Condiciones para ser discípulo de Jesús
Sab. 9, 13-18; Sal. 89; Filemón, 9-10.12-17; Lc. 14, 25-33
‘¿Quién conoce el
designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? ¿quién rastreará las
cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio si tú no le das sabiduría,
enviando tu santo espíritu desde el cielo?’ Eran las preguntas que se hacía el sabio del Antiguo
Testamento. Es lo que en el fondo nos preguntamos y pedimos cuando nos
acercamos al Señor y queremos conocer su voluntad. Es la súplica, la oración
que hemos de tener en nuestro corazón cuando venimos a escuchar su Palabra.
No acudimos a la Palabra de Dios buscando conocimientos
o ciencias humanas; no buscamos la erudición de querer saber cosas ni el que
tiene que explicar la Palabra del Señor a los demás ha de buscar simplemente
explicaciones humanas, sino tratar de descubrir lo que el Señor quiere
decirnos, lo que nos pide manifestándonos su voluntad. Por ello, esa ha de ser
nuestra oración, invocar el Espíritu divino que nos dé esa sabiduría. Es lo que
humildemente pido al Señor cuando me pongo a reflexionar sobre la Palabra para
descubrir lo que el Señor quiere que os trasmita en mi reflexión. Siempre
intento acercarme a la reflexión sobre la Palabra es un espíritu de fe y de
oración.
Hemos escuchado en el evangelio que, mientras Jesús va
subiendo a Jerusalén, mucha gente iba haciendo el mismo camino con El. ‘Mucha gente acompañaba a Jesús’, nos
dice el evangelista. Pero, ¿serán en verdad todos discípulos, gente que quiere
seguir a Jesús? Es lo que quiere plantear, cómo ser su discípulo. Es lo que
trata de explicar Jesús. Hasta tres veces repite en lo que hoy le hemos
escuchado ‘no puede ser mi discípulo’,
si no se atiene a las exigencias que Jesús plantea. En la experiencia del
evangelio vemos que muchos le escuchan, le aclaman en determinados momentos,
pero pocos serán los que de verdad siguen y aman a Jesús hasta el final. A los
propios discípulos más cercanos incluso les costó mucho y cuando llegó el
momento de la pasión por allá andaban desorientados y hasta escondidos con
miedo.
Y es que ese camino de seguir a Jesús hay que tomárselo
en serio. No es seguirle porque todos le siguen; no es que soy cristiano porque
aquí siempre todos hemos sido cristianos, todos estamos bautizados desde
chiquititos. Es una decisión muy personal que hemos de tomar tras la invitación
de Jesús a seguirle; una decisión personal y muy reflexionada. Hemos de saber
bien lo que significa ser discípulo de Jesús, lo que comprende el ser
cristiano. No se trata de dejarnos llevar, sino haber descubierto bien lo que
Jesús significa para nosotros y lo que nos plantea el evangelio que ha de ser
nuestra vida.
Para que lo entendamos Jesús nos propone dos pequeñas
parábolas. La del hombre que quiere construir la torre o la del que va a hacer
la guerra. Ha de detenerse previamente a reflexionar si podrá acabar la torre
porque tiene todos los elementos necesarios; si podrá enfrentarse al enemigo
porque tiene las armas y los ejércitos necesarios y suficientes para poder
hacerlo. No sea que eche los cimientos y no pueda acabar la torre, o tenga que
enviar legados para pedir condiciones de paz.
Tres cosas nos dice Jesús que son importantes y que
tenemos que tener bien en cuenta. No se trata de renunciar sin más, porque
además seguir a Jesús, ser cristiano no es cuestión simplemente de renunciar
como si todo fuera malo; podríamos decir, que se trata de poner las cosas en su
sitio. Queremos seguir a Jesús porque queremos vivir en el Reino de Dios -
recordemos que ese fue su anuncio primero - y vivir el Reino de Dios tiene sus
exigencias.
