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Adri

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miércoles, 14 de agosto de 2013

María se puso en camino y hoy la contemplamos en la montaña alta de su glorificación

Apoc. 11, 19; 12, 1.3-6.10; Sal. 44; 1Cor. 15, 20-27; Lc. 1, 39-56
La descripción que nos ha hecho el texto del Apocalipsis, aunque en una clara referencia a la Iglesia, siempre nos ha servido para ver en esta ‘mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas’ la imagen de la Virgen asunta al cielo, que hoy celebramos. De tal manera nos ha servido esta descripción del Apocalipsis que los pintores y los artistas, cuando han querido plasmarnos una imagen de María gloriosa y triunfante en su Inmaculada Concepción o en su Asunción al cielo, han empleado precisamente estos mismos signos e imágenes que nos hablan de su glorificación.
Contemplamos hoy a María en el final de su camino en la tierra pero que es glorificada al ser llevada en cuerpo y alma a los cielos en su gloriosa Asunción. Ya decíamos que las imágenes del Apocalipsis a quien primero quieren describirnos es a la Iglesia y precisamente hoy cuando cantamos la glorificación de María en el prefacio de la plegaria eucarística diremos que ‘ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada… consuelo y esperanza de tu pueblo todavía peregrino en la tierra’.
Completó María su peregrinar por esta tierra y es consuelo para nosotros que aun seguimos haciendo ese camino de peregrinos y hoy la contemplamos en ese final de su peregrinación así glorificada y así con ella nos gozamos y felicitamos. Podíamos contemplar y meditar ese peregrinar de María que nos ayude y estimule en nuestro duro peregrinar. ¿No fue también duro el peregrinar de María? Pero ella lo hizo con gozo y esperanza llevada por las alas de la fe y del amor. Fijémonos. Ya veremos como ella en todo momento siempre está abierta a Dios.
En el evangelio hoy hemos escuchado que María se puso en camino. El ángel le había anunciado las maravillas que Dios estaba haciendo en ella que se consideraba a si misma la humilde esclava del Señor. Inundada y poseída por el Espíritu Santo su hijo sería el Hijo del Altísimo, le había anunciado el ángel en Nazaret. Y ¿qué hace María? Ponerse en camino. ‘María se puso en camino y fue aprisa a la montaña’, nos dice el evangelista.
Parece que su meta primera es la montaña de Judea para servir a su prima Isabel que la necesitaría en su maternidad. Pero su camino no se quedó ahí. Hoy la contemplamos subir a la montaña alta de Dios, que no era solo el Tabor del anuncio de la resurrección, sino a la glorificación definitiva y en plenitud con el Señor. Pero fijémonos que María siempre está en camino; primero serían, como hemos mencionado, las montañas de Judea, pero sería el camino de Belén no fácil para una madre a plena gestación y a punto de su alumbramiento y que se vería rodeada de pobreza y soledad, porque solo la cuna de un establo podía dar por cuna a su hijo recién nacido; circunstancias la de Belén que nos hablan de caminos de soledad y pobreza de tantos en el camino de la vida.
En camino como un emigrante desplazado o perseguido va la Sagrada Familia a Egipto para preservar la vida de su hijo recién nacido; en camino la veremos volver a Nazaret o subir a Jerusalén por la pascua con tantas circunstancias que rodean su vida con situaciones semejantes a las que seguimos viviendo los hombres de nuestro tiempo; ¿no podríamos contemplar aquí tantas situaciones y circunstancias semejantes con que nos vamos encontrando también en tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo?
Luego será el camino de María siguiendo a Jesús, pues aunque los evangelios poco nos dicen de María al lado de Jesús en su predicación y vida pública, como le sucede a toda madre, nunca estaría lejos de su Hijo y algunas veces se hará notar su presencia como en Caná con sus ojos abiertos a la necesidad y al servicio, o cuando su presencia servirá para que Jesús nos enseñe a escuchar la Palabra de Dios y plantarla en nuestro corazón como lo hizo siempre María, la que ‘iba guardando todo en su corazón’, como repite varias veces el evangelio en la infancia de Jesús.
 La veremos luego haciendo camino de Pascua, al encuentro de Jesús en la calle de la amargura o de pie firme ante la cruz de Jesús en lo alto del Calvario. ‘Mirad y ved si hay un dolor semejante a mi dolor’, podría decirnos María con el profeta cuando está asumiendo en su propia carne, en su propio corazón todo el misterio pascual de Jesús, en su pasión, muerte y resurrección. Casi mejor quedarnos en silencio sin decir mucho más.
María será la que luego camine con la Iglesia naciente en actitud de oración que nunca es actitud pasiva sino de búsqueda de caminos cuando la vemos con los apóstoles reunidos en el Cenáculo en la espera de Pentecostés. Pero será luego el camino permanente que María seguirá haciendo con la Iglesia a través de los siglos, con nosotros sus hijos, aquellos que Jesús le confió desde la cruz.
Hoy la contemplamos y celebramos en el final de su peregrinación cuando es glorificada en su Asunción al cielo, pero como bien recordábamos lo que luego vamos a expresar en el prefacio ella, ‘figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada, es también consuelo y esperanza de tu pueblo todavía peregrino en la tierra’.
Sí, la contemplamos en su camino, en su peregrinar que es nuestro mismo camino y peregrinación porque a ella la vemos en situaciones y circunstancias, como decíamos, bien semejantes a las que nosotros seguimos viviendo hoy. En ella contemplamos nuestra misma pobreza y nuestros mismos sufrimientos; cómo podríamos ver retratados en su corazón, reflejados en su corazón de madre todos los sufrimientos de sus hijos. No hay dolor en nuestro corazón que no podamos contemplar en el corazón lleno de amor de María.
Pero la contemplamos la mujer fuerte, la mujer de fe firme y templada en mil adversidades y contratiempos, la mujer de un corazón profundamente lleno de amor, la mujer de un espíritu abierto y siempre dispuesto a servir, a hacer el bien, a buscar solución a los problemas, la mujer orante y abierta siempre a Dios en quien encuentra siempre su fortaleza, la mujer llena e inundada del Espíritu divino.
Es para nosotros, sí, consuelo, estímulo, esperanza, porque además la sentimos a nuestro lado. Es la madre que Jesús quiso darnos desde la cruz cuando quiso ponernos a todos nosotros en su corazón de madre. Nos sentimos amados, nos sentimos muy cerquita de su corazón, como se sienten los hijos junto a su madre, y aunque hoy la contemplamos y celebramos en su glorificación en el cielo, sabemos que ella sigue estando a nuestro lado, sigue alcanzándonos la gracia y la fuerza del Señor.
Como decía la liturgia en su antífona al comienzo de la celebración ‘alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de la Virgen María; de su Asunción se alegran los ángeles y alaban al Hijo de Dios’. En su Asunción nos alegramos nosotros porque en ella vemos el camino abierto, si somos capaces de seguir sus pasos, para alcanzar también nosotros esa glorificación en el cielo.

Nos sentimos elevados, impulsados a lo alto, que ‘aspirando siempre a las realidades divinas, como decíamos en la oración, lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo… que nuestros corazones, abrazados en tu amor, vivan siempre orientados a Dios… y por la intercesión de la Virgen Madre, que ha subido a los cielos, lleguemos a la gloria de la resurrección’.

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Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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