Es navidad fiesta de gozo y salvación
Tenemos que repetir el anuncio sin cansarnos. Hoy es un día de alegría desbordante. ‘Fiesta de gozo y salvación con alegría desbordante’, ya decíamos hace días en nuestras oraciones y para eso nos preparábamos. ‘Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’. Los pastores, aunque con gran temor cuando los envolvió la gloria del Señor con su claridad, creyeron el anuncio de los ángeles y corrieron hasta Belen.
Nuestra noche también se ha llenado de claridad y resplandor en el nacimiento de Jesús. Desaparecen las tinieblas y todo se llena de luz no porque pongamos unas lucecitas tintineantes, sino porque la luz que brota del portal de Belén es la verdadera luz que nos ilumina y nos trasforma, es la luz que nos llena de gracia y nos hace contemplar a Dios. ‘El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande… una luz les brilló…’ que decía el profeta. Así nosotros también en esta noche que se convierte en noche de luz y de vida.
Hemos venido nosotros también hasta Belén. Hemos escuchado ese anuncio y nosotros también queremos comunicárselo a los demás. En la ciudad de David, en Belén, nos ha nacido el Salvador; es el Señor. Es Jesús, el hijo de María pero que es nuestro salvador. Así le dijo el ángel que había que llamarlo. Su nombre nos viene del cielo. Es el Hijo del Altísimo que le anunció el ángel a María, porque es el Hijo de Dios. El Señor está con nosotros. Es el Emmanuel anunciado por los profetas. Dios está aquí. Dios está en medio de nosotros.
Así lo contemplamos en el relato sencillo y a la vez asombroso que nos hace Lucas del nacimiento de Jesús. Sencillo porque podría parecer simplemente el nacimiento de un niño de unos padres pobres y emigrantes, como tantos que podemos ver a nuestro lado, que no tienen donde guarecerse y se tienen que acomodar en la pobreza de una cueva o un estable. Pero es al mismo tiempo impresionante lo que estamos contemplando porque quien nace allí de María es Dios que se ha hecho hombre. El que viene a asumir nuestra naturaleza y condición mortal y lo hace en la más extrema pobreza es el mismo Dios que será nuestro Salvador. Cuántas cosas nos podría enseñar esta escena maravillosa que contemplamos.
Lo esperábamos, lo buscábamos. Queríamos llenar nuestro corazón de esperanza, y de esperanza de la verdadera. Había ansias de cosas grandes en nuestro corazón; presentíamos que tenía que haber algo que diera hondura a nuestra vida, que saciara nuestras aspiraciones más hondas, o que elevara nuestro espíritu a algo más alto o más espiritual. Buscábamos una salvación que nos diera nueva vida. Estábamos buscando a Dios quizá sin saberlo y Dios nos ha salido al encuentro, ha venido a estar con nosotros, se ha encarnado en el seno de María para hacerse hombre como nosotros pero para ser también Emmanuel, Dios con nosotros. Deseado de las naciones, esperanza de los hombres, consuelo de los afligidos, vida y luz para los que estamos en las tinieblas de la muerte del pecado, Buena Noticia para los pobres y los que sufren.
Queríamos encontrarnos con la Salvación y la Salvación ha llegado, ha llegado el Salvador. Tenemos que alegrarnos, tenemos que hacer fiesta, tenemos que gozarnos desde lo más hondo, porque ha llegado lo más grande y más hermoso que podíamos esperar. Nos ha llegado Dios. Por eso para los cristianos hoy es un día de fiesta especial. La celebración de esta fiesta cristiana ha contagiado al mundo a través de la historia, aunque quizá hoy siga habiendo gente que celebre la Navidad sin saber bien lo que es la Navidad. ¿Necesitará unos nuevos ángeles que lo anuncien para que todos los sepan de verdad? ¿No tendríamos que hacer ese anuncio los cristianos dándole un verdadero sentido a la Navidad?
Nosotros no podemos olvidar ese auténtico sentido de la Navidad. Nada ni nadie podrá apagarnos esa alegría. Nadá tedrá que apartarnos de lo que es el centro de la Navidad, el nacimiento del Salvador. Nuestra alegría no se puede desvirtuar. No podemos distraernos con otras cosas. Todo esto, mejor aún, Cristo Jesús tiene que ser en verdad el centro de nuestra celebración de la navidad como es el centro de nuestra vida.
Ahora sí que decimos Jesús con el más profundo amor y con el más verdadero sentido. Lo hemos visto, está con nosotros. Diremos Jesús porque con su salvación ha comenzado algo nuevo en nuestra vida. Es el tronco viejo lleno de pecado que ha reverdecido para hacer brotar una flor nueva, una vida nueva. Recordemos el tronco de Jesé anunciado por el profeta. En la fría y oscura noche de nuestras dudas y de las tinieblas de nuestras infidelidades ha brotado una primavera llena de flores nuevas prometedoras de buenas frutos. Cristo que nace en nuestra vida y en nuestro corazón hará surgir esa nueva primavera para el mundo con el testimonio de nuestras obras de amor.
