Que alegria amigo que entres a esta Casa .Deja tu huella aqui. Escribenos.

Se alegra el alma al saber que tu estas aqui, en nuestra casa de paz

Amigo de mi alma tengo un gran deseo en mi corazon Amar a Dios por todos aquellos que no lo hacen hoy. ¿Me ayudas con tus aportes de amor cada vez que entres aqui? dejanos tu palabra de bien, tu gesto amoroso hacia Dios y los hermanos.

Seamos santos. Dios nos quiere santos

Adri

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir mas ante el pecado.

Seremos c ompletamente libres ,si nos determinamos a no consentir  mas ante  el pecado.
Determinemonos en el deseo de llegar a ser santos.

Amigos que entran a esta Casa de Paz. Gracias por estar aqui. Clikea en seguir y unete a nosotros

viernes, 29 de julio de 2011

No hace falta que se vayan, dadle vosotros de comer

Is. 55, 1-3;

Sal. 144;

Rm. 8, 35.37-39;

Mt. 14, 13-21

En los textos de la Palabra hoy proclamada, sobre todo el evangelio y la profecía de Isaias encontramos un hermoso sentido eucarístico enseñándos a hacer Eucaristía de nuestra vida.

Se nos describen gestos en Jesús que se repetirán en la Institución de la Eucaristía y que nos mandó repetir en la celebración eucarística. ‘Alzó la mirada el cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos’. Pero además nos enseña como toda vida ha de ser Eucaristía para el cristiano y cómo ha de prolongar en la vida la Eucaristía que celebra con los mismos gestos de amor de Jesús.

‘Oid, sedientos todos, acudid… venid… también los que no tenéis dinero… comed sin pagar… escuchadme atentos y comeréis bien… inclinad el oído, escuchadme y viviréis’. Es la invitación que hemos escuchado al profeta. Todos estamos llamados, invitados a venir a Jesús que El nos alimenta, se nos da como comida; nos alimenta con su Palabra para que tengamos vida. ‘Viviréis…’, nos dice. Podíamos recordar ahora lo que nos dirá cuando nos hable del Pan de vida.

¿No es eso lo que hacemos cuando venimos a la Eucaristía? Aquí venimos todos, con nuestra vida, sedientos o hambrientos, con nuestros deseos más hondos, con nuestra problemática, con nuestras necesidades, las nuestras y la de los que nos rodean. Como aquellas multitudes que vemos hoy en el evangelio que van en búsqueda de Jesús. Se había ido a un lugar tranquilo y apartado con el grupo de los discípulos más cercanos. Pero ‘la gente lo siguió por tierra desde los pueblos. Y al desembarcar Jesús se encontró con el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos’, nos dice el evangelista.

Allí se manifiestan los signos de la salvación que nos ofrece. Allí está la Palabra de vida que siempre nos llena de vida. ‘Curó a los enfermos’, dice, pero son muchas más cosas las que suceden. Allí hay una muchedumbre hambrienta que ha venido a escuchar a Jesús. Y Jesús saciará su hambre más profunda, pero no dejará de atender las necesidades materiales de la vida que cada uno lleva consigo. Y es cuando realiza el milagro grande de dar de comer a aquella multitud multiplicando milagrosamente los pocos panes que hay.

Pero es ahí además donde Jesús nos enseña muchas cosas con sus gestos y con su manera de actuar; donde nos enseña como tenemos que prolongar su amor, ese amor que alimentamos en la Eucaristía, para que lleguen a todos las señales de su amor, las señales de que el Reino de Dios está presente entre nosotros.

Ya sus discípulos, los que El ha ido llamando de manera especial y están siempre con El, han ido aprendiendo la lección, podríamos decir, de sentir preocupación por los demás. Andan preocupados porque se hace tarde, allí hay una muchedumbre que no ha previsto el llevar pan y allí no tienen donde conseguirlo. Por eso suplican a Jesús: ‘Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer’. Buenos deseos y buenas intenciones no podemos negar que tengan.

