamos generosamente y con entusiasmo compartir con los demás. No nos podemos guardar la luz solo para nosotros. No podemos ocultar de ninguna manera la alegría de nuestra fe. Todo tiene que ser contagioso. ¡Bendito contagio si somos capaces de compartir esa alegría  de nuestra fe a los demás para que ellos lo vivan también!
Los textos del evangelio que escuchábamos tanto anoche, como hoy en la mañana precisamente eso nos lo hacen ver. A las mujeres que fueron al sepulcro, los ángeles las enviaron con la buena noticia de que Cristo había resucitado para que fueran a comunicarla a los demás. Hoy hemos contemplado a María Magdalena que cuando ve que el sepulcro de Cristo está vacío corre al encuentro de los hermanos para llevarles la noticia. Vendrán Pedro y Juan hasta el sepulcro, vieron y creyeron, que hasta entonces no habían entendido la Escritura de que había de resucitar de entre los muertos.
‘Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado; El es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo’, como había anunciado el Bautista; ‘muriendo destruyó nuestra muerte, resucitando nos dio nueva vida’. La muerte y el pecado ha sido vencida. Ha brotado la nueva vida de la gracia. El gran Sacerdote ha completado la ofrenda con la que le veíamos subir en la tarde del viernes santo al altar de la Cruz. Ha llegado a su consumación y se ha convertido para nosotros en autor de salvacion eterna. Dios lo levantó sobre todo  nombre y por la resurrección de entre los muertos lo ha constituido Mesías y Señor, para que todos los que creen en El reciban por su nombre el perdón de los pecados.
Pero la resurrección de Jesús es también nuestra resurrección. Como escuchábamos anoche a san Pablo ‘por el bautismo fuimos con El sepultados en su muerte, para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, asi también andemos nosotros andemos en una vida nueva… en una resurrección como la suya…vivos para Dios en Cristo Jesús’.
Por eso nos decía hoy de nuevo san Pablo ‘ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba … aspirad a los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre, no a los de la tierra’. Ya decíamos que ahora nuestra vida tiene que ser distinta. Hemos dejado atrás las tinieblas del pecado. Renunciamos a todo lo que sea muerte para poder vivir la vida nueva que nace de nuestra fe.
La profesión de fe que en este día de Pascua hacemos ha de tener una especial resonancia en nuestra vida. Vamos a recordar nuestro Bautismo con el Sí que le dimos a Cristo con toda nuestra vida y que a lo largo de nuestra existencia en momentos especiales hemos renovado con toda intensidad. Recordando nuestro Bautismo haremos nuestra renuncia al pecado y a las obras del mal y confesaremos nuestra fe queriendo expresar asi el compromiso de vida nueva que surge brioso, entusiasta de nuestro corazón en la alegría con que estamos viviendo la resurrección del Señor. Luego dejaremos que caiga una vez más el agua bendita sobre nosotros.
Y no olvidemos que la confesión de nuestra fe nos convierte en enviados, en misioneros de esa fe. Muchas oscuridades sigue habiendo en nuestro mundo que tenemos que iluminar. Mucha esperanza tenemos que despertar en el mundo que nos rodea. Tenemos que ayudar a los que caminan a nuestro lado demasiado a rastras de esta tierra a que levanten los ojos, a que miren a lo alto, a que descubran la luz. Cristo es esa luz que necesita nuestro mundo; Cristo es esa buena noticia que puede, que tiene que despertar la esperanza en nuestro mundo, que muchas veces cree que marcha sin rumbo, despertar la esperanza a los que van desilusionados por la vida pensando que todo lo que sufrimos no tiene solución.
Nosotros los cristianos que creemos en Cristo resucitado, aunque muchos sean los problemas con que la vida nos envuelve, no perdemos la esperanza, porque nos apoyamos en aquel que nos ama y ha dado su vida por nosotros. El nos enseñó como podemos hacer un mundo nuevo y esa es nuestra tarea ahora, con la fuerza de su Espíritu. La fe que tenemos en Jesús no nos hace desentendernos del mundo y de su problemas, sino todo lo contrario nos compromete más, sabiendo que la luz del evangelio nos da cauces para vivir una vida nueva y hacer un mundo mejor. Son los compromisos de nuestra fe en Cristo resucitado.
En Cristo resucitado encontramos el sentido y encontramos la fuerza para realizarlo, porque El nos acompaña siempre con la fuerza de su Espíritu. Anoche desde México me llegaba un eco de lo que reflexionábamos en la vigilia pascual que quiero compartir con ustedes. Comentando lo que anoche reflexionábamos me decía: ‘Sí, Éste, Cristo resucitado, es el culmen de la historia de la salvación. Sin la resurrección, esta vida no tendría sentido. Si Jesús no fuera Dios, para mi la vida tampoco tendría sentido’.
¡Ha resucitado el Señor! Verdaderamente ha resucitado, ¡Aleluya! El es nuestra vida, es nuestro Camino, es nuestra Verdad absoluta. Caminemos a su luz. Empapémonos de su Evangelio. Vivamos en la plenitud del amor que El nos ha enseñado. Compartamos la alegría de nuestra fe.
Este es el día del Señor. Es el día grande de la resurrección del Señor y sentimos cómo actuó y sigue actuando el Señor en nuestra vida. Es el día primero, en que resucitó el Señor, el día del Señor que luego cada semana seguiremos celebrando. Es nuestro gozo y nuestra alegría.
Démosle gracias al Señor porque también podemos ver a tantos a nuestro lado que viven ese compromiso de su fe y el Señor sigue actuando a través de ellos, de sus buenas obras, de su compromiso. Será también nuestro gozo y nuestra alegría cuando compartamos esa fe que tenemos en El con los  demás y nos vayamos comprometiendo a hacer ese mundo nuevo que surge, que nace de la resurreción del Señor. Es nuestra tarea y nuestro compromiso.

