Is. 55, 1-3;
Sal. 144;
Rm. 8, 35.37-39;
Mt. 14, 13-21
En los textos de la Palabra hoy proclamada, sobre todo el evangelio y la profecía de Isaias encontramos un hermoso sentido eucarístico enseñándos a hacer Eucaristía de nuestra vida.
Se nos describen gestos en Jesús que se repetirán en la Institución de la Eucaristía y que nos mandó repetir en la celebración eucarística. ‘Alzó la mirada el cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos’. Pero además nos enseña como toda vida ha de ser Eucaristía para el cristiano y cómo ha de prolongar en la vida la Eucaristía que celebra con los mismos gestos de amor de Jesús.
‘Oid, sedientos todos, acudid… venid… también los que no tenéis dinero… comed sin pagar… escuchadme atentos y comeréis bien… inclinad el oído, escuchadme y viviréis’. Es la invitación que hemos escuchado al profeta. Todos estamos llamados, invitados a venir a Jesús que El nos alimenta, se nos da como comida; nos alimenta con su Palabra para que tengamos vida. ‘Viviréis…’, nos dice. Podíamos recordar ahora lo que nos dirá cuando nos hable del Pan de vida.
¿No es eso lo que hacemos cuando venimos a la Eucaristía? Aquí venimos todos, con nuestra vida, sedientos o hambrientos, con nuestros deseos más hondos, con nuestra problemática, con nuestras necesidades, las nuestras y la de los que nos rodean. Como aquellas multitudes que vemos hoy en el evangelio que van en búsqueda de Jesús. Se había ido a un lugar tranquilo y apartado con el grupo de los discípulos más cercanos. Pero ‘la gente lo siguió por tierra desde los pueblos. Y al desembarcar Jesús se encontró con el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos’, nos dice el evangelista.
Allí se manifiestan los signos de la salvación que nos ofrece. Allí está la Palabra de vida que siempre nos llena de vida. ‘Curó a los enfermos’, dice, pero son muchas más cosas las que suceden. Allí hay una muchedumbre hambrienta que ha venido a escuchar a Jesús. Y Jesús saciará su hambre más profunda, pero no dejará de atender las necesidades materiales de la vida que cada uno lleva consigo. Y es cuando realiza el milagro grande de dar de comer a aquella multitud multiplicando milagrosamente los pocos panes que hay.
Pero es ahí además donde Jesús nos enseña muchas cosas con sus gestos y con su manera de actuar; donde nos enseña como tenemos que prolongar su amor, ese amor que alimentamos en la Eucaristía, para que lleguen a todos las señales de su amor, las señales de que el Reino de Dios está presente entre nosotros.
Ya sus discípulos, los que El ha ido llamando de manera especial y están siempre con El, han ido aprendiendo la lección, podríamos decir, de sentir preocupación por los demás. Andan preocupados porque se hace tarde, allí hay una muchedumbre que no ha previsto el llevar pan y allí no tienen donde conseguirlo. Por eso suplican a Jesús: ‘Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer’. Buenos deseos y buenas intenciones no podemos negar que tengan.
Ahora comienza la gran enseñanza de Jesús. ‘No hace falta que vayan, dadle vosotros de comer’. No os quedéis ahí cruzados de brazos, sois vosotros los que tenéis que darle de comer. Pero, ¿de dónde van a sacar ellos pan para darle de comer a tanta gente? Luego nos dirán que ‘eran cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños’. Sólo tienen unos pocos panes y unos pocos peces, cinco panes y dos peces. Pero lo que tienen lo comparten, lo ponen a disposición de los demás. Y Jesús realiza el milagro y todos pueden comer hasta saciarse. Allí se está manifestando una vez más lo que es el corazon misericordioso y compasivo del Señor.
