El Emmanuel nos sale al encuentro en medio de un mundo de dolor
1Reyes, 17, 17-24; Sal. 29; Gál. 1, 11-19; Lc. 7, 11-17
Jesús es el Emmanuel anunciado por los profetas; Dios
con nosotros que camina en medio de nosotros, que ha tomado nuestra misma vida
y está a nuestro lado haciendo nuestro mismo camino. Cuando meditamos el
misterio de la Encarnación de Dios muchas veces tenemos el peligro o la
tentación de quedarnos en el hecho de la Navidad, y porque le vemos nacer niño
en Belén en medio de aquella pobreza al pensar en el Dios encarnado fácilmente
nos quedamos con esa imagen de Dios hecho niño en el portal de Belén.
Hemos de saberle ver en todas las situaciones de su
vida, tal como nos lo narra el evangelio, pero verlo también en todas las
situaciones de la vida por las que nosotros pasamos y donde tenemos que
contemplarle también como el Emmanuel, el Dios que está con nosotros, a nuestro
lado en cualquiera de esas situaciones que vivimos. Una lectura atenta del
Evangelio nos hace ver y comprender cómo Jesús está en verdad en medio de los
hombres, acercándose al hombre, cualquiera que sea la situación que vivamos. En
todo momento El se acerca a nosotros como luz, como vida, como salvación,
llenándonos de su gracia salvadora.
Es lo que hoy contemplamos en el evangelio. Jesús
caminando de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, pasando de una a otra por
todas las situaciones y circunstancias humanas. ‘Jesús de camino llega a una ciudad llamada Naim’ y ahí se va a
encontrar con una situación bien dolorosa y donde se nos va a manifestar la
vida que nos ofrece y todo su amor. Lo acompañaban los discípulos y mucho
gentío, nos dice el evangelista. Se encuentra ‘cuando se acercaba a la entrada de la ciudad que sacaban a enterrar a
un muerto, hijo único de una viuda; y un gentío considerable de la ciudad lo
acompañaba’.
El impacto del encuentro de los que venían con Jesús
con aquel cortejo y aquella multitud silenciosa que acompañaba al difunto que
iban a enterrar y a su madre tenía que ser fuerte. Allí estaba el dolor y el
sufrimiento que siempre se produce ante la muerte de alguien, en este caso
joven; dolor y sufrimiento aumentado si cabe en aquella madre que ha perdido a
su hijo único y se va a quedar sola y desamparada.
La situación de las viudas no era fácil en Israel en
aquellos tiempos; veremos siempre que cuando se trata de socorrer a alguien que
pasa necesidad se hablará de huérfanos y viudas. En este caso doblemente,
podríamos decir, porque aquella madre viuda no tenía más hijo que el que había
fallecido. Grande sería la soledad y el desamparo que la esperaba. Por eso
podemos imaginar sin mucha equivocación el silencio impactante que envolvía a
los que iban en aquel cortejo.
Y allí está Jesús. Jesús que nos sale al encuentro en
la vida allí donde estamos con nuestros sufrimientos o nuestra muerte. Sólo se oye el llanto
doloroso de aquella madre a la que Jesús le dirá: ‘No llores’. Y Jesús que se acerca al ataúd haciendo detenerse a
los que lo llevaban. ‘¡Muchacho, a ti te
lo digo, levántate!... y el muerto se incorporó y comenzó a hablar,
entregándoselo Jesús a su madre’.
Ahora el silencio se rompe y como a coro todos ‘sobrecogidos daban gloria a Dios diciendo:
Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo’.
Aquella gente sencilla sabe descubrir las obras maravillosas del Señor. ‘Dios ha visitado a su pueblo’, es el
grito ahora y el clamor. Nos recuerda
las bendiciones de Zacarías en el nacimiento de su hijo. ‘Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y ha redimido a
su pueblo… por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol
que nace de lo alto’. Es Dios que se está haciendo presente allí. Lo
reconocen en Jesús y en sus obras, aunque más tarde otros quieran negarlo. Pero
allí están los pequeños y los sencillos que son los que saben descubrir las
obras de Dios, que son a los que Dios quiere revelarse.