sábado, 19 de abril de 2014

¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCION!!



Alegráos, Cristo ha resucitado y viviremos con El

… Rm. 6, 3-1; Sal. 117; Mt. 28, 1-10
 Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo… alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante, alegrémonos todos, cantemos llenos de alegría y si parar… que las trompetas anuncien la salvación y las campanas repiquen a gloria… ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!
Así nos queremos dejar impregnar y empapar por el sentir de la Iglesia y de la liturgia en esta noche santa y llena de luz. Fuera los miedos y temores, aléjense las tristezas y las penas, desaparezcan para siempre las tinieblas. Todo está lleno de luz y de vida, porque Cristo ha resucitado. Con Cristo tenemos que resplandecer con una luz nueva, con una vida nueva. Es la alegría de nuestra fe que queremos proclamar y anunciar a todos sin complejos ni cobardías.
Grande fue la sorpresa de las buenas y santa mujeres que iban al sepulcro con el deseo de terminar de cumplir con los ritos funerarios que no pudieron realizar plenamente en la tarde del viernes porque comenzaba con la caída de sol el descanso del sábado y llegaba la fiesta de la pascua. El ángel del Señor les sale ahora al encuentro con un anuncio gozoso y una misión. ‘No temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado como lo había dicho… Id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis’.
Impresionadas y llenas de alegría corren a llevar la noticia.  Pero Jesús les sale al encuentro. ‘Alegraos’. No saben que hacer, quieren abrazarle los pies postradas ante El. ‘No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán’. Vuelven a escuchar ahora la misión que se les confía.
Es la gran noticia que nos congrega a nosotros en esta noche aquí. Es la alegría que desborda de nuestros corazones y que mutuamente nos contagiamos. Es el anuncio que recibimos y que a su vez nosotros hemos de trasmitir. Es la paz nueva que sentimos para siempre en nuestra alma que se desborda y rebosa para llenar de paz a los que están a nuestro lado. Cristo ha resucitado. La muerte ha sido vencida. Todo se siente transformado de una forma nueva. La vida se llena de luz y de paz.
Cristo ha vencido a la muerte. Hemos sido absueltos del pecado para siempre. Ha llegado para nosotros la verdadera libertad, porque Cristo nos ha liberado. La vieja personalidad de pecadores ha sido destruida y ha nacido el hombre nuevo. Con Cristo somos muertos al pecado para vivir para siempre en Cristo Jesús. Ha llegado en verdad la Pascua, el paso salvador y liberador del Señor por nuestra vida haciéndonos nacer a una vida nueva. Habíamos venido preparándonos durante toda la Cuaresma y ha llegado el momento de sentirlo y de vivirlo.
Es algo muy grande lo que estamos celebrando. No es un hecho cualquiera. Es el centro de la vida y de la historia. Antes de Cristo y después de Cristo, decimos desde entonces. Todo gira desde entonces en torno a Cristo resucitado. El misterio pascual de Cristo que celebramos en su pasión y en su muerte y resurrección se convierte en verdad en el eje de toda nuestra vida. La  creación del mundo en el comienzo de los siglos no fue obra de mayor grandeza que el sacrificio pascual de Cristo en la plenitud de los tiempos. Y es lo que ahora estamos celebrando.
Pero cuando nosotros celebramos la resurrección de Jesús no lo hacemos como si fuera un hecho ajeno a nosotros en que nos alegremos por El, porque haya resucitado de entre los muertos, venciendo el poder de la muerte, sino que es algo que a todos nos afecta, porque su resurrección nos hace resucitar a nosotros. Con Cristo nosotros hemos sido sepultados en el bautismo, para con Cristo renacer a una vida nueva. ‘Si nuestra existencia está unida a El en una muerte como la suya, nos decía san Pablo, lo estará también en una resurrección como la suya… si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con El’.
