Hacemos Eucaristía y comenzamos a lavarnos los pies los unos a los otros
Éxodo, 12, 1-8.11-14; Sal. 115; 1Cor. 11, 23-26; Jn. 13, 1-15
Todo
estaba debidamente preparado. Los discípulos siguiendo las instrucciones de
Jesús habían ido a la ciudad y le habían trasmitido el encargo. Allí estaba la
sala alta de la casa arreglada con divanes y ahora con todo lo necesario para
celebrar la Pascua, el cordero, los panes ácimos, las lechugas amargas, el
vino, el agua para las purificaciones, todo tal como prescribía la ley de
Moisés.
Pero en el
ambiente había algo distinto, una especial solemnidad. ‘Se acerca el momento’, había dicho Jesús y el evangelista ya nos
dirá que ‘había llegado la hora’. Aquella pascua iba a ser distinta porque
además Jesús comienza haciendo algo inesperado. Normal era ofrecer agua para
lavarse, pero era inusual que el que presidiera la mesa se fajara una toalla
para ponerse a lavar los pies de los comensales. Ese oficio le correspondía a
otros. Bueno, hasta entonces.
Los
apóstoles asombrados no saben qué hacer y Pedro – siempre el impulsivo Pedro el
primero en hablar – se resiste. ‘No me
lavarás los pies jamás’. Pero si no le lavaba los pies no tendría parte con
El, y el amor pudo más: el amor de quien se había puesto a los pies de los
discípulos y el amor del discípulo que impulsivo y todo como era sin embargo
amaba mucho a Jesús y quería hasta dar su vida por El, aunque ya sabemos.
Había
llegado la hora y Dios había de ser glorificado. Había llegado la hora e iba a
comenzar a manifestarse todo lo que era su entrega de amor sin límites.
Comienzan los signos y las lecciones que se prolongarán en la entrega más
absoluta de quien es capaz de dar su vida por aquellos a los que ama. Y así
hacía Jesús. Así era su amor. ‘Habiendo
amado a los suyos los amó hasta el extremo’, nos dirá el evangelista como
cronista y testigo de ese amor. El que siendo Dios se había hecho hombre para
ser como nosotros, toma además la condición de esclavo, la condición del
servidor para lavar los pies, porque quería además lavar el corazón y
transformar la vida.
Es el
momento de lavar los pies; el primer signo que tiene que indicar una
predisposición especial. El que es capaz de los pequeños detalles será capaz de
llegar a las cosas grandes. Como Pedro algunas veces nos resistimos a esos
pequeños detalles; quizá estaríamos dispuestos a grandes cosas, pero los
caminos de Jesús son distintos y hemos de aprender a entenderlos y seguirlos.
Sólo se puede lavar los pies al hermano desde el amor y la humildad; no caben
en los discípulos de Jesús las actitudes de la prepotencia y el orgullo; sólo
amando, que es acercarnos al otro para estar a su altura, para saber estar a su
lado es cómo podemos llegar a lavar los pies al hermano.
Tenemos
que aprender la lección, comprender bien lo que ha hecho y sigue haciendo
Jesús. ‘¿Comprendéis bien lo que he hecho
con vosotros? Me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy.
Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies los unos a los otros; os he dado ejemplo para que lo
que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’. Es el
mandamiento del amor. Es el distintivo de quien sigue a Jesús que no ha de
hacer otra cosa que lo que hace Jesús.
¿Qué ha
hecho el Señor con nosotros? ¿Sólo lavarnos los pies? Eso ha sido solo el
pórtico de esta noche y de esta cena. Eso, podríamos decir, es el primer minuto
de esa hora que ha llegado. Es el pequeño detalle presagio de cosas mayores y
más trascendentales. Seguirá dándonos señales de su entrega. Partirá el pan,
bendecirá la copa, nos los repartirá. ‘Tomad,
comed… Tomad, bebed… es mi Cuerpo entregado por vosotros… es mi Sangre
derramada por vosotros, la de la nueva y eterna alianza, por el perdón de los
pecados’. Nos lo ha recordado Pablo
tal como ya lo vivían las primeras comunidades cristianas.
Se nos
está dando Jesús para que le comamos, para que nos unamos a El, para que
vivamos su misma vida, para que tengamos vida para siempre. Lo había anunciado
en Cafarnaún y entonces no habían entendido. Nos pregunta ahora ‘¿Comprendéis lo que he hecho con
vosotros?’ ¿Comprenderemos de verdad todo lo que está sucediendo? Es una
hora muy solemne. Es mucho lo que está haciendo. Lo de lavar los pies es un
signo que nosotros, es cierto, tenemos que repetir porque hemos de tener sus
mismas actitudes, repetir sus mismos actos, vivir su mismo amor, entregarnos
con su misma entrega. Es pasar por el camino de la humildad y de la sencillez
que nos lleva al verdadero amor.