Ahora comienza la gran enseñanza de Jesús. ‘No hace falta que vayan, dadle vosotros de comer’. No os quedéis ahí cruzados de brazos, sois vosotros los que tenéis que darle de comer. Pero, ¿de dónde van a sacar ellos pan para darle de comer a tanta gente? Luego nos dirán que ‘eran cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños’. Sólo tienen unos pocos panes y unos pocos peces, cinco panes y dos peces. Pero lo que tienen lo comparten, lo ponen a disposición de los demás. Y Jesús realiza el milagro y todos pueden comer hasta saciarse. Allí se está manifestando una vez más lo que es el corazon misericordioso y compasivo del Señor.

Decíamos antes, que nosotros tenemos que prolongar la acción de Jesús, su amor y las señales de su Reino, porque no nos podemos contentar con quedarnos sentados en la Eucaristía que celebramos, sino que tenemos que hacernos Eucaristía para los demás en medio del mundo. Ante los problemas con que nos vemos abrumados en el mundo de hoy, ante tantas necesidades y problemas que cada día van surgiendo a nuestro alrededor, no podemos quedarnos con los brazos cruzados. Esa no puede ser nunca la actitud ni la acción de un discípulo de Jesús, de un cristiano.

¿Qué no tenemos sino cinco panes y dos peces y nos puede parecer que eso es nada para la inmensidad de los problemas de tantos a nuestro lado? ¿Nos parece que somos poca cosa y qué podemos hacer nosotros? Pues tenemos que comenzar a repartir. Eso poco que somos, con eso que es nuestra vida tenemos que aprender a ir a los demás. Y eso poco se multiplicará, como se multiplicaron los panes y los peces en el milagro de Jesús.

Es la prolongación de la Eucaristía en la vida, que decíamos antes, que tenemos que lograr en la medida en que con amor seamos capaces de ir a los demás. Así nos hacemos Eucasristía en nuestra entrega como la de Jesús, en esas obras de amor, en ese compromiso por lo bueno, por lo justo que hemos de ir viviendo cada día. Porque no tenemos que hacer otra cosa que la obra de Jesús, que vivir el amor de Jesús y llevarlo a los demás. Y como tantas veces hemos dicho lo vamos manifestando a través de pequeños gestos, de esos pequeños detalles de atención, de acogida, de comprensión, de paz que vamos teniendo, que vamos realizando con los demás.

Es a lo que nos compromete Jesús cuando nos dice ‘dadle vosotros de comer’. Además fijémonos que cuando pronuncia la bendición y parte el pan, lo da a los discípulos para los discípulos lo repartan a la gente y llegue a todos. Por medio nuestro quiere llegar ese pan del amor y de la justicia a los demás.

Es la tarea y la obra de la Iglesia. En toda ocasión y en todos los tiempos. La Iglesia siempre ha ejercido la diaconia de la caridad. Ya nos hablan los Hechos de los Apóstoles como se atendían a las viudas y a los huérfanos y entre ellos nadie pasaba necesidad porque todo lo compartían. Es lo que ha ido haciendo la Iglesia cuando ha ido anunciando el evangelio por todas partes. Siempre ha estado presente esa diaconia de la caridad en la atención a las necesidades de todos, en la promoción de tantas cosas buenas siempre en servicio del hombre, en servicio de la comunidad.

Cuántas obras en beneficio de los demás ha realizado y sigue realizando la Iglesia en tantas instituciones nacidas a su calor, en tantos religiosos y religiosas consagrados a los más pobres, a los enfermos, a los ancianos, a tantas obras de orden social para el desarrollo y la atención de las personas. Ahora mismo en la situación de crisis en que vive nuestra sociedad cuánto se está realizando en nombre de la Iglesia a través de Cáritas que tenemos que reconocer y dejar bien claro que no es una ’ONG’ más, sino una institución de la caridad y del amor de la comunidad eclesial. Con pocos medios, porque es realmente a partir de lo que la comunidad comparte, cuántas cosas se realizan.

Tenemos que darle gracias a Dios porque tantos sigan poniendo sus cinco panes y dos peces para ese compartir con los demás. Y que el Señor inspire nuestra generosidad. Que aunque no sea en cosas materiales sin embargo esos cinco panes y dos peces se pueden traducir en muchas cosas buenas para los otros como tantas veces hemos dicho.