De ahí la alegría y el gozo. De ahí surge toda esa luminosidad y esplendor de esta noche santa, de esta noche de gloria, de esta noche dichosa y feliz, como cantábamos en el pregón pascual. En la hoguera del fuego nuevo hemos quemado para siempre todo lo viejo del pecado para hacer que brille una luz nueva en nuestro corazón. Por eso hemos encendido nuestra luz de esa luz nueva que es Cristo significado en el Cirio Pascual, signo de Cristo resucitado. Una luz que tiene que iluminar a nuestro mundo, que tenemos que llevar a los demás.
Noche santa y dichosa que nos hace volvernos a encontrar con Cristo, con la vida y con la santidad, alejando de nosotros para siempre el pecado que nos esclaviza porque con Cristo alcanzamos la verdadera libertad. Aquel paso del mar rojo fue para Israel el paso de la esclavitud a la libertad y es imagen del Bautismo que nosotros hemos recibido, en que también sumergidos en el agua surgimos de la fuente del bautismo llenos de vida y de gracia con una nueva dignidad, con la dignidad grande de los hijos de Dios.
Por eso, como un signo de nuevo hoy vamos a ser bañados en el agua renovando así nuestros compromisos bautismales, renovando así nuestra fe, confesándola con todo ardor porque así también con nuestra vida y nuestras palabras hemos de proclamarla a los demás, hemos de llevar la buena noticia a los demás. Recordemos que las mujeres que fueron primeros testigos de la resurrección fueron enviadas a llevar la noticia a los hermanos.
Nuestra confesión de fe no se puede quedar encerrada en nosotros o solo en el ámbito de nuestros templos, sino que tiene que correr de boca en boca, tiene que desparramarse por el mundo que nos rodea que tanto necesita de una Buena Noticia que le llene de esperanza. Y que Cristo ha resucitado en esa Buena Noticia que puede devolver la esperanza, va a devolver la esperanza a nuestro mundo. De nuestro anuncio depende. De eso hemos de estar convencidos de verdad.
Creer en Cristo resucitado nos hace ponernos en camino de una vida nueva transformadora de nuestros corazones, pero transformadora también de la vida de cuantos nos rodean y que ha de transformar ciertamente  nuestro mundo y nuestra sociedad a imagen del Reino de Dios proclamado por Jesús. Así es nuestra fe. Así nos compromete nuestra fe. Si nos dejáramos liberar por Cristo de todas esas esclavitudes que nos atan en nuestros egoísmos y orgullos, en nuestras violencias y en nuestros gritos, en nuestras formas injustas de actuar que oprimen y esclavizan a los que están a nuestro lado, en esas hipocresías, falsedades y apariencias en que vivimos envueltos tantas veces, en la forma materialista que tenemos tantas veces de ver la vida, en esas obsesiones por pasarlo simplemente bien a costa de lo que sea, qué distinto sería nuestro mundo.
Por eso esta noche al hacer una renovación de nuestra fe y de nuestra condición de bautizados vamos a hacer también esa renuncia a toda esa fuerza del mal que se nos puede meter en el corazón.  Es el hombre viejo de la esclavitud y el pecado que tenemos que dejar atrás para vivir ese hombre nuevo de la gracia en que Cristo resucitado quiere transformarnos.
No es momento de más palabras, sino de seguir viviendo y celebrando con toda intensidad y alegría nuestra fe. No lo olvidemos. Cristo vive. Cristo ha resucitado y ha vencido la muerte para siempre. Cristo está aquí y nos asegura la vida para siempre. Celebramos su victoria. Nos llenamos de su gloria. Comamos a Cristo que El nos asegura que nos da vida para siempre y nos resuci5tará en el ultimo día. Cantemos la gloria del Señor.

