Es la Pascua, es el paso del Señor resucitado, vida de nuestra vida y de nuestro mundo
Hechos, 10, 34.37-43; Sal. 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9
‘Este es el día en que
actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo’. Así tenemos que cantar sin
cansarnos. Ha resucitado el Señor. Es la noticia. Es nuestra noticia de la que
somos testigos. Es el anuncio que no podemos dejar de hacer. Y resuenan los
aleluyas y nuestros cantos. Alabamos al Señor y no nos cansamos de darle
gracias. Es la Pascua, la Pascua de resurrección. Es el paso del Señor que nos
llenó de vida y de gracia dando su vida, entregándose por nosotros y ahora le
contemplamos vivo y glorioso.
Anoche en la vigilia pascual se encendían las luces,
tomadas de un fuego nuevo para iluminar las tinieblas del mundo y anunciar por
todos los pueblos que Cristo ha resucitado, que ya no está en el sepulcro, sino
que está vivo, está aquí presente en nosotros y entre nosotros. No buscamos más
en el sepulcro de la muerte al que es la Vida. La muerte está ya vencida.
Cristo ha resucitado y con El nosotros nos sentimos también sacados del
sepulcro y llenos de vida. Y tomábamos de su luz porque tenemos que ser
sembradores de luz en medio de nuestro mundo que tanto la necesita, sembrando
fe y sembrando esperanza.
La fiesta de la Pascua es lo más misterioso y hermoso
que podemos celebrar. Vimos roto el cuerpo de Jesús traspasado en la cruz.
Recordemos cómo lo contemplábamos en la tarde del Viernes Santo. Ahora se nos
anuncia que ese cuerpo ya no está roto en el sepulcro. ‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?’ escuchábamos
anoche a los ángeles anunciar a las mujeres que iban al sepulcro. Está aquí, y
no está roto sino resplandeciente y glorificado. ¡Ha resucitado!
Es nuestra alegría y nuestra esperanza. Es la fe que
queremos proclamar. Es la noticia sorprendente, casi increíble, que nos
repetimos. Pero sí, creemos que en verdad ha resucitado el Señor. Somos
testigos porque nosotros lo sentimos vivo, está en nosotros y con nosotros.
Aunque sea una noticia increíble para muchos que aun siguen poniendo en duda
para nosotros es la certeza más grande. Es un anuncio que no todos comprendían
y les costaba aceptar, entonces y ahora, pero ahí está el eje y centro de
nuestra fe.
También a los apóstoles al principio les costó creer
cuando las mujeres vinieron diciendo que el sepulcro estaba vacío, que los
ángeles les habían anunciado que estaba vivo. Y cuando los apóstoles iban
haciendo ese anuncio en la predicación del evangelio costaba más entender a
muchos; recordemos cómo en Atenas cuando Pablo habla de resurrección, dándose
la vuelta le dicen de eso nos hablarás otro día.
Hoy vemos en el evangelio a Pedro y Juan correr por las
calles de Jerusalén hasta el sepulcro para comprobar lo que les había dicho
María Magdalena. Al principio dudan pero al final terminarán creyendo. ‘Entró Pedro al sepulcro vio la vendas por el suelo y el sudario con que le habían
cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas sino enrollado en un sitio
aparte; luego entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al
sepulcro, vio y creyó. Hasta entonces no habían entendido las Escrituras: que
El había de resucitar de entre los muertos’.
Más tarde, en distintos momentos se sucederán las
manifestaciones de Cristo resucitado, en el Cenáculo, el camino de Emaús, junto
al mar de Galilea... Y hemos escuchado en la primera lectura proclamar a Pedro,
ya con la fuerza del Espíritu, ‘nosotros
somos testigos de todo… lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo
resucitó al tercer día… y damos solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado
juez de vivos y muertos…’
Así nosotros con toda firmeza y convicción queremos hoy
proclamar nuestra fe en la resurrección de Jesús, aunque algunos quieran
tratarnos de ilusos. Es nuestra fe. Para quienes no tienen fe o están llenos de
dudas pedimos que la fuerza del Espíritu ilumine sus corazones y sus mentes
para que se abran al misterio de Dios. Esa fe que nos llena de alegría y da
plenitud de sentido a nuestra vida.