‘¿Quién podrá apartarnos de amor de Cristo?’ se preguntaba el apóstol. Nada ni nadie podrá apartarnos de ese amor. En El queremos hundir las raíces de nuestra vida. ‘Nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro’. Y si nada nos aparta de ese amor, es el amor que nosotros queremos vivir con los demás compartiendo los cinco panes y dos peces de nuestra vida. también nosotros queremos pronunciar la Bendición, bendecir al Señor para partir los panes y repartir nuestro amor.

viernes, 22 de julio de 2011

Quienes de la comunidad van hoy a la eucaristia?


Amigos hoy tengo un gran deseo en mi alma . Que hermoso seria que al menos 10 personas de nuestra comunidad se acercaran a recibir el CUERPO SANTISIMO DE CRISTO con amor y ofrecieran la eucaristia por la paz.


Animate amigo acercate a un templo cercano, confiesate si no lo hiciste y recibe al Señor con mucho AMOR.




Santidad y amor

ADRI



Comienzo la lista a ver quien sigue
Adriana ( voy a misa en la Basilica de la Piedad hoy)






Amigos dispongamonos docilmente a Adorar a Dios. Aqui algunas sugerencias


¿QUÉ ES ADORAR A DIOS?
Es reconocerlo como
nuestro Creador y nuestro Dueño
Es reconocerme en verdad lo que soy:
hechura de Dios, posesión de Dios.
Dios es mi Dueño.
Yo le pertenezco.


Adorar a Dios, entonces,
es tomar conciencia
de nuestra dependencia de El
y de la consecuencia lógica
de esa dependencia:
entregarnos a El y a su Voluntad.



Va a vender todo lo que tiene para poder conseguir el tesoro escondido

1Rey. 3, 5.7-12;

Sal. 118;

Rm. 8, 28-30;

Mt. 13, 44-52

Hay cosas y acontecimientos que suceden en la vida y en la historia que dejan una huella, que se convierten en trascendentes incluso para la vida o para la historia de la humanidad. Un hecho especial que nos sucede en la vida, un descubrimiento científico, un hecho que pudiérmos considerar histórico para la humanidad, y así muchas cosas en todos los órdenes que nos producen un impacto grande y que pueden marcar y cambiar la vida. A partir quizá de ese momento, de ese descubrimiento o de ese acontecimiento ya las cosas no son igual.

Hoy Jesús en las parábolas escuchadas nos está diciendo que eso tiene que ser para nosotros el Reino de Dios, el evangelio, la propia presencia de Jesús en medio nuestro. Es el tesoro escondido y encontrado, es la perla más preciosa por lo que hemos de saber dejarlo todo. Parábolas las hoy escuchadas que nos pueden parecer pequeñas y hasta insignificantes pero que tienen, creo, un mensaje muy profundo e importante. Nos está hablando Jesús de la radicalidad con que hemos de hacer opción por El, por el Reino de Dios, por la Buena Noticia que nos anuncia. Tanto, como para venderlo todo para conseguir ese tesoro; tanto, como para darle totalmente la vuelta a la vida para vivir ese Reino de Dios que Jesús nos anuncia.

Nos sucede sin embargo a los cristianos que tenemos el tesoro y no sabemos valorarlo. Nos hemos acostumbrado – mala costumbre, tendríamos que decir - a eso de que somos cristianos desde siempre porque desde pequeño nos bautizaron y todo esto lo escuchamos una y otra vez que luego ya el evangelio no significa novedad para nosotros; no nos sentimos sorprendidos por el mensaje del Evangelio.

Cuando nos cuentan quizá que una persona que nosotros conocíamos de siempre ha cambiado su vida porque en el evangelio ha encontrado una nueva luz para su existencia y que ahora está queriendo vivir con una mayor intensidad y hasta radicalidad lo que le pide el Señor, quizá nos miramos extrañados preguntándonos qué es lo que le habrá pasado a esa persona para ese cambio. Pues sencillamente eso, que se ha encontrado con la perla preciosa, con el tesoro escondido del Evangelio que ha tenido siempre delante de sus ojos, como lo tenemos nosotros, pero que hasta entonces no le había hecho caso y ahora sí lo ha descubierto.