‘Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres…’ nos decía el apóstol. Hemos visto aparecer la gracia Dios en el niño recién nacido en Belén porque es Dios que viene a nosotros y con El todo es gracia, todo es vida, todo es regalo de Dios, todo es amor y salvación.
‘Ha aparecido la gracia de Dios…’ Es la vida de la gracia en la que nos sentimos tan amados que ya nos sentimos y somos hijos en el Hijo que nos regala su vida divina. Es la vida nueva de la gracia que, porque nos sentimos amados, aprendemos de verdad lo que es el amor y ahora sí que comenzamos a amarnos con un amor nuevo y de verdad. Es la vida nueva de la gracia que nos hace sentirnos hermanos y se ha creado una comunión nueva y paz y armonía entre todos nosotros.
Con el nacimiento de Jesús florecen ya en nuestro corazón esos valores tan hermosos que nos hacen más solidarios y más generosos, que nos llevan a compartir y a ser capaces de amar de corazón, que nos comprometen a hacer un mundo más justo y más lleno de paz, que llenan nuestro corazón de misericordia y de compasión. Era lo que pedíamos de corazón en este camino que hemos seguido de preparación y en lo que hemos ido ejercitándonos; y ya lo tenemos aquí. Cristo está con nosotros y ya vivimos una vida nueva. Es lo que con la navidad tiene que resplandecer en nosotros.
Esta noche santa y preciosa del nacimiento del Señor parece que nos amamos más, todos nos deseamos mucha felicidad y mucha paz, todos hacemos lo posible por encontrarnos con los seres queridos para hacerlos felices, con los amigos para compatir y parece que ya vamos derramando amor sobre todos los que nos encontramos.
Que desborde nuestra alegría y contagiemos a los demás. Nadie puede estar triste a nuestro lado sin que le ofrezcamos nuestro consuelo. Nadie se puede sentir solo porque ahí estamos nosotros para ofrecerle nuestra compañía y nuestro cariño que alivie soledades. Repartamos sonrisas de amor y alegremos el corazón de los que están tristes o sufren por cualquier motivo.
Es lo que queremos hacer para que sea verdadera navidad, para no quedarnos en cosas superficiales, sino para con nuestro amor hacer presente de verdad a Jesús en nuestro mundo, en ese mundo en el que vivimos, empezando por el ámbito familiar o donde realizamos nuestra convivencia. Será así como vivamos verdadera navidad.
‘Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor’, proclamaba todo el coro celestial alabando a Dios. Que nuestra navidad, esta celebración que ahora estamos viviendo pero todo lo que va a ser nuestra fiesta navideña sea en verdad para la gloria de Dios y para hacer llegar la paz a todos los hombres, porque todos somos amados de Dios.
Nuestra noche también se ha llenado de claridad y resplandor en el nacimiento de Jesús. Desaparecen las tinieblas y todo se llena de luz no porque pongamos unas lucecitas tintineantes, sino porque la luz que brota del portal de Belén es la verdadera luz que nos ilumina y nos trasforma, es la luz que nos llena de gracia y nos hace contemplar a Dios. ‘El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande… una luz les brilló…’ que decía el profeta. Así nosotros también en esta noche que se convierte en noche de luz y de vida.
Hemos venido nosotros también hasta Belén. Hemos escuchado ese anuncio y nosotros también queremos comunicárselo a los demás. En la ciudad de David, en Belén, nos ha nacido el Salvador; es el Señor. Es Jesús, el hijo de María pero que es nuestro salvador. Así le dijo el ángel que había que llamarlo. Su nombre nos viene del cielo. Es el Hijo del Altísimo que le anunció el ángel a María, porque es el Hijo de Dios. El Señor está con nosotros. Es el Emmanuel anunciado por los profetas. Dios está aquí. Dios está en medio de nosotros.
Así lo contemplamos en el relato sencillo y a la vez asombroso que nos hace Lucas del nacimiento de Jesús. Sencillo porque podría parecer simplemente el nacimiento de un niño de unos padres pobres y emigrantes, como tantos que podemos ver a nuestro lado, que no tienen donde guarecerse y se tienen que acomodar en la pobreza de una cueva o un estable. Pero es al mismo tiempo impresionante lo que estamos contemplando porque quien nace allí de María es Dios que se ha hecho hombre. El que viene a asumir nuestra naturaleza y condición mortal y lo hace en la más extrema pobreza es el mismo Dios que será nuestro Salvador. Cuántas cosas nos podría enseñar esta escena maravillosa que contemplamos.
Lo esperábamos, lo buscábamos. Queríamos llenar nuestro corazón de esperanza, y de esperanza de la verdadera. Había ansias de cosas grandes en nuestro corazón; presentíamos que tenía que haber algo que diera hondura a nuestra vida, que saciara nuestras aspiraciones más hondas, o que elevara nuestro espíritu a algo más alto o más espiritual. Buscábamos una salvación que nos diera nueva vida. Estábamos buscando a Dios quizá sin saberlo y Dios nos ha salido al encuentro, ha venido a estar con nosotros, se ha encarnado en el seno de María para hacerse hombre como nosotros pero para ser también Emmanuel, Dios con nosotros. Deseado de las naciones, esperanza de los hombres, consuelo de los afligidos, vida y luz para los que estamos en las tinieblas de la muerte del pecado, Buena Noticia para los pobres y los que sufren.
