Aunque el
tiempo metereológico estuviera hoy con densos nubarrones sin embargo hoy es el
día en que más resplandece el Sol. Ya entendemos que no es el sol que brilla en
lo alto del firmemente sino el Sol que nos ha venido de lo Alto y que ha
brillado con luz divina incluso en lo más denso de la noche.
Todo nos
habla hoy de luz. Todo resplandece con un nuevo resplandor. Entre nosotros ha
nacido el que es la Luz verdadera que ilumina a todo hombre. Por eso en medio
de la noche de Belén había resplandores de cielo, porque allí estaba el cielo,
allí estaba Jesús recién nacido que viene a iluminarnos con su luz. Por eso la
liturgia puede decir ‘hoy brillará una
luz sobre nosotros porque nos ha nacido el Señor’.
Es lo que
los ángeles anunciaban en la noche de Belén a los pastores. ‘Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo:
hoy en la ciudad de David nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y ahí
tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y costado en un
pesebre’. Los pastores corrieron a Belén entre los resplandores del cielo
mientras los ángeles cantaban la gloria de Dios y la paz para los hombres. Ya
no necesitaban otra luz de luminarias de la tierra, porque les iluminaba la luz
que venía del cielo y que se había posado en Belén. Y lo encontraron todo como
les habian dicho los ángeles.
‘Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su
amor al hombre’, nos dirá san Pablo. Se ha manifestado
la gloria de Dios. ‘Los confines de la
tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios… el Señor da a conocer su
victoria’. Es el Señor, es el Rey, es el Mesías redentor que nos ha nacido,
es el Salvador que viene a nosotros, es luz que viene a iluminarnos cuando
tantas veces quizá rechazamos la luz, es el Hijo de Dios que se ha encarnado
tomando nuestra naturaleza humana en el seno de María, es ‘la Palabra de Dios que se ha hecho carne y ha plantado su tienda entre
nosotros. y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del
Padre, lleno de gracia y de verdad’.
Y es que ‘en el misterio santo que hoy celebramos,
Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre, se hace presente de un modo
nuevo entre nosotros’, que decimos con la liturgia. Así pues, ‘la luz de la gloria de Dios brilló ante
nosotros con un nuevo resplandor’. Dios se hace visible, Dios está entre
nosotros. Dios se hace Emmanuel y así podremos podremos contemplar la gloria de
Dios, así podremos conocer a Dios. Nos
llega la Palabra, se hace presente entre nosotros el Verbo de Dios que se nos
revela, se nos da a conocer, nos habla con palabras divinas que se hacen
humanas para que lleguemos a comprender todo el misterio de Dios que es Amor.
Ante el
misterio de Dios que se nos revela y se
nos manifiesta no nos queda otra cosa que confesar nuestra fe. Nos postramos y
adoramos. Reconocemos y damos gracias. Confesamos nuestra fe con alegría y
convencimiento y nos sentimos renovados y transformados. Admirable intercambio
que se realiza y nos llena de salvación. El Hijo de Dios ha tomado nuestra
frágil condición humana para levantarnos, para elevarnos, para
sobrenaturalizarnos al llenarnos de la vida de Dios. La gracia de Dios llega a
nuestra vida y nos hace hijos en el Hijo, porque viene a traernos el perdón
pero viene a regalarnos su vida.
Sí, es
momento para detenernos ante el Misterio, contemplarlo, meditarlo, rumiarlo en
el corazón. Cuántas consideraciones podemos hacernos, cuánto amor tenemos que
sentir en nuestro corazón. No nos
podemos cansar de contemplar y meditar, de hacerlo vida y hacerlo oración. Es
momento para ponernos ante aquel pequeño pesebre y contemplar allí al Hijo de
Dios y cantar al Señor, y darle gracias, y gritar nuestra fe.
Y bien
alta tenemos que confesar nuestra fe para que todos lleguemos a reconocer en
verdad a Jesús y sepamos acoger su salvación. Tenemos que gritarla muy fuerte
para que no haya confusiones y no cambiemos la navidad por lo que no es
Navidad. Lo que estamos celebrando no es otra cosa que el nacimiento del Hijo
de Dios hecho hombre. Tenemos que celebrar la verdadera navidad.
