Ascendamos al Tabor que tras la subida del calvario nos encontraremos el resplandor de la resurrección
Gén. 22, 1-2.9-13.15-18; Sal. 115; Rm. 8, 31-34; Mc. 9, 2-10
El camino de la Cuaresma lo podemos considerar como una
ascensión, una subida. Caminamos en la Cuaresma hacia la Pascua, realizamos
nuestras ascensión y subida como Jesús que subía a Jerusalén donde había de
realizarse su Pascua salvadora. Realmente así podemos considerar el camino de
nuestra vida cristiana. La ascensión, la subida siempre es costosa y exige
esfuerzo pero no nos importa cuando sabemos que la meta merece la pena.
Subir a Jerusalén, subir a la montaña, subir hasta la
cruz y el calvario tiene sus exigencias, significa un esfuerzo muchas veces
costoso y doloroso, pero sabemos que la Pascua siempre culmina en resurrección
y en vida, aunque haya antes que entregarla.
La primera lectura nos habla de una subida costosa y
dolorosa. Subir a la montaña que le indicaba el Señor le fue costoso y doloroso
a Abrahán, como hemos escuchado. ‘Toma a
tu hijo único, al que quieres, a Isaac… y ofrécemelo en sacrificio en uno de
los montes que yo te indicaré’, le pide el Señor a Abrahán. Duro tenía que
ser el camino; podemos imaginar fácilmente los sentimientos de su corazón; el
sacrificio que iba ofreciendo ya desde el camino era grande. Pero Abrahán se
puso en camino para el sacrificio como le había indicado el Señor y como ya
había hecho un día cuando salió de su patria y de su tierra a la tierra que el
Señor le iba a indicar.
La subida al Tabor también tenía sus exigencias y
suponía un esfuerzo. Bien sabemos que cuando queremos subir a lo alto de una
montaña tenemos que desprendernos de muchas rémoras y pesos muertos que
dificultarían la ascensión. En el entorno de este acontecimiento maravilloso
Jesús había hablado de pasión y de muerte, había anunciado la cruz y tambien
les había hablado de resurrección, aunque a ellos les costaba entender. De
muchas cosas, ideas preconcebidas hay que desprenderse para captar en toda su
hondura los anuncios o el mensaje de Jesús.
Ahora Jesús habia invitado a sus tres discípulos
predilectos, Pedro, Santiago y Juan, a subir con El a lo alto de la montaña
para orar ‘y se transfiguró delante de
ellos’. Todo tenía su significado y sentido. Allí sucederían cosas
maravillosas y se nos iba a revelar la gloria del Señor. Una gran noticia, una
Buena Noticia tenía Dios para nosotros en lo alto de la montaña. Es una teofanía
lo que contemplamos. Es una revelación del misterio de Dios. Así se manifiesta
tantas veces el amor del Señor.
En lo alto de la montaña ahora todo brillaba con
resplandores de cielo. Serán los vestidos
de un blanco deslumbrador que nos describe el evangelista; serán las
apariciones de ‘Elías y Moisés,
conversando con Jesús’, signos de la ley y los profetas ; será la nube que los envuelve o la voz del cielo que señala a
Jesús como el Hijo amado del Padre: ‘Este
es mi Hijo amado, escuchadlo’. Será luego el silencio y la soledad de lo
que sigue sin terminar de comprender por parte de los discíopulos lo que Jesús
les sigue anunciando, pues de aquello no
podrán hablar hasta después que resucite de entre los muertos, que ellos
siguen sin comprender.
Pero allí se ha manifestado la gloria del Señor. Y todo
lo que ha sucedido viene a alentar la fe de los apóstoles porque ‘después de anunciar su muerte a los
discípulos les mostró en ell monte santo el resplandor de su gloria, para
testimoniar de acuerdo con la ley y los profetas que la pasión es el camino de
la resurrección’.
En nuestra subida a Jerusalén, nuestra subida a la
Pascua que es este camino de Cuaresma que vamos haciendo necesitamos también
contemplar el resplandor de la gloria del Señor que nos prefigure y nos anuncie
el resplandor de la resurrección. Necesitamos avivar nuestra esperanza.
Necesitamos vislumbrar la meta a la que deseamos llegar para sentirnos así
alentados en ese camino de superación, de purificación, de crecimiento interior
que tiene que ser nuestra cuaresma.
Un camino que, como el de Abrahán, nosotros necesitamos
hacer también con una profunda purificación interior. Abrahán supo ofrecer el
sacrificio más doloroso desde lo hondo de su corazón de estar dispuesto a
sacrificar a su hijo único, como se lo pedía el Señor; y nosotros también hemos
de hacer un sacrificio de nuestro yo más hondo; hemos de hacer también una
purificación grande de nuestra vida; hemos de aprender a desprendernos también
de muchas cosas que nos impiden ascender en ese camino de gracia y de santidad.
La ascensión en nuestra vida es costosa; el deseo de
superación y crecimiento que hemos de tener allá en lo más hondo de nosotros
mismos muchas veces se puede ver como apagado porque muchas son las tentaciones
que nos acechan o que nos atraen; cargar con la cruz de la negación de nosotros
mismos no siempre es fácil porque aparece nuestro otgullo o nuestro amor propio
que nos cautiva y nos engaña con falsos señuelos de grandezas y reconocimientos
humanos; el desprendimiento que daría generosidad al corazón sin embargo
produce desgarros en el alma porque son muchos los apegos que tenemos en el
corazón.
Cuando brilla ante nuestros ojos el resplandor de la
transfiguración su luz nos hará mirar con mirada distinta todas las cosas y
también nuestra propia vida. Al resplandor de esa luz descubriremos quizá
muchas oscuridades, muchas zonas de sombra y negrura en nuestra vida que
necesitaremos analizar, revisar, purificar, iluminar con la nueva luz de la
gracia del Señor. Es momento de reflexión, de revisión, de mucha oración para
dejar que la Palabra ilumine totalmente nuestra vida y todo pueda comenzar a
hacerse nuevo; pueda brotar el hombre nuevo de la gracia y la santidad de Dios.
Tenemos que mirar a cara descubierta la luz que brota
del Tabor de la Transfiguración para que tengamos el coraje y la valentía de
ponernos a seguir a Jesús con toda radicalidad. La luz de Cristo nunca nos
producirá encandilamientos sino que nos atraerá suavemente y con firmeza a
seguir con seguridad los caminos del evangelio. Tenemos que dejarnos cautivar
por esa luz que es la luz de la vida y de la resurrección. Tenemos que dejarnos
iluminar por esa luz para que luego también nosotros podamos iluminar a los
demás.
Es Jesús, es el Hijo amado del Padre a quien tenemos
que escuchar, y a quien queremos seguir. Estando con Jesús no tememos ya la
subida del calvario y de la cruz porque subiendo al Tabor con Jesús hemos
aprendido a seguir con más libertad interior los caminos del evangelio y
sabemos a ciencia cierta que detrás está siempre la vida y la resurrección. Es
en lo que de alguna manera nos vamos entrenando en este camino de la Cuaresma
con nuestras penitencias y nuestras austeridades, con nuestra escucha atenta de
la Palabra y con la oración que queremos intensificar.
Sigamos haciendo con todo fervor este camino cuaresmal;
que se intensifique nuestra oración y nuestra escucha de la Palabra, porque
seguro que el Señor querrá seguir manifestándonos muchas cosas, muchos
resplandores de luz. Dejémonos conducir por la fuerza de su Espíritu para que
nazca ese hombre nuevo en nosotros con la resurrección del Señor.
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