Porque viene, se le espera, El nos tiene anunciada su venida
Is. 2, 1-5; Sal. 121; Rm. 13, 11-14; Mt. 24, 37-44
Llega el tiempo del Adviento y van surgiendo, como
rebotando, una serie de palabras con las que queremos expresar lo que son los
sentimientos que brotan en nosotros ante la llegada del Adviento o que nos
señalan una serie de actitudes que consideramos importante vivir en este
tiempo.
Hablamos de adviento y hablamos de la venida del Señor;
hablamos de adviento y enseguida surgen el pensamiento de la esperanza o de la
vigilancia, como nos recuerda la noche
con sus sueños y tinieblas de la que hay que despertar parece que se nos abriera un camino que nos condujera a la
luz; va sintiéndose como aparecen unos sentimientos de alegría por algo que está
por llegar y nos sentimos en la necesidad de preparar algo o de prepararnos
nosotros ante un acontecimiento grande que se acerca a nuestra vida y de alguna
manera va a influir en nosotros, en nuestros sentimientos o en nuestras
actitudes.
Pero ¿qué es el Adviento?, nos seguimos preguntando en
el fondo; ¿qué es lo que tenemos que hacer o preparar?, parece que son
preguntas que se nos hacen o nos hacemos a nosotros mismos.
La palabra en si misma, Adviento, sí que nos está
hablando de una venida y de una venida para la que hemos de estar preparados.
En sentido cristiano estamos hablando de la venida del Señor, porque por una
parte nos disponemos a celebrar su primera venida en la carne cuando se hizo
Enmanuel para ser Dios con nosotros que nos traía la salvación; pero nos sigue
hablando de una venida del Señor que ya no es solo celebración y memorial de
algo pasado, sino que nos hace pensar en el futuro y en su segunda venida al
final de los tiempos.
Pero media el tiempo presente en el que también hemos
de saber descubrir una venida, la venida del Señor que llega a nuestra vida y
para lo que hemos de estar atentos para no perdernos su presencia y su gracia
salvadora en el hoy de nuestra vida. La
liturgia con que celebramos nuestra fe está empapada de estos tres aspectos,
llamémoslos así, de su venida.
Porque viene, se le espera, pero además El nos tiene
anunciada su venida. Es por eso por lo que realmente, sí, llamamos a este
momento tiempo de esperanza. Esperamos al Señor como lo anunciaban y esperaban
los profetas del Antiguo Testamento y como lo esperaba el pueblo creyente de
Israel deseosos de la llegada de su Mesías; esperamos la venida del Señor
porque nos prometió una venida con gran poder y gloria al final de los tiempos
donde el Hijo del Hombre llegará como juez que nos juzgue en el último día;
esperamos la venida del Señor cada día y en cada momento porque El nos prometió
su presencia para siempre con nosotros hasta el final de los tiempos y muchas
veces se nos nublan los ojos del alma y no sabemos descubrir su presencia ni
llenarnos de su gracia salvadora.
Pero nuestra esperanza no es una esperanza pasiva; es
una esperanza que nos hace estar atentos y vigilantes, como el vigía o el
centinela que espera la llegada del amanecer de un nuevo día pero durante la
noche está vigilante para que en medio de aquellas tinieblas no haya ninguna
sorpresa que nos pudiera poner en peligro.
Pero la esperanza verdadera nunca se vive desde el
agobio ni la angustia; la esperanza verdadera no solo nos hace abrir bien los
ojos para que no haya ningun peligro que nos dañe, sino para estar muy atento a
las señales que van anunciandonos la llegada de lo que esperamos; la esperanza
verdadera nos hace vivir con un sentido nuevo todo aquello que nos va pasando
en la espera del sumo bien que estamos esperando y deseando; la esperanza
verdadera va ya pregustando las mieles de la alegría que un día podrá vivir en
plenitud, aunque ahora el camino se haga tortuoso o esté lleno de sufrimientos
y dificultades; la verdadera esperanza no nos deja adormecernos en rutinas y
desganas, ni nos permite dejarnos sucumbir en medio de los esfuerzos y
responsabilidades que cada día hemos de vivir.
