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Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

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miércoles, 30 de octubre de 2013

En la comunión de los santos desprendamos el perfume de Dios en la santidad nuestra vida

Apoc. 7, 2-4.9-14; Sal. 23; 1Jn. 3, 1-3; Mt. 5, 1-12
Nos conviene recordar hoy - y más en el marco de los objetivos del Año de la Fe que estamos a punto de concluir - un artículo de nuestra fe que profesamos en el Credo y que nos puede pasar un tanto desapercibido, no solo en el hecho de que simplemente lo recitemos cuando decimos el Credo, sino también porque quizá no le damos suficiente sentido en nuestra vida. ‘Creo en la comunión de los santos’, decimos en el Credo, sobre todo cuando empleamos su formulación más extensa recogiendo el sentir de todos los concilios de la Iglesia que nos han definido nuestra fe.
Hoy, que estamos celebrando la fiesta, la solemnidad de todos los santos, es bueno que resaltemos este artículo de nuestra fe. Cuando decimos que creemos en ‘la comunión de los santos’ estamos queriendo expresar esa comunión que hay entre todos los que creemos en Jesús y hemos recibido el bautismo que consagra nuestra vida. Y decimos todos los que creemos en Jesús y no solo pensamos en los que aún en la tierra peregrinamos viviendo en este mundo y formando la Iglesia, sino que nos queremos sentir en comunión con todos los que traspasadas las puertas de la eternidad glorifican a Dios en el cielo o aún están en estado de purificación en el purgatorio.
Vivimos una misma comunión, porque por nuestra fe en Jesús nos hemos unido a El, configurándonos con El, tanto los que aquí peregrinamos como los que están participando de la gloria del cielo. Vivimos una misma comunión por esa comunión que con Dios vivimos por nuestra fe en Jesús, por la nueva vida de la que nos ha hecho partícipes, por el Espíritu que anida en nuestros corazones y nos hace partícipes de la vida de Dios. Es la misma vida de Dios, que ahora de forma imperfecta por nuestra condición pecadora vivimos, pero que un día viviremos en plenitud en la gloria del cielo, de la que ya son partícipes los que allí cantan para siempre la gloria de Dios.
Es esa vida de Dios, de la que somos participes por el Espíritu Santo que se nos ha dado, la que nos hace santos. Recordemos lo que nos decía la carta de san Juan hoy: ‘Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos, pues ¡lo somos!’ Nos ha concedido el Espíritu de su hijo para que en verdad seamos hijos de Dios. Como nos decía el evangelio de Juan ya desde el inicio ‘a cuantos le recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios… nacen de Dios’. Es por eso por lo que entonces ha de brillar la santidad de los hijos de Dios en nuestra vida.
La santidad que hemos de vivir en nuestra vida es como el perfume de Dios que hay en nosotros por nuestra unión con El. Una persona que ha estado en contacto con alguien que estaba intensamente perfumado, bien por la cercanía a esa persona o porque, por ejemplo, haya recibido un abrazo, luego va a quedar en ella como un halo de ese perfume del que, podríamos decir así para entendernos, se ha contagiado. Pues bien, esa santidad que ha de haber en nuestra vida es ese perfume de Dios que queda en nosotros cuando con El estamos íntima y profundamente unidos. No podríamos negarlo, no tendríamos que negarlo de ninguna manera porque así debemos de impregnarnos de Dios, de su vida, de su santidad.
Como un cántico de esperanza el libro del Apocalipsis - ése es el verdadero sentido de este último libro del Nuevo Testamento y de la Biblia - nos describe esa ‘muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, que de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos… gritaban con voz potente: ¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero… la alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén’.
