Por el gran amor con que nos amó
2Cron. 36, 14-16.19-23; Sal. 136; Ef. 2, 4-10; Jn. 3, 14-21
No sé si alguna vez han tenido la experiencia de
alguien que os dice con dolorosa amargura y soledad ‘a mi nadie me quiere’, o ‘no
merezco que nadie me quiera’. Es dura y amarga la experiencia de sentirse
así, y aunque nos parezca mentira hay muchos más de los que pensamos en nuestro
entorno que se sienten con esa amargura y soledad en el corazón. Una
experiencia compartida así no nos puede dejar insensibles y ante situaciones
así no nos podemos quedar tan tranquilos y algo tendríamos que hacer para
ayudar a personas que se sientan así.
De todas formas pienso que quien ha puesto su fe en
Jesús, un cristiano, de ninguna manera puede sentirse así. Esa visión negativa
de sí mismo no cabe dentro de la fe que tenemos en Jesús. Hoy precisamente lo
que nos dice el Señor en su Palabra que hemos proclamado en este cuarto domingo
de cuaresma el mensaje es totalmente distinto, porque todo nos habla del amor
que el Señor nos tiene, un amor fiel e incondicional que siempre nos está
ofreciendo el Señor.
Vayamos por partes en los diferentes textos. La
experiencia de fidelidad a Dios por parte del pueblo judío no era precisamente
positiva. Pero aún así no falta la fidelidad del Señor a su Alianza y el envío
que hace continuamente de profetas y de quienes anuncien y traigan tiempos de
liberación y de paz.
‘Todos los jefes de
los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades y mancharon la casa
del Señor… les envió avisos por medio de los mensajeros… pero se burlaron de
los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus
profetas…’ Pasarán
luego años de cautiverio llevados lejos del templo y de su nación, pero veremos
cómo al final suscitará un rey, Ciro, Rey de Persia, al que incluso los
profetas llamarán Ungido del Señor, que les dará la libertad y les permitirá
volver a su tierra y reconstruir el templo y la ciudad de Jerusalén. Es una
muestra más del amor del Señor por su pueblo, aunque no lo merecieran a causa
de su infidelidad y pecado. Se sentirán amados del Señor.
San Pablo nos hablará de la riqueza del amor y de la
misericordia del Señor. ‘Dios, rico en
misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por
los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo – por pura gracia estáis salvados –
nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con El’.
Otro texto, pues, que nos habla del amor que Dios nos tiene. Nos tenemos que
sentir amados de Dios, aunque no lo merezcamos, porque El nos regala su amor. ‘Por pura gracia estáis salvados…’ nos
dice.
En el evangelio, en la conclusión de ese diálogo entre
Jesús y Nicodemo, se nos llegará a expresar la sublimidad de ese amor que Dios
nos tiene y que nos manifiesta en Jesús. ‘Por
el gran amor con que nos amó’, nos decía san Pablo. Ahora en el evangelio
se nos dice que ‘tanto amó Dios al mundo
que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en El,
sino que tengan vida eterna’. Así de inmenso y sublime es el amor que Dios
nos tiene. No quiere la muerte sino la vida; no viene a condenarnos sino a
salvarnos; viene para que nos arranquemos de las tinieblas y vivamos para
siempre en la luz de la salvación. Así nos sentimos amados de Dios.
Levantamos nuestra mirada a lo alto, levantamos nuestra
mirada a la Cruz para contemplar a Cristo, el que está colgado del madero,
porque ahí, en Cristo, encontramos la vida, la salvación, el amor eterno de
Dios que quiere para nosotros vida eterna. ‘Lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en El tenga vida eterna’, nos ha
dicho hoy el evangelio.
En este camino hacia la Pascua que vamos haciendo en
esta Cuaresma la Palabra del Señor que hoy se nos ha proclamado y con la que
estamos reflexionando es un rayo de luz que nos llena de esperanza y nos
estimula fuertemente en este camino. Sentirnos queridos y amados es la
experiencia más reconfortante que podemos tener. Por eso nos sentimos
impulsados a seguir haciendo con intensidad este camino porque queremos llegar
hasta la Pascua, porque queremos que se realice ese ‘paso de Dios’ por nuestra
vida que nos regala amor, que nos trae la salvación, que nos hace hombre nuevo.