En otros momentos del evangelio escuchamos mensajes en este sentido a los que muchas veces no le damos toda la importancia y la profundidad que tienen. Por ejemplo, cuando Jesús comienza a hacer el anuncio del evangelio habla de conversión. Nos hemos acostumbrado a esa palabra y quizá la recordamos un poco más en el tiempo de la cuaresma. Pero es que Jesús nos está diciendo que creer en esa Buena Noticia del Reino que nos anuncia, significa darle una vuelta total, radical a nuestra vida. No es decir creo en el Reino de Dios y las cosas siguen igual, mi vida sigue igual.

Cuando vemos, por ejemplo, que a aquel joven que le pregunta qué es lo que tiene que hacer para heredar la vida eterna – una referencia al reino de Dios – Jesús le pide que venda todo lo que tiene para que tenga un tesoro en el cielo y le siga. Es serio lo que Jesús le está planteando. Nos quedamos tan tranquilos pensando, bueno, era rico y no fue capaz de desprenderse de sus riquezas. Pero es que ahí se está manifestando lo que hoy nos enseña la parábola. Aquel agricultor o aquel comerciante lo vendieron todo con tal de adquirir aquel tesoro o aquella perla preciosa y valiosa; tan importante era para ellos el tesoro o la perla encontrada.

Para poseer, para vivir el tesoro del Evangelio, la perla preciosa del Reino de Dios que Jesús nos anuncia, significa dar esa vuelta profunda a nuestra vida. Son nuevos valores, es nueva forma de vivir, son actitudes nuevas, es una nueva forma de pensar y de actuar. Es más, encontrarme con el tesoro del Reino es encontrarme con Jesús. Ese es el verdadero tesoro de nuestra vida. Y ese encuentro sí que es algo trascendental para mi vida y que tiene que transformar toda mi existencia. Mucho más que cualquier acontecimiento histórico o cualquier descubrimiento maravilloso que se haya podido hacer en beneficio de la humanidad.

Encontrarme con Cristo y decir que soy cristiano no es simplemente vivir como siempre he vivido o como vive cualquiera a nuestro alrededor. Es una nueva vida, un nuevo vivir, porque es vivir con la vida de Cristo, en vivir a Cristo. Aquello que dice san Pablo y que hemos escuchado más de una vez, ‘he crucificado mi vida con Cristo de manera que ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí’.

¿He pensado alguna vez que si en verdad es Cristo quien vive en mi lo que estoy haciendo lo haría de la misma manera? ¿Sería de la misma forma cómo me relacionaria con Dios? ¿Rezaríamos u oraríamos de la misma manera? ¿Sería el mismo trato el que tengo con los demás? ¿Le daríamos el mismo uso a esas cosas que poseemos y por las que tanto nos afanamos? ¿Tendríamos los mismos afanes y agobios con que vivimos hoy?

Muchas preguntas tendríamos que hacernos porque nuestra relación con la sociedad en la que vivimos y el compromiso con nuestro mundo seguro que sería otro. Ese tesoro del Reino de Dios que encontráramos seguro que nos pondría en un camino de mayor solidaridad, no nos dejaría tan insensibles ante las necesidades o problemas que podamos ver alrededor, nos saldríamos más de nuestras actitudes egoístas donde pensamos más en nosotros mismos que en los otros. Encontrarnos con ese tesoro del Reino de Dios nos va a poner en camino de más amor, de más cercanía a los otros; nos va a impulsar al compartir y al vivir unidos, nos va a motivar para que hagamos un mundo mejor donde todos seamos más felices; nos va a enseñar donde están las cosas verdaderamente importantes.