viernes, 18 de abril de 2014

Por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz



Por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz

Is. 52-53, 12; Sal. 30; Hb. 4, 14-16; 5, 7-9; Jn. 18, 1-19, 42
‘Por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”’. Levantamos nosotros los ojos a lo alto y lo proclamamos Rey y Señor de nuestra vida, Sumo Sacerdote que ‘llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna’.
Así estamos en esta tarde a la sombra del árbol de la vida, a la sombra de la Cruz de nuestro Señor  Jesucristo. Como Moisés, como un signo, levantó la serpiente de bronce en el desierto, así será levantado el Hijo del Hombre para que todo el que cree en El obtenga la salvación. Queremos poner toda nuestra fe y nuestra vida; queremos alcanzar la salvación y por eso miramos a Jesús clavado en la cruz.
Nos sentimos todos atraídos hacia la cruz ‘donde estuvo clavada la salvación del  mundo’; nos sentimos atraídos hacia la cruz venciendo toda la repugnancia que el dolor nos pudiera producir, porque sabemos que en la cruz de Jesús encontramos la vida y alcanzamos la salvación. ‘Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí’, nos había dicho Jesús. Para nosotros es fuente de vida y de salvación; de ahí mana la gracia para nosotros que nos llena de nueva vida. Como aquel torrente caudaloso que manaba por debajo de las puertas del templo y que allí por donde pasaba lo iba llenando todo de vida, como anunciaba el profeta, nosotros acudimos al agua viva de la gracia que mana de la cruz salvadora de Jesús. ‘De su costado, tras la lanza del soldado, al punto salió sangre y agua’, imagen de la gracia redentora.
Miramos a lo alto de la cruz y contemplamos al Rey que nos ha redimido y nos ha salvado. ‘Jesús Nazareno, Rey de los judíos’, proclamaba el letrero puesto encima de la cruz. Era lo de lo que lo acusaban los sumos sacerdotes y escribas, y fue la pregunta repetida de Pilatos - ‘¿eres tú el rey de los judíos? -, como hemos escuchado en el relato de la pasión, aunque luego no quisieran que ese fuera el título de la ejecución.  Pero bien sabemos nosotros que no solo es Rey de los judíos, sino que es el Rey y Señor de todo el universo, porque con su sangre nos ha comprado, con su sangre nos ha redimido. ‘No valemos ni oro ni plata, sino la sangre preciosa de Cristo’.
Un reino nuevo, el Reino de Dios, había anunciado Jesús desde el principio de su predicación y para eso nos invitaba a la conversión y a creer en El. Pero su reino no era a la manera de los reinos de este mundo.  Ya les explicaba a los discípulos más cercanos que ellos no tenían que comportarse como los poderosos de este mundo. En el Reino de Dios todo había de ser distinto, porque distinta era la relación con Dios y distinta habían de ser nuestras relaciones basadas siempre en el amor. Para eso había venido El a instaurar ese Reino nuevo, el Reino de la verdad, el Reino de la autentica justicia y paz, el Reino donde tendría que resplandecer el amor con un especial brillo. Por eso era necesaria la conversión, para comprender que con El todo había de ser distinto.
Ayer meditábamos cómo teníamos que expresar ese amor a los demás en el servicio haciendo como Jesús que para servir se hacía el último y el servidor de todos poniéndose de rodillas a los pies de sus discípulos para lavárselos. Hoy le vemos subir al Calvario, a lo alto de la cruz, como la expresión del amor más sublime y más grande. ‘Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por aquellos a los que ama’. Así lo contemplamos hoy dando su vida, muriendo en la cruz por nosotros. Por eso lo proclamamos Rey, lo sentimos como el único Rey y Señor de nuestra vida.
Pero lo contemplamos también como Sumo Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza. Al altar de la cruz ha subido para hacer la ofrenda, para ofrecerse en sacrificio redentor por todos los hombres. Ahí le vemos ofreciendo la Sangre de la Alianza Nueva y Eterna, derramada para el perdón de los pecados. Ayer le contemplábamos cómo nos regalaba el Sacramento de su amor, el Sacramento de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada, signo que habíamos de repetir hasta la consumación de los siglos. Hoy le contemplamos en lo alto del Altar haciendo la ofrenda, realizando el Sacrificio, en que El mismo se entrega, El mismo se nos da, El mismo nos regala con el perdón su vida para que tengamos vida para siempre.
‘Mantengamos la confesión de nuestra fe, nos decía la carta a los Hebreos, ya que tenemos un Sumo Sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús el Hijo de Dios… el que, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y llevado a la consumación se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna’.
Mirando a la cruz de Cristo, ya para nosotros tiene un sentido y un valor el sufrimiento. En la entrega de amor que Jesús está realizando podemos entender que poniendo amor en nuestra vida, también nuestros dolores y sufrimientos pueden tener un valor redentor, como fue el sufrimiento de Cristo en la cruz. ‘El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores… fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes’. Es cierto que lo contemplamos ‘desfigurado, no pareció hombre, ni tenía aspecto humano… le vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado’.
Así nos lo describía el profeta, pero nosotros sí queremos mirarlo frente a frente, porque sabemos que ahí está nuestra muerte y nuestro pecado, ahí están nuestros sufrimientos y dolores, y que gracias a que El cargó así con nuestra vida de pecado, nosotros hemos podido alcanzar la salvación. Lo miramos, sí, frente a frente, sin volver nuestro rostro para que consideremos por una parte nuestra maldad y nuestro pecado, pero también, sobre todo, para que seamos capaces de admirarnos y sorprendernos hasta donde llega el amor de Dios. Lo miramos frente a frente también con nuestros dolores y sufrimientos aprendiendo a darle un sentido nuevo y un nuevo valor. Lo miramos frente a frente, porque sí nos sentiremos movidos a convertirnos sinceramente a El, a cambiar nuestra vida, a vivir una vida nueva  de gracia y santidad como El quiere ofrecernos.
Si la gente de Jerusalén, quizá inconscientemente, dijeron que cayera la sangre de Jesús sobre ellos y sus hijos haciéndose así responsables de su muerte, nosotros queremos decirlo de forma consciente, porque queremos que su sangre nos lave y nos purifique, nos redima y nos llene de vida. Ahí de la cruz de Jesús cae ese torrente de gracia, como antes ya decíamos, y de esa gracia queremos llenar nuestra vida.
Miremos a la Cruz, levantemos nuestra mirada a lo alto. Contemplamos a Jesús, el Hijo de Dios que muere por nosotros y por nuestra salvación. Contemplamos a Jesús nuestro Rey y Señor; contemplamos a Sumo Sacerdote  que se ofrece por nosotros. Unámonos nosotros a ese sacrificio redentor con toda nuestra vida. Hagamos la mejor ofrenda de amor de lo que somos. Emprendamos el camino nuevo de la gracia y de la santidad.