Si los filósofos quieren definir al ser humano como homo patiens, el ser que sufre, que
tiene la capacidad del sufrimiento, ahora podemos descubrir el rostro del Dios
compasivo, del Dios que sufriendo con nosotros nos manifiesta su amor acercándose
a nuestra vida y a nuestro mundo en esa situación de dolor y sufrimiento que
podamos padecer. Compasivo que es ‘padecer
con’; el Señor es compasivo con nosotros porque nuestro sufrimiento no le
es ajeno; ante nuestro sufrimiento El nos manifiesta su ternura y su amor
acercándose a nosotros, padeciendo con nosotros, haciendo suyos nuestros
sufrimientos, derramando su gracia y su amor sobre nuestra vida.
Ahí le vemos en verdad Emmanuel, Dios con nosotros,
sufriendo con nosotros y amándonos y regalándonos la ternura de su amor y de su
vida en nuestro propio sufrimiento. El Evangelio de Lucas que estamos siguiendo
en este ciclo C nos habla continuamente de esa misericordia y de esa ternura de
Jesús con los pobres, los enfermos, los pecadores.
‘No llores’, le dice de entrada a aquella mujer
que está envuelta en el dolor y sufrimiento de la muerte de su hijo con todo lo
que ello significaba para su vida y lo que podría ser su futuro. Y nos dice el
evangelista que Jesús sintió lástima,
se conmovió, se le revolvieron sus entrañas, podríamos decir, y se manifestó en
verdad compasivo de aquella mujer. Allí estaba a su lado Jesús con sus entrañas
conmovidas, como cuando le vemos sufrir ante la tumba de Lázaro, su amigo, en
que le brotan lágrimas de sus ojos, o como cuando lo vemos sufrir por su ciudad
querida, Jerusalén, sabiendo todo lo que la va a destruir, llorando también por
ella.
‘Dios ha visitado a su
pueblo’. Dios se
sigue haciendo presente en medio del sufrimiento de nuestro mundo. Dios no es ajeno
al sufrimiento que padecemos los hombres. Recordamos lo que le decía a Moisés,
allá en medio de la zarza ardiente, que ha escuchado el clamor de su pueblo y
va a enviarle a Libertador para que lo libere. Dios ha escuchado el clamor de
la humanidad sufriente y nos envió a su Hijo único porque así tan grande era su
amor que nos lo entregaba. Dios sigue escuchando el clamor de su pueblo, de
toda la humanidad y en nuestras manos está el hacer presente a Dios en medio de
los hombres.
¿No nos estará pidiendo el Señor que a través de
nuestra solidaridad y de nuestro amor, a través de nuestro compromiso serio por
hacer que nuestro mundo sea más justo y viva en paz se manifieste ese rostro
compasivo de Dios para todos los hombres? Tenemos que ser sembradores de paz y
de esperanza; tenemos que seguir repartiendo amor entre los que nos rodean; con
nuestros gestos de solidaridad al compartir con los demás tenemos que despertar
esos sentimientos en cuantos nos rodean; hemos da aprender a poner los
verdaderos cimientos de un mundo mejor y más justo que entre todos
construyamos.
Mucho sufrimiento hay en nuestro derredor con los
problemas que vive la gente de hoy. Tenemos que aprender como Jesús a acercarnos
al lado del que sufre; tenemos que buscar la manera de detener esa carrera de
muerte en la que viven tantos con la falsedad de sus vidas, con su trato
injusto para con los demás, con esa violencia de la que hemos llenado nuestra
vida en palabras, en gestos y muchos hechos muy concretos; tenemos que tender
la mano como lo hizo Jesús con aquel muchacho que llevaban a enterrar porque
con nuestra mano de solidaridad tendida podemos levantar a tantos de su
postración y de su sufrimiento. Mostrando con sinceridad nuestro rostro
compasivo estaremos mostrando el rostro compasivo y misericordioso de Dios.
Dios sigue siendo el Emmanuel, pero mucho de nosotros
depende que el mundo crea y descubra ese rostro compasivo de Dios. Es el
mensaje que quiere dejarnos hoy el Señor en su Palabra. ¿Qué respuesta le vamos
a dar?