Queríamos encontrarnos con la Salvación y la Salvación ha llegado, ha llegado el Salvador. Tenemos que alegrarnos, tenemos que hacer fiesta, tenemos que gozarnos desde lo más hondo, porque ha llegado lo más grande y más hermoso que podíamos esperar. Nos ha llegado Dios. Por eso para los cristianos hoy es un día de fiesta especial. La celebración de esta fiesta cristiana ha contagiado al mundo a través de la historia, aunque quizá hoy siga habiendo gente que celebre la Navidad sin saber bien lo que es la Navidad. ¿Necesitará unos nuevos ángeles que lo anuncien para que todos los sepan de verdad? ¿No tendríamos que hacer ese anuncio los cristianos dándole un verdadero sentido a la Navidad?
Nosotros no podemos olvidar ese auténtico sentido de la Navidad. Nada ni nadie podrá apagarnos esa alegría. Nadá tedrá que apartarnos de lo que es el centro de la Navidad, el nacimiento del Salvador. Nuestra alegría no se puede desvirtuar. No podemos distraernos con otras cosas. Todo esto, mejor aún, Cristo Jesús tiene que ser en verdad el centro de nuestra celebración de la navidad como es el centro de nuestra vida.
Ahora sí que decimos Jesús con el más profundo amor y con el más verdadero sentido. Lo hemos visto, está con nosotros. Diremos Jesús porque con su salvación ha comenzado algo nuevo en nuestra vida. Es el tronco viejo lleno de pecado que ha reverdecido para hacer brotar una flor nueva, una vida nueva. Recordemos el tronco de Jesé anunciado por el profeta. En la fría y oscura noche de nuestras dudas y de las tinieblas de nuestras infidelidades ha brotado una primavera llena de flores nuevas prometedoras de buenas frutos. Cristo que nace en nuestra vida y en nuestro corazón hará surgir esa nueva primavera para el mundo con el testimonio de nuestras obras de amor.
‘Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres…’ nos decía el apóstol. Hemos visto aparecer la gracia Dios en el niño recién nacido en Belén porque es Dios que viene a nosotros y con El todo es gracia, todo es vida, todo es regalo de Dios, todo es amor y salvación.
‘Ha aparecido la gracia de Dios…’ Es la vida de la gracia en la que nos sentimos tan amados que ya nos sentimos y somos hijos en el Hijo que nos regala su vida divina. Es la vida nueva de la gracia que, porque nos sentimos amados, aprendemos de verdad lo que es el amor y ahora sí que comenzamos a amarnos con un amor nuevo y de verdad. Es la vida nueva de la gracia que nos hace sentirnos hermanos y se ha creado una comunión nueva y paz y armonía entre todos nosotros.
Con el nacimiento de Jesús florecen ya en nuestro corazón esos valores tan hermosos que nos hacen más solidarios y más generosos, que nos llevan a compartir y a ser capaces de amar de corazón, que nos comprometen a hacer un mundo más justo y más lleno de paz, que llenan nuestro corazón de misericordia y de compasión. Era lo que pedíamos de corazón en este camino que hemos seguido de preparación y en lo que hemos ido ejercitándonos; y ya lo tenemos aquí. Cristo está con nosotros y ya vivimos una vida nueva. Es lo que con la navidad tiene que resplandecer en nosotros.
Esta noche santa y preciosa del nacimiento del Señor parece que nos amamos más, todos nos deseamos mucha felicidad y mucha paz, todos hacemos lo posible por encontrarnos con los seres queridos para hacerlos felices, con los amigos para compatir y parece que ya vamos derramando amor sobre todos los que nos encontramos.
Que desborde nuestra alegría y contagiemos a los demás. Nadie puede estar triste a nuestro lado sin que le ofrezcamos nuestro consuelo. Nadie se puede sentir solo porque ahí estamos nosotros para ofrecerle nuestra compañía y nuestro cariño que alivie soledades. Repartamos sonrisas de amor y alegremos el corazón de los que están tristes o sufren por cualquier motivo.
Es lo que queremos hacer para que sea verdadera navidad, para no quedarnos en cosas superficiales, sino para con nuestro amor hacer presente de verdad a Jesús en nuestro mundo, en ese mundo en el que vivimos, empezando por el ámbito familiar o donde realizamos nuestra convivencia. Será así como vivamos verdadera navidad.
‘Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor’, proclamaba todo el coro celestial alabando a Dios. Que nuestra navidad, esta celebración que ahora estamos viviendo pero todo lo que va a ser nuestra fiesta navideña sea en verdad para la gloria de Dios y para hacer llegar la paz a todos los hombres, porque todos somos amados de Dios.
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