Maestro, ¿dónde vives? Queremos conocerte y estar contigo
1Samuel, 3, 3-10.19;
Sal. 39;
1Cor. 6, 13-15.17-20;
Jn. 1,
35-42
En alguna ocasión nos habrá sucedido algo así. Hemos
conocido a alguien, quizá ocasionalmente o por algún otro motivo, con quien
charlamos con confianza y nos sentimos a gusto y al final algo así como que le
preguntamos donde vive porque quizá deseamos volver a encontrarnos y ahondar en
nuestra amistad. Conocer donde vive, conocer su casa es algo más que situar un
lugar geográfico, es como entrar en la intimidad de la persona. También nos
sucede que cuando tenemos experiencias gratas así enseguida las comunicamos a
los que están cercanos a nosotros porque nos parece que eso no nos lo podemos
guardar dentro.
Algo así, aunque tal como nos lo cuenta el evangelio no
sea en ese mismo orden de tiempo, es lo que le sucedió a aquellos dos
discípulos de Juan que cuando el Bautista señala a Jesús que pasaba ante ellos
como el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo se van tras El y le preguntan donde viven. En el fondo era
manifestar ese deseo de estar con El para conocerle más hondamente como así
sucedería. ‘Venid y lo veréis’, fue
la respuesta y la invitación de Jesús.
Ya escuchamos, y lo hemos meditado muchas veces, que
ese encuentro fue algo vital para aquellos dos discípulos que ya inmediatamente
no sólo ellos quisieran estar con Jesús sino que comunicarán esa buena noticia con
entusiasmo a los demás. ‘Hemos encontrado
al Mesías… a aquel de quien escribió Moisés y los profetas’. Fue una
experiencia muy fuerte la que vivieron en aquel encuentro personal con Jesús.
Experiencias y encuentros que marcan una vida para siempre.
‘Venid y lo veréis’, nos dice también a nosotros Jesús.
El estar aquí escuchando su Palabra y disponiéndonos a celebrar la Eucaristía
es ya un comienzo a dar respuesta a esa invitación de Jesús. Así tendríamos
nosotros que sentirnos a gusto con Jesús. Con ese mismo entusiasmo tendríamos
que desear estar siempre con El. También nosotros hemos de decir ‘Maestro, ¿dónde vives?’, queremos conocerte,
queremos estar contigo.
Jesús viene a nuestro encuentro, nos va saliendo al
paso en nuestra vida, en tantas circunstancias distintas, en tantos momentos,
como a aquellos primeros discípulos y nos invita a ir con El; también nos llama
como al pequeño Samuel, ya sea en las sombras de la noche, en medio de la barahúnda
de los aconteceres de la vida, o allá en el silencio de nuestro corazón. A
aquellos primeros discípulos fue primero el Bautista quien les ayudó a conocer
la voz de Jesús o señalarle el camino para ir hasta El, o ellos mismos fueron
luego mediaciones para los demás para que también se acercaran a Jesús.
El pequeño Samuel no conocía la voz del Señor, ‘pues aun no le había sido revelada la
Palabra del Señor’, y así en principio estaba lleno de confusiones, pero
sin embargo supo ir con presteza hasta el sacerdote Elí, pensando que era quien
le llamaba. El sacerdote le ayudará a discernir la voz de Dios, y si con
prontitud había acudido a él diciendo, ‘vengo
porque me has llamado’, luego aprenderá a decir ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’.
Es la actitud humilde y confiada que hemos de tener
ante el Señor que llega a nuestra vida. Nuestra respuesta debería ser pronta y
valiente, generosa, como apreciamos hoy en los llamados en la Palabra del Señor
que se nos ha proclamado. Una respuesta
decidida, con arrojo, sin temores. Algunas veces nos parece temer ante lo que
el Señor nos pida, o quiera de nosotros. Y es cierto que su llamada nos
compromete. Pero, como decíamos al principio, sentimos el gozo de estar con El
y seguirle, de querer conocer su vida, conocerle a El más y más. Y cuando es así
no caben temores ni miedos.
La llamada e invitación del Señor es algo muy personal
a cada uno, que cada uno ha de sentir en un tú a tú en su corazón. Por eso no
temamos dejarnos sorprender por el Señor. Ya sabemos que los encuentros vivos
con el Señor dejan huella en nosotros, no nos dejan insensibles, pero el Señor
respeta siempre la libertad de nuestra respuesta. Alegrémonos de esa inquietud
que pueda surgir dentro de nosotros y que haya verdadera apertura de nuestro
corazón, disponibilidad para el Señor.
La prontitud de Samuel que corrió hasta el sacerdote
siempre en actitud de servicio, la en cierto modo curiosidad y buenos deseos de
aquellos primeros discípulos que se van preguntando donde vive, la generosidad
de los amigos que se quieren y que saben ofrecer y comunicar lo mejor al amigo,
la humildad para dejarnos conducir por quienes pueden ayudarnos a mejor
encontrarle, la inquietud por ofrecerle al Señor la mejor respuesta en el día a
día de nuestra vida, el entusiasmo también para dar a conocer a los demás lo
que nosotros vamos encontrando y que es un gozo para nuestra vida… son las
señales de nuestra disponibilidad y de la buena respuesta que queremos ir
dando.
Lo que nos está pidiendo el Señor es seguirle. Ser el
discípulo que sigue al Maestro en el día a día de nuestra vida. No es necesario
que hablemos en este momento de nuestra reflexión de vocaciones específicas de seguimiento
a Jesús en una vocación determinada de servicio dentro de la Iglesia como pueda
ser la vocación al sacerdocio, a la vida religiosa o a la vida misionera, o en
una misión concreta en medio de nuestra sociedad y nuestro mundo.
Podríamos hablar de ello también, pero pensemos primero
que nada en ese nuestro ser cristiano, en ese vivir nuestra fe y nuestro amor y
todo lo que atañe a nuestra vida cristiana, en lo que es esa respuesta de
santidad que hemos de vivir en cada momento, ahí donde estamos y donde vivimos,
en las responsabilidades de cada día. Es lo primero a lo que el Señor nos
invita y nos llama. Es la primera respuesta que nosotros hemos de dar. Y ese
será el primer y gran testimonio que hemos de dar en medio de nuestro mundo.
Pienso que un buen compromiso por nuestra parte, como
respuesta a la Palabra de Dios que estamos escuchando, en este comienzo del
tiempo Ordinario que nos media hasta la Cuaresma después de las celebraciones
que hemos vivido de la Navidad y de la Epifanía, podría ir en el sentido de
avivar esos deseos en nuestro corazón, de querer conocer más y más a Jesús como
se nos va manifestando en el evangelio. Que sea nuestra petición, nuestro
deseo, esa pregunta de aquellos dos primeros discípulos a Jesús: ‘Maestro, ¿dónde vives?’ Queremos
conocerte y estar contigo, queremos llegar a vivir más y más tu vida cada día.
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