Además, si decimos Reino de Dios, es porque estamos
reconociendo que Dios es nuestro único Señor, nuestro único Rey; nada tendría
que estar por encima o ser primero. Es la primera de las exigencias, que el
reconocimiento de Dios, el amor de Dios sea lo primero y todo lo que luego
tengamos que vivir en nuestra realidad humana lo vivamos en esa referencia de
Dios. No nos dice que no tengamos que amar al padre o a la madre, al hermano o
la hermana, a la mujer o al marido, ni que no tengamos que amarnos a nosotros
mismos. Muchas veces cuando interpretamos estas palabras de Jesús parece como
si dijéramos que no podemos amar a los demás porque de lo contrario no seríamos
discípulos de Jesús. Lo que nos está diciendo es ‘posponer’, porque el primer lugar es para Dios, y desde ese amor
que le tenemos a Dios poniéndolo verdaderamente como centro de nuestra vida
surge necesariamente el amor que le tengamos a los demás.
Fijémonos en las palabras de Jesús: ‘Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre o a su madre, a
su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí
mismo, no puede ser discípulo mío’. Repito no nos dice que no los amemos,
ni nos amemos a nosotros, sino que el amor primero, que luego será fuente de
todo amor, es el amor que le tenemos a Dios. En el mandamiento del amor nos
dirá o que amemos a los demás como nos amamos a nosotros mismos, o como nos ama
Dios.
Luego nos dirá que ‘quien
no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío’. ¿Qué significa
eso? No es llevar la cruz de Jesús, que ya también nos invitará a llevarla
cuando por amor nos demos por los demás, sino llevar su propia cruz. Y llevamos
la cruz detrás de Jesús, siguiendo a Jesús. Llevemos la cruz que podemos pensar
en la vida dura a la que tenemos que enfrentarnos cada día; podemos pensar en
nuestras responsabilidades y trabajos, aunque muchas veces se nos puedan hacer
duros; podemos pensar en la cruz del sufrimiento, la enfermedad, los problemas
a los que tenemos que enfrentarnos; podemos pensar, sí, en esa cruz del hermano
que tratamos desde nuestro amor como buen cireneo ayudársela a llevar.
No podemos rehuir la cruz, porque no podemos dejar de
asumir la vida con sus problemas o con sus responsabilidades, con el esfuerzo
de superación que hemos de vivir cada día o con esa ofrenda de amor que seremos
capaces de hacer por los demás. En ese camino, con esa cruz, siguiendo detrás
de Jesús, caminaremos somos sus discípulos. En el tenemos el ejemplo y la
motivación.
En la tercera cosa que nos señala sí tenemos que
aprender a valorar lo que verdaderamente es importante en la vida y nunca
ninguna cosa material podemos convertirla en dios, en ídolo de nuestra vida.
Aquí sí que nos habla de renuncia, porque no podemos servir a dos señores, como
nos dirá en otro lugar del evangelio. No podemos servir a Dios y a las
riquezas. Por eso, ‘el que no renuncia a
todos sus bienes no puede ser discípulo mío’.
Es necesario, pues, hacer una valoración; es cierto que
tenemos que valernos de medios materiales en ese necesario uso e intercambio de
lo que tenemos para buscar siempre una subsistencia y una vida digna. Pero no
podemos ser esclavos del dinero; es más tenemos que darle una buena función a
eso que tenemos para que nuestro tesoro no sean esos bienes materiales sino que
en verdad lo depositemos en el cielo.
Por eso lejos de nosotros toda avaricia y toda codicia
que nos encierre en nosotros mismos y nos esclavice bajo el dominio de la
ambición por las cosas materiales y por las riquezas. Ya nos lo enseña en
muchos lugares del evangelio. Recordemos lo que le pedía al joven rico que le
preguntaba lo que había de hacer para alcanzar la vida eterna. Por eso,
renunciar para despojarnos de esos apegos, pero para ponerlo en función también
del bien que podamos hacer a los demás desde nuestro compartir generoso.
Queremos caminar con Jesús, queremos ser sus
discípulos. Es algo serio que no podemos hacer de cualquier manera. Qué
importante que nos vayamos empapando cada día más del mensaje y del espíritu
del Evangelio. Qué importante también el que pidamos ese espíritu de sabiduría
para conocer el designio de Dios.
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