Encrucijadas en las que tenemos siempre un norte, Jesús
Deut. 26, 4-10; Sal. 90; Rom. 10, 8-13; Lc. 4, 1-13
‘Jesús, lleno del
Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue
llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo’. Así ha comenzado el texto del
evangelio en este primer domingo de Cuaresma. El pasado miércoles con la
imposición de la ceniza comenzamos nuestro camino de ascensión cuaresmal que
nos conduce a la Pascua; nos prepara para su celebración, pero nos prepara,
hemos de decir, para vivir la pascua. Es tradicional en nuestra liturgia que
siempre en este primer domingo de Cuaresma contemplemos y meditemos las
tentaciones de Jesús en el desierto.
Confieso que al escuchar este evangelio me quedé
rumiando en mi interior este hecho de Jesús conducido por el desierto. Cuántas
cosas nos evoca el desierto. Recordaba un relato leído recientemente que
hablaba de unas personas perdidas en un desierto. Pensamos en un lugar
inhóspito, duro y difícil; sentirse en medio del desierto te hace escuchar el
silencio, un silencio que te envuelve pero un silencio que quizá comiences
también a sentir por dentro sembrando quizá muchas inquietudes; caminar por un
lugar desierto sin mayores puntos de referencia te hace sentir la soledad, el
abandono quizá en las muchas carencias que vamos a tener mientras lo
recorremos, el sentirte como perdido y desorientado, lo que puede provocar una
cierta angustia en el alma.
El silencio y la soledad que sientes en un lugar
desierto, la búsqueda intensa que pueda realizar queriendo encontrar caminos o
salidas quizá te hacen pensar, reflexionar en ti mismo como en una búsqueda de
respuestas a los muchos interrogantes que puedan surgir, pero puede ser también
un momento de prueba que te haga descubrir lo que es verdaderamente importante
en tu vida, en lo que haces o has hecho o en lo que vas a hacer de ahora en
adelante. Quizá después de un desierto las cosas se verán de otra manera.
¿Necesitamos quizá ir al desierto para que nos
planteemos las cosas, la vida misma, con mayor seriedad o con un nuevo sentido?
Alguna vez quizá nos vendría bien una experiencia así, porque si somos capaces
de superar la prueba saldríamos más fortalecidos y probablemente habiendo
descubierto lo que es verdaderamente importante en la vida, con una nueva visión.
¿Sería algo así ese caminar de Jesús por el desierto a
donde había sido conducido por el Espíritu, pero donde fue tentado por el
diablo? El evangelista nos habla de tres tentaciones provocadas quizá por esas
carencias por una parte de que ‘todo
aquel tiempo estuvo sin comer y al final sintió hambre’, o porque dentro
del espíritu de Jesús estaba surgiendo toda aquella misión mesiánica que
tendría que realizar.
¿Sería con el milagro fácil de convertir las piedras en
pan como habría de presentarse Jesús como Mesías del pueblo de Israel? ¿Sería
la apoteosis de una caída desde el pináculo del templo con los ángeles tomándolo
entre sus manos para que su pie no tropezara en ninguna piedra como el pueblo
lo reconocería como Mesías Salvador? En el Reino de Dios que iba a proclamar
todos habrían de reconocer que Dios era el único Señor del hombre y de la
historia ¿cómo recuperar ese mundo que estaba bajo el poder del maligno? ¿a qué
tendría que someterse Jesús? ¿afrontaría la pasión y la muerte o se sometería a
las fuerzas del maligno? Habrá también otros momentos en el evangelio donde
vemos a Jesús sufrir esa turbación y esa prueba.
De alguna manera así nos presenta el evangelista las
tentaciones a las que el diablo sometió a Jesús, las cosas que pudieron pasar
por su mente y por su corazón en aquel momento en que iba a comenzar a anunciar
el Reino de Dios y que tanto le iba a costar.
Son preguntas, son interrogantes que se plantean
también en el interior del hombre cuando quiere encontrar un sentido y un valor
para su vida. Son preguntas e interrogantes que sentimos muchas veces en esa
soledad interior, en ese silencio que sentimos por dentro cuando nos parece
encontrarnos desorientados y sin saber que rumbo tomar.