miércoles, 16 de abril de 2014

contemplamos un amor que se arrodilla para servir...



Contemplamos un amor que se arrodilla para servir y entregarse hasta el extremo de dar la vida y darnos su vida

Ex. 12, 1-8.11-14; Sal. 115; 1Cor. 11.23-26; Jn. 13, 1-15
Era importante la cena de la pascua que los judíos celebraban cada año. Era un recuerdo imborrable lo que rememoraban pues sus padres habían sido liberados de la esclavitud de Egipto liderados por Moisés, pero donde el Señor se había mostrado grande y poderoso. Cada  año cuando llegaba la pascua, así estaba prescrito, habían de escoger un cordero, conforme a todo lo que estaba ritualizado con todo detalle de lo que habían de hacer; un cordero que se sacrificaría en el templo y luego comerían en familia recordando el paso liberador del Señor en Egipto pero que ellos sentían vivo y presente entre ellos. Era la Pascua.
Para eso habían hecho ahora los preparativos según las instrucciones de Jesús.  El cordero sacrificado, el agua para las purificaciones, los panes Ázimos, las lechugas amargas con su salsa del color de los ladrillos que fabricaban en Egipto, el vino para las bendiciones… todo estaba preparado. Ahora se habían reunido en aquella sala de la parte alta de la casa que generosamente les habían facilitado, pero ya desde el comienzo de la cena se palpaba que todo iba a ser distinto. ‘Mi momento está cerca’, había mandado decir Jesús a quien le facilitaría aquella sala. Y ahora nos dice el evangelista que ‘sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el extremo’.
Seguirían fielmente los rituales establecidos pero pronto comenzarán a realizarse signos que nos hablarían de que algo distinto estaba sucediendo, signos que nos hablarán de una nueva pascua; unos signos que quedarían para perpetuidad pero que nos darían señales de una vida nueva, de un estilo distinto, de una pascua nueva que se iba a convertir en Alianza eterna. Unos signos que no solo iban a servirnos para recordar lo que entonces estaba sucediendo o iba a suceder, sino que lo actualizarían y lo harían presente para siempre cada vez que esos signos se repitiesen.
Todo aquello que allí esa noche estaba sucediendo se habría de repetir cada día recordando y haciendo presente al Señor. Ese iba a ser su mandato: ‘haced esto en conmemoración mía… si yo el maestro y el Señor’ lo he hecho, de ahora en adelante vosotros también tendréis que hacer lo mismo, viene a decirles Jesús.
Dos signos, que en el fondo serán como uno solo; dos signos que habían de seguirse repitiendo a través de los tiempos si en verdad querríamos vivir en esa Alianza nueva y eterna que ahora se constituía. Sería el signo del amor en el lavarse los pies los unos a los otros, y sería el signo del pan y el vino  que ya no serían pan y vino sino presencia real y verdadera para siempre de Jesús en medio de nosotros como la expresión más sublime del amor. Los dos un mismo signo, porque será para siempre el signo del amor que nos habría de distinguir.
Ya lo hemos escuchado en el Evangelio. ‘Jesús se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe. Echa agua en una jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido’. No simplemente les ofrece agua para que hagan sus purificaciones; El, que es el Maestro y el Señor, se pone de rodillas delante de sus discípulos para lavarles los pies. Algo inaudito, pero que conociendo a Jesús venía a expresar lo que era toda su vida.
Es el signo del amor. El signo del amor que nos manda repetir. El signo del amor más humilde y más entregado. El signo del amor que es el signo del servicio y de la entrega. El signo del amor que nos habla de cercanía y de humildad profunda. El signo del amor, sí, que nos habla de lo que es el amor verdadero. Porque para amar de verdad no lo podemos hacer nunca desde arriba, como no podemos lavar los pies de nadie desde la altura; al menos, será necesario ponernos a su altura; pero Jesús nos enseña algo más importante para ese amor, ponernos de rodillas delante de aquel a quien amamos. Cuánto nos dice Jesús con ese signo de su amor. Cómo tenemos que aprender.
Luego nos dirá ‘si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’. Contemplando el gesto de Jesús comprenderemos mejor lo que luego nos dirá que es su mandamiento. Que nos amemos los unos a los otros, nos dirá. Pero amarnos los unos a los otros no es hacerlo de cualquier manera ni con cualquier  medida. Un día se nos había dicho que nos amemos los unos a los otros al menos como nos amamos a nosotros mismos. Ahora Jesús, con sus gestos y con sus palabras nos dirá más, porque la medida de ese amor es amar como El nos ha amado. ‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado’.
