Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere…
Hechos, 8, 5-8.14-17; Sal. 65; 1Pd. 3, 15-18;
Jn. 14, 15-21
‘Glorificad en vuestros corazones a Cristo
Jesús y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que
os la pidiere…’ Cantemos la gloria del Señor por siempre; gloria al Señor
que surja desde lo más hondo de nuestro corazón y nuestra vida; gloria que le
hemos de dar al Señor con nuestra vida, con nuestra fe, con las obras de
nuestro amor, manifestando lo que es nuestra esperanza y la razón de nuestro
existir.
Manifestarnos
como creyentes no es cualquier cosa; la fe que da sentido a nuestra vida y nos
llena de esperanza, aun en las adversidades que tengamos que vivir o a las que
tengamos que enfrentarnos en nuestra vida, repito, no es cualquier cosa. Decir
que tengo fe es mucho más que un recuerdo porque por la fe vivimos una
presencia, que es presencia de salvación en nuestra vida.
Algunos
pueden reducir lo de ser cristiano, la realidad de la Iglesia o la misma fe
simplemente en el pensar en Jesús que fue alguien bueno, que nos ofrecía un
hermoso mensaje con el que podríamos hacer que nosotros y hasta nuestro mundo
fuera mejor si siguiéramos su pensamiento, pero como si fuera solamente un
persona de la historia a quien recordamos por lo que hizo o por lo que enseñó.
Así
podemos, decía, recordar a personajes históricos que influyeron mucho en la
historia de su tiempo, o podemos recordar a los grandes pensadores o filósofos,
ya fueran de la antigüedad como los filósofos de la Grecia antigua, o ya fueran
pensadores más modernos o cercanos a nosotros que con su manera de pensar
influyen en el sentir de las gentes o en la manera de construir nuestro mundo y
nuestra sociedad.
Algunos se
quedan en un Jesús así, un Jesús de la historia pero sin otra trascendencia en
el orden de la salvación. Pero el cristiano verdadero no se puede quedar ahí.
La fe que anima la vida de un cristiano y le da una razón para su existir es
mucho más que todo eso. A Jesús no lo podemos mirar de esa manera, no se puede
quedar en eso.
Es
necesario abrir bien los ojos de la fe, que es algo muy profundo que nos hará
descubrir una presencia nueva y distinta de Jesús en medio de nosotros, o allá
en lo más hondo de nuestro corazón. Hay una nueva forma de ver y de vivir la
presencia de Jesús que solo cuando nos dejamos conducir por la fuerza del
Espíritu podremos alcanzar. Es lo que Jesús les anuncia a sus discípulos en la
última cena, que es lo que hoy hemos escuchado en el evangelio.
‘No os dejaré desamparados, volveré’,
les dice Jesús a los discípulos en la última cena cuando todo sonaba a
despedida. ‘Dentro de poco el mundo no me
verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo’, nos
dice. Es lo que decíamos, sólo con los ojos de la fe es cómo podremos ver y
sentir esa presencia de Jesús. El mundo que no cree, no podrá ver a Jesús. Es
un don y una gracia del Señor por la que hemos de estar eternamente
agradecidos. Hemos de dar gracias, sí, por ese don de la fe.
Cuantos a nuestro alrededor viven su vida como
a oscuras, porque les falta esa luz de la fe. No podrán disfrutar como nosotros
de esa presencia del Señor en su vida. ‘Vosotros
me veréis y viviréis’, nos decía Jesús. Esa visión nueva de Jesús nos llena
de vida; no es algo teórico o aprendido de memoria, es algo que podemos vivir
allá en lo más hondo de nosotros mismos,
como podemos vivirlo en la comunión con los demás.
Para que
eso sea posible Jesús nos promete la presencia de su Espíritu, por el que
podemos conocerle y vivirle. ‘Yo le
pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el
Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo
conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con
vosotros’.
Es el
Espíritu divino que nos conducirá a la verdad plena, que nos recordará todo
cuanto Jesús nos ha dicho, por el que podemos conocer a Dios y llamarle con
todo sentido Padre, el que nos hará sentir la presencia de Jesús,
reconociéndolo en verdad como nuestro Señor y nuestro Salvador. Porque el
Espíritu de Dios está con nosotros podemos llamar a Dios Padre; porque el
Espíritu del Señor vive con nosotros podemos confesar con todo sentido que
Jesús es el Señor. ‘Vosotros lo conocéis’,
nos dice Jesús. Es que sin la fuerza del Espíritu Santo nada tendría sentido de
cuanto hacemos.
Entonces
ya no es solamente pensar en Jesús como alguien bueno y que nos dejó un buen
mensaje para hacer que nosotros y nuestro mundo fuera mejor; no es pensar en Jesús
simplemente como un personaje de la historia o como un gran pensador que con su
ideología marcara el rumbo de la historia de nuestro mundo.
Nuestra fe
en Jesús es mucho más que seguir el pensamiento de un gran pensador, de un
hombre sabio. Jesús es mucho más que todo eso porque en Jesús, verdadero Dios y
verdadero hombre, reconocemos al Hijo de Dios y a nuestro Salvador; nosotros
confesamos a Jesús como nuestro Señor que murió y resucitó para dar vida al
mundo, para redimirnos de nuestro pecado, arrancarnos de la muerte y darnos la
vida eterna.
Esto
muchos no lo entienden porque no han dejado iluminar sus vidas por la fe. Ya
decíamos antes que si caminamos por la vida sin fe vamos como ciegos y sin el
rumbo y el sentido de trascendencia que desde Jesús y con la fuerza de su
Espíritu podemos dar a nuestra vida. Si nos falta ese sentido de la fe todo se
quedaría de tejas abajo, todo se quedaría en este mundo terreno y perderíamos
todo ese sentido sobrenatural de trascendencia que con la fe podemos encontrar.
Por eso para muchos la Iglesia se queda en una organización más, lo de la
religión y el ser cristiano pierde todo su sentido, y al final terminamos
viéndolo todo desde unos intereses terrenos y careciendo de toda
espiritualidad.
Tenemos
que pedir al Señor que nos dé ese don de la fe para que cada día podamos
conocer más hondamente a Jesús; que no se apague nunca en nuestra vida esa luz
de la fe, sino que dejándonos iluminar por su Espíritu le demos esa profundidad
y esa trascendencia a nuestra vida.
Esa es la
razón de nuestra esperanza que tenemos que manifestar al mundo cuando
proclamamos nuestra fe. En Cristo ponemos nuestra esperanza porque en Cristo
tenemos la salvación y en Cristo podemos alcanzar la vida eterna. Por eso
nuestra vida desde esa fe que proclamamos en Cristo como nuestra Salvación se
llena de esperanza y adquiere un sentido y valor nuevo.
Por eso
nos hablaba san Pedro de mansedumbre, respeto, buena conciencia para expresar y
manifestar nuestra fe y nuestra esperanza aun cuando no seamos comprendidos o
cuando incluso seamos denigrados o perseguidos. Es que con la fuerza del
Espíritu del Señor en nuestro corazón no podrá faltar nunca la paz y con esa
paz y mansedumbre nos manifestamos ante los demás queriendo hacer siempre el
bien.
Estamos
casi llegando ya al final de la Pascua, pues pronto celebraremos la Ascensión y
Pentecostés con que se culmina el tiempo pascual. No olvidemos lo que venimos
celebrando, a Cristo resucitado, el Señor que murió y resucitó, que vive y que
nos llena de vida, que con la fuerza de
su Espíritu se hace presente en nuestra vida llenándonos de su salvación y
poniéndonos en camino de vida eterna.
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