Las parábolas que hemos venido escuchando en estos domingos anteriores – todas forman parte de este capítulo trece del evangelio de Mateo – creo que nos han venido preparando para que con sinceridad abramos nuestro corazón a la Palabra de Dios, a esa semilla que nos hace encontrarnos de verdad con el Reino de Dios por el que tendríamos que dejarlo todo. Nos han ayudado a preparar la tierra de nuestra vida para hacer que esa semilla dé fruto en nosotros.

En la primera lectura escuchábamos cómo Salomón le pide a Dios no larga vida ni riquezas ni la vida de sus enemigos, sino sabiduría para saber gobernar a aquel pueblo. ¿Qué le pedimos nosotros al Señor? Pidámosle esa Sabiduría del Espíritu que nos ayude a descubrir ese tesoro inmenso que Dios pone en nuestras manos; esa sabiduría y fortaleza para de verdad empeñarnos por el Reino de Dios; esa sabiduría que nos ayude a comprender el misterio de Dios, el misterio de Jesús para convertirlo en el verdadero centro de nuestra vida; sabiduría y fortaleza para dejarlo todo por seguir a Jesús y vivir su evangelio; que nos dé su Espíritu de Sabiduría para saber redescubrir el Evangelio.

viernes, 15 de julio de 2011

Transformemos el campo de nuestro mundo en tierra de buenos frutos


Sab. 12, 13.16-19; Sal. 85; Rm. 8, 26-27; Mt. 13, 24-43

Un campo concienzudamente trabajado y prometedor de hermosos frutos, pero en el que pronto se verán resurgir las malas hierbas que pueden ahogar los ansiados y esperados buenos frutos. Es la imagen que nos ofrece la parábola del trigo y la cizaña que nos ha propuesto hoy en el evangelio. ¿Qué nos quiere enseñar? También hoy Jesús al finalizar de proponernos las parábolas nos dirá ‘el que tenga oídos, que oiga’.

Allí están los impacientes jornaleros prontos a arrancar si el amo se los permite la mala cizaña que ha surgido en medio del trigo. Pero el amo es paciente y no quiere correr el riesgo de que puedan ser arrancadas al mismo tiempo las plantas de buena semilla. ‘Dejadlos crecer juntos hasta la ciega…’ Alguno podrá pensar en su impaciencia ¿y no hay el peligro de que las malas hierbas ahoguen la buena planta? El amo tiene otra visión.

Es lo que Jesús quiere hacernos comprender. Porque ese campo sigue siendo nuestro mundo, como en la parábola del sembrador ya meditada. Y en ese mundo estamos unos y otros, buena y mala semilla. Y digo estamos unos y otros, porque ese campo somos nosotros. Claro que siempre pensamos que la mala semilla son los otros, cosa que tendríamos que revisarnos en lo hondo de nuestra conciencia con sinceridad.

Somos conscientes de cómo el mal está presente en el campo del mundo, de aquel mundo que cuando Dios lo creó ‘vio que todo era bueno’. Tenemos que ser conscientes también que en nuestro propio corazón también están mezcladas ambas cosas, porque no todo es bueno en nosotros, porque también tenemos semillas del mal en nuestro corazón.

Ya sé que nos surge la pregunta de por qué Dios permite el mal y cuando nos cuesta encontrar respuesta eso algunas veces nos desestabiliza en nuestra fe. En nuestra impaciencia, como aquellos siervos del amo del campo en el que apareció la cizaña, también alguna vez levantamos la voz contra Dios de por qué no arranca del mundo esos hombres injustos y llenos de maldad; por qué no los castiga, nos decimos muchas veces.

El amo es paciente, Dios es paciente porque no se trata simplemente de una planta a arrancar, sino que es mal está metido en el corazón de unas personas de las que Dios siempre está esperando su conversión y su vuelta a El. ¿No somos nosotros también pecadores de quienes Dios pacientemente está esperando nuestra respuesta de conversión? ¿Y si cuando cometidos aquel pecado nos hubiera arrancado violentamente de la vida como tantas veces pensamos o deseamos que Dios haga con los demás?