Es un amor que se arrodilla, porque quien es capaz de hacerlo así no rivalizará con el otro, no querrá ser el primero, no le hará sentirse principal o importante.  Es un amor que se hace servicial, porque ‘el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir’; sabe hacerse el último y el servidor de todos porque esa será la verdadera grandeza, recordamos que les decía a los discípulos cuando discutían por los primeros puestos. Es un amor que nos purifica; ese ser capaz de lavar los pies a los otros nos purifica de nuestros orgullos, nos abaja de nuestros pedestales, nos cura en humildad, los limpia el corazón de malas querencias. Es un amor que nos abrirá los ojos para contemplar a Jesús y postrarnos ante El para adorarle, porque a eso nos tiene que llevar el amor que le tenemos.
Ese fue el primer signo del amor y de su presencia para siempre con nosotros. El que realiza a continuación es como una consecuencia de tanto amor como nos tiene. En la cena comían el cordero  pascual que era un recuerdo y una memoria del paso salvador de Dios que les liberó de la esclavitud de Egipto. Ahora ya no sería un cordero cualquiera el que íbamos a comer como memorial de esta Pascua eterna y salvadora para siempre. Juan lo había señalado a El como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; y el Cordero iba a ser inmolado, pues comenzaba su pasión que era la Pascua nueva y eterna en su Sangre derramada en la Cruz, como la prueba más grande del amor más grande.
Un día había anunciado que comerle a El era tener vida para siempre, porque El era el Pan vivo bajado del cielo que da vida al mundo. ‘Quien come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida para siempre y yo lo resucitaré en el último día’, había anunciado en la sinagoga de Cafarnaún. Y ahora Cristo se nos da, se hace Sacramento para que le comamos y le vivamos, para sepamos vivir su presencia para siempre y para que adorándole a El aprendamos a amar de verdad a los hermanos, para que comiéndole en la Eucaristía mientras caminamos aun por esta tierra tengamos la prenda segura de la vida que dura para siempre.
‘Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre… cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva’. Así nos lo recuerda san Pablo, como una tradición que ha recibido del Señor y que a su vez él nos ha trasmitido. La noche de su entrega, la noche que nos dio las muestras supremas de su amor así nos dejó este memorial. Lo mismo que había dicho que si El les había lavado los pies, a su vez ellos tenían que hacer lo mismo, ahora nos dice que eso mismo han de hacerlo en conmemoración suya para siempre. Y le comeremos a El. Y le viviremos a El.
Cada vez que le comemos hacemos memorial de su entrega y de su amor; cada vez que celebramos la Eucaristía no lo podemos hacer si no estamos viviendo su mismo amor y su misma entrega; cada vez que nos ponemos de rodillas delante de la Eucaristía para adorar su presencia tenemos que estar recordando que así tenemos que ponernos de rodillas delante de los otros para ofrecerles nuestro amor, porque ahí en ellos, y especialmente en los más pobres o los más vulnerables, siempre tenemos que verle a El.  No podrá haber Eucaristía donde no haya amor; no podremos comer a Cristo en la Eucaristía si no vamos con nuestro amor siempre al encuentro con los demás para lavarles los pies.
Hoy estamos celebrando el amor. Estamos iniciando el triduo pascual de la muerte y la resurrección del Señor y no hacemos otra cosa sino contemplar el amor infinito del Señor que así se entrega y así se da por nosotros. Cada día un buen cristiano, un buen seguidor de Jesús, ha de celebrar con toda intensidad el amor. Hoy parece que se hace más intenso contemplando los signos del amor que Jesús nos muestra. Hoy mirando y contemplando a Jesús en todos sus signos de amor nos tenemos que sentir como más impulsados a vivir un amor así. Es que estamos mirando el amor de Jesús que llegó hasta el extremo, al mayor amor.
Decimos que el Jueves Santo es el día del amor fraterno, porque recordamos el mandato de Jesús. Comamos a Cristo en la Eucaristía, sacramento de su amor que nos ha dejado, para que nos llenemos intensamente de su amor y así aprendamos a amar siempre a los demás, aprendamos a ponernos de rodillas los unos delante de los otros para lavarles los pies. Y ya sabemos todo lo que eso significa y cómo podemos hacerlo.