Decíamos antes, que nosotros tenemos que prolongar la acción de Jesús, su amor y las señales de su Reino, porque no nos podemos contentar con quedarnos sentados en la Eucaristía que celebramos, sino que tenemos que hacernos Eucaristía para los demás en medio del mundo. Ante los problemas con que nos vemos abrumados en el mundo de hoy, ante tantas necesidades y problemas que cada día van surgiendo a nuestro alrededor, no podemos quedarnos con los brazos cruzados. Esa no puede ser nunca la actitud ni la acción de un discípulo de Jesús, de un cristiano.
¿Qué no tenemos sino cinco panes y dos peces y nos puede parecer que eso es nada para la inmensidad de los problemas de tantos a nuestro lado? ¿Nos parece que somos poca cosa y qué podemos hacer nosotros? Pues tenemos que comenzar a repartir. Eso poco que somos, con eso que es nuestra vida tenemos que aprender a ir a los demás. Y eso poco se multiplicará, como se multiplicaron los panes y los peces en el milagro de Jesús.
Es la prolongación de la Eucaristía en la vida, que decíamos antes, que tenemos que lograr en la medida en que con amor seamos capaces de ir a los demás. Así nos hacemos Eucasristía en nuestra entrega como la de Jesús, en esas obras de amor, en ese compromiso por lo bueno, por lo justo que hemos de ir viviendo cada día. Porque no tenemos que hacer otra cosa que la obra de Jesús, que vivir el amor de Jesús y llevarlo a los demás. Y como tantas veces hemos dicho lo vamos manifestando a través de pequeños gestos, de esos pequeños detalles de atención, de acogida, de comprensión, de paz que vamos teniendo, que vamos realizando con los demás.
Es a lo que nos compromete Jesús cuando nos dice ‘dadle vosotros de comer’. Además fijémonos que cuando pronuncia la bendición y parte el pan, lo da a los discípulos para los discípulos lo repartan a la gente y llegue a todos. Por medio nuestro quiere llegar ese pan del amor y de la justicia a los demás.
Es la tarea y la obra de la Iglesia. En toda ocasión y en todos los tiempos. La Iglesia siempre ha ejercido la diaconia de la caridad. Ya nos hablan los Hechos de los Apóstoles como se atendían a las viudas y a los huérfanos y entre ellos nadie pasaba necesidad porque todo lo compartían. Es lo que ha ido haciendo la Iglesia cuando ha ido anunciando el evangelio por todas partes. Siempre ha estado presente esa diaconia de la caridad en la atención a las necesidades de todos, en la promoción de tantas cosas buenas siempre en servicio del hombre, en servicio de la comunidad.
Cuántas obras en beneficio de los demás ha realizado y sigue realizando la Iglesia en tantas instituciones nacidas a su calor, en tantos religiosos y religiosas consagrados a los más pobres, a los enfermos, a los ancianos, a tantas obras de orden social para el desarrollo y la atención de las personas. Ahora mismo en la situación de crisis en que vive nuestra sociedad cuánto se está realizando en nombre de la Iglesia a través de Cáritas que tenemos que reconocer y dejar bien claro que no es una ’ONG’ más, sino una institución de la caridad y del amor de la comunidad eclesial. Con pocos medios, porque es realmente a partir de lo que la comunidad comparte, cuántas cosas se realizan.
Tenemos que darle gracias a Dios porque tantos sigan poniendo sus cinco panes y dos peces para ese compartir con los demás. Y que el Señor inspire nuestra generosidad. Que aunque no sea en cosas materiales sin embargo esos cinco panes y dos peces se pueden traducir en muchas cosas buenas para los otros como tantas veces hemos dicho.
‘¿Quién podrá apartarnos de amor de Cristo?’ se preguntaba el apóstol. Nada ni nadie podrá apartarnos de ese amor. En El queremos hundir las raíces de nuestra vida. ‘Nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro’. Y si nada nos aparta de ese amor, es el amor que nosotros queremos vivir con los demás compartiendo los cinco panes y dos peces de nuestra vida. también nosotros queremos pronunciar la Bendición, bendecir al Señor para partir los panes y repartir nuestro amor.