Estamos
todavía en los signos que nos abren a cosas mayores. Porque comerle a El
significará unirnos a El en la unión más íntima y más profunda; comerle a El es
ser capaz de hacer como El, vivir una entrega como la suya. Y es que cada vez
que comemos de su cuerpo y bebemos de su cáliz estamos anunciando su muerte
hasta que vuelva. La cena de la pascua no se queda en hacer la comida del
Cordero Pascual. Sigue siendo un pórtico que nos lleva a más. Es su Cuerpo
entregado y su Sangre derramada. Y esa entrega se realizó subiendo al madero de
la Cruz; y esa sangre se derramó en lo alto del Calvario. Ese Cuerpo entregado
y esa Sangre derramada son el signo del amor que es capaz de llegar hasta el
extremo. Esa es la hora de la gloria, de la glorificación de Dios.
Es algo
grande y maravilloso lo que hoy sucede. Es un misterio de amor lo que estamos
contemplando y celebrando. Es el misterio del amor de Dios que se derrama sobre
nosotros como el más hermoso perfume y a todos nos envuelve. Nos sentimos
envueltos por el amor de Dios y nos sentimos impulsados a amar con un amor
semejante. Nos lo dejó como señal. Quedó
para nosotros como un mandamiento imborrable. Es el gran signo permanente de su
presencia y de su amor para siempre. Es el Sacramento que adoramos y que nos
alimenta, que nos da fuerzas y nos sirve de viático en nuestro caminar. Es la
Eucaristía. Es el amor.
‘Haced esto en conmemoración mía’,
nos dice. Ya nos había dicho antes ‘haced
vosotros lo mismo’. Tenemos que repetirlo. Tenemos que vivirlo
continuamente. Y celebramos la Eucaristía y estamos haciendo presente su
sacrificio redentor. Y nos alimentamos de la Eucaristía y aprendemos lo que es
el amor verdadero. Y nos reunimos en Eucaristía y sentimos para siempre su
presencia que nos hace entrar en comunión y querernos como hermanos. Y vivimos
la Eucaristía y comenzamos a lavarnos los pies los unos a los otros en el
servicio y en la fraternidad evangélica. Es el compromiso de la Eucaristía que
celebramos.
Es el
Sacrificio y la entrega de Cristo en la cruz. Es el amor de Dios por nosotros y
será para siempre el amor de hermanos que nos vamos a tener. Es el Sacramento
que hoy Cristo en una locura de amor ha instituido para hacerse comida y
alimento de nuestra vida y de nuestro amor, y para ser viático, acompañante, de
nuestro camino. Qué maravilla lo que hoy celebramos.
‘Haced esto en conmemoración mía’,
les dice a los apóstoles reunidos en torno a El e instituye el Sacerdocio del
Nuevo Testamento que nos hace partícipes de su mismo Sacerdocio. Hoy día de la
Eucaristía y del amor fraterno es también día del Sacerdocio. Para que podamos
tener Eucaristía nos ha dejado a los sacerdotes que participando del sacramento
de Cristo nos hacen posible la Eucaristía y presidirán en el amor y en el
nombre de Cristo a la comunidad para ofrecernos el alimento de su gracia divina
a través de su ministerio sacerdotal.
Algo
distinta fue aquella cena pascual. Algo especial estaba allí sucediendo. Algo
grandioso estamos nosotros hoy celebrando. Es la cena del Señor. Aquí está el
verdadero Cordero Pascual inmolado por nosotros. Ya no es aquella cena en que comían
el cordero pascual como recuerdo de una pascua. Ahora para nosotros es pascua
porque es el paso del Señor hoy y aquí para nosotros, para nuestra vida, para
nuestro mundo.
Es Cristo
mismo, verdadero Cordero de Dios, que está en medio nuestro, que quiere llegar
a nuestro corazón porque también nosotros tenemos una misión en medio de
nuestro mundo. Tenemos que ir a llevar su amor, tenemos que ir a lavar los pies
en tantos hermanos que sufren y a los que tenemos que llevar la luz de Jesús.
No olvidemos que celebrar la Eucaristía nos compromete a llevar ese amor de
Jesús al mundo que nos rodea y tan falto de él está.
El signo
que va a realizar el sacerdote repitiendo el gesto de Jesús tiene que reflejar
lo que la comunidad, la Iglesia quiere hacer en medio de nuestro mundo. Es el
día del amor. Impregnemos nuestro mundo de ese amor. Tenemos tantos motivos
para creer en El.
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