Ven, Señor, y pon tu mano para que el mundo tenga vida
Sab. 1, 13-15; 2, 23-24; Sal. 29; 2Cor. 8, 7-9.13-15; Mc. 5, 21-43
‘Ven, pon tu mano sobre mi niña que está en las últimas, para que se cure y viva’, suplica Jairo lleno de confianza en Jesús. Y aquella mujer con una fe grande, ‘acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido se curaría’. Son dos hechos que se entrecruzan en este relato del evangelio.
Y Jesús se pone en camino con Jairo, acompañado de mucha gente. ‘¿Quién me ha tocado el manto?’ pregunta mirando a su alrededor, cuando la mujer se ha acercado por detrás. Luego dirá a las plañideras que ya están allí con sus lloros y lamentos que la niña no está muerta, sino dormida. Y la tomará de la mano y la levantará, entregándosela a su padre. Con Jesús llega la vida, desaparece la muerte; con Jesús nos llenamos de luz, son vencidas para siempre todas las tinieblas.
Todo un recorrido, un camino de fe el que contemplamos en este relato del evangelio. El camino de fe de Jairo y la mujer de las hemorragias que puede ser también nuestro recorrido y nuestro camino. La fe y la confianza de quienes acuden a Jesús con sus penas y sufrimientos. Jairo suplicando por su hija; la mujer de las hemorragias con la confianza de que sólo tocando el manto de Jesús se curaría. ‘Tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud’, le dice Jesús cuando la mujer se postra asustada y temblorosa a sus pies al sentirse descubierta.
Es la fe que Jesús quiere suscitar y que se mantenga firme. Cuando llegan anunciando que la niña ha muerto y parece que ya no merece importunarle más, porque no hay nada que hacer, Jesús le dirá a Jairo ‘no temas, basta que tengas fe’. La oscuridad de la duda, del temor, de lo imposible no puede envolver nuestra vida. Algunas veces, incluso en nuestras dudas, somos plañideras que no hacemos sino llorar porque es tanta nuestra oscuridad que se nos puede cegar el corazón y la fe. Hay que seguir confiando. Tantas veces nos llenamos de dudas, parece que de nada nos sirven nuestras súplicas o nuestras oraciones. Es una tentación por la que pasamos muchas veces. ‘Basta que tengas fe’. O como le dirá Jesús a Pablo según cuenta él en sus cartas ‘mi gracia te basta’.
Ya nos decía el sabio del Antiguo Testamento que lo que Dios quiere es la vida, que vivamos, que tengamos vida. ‘Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes…creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser…’ Para eso nos ha enviado a su Hijo, se encarnó y se hizo hombre para alcanzarnos la vida para siempre. Habíamos dejado entrar la muerte en la vida del hombre a causa del pecado, pero El viene a borrar todo pecado y a darnos vida.
Quiere que tengamos vida y vida para siempre. Tanto es así que se hace pan y alimento nuestro y se nos da en la Eucaristía para que comiéndole tengamos vida eterna. ‘Quien me come vivirá por mí… el que come de este pan vivirá para siempre… el que come mi carne y bebe mi sangre, yo lo resucitaré en el último día…’ Recordamos lo anunciado en Cafarnaún.
Este evangelio que hoy escuchamos y estamos comentando tiene que ser en verdad una Buena Noticia que despierte nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. Queremos creer; queremos alejar de nosotros toda duda. Queremos llenarnos de su luz y de su vida. Tiene que ser una Buena Noticia que nos está anunciando vida y salvación para nosotros, que nos está haciendo llegar la vida y la salvación.
Sentimos también que Jesús camina a nuestro lado, se acerca a nosotros allí donde estamos llenos de enfermedad o de muerte. Y quiere que caminemos seguros en búsqueda de esa vida que el quiere ofrecernos; que no temamos hacer como aquella mujer que se acercó a tocarle el manto, y nos acerquemos nosotros hasta el con todo esa oscuridad que muchas veces llevamos dentro. Y con El todo se va a transformar en nuestro interior, todo se va a llenar de luz y de vida.
Tantas veces nos ha tomado de la mano para levantarnos; piensa cuantas veces nos ha regalado el sacramento que nos llenaba de alegría otorgándonos su perdón. Si rebuscamos en nuestro interior encontraremos muchísimos momentos de gracia, por los que quizá no siempre supimos darle gracias y reconocerlo. ‘Te ensalzaré, Señor, porque me has librado’, cantamos en el salmo y muchas veces tenemos que reconocerlo y decirlo.
Tantas situaciones difíciles por las que hemos pasado en la vida y de las que pudimos salir, muchas veces nos parecía que sin saber cómo, pero que si tenemos ojos de fe nos daremos cuenta que allí estaba el Señor ayudándonos y fortaleciéndonos con su gracia. Haz una lectura de tu vida con ojos de fe y serás capaz de reconocer este actuar de la gracia de Dios en ti. Que no nos ceguemos.
Pero es también Buena Noticia que estamos obligados a llevar a los demás. El mundo necesita buenas noticias que llenen los corazones de esperanza y de luz. Y nosotros no podemos cruzarnos de brazos ni encerrarnos en lamentaciones. Podemos tener la tentación de decir que nada se puede hacer en las situaciones difíciles por las que estemos pasando. Oímos hablar continuamente de demasiadas calamidades. Son muchos los sufrimientos que atenazan los corazones de mucha gente a nuestro alrededor. Y estamos obligados a llevar el mensaje de la Buena Noticia a los que nos rodean.
Jesús cuando Jairo le dijo que su niña estaba en las últimas no se contentó con bonitas palabras de consuelo – también las tendría con toda seguridad – sino que le escuchó y se puso a caminar junto a él para llegar hasta donde estaba la niña. Como luego se pondría a hablar con la mujer de las hemorragias o con los que lloraban la muerte de la niña. Detalles de Jesús que hemos de aprender.
Esa disponibilidad y esa acogida es algo que tenemos que aprender a hacer como Jesús poniéndonos al lado de tantos que sufren y seguro que el amor en el corazón nos inspirará muchas cosas que podamos hacer, al menos despertará en nosotros generosidad y solidaridad y en los que nos rodean con su dolor despertará esperanza.
Cuando aprendamos a ser solidarios de verdad, a escuchar y a ponernos a caminar junto al hermano y cuando comencemos a compartir lo que somos, lo que tenemos, lo que es nuestra vida, nuestro tiempo con el otro estaremos empezando a hacer un mundo nuevo y mejor. Serán pequeñas semillitas las que vayamos sembrando, pero si cada uno pone de su parte esa generosidad del corazón mucho será al final lo que podemos hacer y el mundo comenzará a transformarse.
Tenemos que trasmitir vida, llevar vida a los demás, como lo hizo Jesús, porque solo desde el amor se realizará la verdadera transformación, primero de nuestras vidas, y luego también de todo nuestro mundo. ‘Talitha qumí’ tenemos que decir también a cuantos nos rodean con su sufrimiento o con las sombras de su vida, y tender la mano de nuestro amor para levantarlos y llevarles vida, la vida que nos ofrece y regala Jesús. Ven, Señor, y pon tu mano para que el mundo tenga vida.
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