Dudamos si escogemos entre un camino fácil en el que
encontremos satisfacciones prontas y meramente sensibles, un camino en búsqueda
de aplausos haciendo simplemente lo que a los demás les agrada, un camino de
búsqueda de triunfos - siempre sentimos ansias de poder o de riquezas en
nuestro interior - a base de lo que sea aunque fuera vendiendo nuestra alma al
diablo como se suele decir, o si seremos capaces de escoger el camino de la
rectitud y de la responsabilidad, el camino que nos lleve a encontrar un
sentido hondo de la vida aunque ello entrañe sacrificio, entrega, olvidarnos
quizá de nosotros mismos siendo capaces de hacernos los últimos, porque lo que
queremos es el bien de la persona, de toda persona y hacer un mundo mejor y mas
justo. Una encrucijada en la que nos encontramos tantas veces.
En las respuestas que Jesús fue dando a cada una de
aquellas tentaciones encontramos también la manera de cómo nosotros hemos de
responder a todo eso que se nos pueda plantear tantas veces en nuestro
interior. No es por el camino de grandezas humanas o vanidades, no es por un
camino de poder donde siempre quedemos por encima del otro por donde vamos a
encontrar la verdadera respuesta. No podemos perder el rumbo de nuestra vida y
la Palabra de Dios tiene que ser nuestra luz y nuestro alimento de cada día.
Sabemos bien cuál es el camino y si seguimos a Jesús para nosotros no habrá
desorientación.
Fuertes pueden ser las pruebas, las tentaciones, los
momentos malos por los que podamos pasar en la vida, pero sabemos donde está
nuestra fortaleza y la gracia que nunca nos faltará para vencer la tentación.
Cada día le pedimos al Señor que nos libre del mal y no nos deje caer en la
tentación. Nunca nos podemos sentir solos porque la presencia de Dios nos
acompaña, pero el Señor además ha puesto a nuestro lado a los hermanos, los
demás hombres y mujeres, con los que tenemos que saber vivir en comunión de
hermanos y amándonos siempre y nunca desentendiéndonos de los demás.
Miramos el evangelio y sabemos cual es el camino que
hemos de tomar. Con Jesús a nuestro lado nunca nos sentiremos desorientados y
sin saber qué camino tomar. Miramos el evangelio y nunca nos sentiremos a
oscuras porque su luz nos estará siempre iluminando haciendo que encontremos un
sentido y un valor a todo lo que vivamos, aunque sean momentos duros de
sacrificio, de sufrimiento y dolor quizá. ‘El
Señor está siempre junto a nosotros en la tribulación’, que decíamos en el
salmo. Miramos el Evangelio y nos sentiremos fortalecidos en nuestra fe cuando
vemos a Jesús que va caminando delante de nosotros enseñándonos a tomar su cruz
para seguirle, pero sabiendo que en esa cruz que es el sacrificio, que es la
entrega, que es el amor y el darnos por los demás está nuestra verdadera
victoria.
Ahora estamos emprendiendo este camino cuaresmal que
nos conduce a la Pascua y no tememos ir al desierto, al silencio, a la oración.
No temamos ir al desierto ni el hacer silencio en nuestro interior. No tengamos
miedo a la prueba y a los interrogantes que se nos planteen dentro de nosotros.
En ese desierto y en ese silencio dejémonos, como Jesús, conducir por el
Espíritu.
En ese silencio de nuestra oración vayamos iluminando
todas esas situaciones de nuestra vida desde la fe, vayamos rumiando y
reflexionando todas esas cosas que nos suceden o que se nos plantean sabiendo
que de este desierto, de este camino que nos pudiera parecer duro en el
sacrificio que vayamos haciendo, vamos a salir fortalecidos en la fe y en el
amor y resplandecientes de luz en la noche de la pascua, porque nos sentiremos
con vida nueva, nos sentiremos resucitados y vencedores con Cristo resucitado.
Emprendamos con decisión el camino de la Pascua como Jesús
emprendió el camino de subida a Jerusalén.
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