Es una descripción de la gloria del cielo a la que nos unimos ahora nosotros, en esa comunión de los santos que vivimos y celebramos. Es ‘la Jerusalén celeste, donde eternamente alaba al Señor la asamblea festiva de todos los santos’, como proclamaremos en el prefacio de la Plegaria Eucarística de este día. ‘Hacia ella nos encaminamos alegres, guiados por la fe y gozosos por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia’, los que aun peregrinamos en esta tierra como en un país extraño. Ellos son para nosotros ‘ejemplo y ayuda para nuestra debilidad’, porque no solo nos ofrecen el ejemplo de su vida, sino que con su intercesión nos alcanzan la gracia del Señor que nos fortalece en nuestro camino terrenal.
Ese camino de nuestra vida en el que ha de brillar el perfume de Dios en nuestra vida, ha de brillar nuestra santidad y que es iluminado continuamente por la Palabra del Señor que nos sirve de guía en medio de tantas oscuridades que nos amenazan y nos quieren desviar de ese camino. Hoy hemos escuchado en el evangelio el mensaje de las Bienaventuranzas. Es la senda que nos traza Jesús pero son también la promesa de Jesús de que podemos alcanzar esa dicha y felicidad en plenitud, esa dicha y felicidad de la vida eterna.
San Juan nos decía que ‘somos hijos de Dios pero aun no se ha manifestado lo que seremos, porque seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es’. Con esa esperanza de plenitud ahora caminamos y queremos purificarnos más y más para poder alcanzar esa eterna bienaventuranza de la visión de Dios. ‘Los limpios de corazón verán a Dios’, que nos dice una de las bienaventuranzas. Ahora lo vivimos como en primicia, pero un día seremos herederos de ese Reino de Dios.
Por eso ahora siguiendo el espíritu que nos trasmite el evangelio queremos poner toda nuestra confianza en Dios, alejando de nosotros toda desesperación y desconsuelo, porque desde nuestra pobreza sabremos compartir, viviendo en la sencillez y el desprendimiento, poniendo generosidad en nuestro corazón para incluso hacer nuestros los sufrimientos y las lágrimas de cuantos nos rodean, porque sabemos que así haremos un mundo mejor, un mundo lleno de justicia, un mundo lleno de la paz más hermosa, la que nace de una verdadera fraternidad. Sabemos que si caminamos así seremos herederos del Reino y alcanzaremos siempre consuelo para nuestro espíritu y mereceremos ser llamados de verdad hijos de Dios.
En ese Espíritu que anima nuestra vida nuestros corazones estarán siempre llenos de misericordia y de compasión; habremos aprendido lo que es la solidaridad verdad y la mutua confianza para alejar siempre la malicia de nuestro interior; seremos siempre sembradores de paz porque vamos tendiendo lazos de amistad y de fraternidad con todos sin distinción; contagiaremos de la alegría de nuestra fe y de nuestro amor a los que tienen su corazón enturbiado por las desconfianzas y la envidias y están maleados por el orgullo y el amor propio. Sabemos que el Señor es nuestra fuerza y nuestro consuelo y cuando vamos viviendo en ese estilo y sentido de vida iremos impregnando a nuestro mundo del olor de Dios.
No temeremos la incomprensión o el rechazo que podamos encontrar porque en verdad nos sentimos siempre fortalecidos por el Espíritu de Jesús; ante nuestros ojos está el testimonio de los santos que hoy con el Apocalipsis contemplamos en el cielo vestidos con sus vestiduras blancas y con palmas en sus manos. ‘Esos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la Sangre del Cordero’, y esas palmas son las de la victoria con las que cantan la gloria del Señor que nosotros un día esperamos poder cantar también eternamente en el cielo.

Con los santos, con esa multitud que la Iglesia ya ha reconocido su santidad, pero también con esa multitud que nadie podría contar que quisieron ser fieles, que pusieron amor en sus vidas, que trabajaron por la justicia y la paz, que se comprometieron por un mundo mejor, que vivieron siempre en absoluta fidelidad al Señor, aunque no nos conozcamos, hoy nos sentimos en profunda comunión. Es la comunión de los santos que proclamamos con nuestra fe. Es la Fiesta de todos los Santos que hoy queremos celebrar. Es esa multitud de la que nosotros queremos formar parte para con nuestra vida, también aquí y ahora y un día por toda la eternidad, cantar la gloria de Dios.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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