Le pedimos que nos enseñe a orar y nos enseña a decir Padre
Gén. 18, 20-32; Sal.
137; Col. 2, 12-14; Lc. 11, 1-13
‘Enséñanos
a orar’,
le piden a Jesús sus discípulos ‘una vez que estaba orando en cierto lugar’.
Eran un pueblo creyente a los que acompañaba la oración en todos los momentos
del día. Así estaba prescrito en la ley del Señor, ya salieran o entraran de
casa, ya comenzaran un trabajo o se retiraran a descansar, ya fuera cada día en
cualquier ocasión o de manera especial cuando el día del Señor se reunía en la
sinagoga para el rezo de los Salmos y la escucha de la Palabra.
David les había dejado
hermosos cánticos e himnos que eran utilizados en el culto - o al menos se le
atribuían a David que había reglamentado el culto del templo - pero los profetas
que iban apareciendo en medio del pueblo les enseñaban a orar como lo hacía
ahora Juan con sus discípulos allá en el desierto junto al Jordán. De su época
era el grupo de los esenios que en las orillas del mar muerto llevaban una vida
dedicada por entero a la oración.
Veían a Jesús orar en toda
ocasión, y ya no era solamente cuando estaba reglamentado por el culto o la
ley, sino que contemplaban como se retiraba a solas en muchas ocasiones a orar,
ya fuera en el descampado o subiera a las montañas altas, como sucedió en el
Tabor. Ahora le piden que les enseñe. ¿Cómo ha de ser la oración que han de
hacer a Dios? ¿Se reducirán a repetir los salmos que ya traía el libro sagrado
o habría otra manera?
Y Jesús les deja un modelo
de oración; un modelo no significa simplemente una fórmula a aprender de
memoria y repetir, sino un estilo y un sentido de lo que ha de ser la verdadera
oración del discípulo. Y aunque muchas veces nos entretengamos en dar muchas
explicaciones y buscar razonamientos para analizar lo que Jesús les enseñó,
realmente era algo muy sencillo que estaba al alcance de todo creyente.
Sencillo porque simplemente
Jesús nos enseñaba cómo ponernos delante de Dios, con qué actitud profunda del
corazón y con qué espíritu. Es simplemente eso, ponernos ante Dios reconociendo
en su presencia su amor. Por eso la primera palabra es Padre y ahí va todo
encerrado. Decir Padre es decir tú, mi Dios me amas; a ti quiero yo amarte
respondiendo a tu amor.
Cuando decimos Padre,
cuántas cosas estamos reconociendo. Si decimos Padre es porque nos sentimos
amados y porque queremos amar. Y cuando queremos amar queremos todo lo bueno
para aquel a quien amamos y de quien nos sentimos amados. Cuando decimos Padre
es que queremos portarnos como hijos; cuando decimos Padre estamos mirando con
unos nuevos ojos no solo al Dios que nos creó y que nos ama, sino que estaremos
mirando con una mirada distinta cuanto nos rodea, cuantos nos rodean.
Cuando le decimos Padre a
Dios, queremos su gloria, la gloria del nombre del Señor; nos estamos regocijando
sabiendo que ese Dios nos ama y nos quiere como hijos y su nombre para siempre
será bendito, será lo más dulce que pongamos en nuestros labios y ya para
siempre su voluntad será para siempre nuestra norma y nuestro estilo de actuar.
Una cosa muy sencilla nos
está enseñando Jesús, porque nos está enseñando a pronunciar con un nuevo sabor
una palabra, padre. Y en ese padre descargamos nuestro corazón, todo cuando
llevamos dentro de nosotros. Por eso al decir Padre nos damos cuenta de nuestras
necesidades, pero también nos damos cuenta de las necesidades de los hermanos
que están a nuestro lado. Por eso tras esa palabra irán surgiendo esas
peticiones para el pan de cada día, para el sentido nuevo de cada día en que
hemos de vivir, para sentir toda la fuerza divina en nosotros para vernos
libres de todo mal y de toda tentación.
Le pedimos al Señor que nos
enseñe a orar y nos enseña a decir Padre. Y ahí está todo lo que tenemos que
decirle a Dios. Ahí está toda la alegría y el gozo grande del alma al sentirnos
amados de ese Dios que es nuestro Padre.
Luego nos explicará Jesús
que podemos tener la confianza y la certeza absoluta de que en nuestra oración
Dios siempre nos escucha. Es el Padre que escucha a sus hijos y le dará lo
mejor. Pero es también el amigo a quien no nos importe importunar, porque
siempre al final terminará cediendo para darnos lo que necesitamos. Por eso no
nos podemos cansar de nuestra oración primero porque estamos gozándonos en ese
encuentro con el Padre bueno que nos ama, pero además porque nos da la
confianza para que acudamos a El en toda ocasión.
Por eso nos dice: ‘Pedid y se os dará, buscad y hallaréis,
llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que
llama se le abre’. No podemos acercarnos al Señor con desconfianza. Eso es
lo que hará que no se nos conceda lo que pedimos, porque es que no lo hacemos
con fe, con la confianza total que nos enseña Jesús a tener con el Padre.
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