viernes, 4 de abril de 2014

Una invitación a la fe, a la vida y la resurrección y a cantar siempre la gloria del Señor

Una invitación a la fe, a la vida y la resurrección y a cantar siempre la gloria del Señor

Ez. 37, 12-14; Sal. 129; Rm. 8,  8-11; Jn. 11, 1-45
Todo en este quinto domingo de Cuaresma es una invitación a la fe, una invitación a la vida y la resurrección, un buscar siempre y en todo la gloria de Dios. Jesús es el agua viva, es la luz del mundo y es la resurrección y la vida. Son los mensajes que en estos tres domingos centrales de la Cuaresma hemos venido escuchando y se concluye con la proclamación que hoy nos hace Jesús en sus palabras y en la resurrección de Lázaro.
Con todo detalle nos lo describe el evangelista. Desde la enfermedad de Lázaro que le anuncian sus hermanas a Jesús, pero luego tras su muerte la llegada de Jesús a Betania con los hermosos diálogos entre Jesús y Marta primero y luego también con María, las hermanas de Lázaro, para concluir sacando a Lázaro del sepulcro.
Ya Jesús, cuando le llega la noticia de la enfermedad de Lázaro, dirá que todo ‘servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella’. Y cuando al final Marta replique que ya lleva cuatro días  enterrado, le dirá: ‘¿No te he dicho que si crees verás la gloria  de Dios?’
Por medio está siempre presente una invitación a la fe. A los discípulos les dice, cuando por fin decide ir a Judea y en la dudas que surgen en ellos por el temor a lo que le pueda pasar pero también por las palabras y expresiones que emplea hablando de la muerte como de un sueño, ‘Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis’.
Será luego la hermosa confesión de fe de Marta a la llegada de Jesús tras la afirmación de Jesús de que El es la resurrección y la vida, ‘el que cree en mi, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre’. Y le pregunta a Marta, que ya había expresado su fe en la resurrección del último día, ‘¿crees esto?’; a lo que Marta contestará: ‘Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo’.
Ahí tenemos esa invitación a la fe y a la vida. ‘Para que creáis’, nos dice también el Señor allá en lo hondo de nuestro corazón; para que se manifieste la gloria de Dios, porque en la resurrección de Lázaro se nos está anunciando ya el cercano misterio pascual que vamos a celebrar; es anuncio de vida y de resurrección. La propia resurrección de Lázaro en cierto modo provocó y aceleró los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, porque cuando los dirigentes judíos ven cómo la gente se va tras Jesús después de tan extraordinario acontecimiento, ya buscarán la manera de acabar pronto, como veremos más adelante en el evangelio. Pero hemos de reconocer también que es anuncio de vida y de resurrección para cuantos creemos en Jesús.
‘Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os haré salir de vuestros sepulcros’, escuchábamos al profeta en la primera lectura. ‘Os infundiré mi espíritu y viviréis’, continuaba diciéndonos. Y al apóstol san Pablo le escuchamos decirnos: ‘Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros’.
Nos habla, no lo podemos negar, del artículo de nuestra fe en la resurrección de los muertos al final de los tiempos; pero nos está hablando también de que en la medida en que nos unimos a Jesús - y ahí está nuestra participación en el misterio pascual de Cristo en virtud de los sacramentos - y si vivimos unidos a Jesús por  la fuerza del Espíritu esa resurrección se va realizando cada día en nosotros porque nos va arrancando de cuanto de muerte hay en nuestra vida.
Es lo que tenemos que reconocer; es en lo que tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu del Señor. Cuando ahora estamos hablando de muerte, no solo nos estamos refiriendo a ese momento final de nuestra vida terrena, sino cuanto de muerte hay en la realidad de nuestra vida y cuanto de muerte vamos dejando que se introduzca en nuestra vida.