Por eso es
día de dicha y felicidad, por cuanto nos regala Dios con su amor que nos
entrega a su Hijo único. De ese amor Dios que así experimentamos en nosotros
nace toda esa dicha y felicidad para que sea la más verdadera, la más profunda,
la que nunca se acaba. Y, claro, nuestra dicha y felicidad tendrá que
desbordarse para que alcance a los demás y todos puedan llegar a descubrir la
salvación de Dios. Es importante para nosotros la navidad porque estamos
llenándonos e inundándonos del amor de Dios. Por ahí tenemos que comenzar para
celebrar una verdadera navidad. Qué lástima los que celebran fiestas de Navidad
sin acordarse de Jesús, sin tener presente a Jesús.
Es la fiesta
del amor de Dios que se desborda sobre nosotros y claro tenemos que hacerla la
fiesta del amor, del amor compartido, del amor que desde Dios llevamos a los
demás para que todos nos sintamos hermanos, para que aprendamos entonces a
querernos con un amor verdadero, para que entonces encontremos la verdadera paz
de los corazones. Por eso nos felicitamos, nos alegramos mutuamente, nos
deseamos lo mejor que es amarnos y querernos, y sentirnos hermanos, y llenarnos
de paz. Que no sean sólo palabras que se queden en buenos deseos de un día. Que
no sean sonrisas forzadas u ocasionales de un día las que brillen en nuestros
rostros, sino que reflejemos la alegría verdadera que llevamos en el corazón.
Todo esto
que estamos contemplando, meditando, rumiándo en nuestro corazón y haciéndolo
oración y alabanza al mismo tiempo nos compromete. Todo ese inmensa maravilla
de amor que descubrimos no nos la podemos quedar para nosotros. Porque si a
nosotros nos llena de alegría y de esperanza grande el misterio de la Navidad
que estamos celebrando, por qué no trasmitir esa alegría y esperanza a cuantos
nos rodean cuando sabemos cuantos son los que caminan llenos de sufrimientos y
desesperanzas a nuestro lado.
Esa luz
que nos ha iluminado tenemos que llevarla también a los demás. Tenemos que
disipar tantos negros nubarrones que se abaten sobre nuestro mundo. Si decíamos
al principio que para nosotros brilla de manera especial el sol hoy porque nos
ha nacido el Salvador, que ese Sol ilumine también a los que nos rodean, ilumine
y llene de esperanza a todo nuestro mundo.
Sí, el
mundo está necesitando esa luz; hay muchos hambrientos de paz y de amor; mucha
sed de la verdadera alegría hay a nuestro alrededor. En nuestra mano está esa
luz, esa paz y ese amor, esa alegría verdadera. De nosotros depende, de nuestra
forma de vivir nuestra fe, el que la puedan encontrar. Gritemos nuestra fe en
Jesús al mundo para que todo puedan encontrar esa gracia y esa salvación.
Permítanme
que termine esta reflexión con unos versos que he tomado prestados y que os
sirvan como mi felicitación de navidad:
En
Navidad Dios quiere nacer en ti
para
iluminar tu vida
y
ayudarte a ser luz para los demás.
Acoge
este rayo de luz que llega hasta ti:
Viene
en forma de ternura:
déjate
llevar por ella.
Viene
en forma de alegría:
camina
a su lado y contágiala.
Viene
en forma de paz:
ofrécela
a todos sin distinción.
Viene
en forma de comprensión:
que
sea alimento de la acción.
Viene
con sencillez:
no
la busques en las cosas complicadas.
Viene
como generosidad:
entrégate
intensamente a los demás.
Viene
como perdón:
repártelo
a todos y sé puente de unión.
Viene
como armonía:
deja
que llene tu corazón.
Viene
como gratuidad:
sé
agradecido en toda ocasión.
En
esta Navidad y siempre te deseo…
ojos
para ver el Misterio,
manos
para ser buen samaritano,
olfato
para rastrear lo nuevo,
pies
veloces para acercarte al hermano,
gusto
para saborear lo bueno,
oídos
para escuchar al que está a tu lado,
presencias
que acompañen en la vida,
acontecimientos
que te ayuden a madurar
y
ser más humano,
entrañas
de misericordia,
y
una vida plena que ofrezcas como regalo.
¡Feliz
Navidad!
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