Mal. 3, 19-20;
Sal. 97;
2Tes. 3, 7-12;
Lc. 21, 5-19
Salían o entraban en Jerusalén, desde el camino del Monte de los Olivos la visión que se tiene de la ciudad de Jerusalén es maravillosa, y en primer término se alzaba el templo con toda su majestuosidad. Por eso no dice el evangelista que ‘algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos’. Actualmente a media ladera hay una pequeña capilla, desde la que se contempla en una visión espectacular la ciudad santa, llamada ‘dominus flevit’, donde lloró Jesús al contemplar a Jerusalén y la poca respuesta que en ella había encontrado.
Pero el comentario de los que acompañaban le da ocasión a Jesús para hacernos unos anuncios, que no sólo se van a referir a la pronta destrucción de Jerusalén – ‘esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra; todo será destruido’ – sino que preparará a los discípulos para el camino que van a seguir detrás de él.
Jesús nos pone en camino, pero no nos deja solos; es más, nos prepara previniéndonos de todo lo que nos puede suceder, porque el camino no va a ser fácil. Claro que el discípulo no es más que su maestro y si El tuvo que hacer un camino que le hizo pasar por el calvario y la cruz, al discípulo no le va a faltar también esa parte de la pasión en su pascua. Pero ya de antemano hay que decir que no es que Jesús nos quiera aguar las cosas hablándonos sólo de las dificultades, sino que nos anuncia que el que persevere alcanzará la salvación. Junto a la cruz siempre tenemos que ver los resplandores de la vida y de la resurrección.
Reconozcamos que en el fondo nosotros desearíamos caminos triunfales antes que otra cosa. Cuando hay momentos de esplendor parece que nos entusiasmamos y nos puede parecer que no todo está tan mal. Pasamos por momentos de euforia y entusiasmo, que también nos son necesarios, pero hemos de ser conscientes de todo lo que significa el camino del seguimiento de Jesús que no está siempre en grandes manifestaciones o en multitudes clamorosas.
‘Cuidado con que nadie os engañe’, nos previene Jesús, para que entendamos cuál es el verdadero camino de su seguimiento. Y nos pueden engañar prometiéndonos triunfalismos y visiones clamorosas, pero también asustándonos con los malos momentos por los que podemos pasar o haciendo lecturas excesivamente negras y pesimistas de los acontecimientos actuales que podamos vivir o padecer. Hemos de saber hacer una lectura de los signos de los tiempos que van apareciendo en el devenir de la historia o de los acontecimientos para ver realmente qué es lo que el Señor nos quiere decir o nos pide. No siempre es fácil.
Jesús cuando habla hoy en el evangelio de la destrucción del templo, de guerras y calamidades, de enfrentamientos entre pueblos y de malos momentos de terremotos, epidemias o hambre, está partiendo simplemente de aquello que podía dolerle al pueblo judío desde su propia historia. El templo era todo un símbolo de unidad del pueblo de Israel además de la presencia de Dios en medio del pueblo. Su historia había estado marcada a través de los tiempos por guerras y enfrentamientos, por momentos de miseria y hambre en desiertos y cautividades. Hablar de esos signos sería muy significativo para ellos porque lo que se le anunciaba podía significar incluso perder su identidad como pueblo.
Para nosotros también pueden ser un signo que nos hable también de muchas cosas que nos suceden y que tenemos que saber entender bien. Momentos difíciles también podemos pasar en la increencia o la indiferencia religiosa que nos rodea; momentos de desánimos y de desorientación en muchos aspectos en los que nos podemos encontrar en lo social, en lo cultural, también en el ámbito religioso; gente que no cree en nada, o gente que hace una mezcolanza en creencias y religiosidades muchas veces rayanas con un nuevo paganismo y que llevan a un sincretismo peligroso; corrientes de pensamiento y culturales que confunden cuando no estamos debidamente preparados; descalificación de todo lo que suene a religión y auténtica espiritualidad cuando no persecución abierta o solapada de todo lo que lleve el nombre cristiano; pérdida del sentido moral con lo que ya parece que no hay límites éticos para nada; enfrentamientos por veinte mil motivos que nos llevan a la división y al no entendimiento, y así muchísimas cosas que nos confunden. Sin olvidar, por supuesto, la crisis social y económica por la que pasa la sociedad actual.