La verdadera esperanza nos hace fuertes y maduros, nos
da ánimos para la lucha y para la superación en valores y virtudes cada día,
nos impulsa al crecimiento de nuestra verdadera personalidad humana pero
levanta también nuestro espíritu haciendonos mirar hacia lo alto para poner
grandes metas e ideales en la vida. La verdadera esperanza nos hace cada día
más humanos y más divinos al mismo tiempo, porque caminando con los pies a ras
de tierra en lo que es la vida de cada día, nos hace levantar el espíritu
dándole alas de trascendencia a lo que hacemos o por lo que luchamos
acercándonos más a Dios.
Sin embargo somos conscientes de que muchas veces
nuestra esperanza se nos puede debilitar por muchos motivos y razones. Nos
podemos sentir turbados por los agobios que nos producen los problemas que nos
envuelven en lo inmediato de cada día o podemos sentir la tentación de tirar la
toalla en nuestro camino de superación porque quizá nos sintamos débiles o
incapaces; podemos cegarnos en el deseo de las cosas cercanas e inmediatas que
deseamos obtener pronto y podemos olvidar la grandeza de aquellas otras cosas por
las que merece mantener el esfuerzo y la lucha porque ponen altas metas e
ideales en nuestra vida.
Todo esto puede hacer que nos encontremos en medio de
un mundo donde muchas veces se ha perdido la esperanza; las crisis y los
problemas pueden cegarnos el alma y hacernos olvidar lo que es verdaderamente
grande y nos haría grandes; el materialismo que todo lo invade o el deseo del
placer fácil nos pueden hacer que nos arrastremos demasiado a ras de tierra dejándonos
llevar por la pasión inmediata y se pierda toda ilusión por algo más grande y
mejor.
Pero en medio de ese mundo estamos nosotros celebrando
el Adviento. Y no olvidamos que viene el Señor y su venida viene a avivar
nuestra esperanza haciendola rebrotar con los más hermosos y puros deseos. En
medio de ese mundo queremos mantener nuestra esperanza porque sabemos que viene
a nuestra vida el que con su salvación va a hacer surgir un mundo nuevo
empezando por transformar nuestro corazón.
Aunque sean muchas las cosas que nos quieran adormecer
o hacer perder la esperanza nosotros queremos escuchar el grito que nos
despierta y nos da fuerza para salir de esas sombras de tinieblas en que el
mundo con sus pasiones quiere envolvernos. Sí, queremos estar atentos y
vigilantes porque no sabemos a que hora vendrá nuestro Señor. Atentos y
vigilantes porque queremos estar bien preparados y pertrechados con las armas
de la luz y con el escudo protector de la Palabra de Dios y revestidos con el
vestido de la gracia del Señor.
‘Daos cuenta del
momento en que vivís, nos decía el apóstol san Pablo; ya es hora de
despertarnos del sueño porque nuestra salvación está cerca… conduzcámonos como
en pleno día… vestíos del Señor Jesucristo’. Que nada nos confunda ni nos distraiga de un
verdadero Adviento. Habrán otras luces que brillarán queriéndonos encandilar y
confundir; aunque brillen muchas luces externas sin embargo el mundo sigue
envuelto en las tinieblas de la noche y muchas veces rechaza la luz verdadera.
De cuántas cosas nos habla el mundo para decirnos que
eso es navidad. Busquemos la verdadera navidad, la que llega a nosotros con la
venida del Señor a nuestra vida y nos hará vivir la verdadera salvación del
Señor. Que no son comidas ni golosinas, ni regalos superficiales ni encuentros
muchos de ellos llenos de falsedad e hipocresía. No nos dejemos engatusar ni
confundir. Dejemonos, sí, transformar por la presencia y la gracia del Señor
para hacer que nosotros seamos mejores y nuestro mundo sea mejor y esté más
lleno de justicia y de paz, para hacer que en verdad todos lleguen a reconocer
que Dios es el único Señor de nuestra vida y que el Evangelio de Jesús tendrá
que ser el verdadero motor de nuestro mundo para hacer un mundo mejor que
realmente sea el Reino de Dios.
‘Estad preparados
porque a la hora que menos pensais llega el Hijo del Hombre’. Que no perdamos la perspectiva de
la verdadera esperanza en nuestra vida.
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