Mi reino no es de este mundo… mi reino no es de aquí
Dan. 7, 13-14; Sal. 92; Apoc. 1, 5-8; Jn. 18, 33-37
‘¿Eres tú el rey de
los judíos?... ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?’ Es el diálogo que se inicia entre
Pilatos y Jesús. Creo que esto nos ayudaría y nos haría reflexionar mucho
cuando hoy, en el último domingo del año litúrgico, estamos celebrando esta
Solemnidad de Jesús, Rey del Universo.
Ser rey de los judíos no tenía el mismo significado en
lo que pudiera pensar Pilatos, lo que soñaban los judíos que fuera el sentido
del Mesías y cómo realmente Jesús se presentaba como rey. Claro que Pilatos,
representante en Palestina del emperador romano, pudiera tener sus prejuicios y
sus miedos en que alguien se presentara como Rey de Israel; es por eso por lo
que los judíos aprovechan para llevar a Jesús ante el pretorio con esta
acusación. Pero por otra parte sabemos bien del sentido triunfalista que tenían
ellos del Mesías que esperaban.
Sin embargo, hemos de reconocer que a nosotros también
nos pudiera pasar de manera semejante, porque muchas veces podemos presentar a
Jesús como Rey de una manera triunfalista y a la manera de lo que son los reyes
de este mundo, y no cómo Jesús es realmente, el Rey y Señor de nuestra vida.
¿Nos habremos creado una imagen distorsionada de Jesús como Mesías y como Rey
de Israel?
‘Mi reino no es de
este mundo… mi reino no es de aquí’,
proclama Jesús. Sí, su reino no es de este mundo, a la manera de los reinos de
este mundo. Su reino no es un reino de ejércitos ni un reino que se imponga por
la fuerza. Es de otra manera. Pilato ahora no lo comprenderá cuando Jesús le dice ‘tú lo dices: soy rey. Yo para esto he
nacido y he venido al mundo; para ser testigo de la verdad’. Y la verdad de
Jesús nos hace libres; la verdad de Jesús nos lleva a la plenitud; la verdad de
Jesús pasará por los caminos del amor y del servicio. Eso no lo entenderán los
poderosos. A nosotros en realidad, aunque lo sepamos, nos cuesta entenderlo
muchas veces.
Es cierto que en todo el evangelio Jesús nos hace otra
cosa que hablarnos del Reino de Dios, pero nos dirá que lo poseerán los pobres,
los sencillos, los humildes, los que buscan la verdad y el bien, incluso los
que son perseguidos por su causa. Recordemos una vez más el mensaje de las bienaventuranzas.
Por eso nos dice que su reino no es de aquí, porque la plenitud no la
alcanzaremos nunca en esta vida ni en este mundo, porque la plenitud solo
podremos obtenerla en Dios, en la plenitud de vida junto a Dios en el cielo.
Cuando los discípulos encandilados por los poderes de
este mundo y soñando con el Mesías triunfador comiencen a suspirar por primeros
puestos o lugares de honor, les dirá que entre ellos no puede suceder de
ninguna manera como con los poderosos de este mundo. ‘Entre vosotros no será así’, les dice. Poseerán el Reino y
ocuparán primeros lugares en él, los que se hacen los últimos, los esclavos y
servidores de todos. El, que es el Señor, se puso a los pies de los apóstoles
para lavárselos con un simple y vulgar sirviente, y nos enseñó que así
tendríamos que hacer nosotros. Esto es una constante en su enseñanza.
Hoy nosotros estamos celebrando a Jesucristo, como
nuestro Rey y como nuestro Señor. En verdad que Jesús lo es. El nos ha
rescatado derramando su sangre por nosotros para que tengamos vida. El
abajándose hasta someterse a una muerte de Cruz a nosotros nos ha levantado con
El para llenarnos de su vida y al hacernos partícipes de su vida divina, nos ha
hecho hijos de Dios.
Y si podemos proclamar en verdad que Jesús es el Señor
para gloria de Dios Padre, sentimos cómo a nosotros nos ha redimido, nos ha
comprado, como dice san Pedro, no a precio de oro ni de plata, sino al precio
de su Sangre derramada para el perdón de nuestros pecados. ‘Aquel que nos ama, nos decía el libro del Apocalipsis, nos ha librado de nuestros pecados por su
sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre’.
‘A El la gloria y el
poder por los siglos de los siglos’.
Sí, queremos cantar la gloria del Señor, queremos reconocer la maravilla que ha
realizado en nosotros y queremos darle gracias y cantar eternamente la alabanza
del Señor. Hoy, para los que creemos en Jesús y le proclamamos como nuestro Rey
y Señor, es un día grande, una gran solemnidad y con toda la Iglesia nos alegramos,
y con la liturgia queremos cantar la mejor alabanza al Señor. ‘Quienes nos
gloriamos de obedecer los mandatos de Cristo, Rey del Universo, pedimos que
podamos vivir eternamente con El en el cielo’, como diremos en una de las
oraciones de la liturgia.
Pero, ¿sabéis cuál es el mejor cántico de alabanza?
¿Cómo es que en verdad podamos nosotros reconocer que Jesús es el Señor y el
Rey del universo? ¿Cómo podemos pertenecer a su Reino?
Proclamaremos en verdad que Jesús es el Señor y Rey del
universo cuando nos impregnemos de todos esos valores que Jesús nos enseña en
el evangelio. No tendrían que caber ya en nosotros nunca más ni las actitudes
violentas y dominadoras que nos alejarían de su Reino de paz, ni la prepotencia
ni el orgullo pueden ser acompañantes de nuestra vida cuando queremos
pertenecer a su reino de amor y de justicia.
Será por los caminos de la humildad y de la sencillez,
por los caminos del servicio y de la solidaridad, por los caminos del amor que
nos llevarán a aceptarnos y respetarnos mutuamente, a buscar siempre por encima
de todo el bien del otro y a poner de nuestra parte todo lo necesario para
vivir unidos y en comunión con los demás, cuando estemos viviendo y realizando
en nuestra vida y en nuestro mundo ese Reinado de Dios.
Cuando sepamos perdonarnos y aceptarnos humildemente
como somos, cuando nos respetemos y nos comprendamos sinceramente, cuando
aprendamos a olvidarnos de nosotros mismos siendo humildes y no importarnos ser
los últimos y valorando primero que nada todo lo bueno que hay en los demás,
cuando vivamos con autenticidad y sinceridad nuestras relaciones con los demás
alejando de nosotros todas las caretas de la falsedad y de la hipocresía,
entonces estaremos ya viviendo en el Reino de Dios y estaremos proclamando con
nuestras vida que Jesús es el único Señor de nuestra existencia.
La proclamación que queremos hacer en este día de que
Jesús es el Rey del Universo y nuestro único Señor no la hacemos solamente con
palabras, sino que lo estaremos proclamando desde la autenticidad de nuestras
obras y desde nuestro compromiso real de amor.
‘Tuyo es el Reino,
tuyo el poder y la gloria por siempre’,
proclamaremos hoy con toda intensidad con la liturgia. Pero no serán solo
palabras, sino que será con toda nuestra vida como lo vamos a hacer. Lo haremos
con fuerza, porque con fuerza queremos hacer de nuestra vida y de nuestra
tierra el Reino de Dios; lo haremos con fe porque confesamos radicalmente que
Jesús es nuestro único Señor; pero lo haremos con esperanza porque deseamos alcanzar,
y tenemos la certeza de que lo podremos alcanzar, la plenitud del cielo, la
plenitud del Reino eterno de Dios, compartir la vida eterna y poder cantar
eternamente las alabanzas del Señor.
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