Y Jesús nos dice ‘cuidado con que nadie os engañe’. Y cuando nos habla de las persecuciones por los que hemos de pasar - ‘os echarán mano, os perseguirán… os harán comparecer ante reyes y gobernadores… por causa mía…’ – nos dice que así tendremos ‘ocasión de dar testimonio’. Pero nos dice más, que no nos preocupemos porque ‘yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro’.
Nos está prometiendo que no nos faltará el Espíritu Santo que nos dará sabiduría, que nos dará fortaleza, que nos dará esa gracia que necesitamos en cada momento y en cada situación. De esto tenemos que estar bien convencidos. No nos puede faltar la fe en las palabras de Jesús. No nos faltará esa confianza y esa esperanza. El Señor está con nosotros. Hemos de saber contar con El. Los que nos rodean quizá no nos entenderán. Ya nos decía Jesús que la oposición nos puede venir incluso de los más cercanos a nosotros.
El hombre de fe, la persona de fe sabe que su confianza está totalmente puesta en el Señor. El que no tiene fe no podrá entender estas cosas. Pero ese es el testimonio que nosotros hemos de dar. Esa paz que no nos faltará ni en los momentos más difíciles, sea cual sea la situación por la que pasemos, es nuestra fortaleza y el mejor testimonio que podemos dar. ‘Los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia’, nos decía el profeta.
‘Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá, terminará diciéndonos Jesús; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’. Seguimos el camino de Jesús aunque haya momentos duros y difíciles. Pero ese camino no lo estamos haciendo solos. Es el camino de tantos hermanos a nuestro lado que pasan por la misma lucha. Mutuamente nos ayudamos y nos animamos, puesta nuestra fe y esperanza en el Señor. No lo hacemos solos porque siempre el Señor está a nuestro lado con la fuerza y la gracia de su Espíritu.
Pero el comentario de los que acompañaban le da ocasión a Jesús para hacernos unos anuncios, que no sólo se van a referir a la pronta destrucción de Jerusalén – ‘esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra; todo será destruido’ – sino que preparará a los discípulos para el camino que van a seguir detrás de él.
Jesús nos pone en camino, pero no nos deja solos; es más, nos prepara previniéndonos de todo lo que nos puede suceder, porque el camino no va a ser fácil. Claro que el discípulo no es más que su maestro y si El tuvo que hacer un camino que le hizo pasar por el calvario y la cruz, al discípulo no le va a faltar también esa parte de la pasión en su pascua. Pero ya de antemano hay que decir que no es que Jesús nos quiera aguar las cosas hablándonos sólo de las dificultades, sino que nos anuncia que el que persevere alcanzará la salvación. Junto a la cruz siempre tenemos que ver los resplandores de la vida y de la resurrección.
Reconozcamos que en el fondo nosotros desearíamos caminos triunfales antes que otra cosa. Cuando hay momentos de esplendor parece que nos entusiasmamos y nos puede parecer que no todo está tan mal. Pasamos por momentos de euforia y entusiasmo, que también nos son necesarios, pero hemos de ser conscientes de todo lo que significa el camino del seguimiento de Jesús que no está siempre en grandes manifestaciones o en multitudes clamorosas.