La cizaña no se podrá convertir en trigo – las parábolas son siempre imágenes o ejemplos, pero el mensaje va mucho más allá de la literalidad de unas palabras – pero el corazón del hombre si se puede cambiar. Es lo que espera Dios de nosotros. Está en juego nuestra libertad que Dios nos respeta, pero está también presente la gracia del Señor que nos previene contra ese mal y nos fortalece en nuestra lucha contra la tentación y el pecado.

Por eso nos habla también de la pequeña e insignificante semilla de la mostaza que una vez plantada hará surgir una planta más alta que el resto de las hortalizas en las que puedan incluso anidar los pájaros del cielo. O nos habla también del puñado de levadura que la mujer echa en las tres medidas de harina para hacer fermentar la masa.

Es la gracia de Dios que fortalece nuestro corazón que, aunque débil y herido por el pecado, sin embargo se puede transformar en corazón bueno. Es la gracia de Dios que nos acompaña y fortalece para que, aunque nos sintamos pequeños e insignificantes en medio del mundo, sintamos que podemos hacerlo fermentar para lo bueno y podemos ayudar también a cambiar el corazón de los hombres nuestros hermanos.

Pero quizá tendríamos que decir algo más. ¿Cómo y en qué se manifiesta la grandeza y el poder del Señor? Hemos de reconocer que en su amor y en su misericordia. El Dios poderoso que se manifiesta en medio de la grandiosidad de las fuerzas más espectaculares de la naturaleza – podríamos recordar algún hecho o texto del Antiguo Testamento – es el Dios que se manifiesta también a Moisés y a Elías tras un susurro que repetía una y otra vez ‘Dios clemente y compasivo’ o como hemos recitado hoy en el salmo ‘tú, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad y leal mírame, ten compasión de mí’.

En ese sentido nos decía el autor del libro de la Sabiduría en la primera lectura ‘tu poder es el principio de la justicia y tu soberanía universal te hace perdonar a todos... Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia porque puedes hacer cuanto quieres…’ Así se nos manifiesta el poder y la grandeza del Señor, en el perdón y en la indulgencia.

Y nos enseñaba a tener nosotros también un corazón humano y paciente también con los demás. Frente al mal que nos rodea no podemos volvernos nunca intransigentes sino que hemos de tener también un corazón misericordioso y comprensivo con los demás, como el Señor lo tiene con nosotros. Nos creemos que somos fuertes cuando somos intransigentes con los demás y no le pasamos una al que nos haya hecho mal, pero tendríamos que reconocer que seremos fuertes en verdad cuando llegamos a tener la valentía de saber perdonar a los demás. Eso sí que es fortaleza y valentía. ‘En el pecado, das lugar al arrepentimiento’, terminaba diciéndonos el texto sagrado.

Hagamos en verdad que el campo de nuestro mundo pueda dar esos hermosos y ansiados frutos a pesar de las malas semillas que el maligno siembra en medio de nosotros. Tratemos nosotros de ser siempre buena semilla y semilla transformadora que mejore día a día nuestra sociedad, ese mundo concreto en el que vivimos.

No permitamos que las malas cizañas se metan en el campo de nuestras familias, en el campo de nuestras relaciones sociales, en el campo donde convivimos cada día, en el campo de nuestro trabajo. Tenemos una tarea que realizar. Cuidemos nuestro campo, nuestras familias, nuestros lugares de convivencia. Ayudemos a que brille siempre el bien y la bondad.

Tenemos que ser buena semilla siempre con nuestra palabra, con nuestro ejemplo con esas cosas buenas que podamos hacer aunque nos puedan parecer pequeñas e insignificantes pero que contagian de bien y de bondad a los demás. Hagamos por nuestro buen corazón que puedan ser felices siempre los que nos rodean. Seamos levadura de la buena en la masa de nuestro mundo. Es la tarea que el Señor nos confía y nos da su gracia para que podamos realizarlo. La fuerza del Espíritu del Señor está con nosotros.

EL ÚLTIMO LUGAR (anécdota)


Cuentan de un abad que un día hizo esta confesión:

Cuando entré en el monasterio -dijo- yo quería ser el primero en todo: el más sabio, el más santo, el más humilde, el monje más bueno.

