De mano de María Inmaculada sentiremos que Dios está con nosotros
Gén. 3, 9-15.20; Sal. 97; Rm. 15, 4-9; Lc. 1, 26-38
En medio de
nuestro camino del Adviento nos aparece hoy la figura de María. Volveremos a
encontrarnos con ella en el cuarto domingo de Adviento, pero en este segundo
domingo al coincidir con la fiesta de la Inmaculada se nos ha permitido centrarnos
también en María nuestra celebración.
María es ese faro de esperanza que nos ilumina y que
nos orienta para que vayamos hasta Jesús. Ella es la madre que hizo posible el
nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre porque en sus entrañas se encarnó pero
es también la madre que nos enseña a creer y a confiar, a poner nuestra
esperanza en Dios y a dejar entrar a Dios en nuestra vida, como ella lo hizo,
para dejarnos conducir por sus caminos. Como madre de Dios y madre nuestra nos
enseña donde está Dios y cómo hemos de abrir nuestro corazón a Dios para que lo
llene de su gracia y de su santidad.
‘¿Dónde estás?’ es la llamada Dios al hombre
buscándole allá en aquel jardin del paraíso terrenal donde lo había colocado.
El hombre se había escondido con temor al ver la desnudez de su vida a causa
del pecado. ‘¿Dónde estás?’ es una
búsqueda de amor más que un reproche como siempre hace un padre en la búsqueda de
su hijo al que siempre amará aunque se haya apartado de él. El hombre no quiso
escuchar la voz de Dios sino la voz del tentador que le ofrecía ser como Dios. En
el diálogo que sigue aparecerá palpable la insolidaridad que se apodera fácil
del corazón del hombre donde, aunque se sienta la culpa, sin embargo siempre se
tratará de echar la culpa al otro. Es el mal, el vacío del desamor que se
apodera del corazón del hombre y nos conducirá por caminos de mentira y de
muerte.
‘¿Dónde estás?’ es la búsqueda continua de Dios a
través de toda la historia de la salvación porque es el Señor el que siempre
vendrá al encuentro del hombre por eso en este texto del Génesis - que llamamos
por eso Protoevangelio - terminaremos escuchando un anuncio de salvación. Dios
no abandona a la humanidad a su suerte;
Dios le ofrece salvación y liberación. Porque Dios querrá siempre la vida para
el hombre y en su amor nos ofrecerá a su propio Hijo para que derrote ese mal y
llene ese vacío del corazón del hombre con un nuevo sentido del amor. En Jesús
comenzará una nueva era para la humanidad.
En contraste en el Evangelio la pregunta no es ‘¿dónde estás?’ sino más bien será la
afirmación del ángel diciendole a María que en ella está Dios. ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo… has encontrado gracia ante Dios’. María es la mujer que sí supo
escuchar la voz de Dios abriendo su corazón al Misterio aunque en principio en
su humildad se sintiera sobrecogida por el anuncio del ángel. ‘María se turbó ante estas palabras y se
preguntaba qué saludo era aquel’, que dice el evangelista. Aunque era
grande lo que se le anunciaba y podría parecer que trastocara todos sus planes
humanos allí ella estaba dispuesta a dejarse conducir por Dios, a dejarse hacer
por Dios. Sus preguntas son totalmente humanas porque en ellas se trasluce su
humildad pero también la búsqueda de la mejor forma de cumplir la voluntad de
Dios para su vida.
Y Dios se complace en María, y el Poderoso hará obras
grandes en ella, y por María, porque hizo posible la Encarnación de Dios en sus
entrañas, llegará para siempre, por todas las generaciones, la misericordia de
Dios para con el hombre. ‘Has encontrado
gracia ante Dios’, le dice el ángel. ¿Cómo no la vamos a ver toda pura e
inmaculada, como hoy la proclamamos en esta
fiesta si así estaba ella llena de Dios, inundada por el Espiritu Santo? ‘El Espiritu Santo vendrá sobre ti y la
fueza del Altísimo te cubrirá con su sombra’, le anuncia el ángel del
Señor.
Dios le pregunta al hombre ¿dónde estás?, pero al mismo tiempo nos está diciendo dónde y cómo
le podemos encontrar a El. Ahí tenemos un camino, hacer como María, la mujer
humilde pero con disponibilidad total que abre su corazón a Dios. Porque esa
apertura del corazón de María a Dios hará posible un maravilloso misterio de
amor de Dios para con nosotros.
En las entrañas de María se encarnará para hacerse
hombre, pero es que ya para siempre Dios será el Emmanuel, el Dios con
nosotros; ‘concebirás y darás a luz
un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.
Será grande, se llamará el Hijo del Altisimo… por eso el santo que va a nacer
se llamará Hijo de Dios’. Y en Jesús, el Hijo de María que es el Hijo de
Dios, ya tenemos para siempre la puerta de Dios abierta para nosotros, para
encontrarnos con Dios, para ir a Dios, para mejor escuchar a Dios, para llegar
a vivir a Dios, porque así Dios querrá habitar en nosotros. ‘Mi Padre y yo vendremos a El y haremos
morada en él’, que nos dirá luego Jesús en el evangelio.
‘¿Dónde estás?’, era la pregunta de Dios buscando
al hombre y ¿dónde estamos? puede ser la pregunta que nos hagamos nosotros. Si
por una parte está esa búsqueda de Dios al hombre, tiene que estar también por
nuestra parte nuestra apertura ante el misterio de Dios que se nos revela, que
se nos manifiesta.
María nos está enseñando a abrir nuestro corazón a
Dios. En su humildad, en su disponibilidad, en la generosidad de la que ella
había llenado su corazón nos está enseñando esas actitudes fundamentales que
nosotros hemos de tener. ¿Dónde estamos, cuál es el camino que nosotros estamos
haciendo para abrirnos al misterio de Dios, para acoger a Dios que viene a
nuestra vida? Es lo que tenemos que pensar, es lo que tenemos que humildemente
plantearnos.
María al final reconocería que Dios la hizo grande, que
Dios realizó en ella cosas grandes, pero siempre se llamó a sí misma la humilde
esclava del Señor dispuesta a que ella se cumpliera su Palabra, lo que era su
voluntad. La actitud de la soberbia y del orgullo, como la de Adán que quería
ser como Dios, es algo que tenemos que hacer desaparecer de nuestro corazón
porque siempre hemos de saber reconocer que Dios es nuestro único Señor.
Tenemos que liberarnos de todo aquello que nos impide
vivir del todo abiertos a Dios; arrancar apegos que nos hacen tener vacío el
corazón y sueños de grandeza que tantas veces nos hacen insolidarios con los
demás y llenos de mentira e hipocresía, como se manifestó ya al principio en la
misma ruptura entre Adán y Eva que no reconocían su culpa y mutuamente se
acusaban.
Ya expresábamos al principio que en este camino de
Adviento María es un faro de esperanza que ilumina nuestra vida y nos señala
trayectorias que nos lleven a Dios. Contemplar a María Inmaculada en esta
fiesta que celebramos en medio del Adviento nos ayuda mucho en ese camino de preparación
para la venida y la llegada del Señor a nuestra vida que celebramos en Navidad.
María nos está enseñando a estar atentos al misterio de Dios, a su Palabra y a
su presencia; con su pureza y su santidad es también un espejo donde mirarnos
para aprender a ir reflejando en nosotros todas sus virtudes, toda su
santidad, toda la apertura de su corazón
a Dios.
Caminemos de mano de María y también sentiremos que
Dios está con nosotros.
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