Sí, creemos en Cristo vivo y presente, que está aquí,
vivo entre nosotros; aquí en nuestro propio corazón, en lo más hondo de
nosotros mismos los podemos sentir, como le sentimos por la fuerza del Espíritu
en la Palabra y en los Sacramentos. Creemos porque además experimentamos en
nosotros la fuerza de su resurrección con la que queremos caminar y luchar por
ser nosotros unos hombres nuevos resucitados en Cristo y con la que nos
sentimos impulsados para ir transformando nuestro mundo.
Porque Cristo sigue resucitando en nosotros cuando, a
pesar de nuestros tropiezos y caídas, seguimos levantándonos una y otra vez;
porque Cristo sigue resucitando en nosotros cuando somos capaces de sonreír con
ilusión y esperanza a pesar de que muchos sean los problemas que tengamos;
porque Cristo sigue resucitando en nosotros cuando el dolor y el sufrimiento
nos hunden sino que nos hacen más humanos y más maduros porque le damos un
sentido nuevo a todo lo que es nuestra vida.
Y con Cristo resucitado a nuestro lado nos sentimos
felices cuando hacemos el bien y amamos, siendo capaces de olvidarnos de
nosotros mismos; con la fuerza de Cristo resucitado somos capaces de perdonar y
buscar la paz y el encuentro con el otro porque seguimos creyendo y confiando
en la persona como Cristo ha confiado en mi a pesar de mis debilidades y
fracasos.
Con la presencia de Cristo resucitado junto a mí por la
fuerza de su Espíritu abro mi corazón a Dios y a su Palabra para ir
descubriendo cada día lo bueno que tengo que hacer y me comprometo seriamente a
ser cada día yo mejor pero hacer todo lo posible porque el mundo que me rodea
sea también mejor. Nos sentimos envueltos cada vez más en más amor, más
humanidad, más comprensión y más misericordia porque ‘si hoy nos queremos es que resucitó’.
La vivencia de la resurrección del Señor envuelve y
llena mi vida totalmente porque ya mi vivir es Cristo, Cristo es mi vida. Y con
Cristo en mi vida ya no hay lugar para el pecado, ya no hay lugar para la
tristeza ni para la desesperanza, ya no hay lugar para la soledad ni el
desamor, ya no hay lugar para la muerte. Cristo resucitado es nuestra santidad
y nuestra justificación; Cristo nos sonríe y nos alegra con su sola presencia;
Cristo nos enseña y nos garantiza que todo termina bien, que el Padre nos
espera; Cristo es el Pastor bello que nos acompaña; Cristo es el amor
resucitado y derramado; Cristo es la vida victoriosa.
Vayamos, pues, sembrando semillas de resurrección en
nuestro mundo, empezando por los que están a nuestro lado cada día, la familia,
los amigos, aquellos con los que convivimos o trabajamos, allí donde hacemos
nuestra vida de cada día. Sembrar resurrección es sembrar amor y solidaridad,
es sembrar paz y armonía, es llevar alegría a los que están tristes, es ayudar
a levantar al caído, es poner ilusión en los corazones rotos y desesperanzados,
es hacer que sean más autenticas y sinceras nuestras palabras y nuestra
relación con los demás, es tender una mano al que se encuentra caído en el
vicio y la esclavitud del pecado para ayudarle a levantarse, es buscar siempre
caminos de reconciliación y perdón, es compartir generosamente lo que somos y
tenemos para que nadie pase necesidad… es ‘buscar
el Reino de Dios y su justicia’, como nos decía Jesús en el evangelio.
Y así cuantas cosas buenas podemos hacer que aunque nos
parezcan pequeñas e insignificantes que nadie nota son, sin embargo, hermosas
piedras que contribuyen a la construcción de un mundo mejor. A eso nos
compromete nuestra fe en Cristo resucitado, así iremos resucitando nosotros
cada día y haremos resucitar nuestro mundo haciéndolo mejor.
¡Cristo ha resucitado! Es nuestra fe con la que tenemos
que iluminar nuestro mundo. Feliz pascua de Resurrección