Podemos pensar en nuestras dolencias, limitaciones y enfermedades que de alguna manera merman esa vida física de nuestro cuerpo, pero que nos afectan a todo nuestro yo, pero podemos pensar en nuestras tristezas, nuestras depresiones, nuestros desencantos, nuestras soledades, nuestras carencias de amor que nos hacen vivir sin vivir, sin alegría y sin esperanza. Situaciones que nos afectan a nuestro espíritu y a nuestra calidad de vida, que nos limitan y nos impiden vivir con intensidad nuestro ser.
Muerte es para tantos la pobreza y las carencias materiales en que viven, las esclavitudes a que se ven sometidos cuando sus vidas son manipuladas por los poderosos, la marginación y los desprecios que tienen que soportar, la falta de oportunidades en la vida para crecer como personas y para desarrollar todas sus capacidades. Muerte es el vacío de valores que contemplamos en muchos en nuestra sociedad y que nos puede contagiar, la falta de sensibilidad, las pocas aspiraciones a metas altas y espirituales que nos den grandeza, el materialismo con que se vive en la vida, el consumismo que nos esclaviza, el conformismo que nos hace caer en la rutina y la indiferencia.
Y muertes terribles que no tendríamos que dejar meter en nuestra vida pero que desgraciadamente son una realidad muy terrible en muchos corazones es la falta de amor, la falta de capacidad de amar o más bien muchas veces la capacidad de engendrar odio y mantener resentimientos; muertes son nuestros orgullos y rivalidades, nuestras envidias y desconfianzas, la poca capacidad para comprender y perdonar, la dureza del corazón que tendríamos que transformar. Y muerte terrible es la falta de fe y de esperanza que hace vivir a tantos sin Dios y sin trascendencia en la vida.
Es dura nuestra realidad de muerte pero hay algo en lo que tenemos que confiar: Cristo viene a nuestro encuentro para hacernos salir de ese sepulcro de muerte en el que hemos metido nuestra vida con el pecado. ‘Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os haré salir de vuestros sepulcros’, como escuchábamos al profeta. ‘Os infundiré mi espíritu y viviréis’. El es nuestra resurrección y nuestra vida y si ponemos nuestra fe en El nos hará vivir para siempre sacándonos de ese sepulcro de muerte.
Que se manifieste la gloria del Señor porque en verdad nos dejemos transformar por el  Espíritu de Dios que habita en nuestros corazones. Que en verdad seamos capaces de hacer una valiente confesión de fe, como le hemos escuchado hoy a Marta, creyendo en verdad en Jesús como nuestro Mesías y nuestro Salvador, nuestra resurrección y nuestra vida. ‘¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?’ le decía Jesús a Marta. Queremos mantener viva nuestra fe en Jesús y que se manifieste la gloria del Señor porque vayamos saliendo de nuestros sepulcros, de tanta muerte como dejamos meter en nuestra vida.
Que resplandezca la vida nueva de Jesús en nosotros y sintamos su fortaleza y su gracia en todas esas situaciones en que nos vamos encontrando en la vida y que nos pueden producir dolor y muerte. Que no se merme nunca nuestra esperanza. Que aspiremos a los bienes del cielo y llenemos en verdad de trascendencia nuestra vida. Que no nos dejemos arrastrar nunca por ese materialismo que nos corta las alas para volar bien alto en la nueva libertad de los hijos de Dios. Que vivamos siempre con la gracia divina que nos llena de la vida de Dios y podamos así recorrer los caminos de plenitud del amor. Que con nuestra vida santa cantemos siempre la gloria del Señor.

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Administracion general y adjuntos

Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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