Ya hablábamos al principio de lo duro que es el no
sentirse querido por nadie, la soledad y hasta amargura que se siente en el
alma. Un camino cierto de felicidad es el amar y el sentirse amado. Por eso el
mensaje que nos ofrece la Palabra de Dios hoy nos llena de tanta alegría y
esperanza. Nos sentimos amados de Dios. ¡Y de qué manera! Dios nos ha entregado
a su propio Hijo y en El se nos está manifestando todo lo que es el amor de
Dios. Un amor que nos llama, que nos busca, que nos regala, que nos perdona,
que nos da vida.
Queremos sentirnos amados así; tenemos la certeza de
que así Dios nos ama y eso nos reconforta; queremos vivir en la luz, para
realizar las obras de la luz. Muchas veces, es cierto, hemos preferido las
tinieblas, porque nos hemos dejado arrastrar por el pecado. ¿No conocíamos todo
lo que era el amor de Dios? ¿Lo habíamos olvidado o se nos había ofuscado
nuestra mente para vivir en el error y en las tinieblas?
Queremos pedirle al Señor que nos dé la fuerza de su
Espíritu para mantenernos firmes en nuestra fe, para seguir creciendo más y más
en ese conocimiento de Jesús, ese conocimiento del misterio de Cristo, para
mantenernos en fidelidad en este camino de amor que Jesús nos traza delante de
nuestra vida. ‘Que el pueblo cristiano se
apresure con fe viva y entrega generosa a celebrar las próximas fiestas
pascuales’, hemos pedido en la oración de la liturgia. En eso queremos
empeñarnos de verdad.
Desde la experiencia con que partíamos en nuestra
reflexión de tantos que sufren por no sentirse amados creo que habría de haber un
compromiso por nuestra parte. No podemos permitir que nadie sufra por falta de
amor; nosotros hemos de ser sembradores de amor allá por donde vayamos porque
así haremos más felices a los que nos rodean; repartamos amor, comprensión,
cercanía, cariño a cuantos nos vamos tropezando por los caminos de la vida.
Es fácil regalar una sonrisa a alguien, tener un gesto
amable con quien nos vamos encontrando, ofrecer una palabra de amistad, de
cercanía, de interés generoso por quien está a nuestro lado; cuántas cosas
podemos hacer. Y por supuesto hacerles ver a través de nuestro amor, a través
de los gestos de nuestra vida que se sienten amados de Dios. Es un mensaje de
evangelio bien hermoso que podemos llevar a los demás.
Finalmente una palabra para esta Jornada que estamos
celebrando en la Iglesia en España, el Día del Seminario. ‘Pasión por el evangelio’
es el lema que se nos ofrece este año ‘en una clara referencia a la vocación
sacerdotal entendida como una energía interior, un movimiento del corazón, una realidad
arraigada en los más profundo del alma’, como nos dice nuestro obispo en su
mensaje.
‘También, con la
celebración Día del Seminario, tomamos conciencia de la importancia y necesidad
de los sacerdotes en la vida de la Iglesia. Ellos son ministros de Cristo. Él
mismo los ha elegido y consagrado para que, en su nombre, prediquen el
Evangelio, celebren los sacramentos y guíen a los fieles hacia la madurez
cristiana’, nos
sigue diciendo.
No podemos entrar en todos los detalles de su mensaje,
pero resaltamos cómo ‘La oración confiada
por las vocaciones se hace imprescindible. ¿Queremos sacerdotes? Tenemos que
pedírselos al Señor. Sólo Él puede seducir el corazón de los jóvenes… Pero,
junto con la oración debemos ayudar a los jóvenes a escuchar a Dios. Tenemos
que abrir su mente y su corazón a la posibilidad de que Dios cuente con ellos y
les llame. Tenemos que ser "voz de Dios" para ellos, proponiéndoles
abiertamente la llamada al sacerdocio’.
Termina
diciéndonos el obispo que ‘al
celebrar un año más el Día del Seminario les invito a todos a promover las
vocaciones al sacerdocio y a prestar un mayor a apoyo a la formación de los
futuros sacerdotes. Junto con la oración, la colaboración económica es
necesaria para que el Seminario pueda realizar su cometido’.
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