Después, con los años, fui descubriendo que tenía que aprender a estar contento de ocupar el último lugar. Es decir, no rehusar ser molestado, servir sin esperar nada a cambio, alegrarme de los éxitos de los otros como si fueran míos, y no hundirme demasiado por los propios fracasos, sabiendo que forman parte de la trama de la vida.

Un día, rezando ante del nacimiento, me pareció que Jesús me decía:
El último lugar es el que yo escogí y no cedo a nadie. Si quieres, lo puedes COMPARTIR conmigo.

viernes, 8 de julio de 2011

Salió el sembrador a sembrar


Is. 55, 10-11;

Sal. 64;

Rm. 8, 18-23;

Mt. 13, 1-23

‘El que tenga oídos que oiga’ sentencia Jesús al terminar de decir la parábola. Una invitación a reflexionar, a pensar hondamente en el significado de lo que Jesús quiere decirnos. No nos podemos contentar con decir qué cosas más bonitas nos dice el Señor, qué bella es la parábola. Es cierto que es una página bien hermosa, pero de un contenido grande. Por eso ‘el que tenga oídos que oiga’, el que sea capaz de reflexionar, de escucharla allá en lo hondo del corazón, que lo haga. Es lo que queremos hacer.

‘Salió el sembrador a sembrar…’ comienza la parábola. ‘Salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a El tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas…

En el evangelio lo vemos como el pescador, como el pastor, como el maestro. Diversas imágenes que nos hablan de Jesús y de su misión. ‘Os haré pescadores de hombres’, que era hacerlos como era El. ‘Yo soy el Buen Pastor’, y nos dirá que cuida a las ovejas y las alimenta, y busca a las perdidas. Es el Señor y el Maestro, que así lo llaman sus discípulos. Hoy lo contemplamos como el sembrador que siembra la semilla de la Palabra de Dios y que quiere que dé fruto abundante. ‘Salió el sembrador a sembrar… y les habló mucho rato en parábolas…’

El sembrador echa la semilla en la tierra y espera pacientemente que dé fruto. La semilla aunque nos pueda parecer pequeña e insignificante es vida que nos fecunda de vida. Pero la semilla ha de enraizar bien en la tierra y la tierra tiene que ser buena y preparada para poder obtener toda su fecundidad. No puede ser tierra endurecida y pateada convertida en caminos endurecidos; no puede ser tierra árida llena de pedruscos o de malas hierbas. Tiene que ser tierra cuidada y cultivada para hacerla brotar y pueda llegar a dar fruto.

Como tantas veces reflexionamos cuando escuchamos esta parábola esa tierra somos nosotros. No podemos tener embotado el corazón ni endurecido el oído. Ya Jesús se queja recordando las palabras del profeta. ‘Está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrados los ojos…’ Hemos de saber abrir los ojos y los oídos del corazón para poder acoger esa semilla, para poder sintonizar con ese mensaje divino, con esa Palabra de Dios que llega a nosotros.

El agricultor que prepara la tierra para la siembra lo hace con todo cuidado. Hemos visto todos como se labra la tierra, como se quitan las malas hierbas, se limpia de pedruscos y de abrojos, se abona y se refresca cuidadosamente para que cuando caiga la semilla encuentre la humedad adecuada, los abonos pertinentes y la tierra bien preparada para que pueda germinar, brotar, crecer y llegar a dar fruto.

Ojalá escuchemos que Jesús nos dirige a nosotros estas palabras: ‘¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!’ Con cuánto cuidado hemos de disponer nuestro corazón y nuestra vida para acoger esa semilla de la Palabra de Dios que llega a nosotros. Cómo hemos de predisponer nuestro espíritu para recibirla porque es un tesoro precioso, el más precioso, que bien merece la pena dejarlo todo para acogerla en nuestro corazón.

Y una forma hermosa sería prepararnos invocando al Espíritu del Señor, Espíritu de Sabiduría y de conocimiento de Dios para que nos ilumine. Creo que siempre la escucha de la Palabra de Dios hemos de hacerlo en espíritu orante. Es el Señor que nos habla, que quiere entrar en diálogo de amor con nuestro corazón. Importante, pues, esa actitud orante, de oración, porque también nos pide una respuesta. Y permítanme decir que espiritu orante no es estar rezando padrenuestros o avemarías mientras escuchamos la Palabra, sino espíritu y corazón abierto a Dios para escucharle. Es la tierra preparada.