‘Cuidado con que nadie os engañe’, nos previene Jesús, para que entendamos cuál es el verdadero camino de su seguimiento. Y nos pueden engañar prometiéndonos triunfalismos y visiones clamorosas, pero también asustándonos con los malos momentos por los que podemos pasar o haciendo lecturas excesivamente negras y pesimistas de los acontecimientos actuales que podamos vivir o padecer. Hemos de saber hacer una lectura de los signos de los tiempos que van apareciendo en el devenir de la historia o de los acontecimientos para ver realmente qué es lo que el Señor nos quiere decir o nos pide. No siempre es fácil.
Jesús cuando habla hoy en el evangelio de la destrucción del templo, de guerras y calamidades, de enfrentamientos entre pueblos y de malos momentos de terremotos, epidemias o hambre, está partiendo simplemente de aquello que podía dolerle al pueblo judío desde su propia historia. El templo era todo un símbolo de unidad del pueblo de Israel además de la presencia de Dios en medio del pueblo. Su historia había estado marcada a través de los tiempos por guerras y enfrentamientos, por momentos de miseria y hambre en desiertos y cautividades. Hablar de esos signos sería muy significativo para ellos porque lo que se le anunciaba podía significar incluso perder su identidad como pueblo.
Para nosotros también pueden ser un signo que nos hable también de muchas cosas que nos suceden y que tenemos que saber entender bien. Momentos difíciles también podemos pasar en la increencia o la indiferencia religiosa que nos rodea; momentos de desánimos y de desorientación en muchos aspectos en los que nos podemos encontrar en lo social, en lo cultural, también en el ámbito religioso; gente que no cree en nada, o gente que hace una mezcolanza en creencias y religiosidades muchas veces rayanas con un nuevo paganismo y que llevan a un sincretismo peligroso; corrientes de pensamiento y culturales que confunden cuando no estamos debidamente preparados; descalificación de todo lo que suene a religión y auténtica espiritualidad cuando no persecución abierta o solapada de todo lo que lleve el nombre cristiano; pérdida del sentido moral con lo que ya parece que no hay límites éticos para nada; enfrentamientos por veinte mil motivos que nos llevan a la división y al no entendimiento, y así muchísimas cosas que nos confunden. Sin olvidar, por supuesto, la crisis social y económica por la que pasa la sociedad actual.
Y Jesús nos dice ‘cuidado con que nadie os engañe’. Y cuando nos habla de las persecuciones por los que hemos de pasar - ‘os echarán mano, os perseguirán… os harán comparecer ante reyes y gobernadores… por causa mía…’ – nos dice que así tendremos ‘ocasión de dar testimonio’. Pero nos dice más, que no nos preocupemos porque ‘yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro’.
Nos está prometiendo que no nos faltará el Espíritu Santo que nos dará sabiduría, que nos dará fortaleza, que nos dará esa gracia que necesitamos en cada momento y en cada situación. De esto tenemos que estar bien convencidos. No nos puede faltar la fe en las palabras de Jesús. No nos faltará esa confianza y esa esperanza. El Señor está con nosotros. Hemos de saber contar con El. Los que nos rodean quizá no nos entenderán. Ya nos decía Jesús que la oposición nos puede venir incluso de los más cercanos a nosotros.
El hombre de fe, la persona de fe sabe que su confianza está totalmente puesta en el Señor. El que no tiene fe no podrá entender estas cosas. Pero ese es el testimonio que nosotros hemos de dar. Esa paz que no nos faltará ni en los momentos más difíciles, sea cual sea la situación por la que pasemos, es nuestra fortaleza y el mejor testimonio que podemos dar. ‘Los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia’, nos decía el profeta.
‘Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá, terminará diciéndonos Jesús; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’. Seguimos el camino de Jesús aunque haya momentos duros y difíciles. Pero ese camino no lo estamos haciendo solos. Es el camino de tantos hermanos a nuestro lado que pasan por la misma lucha. Mutuamente nos ayudamos y nos animamos, puesta nuestra fe y esperanza en el Señor. No lo hacemos solos porque siempre el Señor está a nuestro lado con la fuerza y la gracia de su Espíritu.
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