Señor, danos de ese pan de vida y que nos da vida
Ex. 16, 2-4.12-15; Sal. 77; Ef. 4, 17.20-24; Jn. 6. 24-35
‘Señor, danos siempre de este pan’, le piden a Jesús. ¿Qué pan le están pidiendo? También podíamos preguntarnos, ¿qué pan le estamos pidiendo nosotros a Jesús cuando en este domingo venimos a nuestra celebración?
¿Le estarían pidiendo pan, como aquel que comieron allá en el descampado, que les saciara el hambre de sus estómagos vacíos? Podíamos estar pidiendo ese pan, y ya no sólo para nosotros, sino pensando en nuestro mundo, en los millones que mueren de hambre cada día en tantos lugares del mundo, o de los que están pasando necesidad a nuestro lado por la situación difícil que estamos viviendo. No está mal que pidamos también ese pan.
Quizá aquellos judíos de la sinagoga de Cafarnaún no sabían bien ni qué pan estaban pidiendo, porque no terminaban de comprender el pan que Jesús les estaba ofreciendo. Ya Jesús cuando llegan hasta El les hace plantearse por qué realmente le están buscando. ‘Maestro, ¿cuándo has venido hasta aquí?’ le preguntan al encontrarlo. No estaba allá en el descampado; sus discípulos tampoco estaban y se habían venido a Cafarnaún buscándole. ‘Os aseguro, les dice Jesús, me buscáis no porque visteis signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros… trabajad no por el alimento que perece, sino por el que perdura para la vida eterna’.
Una vez más, en su pedagogía divina, Jesús comienza a inquietarlos, a hacer que se pregunten desde dentro. ¿Por qué le buscaban? ¿Por qué buscaban pan o qué pan es el que buscaban? Buscar pan es buscar, sí, ese alimento para nuestro cuerpo; pero buscar pan puede significar algo más. Es lo que Jesús quiere hacerles, hacernos pensar. Es buscar vida o buscar lo que dé sentido a nuestra vida. Hay, tienen que haber, unos ‘por qué’ en nuestro interior que nos hacen buscar, luchar, esforzarnos, buscar caminos, trabajar, sin importarnos sacrificios incluso, que dan un sentido a nuestro vivir.
La vida no se queda reducida al alimento que comamos, sino que hay algo más hondo en nosotros por lo que sufrimos o gozamos, por lo que algunas veces nos podamos sentir frustrados si no lo alcanzamos, o nos puede hacer sentir las personas más felices del mundo cuando lo alcanzamos, que pone ilusión y esperanzas
en nuestro corazón y nos hace amar de verdad la vida y también lo que nos rodea, los que nos rodean.
Hay una referencia en el diálogo de los judíos con Jesús al maná del que se alimentaron sus padres en el desierto mientras peregrinaban hacia la tierra prometida. De eso nos ha hablado la primera lectura. Aquel maná caído del cielo no era sólo el alimento que alimentaba los cuerpos mientras caminaban por el desierto, sino que en aquel maná encontraban ellos motivos y fuerzas para seguir caminando a pesar de lo duro del camino, aunque muchas veces también sintieron tentaciones de volver atrás.
Aquel maná les daba fuerzas físicas pero también les daba ánimos en su caminar, porque no se sentían solos, sabían que había una meta a la que llegar, finalmente no se sentían desamparados de Dios, sino todo lo contrario allí estaba la señal de que Dios caminaba con ellos aquel duro camino que les llevaba a la libertad y la riqueza de la tierra prometida que manaba leche y miel.
Buscamos nosotros ese pan, necesitamos nosotros también ese pan. Un pan que nos de vida, valor, sentido, ilusión, esperanza, fuerzas para nuestro caminar. ‘Trabajad por el alimento que perdura para la vida eterna, nos dice Jesús, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a Este lo ha sellado el Padre, Dios’.
El pan que nos dará Jesús. Sí, buscamos ese pan, buscamos a Jesús. Como hacíamos referencia a lo que significó aquel maná, pan del cielo, en el desierto, en Jesús vamos a encontrar esos motivos y fuerzas para seguir caminando; en Jesús no nos vamos a sentir solos; es Jesús sabemos que tenemos una meta para nuestra vida; en Jesús sabemos que nunca nos sentiremos desamparados, porque El está con nosotros, El camina a nuestro lado, El es ese pan de vida y de vida eterna.
Cuando los judíos le decían cómo había que realizar ese trabajo que Dios quería, Jesús les responde que ‘la obra que Dios quiere es que creáis en el que Dios ha enviado’. Creer en Jesús. Creer en Jesús porque El es ese pan de vida, el verdadero pan del cielo que da vida al mundo. Qué importante esa fe que pongamos en Jesús. Creyendo en El encontraremos ese pan de vida eterna. Por eso terminará diciéndonos Jesús hoy ‘Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed’.
Hablábamos antes de esos ‘por qué’ que tenemos en nuestro interior que nos hacen buscar, luchar, esforzarnos, buscar caminos, trabajar, sin importarnos sacrificios incluso, que dan un sentido a nuestro vivir. En Jesús está la respuesta. En Jesús encontramos los motivos. En Jesús encontramos esa fuerza interior, esa gracia. En Jesús nos sentimos en camino de nueva vida. En Jesús nos sentimos comprometidos al máximo por ayudar a dar sentido a la vida de cuantos nos rodean. En Jesús tenemos esa luz que nos ilumina de verdad y que iluminará nuestro mundo. En Jesús nos sentimos totalmente implicados en buscar caminos para salir adelante en los momentos difíciles o de prueba.
Por eso, sí, tenemos que buscar a Jesús. Cada día más y con mayor intensidad. Conocerle hondamente. Meterlo en nuestra vida. Hacerlo vida nuestra. Buscamos ese pan que saciará todas nuestras hambres y nuestra sed más profunda. Le pedimos, sabiendo bien lo que le pedimos, que nos dé de ese pan para tener vida para siempre.
Cuando venimos aquí cada semana o cada día a la Eucaristía es eso lo que venimos buscando; venimos buscando a Jesús, esa luz y ese sentido de nuestra vida, esa fuerza y esa gracia, esa presencia y esa vida para nuestro caminar, sabiendo que en Jesús lo vamos a encontrar. El camina a nuestro lado, no nos deja solos ni desamparados. Aquel pan del cielo del maná era una señal, decíamos, de la presencia de Dios que estaba con ellos y caminaba con ellos el duro camino del desierto. En este pan del cielo encontramos a Cristo que quiere hacerse pan para que además le comamos y nos alimentemos de El. Qué misterio y locura de amor.
Cuando comemos del pan de la Eucaristía no olvidemos que estamos comiendo a Cristo, no como un recuerdo, sino teniendo la certeza de su presencia real y verdadera que se hace alimento para nuestro caminar. No es una simple señal que ponemos al lado del camino para recordarnos cosas, sino que es Cristo mismo el que se hace pan, se hace Eucaristía para nosotros para ser esa vida, esa gracia y esa fuerza que necesitamos. En los próximos domingos seguiremos reflexionando sobre todo el sentido del pan de vida que Jesús nos da en la Eucaristía.
‘Señor, danos siempre de ese pan de vida’ y que nos da vida.
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