Cuántos ruidos de la vida tenemos que evitar para poder escucharla debidamente en nuestro corazón; cuánto silencio hemos de hacer en nuestra alma. Es el silencio externo ya sea en nuestra lectura personal ya sea en nuestras celebraciones, y el el silencio del corazón. ¡Qué lástima cuando en nuestras celebraciones mientras se proclama la Palabra de Dios se están haciendo cosas o hay gente que se está moviendo y dando vueltas por el templo, o alguie está más preocupado por las cosas que haya que preparar para el resto de la celebración!

Quitar los abrojos o los pedruscos que nos dice la parábola para que sea tierra limpia y buena. La semilla cae en tierra y hay que darle su tiempo para que germine y pueda surgir la planta que luego dé fruto. Pero si en ese crecimiento interior choca, podríamos decir, con nuestras maldades, nuestros vicios y rutinas, todo eso ahogará esa Palabra plantada en nuestro corazón. ‘El maligno roba lo sembrado en el corazón’ que decía Jesús. Una actitud y un deseo de purificación interior tendríamos que tener, y eso con la ayuda de la gracia del Señor que pedimos también en nuestra oración.

Fortalecernos en el Señor para ser constantes y perseverar en ese cultivo de la semilla de la Palabra de Dios en nuestro espíritu. ‘La acepta con alegría… pero no tiene raíces, es inconstante, que nos dice Jesús en la explicación, y en cuanto viene la dificultad o la persecusión, la tentación, sucumbe…’

‘El que tenga oídos para oír que oiga’, nos decía Jesús. Hemos de masticar muy bien este alimento de la Palabra que escuchamos para que sea en verdad alimento de nuestra vida. Jesús no sólo nos ha proclamado la parábola sino que también nos la ha explicado; nos ha dicho cómo tenemos que aplicárnosla a nosotros, pero también nos da pautas para ser esa tierra buena, para preparar nuestro corazón a esa semilla que se planta cada día en nuestra vida.

Y también tenemos que ayudarnos los unos a los otros en ese acogida a la Palabra para dar fruto. Que nunca seamos obstáculo para los demás. Es más, tenemos que ser sembradores también de esa semilla del Reino de Dios en medio de nuestro mundo. Como Jesús llamaba a Pedro y a los demás discípulos para que también fueran pesacadores de hombres y sembradores del Reino, a nosotros también nos confía esa misión y esa tarea.

Desde nuestra forma de acogerla y escucharla podemos ser testimonio y estímulo para los que nos rodean. Que vean que en verdad es importante la Palabra de Dios para nosotros por nuestra forma de escucharla, acogerla y plantarla en nuestra vida. Todo es contribuir para la gloria del Señor. Y damos en verdad gloria a Dios si logramos que otros muchos escuchen el anuncio de la Palabra y se dispongan también a plantarla en su vida. Una hermosa tarea que tenemos por delante.

‘La semilla cayó en tierra buena y dio fruto’.

Aqui puedes leer mas mensajes del Movimiento.

Administracion general y adjuntos

Pidamos la humildad

Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ....
del deseo de ser alabado, ...
del deseo de ser preferido, .....
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, ...
del temor de ser despreciado, ...
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

Tumba del Santo Padre Pio.

Tumba del Santo Padre Pio.
Alli rece por todos uds. Giovani Rotondo julio 2011

Rueguen por nosotros

Padre Celestial me abandono en tus manos. Soy feliz.


Cristo ten piedad de nosotros.

Mientras tengamos vida en la tierra estaremos a tiempo de reparar todos los errores y pecados que cometimos. No dejemos para mañana . Hoy podemos acercarnos a un sacerdote y reconciliarnos con Dios,

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia dijo Jesus

Jesucristo Te adoramos por todos aquellos que no lo hacen . Amen

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