Una buena noticia de luz y de alegría: nace Dios
Is. 9, 1-3.5-6; Sal. 95; Tito, 2, 11-14; Lc. 2, 1-14
‘Oh Dios que has
iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera…’ Así comenzaba la oración de la
liturgia de esta noche santa. Todo brilla lleno del esplendor de la luz de
Cristo. En medio de la oscuridad de la noche, que nos habla de muchas
oscuridades, el ángel del Señor se presentó a unos pastores que estaban en los
alrededores de Belén guardando sus rebaños para anunciarles una Buena Nueva ‘y la gloria del Señor los envolvió con su
claridad’.
‘No temáis, les dice anunciando la paz, os traigo una buena noticia - es un
evangelio lo que anuncia -, una gran
alegría para todo el pueblo, - siempre el evangelio es una buena noticia que
llena de alegría y si no fuera así no sería verdadero evangelio - hoy en
la ciudad de David os ha nacido un Salvador: en Mesías, el Señor…’
La noche de Belén se transformó; las tinieblas se
disipan, los sufrimientos y las penas se mitigan, las tristezas se transforman
en alegría, porque las promesas se cumplen. Por eso con todo sentido podíamos
escuchar al profeta para recordar sus anuncios. ‘El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande… una luz les
brilló…’ todos se llenan de alegría como los segadores se gozan al recoger
sus cosechas, les dice el profeta. ‘Porque
un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado’.
Es la alegría grande que nosotros en esta noche también
vivimos. Todo es fiesta y alegría en esta noche santa en que celebramos el nacimiento
del Señor. Nos sentimos iluminados, arrancados de las tinieblas, nos ha llegado
el Salvador, Dios está con nosotros porque tenemos al hijo nacido de la virgen,
tenemos al Emmanuel anunciado por los profetas. Pero tiene que ser una alegría
que vivamos desde lo más hondo de nosotros mismos porque nos sentimos de verdad
iluminados y arrancados de las tinieblas. Por fuera manifestaremos también esa
alegría con nuestros cantos y nuestras mutuas felicitaciones, pero tiene que
ser algo que sintamos en lo más hondo de nosotros mismos.
Somos conscientes de cuantas tinieblas envuelven
nuestra vida y nuestro mundo. Cuántas tristezas y oscuridades, cuánto
sufrimiento y cuantas soledades nos envuelven. Contemplamos excesivas
violencias y egoísmos en nuestro entorno; sentimos el dolor de tanta gente se
encuentra como desorientada y sin rumbo en la vida porque no tiene fe ni
esperanza; nos desgarra el alma la mentira y la falsedad en que se hunden
tantos llenando de vanidad y de hipocresía la vida; nos hacen saltar lagrimas
del alma la insolidaridad de tantos, o el desencanto y desilusión que viven los
que no tienen esperanza y llenan su vida de pesimismo y de depresiones; tantas
tinieblas de dudas y de increencia, de desconfianza de todo y de todos,
tinieblas de orgullos, envidias y lujuria con las que dejan envolver su vida. Son
muchas las tinieblas y las oscuridades que también nos pueden tentar a
nosotros.
Pero esta noche es una noche de esperanza, de luz, de
vida, de amor. Sabemos que esas tinieblas pueden ser vencidas. Ha nacido la luz, ha nacido Cristo, luz
verdadera que viene a iluminar nuestro mundo; y aunque las tinieblas se
resisten y no quieren aceptar esa luz, nosotros tenemos un mensaje que
trasmitir, una luz con la que iluminar, porque nosotros queremos dejarnos
iluminar esa luz llenando nuestra vida de paz, de amor, de vida y con ella
queremos contagiar a los demás.
Los ángeles anunciaron a los pastores que estaban en
las oscuridades de la noche en los campos de Belén para que fueran al encuentro
de la luz, porque en la ciudad de David les había
nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Ellos se dejaron envolver por
aquella claridad y buscaron la luz verdadera y llegaron hasta Belén, llegaron
hasta Jesús llenos de esperanza y de alegría.
A nosotros se nos ha hecho también ese anuncio de Luz
en esta noche, pero nosotros ahora tenemos que ser como aquellos ángeles que
resplandecientes de la luz de Dios llevemos ese anuncio a nuestro mundo. Las
tinieblas no tienen la última palabra aunque se resistan a la luz. Ese mundo
tan lleno de tinieblas se puede transformar. Hay una esperanza, es posible el
amor, es posible la paz, es posible salirnos de nosotros mismos para vivir un
nuevo sentido de solidaridad; es posible despojarnos de todas esas tinieblas;
es posible transformar nuestro mundo.
Para eso ha nacido Jesús. Es la salvación que nos trae.
Es la salvación que nosotros hemos de vivir dejándonos iluminar por su luz. Es
la Buen Noticia que nosotros también tenemos que anunciar a nuestro mundo. Es navidad. Es el tiempo nuevo del amor y de
la paz. Pero tiempo del amor, de la paz, de la fraternidad, de la solidaridad,
de la justicia, de la verdad, pero no de un día sino para siempre que para eso
ha venido Jesús.
‘Ha aparecido la
gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a
los deseos mundanos’,
enseñándonos a renunciar a las tinieblas para vivir para siempre en la luz. Es
lo que esta noche celebramos. Es lo que esta noche queremos vivir. No lo
celebramos como algo pasado, sino como algo presente y vivo ahora en nuestra
vida. Celebramos el nacimiento de Jesús sintiendo que Dios llega ahora a
nuestra vida y nos pone en camino de luz, en camino de vida nueva, en camino de
amor. Lo celebramos porque lo vivimos. Lo celebramos porque también nos
sentimos capacitados para hacer ese anuncio.
Los ángeles fueron los primeros portadores del
evangelio del nacimiento de Jesús. Ahora somos nosotros los portadores de ese
Evangelio, de esa Buena Noticia que nuestro mundo necesita escuchar. Tienen que
desaparecer las desesperanzas y las tinieblas que oprimen tantos corazones
porque hay un camino que podemos recorrer, un camino de una vida nueva con el
que podemos en verdad transformar nuestro mundo. El nacimiento de Jesús que
estamos celebrando nos pone en camino de ello.
Que sea en verdad feliz navidad porque nos llenemos
todos de su luz.
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