María
Inmaculada, sonrisa de Dios para nosotros
Gn. 3, 9-15.20; Sal. 97; Ef. 1, 3-6.11-12; Lc. 1, 26-28
‘Desbordo de gozo con
el Señor y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de gala y me ha
envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas’.
Así comienza la liturgia de este día con esta antífona
en que la Iglesia pone en labios de María este cántico de gozo y alabanza al
Señor porque se siente engalanada de toda gracia y de toda hermosura. Son
palabras proféticas en las que está inspirado también el cántico de María, el
Magnificat, que tantas veces hemos escuchado y cantado.
También nosotros queremos hacer nuestro este cántico de
alabanza al Señor cuando hoy celebramos esta hermosa fiesta de María en su
Inmaculada Concepción y con María nos llenamos de gozo y queremos cantar
también porque nos ha dado a María y en ella renacen también nuestras
esperanzas y nuestros mejores deseos, reconociendo también cómo el Señor a
nosotros nos viste ese traje de fiesta de su gracia.
Yo diría que celebrar esta fiesta de María en su
Inmaculada Concepción en este marco y camino del Adviento que vamos recorriendo
es contemplar en María la sonrisa de Dios para toda la humanidad. El Señor se
complace en María, en su pureza y en su santidad, en su disponibilidad y su
apertura a Dios, en su amor y en su esperanza y el darnos a María es como un
guiño de amor que Dios quiere tener con toda la humanidad. A través de María
nos va a llegar el más hermoso regalo de Dios cuando nos entrega a su Hijo que
se hace amor por amor a nosotros, porque en sus entrañas se va a encarnar para
ser Emmanuel, Dios que esté con nosotros; es un guiño de amor de Dios, es la
prueba del amor grande, infinito que Dios nos tiene.
Habíamos destruido la belleza y la bondad del hombre
tal como El nos había creado cuando escogimos el camino del pecado que nos
alejaba de Dios - todo cuanto había creado era bueno, como repite como una
muletilla el Génesis -. Sin embargo Dios sigue pensando en el hombre, sigue
amando a la humanidad a pesar de que seamos pecadores - esa es la maravilla del
amor de Dios que nos ama aun cuando seamos nosotros pecadores - y ya desde los
umbrales de la humanidad pecadora nos promete un salvador. Un día la cabeza del
maligno va a ser escachada, ‘la estirpe de la mujer’ que nos anuncia en el
Génesis.
María es esa mujer de la que nos nacería el Salvador;
María va ser la digna morada donde se encarnase el Hijo de Dios para ser
nuestro salvador, y por eso, como confesamos en nuestra fe y hemos expresado también
en la oración de la liturgia, ‘en
previsión de los méritos del Hijo de Dios’, que iba a ser también el hijo
de María, la preservó de todo pecado y la hizo limpia de toda mancha haciéndola
Inmaculada desde el primer instante de su Concepción.
‘Preservaste a la
Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la
gracia fuese digna madre de tu Hijo y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa
de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura’, como proclamaremos en el prefacio.
‘Exulta sin mesura,
hija de Sión, lanza gritos de júbilo, hija de Jerusalén. He aquí que viene tu
rey’. Sí, lanzamos
gritos de alegría que salen de lo hondo de nuestro corazón en esta fiesta
grande de María. No podemos menos que hacerlo, porque María nos llena de
alegría. Si, como decíamos antes, María es como la sonrisa de Dios para la
humanidad, porque cuando celebramos esta fiesta de María estamos viendo cerca
la llegada del Salvador.
‘He aquí que viene tu
rey’. Viene el
Señor, por eso con tan júbilo celebra la Iglesia esta fiesta de la Inmaculada
en medio de este camino de austeridad y preparación para la venida del Señor
que es el adviento. Dios quiso así preparar la cuna - preparó ‘una digna morada’ - para el Señor
haciendo santa y pura a María y María aceptó ese plan de Dios - ‘hágase en mi según tu palabra’, la
hemos escuchado decir en el evangelio - y se dejó hacer por Dios haciendo que
en ella entonces brillaran todas las virtudes.
Se sentía pequeña y humilde - ‘la esclava del Señor’ - pero reconoció ese actuar de Dios por eso
su corazón desborda de gozo y se alegra en el Señor, su Salvador, como cantaría
ella también. Podríamos considerar cómo sería el gozo que sentiría María en su
corazón, porque aunque turbada ante las palabras del ángel por su humildad,
luego sabía meditar y rumiar en su corazón todo cuanto le sucedía para que así
surgiera ese continuo cántico de alabanza y de acción de gracias a Dios en toda
su vida.
Gozosa sentiría al niño en sus entrañas; gozosa
correría hasta la montaña para servir, para ayudar a su prima Isabel, como
desbordaría de gozo en el encuentro de aquellas dos benditas mujeres, así
surgió el cántico del Magnificat; gozosa en el nacimiento aunque fuera en la
pobreza de Belén y gozosa en cada momento, aunque algunos fueran duros como su
huida a Egipto o más tarde el camino del Calvario. Pero, ¿cómo no iba a sentir
gozo en su corazón si llevaba Dios en sus entrañas, en su vida?
María es la bendita de Dios, es la bendición de Dios
para nosotros. En ella se derramaron todas las bendiciones de Dios, bendiciones
que no solo fueron para ella cuando Dios la hizo grande, sino a través de ella
nos llegaron todas esas bendiciones de Dios. ‘Bendito sea Dios, decía san Pablo, Padre de nuestro Señor Jesucristo
que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones
espirituales y celestiales’. En María, la primera, estamos viendo esas
bendiciones de Dios que la hizo pura y santa, que la preservó de todo pecado y
la lleno de gracia porque iba a ser la madre de Cristo, como ya hemos
reflexionado.
Contemplando a María aprendemos también a reconocer
todas esas bendiciones con que Dios nos ha enriquecido llenándonos de su
gracia. Por eso, como decíamos al principio, queremos hacer nuestro el cántico
de María de acción de gracias al Señor. Nos ha vestido el Señor a nosotros
también con traje de gala o el manto de triunfo de la gracia que nos ha hecho
hijos de Dios, como nos recuerda hoy san Pablo, lo que ha de impulsarnos
continuamente a que cada día seamos más santos y resplandezca más el amor en
nuestra vida. Cuántas gracias recibimos continuamente de Dios y que muchas
veces no sabemos aprovechar.
Vivimos con gozo grande esta fiesta de María y nos
sentimos llenos de esperanza, y con esa esperanza renacida en nosotros transportemos
a nuestra vida esa sonrisa de Dios que es María a la que queremos tener siempre
a nuestro lado, en quien queremos mirarnos como en un espejo para querer
parecernos cada vez a ella en la santidad de nuestra vida.
Hoy queremos mirar a María y quedarnos como extasiados
contemplando la belleza de su vida que es su amor y su santidad. Miremos a
María, contemplemos a María; cuando tengamos miedo, miremos a la Virgen estado
de buena esperanza; cuando nos sintamos derrotados, miremos a la Virgen vestida
de sol; cuando nos sintamos sucios por nuestro pecado, miremos a la Inmaculada;
cuando nos sintamos tristes, escuchemos a María que canta el Magnificat; cuando
nos sintamos solos, miremos a María que va a dar a luz al ‘Dios con nosotros’; cuando tengamos dudas en nuestro corazón,
escucha a la mujer que dice Si, hágase.
María, madre de la esperanza, enséñanos a esperar,
enséñanos a prepararnos para sentir al Mesías que ha de nacer en nosotros.