Si ayer contemplábamos y celebrábamos al Sagrado Corazón de Jesús, hoy la liturgia nos invita a celebrar al Corazón Inmaculado de María. Una vez más nos acercamos a María y contemplamos a la llena de gracia que tanto nos enseña para que sigamos el camino de su Hijo Jesús; contemplándola a Ella contemplamos el más hermoso reflejo de lo que ha de ser nuestra respuesta al amor que Dios nos tiene y de la santidad que por el amor ha de brillar también en nuestra vida, modelo y ejemplo de nuestra espiritualidad.
Cuando decimos de una persona que es de buen corazón, que tiene un hermoso corazón estamos hablando de su madurez humana pero también de su rectitud y generosidad, de su capacidad de amar, de la riqueza interior de esa persona y, podríamos decir, de la madurez con que afronta la vida con sus dificultades y problemas, siendo capaz incluso de desgastarse en su generosidad en bien de los demás olvidándose incluso de sí misma.
Esto y mucho más podemos contemplar en María; esto y mucho más es la lección que aprendemos de María contemplando su Inmaculado Corazón, como hoy la liturgia nos señala. María, la llena de gracia, la inundada del Espíritu de Dios que hizo rebosar su corazón en tan bellas virtudes y actitudes de amor y de generosidad.
Mansión del Verbo de Dios y Santuario del Espíritu Santo, la llama la liturgia de la Iglesia en algunos de los textos de esta celebración. En ella moró Dios como no lo hizo en ninguna otra criatura porque llena del Espíritu Santo, fecundada por la sombra del Espíritu Santo llevó en sus entrañas al Hijo de Dios que se encarnaba y se hacía hombre. Si nosotros, en virtud de nuestro Bautismo, hemos sido hechos templos del Espíritu, qué no decir de María que así se llenó del Espíritu Santo para así concebir por su obra y gracia al Hijo de Dios encarnado por nuestra salvación.
Corazón inmaculado decimos en esta fiesta de María y con toda razón lo podemos decir porque en ella no hubo ninguna mancha ni pecado, porque por una parte fue preservada en virtud de los méritos de su Hijo hasta de la mancha del pecado original – Inmaculada en su Concepción, la llamamos – pero esa misma santidad vivió a lo largo de toda su vida.
En un prefacio para esta fiesta se dice que Dios dio a la Virgen María ‘un corazón sabio y dócil, dispuesto siempre a agradarte; un corazón nuevo y humilde, para grabar en él la nueva Alianza; un corazón sencillo y limpio, que la hizo digna de concebir virginalmente a tu Hijo y la capacitó para contemplarte eternamente; un corazón firme y dispuesto para soportar con fortaleza la espada de dolor y esperar, llena de fe, la resurrección de tu Hijo’. Son las maravillas que en Ella Dios quiso realizar por las que ella canta agradecida al Señor en el Magnificat.
María, llena de la sabiduría de Dios, porque ella llegó a saborear y vivir, como decíamos ayer con san Pablo en la fiesta del Corazón de Jesús, lo que trasciende toda filosofía y todo saber humano, como es el amor cristiano. Ella la rebosante de amor, siempre dispuesta a servir, siempre con los ojos atentos, siempre con el corazón abierto para que en él cupiesen todos los hijos que Jesús desde la cruz le confió.
María, que supo ir guardando en su corazón cuanto el Señor le decía o le pedía, para descubrir siempre la acción de Dios; así supo reconocer las maravillas que Dios obraba en ella y supo cantar a Dios con un corazón agradecido. Merecerá la alabanza de Jesús – porque fue alabanza para ella – porque supo escuchar y plantar en su corazón la Palabra de Dios para hacerla vida.
María es la mujer humilde y dócil a Dios que con fidelidad dice Sí a Dios en cuanto Dios le pide, aunque se sienta la pequeña, la humilde esclava del Señor; es el Sí de la anunciación para que se cumpliera en ella la Palabra que Dios le dirigía, pero fue el Sí que la mantuvo firme y llena de esperanza también en la pasión de su Hijo aunque una espada de dolor atravesara su corazón; es la mujer del corazón firme y siempre dispuesto a soportar con fortaleza el dolor y las pruebas duras y difíciles de entender como fuera la propia muerte de Jesús; por eso María es para nosotros modelo de fidelidad y modelo de esperanza.
Cuánta riqueza interior podemos contemplar en el corazón de María; en esa riqueza interior, en su profunda espiritualidad estaba la fuente de su entereza, de su sí, de su amor, de su entrega y santidad. Se había llenado de Dios porque en su fe sabía escuchar a Dios allá en su corazón. Con qué atención escuchaba las palabras del ángel y las meditaba intensamente para descubrir su significado, para descubrir y aceptar el mensaje divino que a ella llegaba. Rumiaba en su interior cuanto le sucedía para así aprender esa sabiduría y esa fortaleza de Dios. ‘Conservaba todas estas cosas en su corazón’, que dice repetidamente el evangelio.
Cuanto tenemos que aprender de María para crecer por dentro, para crecer en espiritualidad. Es ese silencio interior que hemos de aprender a hacer para escuchar a Dios; es ese corazón humilde y dócil que se abre a Dios y se deja conducir por el Espíritu divino; crezcamos en humildad y docilidad y creceremos en el conocimiento de Dios porque ese es camino cierto que nos lleva a conocer a Dios, es, pues, esa oración de escucha de Dios, porque si no le sabemos escuchar con apertura de corazón y con humildad no le podremos nunca conocer.
Que sepamos guardar con fidelidad y meditar continuamente, siguiendo el ejemplo de María, la riqueza de gracia con la que Dios quiere llenar nuestro corazón.
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